sábado, 30 de noviembre de 2019

30 noviembre: Fin del año litúrgico


LITURGIA
                      Daniel, que siempre había descifrado los enigmas, ahora se siente agitado por la visión de aquellas fieras y pregunta qué significan y qué representan aquellos monstruos que ha visto en la visión. Y le explican que son reinos que van a venir que van a hacer la guerra a los elegidos de Dios. (Dan.7,15-27)
          Y el gran monstruo de los diez cuernos representa al imperio romano, donde sus reyes van a atacar frontalmente a los elegidos por un amplio espacio. Y el cuerno que sobresale de entre los diez es un rey mucho más sanguinario, que hará estragos entre los seguidores de Dios.
          No prevalecerá. El Anciano le quitará todo el poder y ese reino de injusticia será destruido y aniquilado por completo, y el poder será entregado a los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que se someterán todos los soberanos del universo. Nuevamente aparece el sentido de triunfo mesiánico, cuyo reino no tendrá fin.

          Otro evangelio muy sintético (Lc.21,34-36) en que Jesús advierte a sus discípulos que no se emboten por el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y así les sorprenda aquel día final que ha anunciado bajo diversas imágenes, y que ayer se centraba mucho en el desastre de Jerusalén.
          Estad siempre dispuestos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre. Repetitiva advertencia de todos estos evangelios finales, y que tienen toda la urgencia de que el día final no coja en malas condiciones. Mantenerse en pie ante el Hijo del hombre es una forma de expresar que no tiene uno que estar abochornado en su presencia, lo cual se alcanza cuando la conciencia no acusa de pecado, vicio, bebida, preocupación del dinero…
          Damos, pues fin al año litúrgico. Engarzará con el Adviento, que empieza con referencias semejantes a las del final, pero con una visión larga que mira hacia la última venida de Cristo, y por tanto, al fin de la vida de cada persona, que es para ella el fin del mundo, el momento del encuentro definitivo con el Señor…, y que lo vamos a ver todos los hombres de esta generación.




          En la Misa, el sacerdote invita a dar un SIGNO DE PAZ. Un signo es eso: un SIGNO, que por una parte significa mucho, y por otra es sólo un signo. Significa que el que va a participar de la Eucaristía ha de vivir en paz por dentro de sí mismo, y en paz con todos los demás, sin reservarse esos recovecos del amor propio por los que no se abre el alma a la paz completa con todos los demás. La paz supone perdones absolutos que no se reservan nada. Y que la paz que se da en la Misa, de hecho alarga la mano mucho más allá para llegar a todos los familiares, amigos, vecinos, jefes y subordinados, mayores y pequeños, hombres y mujeres, blancos y negros, paisanos y migrantes.
          Se trata de la paz de la bienaventuranza: los que son pacíficos en su interior y pacificadores o agentes de paz, con los que cualquiera se puede sentir seguro.
          Es la PAZ que Cristo trae, con la que han de llegar sus discípulos a los puestos de misión, quedándose allí donde encuentran paz, y rehusando los lugares en que no hay gente de paz.
          Es la PAZ del Resucitado, con el que se presentó a sus apóstoles para trasmitirles la buena nueva de la resurrección, del triunfo de Cristo y la garantía de una fe que ha de ganar el mundo entero.
          Pero en la Misa, al mismo tiempo es un “signo”, un gesto. Un saludo de paz a derecha e izquierda; no más. No hay que ir dando la paz a todo el derredor, como queriendo llegar a todos y cada uno. Hecho el gesto, ya se ha significado lo que se quiere trasmitir a todos los demás.
          En las Concelebraciones es un error que todos los concelebrantes tengan que recibir el abrazo de todos los demás. Basta el saludo significativo a quienes se tienen inmediatamente próximos.
          Y está expresamente dicho que lo único que se da es la paz. No se aprovecha como saludo, o felicitación, o cualquier otra expresión. Es un momento litúrgico, no social.

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