jueves, 30 de noviembre de 2017

30 noviembre: SAN ANDRÉS

Liturgia:  San Andrés
                      Andrés es uno de los dos primeros discípulos que fueron a ver a Jesús y saber dónde vivía. Así Andrés ocupa primeros puestos en el evangelio de Juan y –de acuerdo con el evangelio de hoy (Mt.4,18-22)- también uno de los dos primeros que en los sinópticos están llamados por Jesús. En Juan, Andrés responde a la palabra de su maestro, el Bautista, que le señala el paso del Cordero de Dios. En los sinópticos, Jesús pasa junto a Andrés y Simón que estaban con sus redes y su barca, y los llama para hacerlos pescadores de hombres Y para elo; Veníos conmigo. Era la llamada personal que les hacía Jesús.
          Por eso Andrés figura siempre en la primera línea de los discípulos a los que eligió Jesús, finalmente, como apóstoles.
          Pero hay una característica en Andrés y es que fue mensajero ante su hermano Simón para llevarlo a Jesús. No se quedó Andrés con su gozo de haber encontrado al Mesías. Se lo comunicó a su hermano y no se limitó a una palabra: lo condujo hasta Jesús. El resto ya lo haría directamente el Señor en su primer encuentro con Pedro.
          En los sinópticos también se deduce una trasmisión: Andrés y Simón vivían en Betsaida. Y como es natural no se quedaron callados sobre sus emociones tenidas en el encuentro con Jesús. De ahí surgió el contagio de Felipe y de Felipe a Natanael… Es decir: hay una trasmisión de la alegría, un mensaje que se va propagando y que irá produciendo frutos en uno y en otros.
          Se realiza, pues, lo que nos ha dejado la 1ª lectura de la carta de Pablo a los romanos (10,9-18) en donde el Apóstol expresa que la fe se trasmite por la palabra, por la comunicación del mensaje. Para invocar a Jesús hay que creer en él, y para creer en él hay que haber oído hablar de él, y para oír hablar de él hace falta el mensajero que lo proclame. Hay una cadena que es indispensable para que el mensaje de Jesucristo llegue a los últimos confines de la tierra.
          Pero no podemos dejarlo a los apóstoles, ni es labor solamente de unos cuantos maestros. De hecho la trasmisión del mensaje toca a todos los que han recibido –a su vez- el mensaje de la fe. Todos nos hemos de sentir encargados por el Espíritu del Señor para hacer resonar la voz en medio de nuestros ámbitos, y cada cual desde sus posibilidades de acción. Nos dice San Pablo que el mensaje de la fe ha llegado a todos. Y aunque es verdad que ha llegado a los rincones más recónditos de la tierra, gracias a los misioneros, también es verdad que quedan muchas almas a quienes no les llegó o no oyeron a su tiempo esa palabra de salvación.
          Incluso en nuestros tiempos estamos asistiendo no ya a la ignorancia sino a la descristianización de las masas, que propagan el mensaje contrario. Hay muchos que recibieron la fe y que la han dejado perder o dormir de tal manera que hoy no tiene fuerza en ellos y viven como si no existiera ese mensaje de salvación.
          Los que tenemos la dicha de haber escuchado el mensaje y de poder vivirlo con la alegría del alma, tenemos que sentir el picotazo profundo de tantos hermanos nuestros que viven hoy como si nunca hubieran recibido el tesoro de la fe. Y tenemos que salirles al paso. Habrá, en ocasiones, la oportunidad de hablarles; otras veces será el testimonio fehaciente de nuestras convicciones y nuestra rectitud, que les cuestione por qué en nosotros hay otro talante. Otras veces tendremos que hacer valer nuestra fe profunda en una oracion por esas almas que se han desgajado de Jesús.
          No perdamos de vista la cadena de trasmisión que supuso aquel encuentro de Andres con Cristo. Y cómo la fe se trasmite por la palabra… Vivamos ya el sentido apostólico de nuestro Bautismo, por el que no podemos quedarnos cruzados de brazos ante ese mundo que se desliza por la pendiente de la increencia, de la falsa libertad, de la comodidad que puede aparentarse cuando no hay unas leyes que vivir, un evangelio que asimilar, un Cristo Salvador al que adherirse.

          Nosotros sabemos que la verdadera libertad está en este horizonte abierto que nos muestra la fe, y que por ella remite a Dios, que es el horizonte infinitamente abierto que se nos presenta ante los ojos del alma. Pidamos a Dios, desde esta RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA por la fe de tantísimos hermanos nuestros que hoy van a la deriva, pero que en el fondo de sus almas aún conservan el rescoldo de la fe que recibieron desde la cuna.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

29 noviembre: Nuestro futuro

Liturgia:
                       Nueva historia del libro de Daniel (5,1-6.13-14.16-17 .23-28), referida hoy al rey Baltasar, sucesor de Nabucodonosor. Éste había traído a Babilonia los vasos sagrados del templo de Jerusalén, Y Baltasar ahora, en un banquete a sus magnates, manda traer esos vasos sagrados para beber con sus invitados y concubinas, en una enorme profanación.
          Entonces aparecen unos dedos que escriben en la pared a la vista de Baltasar, que se echa a temblar.
          Manda llamar a Daniel para que le lea lo que dice lo escrito y se lo explique, prometiéndole a Daniel hasta el tercer puesto en su reino.
          David le hace ver la profanación que ha cometido y le lee lo escrito: CONTADO. PESADO. DIVIDIDO. Y su significado es: que están contados los días del monarca. Pesados, carecen de peso. Dividido: su reino será dividido entre persas y medos.
          No se puede atentar impunemente contra el Señor.

          Lc.21,12-19 continúa el capítulo apocalíptico que mira al “final de los tiempos”…, porque el tiempo se acaba. Jesús advierte a los apóstoles que serán perseguidos y que los entregarán a los tribunales y los llevarán a la cárcel, y tendrán que comparecer ante gobernadores y reyes por causa de mi nombre. Ahí está el secreto de la situación. Cuanto van a padecer los apóstoles…, y tras ellos, los otros muchos a través de los siglos, va a ser a causa de ser discípulos de Jesús y por defender la doctrina de Jesús.
          Es la historia de la Iglesia condensada en unos versículos del evangelio de Lucas. No ha habido siglos sin mártires, y los sigue habiendo. Todo apunta a un final –que no ha llegado pero que está llegando- en el que Jesús va a estar como antorcha que luce en medio, y que para unos es motivo de abominación, y para otros de adhesiones heroicas.
          Lo que Jesús enseña ahora es que no preparen la defensa los perseguidos porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
          La persecución no sólo vendrá de los enemigos declarados; serán los propios padres y parientes y hermanos y amigos los que traicionen y odien por causa del nombre de Cristo.
          Lucas no habla de memoria. Lucas ha asistido a las persecuciones que narra en el libro de los Hechos. Ha vivido la carrera de Pablo que ha sido una carrera triunfal en medio de la cárcel y de su fe entregada a Jesucristo, por lo que la presentación que hace Lucas –dentro de la tragedia- tiene luces y optimismo. Y posiblemente recordando el martirio de Esteban, presenta al Espíritu que pone en la boca la palabra oportuna y la fortaleza de ánimo que necesita para hacer frente a la dificultad.
          Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Indica la providencia de Dios sobre los discípulos. No es que no van a sufrir daño físico: de hecho hay persecuciones y muertes, pero se les promete que en medio de los sufrimientos soportados con paciencia, ganarán su salvación. Es una exhortación a la perseverancia, lo que avala que el final no está inmediato…, que hay que mantener esa fortaleza y la lucha frente a la dificultad.

          Por eso esta perícopa no está apuntando al fin del mundo sino a algo más inmediato que hay que vivir en el momento presente. Ahí todos nosotros estamos abocados a vivir nuestro tiempo con esa actitud de lucha y perseverancia, aguardando nuestro momento. Y sin que nos escandalice la incomprensión de muchos y la soledad en la que muchas veces hay que caminar por la senda de la fe.

martes, 28 de noviembre de 2017

28 noviembre: Anuncios de Jesús

Liturgia:
                      Otra larga lectura del libro de Daniel: 2,31-45. Daniel, dotado de poderes de interpretación de los sueños, revela a Nabucodonosor el sentido del sueño que ha tenido. Y tras toda una descripción de la estatua que ha visto, llega la conclusión, que es la que verdaderamente importa: una piedra se desprende sin intervención humana…, capaz de destruir toda la estatua grandiosa. Y esa piedra llega a hacerse una montaña que ocupa toda la tierra.
          La estatua representa todo un imperio que, a pesar de su fuerza, no puede sobrevivir al choque de la piedra desprendida. Y por tanto nos ha puesto esta revelación ante la realidad de que lo más poderoso de la tierra, cae y se destruye mientras que “la piedra sin intervención humana” (está refiriendo un valor sobrehumano, sobrenatural), permanece. Es todo el anuncio mesiánico. Jesucristo sobrevive a los imperios, y se agranda ante los pueblos y se hace esa montaña que abarca al mundo entero.

          En el evangelio entramos en las descripciones escatológicas que nos llevan al final del tiempo litúrgico y, por tanto, al anuncio del momento final.
          Lc 21.5-11 nos presenta el presagio de Jesús sobre el templo y la ciudad de Jerusalén, símbolo y centro de Israel. Ante la admiración de algunos al ver los adornos del templo, su belleza, la calidad de la piedra, los exvotos, Jesús advierte que todo esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido. Naturalmente Jesús apunta a mucho más lejos que aquel suceso. Ese desastre no es más que un signo de algo mucho más trágico, que es el final de la vida, o quizás incluso el fin del mundo. Pero evidentemente no hay afirmación sobre eso. Ante la pregunta de cuándo será eso y la señal de que todo eso está para suceder, Jesús advierte en general los misterios que hay alrededor. Y advierte que nadie os engañe porque vendrán muchos usando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’, o ‘El momento está cerca’. No os dejéis engañar; no vayáis tras los que dicen tal cosa. Ni tengáis pánico, porque el final no vendrá enseguida. Es decir: Jesús advierte de algo que sucederá pero no dice nada en concreto, porque Jesús no tiene por qué saberlo.
          Lo que sí hace es trazar un panorama duro de guerras y males naturales: terremotos, epidemias, hambre, espantos y signos en el cielo.
          Los hay que piensan que ya se están cumpliendo muchos de esos anuncios. Los hay que no dan más crédito a ellos.
          Yo, por supuesto, no voy a saber concretar más de lo que hizo Jesús y, por tanto, todo está en el misterio. Pero no dejo de pensar la ceguera de un mundo que está asistiendo a situaciones extremas de desastres naturales y de tragedias inhumanas, y no se le ocurre pensar que la realidad de este mundo se acaba. Se le acaba a los mafiosos, a los violentos, a los abusadores de derechos de los pueblos y de las personas. Se le acaba a los políticos corruptos, a los violadores de los derechos humanos, a los potentados y tiranos, y que por mucho que pretendan alargar su agonía, su final está más cerca de lo que parece. ¿Y qué se van a encontrar en su haber? Es verdad que “el final no llega enseguida” como es igualmente verdad que llega. Y que lo que va a quedar después de todo eso es lo que se haya hecho de bueno, de constructivo, de creador de buenas sensaciones, de servicios prestados…
          También se le acaba la vida a los que practican el bien, los servidores de los demás, los que dan su vida a favor de los enfermos, de los pobres, de los contagiosos, de los niños, de los indefensos… Pero para ellos no es acabar. Para ellos es el comienzo de un reempezar al modo que dice San Pablo: “En adelante me espera la corona de gloria merecida”. Y no hay espanto que les aterre, salvo el espanto de la malicia de este mundo que no ha sabido aprender de las lecciones que le dejo el Señor.

          Quiera Dios abrir la mente y el corazón de este mundo actual y que se encienda la lucecita que indique un cambio de tendencia en ese declive desastroso del mundo que se desliza cuesta abajo por el tobogán de la indiferencia, la inconsciencia, la lujuria, el veneno del querer tener más, de la desigualdad entre ricos y pobres, entre varones y mujeres. Y que sea el mal el que vea que no le queda piedra sobre piedra, y que “la piedra desprendida sin intervención humana” acabe siendo el Cristo triunfador sobre el imperio del mal.

lunes, 27 de noviembre de 2017

27 noviembre: Lo pequeño

Liturgia:
                      La 1ª lectura de hoy es una historia amplia (Dn 1,1-6.8-20) a la que se asiste con gusto y la que nos deja una lección-resumen muy importante: Dios ha intervenido a favor de aquellos jóvenes que guardaron la fidelidad a sus leyes judías aun en tierra extranjera. Y la enseñanza que queda clara es cómo sale victorioso quien vive de acuerdo con la ley de Dios, aun por encima de las leyes naturales.

          El evangelio (Lc.21,1-4) es el conocidísimo texto de la viuda pobre que deposita en el cepillo del templo lo poco que tiene ese día, incluso para comer. Jesús, sentado ante el cepillo, observa las apariencias de los ricos que hacen visajes para que se vean sus importantes aportaciones al templo. Jesús no se inmuta ante aquello porque sabe que echan de lo que les sobra. En cambio se queda mirando con interés a la viuda que saca una monedita pequeña, de poco valor, y la echa casi avergonzada de no tener más…, pero en realidad ha echado el todo del todo. Hoy ya no le queda más. Y como dice Jesús: ha echado lo que tenía para vivir. Y eso vale mucho más que las otras cantidades de los ricos.
          Pero nos quedaríamos muy cortos de vista si nos fijáramos sólo en la moneda de la viuda y en nuestras pequeñas monedas de colecta, cuando no tenemos más. Hay que ampliar el objetivo y pensar que “lo pequeño” no está solamente en lo económico y en la limosna depositada en el cestillo. Hay muchos pequeños detalles humanos que pueden ser de inmenso valor cuando se ejercitan con cariño y caridad. El tiempo propio que se dedica a otra persona que lo necesita; la mano sobre el hombro que indica presencia ante un mal momento de otro; la sonrisa que destensa el sufrimiento de alguien; la compañía a un enfermo o persona solitaria; la caricia a un niño; la atención a un anciano que ya está apartado de la normalidad social… Y tantas cosas más que se pueden ocurrir y que de hecho se brindan en el momento menos esperado en el que hay que salir al paso. Son “pequeñas monedas” que sin embargo tienen mucho valor cuando se hacen en la presencia de Jesús y por el amor que se pone en la otra persona.
          Son pequeñas cosas que, además, no restan nada a quien las da y suman mucho a quien las recibe. No arriesga uno nada de su vivir, salvo eso que ofrece y que puede suponer un pequeño sacrificio propio. Y con ser la cosa tan pequeña en sí, su valor es grande a los ojos de Dios y en el provecho de quien recibe esa ayuda.
          Hoy también se queda este comentario en una aportación más pequeña, y sin embargo con unas lecciones muy amplias y posibles de vivir, de aplicar a la vida diaria. Nos queda que echar mano de esa inventiva a la que nos conduce el amor a algo o a alguien. Como la inventiva de una madre que siempre está sacando de su tesoro nuevas realidades que manifiestan su cariño maternal o esponsal. Una madre es una fuente de inventivas para llegar a la necesidad ajena. Una fuente de pequeños detalles que valen un potosí y que ganan a todas las fortunas del mundo. Pues algo de eso es lo que hoy nos está poniendo delante el evangelio. Ahora nos toca que traducirlo a nuestro mundo personal.
          Yo hago honor a mi madre, recordando “su monedita” (entre tantas otras). Tiempos de hambre y carencias. No había pan. Y ella era muy panera. El poco pan de que se podía disponer, lo administraba para mi padre y para los hijos. Ella se hacía unas tortas de harina con su poquito de sal para poder acompañarse en las comidas a modo de pan. Y como eso, tantas otras cosas que pasarían desapercibidas y que, sin embargo, eran fruto de su amor.

          Vaya el homenaje a tantas personas que en el silencio de su secreto personal, se privaron de lo que a ellas mismas les podía gustar, para apostar a otros esa pequeña moneda que admira y agrada a Jesús y da una muestra de acogida a un prójimo.

domingo, 26 de noviembre de 2017

26 noviembre: El reinado de Jesús

Liturgia: Jesucristo Rey
                      Cerramos los domingos del año litúrgico con la fiesta de Jesucristo Rey. No es un título que parangone a Jesús con los reyes de la tierra como si pretendiéramos decir que donde está un rey, Jesús es más. Venimos hablando desde el Antiguo Testamento del REINO o reinado DE DIOS. Es toda una concepción de la acción de Dios en el mundo de los hombres: no pueden tener reyes que les dirijan en su camino hacia Dios. De hecho fue el gran fracaso del pueblo de Dios. Sólo Dios puede reinar en el corazón del hombre. Y ese es el reinado de Jesucristo: el punto alfa y omega por el que todas las cosas comienzan en Cristo y acaban en él y -por él- en el reinado de Dios. Dios quiere regir nuestras vidas porque sólo él da la verdadera libertad y el verdadero señorío. El reinado de Dios no es el del rey que manda, sino del Dios que orienta a la criatura a su verdadera felicidad.
          De ahí que la 1ª lectura de hoy (Ez.34,11-12.15-17) esté centrada en el tema del pastor que se preocupa por sus ovejas: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro…, y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron… Yo mismo apacentaré a mis ovejas; buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas y, a las gordas las apacentaré debidamente. He ahí el REINADO de Dios. Jesús Rey es Jesús Pastor, Buen Pastor, que conduce a su rebaño con esmero, delicadeza y cariño, dándole a cada uno según su necesidad.
          De ahí el SALMO 22 que corea la 1ª lectura y hace resaltar que, al ser el Señor mi pastor, nada me falta. Porque él me conduce a fuentes tranquilas y  en verdes praderas me hace recostar.
          Pasamos a la 2ª lectura (1Cor 15,20-25.28) que presenta a Jesús resucitado, primicia de todos los que han muerto, por lo que todos los que murieron por causa del pecado de Adán, todos volverán a la vida, cada uno en su puesto. Pero todos triunfando porque el Rey Jesús ha triunfado y tiene que reinar por siempre, y todos sus enemigos quedarán a sus pies.
          Finalmente el evangelio (Mt.25,31-46) que pone el sello final de ese reinado del Señor. Vendrá el Hijo del hombre y se sentará en el trono de su gloria. Y serán reunidas ante él todas las naciones –el mundo entero- y separará las ovejas de las cabras; las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el rey a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.
          La división se produce precisamente en la presencia de ese Rey, y lo que hace el Rey es dar el Reino como heredad a los que han vivido la misericordia, que es el emblema del reino: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, fui forastero y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. “En el ocaso de la vida, se nos juzgará del amor”.
          Y surgirá la pregunta extrañada de los de la derecha: ¿Cuándo, Señor, hicimos eso? -Cuando lo hicisteis con uno de mis humildes hermanos. Ahí está dibujado el meollo de ese reinado de Jesús. Ahí está marcada la pauta de la vida de misericordia que constituye la regla esencial de ese reinar Cristo. E irán a la vida eterna.
          Y para recalcar el sentido, Jesús sigue exponiendo lo que el rey dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. Porque tuve hambre y no me disteis de comer…, etc. -¿Cuándo, Señor, no te dimos de comer ni de beber, ni te vestimos, ni te acogimos…? –Cuando no lo hicisteis con mis humildes hermanos. E irán al fuego eterno.
          El mundo de hoy no gusta de esas afirmaciones, pero Jesús habló para el mundo de entonces y de hoy y de mañana. Puede gustar o disgustar, o –como dicen algunos- “es feo o bonito”. Es, sin más rodeos, la palabra de Jesús…, es el evangelio de la fiesta de Jesucristo Rey, es el colofón del año litúrgico. Es algo que nos exige, que nos marca camino, que nos orienta en el modo de vivir el Reino de Dios.

          La EUCARISTÍA de hoy es una llamada. Queremos vivir esa realidad de que Jesucristo sea el rey de nuestras vidas. Queremos que nuestra participación en la Misa sea muy verdadera. Ahí nos ha trasmitido Jesús el modo de vivir su presencia y gozar de su reino. De alguna manera tenemos que hacer real nuestra atención a otros hermanos nuestros que pueden estar necesitados de una atención de nuestra parte.



          A Jesucristo, rey de nuestros corazones, elevamos nuestra oración.

-         Por el Papa, Pastor del rebaño de Jesús, para que  sea fiel seguidor de su Maestro y Señor. Roguemos al Señor.

-         Por el pueblo cristiano para que viva bajo el cayado de Jesús, Pastor y Rey. Roguemos al Señor.

-         Por las ovejas descarriadas del rebaño, para que vuelvan y se dejen conducir por el Buen Pastor. Roguemos al Señor.

-         Para que, esperando la resurrección, ahora seamos dignos de estar a la derecha del Rey, Roguemos al Señor.


Venga a nosotros tu Reino y haznos vivir la misericordia, especialmente con los que pueden estar necesitados de nuestra ayuda.

Tú, que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos.

sábado, 25 de noviembre de 2017

25 novbre.: Esperanza y desesperación

Liturgia:
                      La 1ª lectura (1Mac.6,1-13) tiene un colofón que es el que merece la pena comentar. Antíoco ha fracasado en sus campañas contra Elimaida y contra Judea. Pero sobre todo le aplasta el recuerdo del daño infringido a Jerusalén, en el que había robado el ajuar de plata y oro del templo, y exterminado a sus habitantes sin ningún motivo. Todo esto le produce una depresión mortal, una desgracia, que ahora le lleva a sentirse morir de tristeza.
          Malo había sido el intento de conquistar Elemaida, pero fue rechazado sin poder entrar en la ciudad. No había podido hacer allí un daño. Naturalmente había fracasado en su intento bélico y eso ya le afectaba. Pero en Judea había hecho mucho daño y allí se jugaba ya un aspecto religioso. Y eso le hunde más en su depresión.
          Mirado desde un planteamiento cristiano y actual, habría que comprender que no se puede atentar contra Dios y quedar impune. El mundo de hoy, con sus continuas noticias deprimentes y violentas, nos está poniendo ante los ojos lo que es un mundo del que se ha apartado a Dios, y ese mundo grita desde el fondo porque le falta el oxígeno. Como no sabe volver a Dios, su respiración se hace mucho más angustiosa y violenta y se trata de tapar una víctima con otra víctima, un dolor con otra tragedia más fuerte, y el mundo deja la evidente impresión de que se ha vuelto loco, ha perdido el sentido, y se ahoga chapoteando en su propia sangre.
          Si Antíoco cae en depresión mortal, el mundo de hoy ha entrado en una vorágine de exaltación del YO, que le conduce al mismo derrotero de una agonía de muerte. Y así se suceden las noticias de asesinatos, violencias, ataques terroristas, y toda esa gama de maldad brutal o refinada con que nos dan el postre los telediarios o el desayuno los periódicos. ¿Qué podemos esperar de un mundo al que le han quitado los frenos y lleva la pendiente abajo a velocidad de vértigo y sin airbag protector? ¿Qué cabe esperar de un mundo sin Dios, sin referencia superior, sin conciencia que frene? Sólo cabe la locura que estamos viendo y padeciendo…, y que padece en medio de su borrachera el mundo desgraciado e infeliz, que pretende mostrarse contento y sin embargo experimenta un espantoso vacío que no hay nada humano que lo pueda llenar.

          A los saduceos le pasaba algo de eso. Una casta que no cree en la resurrección…, que vive la vida como un perrito sin alma, que acabará en el hoyo sin más esperanza ni más sentido del más allá, es una casta abocada a la desesperanza y a querer justificarse poniendo por delante razonamientos absurdos en los que el prejuicio base está en que lo sobrenatural es imposible.
          Así, en Lc.20,27-40, lo que plantean como caso absurdo es el que se deduce de la ley del levirato, por el que un hermano debía casarse con la cuñada cuando el marido había muerto sin descendencia.
          Lo llevan al absurdo planteando el caso de siete hermanos (=muchos) que han ido casándose con la mujer del primero, pero todos han ido falleciendo uno tras otro sin dejar hijos. Y el ridículo que ellos quieren demostrar es que si hubiera resurrección de muertos, ¿de cuál de los siete era mujer. Y así se lo plantean a Jesús para pretender ridiculizar la resurrección.
          Jesús les responde sencillamente que no tienen idea de lo que es el mundo sobrenatural y la realidad del Cielo.
          Yo me sumo a esa respuesta cuando alguien me viene  con planteamientos de lo que será la vida del más allá. Porque lo primero que hay que establecer como base es que del “más allá” no hay nada que poder decir porque es otra realidad que no se corresponde a los baremos y medidas del “acá” donde vivimos.
          Para un creyente no hay más respuesta sino que es el encuentro con Dios o la pérdida de Dios. Y pare Vd. de contar. Todas las demás elucubraciones sobran. Porque ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el entendimiento alcanza a comprender lo que Dios tiene destinado a sus escogidos. Sobra toda otra imaginación. Y cuanto puede alguien querer imaginar es materializar una realidad puramente espiritual y misteriosa.

          Para un no creyente, ha de tragarse que su vida, sus afanes, sus ansias de felicidad innatas, la capacidad de amor, quedan enterradas o incineradas el día siguiente a su muerte y ya no tienen más. Penosa conclusión que derrota por completo todo el sentido de la persona y la reduce al puro fin animal. ¿En qué quedaron todas las luchas y aspiraciones y búsquedas de su vida? Muerto al hoyo y vivo al bollo.

viernes, 24 de noviembre de 2017

24 noviembre: Templo, casa de oración

Liturgia:
                      1Mac 4,36-37.52-59 parte ya de un hecho que no se ha narrado en esta secuencia de la lectura continua: que Judas Macabeo ha derrotado a los enemigos y ha establecido la paz y el orden en Jerusalén. Y ahora que están en paz, van a purificar  y consagrar el templo que había sido profanado por esos enemigos, que se habían apropiado de los escudos y adornos de oro de sus muros.
          Ofrecieron un sacrificio, según la ley, en el altar de los holocaustos, en el aniversario del día en que los gentiles lo habían destruido.
          El pueblo se postró en tierra alabando y adorando a Dios en acción de gracias por la victoria obtenida. Decoraron de nuevo la fachada con coronas y escudos de oro y todo el pueblo celebró una gran fiesta. Y determinaron que ese día se celebrase todos los años con solemnes festejos y durante ocho días.
          Actitud, pues, de acción de gracias a Dios, una de las formas más nobles de oración que pueden hacerse. ¡Cuánto habrían pedido a Dios que llegara esa victoria y esa paz! Pues ahora que la tienen, lo noble es agradecer.

          Lucas narra sencillamente la expulsión de los mercaderes del templo. (19,45-48). Lucas no es simbólico como Juan. Juan ha rodeado toda la narración de símbolos mesiánicos y ha hecho una dramatización de aquel momento. Lucas no tiene nada que simbolizar porque escribe más llanamente lo que quiere enseñar a sus destinatarios. Y lo que a él le interesa mostrar es el hecho simple de respeto al lugar sagrado de los judíos. Y presenta a Jesús que se encuentra con la feria que se ha montado en los recintos exteriores del templo, y ante los que reacciona echando a los vendedores, diciéndoles una expresión que venía tomada de un profeta: Escrito está: “Mi casa es casa de oración”, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos. Debían salirse afuera del recinto sagrado.
          No eran “bandidos” los feriantes. No eran ellos los que habían convertido malamente la “casa de oración”. Eran los encargados del templo, los que tenían que velar por lo sagrado del lugar, y no convertirlo en un negocio del que se lucraban con sus alquileres a los feriantes.
          Aparece la cosa al seguir leyendo el texto evangélico: Jesús enseñaba en el templo. Bien ese mismo día de los mercaderes, bien en días siguientes. Los sumos sacerdotes intentaban quitarlo de en medio. Eran ellos los bandidos, los que se sentían perjudicados, y que querían acabar con la vida de Jesús a quien veían como enemigo que les estropeaba sus ganancias. El tiempo dirá que este episodio va a estar presente en la pasión. Se la tenían guardada. Tenían que vengarse.
          Otra cosa es que no se atrevían a intervenir porque el pueblo estaba de parte de Jesús, y estaba pendiente de sus enseñanzas. (Que no deja de ser llamativo que ese pueblo no estuvo después presente cuando la pasión o se cambió fácilmente de chaqueta y acabó vociferando contra Jesús. ¿Quién sabe?).

          El Templo es lugar de oración, es “mi casa” (la casa de Dios, como estaba escrito en el profeta). Y la que es “casa de Dios” y “casa de oracion” debe estar respetada de verdad por los fieles. Y tanto más en el momento presente que en los tiempos del Templo de Jerusalén, cuanto que mayor es la presencia de Dios en la iglesia o templo del Nuevo Testamento, donde Jesucristo está realmente presente.
          Por eso no puedo menos que preguntarme siempre qué tendría que decir Jesús si entrara en una de nuestras iglesias cuando la gente (no sé decir “los fieles”) habla a voz en cuello conversaciones que ni son oración ni dejan orar a quien quisiera hacerlo. ¿Qué idea tienen esas gentes (no quiero decir “fieles”) de lo que es “la casa de Dios”, de lo que es la presencia real de Jesús? ¿Saben siquiera que está presente Jesús sacramentado? ¿Saben que aquella luz que luce en el altar está indicando que ALLÍ ESTÁ JESÚS?

          Desgraciadamente el paso de los años y la carencia de enseñanza religiosa, ha dejado a esas gentes más lejos de ser “fieles” y por supuesto muy ignorantes de esos detalles que los mayores tuvimos la suerte de aprender desde pequeñitos.

jueves, 23 de noviembre de 2017

23 noviembre: El llanto de Jesús

Liturgia:
                      La historia de Matatías es muy semejante a las que nos han dejado los días anteriores Eleazar y los hermanos Macabeos: una fidelidad plena a la ley de Dios, aunque les pueda costar la vida. Todo menos ceder a las costumbres paganas y sacrílegas que imponía el invasor. Matatías (1Mac.2,15-29) pasa a la acción. Y aparte de negarse abiertamente a sacrificar sobre ara sacrílega, se lanza contra el judío que intentaba hacerlo. Es un arrebato de celo religioso por la gloria de Dios.
          Habían pretendido los paganos que Matatías se adelantase a ofrecer esos sacrificios, y le prometían muchos privilegios. Es que al ser un personaje principal, lo que él hiciera iba a repercutir en otros de su pueblo. Pero Matatías, sus hijos y familiares no consienten en esa falsa actitud y se oponen drásticamente a los halagos y promesas que les hacían.
          Finalmente, mientras él hacía su protesta de fe a favor de la ley de Dios, aquel judío se adelanta a sacrificar al ídolo de Modín, y Matatías no soporta ya más y lo degüella sobre el ara, y mata al funcionario real que estaba encargado de aquellas apostasías.
          No le queda otra salida a Matatías que reunir a su familia y huir al monte, dejando en la ciudad todas sus cosas. Muchos fieles a la ley de Dios le siguen y se van con él.
          Aparte de los extremismos, hay que honrar la memoria de un hombre convencido de su fe, que no está dispuesto a desviarse de ella, y que acaba por arriesgar todo con tal de poder vivir en la práctica de sus convicciones religiosas. Un ejemplo que puede sernos muy útil y que manifiesta el celo por la gloria de Dios en medio de un mundo paganizado, donde el nombre de Dios ni se respeta ni se reconoce por tantas personas, donde el nombre de Dios se blasfema tan a menudo, y donde no surge el Matatías de turno para defender el nombre del Dios Altísimo.

          El evangelio es corto (Lc.19,41-44) y no deja de tener cierta conexión de fondo con el tema que ha quedado expuesto en la 1ª lectura. Porque nos presenta a Jesús llorando porque Jerusalén no ha querido comprender en ese día lo que la conduce a  la paz. Estamos en territorio judío. En hombres y mujeres que deberían vivir la ley de Dios y aceptar los caminos de salvación que Dios ha diseñado. Y sin embargo ese pueblo que es por tradición religioso, no ha querido aceptar a Cristo que le traía su felicidad, su salvación.
          Jesús no actúa a lo Matatías, pero sufre con el sentimiento propio del hombre fiel a los caminos de Dios. Jesús llora la desgracia de Jerusalén, que se le viene encima. Y no es solamente la destrucción de la ciudad y del templo (decíamos ayer en la parábola); lo que le duele a Jesús es la desgracia que se cierne sobre el pueblo judío que no ha sabido aprovechar lo que le conducía a la paz: la acogida de Jesús y el seguimiento del ámbito nuevo que trae Jesús.
          Es verdad que la primera desgracia, la que van a padecer aquellos contemporáneos, es la destrucción del templo y la ciudad, rodeada de trincheras, cercada y arrasada, de modo que no va a quedar piedra sobre piedra. Pero todo eso sería soportable. La gran desgracia de Jerusalén es que no ha reconocido el momento de la venida del Señor, esa venida que se completará al fin de los tiempos y que necesita del día a día en que se vaya templando el alma de sus habitantes. En concreto, en el momento presente, la acogida de Jesús Mesías, su doctrina y su nuevo modo de enfocar el modo de relacionarse el hombre con Dios…, el paso del antiguo al Nuevo Testamento. Esa es la salvación que no ha acogido aquel pueblo al que se refiere y por el que llora Jesús. Porque no conociste el momento de mi venida.


          No se me hace muy distante el momento actual de la sociedad occidental. ¿Cómo mirará Jesús a este mundo europeo, y qué sentirá el Señor ante pueblos que lo habían acogido y lo habían adorado y que ahora se han alejado tanto que casi se pone en duda la misma existencia de Dios, la redención de Cristo, la Iglesia como sacramento de salvación, la doctrina evangélica como exigencia de vida práctica? También cabrá ahí oír la voz de Jesús que dice: Porque no conociste el momento de mi venida. O peor: lo conociste, lo disfrutaste…, y has abandonado el camino. Yo pienso muchas veces en cuál sea la mirada de Dios sobre este mundo occidental en los momentos concretos que estamos viviendo.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

22 noviembre: Parábola de las minas

Liturgia:
                      2Mac.7,1.20-31 es la conocida historia de la madre de los siete hermanos que se van negando uno tras otro a aceptar la orden del rey por la que tenían que abominar y desertar de su fe y costumbres judías. Los espolea la madre que ve perecer en un día a sus siete hijos. Incluso al hijo menor ella le anima a morir por fidelidad a la ley de Dios: No temas a ese verdugo; ponte a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos. Y el muchacho se declara fiel a la ley de Dios y arrostra el sacrificio de su vida.
          Admirables los hermanos, por supuesto. Pero admirable la madre, capaz de sobrellevar la pérdida de sus hijos, con tal de que sean fieles al Dios que creó todo de la nada y lo mismo da el ser al hombre. El dolor de la muerte de un ser querido es siempre muy fuerte, por muchos ideales que se tengan. Con todo la muerte de un mayor es más asumible porque parece que es la regla de la vida. Pero el dolor de una madre por la muerte de un hijo se presenta como “contra natura” porque rompe todos los esquemas. De ahí la admiración que provoca esta madre de la historia, que no sólo padece el ver la muerte de sus hijos, sino que ella los arenga para que sean fieles a la Ley de Dios. Esto es de verdad el amor a Dios sobre todas las cosas, el posponer todo amor al amor que se debe a Dios.

          Difícil es tocar hoy el evangelio de Lc.19,11-28 cuando el domingo pasado hemos tenido la parábola paralela de los talentos (una moneda romana). Hoy se habla de las “onzas” o de “las minas”, otra moneda de la época.
          La diferencia substancial es que a cada empleado le dan la misma cantidad: Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro (una a cada uno), diciéndoles: Negociad mientras vuelvo.
           A la hora de rendir cuentas, el primero entrega diez minas: Tu onza ha producido diez. Es considerado por su amo como “empleado cumplidor”, y recibe el mando de diez ciudades. Es una persona de fiar.          Otro viene con cinco minas: Tu onza ha producido cinco. También a éste le confía el mando de cinco ciudades. También es persona de fiar, que ha sabido negociar con la onza recibida.
          Otro viene con la mina recibida que ha guardado en un pañuelo, y viene a devolverla. Aquí está tu onza. Sabía que eres exigente y te tenía miedo, y temía que la mina se perdiera. A lo que el amo responde que le quiten la onza a ese y la den al que tiene diez. Le arguyen que ya tiene diez. Y es cierto. Pero es de los que saben sacar provecho de lo que se le ha confiado. Se puede confiar en él. En cambio al pusilánime que no se ha atrevido a hacer negocio con la mina recibida, se le quita hasta lo que tiene. No sabe sacar provecho de lo que recibe. La sentencia es clara: el que rinde bien, recibe más. El que no rinde, pierde lo que se le dio.

          Entremezclado con esa parábola hay otra: ese dueño se ausentó porque se fue a agenciarse el título de rey. Sus adversarios no lo quieren por rey y mandan embajadas para que el monarca no dé por investido a ese ciudadano. Esta parábola se retoma al final con el castigo de los que conspiraron contra el proyecto del amo. Y el castigo es el de los traidores tiránicos y rebeldes que han actuado contra la autoridad.
          ¿Realmente dijo Jesús el final de esta parábola, tal como nos ha quedado? Si lo dijo era parte del cuento general, y pretendía llamar la atención contra los judíos que no aceptaban a Jesús como Mesías-Rey. Yo atribuiría mucho más al historiador judío (y por tanto más extremoso en sus conclusiones) esa orden de sacar afuera a los insubordinados y degollarlos.

          La secuencia completa sería, traducida a conocimientos fácilmente asequibles: Jesús se va a ausentar; él no va a permanecer en la tierra todo el tiempo. Encarga a sus apóstoles esas minas que han de dar prueba de su trabajo y sus merecimientos. Y junto a los apóstoles, la historia de la Iglesia durante siglos. Pero Jesús ha de volver para hacer justicia (para salvar a los que son fieles empleados y cumplidores). El pueblo judío va a tener como consecuencia de no aceptar a Jesús, no sólo la destrucción del templo y de la ciudad (que sería una salida meramente material y temporal) sino unas consecuencias escatológicas mucho más duras. No aceptar a Jesús equivale a no aceptar la salvación que él trae. Y eso es peor que acabar degollados.

martes, 21 de noviembre de 2017

21 noviembre: La salvación de esta casa

Liturgia:
                      Otra historia concreta en 2Mac.6,18-31. Si ayer era la historia de un rey que obligaba a apostatar a los judíos, o los castigaba con la muerte, hoy es la historia de un personaje de 90 años que se mantiene recio en sus convicciones y prácticas religiosas, y no cede ni ante propuestas de falsa compasión, ni ante los latigazos de su martirio.
          Falsa compasión de sus aparentes amigos que pretenden salvarlo a base de una simulación que supondría un mal ejemplo para todos, jóvenes y mayores. Le ofrecían el simulacro de comer carne admitida por la ley judía como si se tratara de carnes de cerdo. Con eso salvaba su vida porque hacía creer que había cedido, aunque él podía tener la tranquilidad de no haber comido nada que no pudiera comer legalmente.
          Eleazar se niega rotundamente porque sería un escándalo para los otros, que creerían que había hecho lo prohibido. Y Eleazar no juega esa farsa y se obtiene la enemistad de los que venían antes como amigos. Y acaba azotado, consciente de que pudo librarse pero a costa de una infamia.
          De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino también a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y virtud.

          En el evangelio tenemos la narración conocida de Zaqueo (Lc.19,1-10). No es casual la connotación identificativa que da el evangelista para presentarnos al personaje. Era jefe de publicanos y rico…, bajo de estatura. Trataba de ver a Jesús pero le impedía el gentío ver pasar a Jesús.
          Yo no puedo menos que repetirme en el análisis de cada una de esas características porque para mí son el retrato exacto de ese hombre, Zaqueo, que ha sido dibujado con pincel maestro por San Lucas.
          Publicano, igual a pecador público; despreciado por el pueblo. Y “jefe de publicanos”, que llevaba no sólo su carga personal sino la de ser el jefe del clan.
          Para más inri, “rico”. Lo más contrario al pensamiento de Cristo y al fondo del evangelio de Lucas, que es evangelio de los pobres. En las antípodas de Jesucristo.
          “Bajo de estatura”, con lo que el evangelista no sólo indica una connotación física sino un estado de enanismo humano. Y por tanto en las condiciones más adversas para ver a Jesús.
          Y sin embargo “trataba de verlo”. ¿Mera curiosidad? De hecho, lo más que aspiraba era verlo pasar. Pero un gusanillo interior le impulsaba a verlo. Y por eso se olvida de su posición social y se encarama en un sicomoro (una higuera loca) para salvar su bajeza. Hasta ahí, lo que Zaqueo podía hacer. Lo vería pasar y satisfaría su deseo. Y ahí acabaría la cosa.
          Pero no fue el pensamiento de Jesús, que, al pasar por aquel sitio, se detiene, mira al árbol, y toma la iniciativa: Zaqueo, baja enseguida, que me quiero alojar en tu casa.
          Era algo inesperado que no hubiera podido ni soñar. Bajó rápidamente y abrió a Jesús las puertas de su casa. Y como una reacción inmediata, como tocado en las fibras más íntimas de su ser, se puso en pie, en posición de acción inmediata, y dijo: Mira, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguno me ha aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
          Era una conversión muy honda. No sólo era acoger a Jesús sino renunciar a la mitad de sus bienes (hacerse pobre)… Pero es que si hubiera sido injusto con alguno y se hubiera aprovechado de él, le devolvería lo perjudicado, multiplicado por cuatro.
          Con razón Jesús dijo que había llegado la salvación a aquella casa, pese a las críticas que el vulgo emitió en aquellas circunstancias.


          Yo me quedo pensando en esas realidades de pecados arrastrados por años enteros, sin que se produzca una auténtica conversión. Años enteros flirteando con defectos y pecados repetidos y confesiones repetitivas con las mismas materias. Y miro a Zaqueo y digo: este hombre fue profundamente honrado y su encuentro con Jesucristo fue un auténtico aldabonazo en su vida. ¿Cómo nos encontramos con Jesús en nuestra vida real?

lunes, 20 de noviembre de 2017

20 noviembre: Señor, que vea otra vez

Liturgia:
                      Tenemos una amplia y fragmentada 1ª lectura, tomada del primer libro de los Macabeos (1,11-16.43-45.57-60.65-67). Sintetiza la persecución religiosa de Antíoco Epifanes contra el pueblo judío. Al principio, benévolo con los judíos que quieren avanzar en la línea de la nueva civilización, y luego cruel con los que no aceptan. Y para discernir quiénes sí y quienes no, acaba poniendo una piedra de toque de enorme maldad: establecer aras sacrílegas para que se ofrecieran sobre ellas los sacrificios. Eso ya hería profundamente las convicciones religiosas de los fieles judíos, quienes se resisten hasta la muerte a seguir las costumbres paganas y los sacrificios aquellos, tan en contra de la adoración a Dios y a solo Dios con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas del ser. La persecución, pues, estaba servida.

          El evangelio (Lc.18,35-43) es una bella historia de fe de un pobre hombre ciego que pedía limosna a la entrada de la ciudad de Jericó. El hombre estaba como todos los días buscándose la vida con las limosnas que podía recoger de los que entraban y salían, cuando se extrañó de oír que pasaba ahora un grupo numeroso de personas. Y el hombre, entre sus peticiones de ayuda, siente también la curiosidad de saber qué pasa.
          Los que acompañaban a Jesús no caen en la cuenta de la importancia que tiene para aquel ciego la respuesta que pueden darle, y como quien no dice nada le informan: pasa Jesús Nazareno. Para los sanos era una mera información que satisfaría la curiosidad del mendigo. Para el mendigo era la gran noticia porque él salta de inmediato desde el “Jesús Nazareno” al Jesús hijo de David, el Mesías, el que vendría a dar la vista a los ciegos. Y el ciego ahora no pide limosna; grita para llamar la atención de Jesús: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Al principio no lo oía Jesús, y la gente más bien intentaba hacer callar al mendigo. Como ellos no estaban necesitados como el ciego, el ciego les importunaba. Pero el ciego grita más fuerte y sus gritos llegan a Jesús, que se interesa de qué pasa y le informan: el mendigo ciego que grita. Y Jesús lo manda traer.
          El ciego se levantó de su sitio y, llevado por las manos de otros, llegó a estar cerca de Jesús. Jesús le preguntó qué quería… No deja de tener su encanto esta aparente ingenuidad de Jesús, cuando bien sabía ya él lo que correspondía hacer en este caso. ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego va a lo esencial de su situación. Si pide limosna no es porque sea un vagabundo sino porque no tiene medios de ganarse la vida por razón de su ceguera. Entonces su verdadera necesidad es la vista. Y responde con toda convicción: Señor, que vea otra vez. Era un hombre que sabía lo que era ver. Había visto antes. Lo que pide es volver a ver.
          Y Jesús le contesta: Recobra la vista; tu fe te ha curado. Y recobró la vista y volvió a ser un hombre normal y ya no necesitaba pedir la limosna. Es más: no se vuelve a su casa, no da por concluido aquel momento. Se va tras Jesús y va glorificando a Dios.
          Su testimonio, más aquellos que han sido testigos del hecho, acaba redundando en una alabanza a Dios por parte de las gentes.

          “Señor, que vuelva a ver”, tendría que ser la oración de tantos que se han apartado de su fe primera; que fueron personas activas y válidas dentro de la vida de la Iglesia, y que se escandalizaron un día o se dejaron embaucar, y hoy viven alejados de esa fe que tienen ahí en el fondo de sus almas.
          Los hay semejantes a aquellos judíos que nos narra la 1ª lectura, que se encandilaron con las costumbres abiertas de los otros pueblos y acabaron cediendo de su fe. Les deslumbró el gimnasio de los paganos, se avergonzaron de su signo de identidad de la circuncisión, y acabaron apostatando de la religión de sus padres. No supieron hacer la síntesis de posibles avances culturales dentro de su propia vida de fe, y optaron por separarse de sus convicciones de siempre.

          Eso mismo se produce hoy en muchos: se han abierto a otros modos de vida que incluso podrían haber sido aceptables, pero lo han hecho con el desprecio y abandono de su fe primera. Han abominado del primer amor, y se han ido tras la novelería de formas paganas. ¡Señor: que vuelva a ver!, tiene que ser la petición ante el Jesús, Hijo de David que pasa pero que no quiere pasar de largo. Lo que ocurre es que aún no se ha producido ese grito de petición de ayuda que fue capaz de insistir el ciego de los ojos pero de visión muy profunda en el fondo de su alma.

domingo, 19 de noviembre de 2017

19 noviembre: Saber compartir

Liturgia:
                      La liturgia de este domingo tiene un sentido doble: no sólo es el rendimiento personal ante la vida y las cualidades de la persona, sino el otro sentido social por el que dar de sí mismo todo lo que cada uno puede, redunda en provecho de otros, y en definitiva, en provecho de la sociedad.
          Con sinceridad habremos de ponernos ante el espejo para preguntarnos si estamos rindiendo todo lo que normalmente podemos. Y eso puede calibrarse con más objetividad si nos ponemos ante tantas personas que nos rodean y con las que nos relacionamos, y que posiblemente no nos dejan un ejemplo de laboriosidad. No quiero bajar a casos concretos para no molestar a nadie, pero cualquiera de nosotros tenemos la experiencia de haber necesitado una atención en una oficina y haber comprobado el bajo rendimiento de empleados.
          No es ya solamente que no rinden debidamente en su trabajo; es que perjudican al que ha acudido a esa oficina para resolver un tema, y cada cual lleva un tiempo que no puede perder.

          Ahí encaja perfectamente la parábola que cuenta Jesús sobre el hombre que comparte sus talentos entre varios empleados para que negocien con ellos mientras el amo se ausenta. (Mt.25,14-30). No los reparte por igual porque tiene en cuenta las capacidades de cada uno de los empleados. Pero espera de cada uno el pleno rendimiento de sus bienes.
          Cuando el amo regresa y quiere que le rindan cuentas, encuentra al que le dio más -5 talentos- y obtiene una respuesta plena porque aquel empleado ha negociado diligentemente y ha obtenido otros 5. Recibe las alabanzas del dueño porque ha sido un empleado fiel y cumplidor. En consecuencia es invitado al banquete de su señor como partícipe de la fiesta.
          Llega el que recibió dos y puede presentar otros dos, y aunque la cantidad es menor que la del anterior, recibe la misma alabanza y premio porque ha dado de sí todo lo que podía: empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu señor.
          Y llega el que recibió uno y ese no ha negociado, no ha hecho fructificar lo que recibió, aun con ser menos y exigir menos trabajo. Se presenta con el talento único que había recibido y quiere justificarse por no haber hecho nada. Con una justificación absurda y que más bien le inculpa que le justifica. Y el dueño le llama holgazán y negligente porque no ha hecho nada. No sólo no ha hecho rendir para si el talento recibido sino que socialmente no ha colaborado en nada. Negligente y holgazán, no merece sino ser echado fuera y que allí le rechinen los dientes por haber perdido la oportunidad de entrar en el banquete.
          La parábola, pues, es muy práctica y muy fácil de comprender. Y todos tenemos experiencia de oportunidades y tiempos aprovechados, como de tiempos y oportunidades perdidas. Y no se trata de un angustioso pensar que tengamos siempre que estar en tensión, sino de saber concretar aquello en lo que podemos hacer algo más o mejor en lo que tenemos por delante. Mirando el bien propio y mirando la ayuda que podemos prestar a alguien.

          La 1ª lectura (Prov.31,10-13.19-20) ha sido el ejemplo de una mujer hacendosa que ha dado de sí todo lo que se podría esperar de ella. Ha sido la felicidad de su casa, de su familia, de los conocidos. Es una bella descripción de lo que es hacer rendir los talentos que se han recibido; Su marido se fía de ella; trae ganancias y no pérdidas, trabaja con la destreza de sus manos, abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre.

          Y la 2ª lectura (1Tes 5,1-6) tras haber puesto en guardia para estar preparados para el día del encuentro con el Señor, acaba con una exhortación breve que va en la misma línea del tema central: Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente. Hagamos lo que tenemos que hacer y hagámoslo bien hecho.

          Nos queda que saber encontrar en la EUCARISTÍA la fuerza que nos lleva a ser empleados fieles y cumplidores que hemos dado de nosotros lo que debíamos dar, en nuestra dimensión de crecimiento personal y en la dimensión social, siendo útiles y colaboradores de los demás: habiendo dado valor auténtico a la Comunión o comunicación de nuestros bienes personales. Entramos al banquete del Señor.



          Oremos con nuestras peticiones al Señor.

-         Por el Papa, la Iglesia y cada uno de sus miembros, para que sean buenos colaboradores en la obra de Dios, Roguemos al Señor.

-         Porque tengamos sentido de responsabilidad en la gestión de nuestras posibilidades, Roguemos al Señor.

-         Por el sentido social que hemos de dar a nuestra vida diaria, como miembros de una comunidad humana y cristiana, Roguemos al Señor.

-         Que el Señor nos conceda una lluvia abundante y benéfica. Roguemos al Señor.

-         Por la solución sensata y ordenada en los problemas actuales de integridad del territorio español, Roguemos al Señor.


Pon tu mano, Señor, sobre nosotros y danos las gracias necesarias para responder en la medida que deseas.

          Por Jesucristo N.S.

sábado, 18 de noviembre de 2017

18 noviembre: Oración insistente

Liturgia:
                      Sab.18,14-16: La liturgia de la Navidad aplica a la llegada del Verbo a la tierra esos primeros versículos, de donde surge la idea del nacimiento de Jesús a media noche (“al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos…”). El texto en sí, sin embargo, es mucho más complicado de entender, por su misma redacción. Y puesto a seguir con la imagen de la llegada de la salvación a la tierra, la Palabra sería el paladín inexorable que se viene “al país condenado” (el mundo que había perdido a Dios) para llenar de muerte a lo que es el enemigo de la salvación y dar vida a quien recibiera esa Palabra.
          De hecho, la continuación del texto, tomado del cap. 19 (6-9) va expresando la vida nueva que la Palabra ha creado, hasta el punto de que la naturaleza ha cambiado su ritmo y, bajo las órdenes del Señor, la nube protege al campamento hebreo y el Mar Rojo se hace practicable para liberación de las huestes de Israel, y siendo así un pueblo alegre y vivo que está alabándote a ti, Señor, su libertador.

          Con razón el versículo escogido en el SALMO (104) nos invita a recordar las maravillas que hizo el Señor.

          Finalmente el evangelio (Lc 18,1-8) es una invitación a la oración de petición, expuesta por Jesús con su parábola correspondiente y su modo extremo de presentar las cosas para llamar más la atención.
          Se trata de una viuda que viene al juez pidiendo que le haga justicia contra su enemigo. El juez no la toma en serio y no le hace caso, pero la viuda reclama fuertemente su derecho a ser atendida y le insiste al juez, que acaba pensando que tiene que hacer esa justicia, no sea que la viuda acabe arañándole en la cara. Jesús lo pone en el extremo: al juez aquel no le importaban ni Dios ni los hombres, pero le importaba su físico. Y acaba haciendo justicia.
          Sobrarían los datos de posible violencia de la viuda, pero Jesús los ha puesto para llamar la atención y poner delante que la insistencia de la mujer es lo que le da la respuesta que ella deseaba.
          Concluye Jesús exhortando: Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿O les dará largas? Os digo que le hará justicia sin tardar. Evidentemente nuestra oración debe ser insistente, pero no araña. Pide y suplica, insiste y clama día y noche, sin violencia. Es una petición que debe llevar una inmensa dosis de fe porque todo lo confía a Dios y de él espera.
          La pregunta que se hace Jesús es si, al presentarse al final de los tiempos, encontrará él esa fe en la tierra.


          La respuesta está en nuestra mano. Ojalá nuestra oración sea tan decidida y confiada e insistente como la de aquella viuda. Es a lo que nos quiere llevar Jesús con su parábola.

viernes, 17 de noviembre de 2017

17 noviembre: Descubrir a Dios

ESCUELA DE ORACIÓN y EUCARISTÍA,
a las 17’30 en el Salón de Actos
Jesuitas.- Málaga
HOY, DÍA 17

Liturgia:
                      Leamos el texto. El libro de la Sabiduría tiene una redacción muy fluida y la verdad es que saca uno más de leer en directo que de ir a un comentario. Como vengo haciendo con este libro de la Sabiduría, casi que basta con copiar sus frases.
          Sab.13,1-9 declara vanos (hueros, vacíos) a quienes viendo las obras de Dios no acaban concluyendo la existencia de Dios y la mano de Dios en el universo. Por otra parte, “vano” tiene también la acepción de “pecador”: el que no descubre a Dios viendo las obras que él ha hecho, no sólo está vacío sino que cae en pecado de necedad extrema, de malintencionalidad. Porque partiendo de las cosas buenas que están a la vista, son incapaces de reconocer al Artífice de ellas. Y se van a adorar al sol, a la luna, a los animales, a las estrellas… ¡Cuánto más es quien hizo todo eso! Y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto es más poderoso quien los hizo.
          En parte se les podría perdonar por ignorantes que andan buscando y no encuentran. Pero ni siquiera les salva esa ignorancia porque si lograron saber tanto que fueron capaces de desvelar el cosmos. ¿cómo no descubrieron antes a su Señor?
          Es el argumento que les sobra a quienes han descubierto a Dios y lo reconocen de la forma más lógica que puede pensarse: un amanecer, una naturaleza variopinta en fauna y flora, las fuerzas de la naturaleza, incontrolables, la noche estrellada…, los ojos de un niño, la maravilla de los descubrimientos constantes del hombre sobre lo que ya está hecho…, ¿cómo no lleva a ojos cerrados a descubrir la mano de Dios? Por eso no sólo son vanos; son culpables.

          Sigue la exposición escatológica de San Lucas (17,26-37): La gente sigue comiendo y bebiendo pero en el momento más inesperado se manifestará el Hijo del hombre. También comían y bebían en tiempos de Noé, y sucedió el diluvio. También seguían su ritmo de vida en tiempos de Lot, y vino la catástrofe sobre Sodoma. Ahora la gente sigue su vida como si no fuera a pasar nada, y sin embargo el Hijo del hombre hará su presentación en medio de las gentes.
          Ese día recomienda Jesús que no se quiera arreglar todo variando de situación. El que esté en la azotea, que no baje por sus cosas. Ha llegado el momento y se encontrará en la azotea con esa presencia del Hijo del hombre. El que esté en el campo, allí tendrá su encuentro final.
          ¿Cuándo, cómo y dónde? Es el misterio del momento. Porque estarán dos en una cama, y a uno le tocará y al otro no. Estarán dos moliendo juntas, y una tendrá la visita del Señor y la otra no la tendrá todavía. Es el misterio del “último día”, al que hay que estar preparados y el que no ofrece una nueva oportunidad. Donde está el cadáver, se reunirán los buitres. A cada cual le llega dónde y cuándo le llega. Y no hay prórroga.

          Bien lo tiene dicho Jesucristo. También ésta es una Sabiduría, la del saber estar preparados y no tener entonces que buscar el remedio. Cuentan de San Luis Gonzaga, estudiante jesuita, que estaba en el recreo jugando junto a sus compañeros, y uno le dijo: Hermano Luis: ¿qué haría Vd si le dijeran ahora mismo que iba a morir ya? Y Luis Gonzaga respondió sin alterarse: “Seguiría jugando”. Estaba haciendo lo que en ese momento tenía que hacer. No necesitaba cambiar la ocupación. Estaba preparado y en paz con su propia conciencia. Así, pues, “seguiría jugando”.