jueves, 14 de marzo de 2019

14 marzo: La oración


LITURGIA
                      Ayer tuvimos como idea clave cuaresmal, la penitencia. Hoy se fija la atención en otro aspecto básico de la Cuaresma: LA ORACIÓN. Y para ello se nos pone la súplica de Esther (14,1.3-5.12-14), súplica angustiada de persona que se encuentra en gran apretura, parte personal porque no sabe cómo va a ser acogida por el rey, y en parte la oración de intercesión por su pueblo, amenazado por el injusto Mardoqueo.
          Es una invitación a la oración de petición y súplica, que luego queda acentuada en el evangelio de Mateo (7,7-12) por la palabra del mismo Jesús que enseña a las gentes a pedir. Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis. Tres afirmaciones para expresar la misma realidad de la eficacia de la oración que se hace y que debe hacerse al Señor.
          Y lo afianza con ejemplos de la vida diaria: un padre, a quien su hijo le pide pescado, ¿acaso va a darle una serpiente? Pues si vosotros –que sois malos- sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más vuestro Padre dará cosas buenas a quienes le piden!
          Y como una idea-base para la oración, nos proyecta a buscar para los demás lo que queremos nosotros para nosotros mismos.

          [SINOPSIS 276 (y 278-289; QUIÉN ES ESTE, pg 88].
          Le quedaba a Jesús otro trago que pasar, anunciándoles a los apóstoles que van a escandalizarse de él esa noche, en que va a cumplirse la profecía: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Aunque quiere darles ánimo y les avisa que cuando después resucite, irá a buscarlos él. (Mt.26,31-35)
          Simón Pedro no asumió ese anuncio de que se fueran a escandalizar esa noche, y protestó solemnemente que aunque todos se escandalizaren, yo nunca me escandalizaré. Se sentía muy seguro de sí mismo. Y Jesús tuvo que meter el dedo en la llaga y advertirle que él, Pedro, sería el que esa noche le iba a negar tres veces antes de que cante el gallo la segunda vez. No admitió Pedro aquella afirmación del Maestro y todavía porfió: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron los otros discípulos.
          Luego Pedro quiso saber a qué se refería Jesús, y le preguntó: Señor, ¿adónde vas? (Jn.13,36-38). Y Jesús le respondió que donde él iba, no podía seguirlo ahora, pero que lo seguiría más tarde (un anuncio que se cumplió en el martirio que sufrió Pedro al cabo del tiempo): Me seguirás después. Pedro pregunta: ¿por qué no puedo seguirte ahora. Y se afianza más y más en su seguridad: daré mi vida por ti. No entraba en la cabeza de Pedro que él pudiera negar al Maestro. La historia dio la razón a Jesús.
            Eso es lo malo de los que se creen más; de los que no tienen bien medidas sus fuerzas; de los que se piensan que siempre serán mejores o que llevan más razón que el propio Jesús.  Lo que le pasó a Pedro, ya lo sabemos y lo veremos.  Si siquiera nos hiciera a nosotros más prudentes para no creernos nunca más, y tener la humildad de aceptar que nos podemos equivocar…;  más aún ¡que nos equivocamos como cualquiera y que fallamos como el primero…!  ¡Si supiéramos comprender que si hoy estamos de pie, es porque nos sostiene la Gracia de Dios, y no porque nosotros llevamos el salvoconducto de la infalibilidad…!
          Sigue en Juan (caps.14 a 17) una amplia reseña de dichos de Jesús, que han quedado plasmados en este momento solemne de la última Cena. Saltándonos ahora toda la amplia oración de Jesús, una vez acabada la Cena, nos iríamos a ese momento, que sería chusco si no fuera tan erróneo y fuera de lugar.  Habla Jesús de la batalla que han de librar contra las pasiones, contra el mundo y contra sí mismos, y les advierte que necesitarán armas muy fuertes para la lucha.  Todo un símbolo, como el “cortarse la pierna o el brazo, o sacarse el ojo”.  Que hasta habrá que vender el manto para comprar la espada…  Y como siguen estando tan fuera de la realidad que Jesús les presenta, uno –que ha mirado la decoración de las paredes de aquella sala de la Cena- salta con la chiquillada: ¡Aquí hay dos espadas!  Jesús optó por cortar por lo sano. Era mejor no seguir. Y dejó un escueto: ¡Basta!, que bien podemos pensar que le dejaba el alma apenada, porque en medio de las alturas que Él explicaba, ellos seguían moviéndose a ras de tierra.
          Esos capítulos, que se llaman: “La Oración sacerdotal” de Jesús, son muy aptos para revivirlos el Jueves Santo en las primeras horas de adoración ante el Monumento.

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