sábado, 30 de noviembre de 2019

30 noviembre: Fin del año litúrgico


LITURGIA
                      Daniel, que siempre había descifrado los enigmas, ahora se siente agitado por la visión de aquellas fieras y pregunta qué significan y qué representan aquellos monstruos que ha visto en la visión. Y le explican que son reinos que van a venir que van a hacer la guerra a los elegidos de Dios. (Dan.7,15-27)
          Y el gran monstruo de los diez cuernos representa al imperio romano, donde sus reyes van a atacar frontalmente a los elegidos por un amplio espacio. Y el cuerno que sobresale de entre los diez es un rey mucho más sanguinario, que hará estragos entre los seguidores de Dios.
          No prevalecerá. El Anciano le quitará todo el poder y ese reino de injusticia será destruido y aniquilado por completo, y el poder será entregado a los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que se someterán todos los soberanos del universo. Nuevamente aparece el sentido de triunfo mesiánico, cuyo reino no tendrá fin.

          Otro evangelio muy sintético (Lc.21,34-36) en que Jesús advierte a sus discípulos que no se emboten por el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y así les sorprenda aquel día final que ha anunciado bajo diversas imágenes, y que ayer se centraba mucho en el desastre de Jerusalén.
          Estad siempre dispuestos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre. Repetitiva advertencia de todos estos evangelios finales, y que tienen toda la urgencia de que el día final no coja en malas condiciones. Mantenerse en pie ante el Hijo del hombre es una forma de expresar que no tiene uno que estar abochornado en su presencia, lo cual se alcanza cuando la conciencia no acusa de pecado, vicio, bebida, preocupación del dinero…
          Damos, pues fin al año litúrgico. Engarzará con el Adviento, que empieza con referencias semejantes a las del final, pero con una visión larga que mira hacia la última venida de Cristo, y por tanto, al fin de la vida de cada persona, que es para ella el fin del mundo, el momento del encuentro definitivo con el Señor…, y que lo vamos a ver todos los hombres de esta generación.




          En la Misa, el sacerdote invita a dar un SIGNO DE PAZ. Un signo es eso: un SIGNO, que por una parte significa mucho, y por otra es sólo un signo. Significa que el que va a participar de la Eucaristía ha de vivir en paz por dentro de sí mismo, y en paz con todos los demás, sin reservarse esos recovecos del amor propio por los que no se abre el alma a la paz completa con todos los demás. La paz supone perdones absolutos que no se reservan nada. Y que la paz que se da en la Misa, de hecho alarga la mano mucho más allá para llegar a todos los familiares, amigos, vecinos, jefes y subordinados, mayores y pequeños, hombres y mujeres, blancos y negros, paisanos y migrantes.
          Se trata de la paz de la bienaventuranza: los que son pacíficos en su interior y pacificadores o agentes de paz, con los que cualquiera se puede sentir seguro.
          Es la PAZ que Cristo trae, con la que han de llegar sus discípulos a los puestos de misión, quedándose allí donde encuentran paz, y rehusando los lugares en que no hay gente de paz.
          Es la PAZ del Resucitado, con el que se presentó a sus apóstoles para trasmitirles la buena nueva de la resurrección, del triunfo de Cristo y la garantía de una fe que ha de ganar el mundo entero.
          Pero en la Misa, al mismo tiempo es un “signo”, un gesto. Un saludo de paz a derecha e izquierda; no más. No hay que ir dando la paz a todo el derredor, como queriendo llegar a todos y cada uno. Hecho el gesto, ya se ha significado lo que se quiere trasmitir a todos los demás.
          En las Concelebraciones es un error que todos los concelebrantes tengan que recibir el abrazo de todos los demás. Basta el saludo significativo a quienes se tienen inmediatamente próximos.
          Y está expresamente dicho que lo único que se da es la paz. No se aprovecha como saludo, o felicitación, o cualquier otra expresión. Es un momento litúrgico, no social.

viernes, 29 de noviembre de 2019

29 noviembre: Anuncio de primavera


LITURGIA
                      El evangelio de Lucas, hoy, es breve: 21,29-33. En él Jesús trae un ejemplo de la vida normal para expresar ese final de Jerusalén y de la historia. ¿Cuándo va a ser? –Pues fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, decís: la primavera está cerca. Pues bien: cuando veáis que se cumplen las señales que os he ido exponiendo, sabed que está cerca el reino de Dios. Jerusalén caerá… Los reinos de este mundo irán desapareciendo. Por encima de todos va a emerger el reinado de Dios, en un reino que no tiene fin. Y eso lo van a ver muchas de las gentes del tiempo actual: antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. De hecho Jerusalén fue destruida, y la fe cristiana prevaleció. Y así en los grandes reinos de la tierra: han ido desapareciendo, y sobre todos ellos ha salido vencedor el Reinado de Dios.
          Y con una expresión decisiva, Jesús afirma contundentemente que el cielo y la tierra pasarán; mis palabras no pasarán. El mundo se va destruyendo. Las civilizaciones se van deteriorando o renovando. La Palabra de Jesús sigue en pie y sigue iluminando y marcando la pauta de una regeneración de la historia.

          Todo esto enlaza con la profecía que hemos recibido de Daniel (7,2-14) en la que van apareciendo monstruos de muy diverso calibre. (Mañana quedará explicado ese mundo monstruoso, porque mañana sigue la misma visión y la pregunta de Daniel: ¿Qué es todo esto?). En medio de la visión, Daniel miró y vio que colocaban unos tronos. Un Anciano se sentó. La eternidad de Dios se representa con ese “Anciano”, cuya presencia es descrita con una serie de comparaciones sublimes: su vestido, blanco como la nieve. Su cabellera, como lana limpísima. Su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Describir lo divino con conceptos humanos es lo que hace esta profecía. La excelsitud de lo sobrenatural no puede ser descrita sino con comparaciones de orden muy superior.
          Daniel observa y ve cómo la fiera mayor queda destruida por el poder del Anciano; y así las otras fieras que había visto en la visión.
          Finalmente sigue mirando y ve venir sobre las nubes del cielo a una figura como de hombre… Estamos ante una profecía mesiánica, en la que aparece Jesucristo, velado bajo esa figura de aspecto humano. Se adelanta ante el trono del Anciano, y a él se le da el poder, el honor y el reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

          “Su reino no tendrá fin”. Una frase que se añadió al Símbolo de la fe del Concilio de Nicea. Y a propósito de esto, es posible que, los que siguen mis Eucaristías dominicales, se pregunten por qué alterno las dos formulaciones del CREDO.
          La razón es muy sencilla: porque pienso que no se debe perder la formulación más amplia del Credo niceno. Posiblemente se reza mal y se piensa poco lo que se está diciendo, y se recita un tanto de pura memoria. Sin embargo es de desear que los fieles intenten pensar lo que recitan y les ayude a enriquecer verdades de la fe que se saben pero que pueden no saberse formular.
          Creo en un solo Dios expresa ya el misterio de la Trinidad, que se va a ir desglosando a lo largo del Credo.
          Creo en un solo Señor Jesucristo: y se le va desglosando a través de afirmaciones básicas, que no son ni rutina ni rezo, sino expresión de la fe. En su eternidad, engendrado, no creado. El Hijo “no es creado” por el Padre porque entonces el Hijo sería menos que el Padre. Y es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza del Padre. Por quien todo fue hecho. el Hijo es igualmente Creador como el Padre, porque el Padre y el Hijo es un único solo Dios.
          Un día, en el tiempo, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María Virgen y se hijo hombre. Y ese Hijo de Dios hecho hombre es Jesucristo, cuyo origen humano está en el misterio de la encarnación. Que, por cierto, debiera ser un momento en que los fieles hiciesen una profunda inclinación de adoración.
          Y se sintetiza en verbos seguidos la vida de Jesús, que finalmente sube al cielo y está sentado a la derecha del Padre.
          Sigue el acto de fe en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo…: igual al Padre y al Hijo, que recibe una misma adoración y gloria y que se ha comunicado al mundo por medio de los profetas. Queda cerrado el misterio de la Trinidad.

jueves, 28 de noviembre de 2019

28 noviembre: Desastres finales


LITURGIA
                      Hemos pasado por los reinados de Nabucodonosor, y Baltasar. En todos ellos Daniel ha salido victorioso con su privilegio de interpretar sueños o de leer palabras arcanas que nadie podía leer, Hoy le toca al rey Darío, hombre de buena fe. (Dan.6,11-27). A él le llega la denuncia de que Daniel no cumple con los mandatos reales acerca de la religión, y en concreto que no hace oración al rey, como único Dios.
          El rey sabe que es un decreto real que hay que cumplir, pero por otra parte tiene en buena estima a Daniel y se pasa el día sin acabar de firmar la orden de que Daniel sea echado al foso de los leones. Como le instan, acaba firmando y poniendo su sello. Daniel es echado al foso, y Darío le dice que el Dios de Daniel, en el que Daniel cree, lo salve.
          Ni puede dormir aquella noche el rey, que muy temprano acude al foso y llama a Daniel: Daniel; siervo del Dios vivo, ¿ha podido salvarte ese Dios a quien tu veneras fielmente? Y Daniel le responde desde el fondo del foso: ¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió un ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada.
          El rey manda sacar a Daniel y castiga fuertemente a los que lo habían denunciado, que son devorados en un instante por los mismos leones que no han hecho daño alguno a Daniel.
          Entonces el rey Dario escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: ¡Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio, todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo, que permanece siempre. Su reino no será destruido. Él salvó a Daniel de los leones. Un gran acto de fe y reconocimiento de Dios, que deben acoger todos los lugares de su imperio. Con razón, en el SALMO, se repite la afirmación: Ensalzadlo con himnos por los siglos.

          Volvemos al capítulo 21 de San Lucas (20-28) con los anuncios de Jesús, que se dirige a sus discípulos y les advierte: Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad, porque serán días de venganza. Lo de la destrucción de Jerusalén y el Tempo, son señales mucho más concretas: mejor es entonces no entrar en la ciudad porque va a ser su desastre. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo.
          Se me ocurre irme con el pensamiento a aquel momento del Pretorio en que los judíos llegaron a pedir que “su sangre caída sobre nosotros y sobre nuestros hijos”… Jesús ya había anunciado de antemano lo que esos judíos y sus hijos iban a padecer. La descripción del desastre de Jerusalén queda muy clara en este capítulo de San Lucas.
          Luego pasamos a una visión que vendría a significar el terror del fin del mundo, que Jesús describe con una imaginación extraordinaria para llegar a las mentes de aquellos que le escuchan. Un poeta no podría describir de manera más viva la realidad de un mundo que se hunde. Sigamos los dichos de Jesús.
          Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones. Jerusalén será pisoteada por los gentiles…
          Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra, angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.
          Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
          Estamos a las puertas de un nuevo año litúrgico, y por tanto a las puertas del Adviento. Esa última frase viene a ser ya la alborada de ese nuevo momento, que debe crear en nosotros una ilusión y una nueva actitud. El Adviento abraza no sólo la esperanza de un nuevo curso en la liturgia, sino que nos hace proyectar la mirada en la última venida del Señor, cuando vendrá sobre una nube con gran poder y gloria. Es el momento que nos dice que se acerca nuestra liberación definitiva.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

27 noviembre: CONTADO,PESADO, DIVIDIDO


LITURGIA
                      Nabucodonosor había invitado a un banquete a principales de su reino. En el banquete bebieron y en medio de la fiesta, el rey quiso todavía hacer una celebración más fuerte (y humillante para Israel), mandando traer los vasos y copas que había arrebatado del templo, vasos (por lo mismo) sagrados, y en ellos bebieron los magnates y las concubinas, haciendo una profanación en toda regla. El relato del libro de Daniel está muy troceado en la lectura litúrgica, que ha querido así seguir el relato sin añadidos. (5,1-6.13-14.16-17.23-28).
          En medio de aquella orgía, el rey ve unos dedos misteriosos que escriben solos en el revoque de la pared de palacio, que dejan unas palabras escritas que ni el mismo rey sabe leer, y que le producen tal terror que sus rodillas se entrechocaban. Prometió muchas cosas a quien pudiera leer aquellas palabras, y ninguno de los adivinos y magos de su reino pudo hacerlo.
          Le dijeron que Daniel podría, y lo mandó llamar. Daniel rehusó los dones prometidos y leyó las palabras: CONTADO. PESADO DIVIDIDO. Y también la interpretación de esas palabras: “Contado”: ya han sido contados los días de tu reinado, y Dios le ha señalado límite. “Pesado”: te falta peso en la balanza de Dios. “Dividido”: tu reino será dividido entre medos y persas.
          Pienso que no está de más hacernos el examen de nuestra vida a través de esas mismas palabras. Nuestra vida está contada…, tiene un límite. Pero ¿qué peso tiene esa vida nuestra? No hago la pregunta para que nos culpabilicemos, sino para que trabajemos en línea de adquirir peso especifico, densidad de buenas obras, de pequeños detalles y de realidades de mayor envergadura que pueden presentarse al cabo del tiempo. El hecho es que no quede “dividido” nuestro futuro por la falta de peso, que puede darse al no mirar las cosas pequeñas de nuestra vida diaria en las relaciones humanas, en la vida espiritual, en los detalles de genio y carácter poco dominado.

          Volvemos en el evangelio (Lc.21,12-19) a las “señales” que Jesús ofrece como advertencia a nuestra preparación al momento final. No son señales –dice él mismo- que indiquen que ya está llegando el final, pero sirven de toques de atención muy fuertes.
          Por lo pronto, la persecución religiosa. Abierta, como en unos lugares, con muertes y daños de muy diverso estilo; incruenta pero eficaz en otros sitios, en los que se va dificultando paulatinamente el ejercicio e la religión. Será, dice Jesús, entre otras posibilidades, entregándoos a la cárcel, y en otros casos haciéndoos comparecer ante los tribunales (los gobernadores) por causa de mi nombre.
          ¿Qué hacer? ¿Qué tenemos que alegar? –Dice Jesús que no preparemos la defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ningún adversario vuestro.
          Y no va a ser siempre un enemigo exterior el que va a intentar doblegar la fe del creyente, sino que va a surgir de los mismos padres, parientes y hermanos y amigos los que os traicionarán. Esto es lo tremendo: cómo se va a producir la ruptura de las mismas familias por razón de la acogida de Jesucristo o el rechazo.
          Todo eso es una “prueba”, unas “señales”, que no dicen que el final ya está encima, sino que nos vamos acercando. Que esa es la enseñanza que Jesús nos deja en estos versículos del final de la vida pública.
          Pero cundo ya ha dicho todo eso, un balón de oxígeno nos deja entrever el Señor, comprometiendo su palabra: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. A eso va dirigido todo. Porque en definitiva el “contado” y “pesado” no está en nosotros para dividir sino para apiñarnos en torno a la fe-confianza en la persona de Jesucristo. Nada que sea realmente malo nos va a ocurrir, aun en medio de muchos males parciales que tienen que suceder. Dios se ocupa de los mismos cabellos nuestros, que no perecerán sin el permiso de Dios. Y de nuestra parte, habremos de mantenernos con firmeza en los principios de la fe y en la Palabra de Dios: la perseverancia con la que salvaremos nuestras almas.

martes, 26 de noviembre de 2019

26 noviembre: El mundo se destruye


LITURGIA
                      Seguimos en los evangelios de esta semana con los días que precedieron al Jueves Santo en la vida de Jesús. Y el evangelio que nos toca hoy, ha salido hace un domingo en la lectura. Lc.21,5-11 es la advertencia de Jesús sobra la destrucción del Templo de Jerusalén, el símbolo de una nación.
          Algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los adornos, y se ve que se lo hicieron ver con más detenimiento a Jesús. Jesús tiene una visión más amplia sobre todo aquello, y no sólo está viendo lo que hoy hay sino que se proyecta hacia un futuro, que Jesús ve catastrófico: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido. Era una visión que destrozaba los pensamientos triunfalistas de las gentes.
          Y preguntaron a Jesús Cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todo eso está para suceder. No sólo “cuándo”, sino si va a haber unas señales previas de ese desastre.
          Respecto de las señales, Jesús quiere dejar claro que no las va a haber. Que van a aparecer falsos anuncios diciendo que “soy yo el mesías”, o bien que “el momento está cerca”. ¡No hagáis caso de ello! Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que suceder primero, pero no significa que está próximo el final, es decir, no son señales de esa destrucción del templo.
          Y anuncia el Señor terremotos, epidemias, hambre y pueblos que se levantan contra otros pueblos… Tampoco significa que eso es el final. Fíjense que aquí hay un montaje de planos en que Jesús no se está refiriendo directamente a la destrucción de Jerusalén sino que está alargando su mirada hacia ese otro final más general que puede ser el final de la historia. Aplicando los signos que Jesús indica al momento actual, podría uno decir: se están cumpliendo muchas de aquellas advertencias. Pero, todavía no es el final.
          Acaba diciendo que habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Sería la parte que está aún sin suceder, pero que está anunciado por Jesús.
          Con todo esto se está apuntando en la liturgia al final del año litúrgico, que –a su vez- nos es un recordatorio del final de nuestros días. Y por tanto un aviso importante para todos y cada uno de nosotros, a los que –en definitiva- el final de nuestros días está más cerca, y apuntan señales en ese sentido, por cuanto que los achaques, las limitaciones, el cansancio de los músculos y muy especialmente del corazón, nos están diciendo que nos vamos acercando a “la destrucción de nuestro templo”, este pobre cuerpo que se encarga de dar sus señales.
         
          En la 1ª lectura –Dan.2,31-45- tenemos la amplia relación de la visión de Nabucodonosor, que él mismo no sabía definir y que Daniel se la descifra y se la explica. Aquella gran imagen humana que ha visto el rey, tan distinta en sus diversas zonas, representan las etapas del reinado aquel y de los reyes siguientes, que irán cada vez siendo menos consistentes.
          Pero Dios suscitará un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro, sino que acabará con los demás reinos y él durará por siempre. Es un anuncio mesiánico que expresa que, mientras los reinados humanos se destruyen, el reinado de Dios prevalece. Es “la piedra que se desprende del monte sin intervención humana”, y que representa el dominio y poder universal del Mesías, que queda ahí anunciado y que sale por encima de los reinos humanos, tan poderosos como aquellos imperios asirios, babilónicos, y los de Grecia Y Roma, y el mismo gran imperio español del siglo XV. Todos esos reinos caen, desaparecen, se esfuman. Jesucristo permanece y prevalece.
          Lo que no nos queda más que orar por este mundo en el que nos desenvolvemos, y que necesita del amparo de Dios porque el mundo se empeña en destruirse a sí mismo, con sus guerras intestinas, sus políticas destructoras, y todo eso que contribuye a hacer imperios de papel que se vienen abajo a la primera de cambio. Pidamos por este mundo, nuestro mundo, y pidamos porque esa destrucción a la que va abocado, no destruya la fe y la esperanza de los hombres y mujeres que viven en el hoy actual.

lunes, 25 de noviembre de 2019

25 noviembre: El valor de lo pequeño


LITURGIA
                      Entramos en el libro de Daniel, con otra larga lectura que comprende 2 momentos diferentes: 1,1-6.8-20, que muy bien podrían ser tres: descripción de la deportación de los israelitas a Babilonia, a manos de Nabucodonosor, que se apodera de los tesoros del templo de Jerusalén, y los mete en el tesoro del templo de su dios.
          Otro momento de la lectura es el encargo del rey de seleccionar a jóvenes sanos, nobles, cultos e inteligentes, a los que se les va a tratar con comidas especiales de la misma mesa del rey. Entre los jóvenes seleccionados hay unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Ellos ruegan al encargado que les proporcionan solamente legumbres y agua. El encargado teme que enflaquezcan, pero acepta la propuesta e Daniel: que lo haga durante un plazo de 10 días, y que luego actúe como corresponda, Acepta el jefe de eunucos, y a los 10 días aquellos 4 jóvenes presentaban mejor aspecto que los que habían consumido manjares de la mesa del rey.
          Un tercer aspecto de esta lectura es la descripción de las artes de estos jóvenes, que tenían un profundo conocimiento de los libros de la sabiduría, e incluso Daniel interpretaba sueños.
          Cuando le presentaron al rey el grupo de muchachos para que eligiera, se quedó con estos cuatro judíos y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que los magos y adivinos de todo el reino.

          Estamos en la última semana de Jesús en Jerusalén. Se ha situado ante el cepillo el templo y observa a unos y otros en sus donaciones diversas. (21,1-4). Veía a los que echaban mayores cantidades sin que eso le conmoviera. Echaban de lo que les sobraba, y muy posiblemente con cierta ostentación en algunas personas.
          Pasó una pobre viuda, con una monedita pequeña que se perdía entre sus dedos, y Jesús le llamó la atención a sus discípulos para que se fijaran en aquella mujer. Y les dijo: sabed que esa  pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
          Es el valor a los ojos de Jesús de “lo pequeño” que se ofrece con todo el corazón. Deja de ser pequeño y se agiganta por el valor interno que lleva consigo. Aquella viuda no tenía apenas nada, pero quiere contribuir a las necesidades del Templo. Y aunque lo que ella puede echar no puede resolver ni un granito de polvo, para ella es lo que tiene, y lo que tiene lo da. Y eso levanta montañas. Eso es lo que atrajo la atención de Jesús.
          Yo quiero pensar lo que pasó por la mente de los discípulos: que el Maestro no se hubiera entusiasmado por aquellas buenas monedas que sonaban y tintineaban al echarlas los ricos –eso sí que servía para obras del Templo-, y que se hubiera parado, admirado, ante la monedita de la mujer…
          Pero así es la valoración que tienen las cosas a los ojos de Jesús: no es el valor material sino la carga afectiva que llevan dentro. Y aunque sean pequeñas cosas, cuando van hechas con amor y generosidad, tienen un valor superior.
          Se me ocurre pensar en la falta de valor que le concede hoy la gente a las penitencias cuaresmales: el ayuno del miércoles de Ceniza o las vigilias de los viernes. Prácticamente no se les concede ningún valor por una mayoría de fieles cristianos. No sé si esos fieles ofrecen sacrificios de mayor envergadura y si tienen la austeridad suficiente para que la Cuaresma no sea una simple referencia litúrgica. Pero lo que es verdad es que “el detalle” de ser fieles a los mandamientos de la Iglesia, tiene el valor “de lo pequeño”.
          Y como ese ejemplo se pueden aducir otros. Es un problema de austeridad, de obediencia, de fidelidad…, de no sentirse el individuo por encima de lo institucional, y de pensar –en palabras de Jesús- que el que es de fiar en lo menudo, será de fiar en las cosas de más importancia. Y viceversa: cuando en lo menudo se hace la vista gorda, de seguro que se saltarán otras ocasiones de mayor importancia. Y se acaba creando un mundo cómodo en el que se eliminan las cosas que resultan “adversas”. Y lo peor es que se eliminan con la mayor tranquilidad, sin que quede siquiera el “picor” de no estar fijándose en las cosas pequeñas, que conducen a otras mayores.

domingo, 24 de noviembre de 2019

24 noviembre: Venga a nosotros tu reino


LITURGIA        Jesucristo Rey del Universo
                      Toda la historia antigua del pueblo de Israel está fundamentada sobre la idea del Reino de Dios. Dios es el único que puede ser Rey de Israel. Mientras el pueblo se mantuvo en esa idea, Israel fue próspero. Cuando el pueblo pretendió parecerse a otros pueblos nombrándose otros reyes, la historia de Israel va pegando tumbos. Se centrará de nuevo en David, como rey, y no ya en su persona solamente sino como inicio de una dinastía, de la que va a surgir el verdadero y único Rey, que es Jesucristo. Jesucristo es el Rey de Israel y el Rey del Universo.
          Cuando los fariseos pretendieron que les concretara cuándo iba a llegar el Reino de Dios, él les responde que no den crédito a los que digan que “esta aquí” o “allí”, porque el Reino de Dios está entre vosotros, o por decirlo en forma directa: el Reino de Dios es Jesucristo mismo, y el Reino de Dios está donde Cristo está.
          En el Padrenuestro nos enseña Jesús a pedir que venga a nosotros el Reino de Dios. Y él llega y es proclamado Rey y él se manifiesta como Rey. El evangelio de hoy es muy expresivo (Lc.23,35-43): sobre la cruz de Jesús, Pilato planta un letrero, que dice: JESUS NAZARENO REY DE LOS JUDÍOS. Y cuando los sacerdotes pretenden que lo cambie, Pilato –hasta entonces condescendiente de más- se afianza en lo escrito. Jesucristo es Rey.
          Y llega aquel malhechor crucificado a su derecha a reconocerle como Rey y le pide que te acuerdes de mí cuando estés en tu reino, y Jesús asiente a aquel título y le dice que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso, en mi Reino de felicidad.
          Ese es el reinado de Jesús; ese es el reinado de Dios. No es un reino humano, un reino de poder e influencias, sino una cruz, desde donde reina Jesucristo, y ese Paraíso prometido al malhechor que ha hecho acto de fe en ese rey ajusticiado como él en un patíbulo infamante de una cruz.

          La 1ª lectura -2Sam.5,1-3- nos muestra la elección que hacen las tribus del norte de Israel, que escogen a David como rey, de acuerdo con Dios que ha prometido: Tú serás el pastor de Israel, tú serás el jefe de Israel. Y lo ungen Rey. Naturalmente David no podía ser el rey para siempre porque moriría. Pero aquel reinado se prolonga hasta los tiempos de Jesús: el hijo de David, el rey de Israel, en quien se verifica ya el Reinado de Dios.

          Y la 2ª lectura –Col.1,12-20- nos dirá que Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él… Porque en él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

          El año litúrgico nos ha ido llevando en dos líneas paralelas a esa síntesis de nuestra vida que está plasmada en los misterios de la vida de Jesús, por una parte, y en los misterios de la vida de la Iglesia, a través de los domingos del año. Todo ello culmina finalmente en la FIESTA DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO en la que se recopila todo y da sentido a todo, porque Jesucristo es nuestro rey.
          No se trata de establecer comparación con los reyes de la tierra. El Reinado de Dios es otra cosa. No es reino de poder sino dominio sobre nuestras almas para que en todo momento vivamos de cara a Dios y cumplamos sus decretos. O lo que es lo mismo: para que el evangelio sea nuestra pauta de conducta. No sólo nuestra materia de meditación y oración, sino ley de vida.

          Sea la EUCARISTIA el centro de nuestro conocimiento interno del Corazón de Cristo, y que así reine en nuestros corazones, en el sentir y en el pensar y en el querer. Porque Jesucristo reinará cuando pensemos al modo suyo, sintamos con sus sentimientos, y amemos lo que él ama.

          Pidamos que venga a nosotros el Reino de Dios.

-         Para que la Iglesia sea el lugar donde Cristo reine y desde se expanda a todo el Universo. Roguemos al Señor.

-         Para que en nuestros pensamientos, palabras y obras se vaya realizando el Reino de Dios. Roguemos al Señor.

-         Para que en el mundo reine Jesucristo, en los Estados, los Gobiernos, el pueblo. Roguemos al Señor.

-         Para que la EUCARISTÍA sea el centro de nuestra vida. Roguemos al Señor


          OREMOS.- Libra, Señor, al mundo de la esclavitud del mal y establece entre nosotros tu Reino de santidad y de gracia, de verdad y de vida, de justicia de amor y de paz.
          Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

sábado, 23 de noviembre de 2019

23 noviembre: El Cielo


LITURGIA
                      Un día difícil de comentar porque las lecturas no se prestan a muchas reflexiones: en dos palabras está dicho todo: la primera de 1Mac.6,1-13 nos cuenta la historia de Antíoco que pretende apoderarse de la ciudad de Elimaida, con grandes tesoros, pero sus habitantes le salen a campo abierto y se lo impiden.
          En su retirada, se entera de otro fracaso de su ejército, comandado por Lisias, a manos de los judíos de Jerusalén. Y entra en una enorme depresión, porque antes iba de triunfo en triunfo y ahora ha sumado fracasos. Pierde el sueño, y siente el remordimiento de haber robado el tesoro del templo de Jerusalén, y haber enviado gentes que exterminasen a los habitantes.
          Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera.
          La verdad es que lo veo una lección de historia, pero no le encuentro mucho más para reflexionar que la angustia interior por haber obrado mal. Lo que Jesús describe en sus explicaciones como el llanto y el rechinar de dientes…, el dolor interno por haber hecho el mal. Que eso sí es extensible a nuestra reflexión personal.

          En el evangelio (Lc.20,27-40) tenemos la trampa que los saduceos le tienden a Jesús, con aquella peregrina historia de los siete hermanos que se casan con la misma mujer, sin dejar ninguno descendencia. Pretenden, a propósito de esa invención, ridiculizar la idea de la resurrección que enseña Jesucristo. Los saduceos no creen en valores espirituales: resurrección, espíritu, ángeles…, y por eso vienen a poner a Jesús en un brete: al final, en la resurrección, ¿de quién es esposa de los siete hermanos (que han cumplido con la ley del levirato)?
          Jesús desmonta toda la ficción porque en la resurrección, los hombres y mujeres no se casan; son como ángeles del cielo. Por eso, los que sean dignos de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Son hijos de Dios porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él, todos están vivos.
          Esta vez se ponen de parte de Jesús los doctores de la Ley porque ellos sí creen en la resurrección, y se alegran de que Jesús haya callado a los saduceos. Y exclaman: Bien dicho, Maestro. y ya nadie se atrevió a ponerle más dificultades a Jesús.
          Seguramente que a nuestra mentalidad racionalista occidental, no nos llega ese razonamiento de Jesús. Pero para ellos era un argumento contundente.
         
          A nosotros nos puede dar pie para pensar en el Cielo: seremos como ángeles, seres totalmente felices que gozan de la presencia de Dios. Porque el Cielo es eso. No es “un lugar”. Es una presencia. Un ver a Dios cara a cara y un ser semejantes a él porque le veremos tal cual es, como nos os ha presentado San Juan, en dos afirmaciones que resultan atrevidas: “ser semejantes a Dios”, “ver a Dios cara a cara”. No podemos imaginarlo. Queda fuera de nuestra capacidad de entendimiento, pero es una manera de expresar la maravilla que será ese estado de la persona que resucita en resurrección gloriosa, y por tanto amiga de Dios.
          San Catalina decía que, desde que había aprendido a pensar en el Cielo, ninguna carga se le hacía ya pesada en la tierra.
          ¡Falta haría a los cristianos pensar más en el Cielo!, y minimizar así tantas contrariedades de la vida. O tener en esa mirada un dique muy fuerte para no traspasarlo por el pecado.
          El Catecismo de Ripalda definía el Cielo como el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Definición que perfectamente dice quién y cómo es Dios. Por eso el Cielo es Dios, e ir al Cielo es ir al encuentro de Dios y gozar de Dios. Y no imaginemos más, ni nos preguntemos más sobre la realidad del Cielo: todo está dicho ahí, y es lo más que podemos decir. ¡Y no es poco!
          Es el encuentro cara a cara con Jesucristo, el que ha constituido el centro de nuestra vida cristiana. Es el encuentro con la Virgen, nuestra Madre. El encuentro con los santos de nuestra devoción, a quienes tantas veces nos encomendamos.

viernes, 22 de noviembre de 2019

22 noviembre: Mi casa es casa de oración


ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.- 5’30 pm.

LITURGIA
                      La lucha organizada por Matatías y por los hermanos Macabeos, dio como resultado la liberación plena de Jerusalén y la pacificación del país. Lo primero que se hizo fue reconstruir lo derribado y espoliado del Templo. Era el símbolo principal de la victoria.
          Y Judas y sus hermanos (1Mac.4,36-37.52-59) de propusieron subir al Templo y purificarlo de las profanaciones de los enemigos, y consagrarlo de nuevo para que fuera templo del Señor.
          Al año de haber sido profanado, se consagró de nuevo y se ofreció el sacrificio, según la ley, en el altar de los holocaustos, que habían reconstruido. Y se organizó una gran fiesta que duró 8 días, con nuevos holocaustos y sacrificios.
          Adornaron la fachada con escudos y medallas de oro, y determinaron que aquel acontecimiento se celebrara cada año con la misma solemnidad.

          El evangelio (Lc.19,45-48) nos trae la llegada al Templo de Jesús, que se encuentra con el atrio de los gentiles convertido en una feria, donde los mercaderes hacían sus transacciones para los efectos correspondientes de los sacrificios de la Pascua.
          Lejos del dramatismo que le imprime Juan a este hecho, Jesús se dirige a los feriantes y les hace la reconvención de que escrito está: Mi casa es casa de oración pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos”. Era una frase que venía de un texto del Antiguo Testamento, y no que Jesús considerara “bandidos” a unos simples mercaderes que se ganaban la vida con sus ventas y cambios de moneda. Más allá estaba la otra realidad de fondo: los que actuaban como bandidos eran los responsables del Templo, que permitían aquello por sus ventajas económicas. A ellos iba dirigida la acción de Jesucristo, más que a los mismos vendedores.
          Queda bien claro porque los que reaccionan en contra de Jesús son los sumos sacerdotes, los doctores de la ley y lo senadores del pueblo. Ello son los que se plantean acabar con Jesús, porque Jesús les resulta un estorbo.
          Por su parte, Jesús enseñaba en el Templo todos los días de esa última semana, y la gente se le agolpaba y escuchaba con atención y devoción. Por eso mismo los sacerdotes no se atreven a actuar contra Jesús, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
          La narración de Juan lleva mucho del sentido simbólico que Juan da a su relato, en el que quiere poner de relieve el anuncio de la resurrección como signo evidente de la verdad de la misión de Jesús. Lucas es hace una descripción mas llana y más acorde con el modo de proceder habitual del Señor.
          El relato de Juan ha sido siempre el grito de guerra de los enemigos de la Iglesia y de “los curas”, porque veían en ese gesto de Jesús “con el látigo” echando a “a los sacerdotes” del templo… En realidad era coger el rábano por las hojas, porque ni siquiera echó Jesús a los sacerdotes (en aquel relato) sino a los vendedores y cambistas del dinero. Pero cuando hay un prejuicio, cualquier parecido con la realidad es suficiente. Yo lo recuerdo en un allegado mío que atacaba mi vocación por ese “hecho” que –desde luego- él no había leído nunca directamente en los evangelios, sino que había oído campanas sin saber en dónde y la aplicaba en su argumentación contra “los curas” y contra la Iglesia. Porque la verdad es que no hay tal látigo en la narración de Juan, sino “un azote hecho de cordeles”, que Jesús recogería de las cueras que habían servido a los embalajes de aquellas mercancías. Y que emplearía con los animales y no con las personas. El texto dice: echó a todos, ovejas y bueyes. Y es natural que a los animales no los iba a echar sino con “el azote de cordeles”. Y todo eso en el supuesto de que el relato de Juan respondiera a una realidad, y no a un sentido simbólico, del que es tan aficionado este evangelista.

jueves, 21 de noviembre de 2019

21 noviembre: Si siquiera ahora reaccionaras...


LITURGIA
                      ¿Qué es amar a Dios sobre todas las cosas? Lo que ayer veíamos en la madre de los siete hermanos que arrostra la muerte de sus hijos con toda entereza, incluso la de su hijo pequeño al que ella exhorta a morir por la gloria de Dios.
          El mismo ejemplo que hoy nos ofrece Matatías (1Mac, 2.15-29), que –con sus hijos y familiares- se niegan a seguir las imposiciones de los invasores que pretenden hacerles apostatar de su fe y de sus costumbres. Matatías con los suyos se niega rotundamente, porque no quiere desviarse de su religión.
          En esto que un judío se adelante para sacrificar sobre el ara de Modín, según la orden real, y Matatías siente un arrebato de celo y degüella al judío sobre el mismo ara sacrílega y mata al funcionario regio.
          Pero Matatías no se resigna a morir sin más y que el tirano siga haciendo de las suyas, y se echa al monte con todos los suyos y los que piensan como él. Se va a iniciar una resistencia activa frente a la persecución religiosa, porque se plantean que no es mejor dejarse masacrar sino defender su fe y sus costumbres desde una posición activa.

          Lo corea el SALMO (49) asegurando que ese es el buen camino, y al que lo sigue, le haré ver la salvación de Dios. El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de Oriente a Occidente, y desde Sión, la Hermosa, Dios resplandece. Jerusalén en el punto de referencia de la ley de Dios y del sentido religioso del pueblo. Será la razón de ser de una defensa de la fe de aquel pueblo.

          Lc.19,41-44 nos presenta a Jesús, que se acerca a Jerusalén. Aun no ha llegado a ella. Está por el Monte de los Olivos, y desde allí la divisa, y allí se conmueven sus entrañas, y llora: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz…! No perdamos de vista el plan del evangelio de San Lucas, que ha sintetizado la vida de Jesucristo en un paso desde Galilea a Judea, y en concreto a Jerusalén, su capital, donde va a entregar su vida. Pero Jerusalén no va a convertirse con la predicación y la misma muerte de Jesús. Que si siquiera en este día comprendiera lo que le traía la paz y la salvación… Pero no ha querido: está oculto a tus ojos. Por eso se va a cumplir la muerte de Jesucristo, pero Jerusalén va ser destruida: Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro de ti, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.

          Se me antoja que hoy Jesús lloraría sobre el mundo, ese mundo que está ardiendo en guerras y revoluciones por diferentes lugares del globo. Que da la impresión de un mundo que se deshace, que está en ebullición, que una mano siniestra lo convulsiona con unos planes muy preparados y sistemáticos, y que provocan el dolor de muchas gentes que no se identifican con tanta violencia.
          Se me antoja Jesús mirando al mundo y llorando sobre él, sobre “esta Jerusalén” que simboliza a un mundo religioso que sufre persecución, mal dirigido por políticos ineptos…, o viciados hacia una manera de concebir la historia en que parece que cuanto peor vaya todo, mejor se asientan ellos. Y lo es en la realidad porque el pueblo está más indefenso, y más drogado por las falsas informaciones, y no llega a defenderse hasta que no se ve ahogado. Y puede ser que para entonces ya no sea posible hacer nada. Es el cuentecillo de la rana que la meten en una pecera y van calentando suavemente el agua, y la rana llega a sentirse a gusto en aquella templanza. Pero suben la temperatura y la suben más y más y cuando la rana advierte que la están cociendo, ya no le quedan fuerzas para reaccionar. Al final la rana perecerá allí y los que la han tenido engañada se la merendarán.
          El mundo está en esa situación. España no está al margen de esa situación. Para cuando Matatías pretenda echarse al monte para iniciar la resistencia activa, pueden estar las “ranas cocidas” sin capacidad de reacción.


          Celebra hoy la Iglesia una fiesta mariana de devoción: la PRESENTACIÓN DE MARÍA. Es mera tradición devota (sobre todo en la Iglesia Oriental), por la que se piensa que María fue llevada al Templo, siendo niña y allí fue educada con educación esmerada espiritual.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

20 noviembre: Parábola de las minas


LITURGIA
                      Dos lecturas largas nos tocan hoy en la liturgia continua: la de 2Mac.7.1.20-31 y la de Lc.19,11-28. Vayamos por partes.
          La 1ª lectura nos narra el martirio de los 7 hermanos a manos del rey, que los torturó por no querer comer carne de cerdo. La madre, testigo de todos esos tormentos, exhortaba a sus hijos a permanecer fieles a la ley de Dios, por encima de todas las razones y lazos del afecto. Les hacía poner su mirada en Dios, el Creador, el autor de la vida, el que modela la raza humana.
          Quedaba el menor, un niño. El rey pretendió evitarle el martirio pidiendo a la madre que lo convenciera para que siguiera las normas del rey, Ella se burló del tirano hablando a su hijo en la lengua materna, y haciéndole ver que su vida la debía a Dios y a Dios debía dedicarla. El niño levantó la voz y acusó al tirano y dijo que no comería la carne prohibida. Pero tú –le dice al rey- no escaparás de las manos de Dios.
          Como siempre, el número de siete no es un número matemático sino simbólico: todos los hijos de aquella madre. Lo que ya era una heroicidad en ella ver morir martirizados a sus hijos, y tener el valor de exhortar al pequeño a seguir el ejemplo de sus hermanos.

          El evangelio es una variante de la parábola de los talentos, y una variante significativa. Porque en los talentos, se reparte el dinero “según la capacidad”: cinco, dos, uno. Mientras que aquí, a todos se les da igual: diez personas, diez onzas, una por cabeza. Lo que indica que Dios reparte sus dones por igual, sin hacer distinción.
          Aquel hombre reparte su dinero y se va a procurarse el título real. Y algunos envían una embajada a continuación para impedir que le den el título. Ésta sería como una variante dentro de la misma parábola, refiriéndola a Cristo que va a ser nombrado rey.
          Cuando regresa ya con el título real, pide cuentas a los que había repartido su dinero para ver cómo lo habían negociado. Y al primero, que con la onza ha ganado diez onzas, lo reconoce empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades
          Otro llegó con cinco onzas: tu onza, señor, ha producido cinco. Y también lo ensalza con las mismas palabras que el primero. Aunque había producido menos, eso no importaba: el hecho es que había negociado y que había obtenido fruto.
          Y llegó otro y le devolvió la onza que había recibido, explicándose con una argumentación absurda: te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas donde no siembras.
          Cae de su peso que las razones se volvían contra él. Basta releerlas y se da uno cuenta del absurdo de esas razones. Y el amo le condena por ser holgazán, que no ha hecho nada para hacer fructificar aquella onza.
          Da el amo la orden de que le quiten la onza y se la den al que tiene diez. Y eso extraña a los criados. Pero era coherente. El que con una ha ganado diez, es de fiar. Bien puede recibir otra más, porque será capaz de negociar con ella. Al que no tiene, se le quita hasta lo que tiene. Al incapaz de dar futo, se le quita hasta o poco que había recibido, porque no sabe sacarle provecho. Al que tiene, se le dará. Al que tiene arrestos para trabajar y darle sentido a la vida, se le confiará más.
          El final es muy típico judío, y Jesús lo concluye en el plano humano: a los que mandaron embajada para que él no fuera rey, que los saquen fuera y que mueran. Era la suerte de los que no querían a Jesús. Aunque Jesús no concluye así en su vida real: no quita de en medio a los que le hacen la guerra. Por el contrario, él cae bajo el peso de aquellos malos hombres que no lo quisieron rey y lo llevaron hasta la cruz.
          Concluye el relato con un escueto final: Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo a Jerusalén. La parábola estaba contada. Quien quisiera enterarse, ahí la tenía. Jesús no discute con ellos. Por el contrario él sigue su camino, y su camino conduce a Jerusalén donde él va a morir por ser rey.

martes, 19 de noviembre de 2019

19 noviembre_Llegó la salvación


LITURGIA
                      En la persecución religiosa que sufre Israel a manos del rey Antíoco, tenemos un caso concreto, el de Eleazar (2Mac,18-31), un anciano venerable y uno de los principales maestros de Israel, a quien quieren obligar por la fuerza a comer carne de cerdo. Él la escupe y se niega a faltar a su ley. Unos amigos le proponen una simulación: que le traigan una carne preparada por él y la coma como si se tratara de la prohibida. Así no faltaba a la ley y salvaba su vida.
          Eleazar se niega rotundamente a aquel simulacro, porque sería un mal ejemplo escandaloso para los jóvenes, que no sabían el engaño y creerían que el anciano había apostatado de su ley en la última hora. Y no consintió.
          Se volvieron contra él los que antes se habían presentado como amigos, y acabó padeciendo tormentos y golpes. Eleazar confiesa que podría haberse librado de la muerte de su cuerpo…, pero ¿cómo iba a presentarse ante Dios? Por eso sufro con gusto por amor de Dios. Y concluye el texto haciendo un elogio del hombre fiel que prefirió la muerte, dejando un ejemplo de heroísmo y virtud.

          De nuevo caemos en el episodio de Zaqueo (Lc.19) recientemente visto en uno de los pasados domingos. Muy poco nuevo puedo añadir a una explicación dada entonces, y que para mí es algo ya muy estereotipado a través de los encuentros tenidos con este texto.
          Insisto en la “definición” que hace Lucas de este personaje, que queda encajado en tres características peyorativas: jefe de publicanos, rico y de pequeña estatura. Una característica de su trabajo u ocupación: publicano y jefe de publicanos. Lo que en la mente del pueblo equivale a “pecador”, usurero, el hombre que ejerce un cargo odiado por el pueblo.
          Otra característica es de su realidad social: era rico. Casi que no había que decirlo, por su ocupación. Pero “rico” es una realidad opuesta al evangelio de Lucas, que ha definido a los pobres como los bienaventurados, y por tanto una realidad contraria a Jesucristo.
          Finalmente, en su realidad física, era bajito. Pero posiblemente Lucas está queriendo indicar algo más personal: sus miras eran rastreras. Vivía a ras de tierra, mirando sólo lo que le venía bien a sus intereses. Con esas tres características ha descrito casi fotográficamente al hombre en cuestión del que va a hablar.
          En medio de todo ello, Zaqueo era simple. Por decirlo así, no tenía miedo al qué dirán. Iba a lo suyo. Y cuando se entera de que Jesús va a pasar por donde él vive, no tiene empacho en subirse a una higuera para ver pasar al personaje que tenía tanta fama y del que se comentaban tantos milagros.
          Llegó Jesús a aquel lugar, pero “no pasó de largo”. Se detuvo bajo el árbol y se fijó en el hombre que se había encaramado. Y lo llamó por su nombre: Zaqueo, baja en seguida, porque quiero hospedarme en tu casa.
          Zaqueo se conmovió. El Maestro aquel lo llamaba a él y se invitaba a su casa. Por eso bajó en seguida y lo recibió muy contento.
          Surge el comentario de las gentes que siempre están dispuestas a la crítica y al fácil escándalo, porque no les parece correcto que el Maestro entre en casa de un pecador, porque eso equivalía a estar de acuerdo con él. Jesús, por el contrario, juzga que hoy ha llegado la salvación a esta casa. Para salvación ha llamado Jesús a Zaqueo, y para salvación entra en aquella casa.
          Y se demuestra inmediatamente en la actitud que toma Zaqueo. Se hace menos rico prometiendo dar la mitad de sus bienes  a los pobres. Pero él sabe que todo no se resuelve con ello. Su conciencia le dice que él se ha enriquecido a base de engaños y usuras, y entonces da un paso de gigante prometiendo devolver multiplicado por cuatro lo que defraudó. Realmente ha llegado la salvación a esa casa. Ahora Zaqueo es pobre y por tanto entra en la bienaventuranza. Jesús lo declara hijo de Abrahán, y que el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
          ¿Dónde quedan los que criticaban? Criticar es muy fácil y lo hace cualquiera (cualquiera de corazón chico y sucio). La actitud de Zaqueo, la de un corazón que se ha dejado impactar por la mirada de Jesús bajo el árbol… El Corazón de Jesús que busca a la oveja perdida y se alegra mucho cuando la ha recuperado.

lunes, 18 de noviembre de 2019

18 noviembre: Señor, que vea otra vez


LITURGIA
                      La 1ª lectura es una descripción de una persecución religiosa sufrida por Israel, a manos del rey Antíoco Epifanes. Está compuesta de diversos versículos del primer capítulo del primer libro de los Macabeos. El liturgo ha recopilado una serie de situaciones adversas padecidas por los judíos, por razón de leyes emanadas del rey, que obligaban a los judíos a evitar sus propios ritos religiosos y seguir, por el contrario, los de las leyes del invasor. Para obligar a esa profanación de lo religioso judío, se instalaron aras (altares) sacrílegos sobre los que se pretendía obligar al pueblo judío a ofrecer sacrificios a los ídolos. Y se exigía deshacerse de los libros sagrados, que echaban al fuego, y que de encontrarlos en manos de los judíos, eran ajusticiados.
          Hubo israelitas que se acomodaron a aquellas abominaciones, y secundaron los planes del rey Antíoco. Y aceptaron una serie de instituciones profanas que para la religiosidad del pueblo hebreo eran ofensivas a las buenas costumbres y tradiciones religiosas.
          Por ello hubo muchos mártires porque se negaron a seguir esos planes, aferrados a sus costumbres y a su fe, haciendo el firme propósito de no comer alimentos prohibidos, y prefirieron la muerte antes que contaminarse y profanar la alianza santa.
          Un pueblo profundamente religioso y fiel a la Ley, se encontró con unos gobernantes que aplastaban sus ideas y sus ritos, y les conminaban a hacer sacrificios sacrílegos a los ídolos. Lo que preparaba el terreno a una resistencia activa para defenderse de la tiranía del poder.

          Lc.18,35-43: Jesús se acercaba a Jericó. Iba rodeado de gentes que formaban tumulto a su paso. Había a la entrada un hombre que había perdido la vista y que se tenía que ganar su sustento pidiendo limosna.
          Escuchó el rumor del gentío y desde su cuneta preguntó a gritos qué era lo que ocurría. Y como la cosa más simple que puede decirse, le dijeron que pasaba Jesús Nazareno.
          El ciego se puso en pie y clamó a gritos: Jesús, hijo de David, ten piedad de mí. La gente se sintió importunada por el ciego y le dijeron que se callase. Para la gente no era más que un pedigüeño que importunaba con sus gritos. Para el ciego era su oportunidad. Él había oído hablar de Jesús, el hijo de David, el Mesías, una de cuyas notas características sería la de dar vista a los ciegos. Y no quiso dejar pasar su ocasión. Y gritó más fuerte hasta que Jesús lo escuchó, se detuvo, y mandó que se lo trajeran.
          Jesús quiere cerciorarse de qué pide auxilio el mendigo, y le pregunta qué quiere que haga con él. El ciego, como la cosa más evidente, porque era su gran carencia y la causa de su pobreza, le dice: Señor, que vea otra vez.
          Jesús le dice entonces: Recobra la vista; tu fe te ha curado. Jesús nunca se atribuía su intervención. Quiere dejar patente que lo que realiza la curación es la fe del individuo. Por algo había dicho Jesús que si la fe fuera como un grano de mostaza, haría milagros. Y la fe de aquel hombre era grande: se había dirigido muy conscientemente al Hijo de David, al Mesías, al que Dios ponía en Israel para traer la buena noticia…, para dar la vista a los ciegos. Y aquel hombre creyó de verdad. Y se realizó su curación.
          Concluye el texto diciendo que en seguida recobró la vista y lo siguió, glorificando a Dios. El hombre era agradecido y supo elevar su acción de gracias al Dios del Cielo, a la par que acompañaba por el camino a Jesús, aquel Hijo de David por quien le había llegado a él de nuevo el poder ver.
          La gente, al ver esto, alababa a Dios. Todo el episodio gira alrededor de esa adoración a Dios, el autor de los grandes bienes que nos llegan a los hombres. Y alabanza a Jesucristo, el instrumento designado por Dios, y que pasó por el mundo curando toda enfermedad y toda dolencia, y expulsando demonios, y proclamando que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Evidentemente. Porque en medio, como actor directo en la curación de tantas penurias humanas, está Jesucristo, el Señor. En él se personaliza el Reino de Dios.

Este próximo VIERNES, ESCUELA DE ORACIÓN. Málaga