MARTES DE SEMANA 17
En
las Iglesias jesuíticas, hoy celebraremos como solemnidad litúrgica a San
Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús. Pero el blog va más allá
de esas fronteras y seguirá, como –en toda la Iglesia- la LECTURA
CONTINUA. En ella, pues, me detengo.
Los
estereotipos nos llevan siempre a esa
lectura “molesta” de los profetas, o narraciones de una historia desde la
visión de los hechos humanos, que –por otra parte- no sabían narrar sino desde
los sentimientos de un pueblo agresivo (y los hagiógrafos (historiadores de la
Sagrada escritura) que al mismo tiempo no podía explicar esa historia si no era
poniendo a Dios en la cúspide de todo, y por tanto –en la narración- como autor
necesario tanto del bien como del mal.
Habría que remitirse a los estudios de los especialistas, o de la
Historia de las Religiones, cosa de la que libero a mis lectores y me libero
yo. Y yo, como hombre de fe, como creyente
en Dios. Como sabedor de que Dios no
puede hacer el mal porque eso va contra su propia esencia (“conjunto de todos los bienes s, sin mezcla
de mal alguno”), leo la Biblia desde esa clave y no desde la clave judía ni
primitiva de hace tantos siglos.
Leo,
pues, a Jeremías como el narrador del HOY presente…, como si Jeremías fuera el
cronista de nuestros tiempos, que estuviera narrando la realidad de los
periódicos de este 31 de julio. ¿Y qué
es lo narraría? - La terrible desgracia de la doncella de Israel –del mundo de hoy,
mundo amado de Dios- que sufre fuertes
dolores, y que se traduce –en la realidad- en que salgo al campo y veo muertos a espada (o a bombas, o a esclavos de
los poderosos) y entro en la ciudad y veo
desfallecidos de hambre, y profetas y no profetas vagando por el país sin saber
adónde ir. Y veré al vulgo ignorante
que se vuelve a pedirle cuentas a Dios, a echarle las culpas de los males,
mientras el propio vulgo es el que produce tanta desgracia porque “el hombre se
ha vuelto un lobo para el otro hombre”.
¿Es de eso de lo que culpamos a Dios?
En el lenguaje de Jeremías no culpa a Dios, sino que no tiene otra
manera de explicarse que pensando que si algo ocurre, es Dios quien lo hace. Nosotros, con una cultura muy diferente,
sabemos que el enemigo malo lo ha hecho,
sobresembrando cizaña sobre la buena semilla que habían dado EL DUEÑO. Que el Dueño jamás daría una semilla
contaminada, porque NO LA TIENE NI LA PUEDE TENER. Y porque aquí abajo se
manipulan las semillas y las contaminan y les quitan su naturaleza fértil y las
convierten en híbridas.
Jeremías
da el paso muy acertadamente: Nosotros
hemos pecado. Nosotros hemos “creado el mal”. Nosotros nos hemos apartado de la fuente.
¿Cómo vamos ahora a echarle la culpa a que no llegue el agua que fecunda y da
frutos? Y con humilde y amorosa petición
dice a Dios: No nos rechaces…, ¡por tu Nombre Santo! (¡porque Tú eres Dios y no
hombre, y porque estás muy por encima de tanta bajeza humana. Porque Tu eres Dios y no puedes dejar de
serlo, y porque Tú, al ser Dios, TODO LO CONDUCES AL BIEN, todo lo haces bueno,
y de tus manos nada malo puede brotar.
Nuestro
mundo ¿qué está haciendo? ¿Tiene Dios la
culpa de que se abra el agujero de la capa de ozono, de que las naciones
trafiquen con armamentos, de que se mate a los ya concebidos, de que el egoísmo
de unos aplasta a los otros? Necio sería
quien echara la culpa a Dios.
Que
si uno se mira a sí mismo: ¿es que tiene Dios la culpa de que yo sea un fanfarrón,
un criminal, un explotador, un vicioso?
¿Dios es quien provoca en mí los celos y recelos, los rechazos y los
malos afectos, la envidia y el rencor, la distancia con el prójimo al que ya –en
mi corazón- tengo alejado por mis personales pasiones humanas? ¿Fue Dios quien sobresembró cizaña y ocultamente?
Las respuestas –y ampliación de preguntas- es ya muy personal. Brindo una nueva lectura de Jeremías y una purificación de nuestros
sentimientos primarios, porque en cuanto dejemos razonar a nuestra
inteligencia, ayudada por la fe, habremos entrado mucho más directamente en lo
que es HISTORIA DE SALVACIÓN, que ocupa toda la Biblia…, y esa oscura historia
humana que también refleja la Biblia…, y las emerotecas de todo el mundo.