lunes, 4 de marzo de 2019

4 marzo: Dios lo puede todo


LITURGIA
                      Comienza la lectura de esta perícopa del Eclesiástico (17,20-28) con una afirmación consoladora: Dios deja volver a los que se arrepienten. Dios siempre espera. Es un Dios de perdón. Y ante los que pierden los ánimos, él les reanima. Por eso la exhortación que surge de ahí es la de volverse al Señor, abandonar el pecado y disminuir las faltas. La realidad es que quien vive, todavía puede alabar a Dios. Y concluye admirativamente: ¡Qué grande es la misericordia de Dios y su perdón para los que vuelven a él!

          El evangelio es un episodio muy conocido. Marcos (10,17-27) nos cuenta el caso del joven que se acerca corriendo a Jesús, se arrodilla y le pregunta: Maestro bueno, ¿qué haré para tener vida eterna? Se ve toda la fogosidad de la edad, puesta al servicio de una ilusión: heredar vida eterna.
          Evidentemente no ha hecho un planteamiento directo de seguir a Jesús, pero su manera de presentarse al Maestro significa que es a eso a lo que viene.
          Jesús se queda en la petición que ha hecho y le responde con lo más sencillo que puede responderle: Si quieres llegar a vida eterna, cumple los mandamientos. Era un muchacho judío y se le pide que sea fiel a las normas esenciales judías: cumple los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Le ha resumido los mandatos de la “segunda tabla·, los que hacen relación a los demás. Se presuponen los de la “primera tabla” (que miran a las relaciones con Dios), porque esas se han de dar por supuesto y no hay ni que recordarlas.
          Pienso que el muchacho se había quedado con un poco de menos fuelle porque aquella respuesta no iba con el entusiasmo que él había desplegado, y que apuntaba más alto. Pero confesó entonces que todo eso lo he guardado desde niño. Por tanto no es a eso a lo que vengo.
          Es bonita la reacción de Jesús: Se le quedó mirando con cariño. Aquel muchacho era un buen muchacho, y su vida había sabido vivirla con lealtad a sus obligaciones religiosas. Ahora lo que significa la venida a Jesús es, pues, la búsqueda del reino de Dios, o lo que es igual, el seguimiento de Jesús. Y Jesús le dice: Si lo que quieres es más que todo eso, una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme.
          Aquello cayó como una bomba sobre el muchacho. Él era rico. Y lo que Jesús le estaba pidiendo era hacerse pobre. Así de pronto, de una tacada. Y se vino abajo: Él frunció el ceño y bajó la cabeza, y se quedó muy parado y pensativo, hasta que reaccionó. Y reaccionó marchándose pesaroso. Era su derrota y él lo sabía. Y aquella situación le causaba pesar. Pero se veía incapaz de dar aquellos pasos que Jesús acababa de ponerle ante los ojos como camino para seguirlo a él.
          No sólo el joven quedó pesaroso. También Jesús, que vio la retirada de aquel muchacho que tenía tan buena pinta, pero que se había desinflado a la hora de la verdad. Y con sentimiento declaró a sus discípulos: ¡Qué difícil le va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
          Los discípulos se extrañaron de aquella declaración del Maestro. Pero Jesús no suavizó nada lo que había dicho. Se ratificó y acentuó y matizó: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino a los que ponen su confianza en el dinero! Y se va a la exageración en el ejemplo, como es su costumbre: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el Reino de Dios. Con eso estaba todo dicho.
          Los apóstoles se admiraron y espantaron, comentando: Entonces ¿quién puede salvarse?
           A lo que Jesús responde con una mirada muy alta: es imposible a los hombres. Pero no es imposible para Dios. Dios lo puede todo.
          Quiere decir que Dios tiene en su mano hacer que el rico se vuelva pobre. Tiene mil resortes para que quede patente al rico que su dinero no le devuelve la salud, no le soluciona sus padecimientos, no le devuelve a la vida a un ser querido que muere, no le soluciona sus temas afectivos… Sencillamente el rico puede tener que aceptar sus pobrezas, y que eso le vuelva humilde hacia el Señor. Y con ello que pueda encontrarse con el evangelio del reino sin que ya le escandalice. Y así pueda seguir a Jesús.

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