miércoles, 27 de noviembre de 2019

27 noviembre: CONTADO,PESADO, DIVIDIDO


LITURGIA
                      Nabucodonosor había invitado a un banquete a principales de su reino. En el banquete bebieron y en medio de la fiesta, el rey quiso todavía hacer una celebración más fuerte (y humillante para Israel), mandando traer los vasos y copas que había arrebatado del templo, vasos (por lo mismo) sagrados, y en ellos bebieron los magnates y las concubinas, haciendo una profanación en toda regla. El relato del libro de Daniel está muy troceado en la lectura litúrgica, que ha querido así seguir el relato sin añadidos. (5,1-6.13-14.16-17.23-28).
          En medio de aquella orgía, el rey ve unos dedos misteriosos que escriben solos en el revoque de la pared de palacio, que dejan unas palabras escritas que ni el mismo rey sabe leer, y que le producen tal terror que sus rodillas se entrechocaban. Prometió muchas cosas a quien pudiera leer aquellas palabras, y ninguno de los adivinos y magos de su reino pudo hacerlo.
          Le dijeron que Daniel podría, y lo mandó llamar. Daniel rehusó los dones prometidos y leyó las palabras: CONTADO. PESADO DIVIDIDO. Y también la interpretación de esas palabras: “Contado”: ya han sido contados los días de tu reinado, y Dios le ha señalado límite. “Pesado”: te falta peso en la balanza de Dios. “Dividido”: tu reino será dividido entre medos y persas.
          Pienso que no está de más hacernos el examen de nuestra vida a través de esas mismas palabras. Nuestra vida está contada…, tiene un límite. Pero ¿qué peso tiene esa vida nuestra? No hago la pregunta para que nos culpabilicemos, sino para que trabajemos en línea de adquirir peso especifico, densidad de buenas obras, de pequeños detalles y de realidades de mayor envergadura que pueden presentarse al cabo del tiempo. El hecho es que no quede “dividido” nuestro futuro por la falta de peso, que puede darse al no mirar las cosas pequeñas de nuestra vida diaria en las relaciones humanas, en la vida espiritual, en los detalles de genio y carácter poco dominado.

          Volvemos en el evangelio (Lc.21,12-19) a las “señales” que Jesús ofrece como advertencia a nuestra preparación al momento final. No son señales –dice él mismo- que indiquen que ya está llegando el final, pero sirven de toques de atención muy fuertes.
          Por lo pronto, la persecución religiosa. Abierta, como en unos lugares, con muertes y daños de muy diverso estilo; incruenta pero eficaz en otros sitios, en los que se va dificultando paulatinamente el ejercicio e la religión. Será, dice Jesús, entre otras posibilidades, entregándoos a la cárcel, y en otros casos haciéndoos comparecer ante los tribunales (los gobernadores) por causa de mi nombre.
          ¿Qué hacer? ¿Qué tenemos que alegar? –Dice Jesús que no preparemos la defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ningún adversario vuestro.
          Y no va a ser siempre un enemigo exterior el que va a intentar doblegar la fe del creyente, sino que va a surgir de los mismos padres, parientes y hermanos y amigos los que os traicionarán. Esto es lo tremendo: cómo se va a producir la ruptura de las mismas familias por razón de la acogida de Jesucristo o el rechazo.
          Todo eso es una “prueba”, unas “señales”, que no dicen que el final ya está encima, sino que nos vamos acercando. Que esa es la enseñanza que Jesús nos deja en estos versículos del final de la vida pública.
          Pero cundo ya ha dicho todo eso, un balón de oxígeno nos deja entrever el Señor, comprometiendo su palabra: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. A eso va dirigido todo. Porque en definitiva el “contado” y “pesado” no está en nosotros para dividir sino para apiñarnos en torno a la fe-confianza en la persona de Jesucristo. Nada que sea realmente malo nos va a ocurrir, aun en medio de muchos males parciales que tienen que suceder. Dios se ocupa de los mismos cabellos nuestros, que no perecerán sin el permiso de Dios. Y de nuestra parte, habremos de mantenernos con firmeza en los principios de la fe y en la Palabra de Dios: la perseverancia con la que salvaremos nuestras almas.

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