sábado, 30 de septiembre de 2017

30 septiembre: No entendían

Liturgia:
           En el libro de Esdras se citaban a los profetas Ageo y Zacarías como los encargados de proclamar la reconstrucción del templo. Ya hemos pasado por Ageo al que llega el oráculo de Dios sobre aquellos que pensaban que no era el tiempo de esa reconstrucción.
          Hoy nos llega la profecía de Zacarías (2,1-5. 10-11) en defensa de una Jerusalén como ciudad abierta, y Dios será su límite o frontera, como una apariencia de muralla de fuego. Ese día serán muchos los pueblos que se reúnan en la ciudad y Dios habitará en medio de ellos. No habrá más “muralla” que la de las leyes de Dios y sus enseñanzas, que no son fronteras que achican espacios sino que ensanchan los corazones y les trasmiten a los habitantes una verdadera seguridad.
          La ley de Dios dignifica y ensancha los corazones porque tener a Dios por rey es precisamente la manera de abrir horizontes de respeto social y de actitud personal. No coarta la libertad de cada uno pero se impone el límite de la dignidad y derechos del otro. La nación que respeta los mandatos de Dios es una nación grande donde sus moradores viven seguros y tranquilos.
          Como se ve fácilmente es cuando ponemos negro sobre blanco y vemos adónde llega una sociedad que ha dejado de lado a Dios. Los informativos de cualquier cadena son suficientes para ver el desastre que es haber perdido el sentido del límite, del derecho del otro, de la propia forma de comportarse. Los hombres nos devoramos y se establece la ley del más fuerte, la ley del animal mayor que se engulle al más pequeño o más indefenso. Aquel diabólico reclamo del “autobús ateo”: Quizás Dios no existe; haz lo que quieras, está dando ya sus terribles frutos. El hombre que hace lo que quiere, aunque lo que quiera sea pederastia, violencia machista, violaciones, robos, abusos sociales…, no se le puede decir nada: no está sino poniendo en obra lo que se le ha enseñado. La pregunta que queda ahí en puertas es: ¿Y si Dios existe? Evidentemente se podrá hacer mucho, pero con esa “muralla de fuego” que es Dios mismo. Y por tanto no puedo hacer lo que quiero sino lo que puedo hacer sin detrimento de otros derechos.

          Pequeño evangelio en longitud y muy grande en contenido: Lc 9,44-45). Jesús tiene que insistirles a los apóstoles que tienen que meterse en la cabeza que al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres. Con lo dicho antes ya se sacan las conclusiones. Hombres sin una conciencia recta, hombres con las pasiones exacerbadas, acabarán entregando a la muerte a Jesús.
          Los apóstoles no entendían ese lenguaje. Les resultaba oscuro. No cogían el sentido. Es verdaderamente llamativo la cerrazón de la mente de aquellos hombres. Habían concebido una figura tan falsa del Mesías que no logran entender lo que Jesús les repite una y otra vez con palabras simples y sin más misterio oculto. Pero ellos tenían su “a priori” de un Mesías que vencería y derrotaría a sus enemigos, y no entienden nada que no entre en esas categorías mentales suyas.
          ¿Qué solución le dan al asunto? No preguntar. No preguntando no se enteran y pueden seguir en su idea. No se meten en la cabeza lo que Jesús está pretendiendo que aprendan ya de una vez. Es la ignorancia culpable, porque permanecen ignorantes por no querer preguntar porque les da miedo llegar a conocer la realidad.
          Si el lector sigue con la narración inmediatamente siguiente a la que da el texto de hoy, encontrará la huida hacia delante de aquellos apóstoles, que en vez de afrontar la realidad que Jesús les ha anunciado, optan por crear entre ellos una disputa sobre quién de ellos es el mayor. Están en otra órbita completamente diferente y contraria. Jesús habla de entrega en manos de los hombres, y ellos disputan sobre honores y ventajas del que es el mayor.

          Nos parecerá llamativo y hasta absurdo que los Doce estén tan lejos y tan despistados de los caminos de Jesús. Pero nos bastaría echar la mirada a nosotros mismos, nuestros centros de interés, nuestros focos de atención, nuestras preferencias y posturas ante la vida, y nos daremos cuenta que estamos mucho más en la línea de los apóstoles que en la línea de Jesús. Y seguimos nosotros teniendo miedo a descubrir nuestra verdad, y preferimos seguir en nuestras maneras de concebir la vida y de vivirla… Y estamos en otra órbita de la que traza Jesús. No entendían. Les daba miedo preguntar. Se escondían en su ignorancia…, aunque era ignorancia culpable.

viernes, 29 de septiembre de 2017

29 septbre.: Miguel, Rafael, Gabriel

Liturgia: SANTOS ARCÁNGELES
          La liturgia unió en una sola fiesta a los tres arcángeles, o ángeles de “categoría especial”, cuyos nombres constan en los libros sagrados: Miguel, Rafael y Gabriel. Sus dos últimas letras: “_el” están haciendo referencia a Dios. Miguel, en el Apocalipsis, luchando con el dragón en defensa de la honra de Dios: “Quién como Dios”; Rafael, en el libro de Tobías, llevando el ungüento que devuelve la vista a Tobías, “Medicina de Dios”; y Gabriel, el ángel anunciador de Juan y de Jesús: Fuerza de Dios. Son mensajeros especiales de momentos muy importantes en la Biblia.
          En esta fiesta hay dos primeras lecturas a elegir para la celebración de la Misa. O bien, la que se toma de Daniel (7,9-10. 13-14), o la del capítulo 12 del Apocalipsis (7-12).
          La verdad es que analizando el texto de Daniel, más sugiere una visión del Hijo del hombre que la de un ángel. Tras presentar a Dios, “el Anciano que se sienta en el trono”, dice que “vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo, que avanzó hasta el Anciano, y a él se le dio poder, honor y reino. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no se acabará”. Yo no veo ahí una referencia a un ángel, porque un ángel no tiene poder, honor y reino eternos.
          En Apoc 12 sí queda patente la lucha de Miguel y sus ángeles que pelean contra el dragón (que se llama diablo y Satanás) y lo precipitan a la tierra: “Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías”.
          Por razón de esos ángeles, y ante ellos, tañeré para ti, Señor (Salmo 137), daré gracias a tu nombre…, y que te den gracias todos los pueblos y reyes de la tierra.
          El evangelio (Jn 1,47-51) recoge el final del diálogo de Jesús con Natanael, cuando Jesús le hace saber que verá cosas mayores: verá el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre, haciendo referencia a la visión de Jacob y a la escala por la que subían y bajaban los ángeles de Dios.
          La verdad es que está poco conseguida la liturgia de esta fiesta, lo que puede depender de la menor concreción que tiene la teología sobre el tema de los ángeles. Así, pues, la única referencia directa a un arcángel en esta liturgia de hoy, es la del libro del Apocalipsis. Por lo que yo me voy a permitir ampliar el horizonte para llegar a Gabriel como el mensajero de Dios para la manifestación del misterio más grande, el de la encarnación del Hijo de Dios. Gabriel, considerado como el ángel de la pureza, se dirige a María, la inmaculada joven de Nazaret, para comunicarle el misterio impensable de que Dios se va a hacer hombre en la Persona del Hijo del Altísimo. El ángel Gabriel es el medio de Dios para serenar en María la turbación primera: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y para revelarle el secreto sublime: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre JESÚS. Para un hebreo era mucho esa revelación. Porque venía ya con el nombre designado (cosa que sólo hace Dios) y porque ese nombre significa SALVADOR.  Lo que Gabriel anuncia a María es el MESÍAS DE DIOS, del que ella va a ser el vehículo de la vida del Hijo de Dios en el mundo de los mortales: será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
          Si se hubiera tomado como evangelio ese comienzo de Lc 1.26, habría habido una referencia directa a ese arcángel de la anunciación y llegaría más a los fieles el contenido de la fiesta. Yo me lo he permitido poner en esta reflexión en el deseo de celebrar la veneración de estos arcángeles.

          Queda Rafael sin una alusión directa en la liturgia de hoy. El arcángel que condujo a Tobías a buen éxito de su misión –encontrar esposa- y que luego lo acompañó hasta la casa de Tobías, el padre, queda como el acompañante y protector de nuestros viajes para que lleguen a feliz puerto. Es buena costumbre la de rezar a este ángel Rafael cuando se va a iniciar un viaje, e incluso cuando salimos de nuestras casas y vamos a estar en la calle con nuestras gestiones: que Rafael nos acompañe y nos haga volver a nuestra casa con salud y buen éxito en nuestra empresa. Es la otra cara del arcángel, aparte de la que indica su nombre, Medicina de Dios, cuyo sentido está dibujado al comienzo de esta reflexión.

jueves, 28 de septiembre de 2017

28 septiembre: Un mundo sin Dios

Liturgia
                      Entra hoy el profeta Ageo en la liturgia del día (1,1-8). Enlaza con el libro de Esdras que hemos tenido, con la reconstrucción del templo como argumento principal. Darío, rey de Persia, facilitó la reconstrucción.
          Sin embargo hay israelitas contestatarios que consideraban improcedente realizar aquella obra: Todavía no es tiempo, decían. Y ahí llega la palabra de Dios al profeta Ageo, que lleva la reflexión sobre el particular: ¿De manera que no es tiempo de reconstruir el templo, y vosotros vivís en casas de lujo recubiertas de madera?
          Y les hace caer en la cuenta de que así les van las cosas, porque no les luce el trabajo que hacen y la paga que reciben. En la mentalidad de aquella época se quiere hacer ver que sus posturas de rechazo a lo que Dios quiere, acaban produciendo una ausencia de Dios y por tanto un fracaso en sus cosas. Meditad, pues, en vuestra situación  y traed maderos y construid el templo.
          Dentro de que nuestra mentalidad no atribuye a Dios las desgracias, no cabe duda que es para meditar la situación del mundo de hoy. Acabo de ver una parte del telediario en una determinada cadena y en 20 minutos seguidos no ha habido ni una sola noticia que no haya sido de violencia, rebeldía, muertes, asesinatos, mafias, parricidios, abuso de menores (bien en pederastia, bien en el uso de menores en odios políticos). Realmente estamos echando los valores humanos en bolsa rota. Se ha logrado una sociedad sin Dios y se ha encontrado una sociedad sin humanidad siquiera. ¿Todavía no es tiempo de “reconstruir” esta situación? ¿Seguimos al margen de Dios, pretendiendo que las leyes humanas sean las que pongan orden? Y si las leyes humanas han pasado a ser papel mojado, y que los mismos representantes de la vida pública se saltan las leyes, ¿qué orden va a establecerse? ¿El de la jungla? ¿El del más atrevido y menos respetuoso? ¿El del que grita más fuerte y abusa más de su poder o de su influencia?
          La profecía que recibe Ageo es la de traer maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria. Y ya se sabe que el primer templo, esencial, es el de la PERSONA.

          Herodes estaba fuera de órbita. Había matado al Bautista y sólo entendía de hacer su voluntad y de buscar la veneración (adulación) de sus cortesanos. En esto que oye hablar de las cosas que hacía Jesús (Lc 9,7-9) y no sabía a qué atenerse porque el gusanillo interior le ponía ante sus propias felonías.
          Unos decían de Jesús que era Juan Bautista resucitado…, y eso aterraba a Herodes. Otros decían que era Elías. Otros que algún profeta que ha vuelto a la vida. Sea como sea, Herodes se encuentra ante un hecho que le sobrepasa: A Juan lo mandé decapitar yo; ¿quién es este de quien oigo hablar semejantes cosas? Sus remordimientos no le dejaban sosegar. Y tenía ganas de verlo. No llegó a verlo en la acción diaria de Jesús. Incluso Jesús se permitió “mandarle recado”: Id y decirle a ese zorro… De hecho vino a encontrárselo inesperadamente en la Pasión y no fue capaz de liberarlo. Tuvo que encontrase de frente con la figura más contraria a sí mismo: Jesús era un hombre con personalidad; Jesús no se doblegaba ante las adulaciones; Jesús no le hizo ni caso, aunque Herodes hubiera estado dispuesto a cualquier cosa con tal de tener a Jesús a sus pies.
          Ni pudo doblegar al Bautista, y sólo le venció a base de degollarlo, cediendo a las peticiones de una mujer diabólica con la que convivía, ni pudo rendir a Jesús. Herodes queda humillado y cuando ha llegado a conocer a Jesús, reacciona vistiéndole un manto brillante de burlas queriendo mostrar a sus cortesanos que era él quien quedaba por encima. Penosa, pírrica victoria, por la que queda en la historia como un monigote sin personalidad.

          Dios no envía males. Pero Dios aprovecha las realidades como avisos que expresan cómo la misma naturaleza o la sociedad perdida  están llamando  a reaccionar y a volver a Dios si queremos subsistir y no mordernos unos a otros. Porque el hombre sin Dios es un caníbal que acaba alimentándose de la carne  ajena.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

27 septiembre: Apostolado en pobreza

Liturgia
                      Esdras (9,5-9) hace una mirada retrospectiva, pensando en lo que había sido aquel pueblo, que se había alejado del Señor y una buena parte se había perdido en el destierro entre las naciones enemigas. Hemos sido gravemente culpables y por nuestros pecados nos entregaste a nosotros, a nuestros reyes y a nuestros sacerdotes, en manos de reyes extranjeros, y a la espada, al cautiverio, al saqueo, al oprobio… Eso ha dejado a Esdras exhausto, deprimido. Pero la intervención de los reyes de Persia que les han permitido el regreso a la patria y la construcción del templo, le ha hecho reaccionar de pronto y salir de su abatimiento al llegar la hora de la oblación de la tarde. Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado y no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia y nos dio ánimos para levantar el templo de nuestro Dios.
          Es todo un canto de agradecimiento que le hace volver a la vida, tras esa humillación –casi muerte- sufrida por el destierro. Nos lleva por tanto a una oración de reconocimiento de la acción de Dios y de las mediaciones que ha usado en aquellos reyes extranjeros, y con ello a agradecer el momento actual en el que “un resto” del pueblo –resto numeroso, pero solo una parte que no ha doblado la rodilla ante los ídolos de los gentiles- vuelve a tener su patria y su templo consagrado al Señor.

          Lc 9,1-6 es la misión apostólica a la que Jesús envía a sus apóstoles, para que –con poder y autoridad- lleven la avanzadilla de la acción de Jesús en los pueblos y aldeas de la comarca. Actuarán contra los poderes diabólicos y sobre las enfermedades. Es decir: la misma labor de Jesús. Y, además, proclamar el Reino de Dios. Palabra y acción…, acción que rubrica la palabra…, porque el Reino de Dios es activo y es la llegada de Dios a las gentes. Y Dios se manifiesta actuando y salvando (curando enfermos).
          Pero esa misión la han de llevar a cabo sin poder humano, sin recursos humanos, sin apoyos humanos. No deben llevar nada para el camino; ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni una túnica de repuesto. Diríamos que “con lo puesto”, como el Hijo del hombre que no tiene donde reclinar su cabeza. Su fuerza ha de ser la Palabra de Dios y las acciones de Dios. No las apoyaturas que dan seguridad y que podrían tener el peligro de atribuírseles la eficacia de la misión. Van en el nombre de Jesús, y Jesús iba por esos campos con la libertad absoluta del pobre, que depende de la providencia y de la compasión de las gentes,
          Por eso, quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Donde son recibidos, ahí se quedan. Y donde no son recibidos, sacuden el polvo de los pies para no quedarse ni con eso. No porfían, no discuten. Recibir la palabra de Dios y recibir a los mensajeros de la palabra es un acto libre de las gentes. Quien no quiera recibirlos, no pasa nada. Os vais a otro lugar.
          Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.
          Siempre que leo este tema, recuerdo la anécdota que se cuenta en la vida del Venerable Padre Tarín, un misionero de pro que recorrió España con sus misiones populares. Iba a las ciudades y pueblos con un simple bolso de mano en el que llevaba lo indispensable. Hubo un pueblo donde el fruto de la misión fue exiguo y no hubo respuesta por parte de las gentes. Y el Padre Tarín se culpaba a sí mismo de haber ido con demasiado bagaje y por eso no había habido fruto. Aún necesitaba más pobreza, pensaba él.
          La renovación de la Iglesia no la pueden llevar a cabo las planificaciones de despacho, los proyectos estudiados por los técnicos. La renovación de la Iglesia la llevaron siempre los santos, los que viven el evangelio: Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola…, San Vicente de Paúl (cuya fiesta litúrgica hoy celebramos). Viviendo ellos el evangelio y trasmitiendo esos valores que a ellos les hicieron dar su respuesta personal a Dios. Fueron los verdaderos renovadores de la Iglesia. El P. Tarín, con su exigencia de vida austera, con su llaga permanente en la pierna sin que ello le impidiera sus correrías apostólicas, y como él, tantos otros que murieron en olor de santidad, ellos son los que removieron pueblos enteros y elevaron el nivel espiritual de muchas almas.

          Nosotros no vamos a renovarnos por “hacer” muchas cosas sino por ese planteamiento sincero de vivir el evangelio.

martes, 26 de septiembre de 2017

26 septiembre: Poner por obra

Liturgia
                      A Ciro le sucede Darío (Es 6,7-8. 12. 14-20) que sigue los pasos de su predecesor en el tema de la ayuda que había que procurar a los israelitas para la construcción del templo. Da orden de que se facilite a los responsables de Israel todo lo que pueden necesitar para la construcción. Con lo cual cundió mucho más y pudieron acabar con la obra que ya habían profetizado Ageo y Zacarías.
          Las celebraciones por parte del pueblo israelita fueron muy solemnes y llenas de júbilo, con gran cantidad de ofrendas para la dedicación de aquel Templo. Todos celebraron aquel evento, purificados previamente según las costumbres de Israel.

          Otro evangelio breve, y muy conocido (Lc 8,19-21) en el que los parientes de Jesús, con María, la Madre, vienen a ver a Jesús, pero hay tal gentío alrededor de él que no pudieron acercarse. Le enviaron recado: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.
          Jesús estaba en sus predicaciones y enseñanzas. El pueblo lo rodeaba y él estaba cumpliendo con su deber apostólico y mesiánico. No estaba para familia y afectividades humanas. Por eso cuando le trasmiten la noticia, Jesús se limita a echar una mirada en torno de lo que tiene delante, y confesar que mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.
          Eso era lo que le importaba a él. Si los familiares lo entendían, era lo que él quería trasmitir. En cuanto a su madre, bien sabía él que era la persona más abierta a la palabra de Dios oída y respondida con fidelidad ejemplar. No dejaba Jesús a un lado a su madre sino que la ensalzaba. Si alguien tenía que aprender de aquella respuesta, eran los familiares, si es que no se habían percatado de que Jesús ya no les pertenecía porque había seguido en su vida la vocación mesiánica, que no podía quedar interferida por ninguna otra causa ni ningún otro afecto.
          Un día Jesús va a exigir a uno que quiere seguirlo que no valen para el reino los que ponen la mano en arado y miran atrás. No pedía nada que él no hiciera. Jesús puso su mano en el arado y miró siempre al frente, caminando derechamente hacia la realización de los planes de Dios. Cualquiera que quiere vivir en fidelidad a Jesús y dar respuesta a que cuenta con él, está pidiendo no mirar atrás, no cambiar los proyectos, no pretender que Dios se acomode a uno en vez de ser uno mismo quien se decida a vivir de acuerdo con los planes de Dios. Es la lección fundamental a la que nos lleva la fe y nuestra relación con Dios. A Dios no se le debe manipular pretendiendo que sea él quien varíe sus proyectos. Somos nosotros quienes tenemos que acoplarnos con los planes de Dios y, según eso, vivir nuestra vida y caminar por ella. Y entraremos en ese grupo de los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.


          Insisto en una idea que me marca mucho: nuestras “confesiones”, nuestro declarar nuestras faltas o pecados. Nuestro desembuchar aquello que nos agobia la conciencia, o simplemente “decir” lo que no estuvo conforme a ley, aunque en realidad no haya ninguna culpa moral. “Confesiones” que quedan en la “historia” de un pasado, con cuya exposición al confesor “nos deja tranquilos”. Y sin embargo con la “confesión” aún no se ha hecho nada más que contar: “Éste he sido”. Pero el sacramento del perdón no ha entrado aún. Entra cuando sobre esa “historia” se plantea una corrección, una mejora, unos medios a los que uno se compromete poner por obra. (Estamos sobre el tema del evangelio de hoy: el secreto auténtico de “oír la palabra de Dios”, o de una buena confesión, es PONER POR OBRA, es concretar muy seriamente lo ue se va a hacer para que “mañana sea mejor”. Porque la pregunta que tendríamos que hacernos al confesar, es tan clara como preguntarnos: ¿Y mañana, qué? Porque si no se van a poner medios y concreciones para corregir, la verdad es el Sacramento queda en el aire. Mañana tiene que ser mejor…, mañana hay que aplicar unos remedios, evitar unas circunstancias, poner por obra alguna cosa… Y eso no se da por supuesto. Requiere concretar, proponer, llevar revisión cada día de cómo se están poniendo en práctica aquellos remedios. El Sacramento del perdón es Sacramento de penitencia y es sacramento de conversión. Todo eso hay que renovarlo en nuestra mente para no entrar en la rutina que anula los efectos de esa acción sagrada.

lunes, 25 de septiembre de 2017

25 septiembre: Luz sobre el candelero

Liturgia
                      Comienza el libro de Esdras (1, 1-6) que es un balón de oxígeno en medio de los sufrimientos del pueblo de Dios. Ciro, rey de Persia reconoce al pueblo judío y pone por obra lo que Dios había anunciado por medio del profeta Jeremías: la liberación del pueblo de su deportación. Se sabe señor y dueño de aquellos reinos y encargado por el Dios del Cielo para edificarle un templo en Jerusalén.
          Los que pertenezcan a ese pueblo, que suban libremente a Jerusalén para reedificar el templo a su Dios, el Dios de Israel. Y que los que pertenecen a los otros pueblos les faciliten los materiales que necesiten para esa construcción: plata, oro, hacienda y ganado para las ofrendas.
          Y se pusieron a reconstruir el templo del Señor, y los vecinos proporcionaron de todo para esa labor. Fueron tiempos de esplendor para Israel. Providencialmente un buen estadista, Ciro, liberó al pueblo y le permitió vivir su fe y construir el templo magno en el que se rindiera el culto debido a Dios.

          El evangelio es corto. Lc 8,16-18 nos trasmite la idea de Jesús que nos considera luz que tiene que alumbrar. Por eso el candil se enciende para que dé luz y no para taparlo con una vasija y meterlo debajo de la cama. Para eso, no se hace nada. Pero el candil, colocado en un candelero, alumbra a todos los que entran en la casa.
          Y aprovechando esa comparación, Jesús exhorta a vivir la verdad abiertamente. Porque aún lo que se dice en secreto, al final llega a saberse y hacerse público. No hay nada que no llegue a saberse antes o después. Y tocante a las actitudes de la fe, lo que se vive o se deja de vivir acaba saliendo a flote. Aquí vendría a pelo lo del árbol malo que da frutos malos y así es conocido por sus frutos, como que el árbol bueno da frutos buenos y también se hace pública su bondad.
          Y acaba el párrafo con una llamada a ser fértiles en nuestras obras, porque al que tiene frutos, se le dará más todavía, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener. También aquí se puede evocar la parábola de los talentos: al que se le dio cinco y ganó otros cinco se le va a dar el talento que desperdició en que recibió uno. Porque a ese indolente se le quita el “uno” que tiene y que no ha hecho prosperar. Creía tener pero la realidad es que pierde hasta aquello que creía poseer.


          La aplicación que tiene esto para aquellos que van viviendo una vida ordenada es que siempre se espera de ellos un punto más. Que nunca se ha llegado al límite y que al que tiene, se le dará…, siempre habrá un algo más que puede recibir, precisamente porque tiene, porque está trabajando en esa línea de generosidad de su respuesta. El que ya se ha sentado en la cuneta a verlas pasar, aunque haya sido una persona activa y fiel, se le va a restar lo que ya ha renunciado prácticamente a dar de sí. Y es que en la carrera de la vida nunca vale sentarse al borde porque está uno cansado. En la respuesta a Jesús, a las llamadas de Jesús en el Evangelio, siempre hay una nueva posibilidad, y no cabe renunciar a ella. No cabe la “comodidad” del hombre espiritual ue se siente ya satisfecho de su vida. Siempre queda una nueva etapa, por corta y breve y pequeña que sea, a la que es llamado a correr para acercarse a la meta. Meta que nunca está plenamente alcanzada en esta vida, pero a la que nos vamos acercando para llegar a plenitud el día que nos llame el Señor.

domingo, 24 de septiembre de 2017

24 septiembre: Los planes de Dios

Liturgia
                      El evangelio de hoy (Mt 20, 1-16) suele ser para algunos desagradable por cuanto que no entienden el fondo de lo que Jesús ha querido trasmitir. Y juzgado desde principios humanos, suena a injusticia. Sin embargo cuando se entiende, es lo más consolador que puede habernos contado Jesucristo.
          Un propietario sale a la plaza a contratar jornaleros para trabajar en su viña. Y a los que están en la plaza esperando, les hace un contrato beneficioso de pagarles un denario por jornada. A lo que acceden felices porque van muy bien pagados. Lo lógico será que al final de la jornada, reciban su paga y se marchen tan contentos. No se les ha restado nada del contrato y han trabajado a sabiendas de que eso era lo que iban a cobrar.
          Pero el propietario sale varias veces más durante el día, incluso ya por la tarde. Y ya sin contrato les dice a los hombres aquellos, que han sido más bien perezosos, que vayan a la viña y que se les pagará un sueldo conforme a lo debido. Y todos van y todos trabajan, los que llegaron a las 12 como los que llegaron con solo una hora de luz. Todos han tenido acogida en la viña. A nadie se ha despreciado. A todos se les ha dado oportunidad.
          Y cuando llega el momento de cobrar, empieza a pagarle a los que llegaron últimos. Y el propietario, por pura generosidad suya y teniendo más en cuenta la necesidad de aquellos hombres, les paga un denario a cada uno.
          Los de la primera hora piensan que a ellos les van a dar ahora más. Pero ellos reciben su denario de acuerdo con el contrato de la mañana. El que el amo pague igual a los otros es cosa suya, que no hace ningún agravio a los primeros.
          Si salimos de la parábola, Jesucristo está hablando de la salvación, del Reino de Dios. El que es diligente y está desde el principio en el camino recto y persevera en él, tendrá su paga: será salvo.
          Pero Dios no se conforma con que sólo los diligentes primeros se salven. Dios quiere que todos se salven, y sigue llamando una y otra vez…, y hasta que falta sólo una hora de la vida. Si van, aunque sea entonces a última hora, van a ser salvados. Lo mismo que los primeros, porque la salvación no tiene grados. Salvarse es salvarse, y Dios nos quiere a todos salvados. Por eso su misericordia llama hasta la última hora.
          ¿Cuál es la diferencia? –El riesgo de esos últimos que pudieron no ser llamados si el amo no hubiera salido a la plaza tan tarde. Pero ya que ha salido y ellos han respondido, tienen abierta la puerta de la salvación. Los primeros pueden tener añadido el gozo de haber servido desde el principio y haber sido diligentes para estar en la plaza desde la primera hora.
          De ahí esas palabras de la 1ª lectura (Is 55,6-9): Buscad al Señor mientras es tiempo, invocadlo mientras él os llama. Que el malvado (o indolente) abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y él tendrá piedad, porque Dios es rico en perdón.
          Y para que quede claro que Dios no tiene la justicia de los hombres, añade: Mis planes no son vuestros planes y mis caminos no son vuestros caminos. Como el Cielo está distante de la tierra, así mis planes de los vuestros. Podemos, pues, entender al Señor, partiendo de que Dios utiliza otro baremo de justicia. Para Dios la JUSTICIA es santidad y bondad y misericordia.

          Completa la enseñanza la 2ª lectura (Filip 1,20-24.27) en la que el apóstol Pablo expresa su deseo de morir y tener ya la posesión de Cristo y de la vida eterna. Esa sería su ganancia. Pero comprende que su labor con sus comunidades cristianas puede necesitar de su presencia y enseñanza. Y entonces acepta de buen grado seguir viviendo para poder ayudar. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna. Para ello sigo ofreciendo mi ayuda y que Cristo sea glorificado por mi vida o por mi muerte.

          Centremos todo el mensaje de hoy en este momento en que hacemos presente, vivo entre nosotros, a Jesucristo. Por este Sacrificio suyo somos salvados nosotros, aunque no fuéramos jornaleros de la primera hora. Nuestra ganancia es Cristo y sabemos que cuando permanezcamos fieles a él, nos llegará la salvación que nos ha ganado con su muerte y su resurrección, la que celebramos al vivo en la EUCARISTIA presente.



          Cerca está el Señor de los que le invocan, hemos repetido en el Salmo. Por ello venimos a invocarte.

-         Que nuestra alegría sea poder estar llamados a la viña del Señor. Roguemos al Señor.

-         Que vivamos la esperanza del Reino, aunque no fuéramos jornaleros de la primera hora. Roguemos al Señor.

-         Que Dios reciba gloria en todo momento de nuestra vida. Roguemos al Señor.

-         Que en la Eucaristía nos sintamos salvados y nos unamos a Cristo con nuestros sacrificios. Roguemos al Señor.


Queremos, Padre, acoger tus planes con toda humildad, aunque no siempre los comprendamos, pero reconociendo que son planes de salvación para nosotros.

          Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. AMÉN.

sábado, 23 de septiembre de 2017

23 septiembre: PARÁBOLAS

Liturgia
                      Pablo insiste a Timoteo (1ª, 6,13-16) con solemnidad especial (en presencia de Dios que da vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato) a guardar el mandamiento sin mancha ni reproche. [Intacto, irreprochable].
          El texto en cuestión no es nada fácil y tiene diversas interpretaciones según los comentaristas. Si estuviéramos en San Juan, “el mandamiento” sería muy fácil de “traducir” por “el mandato del amor”. Pero estamos en Pablo y no es eso lo que él dice. “Guardar el mandamiento” sería vivir todo lo que le ha enseñado en la carta a su discípulo, o bien La Ley o algún precepto particular de la Ley, o bien a todo lo que sale de vivir la fe que Timoteo juró guardar de por vida. De ahí que “sin mancha ni reproche” puede referirse al modo de guardar el mandamiento, o puede referirse a la actitud del propio Timoteo: “intacto e irreprochable”.
          Ya comprendéis que este modo de comentar no es propio mío. Lo que significa que os trasmito un estudio de un comentarista. Es que yo no me aclaraba ante tanta solemnidad de pronto, y a un término que no explicitaba nada: guardar el mandamiento. Todo ello hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien Timoteo sirve y por el que ha empeñado su vida.

          El evangelio (Lc 8,4-15) nos trae de nuevo la parábola del sembrador, con la novedad de expresar de modo continuado la parábola y su explicación a los apóstoles: A vosotros se os ha dado conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas porque viendo, no ven y oyendo no oyen. Aquí tenemos, como en otros lugares, que leer con mentalidad realista y no “al pie de la letra”, porque “al pie de la letra” dice un absurdo substancial. La expresión de Isaías que se conserva en estas palabras de Cristo, dice: “para que viendo, no vean y oyendo, no entiendan”. Y ahí está el absurdo: que Cristo predicase a las gentes para no ser entendido. Por ello hay que “leerlo” en positivo, que es el verdadero sentido de lo que Jesús hacía: enseñaba en parábolas como cuentecillos inteligibles por la gente simple, precisamente para hacerse entender.
          El pueblo al que Jesús se dirige no es un pueblo intelectual. Es más: su mentalidad no capta los conceptos teóricos. Es un pueblo mucho más gráfico que necesita del “ejemplo”, de la “figura”, para poder entender. Y Jesús les habla en su lenguaje, el de las parábolas, para hacerse entender. De ahí que la frase de Isaías no tendría sentido en tiempo de Jesús, y que hay que “leerla” en positivo: les hablo en parábolas porque viendo la doctrina, no ven y oyendo mis enseñanzas no entienden. Por eso tengo que utilizar su lenguaje para que vean y entiendan.
          Que de hecho era un lenguaje muy familiar a Jesús que continuamente lo está empleando, también con la gente culta, y unas veces con parábolas desarrolladas y otras con comparaciones muy cortas: los odres y el vino nuevo. Cuando Jesús retomó otro texto de Isaías para hablar a los doctores sobre la viña mal administrada, en la que los arrendatarios mataban a los enviados del dueño, los doctores escucharon boquiabiertos aquella descripción tan plástica que Jesús les estaba poniendo delante. Y no se dieron cuenta hasta el final de que Jesús los estaba retratando a ellos. Tampoco ellos veían y no escuchaban, y eso que era los hombres cultos. Y se tragaron toda la enseñanza de Jesús como quien oye el cuento que Jesús sabía bordar con un gracejo especial.  Cuando quisieron acordar, ya estaba dicho todo.
          Lo que importa es que nosotros no nos quedemos en la narración de la parábola y que hagamos una introspección para saberla leer en su contenido profundo, el que nos abarca nuestra vida y donde se nos pide una respuesta personal a la parábola.

          De ahí que la del sembrador no es una división maniquea de malos y buenos sino una reflexión muy a fondo de nuestra vida personal, ahí donde hay “zonas” de respuesta y zonas que no responden a la finalidad de la semilla esparcida. Y que seamos conscientes de que hay aspectos en los que no nos hemos estrenado (semilla en el camino duro), otros aspectos de entusiasmos que no duran, aunque “quisiéramos” (pero que no queremos con decisión), bien sea por falta de interés (no hay tierra), bien porque estamos enfangados en múltiples cosas (entre zarzas y matorrales), y no dejamos espacio libre al crecimiento de la semilla. Por supuesto que hay otros aspectos que sí funcionan y que Lucas los da como frutos que alcanzan el ciento por uno.

viernes, 22 de septiembre de 2017

22 septbre.: Jornada normal de Jesús

Liturgia
                      La palabra que Pablo dirige a Timoteo (1ª,6,2-12) es muy práctica. Lo que tiene que hacer el discípulo es atenerse a las palabras de Jesucristo, es decir, la doctrina que armoniza con la piedad. Lo contrario, dice el apóstol es ser un orgulloso y un ignorante. Y con una plasticidad elocuente le dice, refiriéndose a ese tipo de persona: padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles, atendiendo sólo a las palabras. Y advierte que eso provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad. Y llevando el tema a un extremo, considera que esos han hecho de la piedad un lucro.
          Luego aprovecha la última idea para hablar del “lucro” o riqueza que trae la religión, como una ganancia cuando uno se contenta con poco: comer, dormir, y poder vivir en paz. Por el contrario los “ricos” se enredan en mil tentaciones, se crean necesidades absurdas y nocivas, que hunden a los hombres en la codicia y la ruina. El pobre lo tiene todo y no necesita más. El rico carece de todo y siempre necesita más. El pobre es feliz en su pobreza porque con lo poco que tiene, come, duerme y vive en paz; el rico es desgraciado en su riqueza por esas necesidades nocivas que se crea y que nunca tienen fin, y que siempre dejan insatisfecho.
          Por eso, tú, hombre de Dios, huye de todo eso, practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado.

          El evangelio de hoy da poco de sí para una reflexión más profunda. Lc 8, 1-3 narra una realidad de la vida común de Jesús, de lo que habría tantas y tantas jornadas en su vida: caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino de Dios. Digamos que era su forma más habitual, sus días más normales. Le acompañaban los apóstoles como los incondicionales, los que formaban un todo con Jesús. Y algunas mujeres que se habían adherido al grupo, siguiendo a pequeña distancia, que tenían el gusto de servir al grupo en sus necesidades. Una de las mujeres que ya no se saben separar de Jesús es María Magdalena, de la que habían salido siete demonios. ¿Se trata de aquella mujer pecadora que regó los pies de Jesús con sus lágrimas en casa del fariseo? De hecho aquella era una mujer pecadora pública, que había escandalizado a Simón, el anfitrión. Bien se podría decir que de ella había lanzado Jesús “siete” demonios…, la totalidad de su vida de pecado: Mujer: perdonados son tus pecados, le había dicho. Y aquella mujer amó mucho. Nada extraño tiene que pudiera ser la misma mujer que ahora acompaña a Jesús como admiración y agradecimiento sin límites. A pensarlo así invita la cercanía de los dos relatos en el evangelio de Lucas. Aunque a los estudiosos les toca dilucidar si se trata de la misma mujer o de otra. Sea lo que fuere, también en ésta había actuado a fondo Jesús y también ésta se había hecho seguidora de Jesús por gratitud.

          Acompañan otras mujeres, que ayudaban con sus bienes. Un caso de personas con pudientes, que emplean sus bienes en la obra de expansión de la Buena Noticia, en seguimiento de Jesús. Y evidentemente en ese seguimiento de auténticas discípulas, que han dedicado una parte de sí mismas al Señor. Lo que demuestra que Jesús no desecha a quienes tienen bienes por el hecho de tenerlos, y que las frecuentes referencias peyorativas a los “ricos” no vienen por el hecho de ser ricos sino por usar mal de sus riquezas, por envalentonarse sobre los propios valores hasta llegar a mirar a los otros por encima del hombro. De hecho en la historia del catolicismo hay muchos ricos santos y heroicos en la grandeza de su corazón, que dedicaron –y dedican- sus bienes a una obra evangélica de beneficencia o apostolado. Son ricos bienaventurados desde el momento que su riqueza está a disposición de la obra de Jesús y, en su vida personal, viven el espíritu de la pobreza evangélica.

jueves, 21 de septiembre de 2017

21 septiembre: Enfermos y pecadores

Liturgia.  San Mateo
          Celebramos la fiesta litúrgica del apóstol y evangelista San Mateo. Viene a colación la carta de San Pablo a los fieles de Éfeso en la que describe (4,1-7. 11-13) cómo cada cual ha recibido un carisma: unos son apóstoles; otros, profetas; otros, evangelistas; otros, pastores y doctores. Y todos para el bien común, cada cual según su ministerio. En Mateo concurren dos carismas, el de apóstol y el de evangelista, que puede narrar sus personales experiencias de la vida junto al Maestro. Pero aunque los carismas de unos y otros son diversos, todos confluyen en Jesucristo, que es único Señor, que mueve a una sola fe, que entra por un mismo bautismo. UN DIOS que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo. Los carismas son dados para el perfeccionamiento de los fieles y para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
          Todo ello va en orden a que andéis como conviene a vuestra vocación a la que habéis sido llamados. Y para serlo, sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Esa es la medida de plenitud de Cristo y hacia ahí hemos de tender siempre. No llegaremos a la “plenitud” –la medida de Cristo- pero caminaremos hacia ella, lo que hace de nuestra vida una atracción permanente hacia algo “más”.

          El evangelio (Mt 9,9-13) es la misma llamada de Jesús a Mateo, el publicano que se ganaba la vida con el cobro de los impuestos, tan mal visto por los judíos y tan abominado por los fariseos, pero a quien ha mirado Jesús con su mirada atrayente: vio Jesús… Y Mateo corresponde a la mirada aquella levantándose de su mostrador y yéndose con Jesús, y celebrando tal encuentro con una comida de despedida de sus compañeros de fatigas, los otros publicanos, a cuya comida asiste Jesús y los otros discípulos que ya le habían seguido.
          Comer juntos es siempre una muestra de amistad y de “comunión”. Por tanto, un escándalo para los fariseos que ven en Jesús al hombre de los milagros que se junta con aquella ralea, y por tanto se hace uno de ellos. Y se van a meter cizaña entre los discípulos, preguntándoles con sorna, cómo es que su Maestro come con publicanos y pecadores. Jesús responde que él ha venido precisamente a ellos, los que son pecadores, lo mismo que un médico va a los enfermos y no a los sanos. Los sanos se bastan a sí mismos. Por consiguiente, andad y aprended lo que significa: “misericordia quiero y no sacrificios”. Los fariseos son muy amigos de hacer sacrificios y guardar muchas leyes externas. Pero no entienden de acogida, de compasión y de misericordia. Por eso no he venido a llamar a justos (los que se creen justos y creen estar por encima de todos) sino a pecadores. Es lógico, pues, que los fariseos no se sientan llamados, puesto que ellos viven la vida como puritanos que no necesitan de misericordia de nadie.

          Un caso muy concreto es el que correspondía hoy al evangelio de la lectura continua: la pecadora que unge los pies de Jesús (Lc 7,36-50). También en aquella ocasión tiene Jesús que corregir al fariseo Simón, que se escandaliza de que Jesús se deje tocar por una mujer pública que ha irrumpido en el patio del convite y se ha echado, llorando, a los pies de Jesús, regándolos con sus lágrimas y secándoselos con sus largos cabellos.
          La incomodidad del fariseo es patente y Jesús sale al paso y le cuenta un cuento de esos que Jesús sabía aplicar a las ocasiones: un prestamista tenía dos deudores, uno que debía una suma considerable y otro que le debía menos. No tenían con qué pagar y los perdona a los dos. ¿Cuál estará más agradecido?, pregunta Jesús a Simón. Y el fariseo responde que juzga que más agradecido el que ha recibido la condonación de una deuda superior.
          Pues exactamente: la mujer aquella debía mucho por su mala vida. El fariseo debía poco por su vida puritana. Pero a la hora de la verdad, la mujer se muestra mucho más generosa en su agradecimiento, haciendo con Jesús los detalles que el fariseo no ha sabido tener.

          Por eso –se dirige a la mujer y le dice-: tus pecados son perdonados. Tu fe te ha salvado. Volvemos, pues, a lo mismo: Jesús ha venido a los enfermos y pecadores y ellos lo han sabido captar.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

20 septiembre: Inconformistas

Liturgia
          San Pablo exhorta a Timoteo, su discípulo, (1ª,3,14-16) a comportarse (o a que el mundo se comporte) como corresponde a la asamblea de Dios vivo, a la que define como “columna y base de la verdad”. Así describe a la Iglesia, concretada en la comunidad que tiene a su cargo. Y el fundamento de tal calificativo es que Cristo se manifestó como hombre, lo rehabilitó el Espíritu, se apareció a los mensajeros, se proclamó a las naciones, creyó en él el mundo y fue exaltado a la gloria. Es el centro del mensaje de la salvación, la suma de la predicación cristiana. El texto no es fácil y hay que recurrir al comentario de un experto que ha hecho un estudio crítico de ese párrafo tan sincopado.

          El evangelio es muy expresivo y Jesús se manifiesta con una soltura llamativa. Lc 7,31-35. Jesucristo se encuentra ante unos dirigentes (incluso un pueblo) que se contradicen en sus reacciones. Y Jesús ridiculiza esa situación comparándolos con los niños que juegan en la plaza pero que no aceptan ningún juego: que si les tocan la flauta no bailan y si les tocan lamentaciones, no lloran. ¿Qué es entonces lo que quieren? ¿Cómo se les puede contentar?
          Y una vez que ha puesto de frente la imagen que les debe hacer pensar, ahora baja a lo concreto, que es el ambiente en el que se desenvuelven. Vino Juan Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio. Viene el Hijo del hombre que come y bebe y decís: “Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores”. ¿En qué quedamos?, sería la pregunta de Jesús a aquella  generación. ¿Qué es lo que verdaderamente quieren y qué es lo que realmente esperan?

          Pienso que algo de esto habría que preguntar hoy a esas personas que se quieren refugiar en costumbres antiguas, y no acogen las pautas de la Iglesia. Y lo mismo diría de los que no están conformes con esas pautas porque siempre pretenden más. El caso es no estar de acuerdo con lo que hay, y unos por más y otros por menos estar “peleados” o enfrentados con la Iglesia. La Iglesia padece hoy los mismos efectos que Jesús ya hacía patentes en esas palabras que nos ha puesto delante el evangelio de hoy.
          Concluye Jesús con una de esas frases lapidarias que rubrican muchas de sus actuaciones: Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón. La Sabiduría es Dios (Dios es sabio en sus planes), y los discípulos de la Sabiduría son los que siguen los caminos de Dios. Y esos son los publicanos y la gente sencilla, que son los que aceptan a Jesús como aceptaron antes el mensaje de Juan.
          Admira la fe de la gente del pueblo, de nuestro pueblo, la fe de tantas y tantas personas que sencillamente CREEN porque han puesto su corazón en Jesús y en Dios y en la Iglesia. No entran en disquisiciones. Sencillamente creen, y para ellos el mensaje de Cristo es indiscutible, y pondrían su vida por defenderlo. Causa dolor ver a los sabios y entendidos de este mundo, dudar de todo, pedir explicaciones a todo, buscar las raíces de todo…, y negar todo lo que viene de la fe católica. Ya Jesús alabó a Dios y dio gracias por la gente sencilla, mientras que los sabios no entienden nada y se aferran a lo contradictorio con tal de no dar su brazo a torcer, o de disponer su mente a algo que está más allá de la ciencia y de las ecuaciones.

          No dejo de pensar en esos creyentes que –sin embargo- parecen estar en lucha con las verdades de la fe y parecen estar siempre “más allá”… Que se posicionan contra el Papa, que pretenden saber más que los estudiosos de la materia y que siempre hallan un resquicio para no acoger la fe con el desprendimiento que se necesita para rendirse ante Dios y ante la Iglesia de Jesucristo. Se está repitiendo con más frecuencia de lo que aparece aquel pecado de soberbia de los ángeles que no quisieron doblegarse ante la manifestación de Dios, y crearon así un infierno del que ya no cupo la marcha atrás.

martes, 19 de septiembre de 2017

19 septiembre: NAÍM

Liturgia
          No entro en la 1ª lectura que –opino- no era necesaria para exponerla en lectura pública. Ni es actual ni enseña nada que nos interese en el contexto actual. Salvo dos puntos que pueden ser concretos: Las mujeres no sean chismosas, sino respetables, sensatas y de fiar en todo.
          Y en cuanto a los diáconos casados –diáconos permanentes- que reciben una orientación práctica de su modo de proceder y vivir.

          El evangelio sí es muy cordial. Lc 7,11-17. Jesús caminaba hacia Naím. Naturalmente caminaban con Él sus discípulos. Un camino que puede ser ocasión para meternos en medio..., VER, OÍR, OBSERVAR, aprender el valor que tiene también CALLAR, junto a Jesús...
          También iba “un gran tropel de gente”... Buscaban a Jesús... ¿Por qué lo buscaban? - Unas veces se nos dice que la gente estaba ansiosa de OÍR LA PALABRA DE JESÚS..., - Otras, porque le llevaban a sus enfermos, y Él los curaba... Y en esta conversación nos hemos plantado en las afueras de Naím..., a las puertas de la Ciudad.
          Y observamos que Jesús está de pronto con la mirada, el pensamiento y el corazón puestos en otro sitio. Algo ha visto, algo ocurre, que ya le ha atraído la atención. Jesús se fija..., mira fijamente... “He aquí que sacaban a enterrar a un difunto”...
          Eso es lo que estaba mirando Jesús con tanta atención... Y lo vemos de pronto que aligera el paso..., que se va derecho hacia allí...
          En este instante queda interrumpida nuestra conversación con Él y la suya con nosotros... Era deliciosa esa experiencia de “oración”, de diálogo... Pero es que ahora se trata de una necesidad..., de alguien que sufre... Y la vida interior -por vida y por interior- deja el rato interior gozoso y se va a buscar a quien sufre y necesita ser ayudado. Para eso se había retirado uno a hablar con Jesús: para ahora tener las fuerzas y la decisión de IR a atender al hombre que sufre a nuestro lado.
          Jesús se ha abierto paso entre la gente... Y bien porque ha preguntado, bien porque ha escuchado los lamentos de las plañideras, pronto se ha hecho cargo de la situación:
          - no sólo es “que sacaban a enterrar a un difunto”, - sino que el difunto era “hijo único para su madre (y para el sustento y la viudez de su madre) pues ella era viuda...
          Jesús no esperó más... Podía irse al féretro directamente..., pero lo que a Él le partía el alma era aquella pobre mujer desconsolada y sola... (“mucha gente de la ciudad estaba con ella...;” pero ¿qué podían ofrecerle?: ¿llorar con ella y lamentarse? Y la verdad que ya hacían lo que podían; pero es que para ella aquello no podía consolarla...)
          Jesús se fue derechamente a ella... “En viéndola, sintió que se le enternecía el corazón” (que se le partía el alma, que él estaba también con las lágrimas en los ojos)... Y la abraza con ternura y mirándola fijamente..., poniendo fuerza en sus palabras, como quien transmite seguridad y confianza le dice: “NO LLORES”...
          Y Jesús habla al difunto...: “¡Joven: YO te lo digo: LEVÁNTATE!”
          Si pudiéramos detener la escena, sería cosa de mirar atentamente las cosas... Mirar alrededor..., la madre..., los discípulos..., los que llevaban el féretro y se habían detenido..., las plañideras que se callan..., la gente... Vayamos haciendo una especie de “barrido de cámara” para captar los rostros y los sentimientos...          El difunto...: “Se incorporó”..., y como quien despierta de un sueño, o de una pesadilla “comenzó a hablar”...
Jesús no se ha quedado solo en el hecho material que acaba de hacer... Quedaba el matiz humano, cordial... Él mismo le ayuda al muchacho a salir del féretro..., y Él mismo ”Se lo entrega a su madre” con un gozo indecible que le sale a la cara... Era el gozo por el gozo de aquella mujer..., el gozo por haber podido llevarle tal gozo...
          La mujer se abrazó a su hijo... Aunque no sé si pudo contenerse sin abrazar también a Jesús.
          Y la gente... La gente no supo reaccionar de momento... Se quedó sobrecogida...
          Luego ya comenzaron a hablar y comentar...: “Un gran profeta ha salido en medio de nosotros..., Dios nos ha visitado...” Dios ha hecho sus obras, sus maravillas, por medio de un profeta nuevo...
          Y la noticia se divulgó por todas las comarcas vecinas...

          También nosotros, sobrecogidos, admirados..., vamos a hacernos verdaderos misioneros de Jesús... Pero no son sólo palabras lo que el mundo necesita... Son nuestras obras las que tienen que hacer a los otros prorrumpir en alabanzas del Señor.

lunes, 18 de septiembre de 2017

18 septiembre: No soy digno

Liturgia
                      Pide Pablo a su discípulo Timoteo (1ª, 2,1-8) que haga oraciones, plegarias y súplicas por los reyes y por todos…, por los de arriba y por los de abajo, por los influyentes y los influenciados. Y da una razón muy humana y muy real: para que podamos llevar una vida tranquila y apacible. Pero no se queda sólo ahí: También para poder vivir toda piedad y decoro. Por el momento lo que es la piedad de unos con otros y el decoro de una vida que acepta las leyes y se rige por ellas, como un modo de convivencia y respeto.
          Lo podemos entender actualmente de una manera muy clara pues si algo rompe todos los moldes de esa convivencia es la rebeldía contra las leyes, el querer cada facción de personas hacer las cosas a su modo sin tener una norma común en la que desenvolverse. Cuando una parte de la sociedad rompe la baraja y no acepta la norma común, se produce una situación en la que no es posible esa “piedad” o modo respetuoso de relaciones humanas. Y el “decoro” se rompe porque los extremismos rompen todas las barreras y surge entonces la parte de la sociedad que padece los abusos de la otra parte.
          Luego estaría entender la piedad como una parte de la relación del hombre con Dios, aceptando y viviendo se acuerdo con sus mandamientos y preceptos, lo que da el fruto del verdadero decoro por el que puede haber entendimiento entre todos porque hay un punto básico de referencia, que es la ley de Dios.
          Y Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. De ahí esa urgencia de pedir por todos. Incluso por los que rompen las reglas del juego, a ver si se mueven en sus corazones para aceptar esas leyes de Dios y de los hombres que están dictadas para el bien común. Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos.
          Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de toda ira u divisiones. Condición para orar una oracion que pueda ser recibida y escuchada por Dios: las manos limpias, el corazón limpio. Una oración desprendida y confiada, que sea digna del Dios santo al que nos dirigimos.

          Lc 7,1-10 es esa bella historia del centurión que vive con enorme humildad su petición a Jesús. Tenía un criado muy grave y se le ocurre recurrir a Jesús para pedirle la salud del criado. Sin embargo él no va directamente y prefiere que haya unos intermediarios que hablen por él Y como él es pagano, son unos judíos quienes hablan a Jesús y recomiendan al centurión para que Jesús le atienda en su necesidad.
          Jesús no lo duda y se pone en camino hacia la casa del centurión, pero éste -al saberlo- le envía emisarios para confesar que él no es digno de tal visita. Y con una fe ejemplar y una confianza sin límite, le dice que no es digno de que venga a su casa; que basta que lo diga de palabra y el criado sanará. Y aduce sus razones poniendo ejemplos humanos porque él tiene criados a sus órdenes y de palabra da las órdenes que tiene que dar y ellos las cumplen.
          Jesús se admira de tal fe en un pagano y hace tal como dijo el centurión: una palabra y el criado sana. Jesús alaba al centurión ante los judíos que le acompañaban. Y cuando los criados emisarios regresan a la casa, encuentran que el compañero ha sanado de su grave enfermedad.

          Se me ocurren algunas reflexiones sobre el caso:
- la fe que se entrega completamente en manos de Jesús, sin dudar que concederá lo que se le pide.
- la humildad de la persona que pide: “No soy digno”
- la forma en que debiéramos rezar nosotros esa oración antes de la Comunión, evitando la rutina con la que muchas veces apenas si se puede llamar rezo a la manera en que se hace.

          Que, por cierto, nosotros variamos la forma de esa oración, porque el centurión la dijo para que Jesús no tuviera que bajar a su casa, y nosotros la decimos para que venga a nosotros. Porque ciertamente no somos dignos, pero pedimos la palabra de Jesús que nos sane para poder recibirlo con la suficiente dignidad de pobres criaturas, muy necesitadas de que Jesús venga a nosotros y realice en nosotros ese milagro de nuestra sanación, no sólo para el momento de esa comunión sino para todo un nuevo modo de proceder: sanarnos.

domingo, 17 de septiembre de 2017

17 septiembre: EL PERDÓN

Liturgia del Domingo 24 A, T.O.
          El comentario más inmediato del evangelio de hoy es el que nos da la 1ª lectura (Ecclo 27,33 a 28,9), poniéndonos delante la necesidad imperiosa de perdonar cuando uno quiere ser perdonado. Y cuando el perdón que se desea alcanzar es el de Dios hay una razón de más para otorgar el perdón a quienes ofendieron: Perdona las ofensas a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
          Y se pregunta el autor del Eclesiástico: Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? ¿No tiene compasión de su semejante, y pide perdón de sus pecados?

          Por eso, cuando Pedro pregunta a Jesús si ha de perdonar siete veces (lo que –en el lenguaje de la época- suponía un perdón absoluto y total), Jesús riza el rizo y se lo multiplica ampliamente: No te digo “hasta siete veces” sino hasta setenta veces siete. (Mt 18,21-35(. Es una rotunda afirmación de Jesús que ahí está y que expresa diáfanamente que hay que perdonar siempre, y que nunca el mal que nos han infringido puede justificar un rencor, una negativa al perdón de la ofensa recibida.
          Jesús tiene su modo de explicar las cosas con sus parábolas. Y nos pone el caso del que es perdonado de una deuda muy alta –diez mil talentos-, y que cuando sale de ese trance, él no es capaz de perdonar a un compañero una fruslería de cien denarios. Y Jesús explica que cuando el amo se entera de aquello, lo vuelve a llamar y le exige ahora que él pague toda su deuda  grande porque no supo perdonar a su semejante. Y que ahora tiene que afrontar toda su responsabilidad lo mismo que él le ha exigido al compañero. Y concluye Jesús con la lección: Lo mismo hará con vosotros vuestro Padre del cielo si no perdonáis de corazón a vuestro hermano.

          No es tan extraño el que afirma que no puede perdonar la ofensa recibida o “perdono pero no olvido”, aunque él viene al confesionario a pedir la absolución de sus pecados. Y no cae en la cuenta de que puede no ser sujeto de perdón porque él no sabe perdonar. Y que la absolución puede no valerle porque él no es capaz de otorgar su compasión al que le debe algo. Por muchas razones que crea tener, por muchas justificaciones que alegue, si no está dispuesto a perdonar al otro, no puede solicitar el perdón de Dios. De hecho, cuando reza el Padrenuestro pide que a él le perdonen como él perdona. Lo que significa que pide no ser perdonado el que no es capaz de perdonar.

          La 2ª lectura (Rom 14,7-9) viene a apoyar la actitud de corazón grande que hay que tener, saliendo cada uno de sí mismo para abrirse al prójimo y a las necesidades del prójimo: Ninguno vive para sí mismo ni ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para eso murió y resucitó Cristo.
          Esto tiene su relectura muy actual en la forma en que se viva con el alma abierta a los otros o que se encierre la persona sobre sí misma y sólo se ocupe de sí misma. Tendemos al egoísmo de quedar encerrados en el YO. La queja de tantas familias es el desamparo que padecen de los suyos. Cada cual vive su vida y prescinde en la práctica de la vida de los otros. Y sobre todo las personas mayores llegan a sentir la soledad de los hijos y aun de los nietos, que viven solamente para ellos y sus cosas, y no tienen un gesto habitual de interés por los mayores.

          Llegar a la EUCARISTÍA es llegar a la piedra de toque de la verdad. Hoy habrá, como todos los días, la fila de comulgantes que se acercan a recibir al Señor. La pregunta que debemos hacernos cada uno es si ese mismo caminar se hace en dirección de los padres, de los abuelos, de los tíos… Si el domingo tiene esa doble dirección para no planificarlo solamente como día de disfrute personal, o si juntamente se busca acompañar a quienes están más solos o más necesitados de unas muestras de cercanía y cariño.
          Y por supuesto, plantean esas filas de comulgantes si no hay alguno que tenga que dejarla para ir primero a reconciliarse con el hermano, para luego volver a la fila con toda la plenitud de participación que requiere haber sabido perdonar.




          Presentamos nuestras peticiones al Señor.

-         Que vivamos siempre con el corazón abierto al perdón. Roguemos al Señor.

-         Que pensemos en los demás y demos lo que para nosotros mismos deseamos. Roguemos al Señor.

-         Que el domingo no sea sólo para disfrutar sino para ofrecer compañía y calor afectivo. Roguemos al Señor.

-         Que vivir nuestra fe tenga la proyección en la vida. Roguemos al Señor.


Ya que estamos participando de la Eucaristía, condúcenos a una respuesta que sea más conforme a lo que tú deseas en los detalles de la vida.

          Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.