LECTURAS DEL DÍA
Volvemos a las andadas n el libro
de los Reyes, con una de las frases más repetidas en este libro: Hizo lo que el Señor reprueba, igual que su
padre. Otras veces se acaba un
relato con la expresión: peor que su
padre. En el presente relato el resultado es catastrófico y uno de los
referentes más duros para el Pueblo de Dios: Nabucodonosor, rey de Babilonia
derrota al rey judío, profana el Templo, roba los tesoros del mismo y del
palacio real, y lleva presos a los israelitas a Babilonia en una deportación
masiva. Es un momento clave para aquel
Pueblo de Dios, que duró siglos y que marcó situaciones trágicas en su
historia.
El Evangelio es muy serio y se debe afrontar con mucha honestidad
por parte del que lo medita. Sobran las
fáciles palabras que parecerían invocar a Jesús, familiarizarse con Jesús. No
basta “profetizar” [decir palabras de la Sagrada Escritura], y si siquiera
haber echado demonios o haber hecho milagros… La palabra de Jesús a quienes
reclaman “sus derechos” por haber hecho todo eso, es: Nunca os he conocido. Porque la familiaridad con Él viene solamente
de ponerse a buscar firmemente la voluntad de Dios y cumplirla. Esta aquí muy
en directo esa situación tan moderna de los que dicen ser “creyentes no practicantes”, un absurdo que se contradice en sus
propios términos. Y como Jesús suele explicarse con expresiones extremas para
hacerse entender, llega a decir abiertamente:
si no es haciendo la voluntad del Padre, no os he conocido.
Y
pone delante una breve parábola que haga bien visible lo que enseña: la vida, como una casa, tiene que estar
cimentada sobre algo firme, rocoso, fuerte…, inalterable ni por oleajes,
vientos o terremotos. Tiene que ser tal que, aunque sobrevengan, la casa se
mantenga en pie. Lo contrario, lo que no tiene cimientos sólidos, es construir
sobre arena, que se mueve al pairo del viento.
Y si las olas o el huracán vienen sobre esa casa, se hunde…, se hunde totalmente, dice expresamente
Jesús.
Y
aquella manera tan verdadera de decir las cosas, entusiasmó a la gente (estaba admirada de su enseñanza), porque
les hablaba con toda verdad y autoridad en sus palabras. Lo que decía, no eran frases bonitas ni
soluciones suaves. No daba teorías ni
conceptos. No filosofaba para alimentar disputas con los fariseos. Sencillamente decía lo que tenía que decir, y
precisamente eso era lo que agradecían aquellas gentes, porque vale más la
verdad que el disimulo; vale más la sinceridad de su vida que todo lo
demás. Y su vida avalaba lo que decía
Me encanta el final de la reflexión... "... Y su vida avalaba lo que decía". Con humildad, pido al Señor que me ayude a que mi vida, mi hacer cotidiano, "avale" mis palabras, mis creencias... mi fe.
ResponderEliminarPadre Cantero. Sus reflexiones como toda su predicación y doctrina,son un fermento en la masa o como lluvia suave que empapa la aridez de la tierra.
ResponderEliminar¡Gracias por su ayuda y colaboración!