jueves, 14 de noviembre de 2019

14 noviembre: El Reino está dentro


LITURGIA
          Hoy presenta el libro de la Sabiduría un verdadero canto sobre la sabiduría, de tal modo que hay puntos en que parece que está hablando del mismo Dios. Y es que la sabiduría, como dirá más adelante, es “efluvio del poder divino y emanación genuina de la gloria del Omnipotente”. Regocijémonos en la enumeración que pone de entrada en la lectura de hoy: La sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo, incoercible, benéfico, amigo de los hombres, firme, seguro, sin inquietudes, que todo lo puede, todo lo observa y penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. ¿No suena a una descripción del mismo Dios?
          La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo. Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; por eso, nada manchado la alcanza.
          Es irradiación de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Aun siendo una sola, todo lo puede; sin salir de sí misma, todo lo renueva y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.
          Pues Dios solo ama a quien convive con la sabiduría. Ella es más bella que el sol y supera todas las constelaciones. Comparada con la luz del día, sale vencedora, porque la luz deja paso a la noche, mientras que a la sabiduría no la domina el mal.
          Se despliega con vigor de un confín a otro y todo lo gobierna con acierto.
          No es fácil meter mano para explicar. Lo que queda es la lectura lenta y reflexiva, y saborear esa especie de “espejo de Dios”. Es evidente que no ha parado la atención en la sabiduría humana de la ciencia humana y del estudio humano. Cualquier sabiduría humana es una sombra de lo que aquí se describe. Más verdaderamente nos ha puesto por delante la sabiduría sobrenatural, la de la fe, la de la acogida de la Palabra de Dios. Una sabiduría que no es precisamente la de los científicos, por el hecho de serlo, sino mucho más es la sabiduría de los sencillos, la que adquieren por su contacto con la verdad de Dios.

          Unos fariseos le preguntan a Jesús sobre el tiempo de la llegada del Reino de Dios. (Lc.17,20-25). La verdad es que no se habían percatado de que el Reino de Dios es toda la obra de Jesús, toda la realización en plenitud del Reino anunciado ya en el Antiguo Testamento, pero que no habían descubierto los fariseos, metidos dentro de sus propios moldes empequeñecidos.
          Por eso Jesús les dice que el Reino no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí. Eso era lo que los fariseos querrían. Ellos deseaban que hubiera un hecho milagroso llamativo que hiciera palpable la llegada del Reino de Dios. Y Jesús les saca de ese pensamiento: No será nada espectacular. Ni podrá decirse que ese Reino está “aquí” o está “allí”, como situaciones tangibles de tal manifestación asombrosa de Dios…
          Por el contrario, mirad: el Reino de Dios está dentro de vosotros. ¡Ésta es la maravilla! El Reino vive en el corazón de cada persona que se ha hecho capaz de recibir el mensaje de Jesús. También en el corazón de aquellos fariseos si acogen la novedad del Reino como se acoge el grano de mostaza pequeñito que se siembra y da por resultado un arbusto donde anidan toda clase de aves.
          Y dice a sus discípulos: Llegará el día en que deseéis vivir con el Hijo del hombre, y no podréis. Porque tampoco el Reino necesita de la presencia física de Jesús. Surgirán bulos, muy normales, de apariciones y presencias… No hagáis caso; no os vayáis detrás. El Hijo del hombre será como el relámpago que cruza de un horizonte a otro. Las presencias de Dios no son materiales. La acción de Dios es fulgurante. La vida de oración es la única que puede de alguna manera “aprehenderlo”, no como quien detiene el paso de Dios sino como el que lo capta, lo posee, lo reflexiona, aprende y se aplica las inspiraciones que deja Dios en el alma.
          Pero para que todo eso sea realidad, y el Reino pueda gozarse, el Hijo del hombre tiene antes que padecer mucho y ser reprobado por esta generación. Será a partir de ese fracaso y la correspondiente victoria posterior, como el Reino estará en nuestra tierra, dentro de nosotros, y realizando la obra de Dios en la humanidad.

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