miércoles, 31 de julio de 2019

31 julio: Ignacio de Loyola


LITURGIA:      San Ignacio de Loyola
                      Celebramos los jesuitas a nuestro fundador. Él no quiso que nos llamáramos con su nombre (ignacianos o iñiguistas). Centrada su vida en la persona de Jesucristo, quiso que nuestro nombre fuera “de la compañía del nombre de Jesús”. De ahí, y quizás con un tono despreciativo, se nos llamó jesuitas, nombre que aparece con connotaciones peyorativas en los diccionarios, y que sin embargo para nosotros es el emblema que nos distingue nuestro espíritu y nuestro modo de proceder centrados en Jesús, ese Jesús que mamamos en el Mes de Ejercicios desde el comienzo de nuestro noviciado, y que marca una vida.

          A eso responde la 1ª lectura de la solemnidad (Jer,20,7-9): Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Y reconoce el profeta que eso le ganó el ser el hazmerreír de todo el mundo, que se burlaba de mí. Cuando San Ignacio nos da el “Examen” para que sepa el que desea ser jesuita a qué se atiene, le planta por delante un principio fundamental de humillaciones y cruces, que debe amar el jesuita como el mundo ama la gloria y la alabanza.
          Comenta el profeta Jeremías que pretendió dejarlo todo eso a un lado (“olvidarme del asunto”) pero se encontró que el pensamiento de dejarse seducir por Dios le ardía como fuego en el alma. ¡Tenía que aceptar esa humillación! E Ignacio de Loyola lo llevó a rajatabla y lo inculcó a sus seguidores.
          El SALMO 33, que afianza la idea, nos hace repetir algo hasta que se meta en las entrañas de nuestra vida: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

          En la 2ª lectura (1Co,10,31 a 11,1) se expresa lo que será el colofón distintivo de la obra ignaciana: A mayor gloria de Dios. Pablo lo expresa diciendo: Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. Dice Pablo que él procura no escandalizar a nadie: ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios, sino que procura contentar a todos para que se salven.
          Una acepción del diccionario sobre la voz: “Jesuitas”, es la de “hipócritas”. Y es que el jesuita responde a esa palabra de Pablo: no escandalizar a nadie y estar abierto a todo el mundo para salvarlo. Ignacio era un hombre serio y recto, pero su actitud era condescendiente, buscando no mi propia ventaja (dice Pablo), sino el bien mayor. Y concluye; Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo, expresión que muy bien encaja en Ignacio de Loyola, y que ojalá sea la mística interior de un buen jesuita.

          El evangelio (Lc.14,25-33) finalmente viene a marcar una de las características más determinantes de Ignacio de Loyola: el discernimiento. Jesús enseña a CALCULAR…, a no dejarse llevar del primer impulso…, a calibrar lo que es conveniente hacer en cada caso: el que empieza una torre tiene que saber si tendrá medios para concluirla, porque de lo contrario será objeto de burlas, porque empezó y no pudo concluir.
          Lo mismo el rey que va a aceptar batalla contra otro rey que le ataca con muchos efectivos, tiene que sentarse a pensar con los que él cuenta. Porque si no tiene un mínimo de garantías, mejor es que envíe mensajeros a pedir una paz digna.
          San Ignacio de Loyola centra la espiritualidad de los Ejercicios  en la ELECCIÓN, y tiene dos tandas de Reglas para orientar una sana elección, unas que están más al comienzo de la experiencia espiritual, y otras –más de iniciados- cuando se trata ya de personas más cultivadas, en las que el peligro es más subrepticio y la atención a las señales tiene que ser más sutil. Hay que sentarse a calcular…
          La vida diaria conlleva muchas situaciones que piden determinadas decisiones. Y aunque entonces no se van a pasar por delante las Reglas, sin embargo tiene que haberse hecho un “fondo” que casi automáticamente aplique los principios. He ahí una de las razones por las que no es fácil que un jesuita adopte posturas definitivas en cualquier modo y momento. Y es que en su “mecanismo interior” se están poniendo en acción esas señales que indican por dónde se mueve realmente el Espíritu…, o qué “espíritu” es el que realmente mueve en ese instante: ¿el de Dios?, ¿el espíritu del mal? [que no es necesariamente el demonio, porque pueden ser los resortes subrepticios interiores o las influencias externas lo que esté moviendo a una parte a otra, no precisamente bajo la acción de Dios].

martes, 30 de julio de 2019

30 julio: Sembrador de cizaña


LITURGIA
                      Moisés plantó la Tienda del Encuentro fuera del campamento. Allí se dirigía él a orar, y se hacía sensible la presencia de Dios en aquella humareda que cubría el santuario. Todo el pueblo sabía que Dios había bajado a hablar con Moisés y todo el pueblo se salía de su tienda y se prosternaba mientras el humo denso cubría aquella tienda del Encuentro.
          Dice el texto que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo. Era algo especial. Y el Señor se describe a sí mismo como Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación, y por tanto sin resabios sobre el pecador, al que ciertamente corrige pero no deja de bendecirlo y hacerlo objeto de su misericordia.
          Va con el estilo del escritor judío presentar a Dios como quien no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y la cuarta generación. Pero es evidente que eso se contradice con esa misericordia por mil generaciones. Otra cosa es que corrige, porque Dios, como buen padre, no deja que lo mal hecho permanezca mal hecho.
          Esto es lo que tanto deberíamos de insistir en nuestras confesiones. No puede ser que una situación anómala se repita una y dos y cincuenta veces, y que no se centre seriamente la atención en el propósito para huir o evitar las ocasiones. Dios corrige. Dios llama la atención. Dios no puede quedar ausente de ese fallo repetido, porque se han puesto las mismas bases siempre para que finalmente se acabe repitiendo. Ahí se compaginan los dos párrafos señalados antes: Dios compasivo hasta la milésima generación, y Dios que no transige con el pecado. Y se acaban creando vicios que pasan de padres a hijos y de hijos a nietos, y que más de una vez se reflejan en la salud deteriorada de las siguientes generaciones.
          Moisés se echó por tierra y rogó a favor del pueblo, muy a sabiendas de que es un pueblo de dura cerviz, pero no por eso dejes de salir con nosotros, y perdona nuestras culpas.
          El SALMO (102) que apoya la idea de la lectura, nos hace repetir una y otra vez: El Señor es compasivo y misericordioso.

          No es fácil tocar con detalle el evangelio de hoy (Mt.13,36-43) cuando la parábola de la cizaña en sí misma está ya explicada. Lo que no quita que acojamos con devoción la propia palabra de Jesús, que explica a sus discípulos esa parábola, a petición de ellos mismos.
          «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre”. Jesús en persona…: ese es el evangelio. El evangelio no es un libro; es una vida. Y esa vida nos trae la propia presencia de Jesús que viene a sembrar en nosotros el buen trigo, la buena semilla.
          El campo es el mundo: nosotros y todos los demás, aunque la buena semilla son los ciudadanos del reino, aquellos que acogen la palabra de Jesús; la cizaña son los partidarios del Maligno: no es una semilla mala sino los propios hombres malos, que siguen las enseñanzas y tentaciones del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo. Jesús se toma en serio la existencia del diablo, y lo presenta como agente del mal y enemigo del bien.  La cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Y el final del tiempo no es una fecha lejana; es el final de la vida de cada uno, que ha convivido en su vida con “ciudadanos del reino” y con “los partidarios del Maligno”. La lucha de cada día, que se realiza –lo digo gráficamente- bajo las dos fuerzas de “nuestro ángel de la guarda” y del “demonio de nuestra condenación”
          Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Hay un momento en que las cosas se ponen en su sitio. La cizaña y el sembrador de cizaña, van al horno de fuego. Los ciudadanos del reino, quedan liberados de las fuerzas del mal y van con los ángeles: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre.
          El final es el grito de atención: El que tenga oídos, que oiga. Una palabra que repite Jesús de vez en cuando para hacernos saber que lo que toca a él, está dicho. Y que somos nosotros los que tenemos que OÍR. Y más que con el oído, con el corazón y con una actitud de decisión. El que no se entera es porque está sordo con la peor sordera que puede tenerse: la del que no quiere oír.

lunes, 29 de julio de 2019

29 julio: Mostaza y levadura


LITURGIA
                      El Señor había dicho claramente que no se hiciesen imágenes de Dios, y el pueblo había asentido con solemnidad: “Haremos lo que diga el Señor”. Moisés sube al Monte, y allí Dios le graba las tablas de la Ley por delante y por detrás, y ya bajaba hacia el pueblo, cuando Josué advirtió que había gritos en el campamento. (Ex.32,15-24.30-34). Moisés intuye que no son gritos de victoria ni de derrota sino cantos, y cuando se acerca, ve con estupor que el pueblo está adorando a una esfinge a la que aclama como a su Dios.
          Moisés tira las tablas contra el suelo pregunta a Aarón qué es lo que ha hecho. No ha construido un ídolo, sino ha ofrecido al pueblo lo que el pueblo necesitaba: materializar de alguna manera la presencia de Dios. El tema no era haber construido un ídolo sino haber hecho una imagen de Dios, algo que expresamente Dios había pedido que no se hiciera.
          Aarón lo explica con toda sencillez: Me dijeron: Haznos un Dios. Y yo les pedí el oro y lo eché al fuego y salió esa figura.
          Con una narración muy típica hebrea, y por tanto de carácter punitivo, nos dice el autor que Moisés hizo triturar el becerro, hacerlo polvo, y echarlo al río, haciéndoselo beber al pueblo. Naturalmente no se trata de hacer beber el metal como tal, sino que al echarlo al río, era el río de donde tenían que beber.
          Moisés les hace ver que han cometido un pecado muy grave. Pero ahora subiré al Señor. Y su oración es de enorme fuerza: O perdonas al pueblo, o me borras del libro de la vida. Dios responde que lo sufrirá el que haya pecado pero no Moisés. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que te dije: mi ángel irá delante de ti.
          Y el SALMO que corea la narración anterior, viene a ser optimista y confiado: Dad gracias al Señor porque es bueno. (105)

          Pasamos al evangelio, que continúa con nuevas parábolas (Mt. 13,31-35). Primero está la parábola del grano de mostaza. El Reino de los cielos se parece… El grano de mostaza es inicialmente una semilla muy pequeña. Pero cuando se siembra, acaba creciendo y formando un arbusto donde los mismos pájaros viene a anidar en sus ramas.
          El Reino no es de multitudes. No es de relumbrones. El Reino es algo pequeño que tiene la vocación de hacerse grande y acoger a todos los que se acercan. Quizás sea ésta una lección muy útil en los momentos actuales. Hemos vivido períodos de cristiandad, en los que las masas aceptaban los postulados del Reino. Pero ya vemos en qué ha quedado. Hoy las masas se han alejado. Quedamos “un resto” (como en los tiempos de la deportación de Babilonia). “Un resto” que no significa que seamos pocos, pero sí que la Iglesia no es masa. Y que tenemos que vivir la humildad del fracaso humano, pero la confianza en que la barca de la Iglesia no se hunde, y en ella navegamos con toda la incertidumbre de “migrantes” que no sabemos si llegamos a puerto…, y con toda la certeza de que las fuerzas del infierno no pueden contra ella.
          Pero hay más: ya no somos “cristiandad”. Ya no se está en el Reino por el hecho de nacer y seguirse indiscutiblemente un bautismo y una formación familiar en la fe. Ahora cada uno de los que estamos y creemos, tenemos que sentirnos levadura, cuya misión –dentro de ser tan pequeño el fermento-, tiene que fermentar toda la masa. Es una llamada urgente a la misión, al apostolado, a ser testigos que tienen que manifestar en sus vidas que el Reino está ahí y que su vocación es extenderse. Una misión que va mucho más “boca a boca”, contagio de hombres y mujeres convencidos de que el Reino está ahí y que hay que comunicarlo.
          La “fe entra por el oído”, dice Pablo. Las familias modernas no hablan a sus hijos de esa vía. No les proporcionan el camino. No bautizan. No les inculcan los principios evangélicos, no hablan de Cristo, no les hablan de Dios. Ahí es donde la levadura tiene que actuar. Y hemos de sentirnos levadura que –partiendo de lo poco que somos y podemos-, ponemos todas nuestras posibilidades al servicio de la causa de Jesús. Con menos empezó Jesús su obra: la Palabra esparcida, y doce hombres de muy poca cultura, entusiasmados con la causa del Maestro. Y eso llegó a invadir el mundo y sembrar de rasgos cristianos el arte, la arquitectura, la literatura, la poesía…, y el mundo entero que había encontrado una creación cristiana que les hablaba de lo sublime y grande de Dios.
          ¡Pobre mundo el de hoy, que ha dejado de lado la inspiración cristiana y la referencia a un Dios que está por encima de todo!

domingo, 28 de julio de 2019

28 julio: Pedid y recibiréis


LITURGIA        Domingo 17-C, T.O.
                      Un domingo cuyo argumento esencial es la insistencia en la petición, y la confianza que el alma debe tener con Dios.
          La 1ª lectura –Gn.18,20-32- está centrada en la intercesión de Abrahán sobre los habitantes de Sodoma. Pretende salvarlos de la amenaza de destrucción, porque el Señor ha visto que es fuerte y grave su pecado. Abrahán con sumo respeto se acerca a Dios y le dice: Si hubiera 50 inocentes, ¿no perdonarías a la ciudad en atención a esos 50? Y Dios le responde que en atención a los 50, no la destruiré. Abrahán ha visto el Corazón de Dios y se atreve a insistir, aunque ahora con la propuesta de que sólo hubiera 45. Y Dios accede a perdonar en atención a los 45. Y así se va sucediendo la insistencia del patriarca y la respuesta favorable de Dios.
          La confianza que genera aquella acogida de parte de Dios, hace que Abrahán ya no vaya bajando de 5 en 5 sino de 10 en 10, y así llega hasta la petición del perdón si hubiera sólo 10 inocentes. Y Dios, con un corazón magnánimo, acepta que por solo 10 inocentes, él perdonará a esa ciudad.
          La lección de esta lectura nos prepara la llegada del texto evangélico (Lc.11,1-13) en el que Jesús nos enseña a orar y a insistir en la oración, sin desconfiar nunca de sus efectos. Ha comenzado enseñando las peticiones fundamentales que deben acompañar siempre toda oracion. El PADRENUESTRO nos muestra un espíritu para decirnos las características de toda buena oración. Pero continúa luego enseñando que hemos de pedir con constancia e insistencia.
          Lo hace con su pedagogía particular de una parábola: el amigo que le pide al otro amigo unos panes, y de primeras ese amigo no responde favorablemente. Ya está acostado y los hijos  dormidos. Pero el amigo le insiste. Y ante esa situación acaba levantándose y dándole lo que le pide.
          En lo humano, si un hijo pide pan, no le da su padre una piedra; si pide pescado, no le da una serpiente. Es decir: ya en lo humano hay respuestas buenas a peticiones que hacen los hijos o que hacen los amigos. Pues si eso ocurre en lo humano y con situaciones humanas, ¡cuánto más cuando al que se le pide es a Dios! Dios dará siempre cosas buenas a los que le piden. Invita a pedir, a buscar, a llamar…, en la seguridad de que recibiremos, encontraremos y se nos abrirá la puerta.
          En el texto que nos ocupa, dice Jesús que Dios dará el Espíritu Santo a los que se lo piden. Quiere decir que nuestras peticiones deben caer en el ámbito del Padre Nuestro, que es la oración que nos sugiere Jesús. Y eso será pedir el Espíritu Santo.
          No nos promete el Señor que nos va a dar exactamente lo que pedimos. No se compromete Dios a ser mera ventanilla de peticiones y de respuestas. Dios purifica nuestro pedir y matiza su “dar”. Como un buen padre, no da al hijo cualquier cosa que el hijo pide. El hijo tiene que aprender a pedir mejor y pedir lo que necesita de verdad. De todos modos es lo que el Señor va a dar: según la verdadera necesidad y no según apetencias y caprichos.
          Todo lo cual nos lleva a una purificación de nuestras peticiones que, repetidas como las de Abrahán, e insistentes como las del amigo que necesitaba los panes, nos lleven a pedir de acuerdo con la voluntad de Dios. Y esa petición acabará en la ayuda del Espíritu Santo y en el aumento de la Gracia de Dios, por la confianza y  la intimidad con que nos vamos acercando al Señor en nuestra oración.

          La 2ª lectura –Col.2,12-14- en breves palabras nos habla del perdón de Dios y las gracias que nos otorga a partir de nuestro Bautismo, por el que Cristo nos ha perdonado el pecado y ha borrado el protocolo o papel de multa que merecían nuestros pecados, clavándolo en la cruz. Una realidad más de los efectos de la Gracia de Dios, siempre abierta a favor nuestro, y por la que estamos salvados.

          La gran oración de la Iglesia es la SANTA MISA. Vale más que todas las oraciones particulares y devociones que podamos tener. Esas mismas oraciones y devociones adquieren valor en razón de su unión al Sacrificio de Jesús. Y ese es el que celebramos en la SANTA MISA. No la suplen ni sacrificios ni rezos continuados, ni devociones particulares. Lo que da sentido a toda actuación nuestra ante Dios, pasa por la fuerza de la EUCARISTÍA, vivida domingo a domingo como fuente de gracias que mana toda la semana.



          Acudimos a Dios en demanda de nuestra necesidades y en respuesta a la invitación que nos ha hecho el propio Jesús.

-         Enséñanos a orar de verdad y de modo conveniente. Roguemos al Señor.

-         Que nunca nos desilusionemos en nuestra oración, aunque no obtengamos lo que pedimos. Roguemos al Señor.

-         Que insistamos humildemente ante el Corazón de Dios. Roguemos al Señor.

-         Que nuestra participación en la Eucaristía sea la que dé sentido a nuestras peticiones. Roguemos al Señor.


          Nos dijiste: Pedid y recibiréis. Con esa confianza te presentamos éstas y todas nuestras peticiones, esperando recibir el Espíritu Santo.
          Por Jesucristo N.S.

sábado, 27 de julio de 2019

27 julio: La cizaña


LITURGIA
                      Moisés bajó del monte adonde había recibido las tablas de la Ley y las palabras de Dios que le explicitaban el contenido de aquellos mandamientos, los diez mandamientos de la Ley de Dios, que vienen a ser –en la realidad- como la plasmación de los principios fundamentales que están grabados en el corazón de todo hombre bien nacido. No había mandado Dios nada raro, sino lo que se deduce de una conciencia humana de hombre religioso. Y no perdamos de vista la definición que se dio en su momento de qué es el hombre: animal religioso. Común con los animales en sus funciones humanas, pero distinguido de ellos en que es capaz de tener conciencia de adoración y dependencia de un Dios.
          Moisés baja del monte y trasmite a los israelitas las palabras de Dios (Ex.24,3-8), y el pueblo acoge con veneración aquellas palabras: Haremos todo lo que dice el Señor. Moisés pone por escrito los mandamientos, y escoge a unos jóvenes que ofrezcan sacrificios de agradecimiento a Dios. Y con una parte de la sangre rocía al pueblo y le dice las palabras que constituyen la antigua alianza: ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros sobre todos estos mandatos.
          Bien se explica que si la antigua alianza se firmara con sangre, aunque fuera de animales sacrificados, al llegar la nueva alianza, la que selló Cristo, se hiciera también con sangre, aunque esta vez ya no era con sangre prestada, sino que es la Sangre preciosa de Cristo la que se rocía sobre el nuevo pueblo de Dios. He ahí el valor que Dios ha dado a la liberación de la gran esclavitud del pecado, que se hizo a través de la vida misma del Hijo de Dios. Puesto en una balanza los pecados de la humanidad y en el otro platillo la sangre de Jesús, vino a valer más esa sangre. Y fuimos salvados. De eso participamos en la Eucaristía, y la pena es que muchos fieles no valoren la Misa de manera que se participe siempre de ella, a no ser por una fuerza mayor de verdadera importancia.

          Nueva parábola de Jesús, y muy significativa: la parábola de la cizaña (Mt.13,24-30). Vendría a ser una explicitación de por qué la semilla no da tantas veces el fruto deseado. Y es que en la vida de cada hombre y mujer, aparte de la siembra buena que hace Jesús y la Iglesia, los padres y los educadores verdaderos, hay “un enemigo” que siembra entremezclada la cizaña: las medias verdades, la falsedad, el mal camuflado con apariencias de bien.
          El trigo se ha sembrado a la luz del día, porque la verdad y el bien son diáfanos. La cizaña se siembra de noche: con engaño y secreto. Por eso los padres apenas pueden advertir ese proceso en sus hijos, aunque muchas veces los ven extraños. Pero se atribuye a los cambios de edad de la adolescencia o de la llegada a la universidad, o a otros factores. Y sin embargo el cambio que dan esas personas está provocado por la siembra subrepticia de medias verdades, de influencias sectarias, de maldades abiertas recubiertas de falsas razones.
          ¿La solución puede estar en arrancar de pronto la cizaña? No, evidentemente porque el problema está en que actuar derechamente en esas situaciones provoca rechazos de muy graves consecuencias. Y los padres han de ver cómo se les van de las manos sus hijos e hijas sin poder hacer apenas nada. La siega final es la que pone las cosas en su sitio, aunque frecuentemente sin un remedio favorable. Y entonces se ha de ver que la cizaña no tiene porvenir y que está destinada al horno. Lo positivo es cuando en ese nuevo período de la edad y de la madurez, se reconoce dónde está el verdadero trigo, y se recolecta para que sirva ya en adelante con la experiencia vivida.
          No es fácil ese final en la vida real. La cizaña ha hecho ya su estrago y es parte de esas causas que Jesús explicaba para que la Palabra no tenga fruto: la cizaña –mucho más bravía- puede ahogar la semilla buena, y que al producirse esa mayoría de edad adulta, se esté muy lejos de poder retomar los valores que se recibieron al principio.
          He ahí una explicación de ese mundo arreligioso que se ha fraguado en las mismas familias tradicionales cristianas, en la que los padres viven el dolor de unos hijos separados de la fe y que dan a luz otros hijos sin bautismo y sin formación religiosa, y sin sacramentos salvadores. Sencillamente, nuevas generaciones alejadas de la religión y carentes de los valores cristianos (y por ende, los mismos verdaderos valores humanos).

viernes, 26 de julio de 2019

26 julio: San Joaquín y Santa Ana


LITURGIA
                      La liturgia de Santiago nos dejó ayer sin el momento sublime en que Dios se manifiesta al pueblo en el Sinaí. Una presentación del autor que es toda una situación que se sale de los límites humanos, para describir la presencia de Dios.
          Hoy Dios, desde el Sinaí da sus mandamientos a Moisés, expresándole con palabras lo que luego quedaría grabado en las dos tablas de la Ley. (Ex.20,1-17). Por lo pronto, la presentación de Dios: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto. Y hecha la presentación, viene la natural contrapartida que debe haber por parte del pueblo: No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo soy el Señor, un Dios celoso. Pero actúa con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. Todo eso sería el primer mandamiento, el supremo mandamiento. Pero eso arrastra consigo unas consecuencias: No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo.
          Muchos “fieles” de hoy ¿tienen cogido esto en serio? Reconocer a Dios como único, supone no construirse ídolos de ninguna clase. Supone no pronunciar en falso el nombre de Dios y supone santificar el día de descanso. ¿Está todo esto asumido de verdad por los fieles católicos? ¿Se está viviendo la verdadera relación con Dios?
          Luego pasa a la 2ª tabla: Honra a tu padre y a tu madre; así se prolongarán tus días en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar. Obsérvese que es el único mandamiento que añade una promesa.
          Luego sigue la enumeración de los otros mandamientos: No mataras. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni un buey, ni nada que sea de él.
          Vuelvo a lo dicho: ¿Está hoy tomándose en serio el fiel cristiano estos mandamientos que Dios dio ya con su palabra a aquel pueblo que quería pertenecerle? Un repaso a fondo de los mandamientos primitivos sería ya de mucha utilidad para tomar tono en la práctica de la vida evangélica. Porque Jesús no vino a abolir esos mandatos de Dios sino a llevarlos a un afinamiento e interiorización. Ya no se trata de la materialidad del cumplimiento. Se trata de crear una personalidad nueva por la que el nuevo pueblo de Dios viva acorde con ese único Dios, que es el Señor.

          El evangelio es la aplicación a la realidad de la parábola del sembrador: Mt.13,18-23. En esa aplicación, ya Jesús no habla de “los pájaros” que se comen la semilla sino del Maligno que arrebata la Palabra que se había sembrado en el corazón de la persona. Para Jesús es un hecho que el Malino actúa. Hoy hay mucha tendencia a eliminarlo. Para Jesús es una fuerza que actúa.
          Otra cosa es que mucha gente lo usa como coartada para seguir viviendo a su manera, y cuando sale la cosa mal, “la culpa la tiene el demonio”. Yo suelo decir que el demonio tiene cosas más importantes que hacer, y que muchas faltas que se cometen, vienen de que la persona se mete en el peligro, porque sí…, y luego pretendería que Dios hiciera el milagro de que no cayeran. Ahí es mucho más serio plantarse ante uno  mismo y ver lo que uno tiene que evitar, y no echarle las culpas al demonio.
          Otro grupo va a la Palabra de Dios con gusto y la acepta con alegría, pero sin meditar, sin profundizar, sin echar raíces. Es el efecto de la inconstancia, que se echa atrás ante la menor dificultad. La palabra está muy bien mientras no comprometa.
          Otra clase de personas: las que tienen mil cosas entre manos (afanes de la vida, atracción de las riquezas), mil intereses creados, o mil temores de perder algo… Son muchos obstáculos para que la Palabra pueda surgir de entre tantas “zarzas”. Siempre acaba ahogada la Palabra. Lo humano tira mucho. La Palabra supone una actitud de fe… Y la fe se soslaya, se hacen amalgamas, se dan explicaciones…, y en definitiva se salta.
          Quedan las personas verdaderamente fieles que se pliegan a la Palabra de Dios, y que la acogen por encima y por delante de cualquier otra cosa. En ellas se ve el fruto. Y será mayor o menor (que en eso no puede entrar la medida humana), y que para Jesús es ya tierra buena.

jueves, 25 de julio de 2019

25 julio: Santiago apóstol


LITURGIA
                      Con toda solemnidad se celebra hoy en la mayor parte de España la fiesta de Santiago, apóstol. Todo español bien nacido tiene que sentir en esta fiesta una ocasión de oración especial por nuestra Patria, independientemente de sus siglas políticas. Se trata del Patrón de España, cuyo sepulcro ha venido a estar entre nosotros. Un apóstol de Jesucristo que viene a dar a nuestra nación el privilegio de su estancia y de su particular patrocinio.
          Desde el evangelio, Santiago es testigo directo de momentos especiales de la vida de Jesús: la transfiguración o la agonía del Huerto, dos extremos de la experiencia personal. También protagonista, junto a Juan, su hermano, de ese hecho que nos narra el evangelio de hoy.
          El apóstol Santiago cumplirá en su vida el reto que Jesús les lanzó un día a él y a su hermano Juan, cuando ellos –todavía inmaduros en el seguimiento de Jesús- pretendieron privilegios humanos (Mt.20,20-28), y Jesús les cambió la idea por otra muy diferente: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
          No supieron entonces qué decían, pero respondieron: Podemos. Ya esa realidad corresponde a Santiago la 1ª lectura fragmentada de Hech.4.33.5; 5-12.27-33: 12,1.
          Los apóstoles daban testimonio con mucho valor de la resurrección de Jesús, y hacían muchos prodigios en medio del pueblo. Como consecuencia de aquella popularidad y trasmisión de la fe en Cristo, los prendieron, y les conminaron a no hablar más “en nombre de ese”. Pedro y los apóstoles respondieron que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres
          Los sacerdotes y ancianos del sanedrín se carcomían de rabia viendo a aquellos hombres, humanamente incultos, tener la fuerza y la constancia de predicar en el nombre del Señor, pese a las amenazas, y pensaron en matarlos. Herodes hizo decapitar a Santiago, el hermano de Juan. Se cumplía así aquel: “Podemos” con que Santiago respondió a Jesús sobre su decisión de beber el cáliz de Jesús. La muerte violenta –decapitado- culminará una vida que es un puro testimonio, con valentía y contra corriente, de la injusticia cometida contra Jesús. La fuerza la recibe del Espíritu Santo para ser consecuente con un principio fundamental: que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
          La 2ª lectura -2Co.4,7-15- pone la explicación de esa fuerza sobrehumana que inspiró a aquellos hombres: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Éste es el principio que rige toda la labor apostólica y en definitiva todo el sentido de la vida cristiana.
          Continúa Pablo haciendo una semblanza del apóstol: Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan. Acosados, pero no abandonados. Nos derriban, pero no nos rematan. En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Un párrafo excelente, elocuente. Todos los padecimientos de un apóstol acaban en la gran realidad de que la vida de Jesús se manifiesta en ellos. Y como he indicado: no se reduce eso a los apóstoles. Todo cristiano ha de encontrar en esa descripción una parte de su vida y del sentido de su existencia.
          Continúa Pablo describiendo al apóstol: Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. La vida como lucha. El apostolado como dura lucha porque a muchos les estorba que se les hable de la doctrina de Jesucristo, y se les remita al hecho incontrovertible de la resurrección de Jesucristo. Pero el apóstol es testigo con mucha fuerza de esa resurrección y no puede callarse porque tiene que seguir la pauta de Dios por encima de lo que pretenden hoy silenciar las ideologías humanas.
          Ahí tenemos una línea de acción que nos toca a todos los cristianos, y que en tanto daremos a conocer el Nombre de Jesús, en cuanto que nuestra vida esté dispuesta al sacrificio diario. A todos no se nos va a pedir el padecimiento de un apóstol que está en la brecha, pero a todos se nos pide vivir el evangelio. Y en el evangelio, tomar la cruz para poder seguir a Cristo, es una condición que pone el propio Jesucristo.

miércoles, 24 de julio de 2019

24 julio: Salió el sembrador


LITURGIA
                      Los israelitas ya caminan por el desierto, liberados de la esclavitud. Pero lo típico de las reacciones humanas, pierden el sentido de lo principal y ahora se acuerdan de Egipto. (Ex.16,1-5.9-15). Cierto que el desierto les da pocas satisfacciones, y entonces se acuerdan de aquellas ollas de comida y del pan que tenían. Moisés le pasa al Señor el sufrimiento de aquel pueblo y Dios le anuncia que tendrán pan y carne para comer todos, y no olvidemos que el pueblo que ha salido de Egipto contaba a más de seiscientas mil almas.
          Yo haré llover pan del cielo; que el pueblo salga a recoger la ración de cada día. El día 6º recogerán ración doble de lo que recogen a diario.
          Moisés encarga a Aarón que diga al pueblo que Dios ha escuchado sus murmuraciones. Y cuando Aarón está explicándoles al pueblo, una nube ingente de codornices cae sobre el campamento, y así tienen carne para comer. Por la noche se produce una escarcha especial (dicen los entendidos que unas semillas de árboles que arrastra el viento), y por la mañana aparece sobre el campamento una capa desconocida. El pueblo pregunta qué es aquello y Moisés les dice que es el pan del cielo que Dios da a aquel pueblo como un pan para acompañarse en la acomida. Es el “maná” (=”qué es esto”). Habían protestado de no tener pan ni carne y ahora tienen en el desierto y de forma prodigiosa pan y carne. Así cuidaba Dios a aquel pueblo, al que había liberado de la esclavitud, y no debía volver con el pensamiento y la nostalgia a aquellos tiempos de su estancia en Egipto. Ahora los conduce Dios, que no los hace esclavos sino pueblo suyo al que conduce hacia una tierra prometida. No va a ser cosa que se les venga a las manos. Deberán pasar por muchas experiencias en las que el pueblo necesita purificar su fe y abrirse del todo a Dios. La historia nos dirá los muchos vaivenes de aquel pueblo, al que el Señor tendrá que describir como “duro de cerviz”, pero al que Dios no le retira su favor ni falta a su promesa de hacerlo un gran pueblo.

          El evangelio es de los que es difícil explicar por lo muy explicado que está, al que ya se le ha desmenuzado por activa y por pasiva. Es la parábola del sembrador en la que Jesús describe las diferentes maneras que hay de acoger su palabra; unas que en realidad no la acoge, y otras en que acogen pero sin convencimiento y sin raíces. Hasta cuando hay quienes sí acogen la palabra, aunque dentro de ellos hay grados de respuesta.
          Vayamos al texto: Mt.13,1-9, que es sucintamente la parábola. Salió el sembrador a sembrar. El Sembrador es el propio Jesús. La semilla es su Palabra, su enseñanza. Al sembrar, una parte cayó junto al camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Hablaba Jesús de la siembra a voleo. No es extraño que alguna parte de la semilla cae fuera de la tierra fértil. Quiere Jesús enseñar que no toda semilla es acogida por el terreno donde puede fructificar. Es un hecho que una parte de la Palabra de Dios cae fuera del ámbito de la acogida. No sólo es que cae fuera sino que no tiene posibilidad de germinar porque vienen los pájaros y se la comen.
          Otra parte cae en sitio donde hay poca tierra. La semilla crece un poco y parecería que va a dar fruto, pero surgen los ardores del sol –la dificultad, la superficialidad- y al cabo de un poco, se agosta. La semilla o es acogida en plenitud o si no, no da fruto. Sigue Jesús retratando la vida con unas pinceladas magistrales. No está aplicando nada pero cualquiera puede ya captar lo que aquello significa si se salta de la parábola y el ejemplo a la realidad de la vida.
          Una  tercera parte cayó donde había muchos matorrales: entre zarzas, que crecieron y ahogaron el crecimiento de la semilla. Los que hemos tenido la suerte y casi el privilegio de compartir ratos de las faenas agrícolas, vemos el realismo de todas estas situaciones que cuenta Jesús. La misma semilla, el mismo aparente terreno y sin embargo el crecimiento del sembrado varía, y hay espacios donde apenas ha crecido. Otras plantas más bravías se han comido el jugo y han arruinado lo que pudo ser una buena cosecha.
          Jesús plantea finalmente el grueso de la siembra, en buena tierra, donde la semilla ha podido realizar su poder. Y dentro de esa buena tierra –que es buena porque ha fructificado- todavía hay partes más jugosas que otras: y unas dan el 30, y otras el 60 y otras dan el ciento por uno. Que es una experiencia de aquellas tierras de las que Jesús tenía a la vista, donde las espigas que granaban bien, daban un fruto excelente: un grano había producido una espiga de 100 granos.

martes, 23 de julio de 2019

23 julio: Mi madre y hermanos


LITURGIA
                      Ayer tuvimos los preámbulos de esta gesta inigualable que hizo el Señor en la defensa de su pueblo. El pueblo estaba copado por delante –el mar- y por detrás –los egipcios-. Moisés pone a retaguardia la columna de humo, con lo que los egipcios se despistan y creen que los israelitas están allí detenidos. Pero Dios le había dado órdenes a Moisés de extender su brazo sobre el Mar Rojo (Ex.14,21 a 15,1) y bajo esa acción el mar se repliega sobre sí y deja el paso libre a los israelitas, que atraviesan el mar sin mojarse.
          Cuando los egipcios son conscientes de aquello, se lanzan también al mar con sus carros y jinetes, pero ahora ya coincide con la subida de la marea, que los ahoga a todos los enemigos del pueblo de Dios, que observan –desde la ribera opuesta- a los carros del faraón y a sus soldados, perecer en las aguas. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio la mano grande del Señor obrando contra los egipcios y el pueblo entero creyó en el Señor. Y Moisés y el pueblo entonaron un canto de acción de gracias: Cantemos al Señor, sublime es su victoria.
          Este pasaje se lee en la Vigilia Pascual como lectura insustituible porque es el presagio de la otra liberación, mucho más importante, que llevó a cabo Jesucristo cuando –por el bautismo- nos hace pasar las aguas y nos libera por medio de ellas, mientras que el enemigo, el pecado, queda ahogado es esa agua purificadora. La Vigilia Pascual es eminentemente bautismal, y nos remite a Cristo resucitado, que es el gran misterio de muerte y resurrección, de PASCUA o PASO por el que quedamos salvados del mal, pasando de muerte a vida.

          El evangelio (Mt.12,46-50) nos trae uno de los pocos textos en que se hace relación a María, la Madre de Jesús. Viene con los otros parientes con el deseo de ver a Jesús, y como Jesús está en su labor de enseñanza a las gentes, le han de enviar recado para que sepa que su madre y sus parientes están allí fuera queriendo hablar con él.
          Ya había enseñado Jesús que hay que amar a Dios por encima de otro amor, y que si se presenta la ocasión de elegir, hay que elegir primero lo que es obra de Dios.
          Ahora le toca a él. Él está haciendo su obra, para la que ha venido. El encuentro con su madre y parientes no puede quitarlo de su labor, y aplica su enseñanza a sus hechos y responde: Quién es mi madre y mis hermanos? Y extendiendo la mano sobre aquellos que le estaban escuchando, dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. Y como no es que hay un menosprecio hacia su Madre, completa la frase diciendo: El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. No quedaba desdorada su Madre, sino ensalzada a lo verdaderamente importante: la persona que mejor que nadie escuchó a Dios y puso por obra la palabra de Dios. Si los parientes estaban en esa onda, también ellos. Pero quedaba claro que no era el afecto lo que podía ir en primer lugar, si por medio estaba algo tan importante como hacer la obra de Dios.
          Si Jesús no dejó de hacer lo que tenía que hacer, ni siquiera por la presencia de su santa madre, nos debe quedar claro que por delante de nuestra relación con Dios no podemos nunca poner otras cosas. Yo suelo aconsejar que en lo tocante a hacer nuestra obligación, en este caso como personas espirituales, hay que poner esa práctica “antes de…” y no “después de”, porque “después” siempre se va retrasando y se llega a la noche y no se ha hecho lo que había que hacer. En cambio la práctica del “antes de” tiene la gran virtud de poner por delante a Dios y el gran efecto de que no se va el día sin haberlo hecho.

lunes, 22 de julio de 2019

22 julio: La señal de Jonás


LITURGIA
                      Los israelitas habían pedido al Faraón salir tres días al desierto para hacer un sacrificio al Señor. De hecho la intención no era otra que establecer una distancia con el Faraón y huir escapando de Egipto. Cuando el Faraón es consciente de ello, se arrepiente de haberlos dejado marchar y sale en su búsqueda. Es la lectura de hoy: Ex.14,5-18. Entonces se prepara con un verdadero ejército para hacer volver a sus esclavos, que le solucionaban una buena parte de la economía del país en los trabajos más duros y más bajos.
          Los israelitas por su parte, cuando ven acercarse aquella nube de gentes –soldados, carros de combate, caballos, jinetes…, se asustan sobremanera porque temen que lo que va a sobrevenir es mucho peor de lo que han pasado ya. Y se quejan a Moisés porque pensaban que iban a morir todos en el desierto.
          Dios le habla a Moisés para que el pueblo se ponga en movimiento, y Moisés afirma al pueblo asustado que Dios les dará la victoria. Si Dios ha estado a favor de ellos para llegar al momento que tienen, liberados de los egipcios, pueden estar seguros de que Dios seguirá peleando a favor del pueblo.
          Y Dios le dice a Moisés que tome el cayado y divida las aguas del Mar Rojo, y que el pueblo pueda pasar por allí a la ribera opuesta. Que el resto ya será obra de Dios, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Sabrán los egipcios que Yo soy el Señor.
          Estamos a las puertas de una de las gestas más sonadas de la historia, que se recuerda año tras año en la Vigilia Pascual, el momento sublime de celebración de la victoria de Dios frente a los enemigos.

          En el evangelio doctores y fariseos le piden a Jesús una señal: Queremos ver un milagro tuyo. (Mt.12,38-42).Como si eso de los milagros fuera un ejercicio de ostentación o lucimiento para satisfacer curiosidades. Cuando, por otra parte, tantos milagros había hecho ya el Señor en situaciones concretas de necesidades concretas.
          Ahora le piden poco más menos que un juego de prestidigitación. Una prueba. Y Jesús dice: esta generación perversa y adúltera pide un signo. Pues no se le dará más signo que el de Jonás. El Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra Jesús no les da una señal visible ahora. Les remite a su resurrección. Esa será la gran señal.
          Cuando juzguen a esta generación, los habitantes de Nínive la condenarán porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás. Y aquí hay uno que es más que Jonás. Otra señal de Jonás: la conversión de un pueblo por la predicación del profeta. Y sin embargo ahora habla Cristo, que es más que profeta, y aquellos hombres no se convierten.
          Otra realidad más: cuando llegue la reina del sur, hará que condenen a esta generación porque ella vino desde los confines de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón: Y aquí hay uno que es más que Salomón.
         
          Seguramente que Jesús nos tendría que advertir muchas veces que para que vivamos la fe hay que mirarlo a él, y no estar dependiendo de “signos”, de realidades tangibles y más humanas que divinas. La fe debe apoyarse en la seguridad de Dios y de Cristo, en la fuerza de su palabra, en las pruebas que nos ha dejado a través del evangelio. No hacen falta milagros, ni apariciones, ni “tocar” ni pruebas externas que apoyen nuestra fe. Ni que las cosas sucedan a nuestro deseo. Creemos en Dios. Creemos en Cristo. Y creemos a fondo perdido. Porque él lo ha dicho. Porque él lo ha prometido. Y ahí está el núcleo de nuestra fe.
          Y la fe no se pierde porque las cosas no salgan a nuestro gusto y según hemos pedido o deseado. La fe no depende de que las personas seamos mejores o peores. La fe se fundamenta en Dios y en Cristo, que son la Verdad y que nos fiamos totalmente de él y de ella.
Y pueden caer las columnas del firmamento, y seguimos prestando nuestro asentimiento a la Bondad y Verdad de Dios, al ejemplo y la palabra que Jesús nos ha dejado.
          Entonces estamos viviendo la fe verdadera. Y no necesitamos más. “Aquí hay uno que es más” que todas las comprobaciones humanas y que todas las señales que pueden ofrecérsenos.

domingo, 21 de julio de 2019

21 julio: La mejor parte


LITURGIA        Domingo 16-C,  T.O.
                      Este domingo nos habla del paso de Dios por nuestra vida, que no es lo mismo para todas las personas, sino que cada una encuentra a Dios según su condición personal.
          Abrahán estaba sentado a la puerta de la tienda porque hacía mucho calor. (Gn.18,1-10). Alza la vista y ve a tres hombres en pie frente a él, y descubre en uno de ellos al mismo Dios. Por eso se dirige a él diciéndole: Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Abrahán se pone en movimiento y va disponiendo a unos y otros –a Sara y a los criados- para preparar unas viandas con las que obsequiar a aquella visita. Él mismo corre a la vacada y escoge un ternero hermoso que da a los criados para que lo guisen enseguida, y él lo sirve a aquella misteriosa visita que ha recibido. Ellos comieron. Y después dijeron algo que sólo puede decirlo Dios: Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.
          La petición de Abrahán a Dios es que no pase de largo junto a su siervo. Una súplica, una oración que brota del interior. Y junto con esa oración, una actividad que busca la manera de obsequiar a aquellos misteriosos personajes.
          Por parte de Dios, la aceptación del trabajo de Abrahán y la promesa sobre Sara. En efecto, Dios no ha pasado de largo.

          En el Evangelio encontramos a Jesús que llega a la casa de Marta y María. (Lc.10,38-42), donde se ve claramente que se encuentra como en su casa. Las hermanas son muy distintas en su modo de ser, pero en ambas hay una confianza plena en Jesús.
          Marta es prototipo de mujer de acción. Hacendosa, trabajadora, detallista, se esfuerza por agasajar a Jesús con lo mejor de sus capacidades culinarias.
          María, es la mujer contemplativa, que desde que llega Jesús, se sitúa a los pies para escucharle. [Dato importante y típico de Lucas, que es poner a la mujer en el lugar que corresponde a un discípulo varón]. María escuchaba al Maestro. Y no tiene otra aspiración en este momento, y quiere aprovechar la oportunidad que se le brinda con Jesús en su propia casa.
          Marta, en su ir y venir preparando cosas, llega a pedirle a Jesús que le diga a su hermana que le ayude, y lo hace con esa confianza de a amistad: ¿No se te da nada que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?
          Jesús le responde que María ha elegido una parte buena y él no se la va a quitar. Ni él le quita a Marta su modo de ser para servir, porque eso también es bueno, ni le va a privar a María de esa actitud de oración y de escucha. Porque eso también es bueno.
          Diríamos que Marta podría no estar tan agobiada con el servicio y, por decirlo así, hacerle más la visita a Jesús. No se trata de andar agobiada por preparar muchas cosas, cuando con una o pocas sería bastante. Y quizás también María podría ayudar un poco más a su hermana, aunque con la preferencia de quedar a los pies del Maestro escuchándole. Y tendríamos la síntesis más exacta de lo que es la vida de relación con el Señor. Ni “dejarlo pasar de largo”, como pidió Abrahán a Dios, ni tampoco quedarse sin más en la contemplación. Acción y contemplación cuando van juntas, tienen el valor de estar haciendo lo mejor…, de haber escogido la mejor parte.

          Encontraríamos la confirmación de ello en la 2ª lectura (Col.1, 24-28) en la que Pablo se alegra de sufrir por sus fueles, completando así en su carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia. Gran apóstol que se ha gastado y desgastado en el trabajo por la gloria de Dios, pero que a ello había llegado desde una profunda oración y profundización del misterio: por estar mucho tiempo a los pies del Maestro…, y luego gastarse y desgastarse por el bien de sus hermanos. Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este misterio encierra…, lo cual no se alcanza sino desde mucho estar a los pies de Jesús.  Marta y María en una perfecta síntesis.

          Vivimos ahora la EUCARISTÍA. Necesita mucha meditación, mucho profundizar, mucho interiorizar. Pero no es para quedarse ahí en la Misa que se ha tenido y aun profundizado, sino para salir al final con el alma tan cargada de Dios, que lo vivamos nosotros y  trasmitamos hacia afuera lo que hemos aprendido a los pies de Jesucristo.




          Danos, Señor, espíritu de oración, para vivir la mejor parte.

-         Porque recibamos a Jesús en nuestra vida con la amistad generosa de las dos hermanas: Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos la intimidad y confianza con Jesucristo: Roguemos al Señor.

-         Para que día a día completemos en nosotros la vida de Jesús: Roguemos al Señor.

-         Para que la EUCARISTÍA nos lleve a participar de las características de Marta y María: Roguemos al Señor


          Concédenos, Señor, saber permanecer a tu escucha para realizar en la vida práctica lo que hemos orado.
          Por Jesucristo N.S.

sábado, 20 de julio de 2019

20 julio: No apagar la mecha


LITURGIA
                      Día grande para “las legiones del Señor”, aquel numeroso pueblo israelita que sale de Egipto, incluso apremiado por los egipcios. En Ex.12,37-42  se nos dice que con aquellas prisas no dio tiempo a que la masa de los panes fermentara, de modo que lo que tuvieron para su alimento eran panes ácimos. De ahí que, siguiendo ese paralelismo entre la liberación de Egipto y la liberación del pecado (Jueves Santo), la Comunión católica se haga con panes ácimos. No es una condición indispensable y de hecho puede, en ocasiones, utilizarse el pan normal. Pero lo que nos une a aquella experiencia de liberación es el sentido de precariedad que vivieron los israelitas en su liberación de la esclavitud de Egipto. Los egipcios apremiaban a que se fuera aquel pueblo, asustados por lo que les había ido sucediendo por culpa de no dejarlos salir el Faraón. Ahora son los propios egipcios los que meten prisa y no les dejaban detenerse.
          Fueron cuatrocientos treinta años lo que duró aquella estancia en Egipto que, aunque en tiempos de José fue una solución a sus necesidades, luego vino a hacerse una pesadilla constante bajo los faraones que los  habían hecho esclavos maltratados.
          Con un sentimiento triunfal, el narrador expresa que al cabo de esos años, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto, noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

          Los fariseos no soportaban a Jesús. No sólo no les daba a ellos la razón sino que ridiculizaba aquellas formas externas en las que los fariseos ponían tanta fuerza. Mt.12,14-21 nos dice que esos fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. No tenían medias salidas; iban a por todas contra Jesús.
          Jesús se entera y se marcha de allí. Jesús no busca la pelea ni su misión es hacer frente por hacer frente. Lo que él busca es poner la pureza de las costumbres y la verdad de Dios sobre aquel pueblo que vivía bajo el yugo de unas leyes humanas exageradas por lo fariseos.
          Por eso, cuando él se va a otros parajes, muchos lo siguieron. La gente aceptaba a Jesús. Comprendían que la relación con Dios es mucho más profunda que el cumplimiento de unas normas humanas. Y Jesús les hablaba al corazón y les hacía ver que ahí es donde se sirve a Dios y se le agrada. Jesús curó a todos, encomendándoles que no lo descubrieran. No quería enfrentamientos, pero no dejaba de hacer el bien.
          El evangelista discurre ahora sobre la profecía de Isaías que había sobre Jesús: Mirad a mi siervo, a mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. Isaías profetizaba. Y su profecía trasciende los siglos y viene a hacerse realidad en Jesús, elegido, amado y mi predilecto. Él viene a enseñar lo que es recto y de él tienen que aprender todas las naciones. Primero los judíos. Luego enviará al mundo entero a sus apóstoles para que todos tengamos el anuncio de la Buena Noticia que nos trasmite el Espíritu del Señor.
          Y todo ello, desde la paz; no desde la tensión: No porfiará, no gritará, no voceará. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones. Un párrafo muy expresivo que no conviene cortar sino encontrar su significado simbólico en es Jesús manso y humilde de corazón, que lleva el bien sin imponerse, y que soporta el mal sin atacar. Lo que él pretende es implantar “el derecho”…, enseñar lo que recto para que las naciones procedan de esa manera.
          Cuando vemos a las naciones actuales, siempre a la gresca, peleando unas con otras, haciéndose la guerra, persiguiéndose…, o vemos a los políticos siempre a la contra…, o al mundo en general en el que basta que alguien diga algo para que surja la voz contraria (y muchas veces agresiva), bien podemos decir que no han sabido recibir el estilo manso y humilde del Señor…, que no proceden conforme a derecho y que lo que priva hoy es la ofensa, la negación, el hacer la contra, el abuso de los poderosos, la tiranía de los que tienen la fuerza bruta en sus manos.
          No es ese el evangelio. No es ese el estilo de Jesús. No es el espíritu del Señor. Y lo que tenemos que pensar es la actitud personal que tenemos cada uno, porque lo terrible sería que –en pequeñito- fuéramos nosotros los que rompemos la caña cascada o apagamos la mecha que todavía puede lucir y emprender si vamos por delante con buena disposición.