miércoles, 30 de abril de 2014

ZENIT del 30 abril: Audiencia de los miércoles

30 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el segundo don, es decir, el intelecto. No se trata en este caso de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y Pablo dice esto: “Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni entraron en el corazón del hombre, Dios las ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Cor 2, 9-10). Esto, obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el intelecto permite “intus legere”, es decir, leer dentro. Y este don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros entendamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. ¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.

Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo os he enseñado”. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos entender la profundidad de las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran don que todos debemos pedir y pedir juntos: dános Señor el don del intelecto.

Hay un episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc 24,13-27). Y esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros. Nos abre la mente, nos la abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del intelecto para nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don, para entender, como entiende Él, las cosas que suceden y para entender sobre todo la Palabra de Dios en el Evangelio ¡Gracias!

30 abril: EMPECINAMIENTOS

Actitudes que definen
             Empieza la lectura de Hech., hoy [5, 17.26] con una costatación de mucha importancia. Los sacerdotes –de la secta de los saduceos- llenos de coraje… Ya queda definido ahí el principio de actuación. Ni siquiera podría ser el motivo central de Jesús el que motivara el encarcelamiento de los apóstoles. Pero “llenos de coraje” lo que les hace actuar no es ni la racionalidad, ni la justicia, ni la defensa de unos aspectos religiosos legítimos. Lo que manda en esos hombres en un disgusto especial. ¿Es el disgusto de que la predicación de los apóstoles se va ganando adeptos? ¿Es el disgusto del fracaso de ellos mismos, que se han encontrado golpeados por el mismo boomerang que ellos habían lanzado? ¿Es la reacción ante unos hombres sin letras, que sin embargo hablan y hacen maravillas? Todo eso está de fondo, pero el motor es que están “llenos de coraje”. Podría decirse que no se aguantan a ellos mismos. Que han perdido la batalla, y no se resignan. Que rechinan por dentro porque pretendieron acabar con el mismo nombre de Jesús, y se han topado que en ese nombre ha quedado curado el paralítico de nacimiento.
             En su coraje, encarcelan a los apóstoles, aunque no tienen una causa para ello. Y van a juzgarlos… ¿de qué?  Y todavía se encuentran con otra sorpresa mayúscula: aquellos hombres que ellos han metido en la cárcel, no están en ella, no se han saltado los cerrojos…, y los hombres están predicando tranquilamente en el Templo. Todo eso es un “doloroso sedante” para aquel “coraje”, y tienen que amainar y salir sin violencia externa en busca de los apóstoles, y traerlos “amigablemente” para no dar que decir a la gente, y que se les amotine. Ha actuado “un ángel del Señor”, y frente a eso no tienen nada que hacer. Sobre todo, cuando en el lenguaje semítico, tal “ángel del Señor” no es un ser particular sino Dios mismo. Es Dios quien los ha liberado. Es Dios el dueño. Y ellos, los sacerdotes, se están enfrentando con Dios…, ese al que pretender hacer ver que sirven…, cuando en realidad se están sirviendo a sí mismos…, y a “su coraje”. ¡Mala recomendación!

             El EVANGELIO prosigue la enseñanza que Juan ha acumulado a propósito de la visita nocturna de Nicodemo. Hoy se tocan dos aspectos esenciales y complementarios. El básico, el que lleva la voz cantante, es el amor de Dios que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”. O partimos de ahí o no habrá modo de hablar de Dios con un mínimo de verdad. O entendemos a Dios como salvador, hasta el punto de entregar a su Hijo [“entregar” no es cualquier expresión que equivalga a “dar”, “hacer don”…, sino nada menos que “entrega a la muerte”…], o nunca podremos acercarnos a una idea más verdadera de Dios. Quiere decirse que entre los dos platillos de la balanza, la humanidad en uno y la vida del Hijo en el otro, se llevó el “peso” al propio Hijo para salvar al bastardo. Bueno: es que para Dios no éramos bastardos: éramos de verdad hijos…, y Dios se la juega así a una carta, en la que su Hijo único va a redimir (=salvar a precio de sangre) a los otros hijos…, a nosotros.
             Para eso mandó Dios al mundo a su Hijo; no para condenar. La conclusión a la que llega todo el que quiere hacer una religión de “potitos y papillas” es que ¡ancha es Castilla”, porque nadie se condenará. Y aunque yo no soy quién para decir si alguien se condenó, yo sigo el evangelio y ahí queda muy claro que  no se condena el que cree en Jesús. Pero, a su vez, que el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Y ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
             Vengan ahora los modernos a cambiar las mismas formulaciones que impetran: “El Señor esté con vosotros”; “orad, hermanos”, “la paz sea con vosotros”…, etc., cambiándolo todo por un hecho en presente de indicativo, y habrán dado por supuesto que ya no hemos de hacer nada nosotros para recorrer el camino LIBRE que el Señor nos propone. Jesús puso en condicional: el que crea…; el que no cree… Porque Jesús, más verdadero que los descafeinados de algunos, ha propuesto siempre el seguimiento como condicional: quien quiera venir detrás de mí… Y hoy concluirá su discurso a Nicodemo con una claro: “Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombre prefirieron la tiniebla a la luz” ¿Es posible esa hipótesis?  Creo que la realidad actual lo muestra muy a las claras. Y si quien prefirió la tiniebla permanece en esa tiniebla, y jamás acepta ser atraído por la Luz, habrá caído en ese hoyo sin retorno de la tiniebla elegida. Y no hay peor ni más terrible tiniebla que el que no quiso ver y se quedó ciego e imposibilitado para ver la Luz: no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras…, porque sus obras no están hechas según Dios. ¿Y ahora qué, cuando así se decantó la persona y rechazó positivamente la luz que Dios quería poner ante sus ojos?

             Es cierto que Dios NO CONDENA A NADIE. Pero es falsa la conclusión de que nadie se condena. Porque la soberbia de la persona es capaz de elegir el propio daño. Y dannum  es raíz de “condenación”.

martes, 29 de abril de 2014

ZENIT: 29 abril. En Santa Marta

29 de abril de 2014 (Zenit.org) - Toda comunidad cristiana debería comparar la propia vida con la que animaba la primera Iglesia y verificar la propia capacidad de vivir en "armonía", de dar testimonio de la Resurrección de Cristo y de asistir a los pobres. Así lo ha explicado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
En los Hechos de los Apóstoles se describe a la primera comunidad cristiana como un "icono" en tres "pinceladas". El Santo Padre se ha detenido en los "tres puntos" de este grupo, capaz de plena concordia en su interior, de dar testimonio de Cristo fuera y de impedir que ninguno de sus miembros pase miseria: "las tres características del pueblo nacido de nuevo". De esta forma, el Pontífice ha desarrollado toda su homilía a partir de lo que durante toda la semana de Pascua la Iglesia ha subrayado: el 'renacer de lo Alto', del Espíritu que da vida al primer núcleo de los 'primeros cristianos', cuando 'aún no se llamaban así'.
El Papa lo ha explicado del siguiente modo: "Tenían un solo corazón y una sola alma. La paz. Una comunidad en paz. Esto significa que en esa comunidad no había lugar para el chismorreo, para las envidias, para las calumnias, para las difamaciones. Paz. El perdón: 'el amor cubría todo'. Para calificar una comunidad cristiana sobre esto, debemos preguntarnos cómo es la actitud de los cristianos. ¿Son mansos, humildes? ¿En esa comunidad hay disputas entre ellos por el poder? ¿Disputas de envidia? ¿Hay chismorreo? No están en el camino de Jesucristo. Esta peculiaridad es muy importante, muy importante, porque el demonio busca separarnos siempre. Es el padre de la división".
Pero, ha advertido, también había problemas en las primeras comunidades. Francisco ha recordado "las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder" que también pasaron más adelante. Y de esto modo ha puesto el ejemplo de las viudas que se lamentaban por no haber sido bien asistidas y los apósteles "tuvieron que hacer de diáconos". Sin embargo, ese 'momento fuerte' del inicio fija para siempre la esencia de la comunidad nacida del Espíritu. Una comunidad acorde y, segundo, una comunidad de testigos de la fe, sobre la cuál el Papa invita a comparar toda comunidad de hoy.
Es decir, ha explicado el Pontífice: "¿Es una comunidad que da testimonio de la Resurrección de Jesucristo? ¿Esta parroquia, esta comunidad, esta diócesis, cree realmente que Jesucristo ha resucitado? O dice: 'Sí, ha resucitado, pero aquí', porque lo cree aquí solamente, el corazón lejos de esta fuerza. Dar testimonio que Jesús esta vivo, está entre nosotros. Y así se puede verificar cómo va una comunidad".
El tercer aspecto sobre el que ha reflexionado Francisco al medir la vida de una comunidad cristiana han sido "los pobres". En este punto el Papa ha señalado dos ideas: "Primero: ¿cómo es tu actitud o la actitud de esta comunidad con los pobres? Segundo: ¿esta comunidad es pobre? ¿Pobre de corazón, pobre de espíritu? ¿O pone su confianza en las riquezas? ¿En el poder? Armonía, testimonio, pobreza y cuidar a los pobres. Y esto es lo que explicaba Jesús a Nicodemo: este nacer de lo Alto. Porque el único que puede hacer esto es el Espíritu. Esta es obra del Espíritu. La Iglesia la hace el Espíritu. El Espíritu hace unidad. El Espíritu nos empuja hacia el testimonio. El Espíritu te hace pobre, porque Él es la riqueza y hace que tú cuides de los pobres".

Para concluir la homilía, Francisco ha pedido que "el Espíritu Santo nos ayude a caminar en este camino de renacidos por la fuerza del Bautismo".

29 abril: Rico en contenidos

Dos en uno
             Es lo que hoy nos ofrece, por una parte, la lectura continua, y por otra parte la fiesta de Santa Catalina de Siena, proclamada Patrona de Europa.
En la lectura continuada de estos días de tiempo pascual, tenemos uno de los “renglones” más significativos de todo el libro de los Hechos. En 4, 32-37 –repetimos lo leído el domingo pasado- se describe lo que son los CREYENTES. No dice si rezaban más o si cumplían mejor los mandamientos. Su característica identificativa era que pensaban y sentían lo mismo, y que poseían todo en común. Con ello daban solemne testimonio de,la Resurrección del Señor.
Partimos de que se habla de pequeñas comunidades; no de ese conjunto “anónimo” de una Iglesia de las nuestras, en las que cada cual tiene “su banco”, y viene a “oír su Misa”, y a “cumplir con el precepto” y, en cuanto le sea posible, a “ocupar su lugar preferente”… Aquello era otra cosa, y eso mismo hacía posible vivir una realidad de CREYENTES. Eran creyentes porque todos tenían un mismo pensar y un mismo sentir. No había “tuyo” y “mío”…, y no sólo en los bienes materiales sino en ese amor verdadero de unos hacia otros en lo que no cabía ni la murmuración, ni la palabra de doble sentido, ni la justificación propia, ni el critiqueo, ni los ojos sucios para ver siempre lo negro.
Creyentes eran porque poseían todo el común, porque no había riesgo de abusos, porque nadie podría sentarse a comer su pan, ¡porque NO ERA SUYO!, porque el que tenía daba al que no tenía. Y hasta con ese rasgo de grandeza como aquel José (Bernabé) que vendió su campo porque no podía permitirse a sí mismo tener “su” posesión mientras otros carecían de lo necesario.
Creyentes eran porque todo eso reflejaba diáfanamente su fe plena en la RESURRECCIÓN DEL SEÑOR, de la que ellos eran el testimonio vivo, el grito de la verdad que se encierra en la Resurrección de Jesús. Porque si Él resucitó, no lo podemos reflejar simplemente en una llamativa imagen, sino en la renovación (=hacer nueva) nuestra propia actitud.
NICODEMO ya no habla más en ese evangelio de su ida a Jesús. Ya es Jesús quien habla, porque Nicodemo se ha quedado a la escucha…, sin necesidad de seguir con sus preguntas. Y Jesús se va explayando… Jesús habla de lo que sabe; Jesús habla desde una mirada de Cielo; no repta en las cosas de la tierra. Lo que no significa que Jesús se ha subido a la estratosfera de una falsa mística, sino que no hay enfoque ni soluciones mejores a las cosas de “abajo” que cuando se mira de “tejas arriba”.
El error muchos es creer que por mirar las estrellas nos olvidamos de la tierra… Y la verdad es que –gracias a saber mirar hacia arriba- mantenemos el tipo en medio de las penurias de la vida… Y que porque miramos hacia arriba, podemos tender la mano hacia quien nos dio las bofetadas. Por eso Jesús acaba este tramo de su explicación llevando a Nicodemo al recuerdo de Moisés y la serpiente de bronce puesta en alto para que sanaran los picados de serpientes venenosas. También “el Hijo del hombre tiene que ser puesto el alto para que los envenenados por la serpiente, puedan ser redimidos. ¡Y serpientes…, las hay…, de muchas clases, de muchos calibres…!

Si nos remitimos a SANTA CATALINA DE SIENA, iríamos a la lectura de 1Jn, 1, 5 a 2,2. Ahí se hace el perfil aplicable a la Santa Patrona de Europa: En Dios no hay oscuridad. Si decimos que estamos unidos a Jesús pero nuestras obras no son verdaderas, mentimos y hacemos mentiroso a Dios. Eso le ocurre al que dice que no peca, al que justifica su error, al que busca esconderse tras sus mentiras de vida: Nos engañamos y no somos sinceros. La sinceridad exige que nos reconozcamos pecadores en realidades concretas personales; y reconociéndolas, seremos perdonados. Porque lo que San Juan está queriendo trasmitir no es la mentira que condena y falsea al mentiroso (y hasta la misma imagen de Dios), sino para que, si alguno peca, encuentre en Jesucristo al que nos comprende, nos ayuda y nos perdona de nuestros pecados. Él nos presenta así ante el Padre.
Y Jesús siente el júbilo (Mt 11, 25) de que los sencillos y humildes reciben la revelación del Padre en sus mismos corazones. Así lo quiso Dios… Y para que no quede la dificultad del recurso del pobre ser humano hacia la infinitud de Dios, Él se sitúa en medio como CORAZÓN misericordioso, vehículo para elevarnos hasta el mismo Dios. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Y como la vida de la humanidad entera es una permanente lucha, Jesús mismo ofrece su suave yugo, su carga ligera…, la que se hace llevadera cuando se toma junto a Él. La invitación queda hecha: VENID A MÍ.


Dos platos fuertes para nuestra reflexión de hoy.

lunes, 28 de abril de 2014

28 abril: El SOPLO del Espíritu

Lunes 2º tiempo pascual
             Hech. 4, 23-31. Se está gestando la primera persecución contra la naciente Iglesia. La curación del tullido ha desencadenado un movimiento de entusiasmo en las gentes del pueblo, y los consiguientes recelos en los dirigentes religiosos, por dos motivos: uno, que ese Jesús –cuyo nombre pretendieron borrar- está en boca de todos, porque en su nombre se ha hecho aquel milagro. Otro, dentro de unos criterios particulares de los sacerdotes, pertenecientes a la secta de los saduceos, que se encuentran con que ese Jesús muerto por la sentencia de ellos, ahora es predicado como resucitado, cosa en la que ellos no creen.
             Por eso cuando Juan y Pedro cuentan a los compañeros lo sucedido en la detención que ellos han sufrido por esos hechos anteriores, ellos recuerda que está escrito: “¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso. Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y su Mesías?”
             En efecto así había sido cuando sacerdotes, Herodes y Pilato, con el pueblo mismo de Israel, habían matado a Jesús Ahora surge la amenaza contra ellos, los discípulos y apóstoles, mientras el brazo del Señor sigue repartiendo bienes en esos signos y prodigios que sanan las dolencias del pueblo.  Oraron al Señor con todo ese sentimiento de fondo y una ráfaga intensa de Espíritu Santo hizo temblar el lugar y nuevamente los llenó de esa fuerza y vigor que son dones propios del Espíritu de Jesús, para que anunciaran con valentía las riquezas de Dios.

             Jn 3, 1-8: Ha llegado a Jesús un fariseo de buena fe. Viene de noche, escondiéndose de sus compañeros fariseos. Y saluda a Jesús con un reconocimiento sincero: “Sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro, porque nadie puede hacer las obras que tú haces si Dios no está con él”.
             Jesús sabe ver que este hombre no viene con fingimientos… Que es un fariseo con un sentido religioso verdadero, y por eso le responde con lo que es básico para un cambio de actitud religiosa. Y le dice, como expresión “de gancho” para un rabino, muy ducho en este tipo de discusiones: “Te lo aseguro: el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”.
             Nicodemo recoge el guante y continúa en la misma línea: “¿Y cómo puede uno, siendo ya viejo, volver a nacer? ¿Es que tiene que volver al seno de su madre?”  Bien sabía el fariseo que su pregunta era “infantil”. Y sin embargo era la que mantenía el tono iniciado por Jesús. Por eso, en efecto, “obliga” a que Jesús clarifique y concrete.
             Y Jesús contesta: “Te lo aseguro: el que no nazca de agua y Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios”  ¡Ya está más claro! Se está hablando de una “puerta de entrada” a ese Reino: un Bautismo que se realizará con agua (como es propio) pero con la fuerza divina del Espíritu de Dios.
             Y ahora viene, por parte de Jesús, la explicación fundamental de ese ESPÍRITU SANTO. Juagando con la palabra hebrea ruaj, de múltiples sentidos “volátiles”, Jesús le va a ir entremezclando Espíritu (inmaterial), soplo, aliento, viento… Porque al llegar el Espíritu a la persona, es coo el viento que sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de donde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.

             Esté preciosamente descrito: cuando el Espíritu Santo, la Gracia de Dios, la acción de Dios, llega a la persona, le empuja fuertemente en una dirección… Y sin embargo ni sabe uno cómo ha llegado, ni sabe adónde le lleva. No sabe uno cómo le ha llegado, Porque el Espíritu viene de los más inesperados “orígenes”. Unas veces vendrá de una hermosa y profunda oración, otras de alguien que habló y trasmitió –quizás sin saberlo- impulsos buenos; otras veces fue un momento duro, no deseado, inexplicable, de esos que hasta pueden tambalear a la persona; a veces de un  enemigo y hasta de una desgracia. [“Para el que ama a Dios, todo le conduce el bien”, aunque no sepa de donde le ha venido aquello…].
             Y tampoco sabes a dónde va. Los impulsos del Espíritu son misteriosos. Inician el camino y lanzan en una dirección…, pero no sabe nadie hacia dónde seguirán después, qué irá marcando ese Espíritu que sopla dentro. Y vive el verdadero creyente en ese vértigo del “hoy” sin saber la dirección de “mañana”, aunque camina (o vuela) en plena seguridad de que el Espíritu siempre da cosas buenas

             Nicodemo ya no va a hablar más: está embobado escuchando a ese maestro (que así lo reconoció él al saludarlo) pero del que nunca pensó que podía ir tan lejos y tan clarificador del misterio que se encierra en el Reino de Dios. Porque ese es el secreto del Reino: que el ser humano no puede manejarlo a su antojo, ni a su comodidad, ni según planes o ideas preconcebidas. Sólo cuando el alma se decide a “nacer de nuevo, con el agua y el Espíritu”, es cuando verdaderamente el Reino de Dios “está aquí”. Y ese recorrido requiere de una acogida muy humilde de lo que va viniendo, a sabiendas de que Dios actúa y hace su obra. Ese Espíritu que hace retemblar el lugar donde estaban los apóstoles…

domingo, 27 de abril de 2014

ZENIT: En canonización Juan XXIII y Juan Pablo II

Texto completo de la homilía de Santo Padre en la misa de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 27 de abril de 2014 (Zenit.org) - Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la eucaristía de canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.
En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

27 abril.: GRAN DOMINGO

DOMINGO PLURAL
             Estamos cerrando con este Domingo lo que comenzó el domingo pasado, día de la Resurrección de Jesús. Culminación de una semana completa en la que se ha ido desdoblando la fuerza expansiva que se producía por resucitar Jesús de entre los muertos.
             La concreción de lo que encierra en sí ese acontecimiento esencial viene declarado de formas diversas: en la 1ª lectura –Hech 2, 42-47- se describe el gran efecto: los Creyentes, y cómo eran los creyentes: personas que vivían unidas, que ponen en común sus bienes, que no daban lugar a que hubiera ricos y pobres, porque quien tenía, daba a quien no tenía. Que participaban de la Eucaristía, celebrada aún en las casas, que tenían una verdadera oración, y que así eran verdaderos testigos de que la Resurrección de Jesucristo era un HECHO., no una idea mental, o un acto litúrgico conmemorativo.
             En la 2ª lectura, de la 1ª carta de San Pedro –[1, 3-9] se hace referencia al Dios de la misericordia, que se ha manifestado en Cristo resucitado. Volviendo a la verdadera fe creyente, se describe como de más precio que el oro, y que se hace alabanza a Dios… No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis. Nos viene como anillo al dedo, porque nosotros no hemos visto a Jesucristo, y sin embargo su amor a Él marca nuestra ida.
             La misma idea del Evangelio, en el que Jesús afirma a Tomás –que ha sido duro y exigente para creer- que son dichosos los que creen sin haber visto. El domingo de la Octava de Pascua nos está catapultando a una vida muy nueva y feliz: somos los que no hemos visto al Señor, y sin embargo CREEMOS EN ÉL, y nuestra forma de ser, de vivir, de creer, de actuar…, tiene que abrir una puerta hacia esa fe operativa que distinguía a aquellos cristianos.
             La EUCARISTÍA, como Sacramento de nuestra fe, debe impulsarnos a una mejora en nuestra calidad de creyentes, que pasan de una etapa más pasiva a otra que llega a hacerse testimonio ante los demás, creyentes o no.

             El Papa Juan Pablo II estableció en este domingo la fiesta de La divina misericordia, que es la expresión del amor del Corazón de Dios, manifestado en la vida y los sentimientos del Corazón de Jesús. Estamos sobre la misma realidad que ya teníamos, a la que se le abre un acento en la expresión, por la necesidad de unos tiempos que necesitan variaciones para no caer en la rutina. Pero la misericordia de Dios no puede tener expresión más gráfica que la del Corazón traspasado de Jesús. Ni puede entendérsele mejor que cuando aprendemos a ir al Evangelio para ORAR CON EL EVANGELIO, y hallar en cada hecho del mismo, LOS SENTIMIENTOS PROFUNDOS DEL CORAZÓN DE JESÚS, QUE SON EL ALARDE SUPREMO DE MISERICORDIA DE DIOS.

             La Iglesia se adorna hoy con la declaración de santidad de dos Papas contemporáneos, que muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer y estar bajo su cayado de Pastores de la Iglesia universal. Muchas cosas son las que pueden entresacarse de la vida de esos Pontífices, pero tomando la esencia que nos trasmiten personas muy unidas a ellos, y que todavía viven, en Juan XXIII se destaca la inocencia de niño en sus ojos, y la sonrisa de sus labios. Como un valor para la Iglesia (que necesitaremos ahondar), la osadía de convocar el Concilio Ecuménico Vaticano II, definido por Benedicto XVI como “la estrella polar de la Iglesia Católica”.
             En unas dimensiones que tienen su punto de coincidencia, en Juan Pablo II  se destaca su rezar, su trabajar y su sonreír. Su modo de orar, que le centraba totalmente en lo que oraba; su trabajar incansable, su sonreír y su sentido del humor (que va muy unido a esa sintonía con la juventud) a la que supo unirse muy especialmente, apoyado así por grupos de carismas muy concretos dentro de la Iglesia, y que hoy día pueden considerarse muy protagonistas de esta canonización.
            
            

             Se acaba la GRAN SEMANA PASCUAL con el doble aleluya que tendremos hoy al final de la Eucaristía. Pero nos quedarán los largos ecos de la Resurrección –presididos por el CIRIO PASCUAL como Columna de fuego que nos mantiene viva la Presencia del Resucitado, la compañía de Dios en nuestra historia como parte de la Historia de la salvación y –por tanto- de sabernos en tensión gozosa hacia una renovación constante en nuestro vivir diario. Si queremos establecer un acicate que nos diga claro lo que este tiempo representa, podremos decir que si la Cuaresma nos preparaba a un morir de pasiones, carencias, fallos, pecados…, que había que combatir y contrarrestar, el período pascual nos incita a una idea básica y fundamental: renovarnos en santidad, en buscar la voluntad de Dios, en hacer lo que a Él le agrada.  Ya no está el acento en “quitar lo que sobra”, sino en “poner la filigrana del amor”, que distingue a quienes se han enamorado. Y no puede existir verdad cristiana auténtica si no hay un enamoramiento total del Corazón de Dios, manifestado en Jesús, el hermano mayor que nos ha precedido y nos ha dejado dibujadas las formas propias del mayor amor.

sábado, 26 de abril de 2014

BOLETÍN ABRIL

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26 abril: el proceso de la fe

SÁBADO DE PASCUA
             Sigue coleando la curación del lisiado de nacimiento. La reacción popular es la admiración. Por pare de los jefes religiosos, la sorpresa. Que dos hombres sin letras, rudos, tan del pueblo, tengan liada aquella manifestación de entusiasmo, les rebasa a los sacerdotes: allí está el tullido caminando y gritando de alegría, y eso no pueden negarlo. La solución absurda es detener a los dos apóstoles, tenerlos esa noche encarcelados, y soltarlos a la mañana siguiente porque no pueden aducir cargos contra ellos. Sólo pueden conminarlos a no sacar a relucir en adelante el nombre de Jesús. A lo que responden ellos que no pueden dejar de hablar de Él. No es cuestión de querer o no querer obedecer, sino de NO PODER callarse; un gusanillo les fluye desde lo más hondo, y por eso tienen que seguir hablando de Jesús. Y porque, puestos a obedecer, tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. Nada pudieron responder los doctos. Y repitieron insulsamente su prohibición y los soltaron.
             En vez de pararme en el Evangelio de hoy (que es de Marcos), absolutamente breve y acabando con toda la vida gloriosa en una síntesis rápida, intento tomar los datos y hacer oración sobre ellos, buscando lo más contemplativo…, y las consecuencias  a las que nos pueden llevar.
             Ese capítulo 16 comienza con la llegada al sepulcro, con las mujeres que llevan la intención de embalsamar el cadáver de Jesus. Pero hallan corrida la piedra, y encuentran un joven de aspecto celestial que les hace ver el sepulcro vacío, y que Jesús no está allí. Y les encarga a ellas que avisen a Pedro. Para Marcos, ellas no se atrevieron a decir nada porque las iban a tomar por locas. Pero quien sí avisa, con un mensaje atroz –pura imaginación calenturienta, es María Magdalena: han robado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto [así consta por el evangelio de San Juan]. Las mujeres habían recibido el encargo de avisar a Pedro (ya se le da una hegemonía a ese discípulo), y Pedro va al sepulcro a ver. No va solo. En un montaje de planos (muy propio de Juan) con él va “el discípulo amado”, que no le pesan los pies tanto como a Pedro… Y a la hora de la verdad, los “dos” ven lo mismo, Pedro no saca nada en claro (salvo confirmar que Jesús no está y que no es razonable la hipótesis de robo porque los envoltorios del cadáver están allí y no están desordenados; por decirlo así: está cada cosa en “su sitio”). Pedro no siente encenderse su fe. El “otro discípulo”, sí.
             Ese otro discípulo está ya representando a la Iglesia de después de Pentecostés, la que lleva el paso más rápido porque ya cuenta con un espacio de tiempo para haber ido asimilando. Y, sin embargo, no correrá tanto que se adelante a Pedro, ni que Pedro quede tan rezagado que ese “discípulo” pueda suplantar a Pedro. Mientras Pedro, en su estado normal de hombre que viene a ver, que ha ido más lento (con esa lentitud que es propia de la madurez de la fe, que no es “llegar y topar”), y se va como ha venido (con el gusanillo dentro), la Iglesia del “discípulo amado” lleva ya años de distancia, perspectiva, consolidación, experiencias muy nuevas y especiales. Y esa Iglesia –que ya nos está representando a nosotros- VE; y viendo, CREE; y cree porque ESTABA ESCRITO (aunque hasta entonces no habían caído en la cuenta). Es ese paso tan humano de que las cosas del orden divino no se pueden saber ni acoger en un big-bag. La fe suele llevar su ritmo y las iluminaciones de cada alma llegan en “su momento”.
             Aquí hay mucho más de lo que parece. Muchos –hoy día- dicen que tienen dudas de fe. En realidad carecen de conocimientos. Vivieron la fe del carbonero, y esa fe, en su proceso de maduración y personalización, no se puede quedar allí. Necesitan preguntar, formarse. No hay problema de duda.
             Otros han racionalizado tanto la “fe” que la hacen añicos. Porque la fe puede formarse en sus contenidos, pero la fe siempre es FE, y por tanto no es racionalismo. La razón ayuda a comprender. Pero la fe está más allá de lo palpable.
             Otros se han aferrado a “su fe” de 12 años, y no admiten nada más que aquello. Han crecido en el número de su ropa, o de sus zapatos; han adoptado modas y cambios de los tiempos, y tienen móviles en vez de telégrafo. Y lo ven lógico. Pero en la fe no han avanzado nada, ni quieren que “le cambien nada”. Pasan de “creyentes” a fanáticos o escandalizados.
             Los hay con carencias básicas de conocimientos, y como no saben ni qué es la fe, y solo entienden de teclas y de mensajes y aparatos, siguen creyendo en Dios…, pero “a su manera”. Tan a su manera que ignoran quién es Jesus, y creen que la Iglesia es “lo que se ve en cada persona particular”, o los “aledaños” de lo eclesiástico. Por tanto es una fe que tiene sólo la capa exterior, la cáscara. Debajo no hay nada que pida respuesta, actitudes, relación personal con ese Dios en el que dicen creer.
             Y está el creyente sincero pero que no comprende que la fe no depende de sus esfuerzos, ni crece en la medida ni en el tiempo que él quiere. Y se desanima… O se queda en la vulgaridad, o se queda en lo que ya tiene, sin dar un paso nuevo… Se ha adocenado en su fe. No ha llegado antes… Tampoco ha seguido a Pedro… Parece como que hace “la guerra” por su cuenta.

             El proceso evangélico de la Resurrección lleva sus etapas y Jesús va viniendo en los momentos oportunos. Ahí está la clave.

viernes, 25 de abril de 2014

25 abril.: El Evangelio HOY

“ES EL SEÑOR”
                Una pregunta, que no va con el tema de hoy, sino con el blog: HE PUESTO un enlace para poder ver el BOLETÍN. Me interesa saber si llega a poder abrirse en vuestros ordenadores. Porque si sirve, lo sigo poniendo. Si no, me evito esa operación.

             Seguimos en esos pasos de una Iglesia naciente que ya produce sus frutos –lisiado curado y que sigue a Juan y Pedro; las gentes que se van convirtiendo en cantidades llamativas-, y que, lógicamente, levanta también recelos y hasta persecuciones. Pedro (Hech 4, 1-12) tiene que cuestionar a los propios sacerdotes que le preguntan, si el haber hecho andar a un tullido de nacimiento tiene mucha cuenta que dar a ellos. Ahora bien: si es que ellos quieren saber qué poder han utilizado esos apóstoles, “sabed que sólo el NOMBRE DE JESUCRISTO NAZARENO –a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, es quien tiene el poder de presentar hoy son al que estaba lisiado. Y como no tienen razones para otra reacción, acaban metiéndolos en la cárcel hasta el día siguiente. Los dos apóstoles insisten en la profecía: La piedra que desecharon los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular. Ellos rechazaron a Cristo; pues Cristo es ahora el centro de todo este “edificio” nuevo de la nueva manera de vivir la fe.
             Lo sabían ellos por propia experiencia. Cuando aquel período solitario de espera –Cristo ya ha resucitado pero ellos aún no están dirigidos a una actuación concreta-, Pedro decide pescar y ningunos de otros 6 le discute ni se molesta. [Dos de esos, no tienen nombre. No hago esta observación en vano, porque no es fácil que al evangelista –siempre tan detallista-, es muy raro que no recuerde esos otros dos nombres… Luego va a surgir allí como de improviso “el otro discípulo, discípulo amado”, y a mí me hace pensar que está “oculto” bajo esos “dos” no nominados)]. No hay pesca y no por eso abandonan ni se separan. Echar la red a la derecha y a la izquierda de la barca es casi un juego que ellos van haciendo, pero los duchos de la pesca (Pedro, Andrés, Juan y Santiago) no logran sacar un solo pez. Y tampoco pasa nada. No se descomponen los ánimos, no hay discusiones, se vive tranquilamente en compañía en ese pequeño espacio de una barca de pescadores.
             Las primeras luces del alma traen una novedad: alguien pasea por la orilla y tiene la pregunta que podría humillarles…: ¿Tenéis pescado? Un “no” escueto pretendía resolver lo engorroso del momento. Pero el individuo les dice cómo tienen que pescar… Y ya es llamativo que hacen caso. Y aquel “discípulo amado” (quizás “alguien” que ha añadido el capítulo 21 cuando ya estaba puesto el epílogo final cuando acabó el cp. 20), tiene esa palabra de luz que despierta a todos del letargo adormecido de la noche: ES EL SEÑOR. Y yo digo: ¿sólo esa pesca inesperada? ¿O todo lo que supone el cambio de actitudes de aquella noche? ¿No podremos pensar que los ojos de ese “tal discípulo” están mucho más anchos y abarcan más toda una situación tan nueva? ¿No está pretendiendo el narrador que abramos nuestra fe hacia LA IGLESIA, la primera Comunidad, que es la que muestra a las claras que ES EL SEÑOR…, HA SIDO UN MILAGRO PATENTE que siga adelante esa incipiente Iglesia, pese a la oposición, la lucha y aun la persecución de los influyentes jefes religiosos?
             Han pasado los siglos… Con las mil fallas que aportamos cada uno de nosotros, ¿no seguimos descubriendo que –en medio de nuestra misma realidad…, aun en medio de esa lucha que hay establecida contra la Iglesia-, es EL SEÑOR, como milagro patente, que sigue estando ahí al cabo de 20 siglos…? Sigue clamando : ES EL SEÑOR, un discípulo amado”, que “recuesta su cabeza a diario sobre el pecho del Señor”, y que se siente “el discípulo a quien amaba Jesús”?
             Sufrimos mil dudas…, y nos sentamos cada mañana ( o cada tarde) a “almorzar bajo su mirada”… ¿Alguien no se atreve a preguntar: Tú, quien eres, porque más allá del VER, hay una fe que HACE SABER que ES EL SEÑOR? ¿No encontramos un paralelismo entre aquella frase tan extraña  que nos da el evangelista y nuestra fe actual, cuando “no nos atrevemos a cuestionarnos ante la Eucaristía, porque de hecho SABEMOS que es EL SEÑOR?”. Y si lo sabemos, esa es la fe, aunque nuestros ojos nos lleven por otra visión. Pero ahí está lo grande. AHÍ ESTÁ LA FE. Ahí está la visión del “amado”, que sabe descubrir al Amado, por el don supremo de la fe, que SABE MÁS de lo que ve…, y sabe que esa fe da más seguridad que la misma “evidencia” de los ojos.


             Por eso me subyuga el evangelio, porque me invita a volar más allá de la materialidad de las palabras. Y no me escandaliza dar esos saltos hacia pensamientos distintos de los “clásicos”. Lo que me escandalizaría es leer el evangelio como puedo leer el Quijote. Y tiene mucho el Quijote para leer entre líneas.  Pero el EVANGELIO es que habla hoy con la misma vida que surge de la luz del Espíritu Santo, que lo hace siempre nuevo.


Boletín Abril

jueves, 24 de abril de 2014

ZENIT, 24 abril: En Santa Marta

24 de abril de 2014 (Zenit.org) - Hay cristianos que tienen miedo de la alegría de la Resurrección que Jesús nos quiere donar y su vida parece un funeral, pero el Señor resucitado está siempre con nosotros. Ésta es la enseñanza que el papa Francisco ha extraído del Evangelio de hoy, y que el Pontífice ha explicado en su homilía de la misa celebrada esta mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. 
La liturgia del día narra la aparición de Cristo resucitado a sus discípulos. Ante el saludo de paz del Señor, los discípulos, en lugar de alegrarse --ha afirmado el Santo Padre-- se quedan “trastornados y llenos de temor”, pensando “que veían un fantasma”. Jesús trata de hacerles entender que lo que ven es real, los invita a tocar su cuerpo, y pide que le den de comer. Los quiere conducir a la “alegría de la Resurrección, a la alegría de su presencia entre ellos”. Pero los discípulos --ha observado el Pontífice-- “no podían creer, porque tenían miedo de la alegría”:
“Esta es una enfermedad de los cristianos. Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero está allá; Jesús ha resucitado, está allá’. Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría. Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida parece un funeral continuo. Prefieren la tristeza y no la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría, sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor”. 

Pero “Jesús, con su Resurrección --ha añadido el Papa-- nos da la alegría: la alegría de ser cristianos; la alegría de seguirlo de cerca; la alegría de ir por el camino de las Bienaventuranzas, la alegría de estar con Él”:
“Y nosotros, tantas veces, o estamos trastornados, cuando nos llega esta alegría, o llenos de miedo, o creemos que vemos un fantasma o pensamos que Jesús es un modo de actuar: ‘Pero nosotros somos cristianos y debemos hacer así. ¿Pero dónde está Jesús? ‘No, Jesús está en el Cielo’. ¿Tú hablas con Jesús? ¿Tú le dices a Jesús: ‘Yo creo que Tú vives, que Tú has resucitado, que Tú estás cerca de mí, que Tú no me abandonas’? La vida cristiana debe ser eso: un diálogo con Jesús, porque --esto es verdad-- Jesús siempre está con nosotros, siempre está con nuestros problemas, con nuestras dificultades, con nuestras obras buenas”.

¡Cuántas veces --ha recordado Francisco al concluir-- nosotros los cristianos “no somos alegres, porque tenemos miedo!”. Cristianos que “han sido vencidos” en la cruz:

“En mi tierra hay un dicho que dice así: ‘Cuando uno se quema con la leche hirviendo, después, cuando ve una vaca, llora’. Y éstos se habían quemado con el drama de la cruz y dijeron: ‘No, detengámonos aquí; Él está en el Cielo; muy bien, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, porque ya no podemos más’. Pidamos al Señor que haga con todos nosotros lo que ha hecho con los discípulos, que tenían miedo de la alegría: que abra nuestra mente: ‘Entonces, les abrió la mente para comprender las Escrituras’; que abra nuestra mente y que nos haga comprender que Él es una realidad viva, que Él tiene cuerpo, que Él está con nosotros, que nos acompaña y que Él ha vencido. Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la alegría”.

24 abril: LA PRESENCIA DE CRISTO EN SU IGLESIA

La IGLESIA HOY
             La liturgia del día continúa el episodio comenzado ayer en la curación del lisiado de la puerta  Especiosa del Templo, a quien se le ha dado la salud en nombre de Jesús Nazareno, mucho más valioso don que si le hubieran dado unas monedas de plata o de oro…
             A gente se ha arremolinado –admirada- alrededor de Pedro y Juan. Y Pedro aprovecha de nuevo para hablarles de Jesús, el Resucitado…; el rechazado por ese pueblo que ahora se admira, y el que Dios ha constituido “Señor y Mesías”.
             Y queda por delante una labor muy nueva: que no es sólo arrepentirse del mal que hicieron, sino dar el salto hacia adelante con una manera de vida radicalmente diferente. Con lo cual estarán llevándose a su término las profecías tan antiguas como que vienen de Moisés, y posteriores profetas, y a través de las cuales y lo que en ellas se enseñaba, atraer ahora vosotros la bendición de Dios, apartándoos del pecado y rechazando el que cometisteis.
             Una enseñanza que es MENSAJE para todo tiempo y persona, porque es camino indispensable para alcanzar la dimensión cristiana.

             El Evangelio, tomado de Lucas es el mismo que escribió también Juan sobre la aparición de Jesús al final de la tarde. En San Lucas hay otras personas, además de los apóstoles. En Juan sólo los apóstoles. De ahí la diferencia de planteamiento en una narración y en otra. Coincidencia en lo que es el susto de los presentes, el temor de tener dentro de la casa un fantasma, la dificultad de creer que puede ser Cristo…, aunque ya lo saben resucitado… Y en Jesús que avala su realidad de ser el mismo Jesús que fue crucificado, mostrando sus llagas –ya luminosas-, las mismas que le hicieron los clavos o la lanza del soldado.
             San Lucas se irá por la “presentación popular” de ese Jesús, que se presta a la apariencia de comer (un cuerpo resucitado ni come ni tiene esa “constitución” a lo humano mortal), pero que se describe asó como medio necesario para hacer patente que es el mismo Jesús; que no es un fantasma; que la resurrección es un hecho. Y que lleva consigo una mentalidad tan distinta como la que da la apertura de nuevos sentidos para comprender las Escrituras. Es otro de los elementos importantes de esta descripción de San Lucas, para que se predique en el mundo, a todos los pueblos, que JESÚS HA RESUCITADO U HAY TESTIGOS DE ELLO.
             Por su parte, San Juan va a lo teológico, a las entretelas de esta aparición en relación con el futuro…, en miras a la Iglesia (que ya está actuando cuando él escribe). San Juan sitúa a los apóstoles solos. Y a ellos viene Jesús, y sobre ellos exhala su aliento vital, y así les muestra la efusión del Espíritu Santo el Espíritu del Padre y del Hijo. Con ese Espíritu, Jesús trasmite a sus apóstoles el mismo poder que Él recibió del Padre. Y por tanto la Iglesia que nacerá de ahí no es “un añadido” de segunda mano, sino la misma Iglesia de Cristo, con los poderes de Cristo (que Él había recibido de su Padre). Y como algo tan sabido y conocido para aquel pueblo que sabe que sólo Dios puede perdonar pecados, ahora plasma Jesús el PODER de aquellos hombres en que a quienes VOSOTROS perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes VOSOTROS no les perdonéis los pecados, no se les perdonan. Les quedan “retenidos”. Dios no va a ser quien –privadamente- otorgue perdones a quienes “se confiesan solo con Él”. Porque –aún siendo Él el que perdonará…, y siempre estará dispuesto a perdonar-, Él ha determinado el MODO CONCRETO de poder ser perdonados.
             Es, por tanto, muy lógico que Juan –que quería mostrar algo tan esencial en la vida de la Iglesia- sitúe la aparición a SOLOS LOS APÓSPOLES, que eran los sacerdotes que Jesús constituyó el Jueves anterior, durante a Cena, al instituir la Eucaristía: Cuantas veces hagáis la Eucaristía, hacedla en nombre mío. La han de hacer; la pueden hacer. Ellos van a poder decir las palabras de Jesús: Esto es mi Cuerpo…; éste es el cáliz de mi Sangre…, y Jesús va a acudir a esa llamada y se va a hacer presente. Ellos, ya sacerdotes, lo son para todos los efectos.
             Y como la Iglesia se va a prolongar por los siglos, el poder de Jesús para hacerlos a ellos SACERDOTES, va a dar igualmente el PODER DE ELLOS CONSTITUIR NUEVOS SACERDOTES…, y así sucesivamente. Hasta nuestros días.

             Realmente Juan fue siempre más lejos en su Evangelio, y a él le debemos aspectos básicos y fundamentales de nuestra fe. Juan proyectó con una fuerza inmensa sus propia experiencia y conocimientos y posterior reflexión, hasta el punto que hay un momento que el “evangelio según San Juan” lleva el pulso de esa misma Iglesia, y que por tanto no se cuentan las cosas “en pasado”, sino con una experiencia activa y viva de “algo” que ya está funcionando…, que ya es la misma realidad de Cristo en la historia, y muchos años después de Cristo. Pero Cristo sigue palpitando en cada Palabra revelada, y lo necesario para nosotros es sentirla también en nosotros viva y activa y actual.

ZENIT 23 abril: Catequesis de los miércoles

23 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Esta es una semana de alegría. Celebramos la Resurrección de Jesús. Es una verdadera alegría, profunda, basada en la certeza de que Cristo resucitado ya no muere, sino que está vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Esta certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús y los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una "piedra de tropiezo" si no nos abrimos a la Buena Noticia, ¡si creemos que nos causa menos molestia un Jesús muerto que un Jesús vivo!
En cambio, cuántas veces en nuestro camino diario necesitamos que nos digan: "¿Por qué estás buscando entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y cuántas veces nosotros buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana no estarán más. Las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Necesitamos escucharlo cuando nos cerramos en cualquier forma de egoísmo o de autocomplacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en las vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito. Entonces la Palabra de Dios nos dice: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué estás buscando allí? Aquello no te puede dar vida, sí, quizás te dé una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes, ¿y luego? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¡Repitamos juntos tres veces! ¡Hagamos el esfuerzo! Todos: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Fuerte! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y hoy, cuando volvamos a casa digámoslo en el corazón, el silencio, pero que nos venga esta pregunta: ¿Por qué yo en la vida busco entre los muertos al que está vivo? Nos hará bien hacerlo. Si escuchamos, podemos abrirnos a Aquel que da la vida, Aquel que puede dar la verdadera esperanza. En este tiempo pascual, dejémonos nuevamente tocar por el estupor del encuentro con Cristo resucitado y vivo, por la belleza y la fecundidad de su presencia.
Pero no es fácil estar abierto a Jesús. No es evidente aceptar la vida del Resucitado y su presencia entre nosotros. El Evangelio nos hace ver las reacciones del apóstol Tomás, de María Magdalena y de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien confrontarnos con ellos. Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de derrota, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por el misterioso viandante. ¡Cada uno por caminos diferentes! Buscaban entre los muertos al que está vivo, y fue el mismo Señor el que corrigió el rumbo. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué camino sigo para encontrar al Cristo vivo? Él estará siempre cerca de nosotros para corregir el rumbo si nosotros nos hemos equivocado.
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) Esta pregunta nos hace superar la tentación de mirar hacia atrás, a lo que fue ayer, y nos empuja a avanzar hacia el futuro. Jesús no está en la tumba, él es el Resucitado, el Viviente, el que siempre renueva su cuerpo que es la Iglesia y lo hace andar atrayéndolo hacia Él. "Ayer" es la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y la justicia; "hoy" es la resurrección perenne a la que nos impulsa el Espíritu Santo, que nos da plena libertad.
Hoy nos dirige también a nosotros este interrogante. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos a aquel que está vivo, tú que te cierras en ti mismo después de una derrota y tú que no tienes más fuerza para rezar? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos y quizás también por Dios? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la esperanza y tú que te sientes prisionero de tus pecados? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?
¡Tenemos necesidad de escuchar de nuevo y de recordarnos mutuamente la advertencia del ángel! Esta advertencia, "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?", nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Aquella esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y anima a anunciar la Buena Nueva, capaz de generar vida nueva para los otros. Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. Y después cada uno responda en silencio: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Repitámosla! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

Pero mirad, hermanos y hermanas, ¡Él está vivo, está con nosotros! ¡No vayamos por tantos sepulcros que hoy te prometen algo, belleza… y luego no te dan nada! ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los muertos al que está vivo! Gracias.

miércoles, 23 de abril de 2014

Para "los MENOS..."

Explicación “PRUEBA”
             En el deseo de que los BOLETINES DEL APOSTOLADO, Málaga, puedan ser descargados, he hecho la PRUEBA que va a continuación de esta “entrada”.
             Para descargarla vosotros –hablemos para los “menos “- habéis de pinchar dos veces sobre el título “Boletín” (que en este caso es el de Abril).
             Se os abre una “extraña” pantalla, una de cuyas pestañas (debajo del recuadro) es “DESCARGAR”.
             Una flecha azul ancha y rápida se desliza en la parte izquierda baja de vuestro ordenador: está descargando.
             Queda en el filo inferior izquierdo el “letrero”: Boletín … pdf.
             Pincháis sobre él y os sale el BOLETÍN, tal cual, en la Pantalla

             AHORA los “MÁS…” me diréis que explico como un tonto… Pues así es como podrán abrirlo más de uno.


             Perdón…, y Gracias.

Prueba

Boletín Abril

ADVERTENCIA

Cuando no se transcribe algo de ZENIT es porque no ha llegado un tema directo del Papa.

23 abril: La limosna que Dios quiere

Limosnas y “limosneo”
             Entraban Pedro y Juan al Templo por la Puerta Especiosa. Allí pedía limosna –su único medio de supervivencia- un tullido. (Hechos 3, 1-10). Naturalmente pidió también a Pedro y Juan. No sé si ya eran tan conocidos públicamente como para que supiera el paralítico quiénes eran aquellos, y que –por esa razón- le pidiera más expresamente. Pienso que no. Pienso que entre las muchas gentes que llegaban al Templo, fuero nos más, y unos más a quienes pedir limosna.
             Pedro y Juan se detuvieron con el enfermo, y entablaron con él una breve conversación. Por lo pronto, personalizar el momento: Míranos. Y como suele suceder, el paralítico no entiende más lenguaje que el de pensar que le van a dar una limosna. Y Pedro le dice: No tenemos ni oro ni plata. Por un instante pudo pensar el hombre a qué venía –entonces-  aquella parada con él. Él no necesitaba sermones sino dinero. Y sin embargo ya es un punto a pensar: no era una moneda o un sermón…; había un intento de humanizar…, de que el pobre no fuera un ser deshumanizado al que sólo le interesa que le limosneen…, y “pax Xti.” Pedro y Juan no querían ser el tipo de gentes que limosnean…, dejan caer la moneda (que les tranquiliza) pero prescinden del que pide. Incluso se tiene un fondo de conciencia de que aquella limosna no es una necesidad…, pero se echa en la cestilla y ya se puede ese día estar “tranquilo”. Esta “parada de escena” no deja de tener su “aquel”, porque representa un tanto por ciento muy amplio de “limosneos”.
             Los dos apóstoles no pararon la escena: se apresuraron a ir al fondo –al doble objetivo- que pretendían: “…, pero en el nombre de Jesús Nazareno, ponte en pie y echa a andar”. Pedro había ido por derecho a la necesidad. Y le ha dado la mano para ayudarle a sostenerse en ese primer instante, hasta que se consolidases sus tobillos… Aquel pedigüeño no tenía más medio de vida que pedir…: pedir para él, para su necesidad. No tenía otro medio. Nadie lo mandaba a pedir. Necesitaba. Pero si “la limosna” que le daban ahora era ponerlo en pie y que él pueda ganarse su vida, ¡esa era la verdadera limosna! Y él lo sabe agradecer entrando con Pedro y Juan al interior y glorificando a Dios y dando brincos de alegría. Ese era un verdadero pobre, y no se lo había “mermado de dignidad” el hecho de pedir. Y supo aprovechar su oportunidad, y acabó celebrando –ante Dios y ante los demás (que estaban desconcertados)- que ahora era nuevamente persona.
             No puedo menos que pensar en esos pobres, mucho más pobres, que no piden para sí; que no es para su propia real necesidad; que piden ya “por oficio”, y por esclavitud. Que hay detrás toda una “empresa” montada para aprovechamiento de uno  (la gente le llama “el chulo”), que vive sin trabajar, salvo hacer el recorrido de “sus empleados” (los pedigüeños) para irles recogiendo lo que van sacando del limosneo de muchas personas que tranquilizaron su conciencia dejando allí su óbolo. ¡Y ahí está la peor de las pobrezas!, la que no dignifica, la que no resuelve sino un mal vivir esclavizados y sin opciones de abandonar “la empresa”. Por eso cuando alguien se para ante uno, lo que menos entiende tal “pobre” es que se les intente hablar como personas, porque se saben “bajo vigilancia” y que en fon de cuentas sólo necesitan poder aportar a las arcas de “la empresa”, o sufrir determinadas vejaciones. Y muchas personas que se acercan es para querer razonar lo irrazonable con ellos: que a pocos pasos de allí tienen comedores sociales para comer caliente y comer bien. Pero no era ese el objetivo “empresarial”. Y ¡pobres los pobres que no pueden dejar de ser pobres, y esclavizados, y pasan a quedar de miserables humanos!
             Los dos discípulos de Emaús fueron también “muy pobres” cuando se negaron a aceptar razones, cuando se sumieron en sus ideas, cuando prefirieron huir de Jerusalén… Es la peor pobreza, aunque podían ser gentes acomodadas. Pero –bien se lo dijo el “peregrino”, “sois cabezones y duros de corazón”. Y el evangelista nos los describe como hombres “con los ojos presos” (incapacitados, “castrados” para razonar). También ahí fue la palabra, la comunicación, la acogida de esa palabra al cabo de reticencias y suspicacias, las que a aquellos hombres les hizo dejar caer sus “barrotes del alma”…, su “cárcel” de los ojos, y empezaron a encontrar que se estaba mejor abriendo el alma que encerrándose en sus ideas. Les ardía el corazón”. La limosna que recibían no era la moneda para salir del paso. Y tan no quisieron ya ellos salir del paso, que invitaron al compañero de camino a hospedarse esa noche con ellos. Y ¡ahora fue lo grande! Descubrieron a Jesús…, descubrieron su error, aceptaron su equivocación por cerrazón cerril…
             Por eso no es el limosneo rápido el que resuelve racionalmente una necesidad. Cuando hay Instituciones capaces de saber adónde y cómo se ha de orientar la ayuda, cuando hay medios para saber a ciencia cierta dónde alguien carece (que quizás ni pide a las puertas, pero no tienen nada), cuando hay comedores donde se vuelca la providencia y la verdadera caridad cristiana, mucho mejor se dirige nuestra LIMOSNA, y menos pie damos a “las empresas” que se montan para explotar la pobreza de los pobres.

             

martes, 22 de abril de 2014

22 abril: FIESTA DE MIL COLORES

Popurrí
             Hoy se montan varias efemérides de niveles de Iglesia universal, de Compañía de Jesus y  personales (por dos aspectos diferentes), voy a empezar por todo esto. A nivel universal, católico, seguimos en plena Pascua de Resurrección, en pleno domingo de Resurrección. En ese nivel, la 1ª lectura nos ha puesto ante una actitud. Pedro sintetiza en dis palabras: Cristo, al que vosotros crucificasteis, HA RESUCITADO. Y la reacción d ellos: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?  Porque no hay otra respuesta. Y como el término se estrenaba, no estaba tan devaluado como ahora, que se escucha con cierto soniquete de “tópico conocido”. Allí se decantaba por algo tan serio como Bautizarse…, entrar a formar parte de una situación tan nueva como “nacer de nuevo”, nacer en el seno de Dios, consagrarse. Y si consagrados (al Padre y al Hijo y al Espíritu), aquello eran palabras mayores que suponían entrar en el ámbito de los sagrado y divino. Un Bautismo no es un hecho trivial, y menos aún, social, y ni siquiera una “costumbre cristiana”. Era todo un compromiso, y tan sagrado, que –fallar a ese compromiso de vida equivalía a una profanación de lo sagrado.
             María Magdalena se convierte en “segunda conversión” –aun más importante que la primera- porque ahora tendrá que salir de su “pena personal”, de la pérdida de “su” Maestro, de su búsqueda de un cadáver para devolverlo a un sepulcro…, a encontrarse con Jesús resucitado, que la envía a ser mensajera de una nueva vida, no de embajadas espantosas de robos del cuerpo de Jesús.
                [Cómo me hace  pensar esto en esos “embajadores” de las malas noticias, de los bulos “que se dicen”, de los “defectos” que “ven”…, aunque no lo sean; cómo me repugnan los “gaceteros” de noticias…, que generalmente rebuscan como los escarabajos peloteros…]
             La otra efemérides de hoy –aunque no se pueda celebrar litúrgicamente, por ser superior el rango litúrgico de la Octava de Pascua- es la fiesta de María, Reina y Madre de la Compañía de Jesús, una fiesta entrañable para mí, cuya vocación nació al pie de mi Inmaculada de la Congregación Mariana –y su fotografía fue el recordatorio de lujo de mi primera consagración eclesial [la tonsura clerical]- y cuya definitiva pertenencia a la Compañía de Jesús –recíproco compromiso de las dos partes- se hizo en este día, hace 41 años, y también Ella, María, Reina y Madre, fue mi recordatorio de gran fiesta para mí. Imagen con una simbología muy especial porque encierra tres corazones: el de Jesus (sobre las rodillas de su Madre), el de su Madre (a cuyo Corazón señala el Hijo), y las Constituciones de los jesuitas que María muestra con su mano derecha. No cabía más en menos.
             Y para redondear este día y hacerlo plenitud, es aniversario litúrgico [martes de Pascua] de mi Primera Misa (hace 54 años). Y ahí llega el reventón del sentido máximo de mi vida, SACERDOTE EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS. No se puede tener más.

             Por supuesto que yo me tendría que mirar al espejo para ver si esa realidad suprahumana me devuelve –en mi imagen personal- toda una riqueza, siquiera equivalente… Bautizado-consagrado…, y nuevamente Consagradas mis manos en el Sacerdocio…, y hecha mi particular Consagración religiosa, como acto personal y plenamente libre y consciente de ser TODO DE DIOS…
             Seguiría teniéndome que descubrir en el espejo si hay esa segunda conversión por la que el YO queda controlado para que quien me mire, vea a Jesús…
             Si como jesuita, mi espejo me reflejara que soy un honrado compañero de Jesús, que se tradujera en serlo igualmente de mis hermanos de Orden, vocación, carisma y convivencia…


             Vamos: que hoy es un día como para que “saltara la liebre” y mi alegría fuera igualmente –en lo que toca a su mirada a mí- alegría de Jesús y alegría de María.

lunes, 21 de abril de 2014

ZENIT

21 de abril de 2014 (Zenit.org) - En el llamado “Lunes del Ángel”, el papa Francisco rezó este mediodía la oración mariana del regina coeli, que sustituye en este tiempo pascual a la antífona del ángelus, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Feliz Pascua! "¡Christos Anesti! - ¡Alethos anesti!", "¡Cristo ha resucitado! - ¡Verdaderamente ha resucitado!" ¡Está entre nosotros aquí!, en la plaza. En esta semana podemos seguir intercambiando el saludo pascual, como si se tratara de un único día. Es el gran día que ha hecho el Señor.
El sentimiento dominante que trasluce en los relatos evangélicos de la resurrección es la alegría llena de asombro; un estupor grande, la alegría que viene desde adentro; y en la liturgia revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.
Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, miradas, actitudes, gestos y palabras... Ojalá seamos tan luminosos. ¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de un corazón sumergido en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró por la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado. Quien realiza esta experiencia se convierte en un testigo de la resurrección, porque en cierto sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma. Entonces es capaz de llevar un "rayo" de la luz del Resucitado en las diferentes situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas y preservándolas del egoísmo; en las dolorosas, llevando serenidad y esperanza. 
En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer aquellos capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar el libro y buscar los capítulos y leer aquello. También nos hará bien, en esta semana, pensar en la alegría de María, la Madre de Jesús. Como su dolor ha sido tan íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría ha sido íntima y profunda, y de ella los discípulos podían extraer. Habiendo pasado a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de su Hijo, vistas, en la fe, como la expresión suprema del amor de Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de consuelo, de esperanza, de misericordia. Todas las prerrogativas de nuestra Madre derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no ha perdido la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza. 
A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el rezo del regina coeli, que en el tiempo pascual sustituye la oración del ángelus. 
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del regina coeli. Y al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de Italia y de varios países para participar en este encuentro de oración. 
Acordaos esta semana de tomar el Evangelio y buscar los capítulos en donde se habla de la resurrección de Jesús y de leer cada día un fragmento de aquellos capítulos. Nos hará bien en esta semana de la resurrección de Jesús.
A cada uno le expreso el deseo de pasar en la alegría y la serenidad este Lunes del Ángel, en el que se prolonga la alegría de la resurrección de Cristo.
Francisco concluyó su intervención diciendo:

¡Feliz y santa Pascua a todos, buen almuerzo y hasta pronto!

21 abril: MATÍAS y discernimiento

SIGUE “EL DOMINGO”, sigue la fiesta.
             En efecto, hoy sigue siendo en la vida de la Iglesia domingo de resurrección. Yo lo explico con una forma muy simple: un domingo tan grande que no cabe en 24 horas. Siendo la razón de ser de toda la fe cristiana ese hecho de Jesús resucitado, y siendo tan impresionante y tan fuera de todo lo normal y humano que Cristo -el aplastado en la Pasión y muerto en la cruz y sepultado en el sepulcro de José de Arimatea-, estar celebrando que HA RESUCITADO, no puede caber en 24 horas. Y la Iglesia prolonga la solemnidad a través de toda la semana, de modo que su rango litúrgico es casi el mismo que el domingo de LA RESURRECCIÓN. Su le llama: Octava de Pascua.  [De ahí el dicho popular: todos los santos tienen su octava].
             Los formularios litúrgicos van desentrañando esa contraposición del Cristo muerto en la cruz y de Cristo que vive triunfador. Y Pedro se encarga de hacerlo ver a través de sus diversos discursos, tras el momento nuevo de Pentecostés, que les ha dado la fuerza de la verdad y de arrostrar incluso persecuciones, cárceles, azotes… Pero la onda expansiva del Resucitado ya no hay quien la detenga. ¡Así ha llegado a nosotros!

             Pero yo no voy a ir hoy a los textos como tales sino a la novedad que supone lo que dice Pedro en el primer renglón de Hechos 2, 14,  (y 22-32): “Pedro con los Once…”  Es decir: ya son de nuevo “Doce”. Judas, como el propio Pedro comenta en los versículos anteriores, se ha ido a su lugar”…: el traidor que entregó a Jesús…, que lo vendió…, que se desesperó…, acabó caído de lo alto y reventándose por medio y esparciéndose sus entrañas… (ese es “su sitio”). Pero Jesús había elegido doce y el número se había quedado manco desde aquel día. Y los apóstoles –que mantenían su permanente oración, junto a María- llegan a la conclusión de elegir a uno que queda asociado al grupo de los apóstoles, con todas sus características de haber acompañado a Jesús desde el principio…, desde el Jordán…; de ser discípulo permanente y cercano (casi como ellos), y ser testigo de la resurrección (tenerla tan dentro, tan sentida y vivida, que esté en la línea profunda de esa fe y de los efectos de ella).
             Así llegan a constatar dos hombres: José Barsabás y Matías. Y ahora quedan en la perplejidad de quién… Y optan por su fe plena en a oración…, por saber que Dios habla cuando se le pide intervención para acertar con su voluntad. Oran pidiendo que Dios INDIQUE a quién quiere Él, porque Él es quien conoce los corazones. “Muestra a QUIEN TU HAS ELEGIDO”. [A mí me resulta muy emocionante esta realidad, y este discernimiento, que –por otra parte- no tiene luces especiales de orden “racional” para decantarse o por uno o por otro de los dos personajes].
             Y echan a suertes entre los dos…, y siguen orando y esperando que DIOS MUESTRE… Y “a suerte recae en Matías”… (¡que no era mera “suerte”, porque permanecieron siempre esperando el designio de Dios!). Si ahora la tal “suerte” es ELECCIÓN DIVINA (una vez más elige a quien Él quiso), quedan absolutamente seguros y tranquilos de que Matías es el que quería Dios. ¡Y nunca más se tuvieron que plantear si habrían acertado o se habrían equivocado…, si el procedimiento fue correcto o no!… Cuando ellos han puesto los medios humanos requeridos, y cuando han pedido a Dios en profunda y prolongada serena oración que Dios exprese…, esas “suertes” ya no son para ellos “surtes” sino camino evidente de la elección de Dios.


             ¿Pensáis que me detengo y recalco por mera devoción mía? ¡Ni mucho menos! Como jesuita tengo a la mano el “manual” de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, maestro de discernimiento. (Que no es mero “vademécum” formulario, sino carisma). Entonces me encuentro con ese procedimiento de varias vías que propone San Ignacio para acertar en la ELECCIÓN de alguna decisión que tomar, en el que se utilizan los medios humanos naturales…, pero a base de mucho orar, mucho examinar…, y así, una superdosis de honradez espiritual para buscar en actitud de indiferencia, hacia dónde va la voluntad de Dios. Y cuando se ha empleado la batería de medios…, y se han sopesado las razones que parecen haber sido más determinantes para elegir una cosa, todavía toca irse a la presencia de Dios, y allí pedirle QUE SEA ÉL QUIEN CONFIRME. Y se parte de a convicción de que Dios habla desde el lenguaje de la CONSOLACIÓN o la DESOLACIÓN espirituales.  Y si todo ha ido en orden y sinceridad, queda zanjada la cuestión con la garantía suficiente de que Dios estuvo allí en medio y se hicieron las elecciones en la línea de la fidelidad al gusto de Dios.