sábado, 9 de noviembre de 2019

9 noviembre: O Dios o el dinero


LITURGIA
                      Hemos llegado al final de la carta a los fieles de la comunidad de Roma, a la que Pablo ha llenado de doctrina a través de esa amplia carta que hemos ido siguiendo durante tres semanas seguidas. En este final (16,3-9.16.22-27), Pablo recuerda a sus colaboradores y va saludando a unos y otros, con sus nombres.
          También aparece el amanuense Tercio, que saluda a la comunidad con un saludo cristiano.
          Y concluye Pablo con una alabanza a Dios: Al que puede fortaleceros según el evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, al Dios único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
          Una doxología solemne para rematar la carta, que lleva entre guiones una amplia frase que define a Jesucristo: –revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a conocer por decreto de Dios eterno para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe-. La llegada de Jesús a la historia fue un secreto eterno de Dios, y que lo podemos conocer por la revelación que Dios hizo, para traer a todas las naciones a la fe.

          Continúa el tema de ayer en el evangelio (Lc.16,9-15). Había hablado Jesús de aquel administrador tramposo que se vale de sus malas artes para asegurarse una acogida cuando lo despiden de la administración. Y había reconocido que los hijos de este mundo son más astutos para sus trampas que los hijos de la luz para hacer el bien y administrar con justicia y equidad.
          Hoy continúa explicitando el tema y siguiendo con esa enseñanza que a primera vista despista: ganaos amigos con el dinero injusto. No quiere decir que se hagan injusticias y trampas con el dinero sino que el dinero tiene siempre una realidad peligrosa. Pero que puede hacerse justo si se emplea bien empleado, como el de ayudar a otros y hacer el bien (“ganarse amigos”) y hacer que del dinero surja un bien, para que cuando os falte, os reciban en la moradas eternas. No se trata, pues, de asegurarse una ventaja con el dinero, sino que el bien que se hace con él, tenga su recompensa en el cielo.
          El que es de fiar en lo pequeño, es de fiar en lo importante; el que no es honrado en lo pequeño, tampoco en lo importante será honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero… (otra connotación equivalente a “dinero injusto”), ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, lo vuestro ¿quién os lo dará? De diferentes formas repite la misma idea: el dinero de por sí, se pega a las manos y tiene el peligro de hacer injustos a los hombres. Sólo el buen uso del dinero, y la generosidad para con el prójimo, hace que se convierta en un instrumento de ganarse amigos que os reciban en la moradas eternas.
          Ahora el dilema: Ningún siervo puede servir a dos amos, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se dedicará al primero y no hará caso del segundo. Conclusión evidente, a la que quería llegar Jesús: No podéis servir a Dios y al dinero.
          Claro: esto es un lenguaje que no se entiende fácilmente, precisamente porque el dinero se pega y se nos puede pegar a todos. Y los fariseos, que –todo lo contrario- eran amigos del dinero, lo toman a broma y se burlan de Jesús.
          Jesús les dijo: Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres, Dios la detesta.
          La parábola del administrador traía cola. Y es la que ha quedado patente en este discurso de Jesucristo.

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