martes, 4 de febrero de 2020

4 febrero: La fe


LITURGIA       
                      .En la persecución de Absalón contra su padre David, vino a dar con un destacamento de David y se metió con su cabalgadura bajo una encina frondosa y se quedó colgado de la garganta entre las ramas, mientras la mula seguía su camino. (2Sam.18,9.10.14,24-25, 30-19-3].
          Vinieron a avisarle al jefe del ejército que estaba Absalón allí colgado y lo  remató con tres flechas en el corazón.
          David estaba sentado entre las dos puertas y vino un etíope a anunciarle la noticia, y lo hizo con toda su alegría porque había quedado a salvo David. El rey pregunta por su hijo y al saber que ha muerto, se echa a llorar por Absalón, su hijo, y dice que hubiera preferido morir él antes que la muerte del hijo.
          Y el ejército de David, vencedor, sabiendo que el rey estaba de luto, entró en la ciudad casi a escondidas, como cuando los soldados huyen de la guerra.
          Todo ello nos muestra el talante de David, que había sido el perseguido por aquel hijo, al que, sin embargo llora cuando se entera de su muerte. Y eso que suponía la tranquilidad para su reinado.

          Un evangelio amplio con dos historias paralelas y las dos como historias de fe: Jairo, cuya hija está en las últimas y que recurre a Jesús finalmente con la esperanza de que Jesús vaya a la casa, imponga las manos sobre la enferma, para que pueda sanar. Y Jesús acepta el planteamiento de Jairo y se adapta a su fe, y se pone en camino hacia la casa de la enferma.
          Pero se entrecruza otra historia de una mujer que se deshacía en hemorragias y que había gastado todo su dinero en médicos y toda clase de tratamientos, sin resultado alguno.
          La mujer busca su última solución. Y con una fe más espiritualizada, piensa que si ella se acerca y toca –sin más advertencia por parte de Jesús- la orla de su manto, quedará sana. Y dicho y hecho: se mete entre la multitud que acompaña a Jesús y empujando y abriéndose paso como buenamente puede y sabe, llega hasta él y toca el filo de su manto, y en ese momento cesan sus hemorragias.
          Intentaba ahora retirarse y pasar desapercibida. Pero Jesús se detiene –con el nerviosismo de Jairo que ve perderse segundos tan esenciales- y pregunta: ¿Quién me ha tocado? No entendían los discípulos aquella pregunta cuando iba empujado a derecha e izquierda por una multitud y casi que le reprochan la pregunta: ¿Cómo preguntas quién te ha tocado? Vas empujado por todas partes… Pero Jesús insiste en que no habla de eso. Hay alguien que no ha empujado sino que ha tocado con un toque distinto…, con fe. Porque yo he notado que ha salido fuerza de mí.
          Y seguía detenido y buscando con la vista. La mujer no pudo menos que darse por aludida y vino temerosa de haber hecho alguna cosa mal hecha que desagradara al Maestro, y se echó a los pies de Jesús y le confesó todo. Jesús le dice: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
          Yo imagino a Jairo contrariado con aquella demora, y que quisiera tirar de Jesús para ganar tiempo. Pero se le vino el alma abajo cuando le llega el recado de que su hija ha muerto; que no moleste más al Maestro. Y Jesús, que escucha la misiva, se dirige a Jairo para decirle: No temas. Te basta que tengas fe. Y continuaron en silencio camino de la casa fúnebre.
          Allí estaban ya las plañideras con sus gritos y ademanes, cuando llega Jesús y les dice: ¿A qué vienen estos lloros? La niña no ha muerto. Está dormida. Y se reían de él.
          Él echa afuera a todos, y se adentra con los padres de la niña y  sus discípulos. Se dirige a la cámara mortuoria y coge a la niña de la mano y le dice en arameo: Talitha qumi (que significa: Contigo hablo, niña; levántate). Y la niña –que tenía 12 años- se incorpora, se pone en pie inmediatamente y echa a andar.
          Se quedaron todos como quien ve visiones. Jesús rompe aquel espasmo diciendo que le den de comer a la niña, que es lo que importa ahora, después de los días de debilitación de la enfermedad. Quizás ni los padres habían caído en el detalle.
          Y Jesús sale ahora de la casa entre el silencio admirado de quienes antes se han reído de él, y se marcha a seguir haciendo el bien.

PRIMER VIERNES, el día 7

1 comentario:

  1. Si yo tuviera fe como un grano de mostaza, vería maravillas, pero como es menor que eso, me quedo en la mediocridad de la vida del mundo. Ojalá mi fe fuera como la de esa mujer que busca tocar sólo el manto de Jesús. Sin embargo me creo que tengo fe porque he hecho algunas cosas en la Iglesia, en apariencia buenas. ¿De que me sirve si no tengo fe y sólo busco mi propia conveniencia y quedar bien delante de los demás?

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