domingo, 27 de octubre de 2019

27 octubre: La oración del pobre


LITURGIA        Domingo 20-C. T.O.
                      Hay una 1ª lectura (Ecclo.35,15-17.20-22) que más que explicaciones, hay que leerla despacio. Y prefiero copiarla a parafrasearla: El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. Hasta aquí la forma de proceder de Dios. Dios tiene predilección por el pobre, en sus diversas modalidades de pobreza: el huérfano, la viuda, el que está oprimido. Todas son formas de pobreza, no sólo por su propia situación de desvalimiento sino porque son realidades de pobreza económica en la gran mayoría de los casos.
          Sigue ahora la realidad del pobre y su actitud: La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. Lo que tiene que prevalecer es la seguridad de que El Señor no tardará. Cierto que a veces espera hasta el límite, y que el pobre –cualquier realidad de pobreza- empieza a sentir que se debilita su fe. Pero hay que pensar que en ese punto límite, Dios sale al paso Dios no abandona.

          El evangelio (Lc.18,9-14) nos presenta dos casos de pobreza, muy dispares; una pobreza que mata y otra que salva. Porque el fariseo orgulloso, en el fondo es el más peyorativamente pobre, de puro rico que se cree. Es que resulta hasta ridículo en su oración (si a sus palabras se les puede catalogar como oración). Oraba erguido. Mala postura para orar, porque “erguido” deja la impresión de decir: “aquí estoy yo”. Y de hecho así resultan sus palabras: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás. Mala postura interior. Para el fariseo la vida se divide en dos grupos: en uno, está él, el cumplidor; en el otro, “todos los demás”, a los que cataloga como ladrones, injustos, adúlteros, o –como ese publicano- pecadores. Y viene el panegírico de sí mismo: Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Ya está hecho el “carné de identidad” del fariseo.
          Por lo que toca al juicio de Jesús sobre ese hombre, es muy claro: salió de allí lo mismo que había entrado. No había orado de verdad, no había sido una persona que se humilla ante Dios para suplicar como pobre.
          A la otra parte está el publicano. Se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, al contrario del fariseo erguido y fanfarrón. El publicano se daba golpes de pecho y oraba así: Oh Dios, ten misericordia de este pecador. Eso sí era oración. Eso sí era postura de hombre suplicante, humilde. Naturalmente aquel hombre tendría también sus buenas cosas. Pero esas buenas cosas no las saca a relucir ni son factura que se le pasa a Dios para que pague. A Dios se llega desde la realidad de pobre, y su grito alcanza las nubes, como decía la 1ª lectura.
          De hecho, Jesús da su juicio sobre el publicano y dice que bajó a su casa justificado (=justo, perdonado, escuchado por el Señor). Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
          Es la gran lección de este domingo, la pauta de acción que tenemos que tener. No sólo al orar sino en la actitud habitual de la persona.

          Así nos hemos de acercar a la EUCARISTÍA. El que se presenta ante Dios con la actitud de “yo no tengo pecados”, y desdeña el Sacramento de la Penitencia como práctica habitual, puede estar cayendo en la postura del fariseo, “erguido y mejor que todos los demás”. Ante la Eucaristía nos hemos de presentar con la humildad del publicano, sabiéndonos pecadores y buscando la misericordia de Dios. Que en muchos casos ha de venir por esa humilde actitud del penitente que se acerca al confesionario a buscar allí la absolución de sus pecados, porque sólo por el sacramento del perdón se puede alcanzar esa misericordia.


          Sin atrevernos a mirar al cielo, nos ponemos humildemente ante Dios con nuestras peticiones.

-         Por los pastores y responsables de la Iglesia para que vivan su misión con humildad. Roguemos al Señor.

-         Por nosotros para que nos presentemos con sencillez ante Dios y ante los demás. Roguemos al Señor.

-         Por los pobres, en cualquier realidad de pobreza, para que no pierdan su confianza. Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos la eucaristía desde la humildad del pecador arrepentido y admirado de la misericordia de Dios. Roguemos al Señor.


          Como el publicano del templo te decimos: Oh Dios, ten misericordia de este pobre pecador, para salir justificados en tu presencia.
          Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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