jueves, 31 de octubre de 2019

31 octubre: La ternura de Jesús


LITURGIA
                      Rom.8,31-39.- Una vez más, esta perícopa de la carta de San Pablo a los romanos, se presta a copiarla y que el lector disfrute de la propia Palabra de Dios:  Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Precioso principio de vida y de fe, del que valdría la sola expresión que nos ha dejado el Apóstol. Pero además es que lo razona con un razonamiento aplastante: El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?
          Y sigue su pensamiento dejando muy claro lo que quiere decir: ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? No nos va a acusar ni Dios Padre, que nos ha elegido, ni Cristo que hizo la redención a costa de su vida para salvar nuestra vida.
          Consecuencia que cae de su peso, en la nobleza de espíritu de Pablo, que hemos de repetir nosotros en confiada oracion: ¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? ¿Hay alguna fuerza humana o peligro o amenaza que nos pueda separar del amor de Cristo? La verdad es que ha enumerado Pablo causas externas. Y que de Cristo separan cosas de mucha menos envergadura: el dinero, el sexo, la ambición de poder. Y eso habría que meditarlo muy profundamente, porque estamos en una situación de mundo loco en que se es capaz de grandes aventuras aun con riesgo de la vida, y sin embargo no hay fuerza de voluntad para evitar lo que aparta del amor de Cristo.
          Enardecido Pablo con su razonamiento, continúa: Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro. Señor. ¡Que así sea!, es lo que tenemos que pedir.

          Le avisaron a Jesús unos fariseos del peligro que corría porque Herodes quería matarlo. Y Herodes ya se sabe de qué era capaz, cuando había llegado a matar a Juan Bautista. (Lc.13,31-35). Y Jesús no se arredró, y “mandó recado” a “ese zorro” de que seguiría su labor por ciudades y aldeas, echando demonios. Llegará a su término cuando tenga que llegar, pero no cuando se le ocurra a Herodes, ni de la forma que se le antoje al tetrarca. Hoy y mañana tengo que caminar en el camino hacia Jerusalén. Y hasta que llegue a Jerusalén no hay peligro de que él muera.
          Y entonces clama Jesús: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían…! Y con el corazón en la mano expresa los sentimientos íntimos de su Corazón: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Es una expresión delicada y tierna y tan significativa. Fue el deseo grande de Jesús, y no lo vio cumplido, porque Jerusalén, finalmente, lo que hizo es clamar contra él y vociferar en la Plaza del Pretorio.
          Entonces profetiza: Vuestra casa se os quedará desierta. Y concluye: Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Teniendo en cuenta que San Lucas imagina la vida de Jesús como una única subida de Galilea a Jerusalén, sólo pone una llegada de Jesús a Jerusalén, al final de sus días. Es claro, pues,  que se está refiriendo ya al comienzo de su Pasión, que tuvo lugar en el domingo de ramos cuando Jesús entró en Jerusalén para ya no salir de allí. Allí es donde finalmente se encontrará con Herodes, que bien sabemos que no hizo nada cuando tuvo a Jesús ante sí. En la realidad Herodes era una persona acomplejada, que vivió esclavizado por sus miedos y por la vanidad que le hacía depender de sus comodidades y sensualidades.

miércoles, 30 de octubre de 2019

30 octubre: La puerta estrecha


LITURGIA
                      Ayer lamentaba Pablo la situación dolida y expectante de una creación que está gimiendo como en dolores de parto porque no nos manifestamos como hijos de Dios…, porque el mundo se ha ausentado de Dios y vive como si Dios no existiera. Y eso se refleja en la misma creación estrujada y sangrante por el pecado del hombre, y en la manera de vivir de los mismos hombres, que también gemimos en nuestro interior, mientras aguardamos la redención plena, que ahora está realizada por Cristo pero no vivida por la humanidad.
          Y hoy engarza ese pensamiento con un pensamiento optimista y esperanzado. (Rom.8,26-30): El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. Dentro del corazón de la persona hay un UN GEMIDO INEFABLE (que no se puede traducir en palabras), que es el grito del Espíritu de Dios que trata de mover los corazones de una humanidad vacía y sorda, que se destruye a sí misma, y que busca alocadamente una salida feliz, que no puede encontrar lejos de Dios.
          Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Un “resto” de esa humanidad, como aquel “resto de Israel” (el conjunto de almas que permanecieron fieles a Dios), vive la fe de que “a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” y viven según los deseos de Dios. Son llamados de Dios, que cada día se esfuerzan por ser fieles a ese Dios, al que aman.
          Y se llevan el gozo profundo de estar viviendo la vida de cada día como un reflejo de la vida de Cristo, su Salvador: Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y en consecuencia van caminando en ese proyecto salvador de Dios: Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
 
         
Lucas 13, 22-30: Hay preguntas a Jesús que Jesús no responde directamente, sino que da las pautas para que el interlocutor saque las consecuencias. Caminaba Jesús e iba predicando por ciudades y aldeas, y se le presenta uno que le hace una pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salven?» No era una pregunta que construyera o que buscara algo mejor. Y Jesús responde con lo que a él le interesa: lo de menos es si son muchos o pocos. Lo que hay es que vivir en actitud de salvación (palabra que no es sólo el límite con la condenación, sino que expresa una salud más plena). Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Esa es la lección importante: el camino para tener salud en el alma es entrar por la puerta estrecha. O lo que es lo mismo, entrar por la puerta del evangelio, que no está para las almas blandas sino para los esforzados.
          Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”.  Ahí está el secreto de la salvación y de si son muchos o pocos: entrar a tiempo por la puerta de la casa del amo, que llegará a cerrarla en su momento, y los que entraron por esa puerta a tiempo, se salvan. Los que no entraron, no se salvan. ¿Muchos? ¿Pocos? El secreto está en entrar a tiempo.
          Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Vendrán los titulillos de los que no entraron a tiempo y que ahora quieren justificarse con sus cuatro detalles superficiales, materiales, meros cumplidos, que no significan para nada la entrada por la puerta estrecha. Por eso
él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Son obesos que están inflados de sí mismos y no pueden pasar por la puerta estrecha, de puro orondos que están con sus cosas. Fiel reflejo del mundo que vive al margen de Dios y sólo va a su avío, a sus conveniencias, a sus placeres, a su dinero. Todo eso infla mucho e impide pasar por la puerta estrecha.
          Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

martes, 29 de octubre de 2019

29 octubre: Dos parábolas


LITURGIA
                      Bella descripción de San Pablo en Rom.8,18-25 en que considera que los trabajos del tiempo presente no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Trabajos los hay. Y Pablo iguala mucho los “trabajos” con la realidad de la cruz que hay que llevar sobre nosotros. Pues bien: no son nada comparados con la gloria que nos espera. Los “trabajos” son temporales, pasajeros. Lo que nos espera es eterno y definitivo.
          Hoy sufrimos. La creación está expectante, aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. La creación fue sometida a la esclavitud y la frustración en contra de su voluntad, por el pecado que la sometió. Pero vive la esperanza de que la creación se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
          Hoy día está constreñida al sufrimiento y sufre, gimiendo, en  dolores de parto. Y nosotros también gemimos. Al fin y al cabo somos parte de la creación, y la parte más sensible de la creación. Por una parte poseemos las primicias del Espíritu, y por otra –y por lo mismo- gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Eso lo vivimos ahora en esperanza; la realidad plena no se ha hecho aún en nosotros. Que si se hubiera hecho, no esperaríamos, porque no se espera lo que ya se tiene. Pero como aún no lo poseemos en plenitud, esperamos con perseverancia.

          Si observamos, gran parte de la enseñanza de Jesús se desarrolló en parábolas. Era el género preferido por el Señor para llegar con sencillez a las gentes, que se quedaban con el cuentecillo y, rumiándolo, aprendían.
          Hoy, en Lc.13,18-21, Jesús pone dos pequeñas parábolas para explicar la realidad del Reino. ¿A qué lo compararemos? Se parece al grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto, y los pájaros anidan en sus ramas.
          El reino comienza como una pequeña semilla. No es un reino de relumbrones. Pequeña semilla, como la del grano de mostaza. Un hombre la siembra. Aquí la siembra en principio el propio Hijo del hombre. Luego los que él ha designado para extender el reino. Luego, en realidad, todo hombre y toda mujer que toma la Palabra de Dios y la va llevando sencillamente a unos y otros. Y esa acción tan simple, da lugar –por la gracia de Dios- a un arbusto capaz de dar sombra y cobijar, y donde los pájaros –todos los que acogen el Reino- anidan. Todos tenemos ahí un lugar. Y a la vez somos sembradores de nuevos “granos de mostaza”. Y eso extiende el Reino, por la acción del boca a boca, porque la fe entra por el oído.
          He ahí el gran error de los padres que no quieren influir en sus hijos en el terreno cristiano, pensando que de mayores ya elegirán. Es el absurdo de que elijan lo que desconocen porque no se les ha enseñado. No les dejan la misma libertad para aprender a peinarse y asearse, o ir al colegio. Ahí les enseñan. Y los niños, que no son más que niños, aprenden. Y van adquiriendo sus formas de proceder.
          El “grano de mostaza” que se siembra en el niño, es el que ha de dar por resultado el arbusto donde anide su fe personal, que deberá cultivarse para llegar a ser adulta.
          La otra parábola es muy semejante, pero lo hace con un ejemplo más dinámico desde la acción humana: la levadura, la péquela porción de levadura, que una mujer toma y mete en tres medidas de harina. Y con ser tan poca la levadura, hace fermentar toda la masa.
          Estamos, pues, en las mismas. Se trata de algo muy pequeño que sin embargo hace efectos fuertes en el conjunto. El Reino arranca desde esa pequeñez. San Pablo dice la pobreza de la predicación. Pero es lo que entra por el oído y lo que va albergándose en el corazón y va quedando allí, y esponja “la masa”.
          Vuelvo a la misma consideración: la fe entra por el oído. La persona, niño o mayor, tiene esa posibilidad de hacer hueco a la fe por la palabra de alguien que se la pone delante. Si en la familia no se habla de Dios, de mandamientos y sacramentos, de oración…, eso no va a caer por generación espontánea. La enseñanza en los colegios no está en los mejores momentos precisamente para ser trasmisora de la fe. Más bien al contrario. Entonces se puede crecer en edad pero no en valores humanos y cristianos. Porque ya es claro que los valores humanos tienen poca consistencia cuando no están arraigados en bases mucho más hondas y con referencias sobrenaturales.

lunes, 28 de octubre de 2019

28 octubre: Quedas libre de tu enfermedad


LITURGIA.- San Simón y San Judas Tadeo               Las lecturas que se leerán son otras de las que pongo aquí.
          Empieza la 1ª lectura (Rom.8,12-17) con una referencia al tema  doble del hombre carnal y el hombre spiritual. Y dice: estamos en deuda pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte. Esta es una idea clara en San Pablo, que traduciría la de Cristo: “No se puede servir a dos señores”. El creyente no puede ir encendiendo una vela a Dios y otra al diablo. Y vivir carnalmente es una manera de morir a la vida de Dios en el alma.
          Pero la deuda es con el Espíritu, con el que dais muerte a las obras del cuerpo, y viviréis. Y los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos  de Dios.
          Desemboca Pablo en una de las afirmaciones más importantes de la teología, que en definitiva es la traducción de la Palabra de Dios: Habéis recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ABBA (Padre). La relación con Dios ha de estar basada en el amor. Ese es el efecto que el Espíritu Santo produce en nosotros. Y cuanto hagamos, o de cuanto nos dominemos, debe fundamentarse en el amor. Nunca en el temor. [Que por eso la Biblia, cuando expresa el sentido del “temor de Dios”, lo hace en paralelo con el amor filial, reverente, como de un hijo a su padre, que no debe ser nunca por miedo al padre o por miedo al castigo, sino por el amor que nos suscita el Dios que nos ha mostrado Jesucristo de muchas maneras a través del evangelio].
          Sigue Pablo: Ese Espíritu y nuestro espíritu dan testimonio concorde de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.

          El SALMO (67) nos hace repetir, como un estribillo que expresa esa idea fundamental, Nuestro Dios es un Dios que salva. No un Dios que condena. Y más adelante: Bendito sea el Señor cada día; Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación

          Pasamos al evangelio (Lc.13,10-17) y recuperamos un hecho de la vida de Jesús. Estamos en sábado y estamos en la sinagoga. Y estamos ante una situación de las que conmueven el Corazón de Cristo: una mujer encorvada hace 18 años, y andaba encorvada sin poderse enderezar. Típico de la mentalidad de la época, se atribuye esa situación –inexplicable para la ciencia del momento- a un “espíritu”.
          Al verla Jesús, le dice: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. No hay más acción ni más diálogo. Sencillamente un gesto de trasmisión de la salud y de bendición: la imposición de manos. Y aquella mujer, a los 18 años de no poder ver el cielo, ahora puede verlo como el resto de los mortales.
          El jefe de la sinagoga lo llevó a mal, indignado porque Jesús había curado en sábado, y como no se atrevió a encararse con Jesús, se dirigió a la gente y les dijo: Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados. La cosa era llevar hasta el extremo ese sentido farisaico del descanso sabático, que por una parte era institución del propio Dios, pero no hasta los extremos casuísticos a los que lo habían llevado los mentores religiosos de Israel.
          Por eso Jesús interviene severamente, y le dice: Hipócritas; cualquiera de vosotros ¿no desata al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea en sábado? En efecto esas acciones sí las admitían en sábado, pues era un deber para con los animales. Y a esta hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado? Jesús era muy lógico. Tomaba los ejemplos de la vida real ordinaria para explicar las cosas sobrenaturales. Y si ya era lícito soltar a los animales para llevarlos a abrevar, ¿cómo no iba a ser lícito soltar aquella amarra que tenía a la mujer tantos años sin poder levantar la cabeza?
          Jesús se ha adaptado a la mentalidad de la época, que –por otra parte- estaba metida en el pueblo y entonces él mismo participaba de ese pensamiento, y habla de que Satanás tenía encorvada a la mujer. Hoy día nadie pensaría que una persona encorvada es víctima de un espíritu. Sería un caso a estudiar por la medicina, y a intentar evitar con la medicina. Salvo una acción milagrosa de Dios, que siempre es posible.

domingo, 27 de octubre de 2019

27 octubre: La oración del pobre


LITURGIA        Domingo 20-C. T.O.
                      Hay una 1ª lectura (Ecclo.35,15-17.20-22) que más que explicaciones, hay que leerla despacio. Y prefiero copiarla a parafrasearla: El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. Hasta aquí la forma de proceder de Dios. Dios tiene predilección por el pobre, en sus diversas modalidades de pobreza: el huérfano, la viuda, el que está oprimido. Todas son formas de pobreza, no sólo por su propia situación de desvalimiento sino porque son realidades de pobreza económica en la gran mayoría de los casos.
          Sigue ahora la realidad del pobre y su actitud: La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. Lo que tiene que prevalecer es la seguridad de que El Señor no tardará. Cierto que a veces espera hasta el límite, y que el pobre –cualquier realidad de pobreza- empieza a sentir que se debilita su fe. Pero hay que pensar que en ese punto límite, Dios sale al paso Dios no abandona.

          El evangelio (Lc.18,9-14) nos presenta dos casos de pobreza, muy dispares; una pobreza que mata y otra que salva. Porque el fariseo orgulloso, en el fondo es el más peyorativamente pobre, de puro rico que se cree. Es que resulta hasta ridículo en su oración (si a sus palabras se les puede catalogar como oración). Oraba erguido. Mala postura para orar, porque “erguido” deja la impresión de decir: “aquí estoy yo”. Y de hecho así resultan sus palabras: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás. Mala postura interior. Para el fariseo la vida se divide en dos grupos: en uno, está él, el cumplidor; en el otro, “todos los demás”, a los que cataloga como ladrones, injustos, adúlteros, o –como ese publicano- pecadores. Y viene el panegírico de sí mismo: Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Ya está hecho el “carné de identidad” del fariseo.
          Por lo que toca al juicio de Jesús sobre ese hombre, es muy claro: salió de allí lo mismo que había entrado. No había orado de verdad, no había sido una persona que se humilla ante Dios para suplicar como pobre.
          A la otra parte está el publicano. Se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, al contrario del fariseo erguido y fanfarrón. El publicano se daba golpes de pecho y oraba así: Oh Dios, ten misericordia de este pecador. Eso sí era oración. Eso sí era postura de hombre suplicante, humilde. Naturalmente aquel hombre tendría también sus buenas cosas. Pero esas buenas cosas no las saca a relucir ni son factura que se le pasa a Dios para que pague. A Dios se llega desde la realidad de pobre, y su grito alcanza las nubes, como decía la 1ª lectura.
          De hecho, Jesús da su juicio sobre el publicano y dice que bajó a su casa justificado (=justo, perdonado, escuchado por el Señor). Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
          Es la gran lección de este domingo, la pauta de acción que tenemos que tener. No sólo al orar sino en la actitud habitual de la persona.

          Así nos hemos de acercar a la EUCARISTÍA. El que se presenta ante Dios con la actitud de “yo no tengo pecados”, y desdeña el Sacramento de la Penitencia como práctica habitual, puede estar cayendo en la postura del fariseo, “erguido y mejor que todos los demás”. Ante la Eucaristía nos hemos de presentar con la humildad del publicano, sabiéndonos pecadores y buscando la misericordia de Dios. Que en muchos casos ha de venir por esa humilde actitud del penitente que se acerca al confesionario a buscar allí la absolución de sus pecados, porque sólo por el sacramento del perdón se puede alcanzar esa misericordia.


          Sin atrevernos a mirar al cielo, nos ponemos humildemente ante Dios con nuestras peticiones.

-         Por los pastores y responsables de la Iglesia para que vivan su misión con humildad. Roguemos al Señor.

-         Por nosotros para que nos presentemos con sencillez ante Dios y ante los demás. Roguemos al Señor.

-         Por los pobres, en cualquier realidad de pobreza, para que no pierdan su confianza. Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos la eucaristía desde la humildad del pecador arrepentido y admirado de la misericordia de Dios. Roguemos al Señor.


          Como el publicano del templo te decimos: Oh Dios, ten misericordia de este pobre pecador, para salir justificados en tu presencia.
          Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

sábado, 26 de octubre de 2019

26 octubre: El problema del mal


Esta noche se retrasa una hora en el reloj.

LITURGIA
                      La 1ª lectura sigue con el tema iniciado ayer sobre la tendencia innata al pecado que hay en el hombre, y la fuerza que se le opone, la de la gracia obtenida por Jesucristo (Rom.8,1-11). El mero cumplimiento de la ley en el tiempo anterior, era incapaz de limpiar el pecado. Pero la nueva ley, la que surge del Espíritu, ha librado de la muerte y del pecado. La debilidad humana no podía conseguirlo, pero la fuerza del Espíritu de Dios, sí. Condenó al pecado que causaba la muerte.
          Los que se dejan llevar de los apetitos de la carne, tienden a lo carnal. Los que se dejan dirigir por el Espíritu, tienden a lo espiritual. La tendencia de la carne es rebelarse contra Dios, y por eso los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Los que se dejan llevar de la carne, no son de Cristo. Pero aquella comunidad cristiana de Roma ya ha superado esa tendencia y el Espíritu de Dios habita en ellos, y por eso son de Cristo. El cuerpo está ya lejos del pecado y el Espíritu vive por la justicia (la bondad, la santidad).
          El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
          El estilo de Pablo es repetitivo y expresa de diversas maneras la idea fundamental. Aclarando términos, “la carne”, que responde a la palabra sark (que utiliza Pablo), es todo el hombre de tendencia carnal; lo mismo que el cuerpo no se refiere sólo a la parte material humana, sino que expresa al hombre entero. La división del hombre en cuerpo y alma es mucho más filosófica (aristotélica), pero no es la mentalidad bíblica, que entiende al hombre como tal, en su totalidad. De modo que no es el alma buena y el cuerpo malo, sino que el hombre total es carnal o es espiritual, se deja llevar de los sentidos y las concupiscencias, o es dueño de sí por la racionalidad y la gracia de Dios.

          En el evangelio de Lc.13,1-9, plantea Jesucristo el tema del mal. El mal es un misterio y no expresa la bondad o maldad de una persona, sino el misterio de la maldad, que como tal misterio no es explicable con razones humanas.
          Le han planteado a Jesús dos casos de desgracias, en las que sufren gentes inocentes, ajenas a sus actos: los galileos que Pilato mata junto a los sacrificios que ellos ofrecían, y el derribo fortuito de la torre de Siloé que coge debajo a 18 personas. ¿Acaso unos u otros eran peores que los que no sufrieron esos percances, y por eso les ha ocurrido esa desgracia? Y dice Jesús: Os digo que no.
          El mal que sucede no es un castigo de Dios. No tienen más culpa esos desgraciados y que por ello les ocurre la desgracia. Sencillamente sucede, unas veces por causas humanas –como en el primer caso, Pilato-, y otras sin causa humana: la torre que se derrumba y viene a aplastar a 18 personas.
          Y lo que hace Jesús es aprovechar la circunstancia que le han comentado para advertir que cada cual tiene que estar preparado en cualquier momento porque le pueden suceder cosas semejantes. Y de ahí saca la consecuencia de que cada uno tiene que convertirse. Aquello son advertencias de la vida, que llevan a pensar en serio sobre el futuro de cada uno. Lo que ocurrió a aquellos, les puede suceder a otros. Lo importante es que les coja convertidos.
          Y pone la parábola de la higuera estéril, símbolo de Israel. El dueño de la higuera llega a pedirle al agricultor que la corte porque no da fruto pero chupa jugo y daña a las otras plantas. Y el agricultor le plantea otra posibilidad: cuidarla de manera especial (regarla, abonarla…) a ver si finalmente da fruto. Que si no, entonces al año siguiente la cortará.
          La conversión de Israel es urgente. Su desgracia está viviéndose en el mismo pueblo y sus mentores, que no han dado el fruto en un período pleno de tres años. Eso supone que es una higuera inútil que ha de ser cortada.
          Pero el agricultor, amante de su campo, todavía le da cuartelillo y piensa que cuidándolo más, puede dar fruto. Fue la obra de Jesús y su intento fallido. El resultado aparece en otra parábola en los días previos a la pasión. Pero hoy dejémoslo en donde estamos. De lo que se trata es de plantear la conversión, para que no le ocurra algo peor. Que es la advertencia de Jesús ante el misterio del mal, que ha constituido el cuerpo de la exposición.

viernes, 25 de octubre de 2019

25 octubre: Los signos de los tiempos


LITURGIA
                      Hoy nos desarrolla San Pablo el tema de la concupiscencia de un modo muy vivo en Rom.7,18-25. En definitiva es una explicación gráfica de lo que es el pecado original, se explique como se quiera explicar teológicamente y en los momentos actuales. El hecho es muy claro: no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero. Y dice Pablo: Sé que no es bueno eso que habita en mí, es decir mis bajos instintos, los que se desordenaron como consecuencia del pecado primero. El hombre había sido destinado a ser dueño de sí mismo y de sus reacciones íntimas, como obra que había salido de las manos de Dios, ¡y Dios lo hace todo bueno! Pero el pecado es el terrible terremoto que cambia la faz de la humanidad, y así si hago precisamente lo que no quiero, señal es que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.
          Y sigue explicitando la misma realidad, expresada de diversas maneras: Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente  con lo malo en las manos. Sabe Pablo que en su interior profundo quiere vivir acorde con la Ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra mi razón y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo.
          Y se pregunta quién puede librarlo de esa situación, para responderse con plena confianza que Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. ¡Y le doy gracias! Lo que quiere decir que nadie peca si no quiere; que todos tenemos las fuerzas interiores de la gracia para evitar el pecado…, para superar esas tendencias de la concupiscencia desbordada que provocó la inundación del pecado en la vida del hombre que Dios había creado bueno.

          Y vamos al evangelio (Lc.12,54-59) en el que Jesús ironiza a los fariseos que son capaces de averiguar si va a llover o va a hacer sol, fijándose simplemente en las señales del cielo. Y sin embargo son incapaces de descubrir, por las otras señales –señales del tiempo presente- el cambio del panorama religioso de Israel. Que, por otra parte, era un panorama dibujado de mil maneras por las profecías y eventos especiales del tiempo anterior, el Antiguo Testamento.
          Y les hace la pregunta: ¿Cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Lo curioso es que ellos han pedido varias veces “señales”, “signos”, para acoger a Jesús. No les valía nunca el signo presente, que lo tenían ante los ojos, como la expulsión de demonios o curaciones de enfermos realizadas públicamente en la sinagoga.
          Esos eran “los signos del tiempo presente”, los que estaban a los ojos de todos. Y a esos signos no supieron interpretarlos.
          Para mí que los versículos que siguen no hacen relación con lo anterior y que es otro tema que saca Jesús a relucir: el que está convocado al tribunal frente al que le pone pleito un adversario. Y Jesús aconseja que se busque la manera de avenirse a una solución pactada antes de llegar a juicio, porque la causa puede perderse y entonces el final es la ruina del que pierde. Llegar a un entendimiento no sea  que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Porque entonces no se saldrá de allí hasta que se haya pagado toda la deuda.
          No sé si este tema tiene un recorrido más largo que el de buscar la paz antes de llegar a la guerra, y que Jesús trata de que se eviten esas situaciones que sólo traen engorros.
          Otra visión del caso es pasarlo al plano de la conciencia y de la actitud de la persona ante Dios. Buscar siempre estar en paz con Dios y no esperar a que Dios tenga que plantear “un juicio”, pues la verdad es que nadie es inocente ante Dios. Más vale humillarse y ponerse a los pies del Señor, pedir misericordia, y esperar el veredicto amoroso de Dios que no quiere condenar.
          En este sentido el Sacramento del Perdón es el gran momento de hallar a Dios bondadoso, que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y que viva. Habrá que pasar por ese arrodillarse ante Dios, que se ha hecho presente en el Confesor, y esperar allí esa avenencia por la que uno se declara pecador, y Dios absuelve por la acción del sacerdote. Surgirá de ahí una mirada hacia adelante que se compone de dos elementos: la actitud de mejora, sinceramente adoptada por el penitente. Y la aplicación de una PENITENCIA. Que no es una multa sino una expresión de súplica para que Dios, la Virgen, los Santos, intercedan a favor de la persona arrepentida. Que, en realidad, su verdadera penitencia debería ir en la línea misma del propósito, para hacerlo más eficaz.

jueves, 24 de octubre de 2019

24 octubre: Prender fuego en la tierra


LITURGIA
                      En realidad esta lectura 1ª (Rom.6,19-23) es continuación de la de ayer, sobre el respeto al cuerpo. Lo hace Pablo para usar un lenguaje que todos entiendan, pese a la debilidad de la mente humana. Y dice: Si antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la impureza y maldad, ponedlo ahora al servicio de Dios libertador para que os santifiquéis.
          Y vuelve a una idea de ayer: Cuando erais esclavos del pecado, no pertenecíais al Dios libertador. ¿Qué frutos dabais entonces? Los que ahora consideráis un fracaso porque acababan en muerte.
          Y pone a continuación la visión positiva del mismo planteamiento: Ahora, en cambio, emancipados del pecado y hechos esclavos de Dios, producís frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna. El pecado paga con la muerte. Por eso es “pecado mortal”, porque mata la vida de la gracia en el alma. Y la vida de la gracia es la presencia de Dios. El pecado rompe la presencia de Dios. La gracia se ha conseguido por medio de nuestro Señor Jesucristo.

          De ahí el valor del SALMO (1) que afirma que es dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor y no sigue el consejo de los pecadores. Sirve de corroboración de lo dicho en la lectura, y está puesto que ayude a la insistencia repetida en esa afirmación.

          En el evangelio (Lc.12,49-53) Jesús habla de sus ansias en la vida: He venido a prender fuego en la tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! La obra de Jesús ha sido emprender en la tierra una mecha nueva, un estilo nuevo, y vive con las ansias de que eso prenda en toda la tierra. Que toda la humanidad conozca a Jesucristo y realice su voluntad, que es en definitiva la voluntad del Padre del Cielo. Se me antoja la idea de esos fuegos enormes que se producen en las zonas de arbolado, que con tanta dificultad se pueden apagar, porque las llamas van devorando y contagiándose de unos árboles a otros. Así quisiera Jesús que fuera su acción en el mundo: que de tal modo emprendiera los corazones que difícilmente se pudiera apagar.
          Para eso Jesús habla de pasar por un bautismo –es el bautismo de su sangre-, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Dos posibles sentidos: ansias, deseos… O la angustia de vivir con esa espada de Damocles sobre su cabeza, o prever lo que va a significar de dolor y tormento.
          Lo que sigue causa siempre confusión en los fieles. Todos estamos convencidos de que Jesús vino en son de paz con los hombres. Pero también estamos convencidos de que Jesús estableció una lucha a muerte con el pecado, y con los agentes de pecado. Pero extraña recibir de boca del mismo Jesús esa expresión: ¿Pensáis que he venido a atraer paz al mundo? Todos diríamos que sí. Los discípulos que van a su misión apostólica han de saludar y llevar la paz dondequiera que lleguen. Jesús resucitado saluda siempre con la paz. Entonces es que ha venido a traer la paz al mundo.
          Pero él mismo nos sorprende cuando nos afirma: No, sino división. Y lo explica a continuación poniendo esos casos extremos, tan típicos suyos, de tensiones y luchas de una familia de cinco, que en adelante estará dividida dos contra tres y tres contra dos. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
          ¿Cómo es posible que Jesús establezca esa división? No es él quien divide. Somos los humanos los que nos dividimos ante él: los que aceptan y los que rechazan; los que viven la fe y los que no; los que son fieles y los que han abandonado. Y eso se da en la misma familia en razón de la aceptación o el rechazo de la verdad de Cristo. Él quisiera tener a todos avenidos y a todos recogidos bajo sus alas, como la clueca con sus pollitos. El padre de familia querría tener a su hijo de su parte; el hijo se rebela. La madre querría a su hija buena cristiana. Y la hija se aparta. Esto no es teoría. Esto es de vida diaria y podríamos decir que lo está padeciendo la mayoría de las familias.
          Esa es la división que se origina a partir de Cristo. Él quiere la paz y su nota es la paz. Pero hay una paz que no se alcanza sino con la lucha. Pero no la lucha entre personas sino la lucha consigo mismo para doblegar pasiones y soberbias y autosuficiencias. Y donde buscando todos la verdad, se consiga avenirse en una paz familiar, social…

miércoles, 23 de octubre de 2019

23 octubre: Responsabilidades


LITURGIA
                      Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo. (Rom.6,12-18). Una afirmación para ponerla escrita ante los ojos y que recuerde a cada instante algo tan básico para la vida fiel de un cristiano. Ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo. Escrito en aquellos momentos primeros de la era cristiana, sigue teniendo un valor perenne y se hace una llamada a muchas realidades del momento presente: No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal. Ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida. Es toda una proclama que tiene vigencia hoy día con la misma fuerza que entonces. Y se completa con la parte positiva: Y poned a su servicio vuestros miembros como instrumentos del bien.
          Afirma Pablo que así el pecado no dominará a la persona, que ya no está simplemente bajo un mandato sino bajo la Gracia. Y tiene más fuerza el sentido positivo de la vocación cristiana que el de la advertencia de lo que no procede de acuerdo con la voluntad de Dios. Cada uno es esclavo de lo que hace y a lo que sirve y obedece. El que se da al pecado, es esclavo del pecado; el que se da a Dios vive la esclavitud salvífica de la fuerza y gracia de Dios.
          Y da gracias a Dios porque aquella comunidad romana vive en la gracia de Dios. Antes eran esclavos del pecado, pero ahora se han convertido a Dios y han obedecido de corazón y se han hecho fieles de la justicia. [Y ya se sabe que la “justicia” bíblica es igual que bondad y santidad: ser plenamente justos].

          Un evangelio muy semejante al de ayer (Lc.12,39-48) pero que avanza en la idea. Comprended que si el amo supiera a qué hora va a venir el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. La muerte actúa como ladrón, de improviso. El arte es adelantarse a ese momento con una preparación decisiva de la vida de la persona, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre.
          Pedro intervino para hacer una pregunta a Jesús: ¿la parábola iba dirigida a ellos o era para todo el mundo?
          No responde Jesús de una forma concreta sino con otra parábola, la del administrador fiel y solícito que el amo ha puesto al frente de su servidumbre, y ha de tener bien distribuida la responsabilidad de cada uno y la ración que corresponde a cada uno. Es decir: se trata de tener hecho en cada momento lo que hay que hacer. Dichoso el criado (administrador) a quien su amo encuentre, al llegar, portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Es de fiar en lo cotidiano y se le encarga lo de más envergadura.
          Lo contrario sería el criado que piensa que su amo tarda en llegar, y se emborracha y maltrata a la servidumbre. El amo llegará a la hora que menos esperaba ese administrador y lo condenará a la pena de los que no son fieles.
          Sigue una disquisición que tiene importancia: cuando el criado sabe sus obligaciones y no las cumple, merece más castigo porque es consciente de su fallo.
          El criado que no es consciente de sus obligaciones, y por tanto no las  cumple, también merece castigo, pero menor, porque no es consciente. Es la disminución de la responsabilidad por ignorancia. Que por otra parte tiene su culpa porque el criado debe saber lo que tiene que hacer. Si no lo ha preguntado, es de alguna manera culpable, pero no del todo, porque no sabía.
          Concluye Jesús con una advertencia que es para pensar: A quien mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que menos se le dio, menos se le exigirá. Es evidente que a más “talentos” mayor es la exigencia porque se tienen muchas más bases para proceder de una determinada manera. Y cuando no rinde ese tal con toda su fuerza, está defraudando las gracias que recibió. Otro, con menos capacidades, tiene menos responsabilidad que el primero. Y no es que no tiene responsabilidad, sino la tiene de acuerdo con las características que ha recibido. Hay gentes de muy pocas capacidades, gentes embotadas porque la vida les ha sido adversa, porque han tenido menos formación, porque se han desarrollado en ambientes incultos. Es natural que esas personas tienen mucho menor conocimiento del bien y del mal, y por tanto mucho menos sentido del pecado. Pero no son tampoco ausentes de una conciencia personal a la que deben responder. Y se les va a exigir de acuerdo con esa conciencia. Todos los hombres son responsable de ellos, aunque cada cual en su medida.

martes, 22 de octubre de 2019

22 octubre: Vivir preparados


LITURGIA
                      Otra vez la 1ª lectura (Rom.5,12.15.17-19.20-21) está para copiarla y para irla leyendo meditativamente, pues la idea es una sola pero desarrollada de diversas maneras. Se puede reducir a esto: El pecado de Adán ha cogido a toda la humanidad. La redención que ha traído Cristo también abarca a toda la humanidad. Y eso se va expresando de diversos modos: la muerte entra por el pecado; la vida por Cristo y su obra de salvación; el pecado mata a todos; la sangre de Cristo da vida a todos. El pecado de uno condena a todos; la justicia de otro salva a todos. La desobediencia de uno causó la muerte; la obediencia de otro, Cristo, es causa de la vida. Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia.
          No he dicho nada nuevo. Es la lectura puesta en paralelos que se hacen muy comprensibles. Léase y saboréese.

          Evangelio muy trillado (Lc.12,35-38) y quizás eso mismo nos demuestra la necesidad de orar para que no acabemos diciendo superficialmente que “ya nos lo sabemos de memoria”. La Palabra de Dios es viva y por tanto cada vez que se acude a ella, aun en temas repetitivos, nos dice algo que debe entrar dentro de nuestro corazón.
          En aquel tiempo dijo Jesús sus discípulos: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; vosotros estad como los que aguardan a que su señor llegue y llame. Lucas no ha escrito la serie de parábolas finales que trae Mateo, pero ha sintetizado en dos palabras el mensaje: “ceñida la cintura” como quien está para emprender un viaje, es decir: dispuestos y preparados. “Encendidas las lámparas”, que nos remite fácilmente a la parábola de las 10 jóvenes que esperan al novio. Y que está suponiendo que la lámpara encendida es señal de atención y preparación, de modo que nunca nos pueda coger a oscuras la salida al encuentro del Señor, o el momento en que el Señor decide venir a nosotros.
          De ahí: estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame. Ésta es la lección: la llegada del Señor a cada uno es una realidad cierta pero de tiempo imprevisto. No puede ser que se deja para última hora la disposición del alma para que esté adornada de la Gracia de Dios. Tiene que estarlo YA. [Eso, por otra parte tan moderno, que pretende todo “YA”. Pues apliquémoslo al negocio de la vida, que es el más importante de todos los negocios que se nos pueden presentar]. “Abrir apenas llegue y llame”: es el secreto.
          Dichosos los criados a quienes su señor, al llegar, los encuentre en vela. Y con una palabra muy típica de Lucas, varía la terminación del caso con un detalle cordial: os aseguro que el señor se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo. Mateo dice que el amo, que vuelve, se sienta a comer y los criados le sirven. Lucas nos presenta a ese amo que paga la fidelidad de los criados ciñéndose él y poniéndose a servirles. En realidad es lo que va a suceder: al morir en gracia de Dios, ya no queda a las criaturas nada más que servir ni que hacer. Sólo les queda que dejarse llevar por el abrazo de Dios, “que se pone a servirles”. ¿No es digno de considerar expresamente esta variante de Lucas? Una novedad que nos presenta la Palabra en este día.

          Es evidente que el Señor no se nos presenta ahí a la vuelta de la esquina, y que él no se ha ausentado para irse a la boda. Lo evidente es que nos ha dejado aquí a nosotros el desarrollo de cada día y la relación con los semejantes. Y es ahí donde el Señor se nos presenta: en el servicio que prestamos a nuestros hermanos. En el buen talante con que los servimos. En saber, si es posible, adelantarnos a una necesidad ajena para estar ahí al quite. Y todo eso es lo que va tejiendo el entramado de nuestra vida para estar con la cintura ceñida y la lámpara encendida. Y lo que va a contar el día que se presente el Señor y nos llame, y nos encuentre en vela, preparados, dispuestos, sin necesidad de ir entonces a buscar el aceite para las lámparas.
          La anécdota que se cuenta de San Luis Gonzaga: estaba jugando en el patio de recreo y un compañero le preguntó píamente qué haría si le anunciasen que iba a morir ese día. Esperaba el interlocutor que el santo de Luis diría que se iría a la Capilla a orar. Pero Luis, que estaba haciendo en aquel momento lo que tocaba hacer, le contestó: “seguiría jugando”. Estaba preparado.

lunes, 21 de octubre de 2019

21 octubre: La codicia


LITURGIA
                      La 1ª lectura (Rom.4,20-25) no tiene mucho que comentar porque lo que dice lo dice muy en directo y claramente. Lo cual me lleva más a copiar la lectura.
          Abrahán, ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete; por lo cual le fue contado como justicia. Pero que “le fue contado” no está escrito solo por él; también está escrito por nosotros, a quienes se nos contará: nosotros los que creemos en el que resucitó de entre los muertos a Jesucristo nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
          No veo qué explicar más. El propio autor lo explica con la autoridad de que ya no son interpretaciones que podemos hacer nosotros sino que es la mente del mismo Pablo. A Abrahán le fue contado como fidelidad a Dios su acto heroico de fe. Pero eso mismo se da en nosotros los que creemos en Jesucristo y vivimos la fe en Jesucristo, la fe plena con la que nos apoyamos totalmente en él, que es quien nos ha logrado la salvación por su muerte y resurrección.

          El tema del evangelio (Lc.12,13-21) es el del desprendimiento. Y a la vez el que plantea claramente que los temas humanos se han de resolver humanamente. Yo recuerdo a una religiosa muy emocionada porque había hecho una sopa exquisita y me decía que “Dios se había metido en la sopa”. Y yo le respondí que la sopa había salido buena porque le había dado los elementos y la cochura que debía darle.
          Algo parecido tenemos hoy en el texto: uno viene a Jesús a que Jesús le resuelva un problema de herencia en litigio con su hermano. Y Jesús le responde que en ese tema él no entra. Es un problema humano que deben resolver las capacidades humanas de cada uno.
          Y aprovecha Jesús esa oportunidad para plantear el tema de la codicia, y advierte: guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. No se va a vivir más ni mejor porque se viva la codicia de bienes materiales.
          Y les pone delante una parábola, que era el género predilecto de Jesús para hacerse entender. Cuenta el caso de aquel ricachón que ha tenido una cosecha impresionante, y no sabe cómo la va a almacenar. Opta por derribar sus graneros y hacer otros más grandes. Y cuando tiene almacenado todo, piensa que ya no necesita preocuparse más. Ya tiene todo lo que necesita para muchos años. Y opta por echarse a comer y beber y dormir y darse a la buena vida.
          Esos eran los planes humanos, los planteamientos de la codicia humana.
          Ahora entra Dios en escena y le dice: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? El hombre propone y Dios dispone. Y todos los cálculos del rico se quedan baldíos ante la sorpresa de la muerte aquella misma noche. Ha quedado probada la tesis que Jesús quería dejar clara: la codicia es inútil. Los planes humanos son muy relativos. Con Dios hay que contar. No queda vacío decir siempre: “si Dios quiere”, porque siempre queda finalmente atendible la voluntad misteriosa de Dios.
          Para concluir Jesús la lección escueta que desea explicitar: Así será el que acumula riquezas para sí y no es rico ante Dios.

          A propósito del comienzo de este evangelio, siempre se me pone por delante un hecho que no es tan extraño que suceda. La madre o el padre que tienen la pretensión de que el sacerdote que está de visita sea quien diga cuál de los dos tiene razón, y pretende que el sacerdote dirima a favor de la parte solicitante. O “dígale Vd a mi hijo que estudie más”. Ponen en un compromiso al sacerdote y es una manipulación el querer ponerlo a favor de uno y contra el otro. La respuesta que pega ahí por parte del sacerdote es la que dio Jesús a aquel  hombre que pretendió que Jesús interviniera en su favor contra su hermano en tema de herencia: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Resolved razonablemente vuestros problemas y no pretendáis que lo resuelva una persona ajena al problema que puede existir en un matrimonio, o en la educación de los hijos. O en cualquier otro caso. Los temas humanos se han de abordar con razones y soluciones humanas. Otra cosa es que deben estar iluminadas por unos principios de justicia y equidad. Es decir, por unos planteamientos evangélicos.

domingo, 20 de octubre de 2019

20 octubre: DOMUND


LITURGIA        Domingo 29-C, T.O.
                      Eficacia de la oración y perseverancia. Son las dos características que salen de las lecturas que marcan la enseñanza de este domingo.
          En el libro del Éxodo (17,8-13) Moisés entabla una lucha con Amalec. Josué debe llevar unos hombres para hacer aquella batalla, y Moisés le dice que él orará a Dios para el buen resultado de aquella lucha.
          Y sube al monte y desde allí divisa el panorama. Levanta sus brazos y ora a Dios, y vence Josué; cuando se cansa de tener los brazos en alto y los baja, vence Amalec. Y entonces le sostienen los brazos en alto hasta que –llegada la caída de la tarde- Josué ha derrotado al enemigo.
          Ha habido una confianza en la fuerza de la oración y una constancia. Y el resultado ha sido la victoria.

          En el evangelio Jesús explica esa importancia de la oración con una de sus parábolas (Lc.18,1-8), con la viuda perseverante en su petición al juez para que le haga justicia frente a su enemigo. El juez le da largas y la viuda insiste. Hasta que el juez se plantea que o le hace justicia o la mujer le va a arañar en la cara.
          Concluye Jesús: eso ocurre con un juez injusto. Bien podemos colegir que Dios, que es bueno, se deja llevar de la oración perseverante de los que acuden a él: hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche.
          La pregunta que se hace Jesús es si esa actitud de oración y de fe confiada y constante será lo que él encuentre en la tierra.
          Estamos los fieles en un mundo espiritual. No siempre descubrimos la eficacia de la oración que hacemos, pero tenemos comprometida la palabra de Jesucristo. Y como decía San Pedro de Alcántara, “a mí me basta que lo haya dicho Jesucristo”.

          En la 2ª lectura (2Tim.3,14-4,2) la insistencia está en la fuerza de la Palabra de Dios, que es útil para enseñar, para corregir, para educar en la virtud, para reprender los vicios, y con ella estará la persona perfectamente equipada para toda obra buena. Por lo que insta Pablo a su discípulo, ante Dios y ante Cristo Jesús, a proclamar la Palabra, a insistir en ella a tiempo y a destiempo, y exhortar y corregir con toda comprensión y pedagogía. De ahí la importancia que tiene acudir a la Palabra de Dios no solo para el alimento personal sino para el trato con los otros.

          Hoy es el DOMUND. Un día que la Iglesia dedica a las misiones extranjeras para ayuda espiritual y material de las mismas y así colaborar en la obra misionera, a la que estamos llamados en razón de nuestro propio bautismo. Y a la que muy bien van aplicadas las enseñanzas de este domingo: por una parte, la oración que debe ser en nosotros una preocupación constante por esas misiones y misioneros que se desenvuelven tantas veces en situaciones difíciles, y por lo general con una notoria carencia de medios, pero con una perseverancia ejemplar.
          A las misiones se alimenta con la Palabra de Dios, que sirve para exhortar y educar en los principios de la vida de la fe.
          Y se les ayuda desde la aportación material de los medios económicos que puede aportar solidariamente la caridad de los cristianos.

          Una concreción misionera que podríamos aplicar a este día es el sentido misionero de la MISA. “Misa” y “misión” son la misma raíz y el mismo verbo latino. Indica “envío”. De tal manera que el final de nuestra Misa, aunque parezca una despedida en ese amorfo “podéis ir en paz”, en realidad es un envío misionero que se hace a los participantes en la Eucaristía. Es la palabra de Jesucristo que dio el mandato de salir al mundo a enseñar el evangelio. A nosotros se nos dice que salimos de la Misa para llevar paz a nuestro alrededor…, para que la Misa litúrgica que hemos vivido durante media hora, la hagamos efectiva cuando salimos de la iglesia. Nuestra conversación, nuestros modos de expresarnos, nuestra caridad…, debe prolongar la Misa en todo nuestro comportamiento…, de modo que no sólo hemos participado de la Misa, sino que la llevamos con nosotros adonde vayamos: en la familia, en las amistades, con nuestros subordinados. Vamos, en efecto, enviados para propagar la bondad del evangelio.


          Pedimos a Dios, de quien esperamos siempre con confianza.

-         Por la Iglesia misionera, para que siga llevando el espíritu de Jesús dondequiera que vaya. Roguemos al Señor.

-         Porque nosotros, bautizados, tengamos vocación misionera y la vivamos. Roguemos al Señor.

-         Para que nuestra oración sea perseverante e insistente. Roguemos al Señor.

-         Para que la participación en la Misa se proyecte en la vida diaria. Roguemos al Señor.


          Danos misioneros y apóstoles de tu Palabra para que nos impulse a vivir acordes con tu voluntad.
          Por Jesucristo N.S.