lunes, 4 de noviembre de 2019

4 noviembre: Abnegación y austeridad


LITURGIA
                      Rom.11,29-36: Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos. Extraño raciocinio, sublime raciocinio. Dios nos mete a todos en el mismo saco de la desobediencia, es decir, del pecado, de la rebeldía. Y entones mira lo que somos y tiene misericordia de todos. La tuvo con los romanos, dada la desobediencia de los judíos. Pero no significa que los judíos quedan fuera, pues ahora, pasado el pecado de los fieles romanos, también los judíos alcanzarán misericordia.
          Porque es inmenso el abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios, insondables sus decisiones e irrastreables sus caminos. Sería inútil querer comprender la mente de Dios. Dios está siempre más allá de lo que nosotros podemos captar. Y mientras nosotros consideraríamos que la desobediencia del hombre acaba con la ausencia de Dios, Dios da un giro de 180 grados y de esa desobediencia saca él el abismo de su misericordia. Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia. Dios no se deja vencer, y su generosidad supera todo lo razonable e imaginable. Son irrastreables sus caminos e insondables sus decisiones.

          Precisamente la lógica de Jesús en el evangelio (Lc.14,12-14) es contraria a toda lógica humana. Lo propio y natural es que a una comida se invite a los allegados, a los amigos, a los iguales. Que a la vuelta de un tiempo, ellos mismos invitaran a otra comida. Y así sucesivamente.
          Jesús les dice a los fariseos –invitado a una comida por un fariseo principal- que cuando invitéis, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. Razón: que ellos acabarán invitándote a ti. No perdamos de vista lo que ya he comentado muchas veces. Parece que Jesús dice un absurdo y en realidad lo que está es llevando el caso al extremo para que sirva de grito y enseñanza.
          Lo que pretende Jesús es enseñar que no busquemos la recompensa. Y que eso se consigue cuando se invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Otra expresión exagerada. Pero muy intencionada, dado que a todos esos desgraciados de la fortuna, los fariseos le tenían verdadera aversión visceral. Pues a ellos es a los que Jesús les pone por delante como los que han de ser acogidos. Será entonces una realidad que ellos no pueden invitarte. Y lo que tú les has dado, será a fondo perdido y no con ánimo de cobrarte. La recompensa que reciban los que invitan así, llegará en el reino de los cielos, cuando resuciten los justos.
          Necesitamos insistir en la abnegación en este momento histórico en que se ha perdido el sentido de ello, y cada cual tiende a tenerlo todo y que no le falte nada a sus hijos. Craso error, porque esos hijos no son más felices con ello, ni lo van a ser en un futuro, en el que van a no saber ni querer carecer de nada. Y viene ese prurito de tener más que el otro, y esas envidias de que el otro tenga, y esas amarguras porque nunca están satisfechos con lo que tienen. Y se produce el círculo vicioso de tener más y querer más para seguir teniendo más y ansiando un más que se hace imposible.
          Hoy tenemos a una juventud insatisfecha, traumatizada, a la que apenas se le puede conducir porque se han hecho los amos de todo. Ni hemos tenido más violencia que ahora, ni más actitudes apabullantes del vecino. Ni más suicidios. Ni más ataques al compañero de clase. Y es que ya se quiere alcanzar la luna, y la luna no se puede alcanzar.
          Parece absurdo el consejo de Jesús, y la verdad es que está Jesús conduciendo hacia unos modelos de actuación que generan sencillez, humildad, sentido de lo pequeño diario, de esos valores que no están en el poseer y tener y gozar la vida, sino en el comunicarse y compartir y sacarle el sentido a lo pequeño diario, a no buscar ser servido, sino servir.
          Lo que todo esto quiere decir es que cada uno tiene que buscar la aplicación concreta que mejor se le acomode a su circunstancia, y así tomar el evangelio no como una lectura piadosa sino como una llamada continua que nos está llegando en los textos que, a primera vista, parecería que menos nos dicen, pero que llevan una carga pedagógica excelente para hacernos seguir más de cerca a Jesús.

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