martes, 31 de octubre de 2017

31 octubre: Mostaza y levadura

Liturgia:
                      Otra bella página en la carta a los romanos (8,18-25) que bien merece la pena leer en privado, muy despacio. Ya se abre con una idea que mueve a seguir adelante, aun en medio de las dificultades: los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Es cierto que ahora tenemos que luchar para mantenernos en gracia. Pero eso es nada con lo bueno y excelente que  nos espera.
          La Creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Si la Creación sufre violencia y está retorcida en sí misma, no es por su propio defecto sino porque no nos manifestamos los hombres como hijos de Dios que obedecen a Dios. La Creación se retuerce y gime como en dolores de parto. La gente se pregunta muchas veces el por qué de las catástrofes naturales. San Pablo nos dice que el pecado del hombre violenta el equilibrio de la Creación, que se retuerce y gime, y tiene su propia forma de expresarlo. Es el pecado cósmico del que ha hecho especial énfasis el Papa actual. Y esa violencia contra la naturaleza que origina la avaricia y la maldad humana, está desequilibrando las fuerzas naturales.
          Para concluir, con una aplicación muy concreta, que no es solo la naturaleza la que sufre esas consecuencias, sino que somos nosotros –que poseemos las primicias del Espíritu- los que gemimos en nuestro interior, porque el pecado que abunda y se sobrepone, acaba ahogando. Y no nos manifestamos como hijos de Dios. Nos queda la esperanza, que no ve la solución pero sabemos que la hay, y a la que esperamos con perseverancia. En esperanza fuimos salvados. Pero todavía nos queda ese gemido inefable porque aún no se acaba de manifestar esa redención de nuestro cuerpo.

          Dos breves parábolas muy conocidas encierra el evangelio de este día (Lc.13,18-21). Son dos parábolas para expresarnos una realidad del Reino de Dios. Una es la parábola del grano de mostaza, algo muy pequeño, y que –sembrado- da origen a un arbusto muy desarrollado al que vienen a poner sus nidos las aves del cielo. El Reino nace en la pequeñez de la predicación, en la humildad de unos hombres toscos y rudos, bajo la presencia de Jesús. Y sin embargo está llamado a crecer y a desarrollarse de tal manera que se puedan cobijar en él los pueblos de la tierra. Nosotros estamos ya en ese “árbol” desarrollado y gozamos de sus ventajas.
          Pero no podemos quedarnos parados porque ya estamos ahí. La siguiente parábola de la levadura nos implica como comunicadores de ese Reino. La levadura empieza por ser algo pequeño que se mete en una masa grande, y la fermenta y la esponja y la ensancha. Nosotros somos levadura y no podemos quedar conformes con estar ya bajo el cobijo del Reino de Dios. Nos toca influir y llevar hasta otros ese mismo tesoro que nosotros tenemos. Continuando el tema del grano de mostaza, el secreto estaría en ese contagio que necesitamos aportar como levadura para invitar a otros a participar del Reino de Dios. Es una parábola que no se reduce a Israel, afirman comentaristas, y que en ese “árbol” vienen a cobijarse todos los pueblos. La Iglesia vendría a ser la plasmación concreta de esa parábola, con su vocación de universalidad y catolicidad para albergar aves de todo plumaje.
          Y hay que reconocer que no estamos en tiempos fáciles para la misión. Que el mal se ha hecho fuerte y que nos sentimos achicados y en minoría ante las protestas contra la fe o contra la Iglesia que encontramos alrededor. Aun así, y como dice Jesús cuando envía a sus discípulos a predicar, si no los reciben en algún sitio, que se salgan de él pero reafirmando que de una u otra manera, ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Y somos los primeros que tenemos que estar bien convencidos de ello.



          Hoy celebramos los jesuitas a un Santo muy querido, San Alonso Rodríguez, Hermano Coadjutor, que se santificó en una portería desde la que fue grano de mostaza y levadura que se metió en la masa de aquel joven Pedro Claver, y le infundió un celo misionero que lo llevó a ser “esclavo de los esclavos”. San Alonso tiene una gran altura mística y escritos  muy profundos a la vez que muy sencillos de expresión. También padeció al final grandes tentaciones, de las que salía aferrado a la devoción a la Virgen y a su seguridad de no querer nada con el pecado.

lunes, 30 de octubre de 2017

30 octubre: ABBA (Padre)

Liturgia:
                      Comentamos hoy dos textos que tienen mucho contenido: Rom.8,12-17 y Lc 13,10-17.
          En la 1ª lectura San Pablo nos habla de las dos posibilidades que tiene la persona: la de vivir carnalmente, dejándose llevar de las apetencias humanas…, y eso da origen al hombre carnal; y la posibilidad de ser conducidos por el Espíritu de Dios, lo que da origen al hombre espiritual, y esos son hijos de Dios. Y a partir de ahí nos lleva a un verdadero himno de gozo porque nos dice: Habéis recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ABBA (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan testimonio concorde de que somos hijos de Dios. En efecto, el hombre espiritual se siente hijo de Dios porque dentro de él anida el mismo Espíritu de Dios, la Gracia de Dios, el vivir “en gracia de Dios”.
          Eso nos da capacidades sobrehumanas porque si somos hijos, también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo Una herencia que nos lleva a padecer con él y a gozar con él, siendo con él glorificados, porque poseemos el mismo Espíritu de Dios.
          No quiero que se quede atrás una idea que ha quedado ahí y que debemos recalcar, sentir y entender: No hemos recibido un espíritu para recaer en el temor. Frecuentemente en la Biblia aparece el “temor” ante la presencia de Dios. También es frecuente hallar la expresión: “Dichoso quien teme al Señor”, o recibir el “espíritu de temor de Dios”. Los estudios bíblicos nos muestran muy a las claras que ese temor no va en el sentido del miedo sino en el sentido de la reverencia, del respeto de un hijo a su padre. En definitiva, lo frecuente es que en dos líneas paralelas, donde se habla del “temor” en una línea, se exprese el amor en la segunda línea paralela.
          Personalmente, y sin forzar para nada el texto y yendo al sentido más que a la materialidad de la palabra, yo siempre leo en público AMOR donde aparece la palabra TEMOR. Creo que es una manera de dar al gran público el sentido auténtico de lo que nos quiere decir ese “temor reverencial” que está expresado en el fondo de lo que se quiere trasmitir. En un escrito de la Comisión Bíblica Vaticana, se dice que “la traducción literal es la menos exacta” de las traducciones que quieren trasmitir el sentido de la Biblia.

          En el evangelio tenemos un caso que gana el aspecto emocional de quien lo lee. Estaba Jesús en la sinagoga un sábado, como buen judío que vive los preceptos fundamentales del culto espiritual. Desde su posición advierte en la parte de arriba de la sinagoga que hay una mujer que está llamativamente encorvada. Lo más seguro es que la llama para que baje adonde está él. El texto, en una visión de aquellos tiempos, atribuye a un “espíritu” lo que no pueden ni explicar por causas naturales, ni los médicos pueden atajar.
          Jesús lo resuelve de otra manera más sencilla: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impone las manos. Y aquella mujer que llevaba 18 años sin poder mirar a los ojos de las personas, abre ahora sus ojos para encontrase de frente, cara a cara con su bienhechor, que se ha interesado por ella, y sin haberle pedido nada, la ha curado.
          Fue motivo de satisfacción para muchos, sobre todo para los conocidos de aquella mujer, que tantas veces habían lamentado con ella aquella situación tan penosa que vivía. Pero el jefe de la sinagoga se siente celoso de la ley (o más bien de las “leyes” que se habían dado los fariseos) y con disgusto advierte a los presentes que vayan a curarse otros días que no sean el sábado: Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.
          Le había tocado a Jesús en el alma, por esa materialización de la religión, y respondió, dirigiéndose a él: Hipócritas, cualquiera de vosotros ¿no desatáis al buey o al burro para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abrahán –ahora se adapta al lenguaje de ellos para hacerse entender-  a quien Satanás ha tenido 18 años atada, ¿no había que soltarla en sábado?
          La respuesta era evidente. La persona por encima de la ley; el hacer el bien, por encima de las costumbres. Y la gente asintió a aquel razonamiento, y los defensores de las “leyes” quedaron abochornados porque Jesús les había puesto delante un caso tan concreto y en el que realmente se podían ver reflejados.

          Una aplicación que no se sale del sentido original es la realidad de aquellos que están encorvados bajo el peso de sus pecados o sus enfermedades, y necesitan tanto de Jesús, que los libere. 

domingo, 29 de octubre de 2017

29 octubre: Dios sobre todo

Liturgia:
                      Jesús había callado a los saduceos con la respuesta a la cuestión del matrimonio sucesivo de una mujer con siete hermanos. Y ahora los fariseos pretenden comprobar la ortodoxia de Jesús y así poner a prueba sus ideas. (Mt.22,34-40). Con eso se presentan a Jesús y uno le pregunta: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? La respuesta de Jesús, y no podía ser otra, es: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Pero Jesús no se queda ahí, sino que sigue con un “segundo mandamiento, semejante al primero”: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Para concluir con un resumen final: Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.
          Es evidente que Jesús estaba en la fe de Israel. Que no era un iluminado que pretendiera caminos extraños. Creía en el mismo Dios que creía Israel y que creían los fariseos. Y a ese Dios había que amarlo con todas las fuerzas del corazón y con todo el ser.
          Pero a su vez, Jesús reclamaba la fidelidad a Dios en el prójimo, al que había que amar como a uno mismo. Y eso se hace en detalles concretos, en servicios y atenciones concretas.
          La 1ª lectura tomada del Éxodo (22,21-27), un libro tan primitivo en la historia del pueblo israelita, ya contenía preceptos en el código de la Alianza. que manifestaban la atención que había que tener con el prójimo. Incluso con el forastero: no oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. Y continúa bajando a concretos muy de la vida diaria: No explotarás a viudas y huérfanos, porque si gritan a mí, yo los escucharé. Si prestas dinero a un pobre, no le cargarás intereses. Si tomas en prenda la túnica de tu prójimo, se la devolverás antes de ponerse el sol, porque es lo único que tiene para cubrirse. Y si no, ¿dónde se iba a acostar?
          Son casos que pueden tener una ampliación y concreción en nuestras aplicaciones personales y plantearnos qué podemos hacer con qué prójimos y en qué momentos. Porque es la manera de dar eficacia a nuestros buenos deseos.
          Y juntamente en la mejora de nuestra relación con Dios, hemos de plantear qué puede mejorar en nosotros y cómo haremos más verdadero el amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, o tal como lo formulamos nosotros en el primer mandamiento: el amor a Dios SOBRE TODAS LAS COSAS. Y hay que preguntarse si verdaderamente ponemos a Dios y las cosas de Dios en el primer lugar y sobre todo, sobre toda otra cosa o preferencia, apetencia o deseo.
          En la 2ª lectura -1Tes.1,5-10- se pone el acento de ese amor a Dios en el conocimiento de la Palabra de Dios y ponerla en práctica, en ese paso en el que abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios para servir al Dios vivo y verdadero. Y los ídolos no son meramente los fetiches o figuras que suplantan la imagen de Dios, sino todo aquello que de una manera o de otra ocupa la atención y el corazón por encima y por delante de Dios. Lo cual tiene muchas aplicaciones reales en la vida de cada persona. Ídolo puede ser el dinero, y el amor propio, y el sexo indiscriminado, y la vanagloria, y el mal genio, y el YO en sus diferentes y múltiples facetas. Y el móvil y el teléfono y el bingo y el ordenador… Cualquier cosa, cuando ocupa el corazón de la persona, está ocupando el lugar de Dios. Eso es un “ídolo”.

          Nos centramos, como siempre, en la EUCARISTÍA para que las palabras no se conviertan en sermones. Si cualquier actitud o práctica espiritual debe de ir a Dios, primero, pero debe mirar al prójimo (como mandamiento semejante, que dice Jesús), la Eucaristía lo mira de forma directa y esencial: no hay eucaristía sin amor, y no hay verdadero amor si no lleva las dos dimensiones: hacia Dios y hacia el prójimo. La participación en la Eucaristía, que tiene su culmen en la Comunión, está diciendo a las claras que hay que vivir en comunión con los demás. Y con la misma intensidad con que nos sentimos cogidos por la Comunión del Cuerpo de Cristo, tenemos que sentirnos cogidos por el amor real y sincero al prójimo. Un amor que no tiene que ser afectivo (porque el amor ni se compra ni se vende ni se improvisa), pero tiene que ser efectivo en obras reales de servicio, atención, ayuda, socorro…
          El Señor nos ilumine y nos mueva para ser fieles a su Palabra, con lo que definamos la sinceridad de nuestra fe.


          Presentemos nuestras peticiones al Señor.
-         Porque nuestro amor a Dios se purifique de nuestros egoísmos, Roguemos al Señor.

-         Porque seamos auténticos en nuestro amor efectivo al prójimo, Roguemos al Señor.

-         Secundando las orientaciones de los Obispos de Andalucía y de nuestro Señor Obispo, hacemos dos peticiones: Por la situación actual de España, para que haya unidad y armonía, Roguemos al Señor.

-         Porque venga la lluvia mansa y fecundante que alivie la situación de nuestros campos y embalses, Roguemos al Señor

Te pedimos, Señor, tu mirada misericordiosa sobre nosotros para que seamos fieles en el amor. Y acude a nuestras necesidades.
          Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.

          

sábado, 28 de octubre de 2017


Boletín de Octubre 2017

28 octubre: San Simón y San Judas

El Obispo de Málaga, en comunión con los demás Obispos de Andalucía, pide a los fieles y a los sacerdotes de la Diócesis que, en las celebraciones litúrgicas y en otros encuentros, se ore por estas dos intenciones:
-La primera, ante las circunstancias particularmente difíciles que se están viviendo en España, que supliquemos al Señor el don de la paz, la concordia y la unidad de las instituciones y de los ciudadanos en la búsqueda de la verdad, la justicia y el bien común.
-Y la segunda, ante la persistente sequía que está haciendo estragos en nuestros campos, que pidamos al Señor el necesario don de la lluvia.

Liturgia:
                        Hoy es fiesta litúrgica de los Apóstoles San Simón (Zelotes) y San Judas (Tadeo). Judas es una palabra hebrea que significa: "alabanzas sean dadas a Dios". Tadeo quiere decir: "valiente para proclamar su fe". Simón significa: "Dios ha oído mi súplica".
San Judas es conocido principalmente como autor de la Carta de su nombre en el Nuevo Testamento. Carta probablemente escrita antes de la caída de Jerusalén, por los años 62 al 65. En ella, San Judas denuncia las herejías de aquellos primeros tiempos y pone en guardia a los cristianos contra la seducción de las falsas doctrinas. Habla del juicio que amenaza a los herejes por su mala vida y condena los criterios mundanos, la lujuria y "a quienes por interés adulan a la gente". Anima a los cristianos a permanecer firmes en la fe y les anuncia que surgirán falsos maestros, que se burlarán de la Religión, a quienes Dios, en cambio, les tiene reservada la condenación.
San Simón en la lista de los apóstoles le suelen llamar siempre Simón el Cananeo, o el Zelotes, dos términos que se identifican. Son, en efecto, dos traducciones de un mismo vocablo hebreo, que quiere decir “celoso”. Así Simón, apóstol fiel de Jesucristo, encarna en su persona el gran celo del Dios omnipotente.
Por ser fiesta litúrgica hay lecturas propias. La primera, tomada de la carta a los efesios (2,19-22) que hace una referencia a todos los apóstoles que forman el cimiento de la Iglesia, en el que Cristo Jesús es la piedra angular. Jesús es el que ensambla todo el edificio, y por él nosotros todos nos vamos integrando en la construcción.
En el evangelio se nos brinda la lista de los doce apóstoles con los nombres de los dos que celebramos, escogidos por el Señor. Una lista que leo siempre con especial devoción porque son los cimientos de nuestra Iglesia, como ha dicho Pablo. Y porque el Señor Jesús fue el que eligió a los Doce. El Judas Iscariote, nombrado en último lugar, es la expresión más clara de que Dios no fuerza a nadie y deja a cada uno su libertad para que la respuesta que dé cada cual sea absolutamente dependiente de su libre albedrío. Judas se perdió por su propia voluntad. Los demás fueron héroes de la fe porque respondieron a la llamada del Señor. Ahí están Simón Zelotes y Judas Tadeo.

En la LECTURA CONTINUA tenemos una larga exposición de Pablo que recomiendo leer despacio porque es muy rica. (8,1-11). Destaca la defensa que hace de la nueva Ley, la que procede de Cristo, que es ley vivificadora que proviene del Espíritu de Dios. Según esa nueva ley el ideal ahora es proceder según el Espíritu y no según la carne. La carne tiende a la muerte; el Espíritu a la vida y a la paz.
Vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu… Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive en la fidelidad a la voluntad de Dios. Es algo que debemos sentir dirigido a nosotros, que recibimos la misma fe que recibieron aquellos fieles romanos a los que Pablo dirigía su carta. Como el Espíritu que resucitó a Cristo, así vivificará también vuestros cuerpos mortales.
El evangelio (Lc.13,1-9) es una defensa fuerte que hace Jesús de que el problema del mal es un misterio que no está ligado a ninguna acción culpable. El mal existe porque existe. Y lo mismo los galileos que cayeron aplastados por Pilato, como los 18 que fueron aplastados por la torre de Siloé, no eran más culpables de algo que el resto de los demás. Sufrieron los efectos de un mal que ellos no habían provocado; un mal que en un caso viene de una decisión humana –la de Pilato-, y en el otro es una desgracia donde nadie tiene la culpa. El mal es un misterio de maldad (así lo nombre San Pablo) que está ahí, y del tenemos que pedir a Dios que nos libre del mal.
Y aprovecha Jesús para advertirles a sus oyentes que hay que estar preparados siempre. Que la vida de cada uno es como la de aquella higuera que, al no dar fruto, provoca en el dueño una primera intención de cortarla. Pero el labrador (aquí representaría a Cristo) siente el dolor de que se pierda aquella higuera y entonces se ofrece a cuidarla con una atención especial, a ver si al año siguiente da fruto. Porque si no da fruto ni así, entonces tocará cortarla.

Es la historia de Israel y la obra de Jesús para salvarlo con paciencia. ¿Qué ocurrió después? La historia nos dirá que esa higuera siguió estéril pese a los cuidados recibidos.

viernes, 27 de octubre de 2017

27 octubre: Los signos de los tiempos

Liturgia:
                      El párrafo de Rom 7,18-25 es tan completo y tan claro y tan elocuente que pienso que lo mejor que hago y el mejor comentario, es transcribir la lectura y dejárosla meditar, porque reproduce la realidad que todos tenemos. Va para allá.
          Sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí.
Así pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal. En efecto, según el hombre interior, me complazco en la ley de Dios; pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor!
Es la lucha constante que se produce en la persona; es la descripción más viva de lo que es el pecado original en la realidad concreta en que lo percibimos y sufrimos. No tenemos que estudiar teología ni nos hace falta mucha ciencia, porque lo que Pablo ha hecho es constatar una realidad que padece en su vida…, que padecemos todos: en el mejor de los casos, siempre hay establecida una lucha permanente entre nuestro deseo e interior nuestro y la práctica en la que acabamos entrando. De ahí ese apóstrofe final del Apóstol: Desgraciado de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Para acabar concluyendo que el que libera y nos lleva al triunfo es Jesucristo, nuestro Señor…, y que, por tanto, hay que agradecerlo de corazón.
“Interpretar el tiempo presente”, o como Juan XXIII acuñó: conocer y acoger los signos de los tiempos. Porque siendo la verdad incuestionable, queda la verdad siempre más amplia del que ve al poliedro por cada uno de sus ángulos. Una cosa es ver la figura geométrica en un golpe de vista, sobre una mesa…, y otra visión muy diferente es buscarle los diferentes ángulos por los que la visión general se completa y la verdad del poliedro aumenta.
Esto es lo que Jesús expresó y nos relata Lucas (12,54-59). Jesús le hacer ver a la gente que sabe averiguar el estado del tiempo con observar a las nubes: si veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’. Y así sucede. Cuando sopla el viento sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’. Y lo hace. Pues si con unos signos de la naturaleza averiguáis el tiempo que va a hacer, ¿cómo es que no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis averiguar por vosotros mismos lo que hay que hacer? Esos signos los está aportando el mismo Jesús. Y sin embargo no son capaces de averiguar el nuevo mundo que hay detrás de su palabra y de sus hechos. Ese mundo que es evidentemente mesiánico, y al que debían acceder con alegría y reconociendo que se ha llegado al cumplimiento de las promesas antiguas.
Ahora es todavía tiempo de solucionarlo…, de abrir los ojos a la nueva realidad. Y que sean lo suficientemente inteligentes como para poner el remedio antes de que no lo haya. Inteligentes como debe ser aquel al que llevan al tribunal y mejor para él si arregla el pleito y llega a un acuerdo antes de llegar a juicio, porque entonces le va a tocar pagar con las costas hasta el último céntimo.
Jesús ha tirado de parábola, según su estilo, para explicarse mejor y que lo entiendan todos. Él trae una verdad más amplia, más completa, y ese debe ser el signo que acojan aquellos dirigentes y aquel pueblo. Y se está a tiempo de asumirlo ahora y no cuando ya no haya remedio.


Todo esto nos viene bien para reflexionarlo nosotros. Estamos en el año 2017 y necesitamos reciclar nuestras ideas y nuestros hábitos. La fe es la misma pero los contenidos de la fe se amplían. Es la labor que intenta trasmitirnos el Papa. Y es lo que a algunos les está resultando difícil de asimilar. El Papa tiene grandes adhesiones y fuertes oposiciones. Y no de los “enemigos” sino de los “amigos”…, de los que viven el amor a la Iglesia…, pero que la conciben monolítica y no en progreso y avance. Que se aferran a unas ideas y no admiten ampliar el horizonte. Los que parece que se sienten con los personales cimientos en peligro cuando se amplía la aplicación de esas ideas. Y en el fondo no sabe uno si defienden la verdad o se defienden a sí mismos para no tambalearse ante el nuevo horizonte. ¿No será que hay casos en los que la fe no es tan firme como para aceptar que Dios es siempre más grande y que la Iglesia busca siempre hallar la nueva verdad que nos quiere trasmitir Dios? ¿No puede ocurrirnos como a los fariseos y judaizantes ante la novedad substancial que supuso Jesús?

jueves, 26 de octubre de 2017

26 octubre: Paz y división

Liturgia:
                      Continúa Pablo con el argumento de ayer, más explicitado (Rom 6,19-23). Les dice a los fieles de Roma que antes estaban metidos en la impureza y maldad, de la que ahora se avergüenzan. Erais esclavos del pecado y no pertenecíais a Dios libertador, y los frutos de sus obras eran un fracaso.
          Ahora, en cambio, superado el pecado os habéis hecho esclavos de Dios y producís frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna. Porque el pecado paga con muerte, y Dios regala vida eterna, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.

          El evangelio es de los que suenan mal a primera vista aunque  es más claro que el agua en cuando se mira la realidad de la vida. Pero vayamos por partes.
          Lo primero que ha afirmado Jesús (Lc 12,49-53) es que Yo he venido a prender fuego en el mundo. La obra de Jesús ha sido un revulsivo profundo en la historia de la humanidad…, un fuego que está llamado a emprender más y más, y a la vez a purificar las escorias. Lo que Jesús siente son unas enormes ansias de que el mundo arda…, que entre en ese fuego purificador y contagioso que abrase a todos los que encuentre a su paso. Es el celo apostólico de Jesús, que ha venido precisamente a conquistar un mundo para el Padre. Pero ese mundo tiene que purificarse y tiene que emprenderse de unos en otros hasta hacer arder el mundo entero.
          No es un paseo triunfal. No trae un fuego que prende y él se retira para ver arder. En realidad él está en medio de ese fuego…, pasar por un bautismo –que es su misma pasión y muerte- y desde ahí la angustia hasta que se cumpla… Doble angustia: la de tener que pasar por ese “bautismo” de su sangre…; y que esa sangre suya sea la que se aplique a ese mundo. Y eso no se hace fácilmente. Eso origina una lucha.
          Por eso pregunta: ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? ¡Ni mucho menos! Malo sería que este fuego que traigo se apagara, o no se expandiera. Pero contagiarse esta llama cuesta, no se hace sin lucha. Por eso “he venido a traer división”. Las personas no se van a quedar indiferentes ante mi obra. Necesariamente tomarán partido. Y unos lo tomarán a favor y otros se pondrán en contra. Y eso originará esa división. Y esa división se dará en la misma familia, de modo que en adelante en una familia de cinco, estarán dos contra tres y tres contra dos…, divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre, la nuera contra la suegra y la suegra contra la nuera. Y seguro que esto no gusta oírlo en boca de Jesús. Pero ¿por qué no miramos alrededor la realidad de las familias, y puede que de nuestra misma familia? ¿No hay una división de pensamientos y criterios? ¿No hay una lucha, aunque sea lucha sorda, donde es muy difícil tener un mismo modo de pensar y de enfocar? ¿Y no es precisamente el tema religioso el que más divide? ¿No son necesarios muchos silencios para evitar discusiones y tensiones?
          Ya en los tiempos en que Jesús anduvo por nuestro mundo lo pudo constatar fehacientemente. Sus frecuentes discusiones con los fariseos y con los sacerdotes…, las veces que ellos estuvieron decididos a darle muerte…, y el hecho real de la Pasión de Jesús, fueron prueba evidente de que Jesús levantaba grandes adhesiones y fuertes rechazos.
          La historia de los Hechos de los Apóstoles nos sigue narrando esa situación: la muerte de Esteban, las persecuciones y aun martirio de apóstoles…, las damas importantes que levantaron tanto rechazo sobre los seguidores de Jesús (que también eran muchos y fuertes en su fe), son nuevas realidades de que Jesús llevaba en sí ese cuchillo de división que profetizó Simeón.
          ¿Habría que buscar muy lejos estas tensiones y persecuciones y divisiones en el momento actual? Creo que somos inmediatos testigos de la realidad del mundo de hoy, de la familia de hoy. En efecto dos están contra tres y tres contra dos. Jesús no había dicho nada raro ni nos puede resultar molesto oírlo de sus labios. Ha venido a traer fuego a la tierra y han surgido tomas de postura ante su palabra y su evangelio. Ha surgido la división.

          O lo que es igual: la paz de Cristo no es la paz del mundo, el pasotismo, la inoperancia. La paz que Cristo trae a él le costó la vida. Y por ahí está el camino que a nosotros personalmente nos ha de conducir a nuestra paz: a través de la lucha diaria.

miércoles, 25 de octubre de 2017

25 octubre: Los siervos embotados

Liturgia:
                      La exhortación de Pablo –en la 1ª lectura de hoy: Rom 6,12-18, va en la línea de dar ánimos a los fieles para que dejen superado el tema del pecado y que no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo. Al cabo de dos mil años, la predicación de Pablo tendría que volver a ser la misma. Pablo les dice: No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida. Hermosa concepción de lo que es vivir en Gracia de Dios, y haber sobrepasado esa situación de pecado. El pecado no os dominará…; estáis bajo la gracia.
          ¿Es esa última la visión que tiene hoy día el hombre? ¿Hay conciencia de que el pecado no dominará porque estamos bajo la era de la gracia? Del estado de muerte al que conduce la pasión y el vicio, ¿está el hombre de hoy vuelto a la vida? Pienso que se han dado pasos atrás y que la falta de religión y de moral están haciendo estragos en la situación actual. No se ha tomado en serio el evangelio en el que Jesús llega a conminar que el pie o la mano hay que cortarlos, o el ojo hay que sacarlo si son ocasiones de pecado. Y no es que Jesús nos piense mancos, cojos o tuertos, pero sí que nos está llevando a un terreno de tomar soluciones drásticas. Aquí no valen ya las medias tintas, las falsas soluciones, la confesión como paño caliente que se repite una y otra vez para volver a las andadas a la primera de cambio. Los cristianos tenemos que tomar conciencia de que el evangelio no es un libro piadoso ni la palabra de Jesús puede quedar para meditación. Algo mucho más serio que tiene que llevar a un planteamiento firme que se haga la pregunta de: Y mañana, ¿qué? Porque el “peco y me confieso” no es válido ni serio ni cristiano. ¿No sabéis –dice Pablo- que ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis?  Y podemos ser esclavos del pecado, para muerte, o esclavos de la obediencia a Dios para la justicia (=la gracia).

          Todo eso nos lo enfoca el evangelio de hoy (Lc 12,39-48) mirando a la hora de la muerte, donde la verdad será incuestionable. Nos presentaremos tales cuales somos. Y lo muy serio es que no sabemos ni el cuándo, ni el dónde, ni el cómo. Jesús lo plantea con su parábola de los siervos que han de esperar la llegada del amo a cualquier hora de la noche a la que él se presente. Ayer nos decía que si encuentra a los siervos como fieles servidores que lo están esperando, él mismo les hará sentarse a la mesa y los irá sirviendo. Y al mayordomo de aquellos sirvientes lo hará poner como jefe de su casa.
          Hoy completa el cuadro y se pone en el caso contrario. ¿Qué pasa con el encargado infiel a su señor que no ha esperado su llegada, y que –por el contrario- se ha emborrachado y se ha puesto a maltratar a los subordinados? Dice Jesús en la parábola que llegará el amo a la hora que no espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. Por otras parábolas sabemos que es la lejanía de su amo, la condena por sus malas obras, “la gehena del fuego”. Un conjunto de expresiones que indican el mal final del que no ha sido fiel. Y como Jesús habla del encuentro final de la vida, cuando ya las cosas no tienen vuelta de hoja, el Señor está queriendo advertir que ha de ser antes de ese momento límite cuando el criado se disponga a recibir en paz a su señor.
          Con una lógica propia de quien vive la verdad, Jesús pone dos hipótesis: la del criado que sabía claramente las consecuencias de sus actos –sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra-, ese recibirá muchos azotes.
          La otra posibilidad es la del criado que no sabía la consecuencia de sus actos… Y no es que sale indemne de la situación pues siempre hay una voz de la conciencia que está llamando. Por eso recibirá también azotes, aunque pocos.

          La pregunta hoy es: ¿tan obnubilado vive el hombre que no se da cuenta de su situación? ¿Tan embotado que ya está nadando en el vicio inconscientemente y no da para más? Es evidente que los habrá así por una ignorancia rayana en la necedad. Pero hay muchos otros que tienen conciencia de su pecado…, buscan la solución externa…, pero no lo afrontan desde la convicción interior. Ojalá que “unos pocos azotes” a tiempo puedan despertarles de su embotamiento, y les devuelva al mundo de los “siervos fieles” que saben esperar la llegada de su muerte con la conciencia purificada y el cuerpo sanado. (Aquí habría que volver de nuevo al principio de la 1ª lectura).

martes, 24 de octubre de 2017

24 octubre: La Gracia de Jesucristo

Liturgia:
                      La 1ª lectura, fragmentada en la carta a los fieles de Roma (5,12-15. 17-19. 20.21) es casi un himno en el que se contrapone el pecado de Adán y la redención de Cristo. Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte que afecta a todos los hombres porque en el primer pecado, todos somos pecadores. Fue la culpa de uno pero en esa culpa morimos todos: la muerte se contagió como una espantosa pandemia universal.
          Pero de la misma manera, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia de Dios desbordó sobre todos. En Cristo Jesús somos todos justificados y levantados de la muerte. Si por el pecado de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, ¡cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la salvación!
          El pecado de uno fue condena. La justicia (=fidelidad) de uno traerá la vida. La desobediencia de uno convirtió a todos en pecadores; la obediencia de uno convierte a todos en justos. Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Reinó el pecado causando muerte; por Jesucristo reinará la gracia que causa la salvación.
          Es claro que con el primer párrafo estaba ya dicho todo. Pero Pablo recalca y reafirma la misma idea desde varios ángulos para que les quede a los romanos –y nos quede a nosotros- muy claro el contenido de la revelación del pecado original y originante, y la redención efectuada por Jesucristo que derrota al mal que aquel pecado había engendrado. Por encima de aquel mal, ha surgido la Persona de Jesús que vence al pecado y establece la economía de la gracia, que es en la que estamos y nos desenvolvemos.

          Hay una peculiaridad en el evangelio de Lucas (12,35-38) que no coincide con las otras redacciones de los evangelistas. En los otros evangelistas el regreso del amo supone que los criados se ponen a servirlo a él. Y allí se dice que ellos comerán después. En cambio en Lucas el amo se siente tan generoso con aquellos criados que han velado hasta su llegada, que ahora es el amo el que los sienta a la mesa y él les sirve.
          Es un matiz muy propio de Lucas, evangelista de la misericordia, y que casi resulta exagerado. Porque lo normal es lo que dicen los otros evangelistas. El hecho de que los criados velen hasta la llegada del amo, no significa que han hecho nada extraordinario. Y que el amo se siente a comer y que ellos le sirvan, es lo más lógico.
          Pero Lucas ha ido más lejos y ha presentado al AMO, que representa a Jesús y su llegada a la vida de cada uno en su momento final, no como el que viene a ser servido sino el que se pone a servir. Expresa, pues, un rasgo de delicadeza que nos ensancha el alma, porque nos presenta a Jesús volcado sobre el siervo, al que no sólo agradece que lo ha esperado sino que viene a sostenerlo y confortarlo en ese momento final de su vida. Hermoso final que nos recuerda aquel cuentecillo del hombre que durante su vida se iba a la iglesia y se estaba allí frente al Sagrario sin hacer otra cosa que decir: “aquí estoy”. Cuando cae en el lecho de muerte pide que le pongan una silla junto a la cama. Y se pasaba sus últimas horas “hablando con la silla”. Eso es lo que creía la familia. En realidad en aquella silla se le hacía presente Jesús, que le decía: “aquí estoy”. Jesús había venido a devolverle las visitas, y lo sentó en su mesa y se puso a servirle.

          Creo que es una paráfrasis de la parábola que nos cuenta San Lucas y que está llena de ternura. Y que abre la fe al encuentro con el Señor en esos momentos difíciles de la vida de la persona, cuando ya se encuentra  de verdad a solas frente a la realidad de su muerte. No a solas. Porque Jesús devolverá las visitas que se le han hecho, aunque muchas veces no sepa uno ni qué decir y sólo pueda pronunciar ese “aquí estoy”. Como dice el dicho popular: Dios no se queda con nada de nadie. Siempre devuelve multiplicado el ciento por uno. La criatura da el uno, porque no tiene para dar más. Dios sí puede dar y da centuplicado.

lunes, 23 de octubre de 2017

23 octubre: La avaricia rompe el saco

Liturgia:
                      “Ante la promesa de Dios, Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe… al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete. Por lo cual le fue computado como justicia”. (Rom4,20-25). Es la argumentación que está llevando Pablo ante los fieles de Roma en la 1ª lectura de hoy. Pero no es sólo para Abrahán sino que eso mismo se extiende a todos los que creen en el Señor y se fían de él y creen en Jesús, entregado a la muerte por nosotros y resucitado de entre los muertos para nuestra salvación.
          Tendremos que concluir que tampoco es un discurso exclusivo para los romanos sino que viene a hacerse realidad entre nosotros los que vivimos hoy y a los que nos llega la seguridad de la fe para creer y para fiarnos de Dios, cuya promesa permanece, y que se ha hecho realidad permanente en Jesucristo, que sigue ofreciéndose al Padre, y trayendo sobre nosotros su salvación.

          Alguna vez he hecho alusión a la mala costumbre de determinadas personas que recurren al sacerdote para que dirima las cuitas que se producen en un matrimonio, o entre padres e hijos, entre familiares… Parece como que cada cual quiere apoyar su “razón” en el veredicto que dé a su favor el sacerdote… Hoy lo vemos reflejado claramente en aquel que viene a Jesús (Lc 12,13-21) con la pretensión de que Jesus dirima un tema de herencia entre dos hermanos: Dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo. A lo que Jesús responde claramente: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez entre vosotros? Muy sencillo: Jesús no está para eso. Podríamos ampliar: la Religión no está para eso. Los sacerdotes no están para eso.
          Pero Jesús va siempre más allá del caso concreto. Y amplía la visión al tema de la avaricia. Y lo hace con su sistema preferido, el de las parábolas. Y cuenta aquella del rico que ha obtenido una inmensa cosecha, tal que no tienen capacidad sus graneros para albergarla. Y decide entonces derribar esos graneros, construir otros más grandes y almacenar allí aquella ingente cosecha. Y de ahora en adelante no vivir preocupado de nada, sino de “tumbarse, comer, beber, dormir, y darse buena vida”.
          No se ha planteado abrir sus graneros a los que pueden estar necesitados…, a repartir lo que a él le sobra. Sólo se ha planteado su comodidad para el futuro, su avaricia por tener y guardar para sí. Y lo que no se ha planteado es la incertidumbre de ese futuro que él no tiene en sus manos.
          Por eso Jesús concluye la parábola con esa realidad posible: “Necio, esta noche te van a pedir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Para dejar en claro el principio general: Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.
          No ha sido juez entre dos partes, pero ha dejado claro el criterio contra la avaricia del que quiere todo para sí y no se ha planteado su actitud ante Dios, bajo la luz de Dios. Esta es la labor de la Iglesia en todos sus estamentos: iluminar, dar criterio, no entrar en resolver el caso concreto de una persona que viene a que se le dé la razón. A la Iglesia le toca poner los fundamentos a la luz de Dios y del evangelio de Jesucristo. Y luego cada persona deberá actuar de acuerdo con esos principios bajo la luz de la propia conciencia.
          Aun en el caso del particular que viene a que el confesor le resuelva si algo ha sido -o es- pecado o no, no le toca al confesor dirimir la realidad de lo que haya sucedido. Cada persona tiene su propia conciencia y debe examinar de acuerdo con su conciencia y a los principios generales. No le suplanta la opinión del confesor. A éste le toca poner por delante esos principios y al penitente asumir su propia responsabilidad.

          El caso más llamativo es el de los escrupulosos que preguntan sin parar si “esto fue pecado o no”. Generalmente pretenden que el sacerdote resuelva su caso, y con eso se dan por tranquilizados de momento porque el sacerdote ha asumido la responsabilidad que le corresponde a tales escrupulosos. De ahí que el confesor no debe nunca cargar con esa responsabilidad “vicaria” para tranquilizar al penitente, sino hacerle consciente de que él y sólo él es el responsable de sus soluciones: se le da el principio general y se queda la Iglesia al margen de esos escrúpulos. Que, por lo demás, son tan obsesivos, tan repetitivos, tan enfermizos en muchas ocasiones, que de nada sirve haber solucionado un caso concreto, porque ese mismo caso volverá cien y mil veces de la misma manera. Razón de más para que el sacerdote no se inmiscuya en tales situaciones.

domingo, 22 de octubre de 2017

22 octubre: DOMUND

Liturgia:
                      El evangelio de hoy (Mt 22, 15-21) es uno de los que más interpretaciones ha tenido en diversas formas y aplicaciones. La que parece a primera vista es demasiado simple: cada poder tiene sus propios intereses: el poder civil y la institución religiosa. En ese caso, hay que pagar los tributos civiles para las obras de orden material (infraestructuras, educación, y las obras de sociales, benéficas…) Pero siempre quedando claro que Dios y los intereses de Dios no pueden ser olvidados. La Iglesia y sus obras parroquiales, benéficas y sociales necesitan también la ayuda de los fieles. La Iglesia vive en la realidad humana y necesita la colaboración humana. No lo pide por imposición (=impuestos) pero lo solicita de sus fieles y del mismo poder civil como ayudas, como compartición de bienes.
          Otro sentido iría más en la línea de respuesta directa de Jesús a aquellos fariseos que se han juntado con los recaudadores de impuestos a favor de Roma. Vienen tendiendo a Jesús una trampa: ¿Es lícito pagar tributo al César? Si dice que no, los herodianos lo denuncian a Roma. Si dice que sí, se pone en contra del sentimiento de su pueblo que abomina aquellos impuestos. Jesús recurre a pedirles la moneda del impuesto y a preguntarles de quién es esa inscripción y esa leyenda que la circunda. Le responden evidentemente que la imagen es del César. La inscripción decía: “Cesar, divino emperador”. Y Jesús desmonta la leyenda porque el César no es divino. Y al responder que “al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, está diciéndoles que el César también tiene que rendir tributo de adoración a Dios.
          Un tercer sentido es una defensa de los pobres, que eran los que más sufrían el acoso de aquellos impuestos reales. Por eso, si es verdad que al César hay que darle los impuestos para las obras materiales, el César debía atender a los pobres. Y los pobres son de Dios.
          Un cuarto sentido se basa en el tema de la imagen. Para los hombres y mujeres que acompañaban a Jesús era evidente que el hombre está hecho a imagen de Dios. Por eso, si bien la imagen del César en la moneda del tributo, lleva a pagar los tributos civiles al César (al poder civil), también el César y el mismo Imperio Romano son hijos de Dios, a imagen de Dios, y esa imagen grabada en su ser de personas, en su realidad humana, les tiene que llevar hasta Dios y a la adoración a Dios.

          Cualquiera de las interpretaciones conduce siempre a contar con Dios, y que el tema del tributo como cualquier otro tema humano, tiene que pasar por la mirada de Dios. Hoy es muy frecuente la pretensión de separar a Dios de los temas humanos, o dicho de otra manera, que la Iglesia no entre en los temas humanos porque “el hombre es dueño de sí mismo” y la Iglesia no debe meterse en esos temas. Y acuden a la misma frase de Jesús para separar los temas espirituales de los humanos: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Sin embargo en esas interpretaciones siempre queda claro que de Dios es la tierra y cuanto en ella se contiene, y por tanto todo tema que afecta al hombre y a la mujer es un tema que tiene relación directa con Dios. Y consiguientemente con la Iglesia de Dios, que es la que hoy nos puede presentar la enseñanza de Dios e interpretar la voluntad de Dios.

          Vendríamos así a caer sobre el tema de hoy, el DOMUND, en el que hemos de aplicar toda la doctrina que nos ha dejado el evangelio. Nuestras misiones y misioneros viven un “tercer mundo” muy necesitado en todos los sentidos, por sufrir persecuciones y muertes, y porque necesitan para su desarrollo (enseñanza, obras sociales y benéficas, y la misión en sí misma) de los medios materiales de que carecen. Entonces tiene que vivirse la comunicación de bienes, por la que los que hemos tenido el privilegio inmerecido de vivir en países desarrollados y prósperos, hemos de sufragar las necesidades de esos otros hermanos nuestros que son pobres, y que son predilectos del Señor.

          Si siempre la EUCARISTÍA nos ha de poner en comunicación con nuestra realidad para hacerse presente en ella, hoy el sentido de la COMUNIÓN nos mueve derechamente a ese comunicar nuestras oraciones y nuestros bienes con esos hermanos necesitados en las MISIONES DE LA IGLESIA.





          “SÉ VALIENTE. La misión te espera”. Sintamos esta realidad como dicha a cada uno.

-         Para que sintamos la llamada de Dios a ser valientes en nuestro interés por las Misiones, Roguemos al Señor.

-         Para que nuestro interés nos lleve a pedir mucho por esta mies que se abre en el campo de las Misiones, Roguemos al Señor.

-         Para que nuestra oración vaya acompañada de nuestra ayuda económica a favor de las Misiones, Roguemos al Señor.

-         Para que la Eucaristía nos haga sentir la Comunión con estos hermanos nuestros que viven en más difíciles condiciones, Roguemos al Señor.


Mira, Señor, con misericordia a tantos misioneros que entregan sus vidas por el bien de miles de almas, y concede a esas almas la fidelidad y la fortaleza.
          Por Jesucristo N. S.


sábado, 21 de octubre de 2017

21 octubre: Estar de parte de Cristo

Liturgia:
                      Por ahora lo que tenemos en la carta de san Pablo a los Romanos es repetitivo. 4,13. 16-18 continúa la argumentación que comenzó ayer a propósito de Abrahán: No fue la observancia de la Ley sino la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. La novedad que explicita en este párrafo de la 1ª lectura que nos llega hoy, es que tal promesa de descendencia no se queda en la descendencia legal, sino que también llega a la que nace de la fe de Abrahán como padre de todos nosotros.
          Abrahán creyó contra toda lógica, apoyado en la esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, porque Dios se lo había prometido: Así será tu descendencia. Y la promesa de Dios valía por encima de todas las lógicas y de todas las dificultades. Es la gran diferencia con la Ley. La Ley sólo está para afirmar y para cumplir de acuerdo con la ley. La promesa sobrepasa todo eso y se apoya en la fe en Dios y en la verdad de Dios. Y Dios no falla. De hecho aquella promesa antigua viene a hacerse realidad en la persona de Jesucristo, quien lleva la promesa a realización plena en esa NUEVA LEY que es la NUEVA Y ETERNA ALIANZA, la que se firma con la sangre de Jesús y tiene valor infinito e incuestionable.
          Somos descendientes de la fe de Abrahán y vivimos la fe suprema en la Eucaristía, en la que también nosotros creemos más allá de lo que vemos, y por encima de toda lógica humana.
          El SALMO, con su antífona: El Señor se acuerda de su alianza eternamente nos viene a introducir en esa plenitud que nosotros tenemos ya la suerte de vivir. La promesa se ha hecho realidad, y en esa realidad de salvación estamos nosotros.

          Lc 12,8-12 nos lleva a la fidelidad a Jesucristo y a nuestra misión apostólica, porque el que se pone de mi parte ante los hombres, el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Es el testimonio del cristiano que tiene que adherirse a la Buena Noticia del Evangelio, y aquí se apunta al extremo mismo de la vida, si así llegaran a ponerse las cosas. “Ponerse de parte de Jesús” no es enviar un mensaje o correo electrónico a equis personas, bajo la cierta amenaza de que no hacerlo es “renegar ante los hombres” de  Jesús. La verdad es que esos correos electrónicos en plan de “cadenas” son mucho más una trampa que una confesión de fe. Muy sudamericanas y –repito- muy tramposas para cogernos nuestros “correos” y negociar con ellos.
          Ponerse de parte de Jesucristo es algo mucho más serio que todo eso y se manifiesta en actitudes de vida, en superar dificultades, en “cortarse la mano” si llevara a pecado, y huir de tantas ocasiones que nos brinda el mundo, y tomar posturas drásticas a la hora de evitar determinados peligros morales.
          Toca también el tema de la blasfemia contra el Espíritu Santo, que no es ninguna palabra o acción contra el Espíritu Santo sino la actitud de negativa a la Palabra de Jesús, la cerrazón voluntaria a aceptarlo a él y a su enseñanza. Era la postura de los fariseos. Y es la postura de los que hoy viven esa actitud cerrada ante la fe y ante el evangelio…, y no sólo cerrada sino incluso belicosa y hostil frente a la Gracia de Dios que quiere actuar en el corazón de los hombres.
          Es pecado que no se perdona. Y no es que haya pecados que no tengan perdón sino personas que no se sitúan en actitud de conversión, de cambio, de aceptación de la luz que Cristo trae.

          Jesús enseña que ante el acoso que podemos recibir de “la sinagoga” (de los enemigos de la fe en Cristo), no debemos achicarnos ni sentirnos en un silencio vergonzante. No hace falta tener grandes conocimientos, ni ser maestros de teología. El Espíritu Santo pondrá palabras en la boca para responder lo que tenéis que decir. Es algo de lo que tenemos que estar convencidos, y sabernos capaces de expresar nuestra fe aun en medio de los que atacan y pretenden minar las bases de esa fe sencilla y fuerte de muchos. Ocurre más con personas mayores y por parte de los mismos hijos, nietos y sobrinos. Ellos se las dan de eruditos porque han cogido cuatro ideas tópicas para atacar a la Iglesia, a la fe, a Cristo y a Dios. Sobre tales erudiciones nos queda el gran recurso de nuestra seguridad vivida años y años y que nos ha sostenido en la paz y la felicidad de nuestra vida y en la seguridad de nuestras creencias. Son mucho más fuertes que las ideas cogidas con alfileres de quienes no tienen apoyo alguno porque se han quedado sin la gran fuerza de la fe.

viernes, 20 de octubre de 2017

20 octubre: La hipocresía

Liturgia:
                      Seguimos en el mismo argumento de Pablo en su carta a los fieles de Roma (4,1-8): quien salva y da la gracia es Dios. Las obras  de la persona no son las que pueden arrancarle a Dios lo que por parte de Dios es un regalo (=gracia). Y pone el ejemplo de Abrahán. Abrahán hizo obras muy meritorias, heroicas. Sin embargo lo que le vale a Abrahán no es lo que él ha hecho sino el haberse fiado de Dios, el haber acogido la voluntad de Dios, el haber dejado que Dios actúe a su manera. Eso es lo que se le computa como justo.
          Y argumenta Pablo: a quien trabaja a jornal no se le debe la paga como regalo sino como obligación. Pero desde el pecado nadie puede trabajar a jornal sino en súplica. Y Dios absuelve al culpable. Absuelve por pura gracia, por pura benevolencia suya. Por eso, dichoso aquel a quien no se le toma en cuenta su pecado y es absuelto de su culpa. Sólo Dios puede hacer eso.

          Lc 12,1-7 empieza con una advertencia de Jesús a aquellas multitudes, aunque dirigiéndose primeramente a sus discípulos: Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea con su hipocresía. A Jesús le gustan las imágenes y en vez de decir llanamente que se cuiden de la hipocresía de los fariseos, emplea la imagen de la levadura que hace fermentar la masa. Tener cuidado de caer en esa levadura que podría contagiarlos con esa serie de formas religiosas externas con las que influyen en las gentes, y de las que los discípulos se deben alejar.
          Lo externo no tiene entidad, no tiene valor por sí mismo. Por eso lo que se haga externo expresará lo que hay en lo interior. Y precisamente por eso, lo que queda oculto en el fondo de la persona, acabará manifestándose al exterior y se predicará desde las azoteas porque no hay nada escondido que no llegue a saberse. Y lo que se diga de noche, va a salir en público a pleno día. La hipocresía se va a descubrir a la primera de cambio. De hecho se descubre fácilmente.
          Por eso no tengáis miedo, amigos míos, a los que matan el cuerpo pero no pueden hacer más. Por fuera pueden hacer daño, pero lo que cada uno es no puede ser atacado porque cada uno es lo que es en su interior. Ahí está la verdadera fotografía de la persona.
          Os voy a decir a quien tenéis que temer: al que tiene poder para matar y después echar en el fuego. No es extraño que la gente interprete que ese que tiene tal poder es Dios. Eso está fuera de contexto porque renglón más abajo habla de Dios como el que se cuida del hombre más que de los pájaros. ¡Y ya se cuida de los pájaros!, de manera que  ni uno cae sin la autorización de Dios. O los cabellos: que si caen, ya Dios los tiene contados y no deja que caigan sin su permiso. No es, pues, Dios el que mata y echa al fuego. Eso lo hace el espíritu del mal, que es al que hay que temer. En cuanto a Dios, expresamente dice Jesús: Por lo tanto, no tengáis miedo. El miedo nunca puede tenerse con respecto a Dios, que es providente y tiene amoroso cuidado de todos.
          Hablando de “las prácticas externas” es natural que no es que haya que suprimir la expresión externa de la fe. Lo malo es cuando sólo queda lo externo. Pongo por caso: la persona que se cree en pecado porque no fue a Misa. Pero no fue a Misa porque estaba ingresada en un Hospital, o porque estaba en un campo distante de la Iglesia. ¿Por qué esa persona se cree estar en pecado? –Por la mera razón externa de no haber ido a Misa. Ya no se entienden las razones objetivas que –de hecho- impedían la asistencia a la Misa, y que por tanto ahí no ha habido ningún pecado ni apariencia de pecado. Pero “lo externo” (“ir a Misa”/ “no ir a Misa”) es lo que cuenta en la conciencia de esa persona.
          De eso es de lo que Jesús previene de “la levadura de los fariseos”, del mero ritual exterior como forma de religión. Jesús expresará a la samaritana que “los verdaderos adoradores adoran a Dios en espíritu y verdad”. Y la expresión externa de esa adoración tiene el valor que brota de lo interior. La tal persona irá a vivir la Misa del próximo domingo en que esté en condiciones de poder asistir y participar.

          ¡Ah!: esa es otra. No basta con “ir a Misa”, “cumplir el precepto”. El tema hay que plantearlo desde la más sincera participación y los efectos que eso va a tener en la vida concreta diaria de la persona. Porque el solo “ir a Misa” puede ser tan farisaico como las puras prácticas exteriores (=levadura de los fariseos).

jueves, 19 de octubre de 2017

19 octubre: Gracia y Ley

Liturgia:
                      Rom 3,21-30 es una apología de la Gracia que nos salva. Y la Gracia nos llega por Jesucristo. Quizás la frase que lo condensa todo es ésta: Todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús.
          Quiere decir que de la situación de pecado no se puede salir por propias fuerzas ni por cumplir la Ley. La justicia de Dios (la gracia) atestiguada por la Ley y los Profetas se ha manifestado independientemente de la Ley. Así quería Dios demostrar que no fue injusto dejando impunes a los pecadores, mostrándose tolerante con los pecados del pasado. Lo que Dios quería manifestar era que la justicia salvadora cancela la culpa del que apela a la fe en Jesús. Es Jesús quien salva por sus méritos alcanzados por su muerte y su resurrección. No ha lugar al orgullo, ni a apoyarse en las propias obras, porque el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. Por eso no llevan ventaja los judíos sobre los gentiles, puesto que unos y otros se salvan por la misma fuerza: la de la fe en Jesucristo. Esa fe abarca igual a los judíos circuncisos que a los gentiles que no han sido circuncidados.
          Un ejemplo puede hacerlo gráfico: un accidentado en una carretera no tiene modo de superar aquella situación por sí mismo ni por muchos esfuerzos que haga. Tiene que venir alguien de fuera que lo recoja y los lleve a un Hospital. Lo primero reflejaría lo que puede dar de sí el cumplimiento de las Ley judía. Lo segundo manifiesta lo que hace Jesús con nosotros: él nos recoge y nos cura gratuitamente. Es la fuerza de la gracia…, o lo que es la fe en la salvación que nos trae Jesús.
          Hay una aplicación concreta que tenemos que entender muy fácilmente: el pecado que se ha cometido no puede perdonárselo el mismo pecador. (Eso de “confesarse con Dios directamente” es una falacia que no tiene valor alguno). Necesitará de ir al confesor, que es quien –en el nombre de Jesús y por los méritos de Jesús- puede perdonarlo. Por tanto el perdón viene desde fuera y no por muchas obras que hiciera el que pecó. Viene por pura gracia y no por los méritos propios que pudiera acumular…, pero que precisamente no acumula porque no está en amistad con Dios.
          No estaría de más que los penitentes que se acercan al Sacramento de la penitencia dejaran ya de rezar mientras el Confesor da la absolución. Es el Sacerdote quien en nombre de Cristo perdona gratuitamente. En ese momento no tiene ningún valor el propio rezo del penitente pues él no puede hacer nada a favor propio, y sólo le queda que acoger el perdón que le llega, al que asiente y se apropia por el AMÉN final. El “amén” es un acto de fe por el que se recibe gozosamente la gracia que da Dios a través del Sacramento.

          Quedaría rubricado por el evangelio de hoy (Lc 11,47-54) en el que Jesús echa en cara de los fariseos que ellos quieren justificarse construyendo mausoleos a los profetas…, esos profetas que sus antepasados mataron. Y los fariseos están de acuerdo con esos antepasados construyendo aquellos sepulcros. Pero se le pedirá cuenta a esta generación de la sangre de aquellos profetas. No vale el intento de “lavar la culpa” a base de hacer mausoleos. Lo que se pide a esta generación es mucho más alto: es la acogida de evangelizadores. Se les va pedir cuenta de la sangre derramada desde Abel hasta Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.
          Se va a pedir cuenta a los juristas que se han quedado con la llave del saber, cuando –por otra parte- ni han entrado ni han dejado entrar.
          Todo eso revela una generación encorsetada en formas externas con las que intenta satisfacer lo “religioso” (la relación con Dios). Sin embargo eso no agrada a Dios, no llega hasta el Corazón de Dios. Todo el cúmulo de formas externas y humanas que pueden tener como vitales aquella generación, no llega ya a Dios. La solución va por el camino que Jesús enseña, y por el camino que Jesús vive. Es la obra de Jesús la que vale. Es la gracia. Es el vivir apoyados en Jesús y en los singulares méritos de su vida, pasión y muerte. Eso es lo único que se sobrepone a todo lo demás. Por eso volvemos al argumento de la 1ª lectura.

          Acaba este evangelio con los fariseos pretendiendo acosar a Jesús con sus preguntas capciosas, para ver cómo cogerlo en sus mismas respuestas. Todo, menos dar su brazo a torcer. Y por tanto encerrados en sus propias ideas y pretendiendo salirse con la suya.

miércoles, 18 de octubre de 2017

18 octubre: San Lucas

Liturgia: SAN LUCAS, evangelista
           Creo que el especialista litúrgico que escogió la 1ª lectura de la fiesta no estuvo afortunado. Cierto que es un texto que nombra a Lucas, pero el resto no dice nada que pueda ser útil a la concurrencia que asiste a una celebración en este día del evangelista Lucas. De hecho, en el Oficio de Lectura se elige una que deja un contenido que edifica y da un sentimiento de devoción. No nombra a Lucas pero ese texto lo escribió él. Y hubiera dicho más que el que nos ocupa: 2Tim 4,9-17.
          Intentando sacarle algún provecho a esa cita, diremos que tiene un sabor familiar, una comunicación de andar por casa, unas letras en las que Pablo revela su parte humana, con su dolor por los que se han ido o –peor aún- los que le han jugado una mala pasada. Lo mismo en los encargos que le hace a Timoteo sobre el abrigo o los libros de pergamino. Es decir: es un texto muy humano, que expresa sentimientos muy humanos y nos pone ante un Pablo muy sobre la tierra.
          Sólo Lucas está conmigo es lo que ha hecho que se elija ese párrafo de encargos y comunicaciones tan sencillas.

          El evangelio (Lc 10,1-12. 17-20) escrito por Lucas, manifiesta el envío de Jesús de “otros 72 discípulos”. No significa que Lucas estuviera entre ellos pero se le aplica, como alguno de los enviados para anunciar el Reino de Dios, y por tanto para manifestar la doctrina de Jesús. Jesús iría después. Estos otros preparaban el camino. La mies es mucha, los obreros, pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Ahí sitúa la liturgia la realidad de Lucas, el evangelista que nos trasmitió la vida de Jesús, y tuvo extraordinarias intuiciones para dar a conocer el Corazón misericordioso de Jesucristo. Lo de menos es que fuera uno de entre los 72. Lo importante es la misión evangelizadora que llevó Lucas a cabo con su enseñanza. No fue primero él a las aldeas y ciudades y luego Jesús, como dice el texto de los 72 enviados. Pero Lucas nos describe las andanzas y las enseñanzas de Jesús y nos trasmite lo más sentido del Corazón de Cristo. Podríamos decir que Lucas es el evangelista de la delicadeza y humanidad de Jesús, de su cercanía y su ternura, de sus sentimientos profundos en los que nos dejó la mejor descripción del Padre Dios.
          El capítulo 15 de San Lucas es para encuadernarlo en libro de oro. La parábola del Padre Bueno no tiene comparación con ninguna otra. Es la parábola que ha convertido más almas desde su delicadeza del perdón incondicional y un corazón de un padre que se vuelca plenamente sobre el hijo díscolo –pródigo- y le da todo como si allí no hubiera pasado nada. Corazón de padre que no guarda nada de resentimiento, y mucho menos de castigo o reprensión al hijo que vuelve. Y para afinar todavía más, dará la cara ante el hijo mayor, al que también trata con delicadeza pese a sus reacciones hostiles contra el hermano y contra el mismo padre. “Hijo, todo lo mío es tuyo”, le dice a ese hijo protestón, soberbio y engreído, expresándole también a él su corazón abierto para acoger.
          El gran mensaje de este evangelio de la fiesta es la palabra final: Está cerca el Reino de Dios. San Lucas quiere dejar claro que la misión de aquellos discípulos que Jesús envía, es una misión de paz. Si en la casa en que entréis hay gente de paz y os reciben, quedaos allí, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decidles: “Está cerca de vosotros el reino de Dios”.
          Evangelista de la paz y evangelista del Reino. Precisamente es Lucas quien narra aquel momento cumbre de la cruz cuando el malhechor admirado de la paz interior de Jesús, ajusticiado como él, acaba pidiendo a Jesús que se acuerde de él cuando esté en su reino. En medio de aquella catástrofe del Calvario, aparece de nuevo el Reino de Dios. Y Lucas tiene este rasgo sublime de Jesús, que promete al ladrón que hoy estarás conmigo en el Paraíso. Sí, en efecto: ajusticiado, aparentemente vencido, hombre que es una piltrafa humana, un objeto de burlas y desprecio, se yergue en el evangelio de Lucas y se manifiesta Rey y dueño de ese Paraíso al que llevará consigo al hombre que en el último minuto se ha volcado hacia él. Alguien dijo que por eso era “buen ladrón” porque robó el corazón de Cristo en el momento final.

          Gran riqueza la que nos dejó Lucas, que no había convivido con Jesús, pero que investigó hasta la saciedad los detalles que podían dar a conocer las entretelas del Corazón del Maestro.