sábado, 29 de febrero de 2020

29 febrero: Médico para los enfermos


LITURGIA        Sábado de Ceniza
                      Hay una 1ª lectura (Is.58,9-14) que es “condicional”; expresa una serie de bendiciones de Dios, que vendrán si se viven unas condiciones: Si destierras el gesto amenazador y la maledicencia, si partes tu pan con el hambriento y sacias el estómago del necesitado, entonces brillará tu luz en las tinieblas, y el Señor te dará el reposo permanente y saciará tu hambre. Toda la palabra que encierra esa lectura está en ese tono. Dios está abierto a todas las gracias, pero pide actitudes fieles. Que el día del Señor sea respetado en el culto y en el descanso, buscando que sea realmente “día del Señor” y no ventajas del propio interés para resolver los asuntos. Si el día del Señor lo vives así, el Señor será tu delicia, te alimentaré con la herencia de tu padre. Y como una rúbrica que avala eso, acaba la lectura diciendo: Ha hablado la boca del Señor.

          El Salmo 85 nos invita a repetir: Enséñame, Señor, tus caminos, para que siga tu voluntad. Y esos son los caminos del Señor, los de una vida leal para con los deberes ante Dios y ante el prójimo.

          El evangelio de Lucas (5,27-32) nos pone ante un pecador despreciable socialmente, Leví, y que sin embargo es un hombre leal. A él se dirige Jesús y cuenta con él para incorporarlo al grupo de sus apóstoles, y lo aborda cuando está en pleno negocio en el mostrador de los impuestos que cobraba para Roma. Y le dice: Sígueme. Y Leví, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Es de los que cumplen la “condicional” de que, una vez llamado, no titubea sino que sigue la llamada de Jesús.
          Más aún: la sigue con alegría. Porque organiza un banquete de despedida en el que invita a sus correligionarios (los otros cobradores de impuestos, despreciados por los fariseos con el nombre de publicanos). E invita también a Jesús y al grupo que ya le sigue, y festejan aquella despedida de un género de vida para abrazar otro absolutamente contrario.
          No podían soportarlo los fariseos, que vinieron a quejarse y a meter cizaña entre los discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Comer a la misma mesa suponía una “comunión” en el pensar y sentir, porque no se invita al banquete familiar a los enemigos. Y si Jesús comía con publicanos era una manera de mostrar estar de acuerdo con ellos.
          Jesús lo oye y responde: No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar justos sino pecadores para que se conviertan. No comía Jesús con publicanos aprobándoles su modo de vida sino para mostrarles un camino mejor; para ofrecerles comprensión y misericordia y conversión.

          Hemos rozado de alguna manera en la 1ª lectura el tema del culto a Dios el “día del Señor”. Y no está de más hacer nuestra reflexión. Cierto que el domingo es largo y da para mucho. Pero LO PRIMERO que pide el domingo es el culto a Dios, la dedicación a Dios. Lo demás va en segundo lugar. Quiere decir que todo ha de ceder ante la santificación de la fiesta. Incluido el hecho de llegar a tiempo y no cuando ya está empezada la Misa. Es penoso ver que se comienza la Misa con media iglesia de fieles y que se va llenando poco a poco. Lo primero es que es una falta de respeto. Pero además es un error pensar que se vive la Misa completa cuando no se ha vivido del principio al final. No se vive la Misa llegando cuando ya está empezada. Aquel concepto de “llegar al evangelio” hace muchos años que está superado por la esencia misma de la Liturgia, y del “oír Misa ENTERA todos los domingos y fiestas de guardar”.
          No se asiste a un concierto llegando tarde, y no se ocurre a nadie preguntar si ha oído el concierto si llega cuando ya esta empezado. Entre otras cosas, porque no se deja entrar cuando ya ha comenzado. Hay naciones donde la puerta de la Iglesia se cierra cuando sale el sacerdote al Altar, y ya no entra nadie más. Eso es cultura y es respeto a la Misa y a los mismos participantes en la Asamblea.
          Y cuando ya está asegurado ese momento de Dios, vendrá el recreo, la distracción, las otras actividades lúdicas que pueden llenar el día del Señor. La vida social actual dificulta mucho esta jerarquía de valores y muchas veces la Misa se queda como “el compromiso” que hay que rellenar de alguna manera. Y del que, con una falta de conciencia recta, algunos acaban por liberarse, “porque han tenido otras cosas que hacer”.

viernes, 28 de febrero de 2020

28 febrero: Gestos de afecto


LITURGIA        Viernes de Ceniza
                      Una insistencia clara a través de las dos lecturas: lo que Dios pide a quien quiere servirlo es que comprometa su interior, y que efectúe en su vida obras de caridad y servicio a sus prójimos. El ayuno, el sacrificio, y toda práctica religiosa no tienen valor cuando sólo se viven en lo externo: Orar para ser vistos, mover la cabeza como un junco, acostarse en el suelo… Todo eso no es lo que agrada al Señor. Así se va desarrollando la 1ª lectura del profeta Isaías (58, 1-9). Lo que agrada al Señor y lo considera verdadero acto de religión, es atender al prójimo en sus necesidades. Eso será como luz de aurora en la vida de quien lo practica. Y la razón clara de todo ello es porque Yo, el Señor, soy misericordioso. Quien quiera vivir de cara a Dios, tiene que practicar la misericordia.

          El SALMO 50 nos lleva a esa realidad del corazón, que es donde se alberga la acción de Dios: Un corazón arrepentido y humillado, Dios no lo desprecia, porque Dios mira al corazón.

          Es también el argumento del evangelio de hoy (Mt.9,14-15) que en su brevedad nos trasmite el pensamiento y la palabra de Jesús ante aquella pregunta que le hacen sobre el ayuno de sus discípulos. Es decir, sobre el no-ayuno de sus discípulos, siendo así que los discípulos de Juan Bautista y los de los fariseos, sí ayunan.
          Jesús responde que sus discípulos, que están con él, están de fiesta, y en la fiesta no van a ayunar. Estar con Jesús es estar en el banquete de la boda. Y no es lógico que estando con él, en plan de fiesta, los discípulos se pongan a ayunar. Tiempo tendrán para hacerlo.
          Pero no perdamos de vista lo dicho: el ayuno que Dios quiere no se queda en lo ritual, en lo externo, en la mera privación de alimento. Se trata de que el ayuno de unos sirva para dar de comer a otros, en las múltiples formas que hay de hacer el bien a las otras personas.

          ¿Por qué conserva la Iglesia días de ayuno o de vigilia? Como un lejano modo de unirse al sacrificio de Cristo. Cristo padeció, y en solidaridad con sus padecimientos, la Iglesia pone esas mínimas formas de participación en el dolor de Jesús. Por eso casi se reduce todo a los viernes, porque Cristo murió un viernes. Hoy se entiende mejor que antes este planteamiento de solidaridad, puesto que lo estamos viendo a cada paso en las reivindicaciones de temas laborales. ¿Por qué no vamos a aplicar al tema espiritual esos mismos modos de unirnos al que sufre? Ya dijo Jesús que cuando él se fuera, ya ayunarían sus seguidores.
          También es solidaridad con el que sufre. Muchas personas se encuentran en situaciones precarias de llevarse el bocado a la boca. Yo ayuno o me abstengo de algo como unión al dolor de mi prójimo, que no es sólo hambre de comida sino que tiene que “ayunar” de otras diversas cosas que a la gente les sobra y aun despilfarran. Todavía más sentido si mi ayuno se materializa en dar de comer a un necesitado.
          Por otra parte: ¡qué poco nos pide la Iglesia! Comparado con las prácticas de otras religiones, lo que nos piden a los cristianos resulta hasta irrisorio. Posiblemente por eso lo valoramos menos. Si se nos pidieran mayores privaciones, muy posiblemente las íbamos a valorar (y cumplir) mejor. Pero lo que se nos pide es tan mínimo que hemos acabado por minusvalorarlo y con ¡cuánta facilidad se salta!
          Yo comparo estos pequeños gestos que nos pide la Iglesia con el pequeño gesto que es un beso. ¡Y sin embargo cuánto se valora un beso! Una realidad de saludo que si se analiza, tiene el mínimo valor material. Pero lo tiene afectivo. Pues así la Iglesia nos pide el gesto afectivo de la obediencia a estos pequeños preceptos simbólicos con los que nos quiere hacer presente y tener recordatorio de otras grandes realidades mucho más profundas, a las que tiende el gesto leve del ayuno y la vigilia. Claro que depende del espíritu que pongamos en ello. La mera materialidad de “la obligación” o “precepto” deja sin sentido a la misma Misa. El espíritu y afecto con que se vive, es lo que da sentido. Y dará más sentido cuanto con mayor amor se una la persona a la razón de ser que la Iglesia ha querido dar a estos gestos.

jueves, 27 de febrero de 2020

27 febrero: La vida como elección


LITURGIA        Jueves de Ceniza
                      La Cuaresma debe plantearse como una elección que se hace en la vida concreta del creyente, porque ha de tomar postura en su vida: o por Dios o al margen de Dios (no voy a decir “contra Dios” porque ninguno de los seguidores del blog estaría en esa actitud). Pero no es extraño que pueda haber posturas “al margen”. No tanto de una manera voluntaria y deliberada sino en la práctica de la vida loca de cada día.
          Este Jueves de Ceniza nos empieza planteando la situación con un texto del Deut.30,15-20: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla.
          Ante la vida de cada persona se abre siempre esa realidad: el bien que invita a seguir a Dios y a sus mandatos; el mal, que es lo contrario. No abiertamente “malo” sino no siguiendo la pauta de lo verdaderamente bueno. No se trata de pecados abiertos, en la regla general, pero sí de medias bondades, de “resbalones” sobre lo que se sabe que se debe hacer y que sin embargo no se hace, por debilidad, pereza, falta de voluntad…
          Eso lleva consigo un premio o un demérito, que se enuncia en el párrafo siguiente: Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves… [Otros “dioses” son el amor propio, las pasiones humanas, las “cosas” y personas que nos crean lazos afectivos que pueden no ir en la línea recta…]; si eso es así en la realidad práctica de la vida de un individuo,  yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán. Naturalmente la cita corresponde a la realidad de aquellos tiempos. No tenemos que hacer otra cosa que buscar el equivalente en nuestro mundo actual: la soberbia, la lujuria, la pereza, el engreimiento y endiosamiento…
          Se concreta todo: Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a el, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob».
          Es el mensaje que nos propone la Cuaresma desde su mismo inicio. Dios nos pone todo ante nosotros. El hombre ha de tomar postura: ¿Quiere la bendición de Dios o quiere ser puesto fuera del ámbito de Dios? (maldición). Hace solo unos días se sintetizaba todo en una frase: Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. “Todo es vuestro”. El Señor ha puesto ante cada cual un camino con muchas bifurcaciones. El hombre puede coger el camino que quiere. Pero debe tomar el camino que le hace ser de Cristo, que es el camino de Dios. Por eso, aunque puede elegirse el mal, el que es sensato acaba eligiendo el bien. Y con ello vive, ama al Señor y escucha su voz, apegándose a Dios.

          En el evangelio (Lc.9,22-25) está ya “traducido” todo a la realidad de la predicación de Jesús, que nos señala su camino y, consiguientemente, nuestro camino: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. [El pasado domingo leíamos esa misma cita en el evangelio de Mateo; Lucas añade un matiz: tomar la cruz, la propia cruz, es labor de cada día” para el seguimiento diario de Jesús, en esa continuada elección que la persona tiene que hacer constantemente]. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. Es una desgracia pretender “vivir la vida, “gozar de la vida”, cuando el verdadero camino es el que Cristo ha señalado si se quiere ir con él. Porque ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
        No hay mucho que explicar. Tomemos en serio la palabra de Jesús y vayamos aplicando su llamada a nuestra realidad personal. Es cuestión de meditar. De no buscar escapatorias. De sentirnos llamados a un estilo de vida muy concreto.

miércoles, 26 de febrero de 2020

26 febrero: Ayuno y abstinencia


LITURGIA        Miércoles de Ceniza
                      Comienza el período cuaresmal; esta primera parte hasta el domingo se define como días de Ceniza, que comienza con la imposición simbólica de la ceniza sobre la cabeza, en demostración de nuestra poquedad y nuestra necesidad de penitencia, para abrirnos más a que nos dejemos llenar por Dios. Así queda expresado en la 2ª lectura (2Cor,5-20-6,2): Reconciliaos con Dios, o más bellamente expresado: Dejaos reconciliar por Dios, puesto que es él quien lleva la iniciativa. Y ha dejado que Jesús cargue y se envuelva en los pecados de toda la humanidad, para que así él nos lleve a ser justos ante Dios. Es lo que pide un tiempo de gracia como éste que comenzamos ahora, y que es el día de salvación.

          Para que eso sea realidad, tenemos una 1ª lectura (Joel.2,12-18) en el que se nos pide que sea nuestro corazón el que se abra a Dios, porque eso vale mucho más que los holocaustos y los sacrificios. El ayuno que Dios pide es el que se realiza en el dominio de las realidades de la vida, del que el ayuno de alimento es un signo exterior recordatorio. Las demás privaciones y sacrificios están al servicio de una entrega mucho más profunda, y que será donde Jesús va a poner el acento en el Sermón del Monte. (Mt.6,1-6.16-19)

          Este evangelio ha recogido tres aspectos fundamentales para insistir en la interioridad a la que nos llama el Señor y que expone en estilo repetitivo con tres temas típicos de la espiritualidad cristiana:
          LA LIMOSNA. Y advierte Jesús que no debe hacerse ostentosamente haciendo ver que da uno algo de sus bienes, sino que debe hacerse en lo más secreto; en eso que expresa Jesús –en su estilo extremoso- diciendo que tu mano izquierda no se entere de lo que hace tu derecha. No vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas para demostrar su generosidad. La limosna que se da, sea en lo oculto, de modo que sea Dios el que la ve. Y Dios dará la paga merecida.
          LA ORACIÓN: cuando ores no lo hagas para ser visto de los hombres y que la gente te alabe; no ores con ostentación de que oras. No poniéndote delante de los demás para que te vean, sino entrando en tu interior y orando a Dios con el corazón. Y Dios, que ve el corazón, te pagará. Dios ve en lo escondido, y ahí es donde hay que rezar al Padre, que está también en lo escondido profundo.
          EL AYUNO. El ayuno, el sacrificio, no es para ir por la vida con la cara triste mostrando a los hombres que se está haciendo ese sacrificio. Al contrario, dice Jesús, perfúmate, lávate la cara, presenta un rostro alegre. Y así no serán los hombres los que vean que ayunas, sino tu Padre del Cielo que ve en lo interior. Y Él te recompensará.
         
          Quien dice esas tres características, dice de todo en general. La vida del cristiano tiene que vivirse en el fondo del alma: Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y verdad. Cuando queremos distinguir la sinceridad de la persona, un signo cierto es la naturalidad. Por eso las apariencias externas para significar más devoción o más profundidad, son siempre sospechosas. Y de esto debieran tomar nota aquellas personas que pretenden manifestar más su “mundo interior” con posturas que resultan llamativas y que no responden a ese principio evangélico de vivir la vida cristiana en el interior y no en las manifestaciones externas, que podrán advertirlas los hombres pero no suponen una mayor intensidad de verdad en el corazón.

          La fórmula de imposición de la Ceniza que más se usa es la de Conviértete y cree el evangelio. Convertirse que es ponerse en otra tesitura de la vida, abierta a Dios. Y tal novedad de vida se centre en CREER EL EVANGELIO, en ir transformando la vida en un evangelio viviente, de modo que se tome de Jesucristo el estilo nuevo de interioridad, austeridad, fe, servicio, oración, amor a los demás, compasión…, y todas esas características de Jesús que el evangelio nos pone delante, y que vamos succionando en el día a día para acabar siendo fieles seguidores de ee evangelio de vida que Cristo nos ha puesto delante.

martes, 25 de febrero de 2020

25 febrero: Acoger como niños


LITURGIA       
                      Sant.4,1-10 toca  diversos puntos y todos de vida diaria, que es lo típico de su carta. Aspectos que no tienen relación directa unos respecto de otros, pero que todos van en la línea de la vida de cada día. Empieza por el tema de las desavenencias mutuas: ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Las consecuencias van a continuación, y también sus efectos de la vida diaria: Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada; lucháis y os hacéis la guerra y no obtenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer a vuestras pasiones.
          Otro tema, que diríamos que aparece suelto, pero que es de importancia, y que hoy día puede tener una actualidad muy fuerte: Aquí la palabra “adúltero” abarca diversas formas de vivir al margen de Dios. Una será el adulterio formal, que supone enemistarse con Dios porque es actuar contra su mandamiento. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Pero la acepción de “adulterio” está tomada mucho más en el sentido bíblico de la persona que, debiéndose enteramente a Dios, se une a los deseos mundanos y a los intereses humanos. Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. ¿O es que pensáis que la Escritura dice en vano: «El espíritu que habita en nosotros inclina a la envidia»? La envidia, como cualquier forma de pecado capital, supone una ruptura con el amor debido a Dios y por tanto con la fidelidad; por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes».
          Por tanto, sed humildes ante Dios, y ser humildes ante Dios es  resistir al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Por Dios no queda nunca ese acercamiento. En lo que toca a la obra humana, Lavaos las manos, pecadores; purificad el corazón, los inconstantes. Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad; que vuestra risa se convierta en duelo y vuestra alegría en aflicción. Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.

          La ciencia del Evangelio no es fácil. Los apóstoles no tuvieron fácil aceptar la realidad de Cristo. El Monte era muy atractivo; el llano, no, y en él se habían encontrado con la dificultad a la primera de cambio. Jesús deja el lugar aquel y atravesaron Galilea, y esta vez no quiso que la gente le estorbara la obra importante que él iba desarrollando: que sus discípulos oyeran las enseñanzas con las que quería instruirlos, y en la que eran ellos tan reticentes.
          Y les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará al tercer día. Jesús remachaba la enseñanza de días antes, en la que ellos no tenían más remedio de entrar antes o después. Por eso Jesús insiste en ello, anunciando el camino que va a tener como Mesías. Ellos no entendían. No podían concebir a un Mesías derrotado. Pero no se atrevían a preguntarle, ni querían ahondar más en el tema. Seguían en sus trece y prefieren dejar hablar a Jesús, pero no entrar al trapo. Y optaron por separarse un poco de Jesús y establecer la conversación entre ellos. Para hablar “de sus cosas”.
          Llegados a Cafarnaúm Jesús les aborda: ¿De qué discutíais por el camino? Y ellos no querían responder porque ellos se habían separado de la enseñanza del Maestro para hablar sobre cuál de ellos era el mayor y más importante. Huían de la enseñanza de Jesús y se refugiaban en la vanidad de ellos mismos.
          Jesús tiene que volver a sentarse con toda su paciencia, llamarlos y agruparlos como clueca, y repetirles la lección que nunca acababan de querer aprender: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y recurre al niño, al que pone en medio, y les hace a los discípulos mirar la simplicidad e inocencia del niño para ponérselo como ejemplo de la actitud que han de tener entre ellos. Porque el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí y acoge así también al que me ha enviado. Acoger como acoge el niño, que se da confiadamente a quien lo recibe con cariño, y vivir en la simplicidad del niño que no piensa en si es más o en si es menos sino que vive cada realidad como se la presenta la persona mayor. Jesús está poniéndoles delante a sus apóstoles una realidad que él sabe que es así, mientras ellos andan pretendiendo escabullirla.

lunes, 24 de febrero de 2020

24 febrero: Creo, pero aumenta mi fe


LITURGIA       
                      Sant.3,13-18: La verdad es que tiene poco que explicar porque está expuesto en un lenguaje llano y muy fácil de comprender. ¿Quién de vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de la buena conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría. La verdad de cada uno se muestra por su modo de obrar. Si tiene buen corazón, obrará buenas acciones. Pero si en vuestro corazón tenéis envidia amarga y rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad. Esa no es la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica. Pues donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones.
          En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

          En la falda del monte Tabor habían quedado los 9 apóstoles, y se encontraron con un suceso al que no pudieron darle solución, pese a que ellos habían echado demonios en otras ocasiones. Se trataba de un niño epiléptico –todos los datos que da el evangelio muestran a las claras que se trata de esa enfermedad-, una enfermedad que se escapaba de la ciencia médica y que por sus características llamativas se atribuía a posesión diabólica. El padre del enfermo recurre a los apóstoles, que no pueden hacer nada por el niño.
          En esto Jesús baja del Monte y se encuentra con la situación. La gente se va hacia él cuando lo ven aparecer por allí, y Jesús advierte que hay discusión con sus discípulos, y pregunta de qué discutís. Y el padre del niño le presenta el caso. Te he traído a mi hijo que tiene un espíritu muy malo que no lo deja hablar, y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos y rechina los dientes y se queda tieso (descripción perfecta de un ataque epiléptico). El padre se queja de alguna manera de que se lo ha presentado a los discípulos y no han podido hacer nada.
          Jesús se acerca al niño, que en ese momento tiene un ataque, y se retuerce y cae al suelo y se revolcaba, echando espumarajos, tal como el padre lo había descrito. Jesús se inclinó al suelo para atender al muchacho, junto al padre, y en aquel momento de impasse le pregunta al padre desde cuando le ocurre esto. Y la respuesta es de mucho desánimo: Desde pequeño. Y unas veces lo ha echado al fuego y otras al agua para acabar con él. Es lo propio de esa enfermedad.
          Y el padre le dice a Jesús: si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Es la oración angustiosa y casi desesperada de aquel padre, a la que Jesús responde: ¿Si puedo? Y le lleva al terreno en el que Jesús realiza sus milagros: Todo es posible al que cree. El “poder” de Jesús no se duda, pero el de la fe sí puede ser dudoso: ¿realmente aquel hombre cree que Jesús puede hacer algo por su hijo? Confiesa el hombre que cree pero que su fe es débil. Pero pide a Jesús que le aumente la fe…, que actúe de manera que él pueda creer en profundidad.
          La gente se ha arremolinado y Jesús utiliza el lenguaje de la gente: increpó al espíritu inmundo: Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. El niño dio un enorme grito y quedó sacudido violentamente de tal manera que la gente pensó que había muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el niño se puso en pie. Realmente Jesús podía. Y la fe del padre fue suficiente en principio, y luego ya no tuvo más remedio que creer en plenitud, cuando vio a su hijo de pie y en salud.
          A los apóstoles que se habían quedado en el llano les picó no haber podido hacer nada en aquella ocasión, cuando ellos –en otros momentos- habían curado enfermos y expulsado demonios. Y cuando estuvieron solos en casa, preguntaron a Jesús por qué ellos no habían podido curar a aquel niño. A lo que Jesús respondió que hay un género de demonios a los que sólo se les puede echar con oración. Los códices antiguos añadían también el ayuno pero eso ha desaparecido de las traducciones actuales. Pero debe quedar claro que a la oración, a la que Jesús hace referencia, hay que acompañar el régimen de vida, que debe ser austero y admitiendo el sacrificio como parte que potencia la oración. Sólo así se puede dominar a los “espíritus inmundos” de cualquier tipo. Porque lo que no cabe duda es que no basta con orar. A Dios hay que estar rogando, ciertamente, pero el mazo tiene que estar actuando constantemente…, machaconeando sobre el dominio de sí mismo.

domingo, 23 de febrero de 2020

23 febrero: Sed perfectos


LITURGIA       
                      Ya en el Levítico (19,1-2.17-18), que –como quien dice- está en los comienzos del pueblo de Dios, hay una exhortación clara por parte de Dios, que trasmite Moisés. Dice Dios: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Y no se está yendo a unas alturas inasequibles, sino que lo concreta en no odiarás a tu enemigo; corregirás a tu pariente; no tomarás venganza ni guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Como puede verse no se están pidiendo grandes alturas sino realidades de la vida diaria. Y todo ello avalado por una especie de rúbrica con la que concluye este tema: Yo soy el Señor. La razón de esta forma de vida santa es que Dios es Dios, el Señor.

          En el evangelio es ya Jesús quien va pidiendo actitudes de santidad (Mt.5,38-48). Y empieza corrigiendo un dicho de los antiguos: Se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Hay que advertir que era una norma de temperancia y no de venganza. Esa expresión que se ha convertido en venganza del enemigo –tú me has hecho y yo te hago- en realidad buscaba el equilibrio: que no se haga más daño en propia defensa del daño que me han hecho: a ojo, ojo; a diente, diente. Pero no más.
          Jesús sobrepasa la norma esa y dice: No hagáis frente al que os agravia. Y llevando el caso al extremo, como es el estilo de Jesús, pone el ejemplo del que recibe una bofetada en la mejilla derecha, y que lejos de tomar represalia, ofrece también la izquierda. No hay venganza. No hay ataque al que infringió el daño. Por el contrario, al que te pide la túnica dale también la capa, y al que te pide que le acompañes una milla, acompáñale dos. Es decir: siempre yendo al extremo contrario del que humanamente se llegaría si se deja uno llevar de sus instintos.
          Se trata incluso de amar al enemigo y hacer bien a los que nos aborrecen; rezad por los que os persiguen y calumnian… Parece una exageración, pero es un procedimiento que, aun psicológicamente, es liberador. A esas personas que nos han maltratado, que nos resultan difíciles…, se les responde rezando por ellas. Y a la larga va suavizándose y aún desapareciendo el resentimiento que uno experimentaba. Jesús es un gran pedagogo. Pero además es el Maestro que conduce a lo que es mejor: Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre justos e injustos. No hace distinción de personas, y obra el bien sobre todos, aunque sean enemigos.
          Y razona Jesús: si sólo hacéis el bien a los amigos, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hace cualquiera. Lo que distingue es hacer el bien a los enemigos, que es lo que resulta extraordinario.
          Y como principio fundamental: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Dios, perfecto en totalidad. Nosotros, en camino de perfección, buscando acercarnos cada vez más al estilo mismo de Dios.

          Esa es la sabiduría de que nos habla Pablo en la 2ª lectura (1Cor 3,16-23) que es una sabiduría contraria a la del mundo, porque el mundo considera sabio lo que es necio, y Dios elige a lo que el mundo cree necio pero que tiene la verdadera ciencia de la voluntad de Dios. Para concluir con una afirmación que debiera ser como el pensamiento que dirija nuestra vida: Todo es vuestro. Vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. Todo lo ha puesto Dios para servicio y ayuda del hombre. Pero el hombre se debe a Cristo, que vive en todo para hacer lo que Dios manda.

          Cada EUCARISTÍA es un impulso hacia la perfección. Podríamos pensar al Comulgar que recibimos un nuevo impulso hacia ese acercamiento a la perfección a la que Dios nos llama, y que haya en nosotros un progreso constante en el camino del amor, incluso a los que pudieran ser nuestros enemigos.


          Pedimos al Señor.

-         Que se elimine de nuestra vida todo pensamiento de venganza. Roguemos al Señor.

-         Que seamos santos con la santidad del día a día. Roguemos al Señor.

-         Que nuestra sabiduría sea la enseñanza de Cristo. Roguemos al Señor.

-         Que la Eucaristía de este domingo nos impulse a mayor perfección. Roguemos al Señor.


          OREMOS: Danos tu gracia para que nuestra manera de proceder sea muy distinta de los que no tienen fe y vivamos la caridad con todos.
          Por Jesucristo N.S.

sábado, 22 de febrero de 2020

22 febrero: Mi Hijo amado


LITURGIA       
                      Santiago (3,1-10) se detiene hoy en un punto muy concreto y lo desenvuelve con amplitud y a base de comparaciones que lo hagan más fácil de comprender: LA LENGUA, un músculo tan pequeño y sin embargo de tanta influencia. Con la lengua bendecimos y con la lengua maldecimos. Con la lengua hablamos lo bueno y hablamos lo malo. Con la lengua hacemos el bien y hacemos el mal. Y la realidad es que se emplea con más frecuencia para el mal que para el bien: Todos faltamos a menudo, y si hay uno que no falte en el hablar, es un hombre perfecto. Y pone dos ejemplos que expliquen la fuerza de la lengua: a los caballos se le doblega con el “bocado”. Con una cosa tan pequeña se controla a todo el animal. O fijándose en un barco, por grande que sea, se maneja y dirige con el timón, que es tan pequeño, pero con él sigue el barco el rumbo que le señala el piloto.         
          Se llega a domesticar a los animales, incluso las fieras. ¡Y qué difícil es doblegar la lengua!: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal. Con ella bendecimos a Dios y maldecimos a los hombres. ¡Y eso no puede ser, hermanos míos!
          La gente se acusa de “criticar lo normal”. ¿Y qué es “lo normal” cuando se trata de decir algo que desdora de alguna manera al prójimo? ¿Consideraríamos normal la crítica que se hiciera sobre nosotros? ¿Nos daría igual estar en boca de otros? Pues apliquemos la regla “en activa” para evitar que con la lengua podamos hacer daño a alguien. El que no peca con la lengua, ha dicho Santiago, es persona perfecta. No lo renunciemos y cuidemos lo mejor que podamos de nuestro hablar.

          Mc.9,1-12 nos pone delante el hecho especial de la transfiguración del Señor, y no está por casualidad en este momento del evangelio. No perdamos de vista los dos días anteriores en los que Jesús ha atornillado fuerte el modo de estar con él y de seguirlo a él, insistiendo en el sacrificio y en la cruz.
          Jesús, con un modelo de pedagogía, quiere hacer ver que toda esa realidad –que tiene que darse- no es lo definitivo, sino que la cruz tiene otra vertiente luminosa y brillante.
          Por eso, tomando consigo a Pedro, el escandalizado, y a Santiago y a Juan, sube con ellos solos a una montaña alta… Que ya está diciendo algo de elevación del pensamiento y de la concepción de la vida: una montaña alta desde donde está más cerca el cielo y la visión objetiva de las cosas de abajo.
          Y allí su rostro resplandece; sus vestidos se vuelven brillantes de blancos… Es como situarse en otra dimensión (que es lo que pretende Jesús para que comprendan los apóstoles). Y allí aparecen Elías y Moisés, dos representantes de la historia de Israel: Moisés, el legislador, y Elías el profeta, que anunciaron siempre un Mesías que llevaba la exigencia en su programa de vida. Y ambos personajes conversaban con Jesús. Están los tres en la misma línea. Jesús no ha venido a romper lo anunciado desde antiguo.
          A Pedro le gusta este panorama: ¡Qué bien se está aquí! Esto no es la cruz ni el padecer que le han chirriado en sus sentimientos. Y se dirige a Jesús para preguntarle si hace tres chozas en las que se alberguen Moisés, Elías y el propio Jesús…, pero allí, en la cima del Tabor y entre los brillos de la transfiguración.
          Explica el evangelista que estaban asustados y no sabía lo que decía. Y por si les faltaba poco para ese temor sagrado, les cubre una nube –signo de la presencia de Dios-, y sale una voz de la nube que dice: éste es mi Hijo amado (=el Mesías); escuchadlo. Ese Jesús, ese Jesús real; el que anuncia la muerte y el que está transfigurado. Ese es el Mesías, ese es al que hay que escuchar, al que hay que seguir. El mismo de la cruz y el mismo Jesús luminoso.
          Cuando los tres apóstoles se levantaron del suelo, adonde se habían postrado por el temor, miraron alrededor y se encontraron con la realidad diaria: ni estaba Elías, ni Moisés; ni había nube ni manifestación llamativa: sólo Jesús, el Jesús de siempre, el Jesús conocido. Él y ellos. Como el resto del año.
          En la bajada del monte Jesús les advirtió que no contasen nada de aquello hasta que Él hubiera resucitado de entre los muertos (con lo que volvía al principio de todo: la muerte de Jesús). Y eso se les quedó grabado y discutían entre ellos qué quería decir lo de resucitar de entre los muertos. ¡Es que no se tragaban el misterio de la muerte ni aún después de la experiencia tenida!

viernes, 21 de febrero de 2020

21 febrero: Quien quiera venir conmigo


Hoy 21, ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.-5’30
LITURGIA       
                      Santiago toca hoy un tema importante: la fe como soporte de la vida y tal fe que tiene que expresarse en obras. San Pablo insiste expresamente en el valor de la fe, entendiendo que toda obra de la persona adquiere su valor por los méritos de Jesucristo. En este sentido contrapone la observancia de los preceptos de la ley (como medios de salvación) con los méritos de Cristo, que son independientes de nuestras obras. Lo que Cristo ha hecho por nosotros es gracia, es don gratuito, y es lo que realmente nos salva. A nosotros nos toca aceptar esos méritos de Jesucristo, por cuyo poder somos salvados.
          Santiago también lo sabe pero advierte: no podemos quedarnos a la sopa boba, contentándonos con que Jesús ya lo ha hecho: nos toca hacer de nuestra parte lo que es acorde con esa obra de Jesús: nuestra fe necesita plasmarse en realidades, que vendrán a ser la práctica del sermón del Monte por las que nos corresponde un modo de proceder. Y advierte con comparaciones que la sola fe sin esas obras del día a día, es una fe muerta, es un cadáver. Y pone un ejemplo concreto: una persona que tiene hambre y frio y viene a mí y yo le digo: hermano, caliéntate y come…, pero no le doy la manta y la comida. ¿De qué le vale el consejo? Así es la fe sin obras.
          Y desafía: muéstrame tu fe sin obras; yo te mostraré por mis obras la realidad de mi fe. Fe sin obras es la que tienen los demonios que creen en Dios pero no lo adoran, sino que se llenan de temblor.
          Otro caso: Abrahán: lo que le vale a Abrahán es que de tal manera creyó en Dios que estuvo dispuesto –por obediencia- a sacrificar a su propio hijo. Y esa fe con esa actitud es la que le valió ser justo ante Dios. La fe, pues, para que sea verdadera, tiene que expresarse en obras.

          Mc.8,34-39 es continuación del evangelio de ayer. Jesús había manifestado que su mesianismo estaba expresado en su padecer, cosa que escandalizó a Pedro y en realidad a todos los apóstoles. Sin embargo Jesús no se desdijo e increpó a Pedro que no aceptaba esa realidad.
          Pues bien: por si había duda, Jesús ahora se dirige a las gentes en general y a sus propios discípulos para afirmarles que quien quiera venir conmigo, tiene que negarse a sí mismo, cargar con la cruz, y sí seguirlo. No había duda. El programa de vida de Jesús-Mesías lleva consigo el control de cada persona sobre sí misma, en actitud de negación de las tendencias e instintos humanos, para acabar cargando la cruz propia. No vale la vida sin abnegación, sin austeridad, sin dominio de uno mismo. Hace falta acoger la cruz diaria, real, para con ella seguir a Jesús. Y sólo así se le sigue.
          Mirad: el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí y por el evangelio, la salvará. La vida cómoda, placentera, hace perder la Vida verdadera. Saber perder de uno mismo tantas tendencias humanas por el amor a Jesucristo y la fidelidad al evangelio, es ganar la vida, es tener vida verdadera.
          Porque ¿de qué le vale a uno ganar el mundo entero si con eso arruina su vida? Yo me pregunto hoy –y no excluyo a nadie- si estamos convencidos de que “vivir la vida”, “gozar de la vida”, es arruinar la vida. Vamos alejándonos -a todos los niveles- de la austeridad en vestido, comida, objetos, desenvolvimiento de la vida de cada día…, y así está luciendo la vida de la Iglesia (que al fin y al cabo somos nosotros). ¿Cómo van a surgir vocaciones de un mundo al que no le falta el último detalle? Y si no hay vocaciones, ¿cómo se va a sostener la vida sacramental y eucarística?
          ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? ¿Cómo sustituir los valores sobrenaturales por todas las tecnologías y disfrutes modernos? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles.
          Concluía yo ayer preguntando qué idea tenemos realmente del Jesús en quien creemos. Y decía: no vale un Jesús de dulce. Hoy tenemos razones más que sobradas para repetirnos la pregunta de qué imagen interior de Jesús tenemos hecha, y hasta dónde se parece a ésta que ha dado Jesús de sí mismo en el evangelio de hoy.

jueves, 20 de febrero de 2020

20 febrero: ¿Quién dicen las gentes...?


Escuela de Oración, Málaga.- Viernes 21
LITURGIA       
                      Sant.2,1-9: No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro, en cambio: Estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?
          Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que denigran ese nombre tan hermoso que lleváis como apellido?
          ¿Cumplís la ley soberana que enuncia la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo?» Perfectamente. Pero si mostráis favoritismos, cometéis un pecado y la Escritura prueba vuestro delito.

          Llegamos en el evangelio (Mc.8,27-33) al muy conocido diálogo de Jesús con sus apóstoles, mientras se dirigían a Cesarea de Filipo, y Jesús pedagógicamente pregunta, así en impersonal, quién dicen las gentes que es el Hijo del hombre. Aquella pregunta no comprometía a nadie y sólo se trataba de saber lo que se comentaba entre las gentes acerca de Jesús.
          Y fueron respondiendo unos y otros lo que habían ido oyendo: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, y otros que alguno de los profetas. En un ambiente evidentemente religioso, todas las respuestas van en la línea de lo religioso. Jesús prestó mucha atención a cada una de aquellas respuestas que le trasmitían sus discípulos.
          Pero evidentemente, roto el primer fuego, lo que más le interesaba a Jesús era el pensamiento de sus propios apóstoles. Y deteniéndose en la marcha para dar más fuerza a su pregunta, se les quedó mirando y les preguntó en profundidad: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
          Cabían muchas respuestas, desde las más íntimas y personales a las más altas. Podían considerarlo el mejor amigo, el Maestro, el taumaturgo que iba curando enfermedades, el hombre sencillo que se relacionaba tan fácilmente con sus cuentecillos con los que deleitaba a las gentes… Todas eran respuestas válidas y que hubieran sido del agrado de Jesús.
          Podríamos hacer el ejercicio personal de pensar la respuesta que cada uno de nosotros daría, desde su experiencia espiritual, a esa pregunta que el Señor nos hace en oración íntima en la que nos explayamos con él: Tú eres mi vida, mi razón de ser, mi atracción, la plenitud de mi corazón, el centro de mis pensamientos. También cabe que alguno le dijera tú eres mi gran desconocido, mi misterio, mi ilusión por llegar a conocerte… ¡Vaya Vd a saber los muchos posibles modos de concebir a Jesús que cabe en la variedad de las mentes y los sentimientos humanos!
          ¿Qué hubieran respondido Tomás o Juan  o Simón el Cananeo, o Judas Tadeo, o el Iscariote, o Bartolomé y Felipe…? No hay que tener mucha imaginación para pensar que cada uno de aquellos hombres hubiera tenido una repuesta diferente, de distinto calibre y profundidad.
          Pero Pedro respondió como un cohete lo que Dios le puso en la boca: Tú eres el Mesías. En una palabra resumió y sintetizó todo. Para Pedro era un título de honor, un título de triunfo. Estaba resumida la vida del prometido de Dios.
          Y Jesús aceptó la respuesta pero la matizó con la realidad que suponía aquella confesión: empezó por prohibirles decirlo a nadie. Y luego comenzó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y doctores de la ley, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
          A Pedro no le encajaba aquello. Mesías, sí, pero un mesías triunfador. Y se lo llevó aparte y le recriminó.
          Jesús se volvió serio, y de cara a los Doce, le dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres; no como Dios!
          Nos queda que pensar a cada uno qué modo de Jesús entendemos en nuestra vida diaria, en nuestra oración y en nuestra devoción. El peligro es pensar en un Jesús de dulce…

miércoles, 19 de febrero de 2020

19 febrero: Hombres árboles que andan


Viernes 21.- ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga
LITURGIA       
                      Santiago va bajando a realidades, como es su estilo. En 1,19-27 toca varios puntos: uno es la prudencia en el escuchar y en el hablar. Prontos para escuchar, lentos para hablar. La escucha es una de las características que se han perdido más en nuestra civilización. Encontrar personas que son capaces de escuchar sin prisas, sin impaciencias, ¡qué difícil es!, y sin embargo cuánto se agradece.
          Encontramos mucho más fácilmente a los que hablan y hablan y siempre están hablando de sus cosas, como si fueran lo único que hay importante en la vida. O como esa realidad de que “el que mucho habla, suena a hueco”. Y peor, cuando lo que se habla va cargado de amargura, de ira, de crítica…
          Santiago nos exhorta a escuchar más y hablar menos. Y por supuesto de evitar todo lo que es hablar al margen de la prudencia y la bondad de Dios
          Y nos dice: Por lo tanto, eliminad toda suciedad y maldad que sobra y aceptar la Palabra que os ha sido plantada para salvaros. Y no sólo para recibir la Palabra que viene de Dios sino llevarla a la práctica, y no os limitéis a escucharla, porque eso sería como mirarse al espejo y olvidarse luego de la propia figura.
          Hay que concentrarse en la ley perfecta de la libertad, para poner por obra el bien y construir felicidad. Que hay quien se cree  religioso pero no mantiene a raya su lengua. Se engaña, pues. Su religión no tiene contenido. Seguir la Palabra, la Ley, la sinceridad de la religión, se ha de concretar en hechos. Que él explicita en visitar viudas y huérfanos en sus tribulaciones y no mancharse las manos con los vicios de este mundo.

          Mc.8,22-26. Le traen de la mano a Jesús a un ciego. Y le piden que lo toque. Una vez más dos elementos clave: una forma de fe que requiere de unas condiciones. Y una condición concreta que es “tocar”.
          Jesús no se limita a lo que le han pedido. Quiere enseñar más que el hecho en sí. Lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, y le untó saliva en los ojos. Le impuso las manos en signo de bendición, y le preguntó si veía algo. El ciego ha mejorado un poquito nada más y ve hombres, pero le parecen árboles, pero andan. Jesús está haciendo un ejercicio de fe. La fe al principio no es clara. De no ver nada a ver un poquito en el terreno de la fe, ya hay un paso. Pero la fe no se completa así a la primera de cambio. Los hombres parecen aún solamente árboles…, pero hay una lucecita: aquellos “árboles” andan. Ya se ha conseguido algo.
          Le pone Jesús nuevamente la mano en los ojos y los sostiene un pequeño rato. Y entonces el ciego empieza a ver con claridad. Estaba curado. De aquellos dedos de Jesús sobre los ojos del ciego se ha seguido claridad. Aquel “tocar” intenso del Señor ha hecho que quien no veía, ve. La fe va también así: el día que nos hemos puesto a disposición de “los dedos de Jesus”, ese día la fe se ilumina y se empieza a ver con claridad lo que antes eran “árboles que se mueven”.
          Tenemos que pedir mucho a Jesús que ponga sus dedos en nuestros ojos. Que trasmita esa energía que sale de su ser y que nos haga VER con la luz diáfana de la fe. Pero no es sólo pedirlo para nosotros. ¡Qué falta hace que Jesús vaya poniendo sus dedos sobre los ojos ciegos de la humanidad, hasta que se vaya haciendo luz donde ahora hay tanta tiniebla! Que ponga luz en los responsables de la vida pública de los políticos, de la fuerzas sociales, del pueblo, y que lo que hoy es ceguera total se vaya haciendo un poco de visión hasta que se produzca la claridad que tanta falta esta haciendo para que el mundo corra por otros derroteros.

martes, 18 de febrero de 2020

18 febrero: ¿Y no habéis entendido?


Viernes 21, Málaga, Escuela de Oración
LITURGIA       
                      Santiago (1,12-18) nos pone ante el hecho de la prueba; la prueba tiene que venir, pero en la prueba de cualquier clase queda aquilatado el valor de la persona, y recibe el premio de Dios.
          Lo que hay que evitar a toda costa es pensar que es Dios quien pone en la tentación. Dios no tienta a nadie; no conoce la tentación al mal. La tentación le viene a uno de su propia postura, de sus actitudes, de sus faltas de previsión, de sus ligerezas, de sus debilidades ante lo que tendría que hacerse fuerte. Le tienta su deseo que lo arrastra y seduce, y da a luz el pecado que provoca la muerte del alma. Advirtamos que no dice tampoco que cualquier situación pecaminosa es ya “tentación del demonio”. El demonio no tiene que tentar cuando es la persona misma la que se pone en situación de pecado. La persona que recurre fácilmente a decir que la ha tentado el demonio, en realidad busca una coartada para sentirse menos culpable. Pero de la mayoría de las caídas es responsable la propia persona por su falta de valor para evitar la ocasión.
          Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, de Dios, en quien no hay sombra de mal. Él nos engendro en la verdad para que seamos la primicia de sus criaturas.

          Ya me adelanté a este evangelio al hablar de la “segunda multiplicación” de los panes (Mc.8,14-21) advirtiendo que los estudiosos bíblicos dan mucha más veracidad a que no hubo dos multiplicaciones sino que al evangelista le llegaron dos tradiciones, una de origen más judío y otra de origen más universal. El judío sitúa en 12 las cestas que recogen de sobras los apóstoles, fijándose así en las doce tribus de Israel. El más universal marca el número 7 como número simbólico de mayor universalidad.
          Y todo lo ha montado Marcos sobre el tema central de “precaverse de la levadura de los fariseos”, que es la advertencia que fundamentalmente hace Jesús a los apóstoles, en expresión parabólica, para decirles que no se fíen de los fariseos. Ni de ellos ni de Herodes. Y ya todo gira alrededor de esa realidad: los apóstoles no han sido prevenidos y no han echado panes para ellos y Jesús. Y ya se toma toda la descripción de la multiplicación de los panes, que es un calco de la narración de la que tenemos más trillada y conocida. Sólo varían los números: los cestos recogidos de las sobras, y que la multitud es de 4,000 en vez de 5,000, cosa tampoco llamativa porque en una cantidad tan desorbitada de gentes, poco va de un cómputo a otro.
          Otra explicación dada en Israel en los cursos bíblicos es que se trata de varias multiplicaciones, de las que el evangelio recoge dos: una en Galilea, en que el “Doce” cestos recogidos responde a los doce apóstoles; y otra se produce en la Decápolis en donde estaban los siete diáconos, y entonces se recogen siete canastas.
          El evangelista nos lleva a la enseñanza fundamental a los apóstoles: ¿por qué se preocupan de si se acordaron o no de tomar panes, cuando saben ellos que han comido en el desierto sin tener prácticamente para comer ellos y la muchedumbre? ¿Y no acaban de entender? Ese sería el tema central de esta narración: tienen que aprender de los hechos. Lo que se está buscando acentuar es la fe de los apóstoles, que tienen que fiarse de Jesús más que de sus precauciones. Eso es lo que tienen que acabar ya de entender.

          Concluía yo mi exposición pasada diciendo lo que aquí repito: que con el texto en la mano, cabe al lector perfectamente aceptar que se trata de dos multiplicaciones. Los defensores de esa versión también tienen sus razones. Y la riqueza de la Palabra de Dios es la multiforme manera en que –en actitud de oración- cabe ver el fondo de una manera o de otra. Y yo no le quitaría la razón a ninguna de las dos versiones.

lunes, 17 de febrero de 2020

17 febrero: Pasar a la otra orilla


LITURGIA       
                      Comenzamos hoy la carta del Apóstol Santiago, una de las más llanas y prácticas de todas, y al mismo tiempo no muy larga. 1, 1 -11. Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus en la diáspora: saludo. Empieza con una exaltación a la cruz de cada cual, como prueba de la verdadera fe que tiene cada uno: Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia.
No he cortado el discurso porque sería cortar el sentido de la reflexión del apóstol. Lo que subyace en ese discurso es la búsqueda de la perfección. Y que lo que no se tiene, se pida: Y si alguno de vosotros carece de sabiduría, pídasela a Dios, que da a todos generosamente y sin reproche alguno, y él se la concederá.
          La condición de una verdadera petición es la fe plena, esa que se hace sin dudar: Pero que pida con fe, sin titubear nada, pues el que titubea se parece a una ola del mar agitada y sacudida por el viento. Ahí podríamos situar tantas peticiones que no obtienen respuesta; no es que no se pide: es que falta la plenitud de la fe, con la que uno ya sabe que lo tiene concedido. De lo contrario No se crea un individuo así que va a recibir algo del Señor; es un hombre inconstante, indeciso en todos sus caminos.
          Lo que sigue suena al Magníficat de la Virgen: Los ricos son pobres y los pobres, ricos: Que el hermano de condición humilde se sienta orgulloso de su alta dignidad, y el rico de su pequeñez, porque pasará como flor de hierba. Pues sale el sol con su ardor y seca la hierba, se cae la flor y se pierde la belleza de su aspecto; así también se marchitará el rico en sus empresas.

          En el evangelio –Mc.8,11.13- tenemos la eterna pesadilla de los fariseos a los  que no les sirve ninguno de los hechos de Jesús, y siempre piden “una prueba”, Un signo del cielo, para que con ello probara su verdad y el valor de su obra.
          Jesús dejó escapar un suspiro profundo de desesperanza, y respondió que esta generación reclama un signo, y os aseguro que no se le va a dar signo a esta generación.
          Y muy a su estilo, los dejó sin más discusiones y se pasó a la otra orilla. Yo siempre me pregunto lo que pueda tener de paso físico de una orilla a otra y lo que puede ser sencillamente dejarles con la palabra en la boca y prescindir de ellos: ponerse en otra situación para no discutir más, porque era siempre inútil hacerlo. “Pasarse a la otra orilla” es una manera de dejar que se queden con sus ideas y sus reticencias y seguir Jesús su camino en sana libertad de espíritu, y acogido por las gentes sencillas que admitían perfectamente los signos diarios: sus curaciones, sus enseñanzas, su liberación de malos espíritus, sus imposiciones de manos que bendecían…
          Sería una solución nuestra muy útil en muchas ocasiones que, en vez de discutir o de pasar un mal rato inútil ante ciertas formas cerradas de algunos, “pasar a la otra orilla”, prescindir de discusiones y demostraciones inútiles, pues quien no quiere creer, no va a creer por muchos “signos” que hagamos en la realidad de nuestra vida.
          Aprendamos, pues, a “pasar a la otra orilla” en todas esas situaciones en que es inútil todo razonamiento. Y la paz vuelva a nosotros, mientras sacudimos el polvo de los pies para no quedarnos con nada que pueda generar en nosotros inquietud y desasosiego.