lunes, 11 de noviembre de 2019

11 noviembre:- Escándalo y Perdón


Este TERCER VIERNES NO HAY ESCUELA DE ORACIÓN. Pasa al cuarto viernes. día 22
LITURGIA
                      Comienza el libro de la Sabiduría (1,1-7). Como libro de grandes pensamientos, no es fácil de resumir o desglosar. Por eso iré haciendo comentarios al hilo del texto.
          Amad la justicia, gobernantes de la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con sencillez de corazón. Ese es el secreto de un buen gobierno: la verdad, la sencillez. El ir a las cosas por derecho. Lo que pasa es que eso no se conjuga con la política, que es un arte de medias verdades para alcanzar solapadamente unos fines, que no nacen precisamente de la sencillez y del juicio correcto.
          La verdad no tiene doblez, Porque se manifiesta a los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían de él (de Dios).
          Por el contrario, Los pensamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder (el de los retorcidos), puesto a prueba, confunde a los necios (acaba volviéndose contra ellos).
          La sabiduría no entra en alma de mala ley ni habita en cuerpo sometido al pecado. Esta frase podría ponerse en el frontispicio de la vida de cada persona. Pues el espíritu educador y santo huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y es ahuyentado cuando llega la injusticia. Ante la injusticia, el espíritu recto huye
          La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al blasfemo (quiere decir que el blasfemo es un necio donde no ha entrado el espíritu de la sabiduría); la sabiduría inspecciona las entrañas, vigila atentamente el corazón y cuanto dice, la lengua.
          Pues el espíritu del Señor llena la tierra, todo lo abarca y conoce cada sonido.

          En el evangelio (Lc.17,1-6), Jesús habla de la gravedad del escándalo. Reconoce que escándalos tiene que haber, pero ¡ay del que los provoca! Hay un escándalo que es el de los pequeñuelos pusilánimes, que difícilmente puede evitarse porque el problema no está tanto en el que “provoca” cuanto en la estrechez de miras de ese pequeñuelo, que apenas deja margen para acoger algo que no le venga bien a su concepción de la vida. Como el que se escandaliza de que el sacerdote no realice en la Misa el rito del lavabo, o que lea las lecturas una persona con la falda por encima de la rodilla.
          Ese “escándalo” es imposible de evitar porque el problema no está en el hecho sino en la captación que una persona hace del hecho.
          El otro escándalo es el del mal ejemplo en cosas de importancia mayor, que llevan a la persona el peligro de pecar. Que un cristiano engañe en sus negocios o en su declaración a hacienda, induce a otros más débiles a hacer igual. Y a esos –dice Jesús- más les valdría que le encajasen al cuello una rueda de molino y los echasen al mar. Es el principio básico de que más vale morir que pecar. Y el escándalo que provoca la caída de “un pequeñuelo” (una persona de buena fe), es algo muy grave que haría preferible morir el que escandaliza.
          Viene a continuación el tema del perdón: al que me ofende, lo primero que puedo hacer es llamarle la atención. Y si se arrepiente, perdonarlo. Y eso no sólo una vez sino “siete veces”, es decir, siempre. El perdón tiene que presidir la actitud de la persona, que se hace más grande cuanta mayor es su capacidad de perdonar. No es más débil el que sabe perdonar, sino magnánimo, de corazón grande, y que está tanto más por encima de su ofensor cuanto que no le alteran las ofensas que recibe de él. Sobre todo cuando, como dice Jesús, el ofensor reconoce su error y dice: “Lo siento”.
          La objeción que surge siempre es que una vez y dos y tres… está bien, pero cuando son “siete veces”, ¿dónde está el sentimiento de esa persona? Pues dice Jesús que también en las “siete veces”. El modelo es Dios. Cuando una persona se acerca al confesionario “siete veces” con las mismas cosas (a veces importantes), el confesor intentará hacerle reflexionar que es dudoso su arrepentimiento cuando cae siempre en lo mismo y tiene que confesarse de lo mismo. Pero la realidad es que de parte de Dios hay siete veces más una en la que le dice: “yo te absuelvo”. Y será la compasión de Dios la que podrá ir levantando en tal persona un sentimiento de dolor sincero y por tanto de propósito verdadero y concreto para evitar aquello que le ha traído las “siete veces” al pie del confesionario.
          Lo que el Señor pide en todo caso es una fe, siquiera como un grano de mostaza, que bastaría para decirle a la morera: arráncate de ahí plántate en el mar, y aquello se haría. Lo que sirve para examinar el grado de nuestra fe.

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