domingo, 31 de marzo de 2019

31 marzo: El Padre Bueno


LITURGIA
                      Una persona muy bien formada pero de vida poco ejemplar, arrastraba años y años su conciencia sucia y su doble vida, envuelto en el pecado y consciente de su indignidad. Pero no había sentido  el impulso para salir de aquel estado. No le había arrancado del pecado ni la amenaza de un infierno, de la que era perfectamente consciente.
          Pero en unos ejercicios espirituales le presentaron la parábola del Padre Bueno: su compasión, su ternura, su misericordia, su buscar al hijo ingrato que se había perdido, y su perdón paternal que abraza al hijo que vuelve, y le viste de nuevo, le da el anillo de hijo y le festeja su regreso… Y aquel hombre en pecado de años, se sintió tocado en el fondo de su alma, y sintió con fuerza su conversión. Se acercó humilde y humilladamente a los pies del sacerdote y le confesó sus pecados.
          Fue la meditación en el amor paternal de Dios la que realmente tuvo la fuerza para el cambio. (Lc.15,1-3.11-32)
          Llegamos en el proceso litúrgico de la Cuaresma a un domingo que ha empezado con palabras de fiesta y alegría: Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis; alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto. Son palabras de Isaías con las que se ha introducido hoy el formulario de este 4º domingo de Cuaresma. Pues es la alegría de los frutos que realiza este período penitencial en las almas que se han tomado en serio el tiempo que nos prepara a una purificación de nuestras almas…, a un crecimiento en nuestra vida de fe y de respuesta a las gracias de Dios.
          Pero al mismo tiempo la gran parábola que hemos recordado nos muestra que la Gracia de Dios no es igualmente aprovechada por todos. El hijo mayor, el que parece el bueno de la película, en realidad es al que quiere señalar Jesús como hombre duro de corazón, incapaz de perdonar a su hermano, y encarándose con el padre porque ha festejado la vuelta del pródigo. Y una vez más, Jesús dibuja con trazos magistrales el corazón de ese padre bueno, que sale también a la búsqueda del hijo recalcitrante para hacerle partícipe de su sentimiento, que quiere que comparte el hijo mayor: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado. Hay, pues, un matiz importante: la conversión no es sólo la que debe experimentar dentro de su corazón, sino también la apertura de ese corazón hacia el hermano. La conversión no se tiene sólo ante Dios. También abarca el abrazo que debe tender al hermano que se había perdido y que ha sido encontrado.

          Lo sintetiza muy bien la 2ª lectura (2Cor.5,17-21) que distingue al que es de Cristo, que es una criatura nueva (renovada), en quien lo antiguo ha pasado y lo nuevo ha comenzado.
          Todo esto nos viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Y lo explica el propio Pablo: Es decir: Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha encargado el mensaje de la reconciliación.
          Por eso nosotros actuamos como enviados de Cristo. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Cristo ya ha pagado por nosotros.

          Pero sería caer en el error si pensáramos que ya lo ha hecho Cristo y que a nosotros nos llega el perdón sin poner nada de nuestra parte. Fue Jesús mismo quien instituyó el perdón por medio de la Iglesia, cuando dijo a sus apóstoles: a quienes vosotros perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les perdonan; instituyendo así el Sacramento de la Penitencia y el perdón que ha de impartir la Iglesia por sus sacerdotes, y que los fieles deben frecuentar para mantener su alma en sana tensión para lo que ha de hacerse nuevo en adelante (como ha dicho Pablo).

          Llegamos a plasmar todo esto en la             EUCARISTÍA. Ella es el banquete del reino que queda simbolizado en la parábola, y que indica la pertenencia de nuevo a la familia de Dios. Es la Alianza, el anillo, que Dios nos devuelve cuando regresamos a él. Es el vestido nuevo –el manto blanco- que nos cubre indicando que estamos en la Iglesia, la casa paterna, en la que hemos de vivir todos unidos como hermanos.


          Acudimos a Dios, el Padre infinitamente bueno, y reconociendo que hemos pecado, nos dejamos abrazar por él, y le pedimos.

-         Que nos dé siempre la gracia del arrepentimiento. Roguemos al Señor.

-         Que siempre vivamos la confianza en el perdón. Roguemos al Señor.

-         Que sepamos perdonar como Dios nos perdona, Roguemos al Señor.

-         Que hagamos del Sacramento de la Penitencia una celebración festiva del perdón de Dios. Roguemos al Señor.

-         Que la Eucaristía nos haga vivir la fiesta de nuestro regreso y el de los hermanos que lo necesitan. Roguemos al Señor.



          Danos, Señor, el espíritu de fiesta que debe suponer para nosotros el acercarnos a ti por medio de los Sacramentos y del Sacrificio de la Eucaristía.
          Por Jesucristo N.S.

sábado, 30 de marzo de 2019

30 marzo: Fariseo y publicano


LITURGIA
                      Llegamos al final de la tercera semana de Cuaresma. La constatación que hace el Señor en Os.6,1-6 es la de un pueblo que vuelve al Señor. Cuanto se ha padecido, cuantas pruebas ha encontrado en su camino, han sido para que se manifieste con más fuerza la misericordia de Dios. Lo que queda ahora es esforzarse por conocer más al Señor.
          El Señor será para nosotros como lluvia temprana y tardía, lluvia fecundante que empapa la tierra. Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
          Enlaza con el evangelio Lc.18,9-14), la conocida parábola del fariseo y el publicano. En ella se muestra de una parte al hombre que viene a presentar ante Dios sus méritos y por tanto “sus derechos” a ser escuchado. Es un hombre que no se ve en la necesidad de “volver al Señor”, porque se considera ya justificado: Yo pago, yo ayuno…; no soy como los demás hombres, que él cataloga ya de injustos, adúlteros o despreciables publicanos (como ese que está al final del templo, casi sin atreverse a mirar hacia arriba, porque se considera pobre pecador que sólo puede esperar de la misericordia de Dios).
          Jesucristo emite su juicio sobre los dos personajes: el que se cree bueno, ya ha cobrado su paga. No puede recibir la paga de Dios. El publicano, que sólo pide misericordia, sale perdonado.

          [SINÓPSIS 311; QUIÉN ES ESTE, pgs. 120-122]
          La flagelación era un castigo de esclavos. De hecho San Pablo recurrió a declararse ciudadano romano para no ser azotado. La flagelación dejaba infamado socialmente, y eso en el buen caso de salir con vida.
          El castigo “a la romana” no tenía fijado un límite de azotes. Ni un tipo de flagelo, que podía llegar a ser sangrante por sí mismo. Aunque la realidad es que siempre acababa el castigado con las carnes destrozadas.
          Al modo judío estaba limitado a 39 azotes, por una interpretación muy farisaica del castigo indicado en el Código de la Alianza, que advertía que se dieran 40, pero que se tuviera cuidado de la vida de la víctima. Y lo resolvieron determinando que fueran “40 azotes menos uno”
          El flagelo normal podía ser, bien de dos correas de cuero acabadas cada una en dos bolas de acero, bien de 4 correas terminadas en una bola de acero. Otros flagelos no eran normales. Gibson, que se plantea la flagelación del Señor desde un modo muy peliculero, presenta ese flagelo de una bola grande llena de pinchos en todo su exterior, aunque se descartara para este caso.
          Los verdugos eran gente avezada, que cumplían su oficio como se puede cumplir con otro. No hemos de pensar que esos hombres tuvieran una aversión especial contra Jesús. Era uno más de los que tenían que castigar. Ni con más ganas, ni con menos. No hay por qué imaginar, a lo Gibson, unos facinerosos llenos de odio o brutalidad.
          A la víctima desnuda se le podía atar de diversas maneras. Me inclino por una columna más alta, que mantiene los brazos en alto con una argolla y dejan al descubierto todo el torso, quedando el cuerpo al descubierto de la espalda a los pies. Y un verdugo a la derecha y otro a la izquierda van dejando caer los golpes.
          Esa es la imagen de Jesús en los azotes. Un primer golpe que duele, un segundo que estremece, un tercero que contorsiona, un cuarto que abre llaga…, y así sucesivamente, hasta los posibles 39 que dejan un total de 156 puntos magullados o heridos.
          Lo más probable es que no se podían soportar en estado de conciencia. El umbral del dolor es muy sabio y la víctima de un martirio como éste, acaba perdiendo el conocimiento y dejando derrengado el cuerpo que queda péndulo colgado de las manos. La sangre brota al exterior y llega a salpicar sobre el suelo.
          Así se prolonga este castigo golpe tras golpe, y a partir de un determinado momento ya sin sentido. Es simplemente cumplir con el oficio. Pero para nosotros debe ser objeto de una oracion íntima, porque no podemos asistir a este episodio como meros espectadores a los que se nos cuenta el hecho como una película. Tenemos que personarnos en aquel patio y sentir con Cristo el dolor y la humillación y barbarie de este hecho. Para Pilato era un “castigo” para luego dejar en libertad a Jesús… Lo que pasa es que eso no se lo creía ni él. Se aisló del suceso mientras él estaba en sus habitaciones interiores de la Torre Antonia, como si aquello que había ordenado no tuviera más trascendencia. Lo que pasara con Jesús le importaba poco. Lo que a él le interesaba era salir él indemne del caso.

viernes, 29 de marzo de 2019

29 marzo: Dios abierto al perdón


LITURGIA
                      Una vez más la invitación de la liturgia es a CONVERTIRSE. Os.14,2-10: Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste con tu pecado. Lo novedoso de este día es que se afirma como un hecho que Dios perdona. Nuestra salvación no viene de las fuerzas de fuera ni de nuestras propias fuerzas. La salvación y el perdón nos viene de Dios: En ti encuentra piedad el huérfano. Y tomando el discurso Dios en primera persona, dice: Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, seré rocío para Israel… Y va poniendo comparaciones para expresar la bondad de Dios, que está abierto a recibir al que se viene a él suplicando el perdón.
          El evangelio (Mc.12,28-34) nos lleva a la fuente esencial de nuestra relación con Dios, y lo que es la base de esa relación: el primer mandamiento. Escucha  Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Y amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente y con todo tu ser. Y para que ese mandamiento esté avalado por una actitud comprobable, añade Jesús la segunda parte: El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como  a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos. La conversión empieza por ahí. El Señor estará de parte de quien viva esos mandatos.

          [SINOPSIS, 307 y 311; QUIÉN ES ESTE, pags. 118 a 120]
          ¿Cómo sonó en los oídos de Jesús aquel grito furioso de la turba: ¡Crucifícalo!  Sabía Jesús que iba a morir en cruz. Lo había anunciado varias veces. Pero oírlo ahora con aquella inquina de labios de gentes a las que él nada malo les había hecho, era de mucho más dolor. ¿Cómo resonó en su corazón aquel odio sin razón? Ya sabía él quiénes habían promovido aquello. Y más le dolía porque eran los representantes religiosos y mentores de la religión del pueblo los que estaban detrás. Y había sido en la humillante comparación que Pilato había hecho, poniendo el dilema entre Jesús y Barrabás. Porque ni siquiera así, había merecido Jesús la gracia de su perdón.
          No sabemos si a Jesús le llegó la noticia del arrepentimiento fallido de Judas. Era otro motivo de dolor si supo que aquel discípulo hasta hace unas horas, se perdía por su mala acción y su mala cabeza. Él lo perdonaba. Él querría a toda costa mostrarle a aquel hombre desesperado que más allá de su felonía estaba el corazón lleno de amor y compasión. Lo más seguro es que Jesús no lo supo. Su situación lo aislaba por completo del mundo exterior. Junto a sí sólo tenía a sus acusadores, y a aquel pobre hombrecillo de Pilato, incapaz de ser un juez imparcial en medio de su causa.
          Pilato ha perdido los papeles. Cuando no se toma el toro por los cuernos, se acaba cogido. Y Pilato ha intentado nadar y guardar la ropa. Y –por lógica- le ha salido mal. Ahora no sólo ha perdido la batalla sino que le han descubierto su debilidad. A partir de aquí sólo es recular, intentando salvar la situación, pero con la partida perdida de antemano.
          Como no ha podido salvar a Jesús a base de ponerlo en parangón con Barrabás, el sedicioso, ahora da otro resbalón con la decisión más ilógica. San Lucas (23,16) nos dice en mínimas palabras la absurda decisión del presidente. En el versículo anterior se nos dice que Pilato ha concluido que  ninguna culpa de la que le acusáis he encontrado en él; nada ha hecho digno de muerte. Y a renglón seguido: Lo soltaré, por tanto, después de castigarlo. Y el lugar paralelo en Juan (19,1): Por esto Pilato mandó entonces azotar a Jesús. No había ninguna culpa de la que le acusaban. O dicho de otra manera: es inocente, sin culpa. La ilógica es “lo soltaré, por tanto, después de castigarlo”, pues la pregunta que salta a la vista es: castigarlo ¿de qué? ¿De que no hay ninguna culpa? Si además el castigo que le iba a dar era el de los azotes, castigo infamante e inhumano, mucho peor. Pero esa fue la salida vergonzante del juez. Verdaderamente que Pilato no quería cuentas con LA VERDAD y se desenvolvía en un estadio de mentiras y claudicaciones. Pilato estaba actuando con una política que sólo buscaba ya salvar su dignidad, sin darse cuenta que cada paso que se estaba sucediendo era un fracaso nuevo y que quedará totalmente derrotado, ridículamente derrotado.
          No hay más dato concreto sobre la flagelación. Sólo nos consta la condena y por tanto el hecho que sucedió a la condena. Nosotros pararemos nuestra atención en ese punto, tratando de reproducir lo mejor posible esa barbaridad que se cometió con Jesús.

jueves, 28 de marzo de 2019

28 marzo: No escucharon mi voz


LITURGIA
                      Las lecturas de hoy muestran la dureza del corazón humano, que es capaz de no escuchar la voz del Señor, y perderse así la posibilidad de seguir los caminos que Dios marca para bien del hombre. En Jer.7,23-28 tenemos la orden que da el Señor: ¡que escuchen mi voz!, y la respuesta del pueblo que no hace caso de esa palabra que le dirige Dios: caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, y me daban la espalda, no la frente. Y ya puedes repetirle este discurso, que no te escucharán. Por lo que concluye Dios mostrando a un pueblo que no escuchó la voz del Señor y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido. Es la queja de Dios, perfectamente transportable al momento presente.
          En el evangelio –Lc.11,14-23- tenemos los casos prácticos de quienes no quieren escuchar a Jesús: son aquellos que ante la liberación que Jesús ha hecho de un poseso, lo acaban atribuyendo al poder de Satanás. O los otros que, teniendo delante ese poder de Jesús que expulsa al demonio, no les basta, y piden un signo… ¿Qué más signo se podía dar? El signo que da Jesús es que a Satanás no puede echarlo Satanás porque es una contradicción.
          El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

          [SINOPSIS, 309-310; 302; QUIÉN ES ESTE, pag118, 111]
          Pilato se ha retirado un rato para dejar a las gentes deliberar. La esposa de Pilato aprovecha este receso para enviarle un recado: no hagas nada a ese justo, porque he padecido mucho hoy en sueños por su causa. (Mt.27,19). Pilato debía estar tan convencido de su buena jugada, que no le preocupó demasiado el recado de su mujer.
          El propio Mateo nos dice que los sacerdotes y ancianos persuadieron a la turba que pidiesen a Barrabás, y matasen a Jesús. Pilato se había equivocado totalmente con aquella artimaña que había fraguado. No supo alcanzar que los ancianos de Israel eran mucho más ladinos, y que le podían ganar la partida. Y ahora se encontraba Pilato ante un revés que no esperaba. Y con una torpeza propia de quien está gestionando tan mal aquella causa, pregunta qué ha de hacer entonces con Jesús, a quien él considera inocente. Y se encuentra con la terrible respuesta de una turba exaltada, que no se aviene a razones y que ya procede bajo la convicción que le han metido los sacerdotes. Pilato escucha con estupor la respuesta a coro de aquella turba: ¡Crucifícale! Pretende el gobernador entrar en razones con la muchedumbre y les pregunta: Pero ¿qué mal ha hecho? Pero ya es imparable la situación y ellos más gritan, y más fuerte: ¡¡Sea crucificado!!

          He dejado atrás conscientemente un paso muy doloroso de la Pasión. Como ya comenté, lo más seguro es que Judas nunca pensó en una condena a muerte del Maestro. Él pretendía quitarlo de la vida pública, del planteamiento mesiánico que Jesús presentaba, y en ese intento lo entregó a los sacerdotes, que estaban contra Jesús. Ahora Judas se encuentra que su acción ha llegado tan lejos que se ha convertido en una pena de muerte, y de la terrorífica muerte de un crucificado.
          Mt.27,3-10 nos dice que viendo Judas que le habían condenado, arrepentido, devolvió a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos los 30 siclos de plata¸ diciendo que ha entregado sangre inocente. Los sacerdotes no quieren ya saber nada. Han conseguido lo que pretendían, y su respuesta es fría: Allá tú; ¿qué nos importa a nosotros? Tú verás. Judas arrojó el dinero en el templo y se fue desesperado.
          El pecado de desesperación de Judas era la culminación de su maldad de corazón. Porque Judas podría haberse buscado el perdón, que si ya no podía obtener de Jesús porque no podía llegar hasta él, podía buscarlo en alguno de sus antiguos compañeros de quien pudiera tener más confianza de una acogida. Judas tenía opciones que no fueran las de quitarse él la vida. Pero en su desesperación no supo ya buscar otro remedio a aquel peso terrible de su conciencia, y fue a ahorcarse. Hay dos relatos: el de Mateo y el de los Hechos de los Apóstoles (1,18-18). Mateo lo expresa así de simple: fue a ahorcarse. En el libro de los hechos nos lo presentan mucho más tétrico: Cayó de cabeza, reventó, y se derramaron sus entrañas. En definitiva es el final de un hombre que pasó a la historia como “el traidor”, y traidor de un hombre justo y y un Maestro bueno que había tenido con él tantas bondades.

miércoles, 27 de marzo de 2019

27 marzo: Los mandamientos siempre válidos


LITURGIA
                      Lo moderno es vivir muchos a su propio antojo. Para ellos nada es pecado, o aunque lo fuera, no entra ya ese concepto en la falta de conciencia de esos muchos. Frente a esa actitud, la 1ª lectura –Deut.4,1.5-9- nos presenta Moisés su enseñanza al pueblo, que él trasmite de parte de Dios: escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir; así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres os va a dar. Yo os enseño unos mandatos y decretos como me ordenó el Señor mi Dios, para que obréis según ellos, en la tierra en que vais a entrar. Guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos. Lo que distingue y da valer a ese pueblo es seguir los mandatos de su Dios.
          Y para que no se piense que eso se quedó para un pueblo primitivo, cuando llega Jesús para establecer la Palabra definitiva, la que ha de vivir el nuevo pueblo de Dios, los cristianos, los miembros de la Iglesia, dice: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a llevarlo a plenitud. Antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno de los preceptos menos importantes, será el menos importante en el reino de los cielos.
          “Lo moderno” es, por tanto “lo menos importante” y sus seguidores, “los menos importantes”. Queda, pues que plantearse una actitud de fidelidad a todos los preceptos y orientaciones que nos pone delante Cristo y la Iglesia de Cristo, como su intérprete y continuadora de su obra en el momento actual.

          [SINÓPSIS, 307-308; QUIÉN ES ESTE, pgs. 116-118]
          Hacia las 9’30 Jesús es llevado, con la túnica brillante, por las calles hasta regresar a la Torre Antonia, residencia de Pilato. Una hora en que ya está la gente en la calle, y la burla del “tonto” se hace patente, incluso en los niños, tan propensos a reírse del débil. En las personas mayores surge como el desencanto del que pareció hombre de Dios; o el dolor de las gentes de buena fe, que sufren de ver sufrir, máxime cuando se vislumbra que hay una mala fe por medio.
          Llegaron a Pilato que, aunque flirtea con la situación, todavía se intenta mantener en su posición de juez que administra justicia. Y cuando sale afuera y se encuentra con los exaltados sacerdotes y con Jesús humillado bajo aquel manto, quiere razonar sobre algo que caería de su peso en circunstancias neutrales: Me habéis traído a este hombre como a un perturbador del pueblo, y yo después de examinarlo delante de vosotros, no he encontrado en él ninguna causa de las que le acusáis.  Ni tampoco Herodes, pues nos lo ha remitido. Por tanto, nada ha hecho digno de muerte. (Lc.23,13-15)
          ¿Cuál era la actitud justa de un juez ante esa declaración que él mismo ha hecho? Tendría que  dar un golpe de efecto, hacerse con el preso y quitárselo de las manos a los acusadores.
          Pero ya vimos que Pilato no era precisamente el hombre que buscara la verdad. Chaqueteaba “políticamente” y en vez de poner el asunto en vías de solución, optó por “lo intermedio”: no disgustar demasiado a los sacerdotes y no ser él quien tomara las riendas del caso.
          Y les propuso: Tenéis por costumbre que os suelte uno en la Pascua. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Así lo enfoca San Juan. Los sinópticos no son tan simples en el planteamiento de este tema. San Marcos (15, 6-10) nos dice que, en medio de todo el juicio que se estaba celebrando contra Jesús, irrumpió una turba a pedir lo que solía concederles el preso que pedían.
          Estaba entonces preso un tal Barrabás, un malhechor que había sido cogido en una revuelta en la que incluso había habido un asesinato. Y cuando aquella “turba”, que llega al azar en este momento (y que posiblemente era un grupo de gente bullanguera que venía a hacer fiesta de la costumbre anual), Pilato encuentra la salida airosa de la causa de Jesús. Jesús no ha hecho nada malo. Barrabás es un malhechor. Ponerles el dilema de elegir entre la liberación de Jesús y la de Barrabás, era una jugada favorable para los intereses de Pilato. Sabiendo que los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia (Mt.27,15-18), les deja en el aire la pregunta: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado Cristo? Y Pilato se retiró, convencido de su acierto en plantear el caso así. Dejamos para mañana lo que ocurrió mientras Pilato dejaba deliberar a una turba a la que poco importaba todo.

martes, 26 de marzo de 2019

26 marzo: El perdón


LITURGIA
                      Es muy bella la 1ª lectura de Daniel (3,25.34-43). Es la oración humillada de Azarías que reconoce que no les queda en pie ni  príncipes, ni profetas, ni lugar de culto, ni incienso, ni sacrificios, ni ofrendas… No les queda nada después que el pueblo se ha apartado de Dios. Por eso, sólo les queda su corazón arrepentido, que sirva de holocausto y entrega a Dios, más valioso que multitud de corderos cebados.
          Ahora, dice Azarías, te seguimos y te buscamos de todo corazón. Sabemos que no quedaremos defraudados. Líbranos  con tu obrar admirable y da gloria a tu nombre.

          Eso tiene una continuación en el evangelio con un tema muy concreto (Mt.18,21-35): el perdón de los que nos ofenden, que es más valioso que todos los holocaustos y sacrificios. Y para hacerlo visible, expone Jesús la parábola de aquel deudor  que busca ser perdonado pero él no es capaz de perdonar. La consecuencia que Jesús saca de ello es que el mismo perdón que había recibido de su deuda, queda perdido porque él no supo dar a otro el perdón que él había recibido.
          Más que rituales religiosos, y más que los mismos rezos que se hacen con frecuencia, lo que vale es la actitud de perdón que se tiene ante las ofensas o molestias que se han recibido.

          [SINOPSIS, 306;  QUIÉN ES ESTE, pg. 115]
          Pilato estaba perplejo ante la declaración de Jesús de ser “rey pero no de este mundo”, y todo ello desde un testimonio de “verdad” que Pilato no sabe encajar. Y como en su tímida declaración de inocencia de Jesús, le van a la mano acusándolo de que “desde Galilea viene soliviantando al pueblo”, opta por quitarse de en medio aquel engorro y mandar al acusado a Herodes, el tetrarca de Galilea que estaba esos día en Jerusalén. Por otra parte, Pilato y Herodes estaban enemistados, y ésta era una buena ocasión de tender un puente…
          A Herodes le pareció muy buena oportunidad para conocer a Jesús. Para Jesús era una nueva humillación ser juzgado por “la raposa” que él así había definido en una ocasión, asesino del Bautista, que no supo abortar las artimañas de la cuñada con la que convivía, y que odiaba a Juan.
          De hecho Herodes era un hombre sin criterio. Con buena mesa, buena diversión y la adulación de unos cortesanos que bien lo conocían, él se mantenía en el poder, con su oportunismo y su falta de moralidad. Ese individuo era el que ahora tenía en sus manos la sentencia que pedían los sacerdotes y ancianos para dar muerte a Jesús. Estamos alrededor de las 9 de la mañana.
          Herodes se alegró mucho, porque hacía tiempo que quería ver a Jesús por lo que había oído de él. Un hombre acostumbrado a mover las teclas a su alrededor a su antojo y falta de criterio, pensó que era la oportunidad de ver a Jesús haciendo algún milagro, casi de exhibición, supuesto que Herodes estaba dispuesto a liberarlo con tal de divertirse un rato con los hechos prodigioso de aquel hombre, hechos de los que venía precedido con una fama popular.
          Y le hizo muchas preguntas. Y le incitaba a hacer ante su corte alguno de esos sus milagros llamativos. Los sacerdotes y escribas no paraban de acusarlo, buscando doblegar la voluntad del tetrarca. En medio de esas dos verborreas de Herodes y los príncipes de los sacerdotes, Jesús no levantó los ojos del suelo. No quería ni mirar al hombre sensual y asesino. No quería hacerle caso. Sencillamente lo ignoraba. Y de las acusaciones de los sacerdotes se aislaba, sabiendo la inquina que le tenían y que aquella era la hora del poder de las tinieblas.
          Herodes no estaba acostumbrado a aquellos desplantes y tenía que salir airoso ante sus cortesanos, después que no conseguía lo milagros de Jesús. Pensó humanamente y vio que Jesús era un iluso que no sabía aprovecharse de las buenas ocasiones como las que él le brindaba. Jesús para él era un loco, del que había que burlarse. Y ya que no había diversión por un sitio, había que buscarla por otro. Y mandó poner a Jesús una túnica brillante, llamativa, que incitara a risa y a burla, y de esa manera suplir la falta de diversión que habían tenido.
          Acabó por enviárselo de nuevo a Pilato, porque no merecía la pena ni juzgarlo. Este peloteo entre los dos dirigentes sirvió para que hicieran las paces entre ellos. Pero Jesús volvía como objeto de burlas.

lunes, 25 de marzo de 2019

25 marzo: La Encarnación


LITURGIA
                      El acontecimiento más admirable de la Historia de la Salvación es la encarnación del Hijo de Dios. Algo humanamente impensable: que Dios, para salvar al hombre que ha caído en el pecado, tome la decisión de que el Hijo de Dios, Dios igual al Padre, se haga un hombre del grupo de los hombres pecadores, semejante en todo a los hombres menos en el pecado.
          Cuando oigo esos programas  de la naturaleza en que me advierten del peligro de extinción de alguna especie animal o vegetal, lo siento pero me quedo donde estoy y si soy sincero, ni me altero. La cosa no va conmigo. No se me ocurre qué pasaría si yo pudiera hacerme uno de esas especies para salvarlas.
          Cuando el hombre peca y se pierde en su pecado y se destruye a sí mismo, Dios lo ve y no se queda igual. Inventa lo inaudito: rebajarse hasta la realidad de esa especie humana para levantar de la basura al pobre, rescatarlo, redimirlo, haciéndose uno de tantos hombres y padeciendo por ellos para llevarlos a salvación. Eso es el misterio de la encarnación.
          Que en Isaías aparece ya como algo que se sale de todo poder e imaginación humana. (7,10-14) Cuando Dios propone a Acaz que pida un signo para cerciorarse de lo que va a hacer Dios, le propone pedir algo que está más allá de los poderes de la tierra. Es un signo en el cielo o en el abismo que queda fuera del poder humano. Y aunque Acaz no quiere pedirlo, el Señor se lo da: una mujer que va a concebir y dar a luz un hijo que es DIOS-con nosotros: Enmanuel.
          Eso se verifica en el momento designado por Dios, y se hace anunciando a una muchacha de Nazaret el misterio que Dios quiere realizar en ella. Lc 1,26-38. Y se va a hacer efectivo por la acción de Dios, que por su Espíritu Santo, se va a hacer presente a María y la va a fecundar misteriosamente, de forma que lo que de ella va a nacer es DIOS a la par que hombre nacido de mujer.
          Era imposible que la sangre de animales pudiera ser redentora (Heb.10,4-10).  Por eso Cristo entró en el mundo y se ofreció totalmente al Padre: Aquí me tienes; me has dado un cuerpo. Aquí estoy para hacer tu voluntad, que es la forma de contrarrestar la rebeldía del hombre que –pecando- se alzó contra Dios.
DEBAJO DE ESTA REFLEXIÓN, ESTÁ LA DE LA LECTURA CONTINUA

25 marzo, bis


LITURGIA
                      Toca hoy la liturgia el tema de la gracia de Dios. La historia del sirio Naamán (2Rg.5,1-15) es la historia de que el seguimiento de los caminos de Dios está por encima de las fuerzas y medios humanos.
          El rey de Siria ha escuchado las maravillas que suceden en Israel. Y sin poder comprender otra cosa que las razones que están al alcance de los poderes de los hombres, envía a su oficial del ejército Naamán al rey de Israel, pretendiendo que el rey le cure de la lepra. Y para ello envía unos dones de mucho valor para influir políticamente en ese rey.
          El rey de Israel opina que todo aquello es una estratagema para actuar contra él y se rasga las vestiduras. El profeta Eliseo se entera y le dice que se lo mande a él. Y cuando Naamán acude al profeta esperando algún conjuro que lo limpie de la lepra, Eliseo le manda a  un criado que le diga que vaya a bañarse siete veces en el Jordán.
          Piensa Naamán que es una burla porque ríos hay en Siria para bañarse, mejores que el Jordán. Pero la verdad de fondo es que no se trata de un baño cualquiera sino bendecido por Dios. Y cuando se baña allí, a regañadientes, queda curado. No era el agua del río sino la acción de Dios. Y entonces Naamán reconoce que todo se lo debe al Dios de Israel.
          El valor de la Cuaresma no es mágico ni de sentido humano. El valor de los actos de la Cuaresma está fundamentado en el valor de la gracia de Dios, que actúa a modo de sacramental.

          [SINOPSIS 305;  QUIÉN ES ESTE, PG. 114]
          ¿Qué es la verdad? Pilato se ha quedado sin razones al interrogar a Jesús. Lo que menos puede verse en Jesús, en aquel momento de Jesús, que está destrozado físicamente, es un rey. Y sin embargo Jesús ha afirmado rotundamente que es rey, aunque su reino no es de este mundo. Más difícil se lo ponía porque si era rey y no de este mundo, qué era y de dónde era. Ya saldrá esto más adelante. ¿Cuál era la verdad que le había presentado Jesús? ¿A qué verdad había que atenerse? ¿A la verdad de los acusadores? ¿A la verdad de lo que Pilato veía? ¿A la verdad misteriosa de Jesús?
          Lo que sacó en claro Pilato es que allí no había causa de muerte. Y así salió fuera para comunicarlo a los sacerdotes. (Jn.18,38). Y no es que no había causa de muerte sino que no había causa alguna. Que habían hecho los sacerdotes un problema de donde no lo había.
          Entonces ellos acusaron más de muchas cosas (Mc.15,3-5), y Pilato se dirigió a Jesús, porque le extrañaba que Jesús no decía nada. Y le preguntó: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? ¿No respondes? Y no le dio respuesta, lo cual admiró mucho al presidente. (Mt.27,12-14).
          Entonces Lucas (23, 4-5) añade un punto que tiene su importancia, y que le tocaba más directamente a la labor de Pilato. Le acusaron finalmente de que revuelve al pueblo, enseñando por toda Judea, empezando desde Galilea. Evidentemente era una acusación que debía preocuparle a Pilato, y que le hubiera tocado a él investigarla y establecer una causa para cerciorarse de la realidad de aquella “revuelta”. Por otra parte, no tenía constancia Pilato de alguna situación que hubiera acaecido en los dominios de su jurisdicción.
          Y pretendió quitarse el caso de encima, basándose en la última acusación. ¿Había empezado en Galilea? Galilea estaba bajo la dirección de Herodes. Un modo de escaparse del problema era remitirlo a Herodes, aprovechando que el tetrarca estaba esos días en Jerusalén. Ya era impropio de un buen gobernante y de un juez imparcial el no resolver personalmente lo que él había visto de la inocencia del acusado. Pero “la política” es así. No se afronta el problema porque es enrevesado, y se declina la responsabilidad sobre otro. Por otra parte, Pilato y Herodes estaban disgustados entre sí, y esta deferencia de dejarle la autoridad en sus manos, podía ser beneficiosa para arreglar las relaciones recíprocas.
          Y actuó “el político” y preguntó si ese acusado era galileo, y una vez que lo supo, acabó por remitir al preso a la jurisdicción de Herodes. Eso suponía un retraso en el proceso y una contrariedad para Caifás y los suyos. Pero tuvieron que acatar aquella decisión y arramblar con el reo hacia el palacio de Herodes.
          Pilato respiraba. Se había quitado de en medio un engorro al que no le veía la salida.

domingo, 24 de marzo de 2019

24 marzo: EL MAL


LITURGIA
                      El evangelio –Lc.13,1-9- nos plantea el eterno problema del MAL. El mal sucede. ¿Por culpa de quién? Vienen a plantearle a Jesús el caso que ha provocado Pilato, matando a un grupo de personas de Galilea que ofrecían sacrificios al Señor. Ha mezclado la sangre de los sacrificios con la de los galileos. Y vienen a contárselo al Señor.
          Jesús no tiene una explicación para ello. No significa lo ocurrido que esas personas eran peores que otras a las que no le ha pasado nada.
          Pero advierte que de una manera o de otra lo que importa es volverse a Dios, porque el que no se vuelve a Dios, acaba pereciendo en su alma al modo de cómo han perecido esos galileos en sus cuerpos.
          Y Jesús mismo saca otro caso en el que ya no tiene la culpa Pilato o alguna persona. También sucede el daño porque sucede. Como los 18 que han perecido porque les ha caído encima la torre de Siloé. ¿Eran peores que otros porque les ha sucedido esa desgracia? Y dice Jesús: Os digo que no. Pero la lección que hay que sacar de ahí es la necesidad de estar preparados en todo momento, porque el mal moral del pecado y del no arrepentimiento es mucho peor que el de la desgracia humana.
          Y como Jesús no quiere dejar las cosas a medias, completa el cuadro con una realidad de misericordia. Cuenta la parábola de la higuera que no da fruto. Cuando se presenta el dueño y ve la esterilidad de ese árbol, da la orden de que la corten. Interviene el labrador, que tiene cariño a su campo y le dice: Voy a cavar una zanja alrededor, la voy a regar, le voy a echar abono. Esperemos este año a ver si da fruto. Que si no, entonces la cortas. Mostraba así Jesús su paciencia con el pueblo pecador. Un año más…, un cuidarlo más…, y si al final ese pueblo no se convierte, entonces será el momento de su ruina.

          La 1ª lectura puede tener varias formas de entenderse. (Ex.3, 1-8.13-15). Moisés pregunta a Dios cómo se llama. Y Dios da una respuesta misteriosa: Soy el que soy.
          Puede significar que Dios no quiere ser conocido por un nombre concreto por el que el hombre se crea que puede dominar a Dios. Y la respuesta de Dios equivaldría a una evasiva; algo así como “no preguntes mi nombre”.
          Puede ser una manera de enseñar Dios que él no puede ser manipulado. Que no se puede tomar en vano su nombre, Que no podemos pedirle cuentas de las cosas que suceden. Lo que estaría en consonancia con la 1ª lectura: del problema del mal, no le pidamos cuentas a Dios.
          Y en positivo, Dios mismo le da respuesta a Moisés, diciéndole cómo debe dirigirse a los israelitas esclavizados en Egipto: “Yo-soy” me envía a vosotros. Lo que equivale a decir: El que existe y no puede dejar de existir es el que me envía. El que permanece siempre y es providente y dirige todo al bien, ese es Dios, el que envía a Moisés para liberar a los israelitas.

          Para nosotros, Dios se ha encarnado y ha tomado un nombre: es Cristo, es Jesús, es LA ROCA (2ª lectura: 1Cor.10,1-6.10-12) que nos da la bebida espiritual, al modo como aquella roca del desierto dio agua bajo la acción de Moisés. Advierte Pablo que aquel pueblo no obedeció a Dios y fracasó en su paso por el desierto. Con lo cual se advierte, como Jesús en el evangelio, que a nosotros lo que nos toca es proceder rectamente y ser fieles a la enseñanza de Dios. Todo esto se escribió para escarmiento nuestro, y para estar muy atentos a la palabra de Dios, concluye Pablo.

          Nosotros concluimos con lo que es básico en la homilía: remitiéndonos a la EUCARISTÍA como esa ROCA de la que brota para nosotros el agua espiritual que nos haga conocer al Dios que es providente y permanente, que no falla nunca y que ha tomado en Cristo un nombre concreto de Redentor y Salvador y Maestro, que viene a mostrarnos el camino de la rectitud.



          Suplicamos a Dios, que es nuestra seguridad y nuestra esperanza.

-         Que en medio de los males de la vida, mantengamos nuestra fe en la bondad de Dios. Roguemos al Señor.

-         Que vivamos con gozo la seguridad en el Dios bueno. Roguemos al Señor.

-         Que nuestra oración a Dios sea humilde y de aceptación de la voluntad de Dios. Roguemos al Señor.

-         Que nos aferremos a la Eucaristía en todos los momentos difíciles de la vida. Roguemos al Señor.


          Vivamos la Cuaresma con verdadera determinación de mejora en nuestras realidades de la vida diaria.
          Por Jesucristo N.S.

sábado, 23 de marzo de 2019

23 marzo: Arrepentimiento y perdón


LITURGIA
                      Hoy es día que resalta el perdón y la misericordia. La 1ª lectura (Miq.7,14-15.18-20) es como una oración y el reconocimiento del Dios perdonador, que se compadece y que volverá a compadecerse y extinguirá nuestra culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados.
          En el evangelio (Lc.15,1-3.11-32) con esa pieza magistral que expone Jesús para expresar la misericordia de Dios, que es la parábola del PADRE BUENO, con su corazón tan por encima del pecado del hijo, que le dilapida la hacienda y vive malamente, y que ha dejado destrozado el corazón del padre.
          Pero ese padre de la parábola, que está reproduciendo el Corazón de Dios, está abierto al perdón desde el primer momento, y no sólo al perdón sino a la inmensa misericordia por la que, al ver desarrapado y hundido al hijo que vuelve, le pone en su mano el anillo, las sandalias en los pies, y el banquete de fiesta porque ha regresado. Que es el argumento que esgrime ante el hijo mayor, reticente: es tu hermano que había muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado. Deberías alegrarte. Ese es el sentimiento de Dios ante el pecador que se arrepiente. Y es el mensaje que quiere dejar este día de la Cuaresma.

          [SINOPSIS 303-304;  QUIÉN ESTE, 112]
          Y habiendo atado a Jesús, lo llevaron y entregaron a Pilato (Mc.15,1). La comisión que anunciaría a Pilato la llegada del reo ha salido del palacio de Caifás a toda prisa. Después han atado a Jesús y con la plana mayor de los sacerdotes y el propio Caifás a la cabeza, lo conducen hasta el Pretorio. Han pedido a Pilato que él salga fuera para ellos no contaminarse y poder comer la Pascua (J.18,28). Llevaban la idea de que ellos presentaban la causa y sus acusaciones y Pilato iba a acceder sin más explicaciones.
          Se equivocaban. La verdad es que las relaciones de ellos con el Presidente no eran buenas, por un conjunto de detalles que se habían producido anteriormente por diversas causas. Y Pilato no estaba por hacerles el favor. Y preguntó la causa por la que pedían la condena: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Y ellos se incomodaron. Pretendían que su petición de sentencia capital fuera respaldada sin más por el romano, y Pilato no estaba por la labor. Se insolentaron: Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído. Es de observar que ahora no esgrimen la causa de blasfemia por la que ellos le declararon “reo de muerte”. No les interesaba. Pilato, pagano y acostumbrado a muchos dioses, no iba a entender la acusación de blasfemia por haberse declarado Hijo de Dios.
          Por eso ahora cambian su acusación. Lo que puede impactarle a Pilato es un problema de orden civil. Por eso ante Pilato lo acusan de “malhechor”. Eso era un problema de orden público y eso sí le podía interesar al gobernador.
          Pero Pilato ya conocía las artimañas de los senadores y les picó en su amor propio, señalándoles irónicamente como capaces de condenar sin pruebas: Pues tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. Se declaran en sus intenciones profundas, porque no es que buscan un juicio en condiciones sino que quieren la muerte del reo. Y responden: Nosotros no tenemos poder para matar a alguien. Y tuvieron que bajar la cabeza y dar explicaciones: Hemos averiguado que éste perturba a la nación, prohíbe pagar los impuestos al César y se hace pasar por Rey Mesías. (Lc.23,2)
          Esto sí le importaba a Pilato. Ya era una acusación concreta y de tipo civil. Entonces se adentra en el Pretorio y manda traer a Jesús. No le encajaba fácilmente la acusación de “mesías-rey” en un hombre que viene indefenso. Y le pregunta directamente y con cierto escepticismo (Jn,18-33-38): ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Pilato se lleva la gran sorpresa, y a la vez la gran incógnita en la respuesta de Jesús: tú dices que yo soy rey. Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis soldados lucharían para no ser entregado a los judíos.
          Aquello descolocaba a Pilato doblemente. Por una parte, el preso se declaraba rey, aunque no lo parecía. De otra, no era rey de este mundo. Entonces ¿qué era? Y Pilato quiso cerciorarse de que lo que había oído era realmente eso: ¿Luego tú eres rey? Y responde Jesús: Yo para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad.
          Y aquí Pilato se perdió: ¿Qué es la verdad? ¿Cuál era la verdad de todo esto? ¿Quién llevaba razón? ¿Qué sacaba él en claro? Y optó por dejar la pregunta en el aire.

viernes, 22 de marzo de 2019

22 marzo: Pecados concretos


LITURGIA
                      Ayer nos presentó la liturgia el efecto del egoísmo de quien sólo piensa en sí y en pasarlo bien y prescinde de la necesidad que tiene a su propia puerta. Hoy nos pone delante otro tipo de pecado que es también capital: la envidia, como la de los hermanos de José, que no soportan que el padre haya tenido con él una deferencia especial. Están inicialmente dispuestos a quitarle la vida, y es primero Ruben y luego Judá quien buscan soluciones intermedias, y acaban por venderlo a unos mercaderes que pasan por allí. (Gn.37,3-4.12-13.17-28).
          En el evangelio Jesús cuenta también una parábola que retrata la actitud de aquellos jefes religiosos, que se han adueñado de la situación –de la viña del Señor-, y han ido acabando a lo largo de los tiempos con los profetas enviados por el dueño, el Señor, que quiere que se viva de acuerdo con la Ley. Y han ido maltratando y aun matando a los enviados. Y Jesús lleva el tema al extremo de que matan incluso al hijo. Clara referencia a lo que harán. Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular (Mt.21,33-43.45-46). Ahora comprenden los sacerdotes que la parábola iba por ellos, pero no prenden a Jesús porque está rodeado de gente y no se atreven, porque la gente lo tiene por profeta.

          [SINOPSIS 294; QUIÉN ES ESTE, pg. 109]
          Cuando Jesús miró a Pedro podrían ser las 4 de la madrugada, sobre el segundo canto del gallo. Permaneció en la mazmorra hasta la hora del amanecer, las 6 ó 6’30 en que se reunió el Consejo de los judíos y requirieron la presencia del preso. Mt.25,57-66 nos muestra a Caifás y a los ancianos y escribas pretendiendo aportar testigos que declararan contra Jesús. La verdad es que eran cosas tan dispares y sin contenido que no  daban pie a un juicio formal. Consiguen, por fin, uno que declara que Jesús ha dicho que él destruirá el templo y lo reedificará en tres días. Que, como nos dice Marcos, ni en eso llegaban a ponerse de acuerdo. Jesús no alzaba los ojos ni respondía. Y eso exacerbó al pontífice que pretendió que Jesús hablara: ¿No respondes? ¿Qué atestiguan éstos contra ti? La verdad es que no merecía responder. Y más se enciende el pontífice que pasa de investigar a conjurar para obligar a Jesús a hablar: te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios. A eso ya no podía Jesús permanecer en silencio, aunque era evidente que le estaban llevan a lo ilegal de ser él quien se acuse a sí mismo. Y Jesús respondió: Tú lo has dicho. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios y venir sobre las nubes del Cielo. Evidentemente había firmado su sentencia.
          Caifás se abrió la túnica como quien no soporta el fuego interior que le produce la escucha de una blasfemia, y se constituye en acusador que incita al resto a dar el veredicto: Vosotros lo habéis oído. Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? La cosa estaba clara tal como la presentaba el pontífice. La respuesta de casi todos fue: Reo es de muerte. Estaba dada la sentencia. Ahora ya sabía Jesús su destino. Y aunque tantas veces anunciado que iba a ser así, no cabe duda que ahora erizaba el cabello oírlo de manera formal en boca del tribunal.
          No todos. José de Arimatea, que formaba parte del Sanedrín no dio su consentimiento. No estaba de acuerdo en la forma en que se estaba desarrollando todo aquello.
          La pena que le correspondía a Jesús “por blasfemo” era la lapidación (como veremos que ocurre con Esteban, en la narración de los Hechos de los Apóstoles).
          Pero no era esa la idea del Sanedrín y en concreto la de Caifás, que iba en su pensamiento mas allá. Había dado él aquella sentencia anterior de que convenía que un solo hombre muriera y no que pagara todo el pueblo. Se refería a la posible reacción de Pilato ante el peligro de un mesías que pudiera levantarse contra los romanos.
          Había, pues, que resolver el caso por el brazo civil. Había que llevar al reo ante el gobernador para que fuera él quien dictaminara la sentencia de muerte.
          Y se reunieron los principales para nombrar una comisión que fuera la avanzadilla que avisara a Pilato que le llevaban a un preso convicto de culpa. Y que le rogaban que él saliera fuera porque ellos no podían entrar en terreno pagano, para poder comer la pascua. No les estorbaba aquella sentencia de muerte, dada por rencillas personales, pero sí les estorbaba pisar suelo de un pagano. Las hipocresías propias de aquella gente.

jueves, 21 de marzo de 2019

21 marzo: Benditos y malditos


LITURGIA
                      El evangelio de hoy (Lc.16,19-31) es el que lleva la voz cantante para expresar de una manera gráfica lo que ya ha expresado en frases la 1ª lectura: Jer.17,5-10.
          Jesús dibujaba las situaciones, y de lo que era un pensamiento, hace una imagen. Presenta dos personajes muy contrarios; de una parte un ricachón, sin nombre, que vive espléndidamente en comer y vestir, y no hace ningún caso de otro, un mendigo llamado Lázaro, que se sitúa a la puerta del rico, pero que no tiene para comer ni siquiera las sobras de aquella espléndida mesa. Para resaltar la situación, mientras del rico no recibe nada, los perros vienen a lamerle las llagas.
          Muere uno y otro. Al rico, escuetamente, lo enterraron. El pobre es llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Y ahora se cambian las tornas: el pobre goza y descansa mientras que el rico vive ahora la mayor miseria y se abrasa en las llamas.
          El rico pide ahora la ayuda del pobre, al que él nunca socorrió, y se contentaría con una gota de agua en el dedo del pobre, que le refrescase la lengua. Pero ahora está en una situación extrema de soledad…, equivalente a la que él dejó a Lázaro cuando estaba echado en su puerta. Peor. Porque la distancia que se abre entre su lugar y el seno de Abrahán es infranqueable, de modo que ni queriendo, puede el rico pasar de su infierno al lugar de Lázaro, ni Lázaro puede pasar ya allí.
          Se ha cumplido el pensamiento de la 1ª lectura: Maldito el que confía sólo en el hombre, realidad que vive ahora el que fue rico, y Bendito el que pone su confianza en el Señor: es la situación del que fue pobre.

          [SINOPSIS, 296-299; QUIÉN ES ESTE, pg. 107]
          Acababa mi meditación anterior diciendo que simultáneamente a las vejaciones, golpes y salivazos, le esperaba a Jesús una “pasión paralela”, mucho más dolorosa. Nos dice el evangelio de Juan que Pedro y otro discípulo seguían a Jesús tras el prendimiento. Pedro no se conformaba con lo que había sucedido en el Huerto, y quiere estar cerca de la situación. Ese “otro discípulo” conocía a la portera del palacio de Caifás, y le habló para que Pedro pudiera entrar al patio. Pedro quería ver en qué paraba todo aquello y se sentó con los criados y criadas que habían encendido un fuego para calentarse en aquella noche de abril. Pero su atención no estaba en las conversaciones de los criados, sino nerviosamente en la algarabía de los criados que andaban jugando dramáticamente con Jesús.
          Una criada lo observó y acabó mirándolo fijamente y diciéndole: Tú estabas también con Jesús el galileo. Y Pedro, aturdido por aquello, pretendió escabullirse disimulando con un displicente: No sé lo que dices. Y siguió como si con él no fuera aquello.
          Ya estaba en el ojo de mira y se puso en pie, se fue hacia la entrada y lo prudente hubiera sido quitarse de en medio, porque el que quita la ocasión, quita el peligro. Pero Pedro tenía por otra parte ese imán de conocer qué pasaba con el Maestro y se volvió a sentar con el grupo.
          Una segunda criada se volvió a los presentes y dijo;  Éste estaba con Jesús  el nazareno. Y Pedro ahora, nervioso levanta más la voz para negarlo, y con una frase un tanto despectiva: No conozco a ese hombre. Muy fácilmente podía haberlo oído ya Jesús, que sufría en ese momento  más por Pedro que por las injurias que él padecía.
          Y en su intento de chafarse de esa situación, optó por meterse más en las conversaciones del grupo. Con lo cual acabó delatándose  más, porque los criados se quedaron mirándolo y le dijeron: Tu acento galilea te delata. Y él empezó a soltar imprecaciones, a maldecir y a jurar: ‘Yo no conozco al hombre’. Gritaba. Y un gallo cantó. Más nervioso se puso y más gritaba. Un criado se le quedó mirando. Era pariente del que Pedro le había cortado la oreja en el huerto. Y se lo dijo: Tú andabas con él y te vi en el huerto. Pedro ya, con los papeles perdidos gritó más fuerte: No conozco ese hombre del que habláis. No se dio cuenta de que en ese momento trasladaban a Jesús a la mazmorra y se cruzaron las miradas, mientas cantaba el gallo por segunda vez. ¡Qué mirada aquella de Jesús! Sus ojos hundidos por el sufrimiento físico, y el alma partida al ver a su desgraciado apóstol que había caído de lleno en lo que él ya le había advertido.
          Pedro no pudo ya hacer otra cosa que salirse fuera y empezar a llorar amargamente: ¡había traicionado al Maestro!