LITURGIA
La 1ª lectura es una descripción de una
persecución religiosa sufrida por Israel, a manos del rey Antíoco Epifanes.
Está compuesta de diversos versículos del primer capítulo del primer libro de
los Macabeos. El liturgo ha recopilado una serie de situaciones adversas
padecidas por los judíos, por razón de leyes emanadas del rey, que obligaban a
los judíos a evitar sus propios ritos religiosos y seguir, por el contrario,
los de las leyes del invasor. Para obligar a esa profanación de lo religioso judío,
se instalaron aras (altares) sacrílegos sobre los que se pretendía obligar al
pueblo judío a ofrecer sacrificios a los ídolos. Y se exigía deshacerse de los
libros sagrados, que echaban al fuego, y que de encontrarlos en manos de los
judíos, eran ajusticiados.
Hubo israelitas que se acomodaron a aquellas abominaciones,
y secundaron los planes del rey Antíoco. Y aceptaron una serie de instituciones
profanas que para la religiosidad del pueblo hebreo eran ofensivas a las buenas
costumbres y tradiciones religiosas.
Por ello hubo muchos mártires porque se negaron a seguir
esos planes, aferrados a sus costumbres y a su fe, haciendo el firme propósito
de no comer alimentos prohibidos, y prefirieron la muerte antes que
contaminarse y profanar la alianza santa.
Un pueblo profundamente religioso y fiel a la Ley, se
encontró con unos gobernantes que aplastaban sus ideas y sus ritos, y les
conminaban a hacer sacrificios sacrílegos a los ídolos. Lo que preparaba el
terreno a una resistencia activa para defenderse de la tiranía del poder.
Lc.18,35-43: Jesús se acercaba a Jericó. Iba rodeado de
gentes que formaban tumulto a su paso. Había a la entrada un hombre que había
perdido la vista y que se tenía que ganar su sustento pidiendo limosna.
Escuchó el rumor del gentío y desde su cuneta preguntó a
gritos qué era lo que ocurría. Y como la cosa más simple que puede decirse, le
dijeron que pasaba Jesús Nazareno.
El ciego se puso en pie y clamó a gritos: Jesús, hijo de David, ten piedad de mí.
La gente se sintió importunada por el ciego y le dijeron que se callase. Para
la gente no era más que un pedigüeño que importunaba con sus gritos. Para el
ciego era su oportunidad. Él había oído hablar de Jesús, el hijo de David, el
Mesías, una de cuyas notas características sería la de dar vista a los ciegos.
Y no quiso dejar pasar su ocasión. Y gritó más fuerte hasta que Jesús lo
escuchó, se detuvo, y mandó que se lo trajeran.
Jesús quiere cerciorarse de qué pide auxilio el mendigo, y
le pregunta qué quiere que haga con él. El ciego, como la cosa más evidente,
porque era su gran carencia y la causa de su pobreza, le dice: Señor, que vea otra vez.
Jesús le dice entonces: Recobra
la vista; tu fe te ha curado. Jesús nunca se atribuía su intervención.
Quiere dejar patente que lo que realiza la curación es la fe del individuo. Por
algo había dicho Jesús que si la fe fuera como un grano de mostaza, haría
milagros. Y la fe de aquel hombre era grande: se había dirigido muy
conscientemente al Hijo de David, al
Mesías, al que Dios ponía en Israel para traer la buena noticia…, para dar la
vista a los ciegos. Y aquel hombre creyó de verdad. Y se realizó su curación.
Concluye el texto diciendo que en seguida recobró la vista y lo siguió, glorificando a Dios. El
hombre era agradecido y supo elevar su acción de gracias al Dios del Cielo, a
la par que acompañaba por el camino a Jesús, aquel Hijo de David por quien le
había llegado a él de nuevo el poder ver.
La gente, al ver
esto, alababa a Dios. Todo el episodio gira alrededor de esa adoración a
Dios, el autor de los grandes bienes que nos llegan a los hombres. Y alabanza a
Jesucristo, el instrumento designado por Dios, y que pasó por el mundo curando
toda enfermedad y toda dolencia, y expulsando demonios, y proclamando que el
Reino de Dios está en medio de nosotros. Evidentemente. Porque en medio, como
actor directo en la curación de tantas penurias humanas, está Jesucristo, el
Señor. En él se personaliza el Reino de Dios.
Este próximo VIERNES, ESCUELA DE
ORACIÓN. Málaga
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