domingo, 3 de marzo de 2019

3 marzo: Un corazón limpio


LITURGIA
                      La 1ª lectura, tomada del libro del Eclesiástico (27,5-8) pone una serie de comparaciones para decir una afirmación única: que la imagen que da cada uno es lo que queda de su comportamiento. El hombre se prueba en su razonar. Por eso aconseja el autor: No alabes a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre.

          El SALMO 91 dice que el justo florecerá como palmera; plantado en la casa del Señor, crecerá. Las obras del justo son las que se hacen de cara a Dios. Y en la vejez seguirá dando fruto. El que es bueno de corazón, seguirá siéndolo cuando avancen sus años, y aunque en lo físico haya un deterioro, en lo espiritual crecerá frondoso

          El evangelio de Lucas (6,19-45) es un conjunto de dichos y enseñanzas de Jesús. Un ciego no pude guiar a otro ciego porque los dos caen en el hoyo. Un discípulo no es mayor que su maestro. Tiene que aprender mucho para que al final sepa como su maestro.
          Y viene el aviso serio, que es de vida diaria: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que tienes en el tuyo? Por eso, para no ser hipócritas, primero tiene que quitar la viga del propio ojo para poder quitarle la paja del ojo ajeno. Con lo que nos está advirtiendo que corrijamos primero nuestros propios fallos, antes que estar pendientes de los defectos que puede tener el otro. Porque, además, sucede con frecuencia que el defecto que vemos en el otro, lo tenemos nosotros en nuestra propia manera de actuar.
          Y nos advierte Jesús que es el corazón el que tiene las raíces de todo lo que se hace. Como el árbol, que si es bueno, da frutos buenos, y si es malo, da frutos malos. Y cada árbol da los frutos que le corresponden. Lo mismo sucede con el corazón: del corazón bueno salen obras buenas; del corazón malo salen cosas malas. Por eso se conoce a las personas por sus obras. E incluso por sus palabras, porque de lo que hay en el corazón habla la boca.
          Es, pues, un evangelio que nos pone ante nosotros mismos para ver cuál es nuestra manera de hablar y de actuar, porque de eso que sale al exterior se deduce fácilmente lo que hay en el interior de la persona. Por eso, más de una vez nos serviría para conocernos mejor, prestar oídos a lo que nos dicen más en serio o más en broma, pues de lo que los demás ven y observan, se deduce la verdad de lo que albergamos en nuestro corazón

          La 2ª lectura (1Cor.15,54-58) nos remite a la realidad de la muerte, donde aparece la verdad de lo que tenemos dentro. Por eso San Ignacio nos enseña que para discernir una decisión nuestra, debiéramos pensar cómo decidiríamos si estuviéramos al borde de la muerte. Porque es un momento en el que no caben los engaños.
          Y hemos de vivir de manera que estemos abocados a participar de la resurrección de Jesucristo con nuestra personal resurrección a la vida, que es la que corresponde a una vida recta, que se ha vivido de cara a Dios.

          Todo debe quedar rubricado con la experiencia gozosa de nuestra participación en la EUCARISTÍA, con la conciencia limpia y el alma abierta al bien.


          Pedimos al Señor para que nuestra vida le sea agradable.

-         Por la Iglesia, para que por sus obras de santidad sea reconocida como obra de Dios. Roguemos al Señor.

-         Para que nuestras palabras y nuestras obras muestren la limpieza de nuestro corazón. Roguemos al Señor.

-         Para que no juzguemos a los demás, sino que nos examinemos primero a nosotros mismos. Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos con un corazón digno de participar de la Eucaristía. Roguemos al Señor.

          Oremos: danos, Señor, un corazón abierto al bien, caritativo con los hermanos, con los amigos y hasta con los enemigos.
          Lo pedimos por Jesucristo N.S.

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