domingo, 10 de noviembre de 2019

10 noviembre: La esperanza


LITURGIA        Domingo 32-C.  T.O.
                      El tema que se toca hoy, detrás de esas historias que hemos tenido en las lecturas, es el tema de la Resurrección. En la 1ª lectura (2Mac.7,1-2.9-14), a través de la muerte de los hermanos Macabeos, a quienes la madre presenta la esperanza de lo que viene detrás del martirio. La vida no acaba con la muerte. Hay un después, que no se puede concretar pero que queda encerrado en la expresión: vida eterna. Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Es la idea que quiere dejar subrayada la liturgia de hoy.

          En el evangelio (Lc.20,27-38) vienen a Jesús los saduceos. Los saduceos eran los teóricos de la religión. A ellos pertenecían los sacerdotes, y tienen por tanto relevancia en la Pasión y muerte del Señor.
          Para ellos sólo valía la Ley escrita y no las tradiciones de los mayores. Y como en la ley escrita no se hablaba de resurrección, ellos no creen en la resurrección de los muertos. Y vienen a Jesús a presentarle una casuística absurda pero que pretenden que sea un mentís a la resurrección que defiende Jesucristo.
          Jesucristo no entra en la casuística, sino que se va directamente a la Ley escrita, para mostrarles a los saduceos que Dios no es un Dios de muertos (como si no hubiera resurrección), sino un Dios de vivos. Lo cual avala la Resurrección, porque es Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, porque para él todos están vivos.
          No se mete en elucubraciones sobre la vida eterna, pero dice que allí los que han muerto viven como ángeles de Dios, hijos de Dios. Y eso basta para saber que es una nueva dimensión. No permanecen muertos; viven en esa nueva dimensión.

          Más de una vez ha surgido la pregunta de cómo es el Cielo. Evidentemente esa pregunta no tiene una respuesta porque Jesús no ha explicado más. Pero hay algo que ya puede ser suficiente en esa comparación que hace Jesús sobre los que han resucitado: como ángeles. Y no preguntemos más cómo es la realidad de los ángeles, porque sólo podemos responder que son seres espirituales, que ya no pueden morir porque no tienen un cuerpo que pueda desintegrarse (que es la razón de la muerte).
          Y no cabe meterse más allá. Queda el dato substancial de la resurrección como hecho real del que participaremos, y que tiene su punto básico en la resurrección de Jesucristo, que es donde se apoya nuestra fe. Porque si Jesús no hubiera resucitado, seríamos necios con creer en Jesús, que sería un muerto sin más.

          En la EUCARISTÍA anunciamos la muerte de Cristo (porque verdaderamente murió) y proclamamos su resurrección (que es la base de nuestra fe). Y lo que da lugar a nuestra esperanza, porque Dios es un Dios de vivos, y nosotros estamos destinados a vivir. Ahora, aquí, en la lucha diaria. Luego, “allí”, donde está Dios… Porque la vida eterna no es, en definitiva, otra cosa que encontrarnos con Dios y vivir alabándole, sin peligro ya de perderlo nunca. Por eso es vida eterna. Para siempre gozar de la visión de Dios.

          De ahí el SALMO elegido (16) para que sirva de coro que subraya el argumento principal de este día: Al despertar, me saciaré de tu semblante. Hay una muerte, un dormir a la vida, y un despertar en la otra orilla, donde vivir será igual que gozar, quedar saciados de la presencia de Dios.


          Pidamos a Dios que aliente nuestra esperanza.
-         Para que vivamos el día a día como preparación a la entrada en la vida eterna. Roguemos al Señor
-         Para que tengamos la seguridad de que Dios es Dios de vivos. Roguemos al Señor.
-         Para que se aumente nuestra fe en nuestra propia resurrección. Roguemos al Señor.
-         Para que vivamos cada Eucaristía como “prenda de la gloria futura”. Roguemos al Señor.
          Que vivamos el momento presente de modo que nos estemos abriendo al futuro junto a Dios. Por Jesucristo…

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