martes, 30 de abril de 2013

Evangelio de vida


Mc. 3, 31-35
             Yo considero el Evangelio un Libro de Vida; no un libro piadoso. Y al ir a él llevo ya delante la realidad cotidiana que se da, bajo mil formas, en ese devenir de la historia humana.  Comienzo así porque voy a explicar una interpretación que yo hago y que no es que tenga fundamentos bíblicos ni exegéticos; quiero decir: que puede no ser “científica”, pero que la creo muy razonable, porque –además- yo la he vivido en mis carnes.  A la otra parte está el sentimiento piadoso, devoto, espiritual o espiritualista de aquella señora –de cultura muy religiosa de allende los mares- que creyó que mi interpretación desdoraba a María, la Madre de Jesús, a quien esta señora atribuía el conocimiento de todo lo que podía suceder, y que, por tanto, no era posible que los parientes la llevaran engañada a ese encuentro con Jesús, que se narra en el texto que comento.
             Y vamos a ver si aterrizamos.  No hace apenas nada que aquellos parientes, mucho más desconocedores del misterio de Cristo y de su misión mesiánica, vienen a Jesús con la intención de llevárselo al pueblo, porque lo que Jesús está haciendo, enseñando y aun enfrentándose con los fariseos, lo consideran aquellos parientes como una locura de Jesús, un no estar en sus cabales, un estar fuera de sí.  Y como están viendo desde un plano meramente emocional, humano, y que no entienden ni sospechan más allá de lo que ven, Jesús ha perdido el equilibrio mental y se ha creído a sí mismo como un enviado de Dios.  Perdonadme los lectores la comparación: es como quien llegara a creerse que él es Napoleón.  Por eso lo mejor que pueden intentar es sacarlo de aquella situación, llevárselo al pueblo, y que vaya perdiendo fantasías.  No les salió aquel intento. Y ahora lo repiten pero con el anzuelo de traer a la Madre, a la que invitan a ir a ver a Jesús. Y que María, con su bondad natural y limpieza de pensamiento, acepta sin saber ni sospechar la coartada que se trama.
             Aquí entra nuestro texto de hoy y mi modo de entenderlo, que está ya dicho, en síntesis, en esas líneas anteriores.
             Y cuando Jesús está en plena misión, en su enseñanza, en su labor de explicación y propagación del Reino de Dios, recibe un recado de sus parientes: Tu Madre y tu familia están ahí fuera y quieren verte.  Tomado llanamente, no tendría más trastienda.  Aunque la realidad más normal hubiera sido esperar que acabara su momento de enseñanza, y luego acercarse con la mayor naturalidad para verlo.
             Jesús no ve nada claro aquello, teniendo los antecedentes que tuvo la anterior llegada de aquellos familiares.  Y mucho menos claro que su Madre se meta en ese modo de proceder, puesto que María ha sido siempre la gran Mujer que ha vivido con fidelidad suprema y respeto absoluto los diversos pasos de Jesús.
             María, por su parte, vive ajena a la trama que hay debajo de esta invitación que se le ha hecho a venir a ver a su Hijo. Y tiene mucha ilusión en verlo, pero jamás interfiriendo su obra.  Por eso nada le extraña a Ella la respuesta que devuelve Jesús a los recaderos: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?  Y recorriendo con su mirada al grupo que tiene delante y que está acogiendo su predicación, responde:  Mi madre y mi familia son éstos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.  Repito: a María no le extraña nada aquella respuesta que, por otra parte, Ella acepta con inmenso gozo, puesto que se hizo esclava del Señor y no deseó otra cosa sino que se hiciera en Ella conforme a la Palabra de Dios.
             Por eso lo que ahora descubre María es que no ha sido todo limpio en aquella invitación de la familia.  Que la familia no entiende, evidentemente, lo que hay en Jesús.  Y aunque lo afectivo en María es encontrarse con Jesús, ahora se siente incomodada, porque ve a las claras que aquello no ha ido con limpieza.  ¡Y lejos de Ella estorbar, ni lejanamente y ni por mucho que le tire su afectividad, los planes de Jesús y la voluntad de Dios, a quien Ella se da absolutamente!
             Y si el Evangelio es –decía yo al comienzo- UN LIBRO DE VIDA, no sé leerlo de modo espiritualista, sino enfrentándome a las realidades del día a día.  Y está patente que la parte emocional y emotiva propia y del entorno, nos puede separar de esa línea diáfana, de pureza extrema del corazón, por la que nuestras formas de proceder carezcan de la necesaria libertad de espíritu que nos pide una visión de la vida desde el Evangelio. Cuando hoy estamos a vueltas con la nueva evangelización, podemos caer en el error de verla como “meditar más el evangelio”, “estudiarlo mejor”, “predicarlo más”…, y que seamos capaces de quedarnos al margen, como quien ve pasar…  Y esa no es la nueva evangelización, sino hacer el Evangelio VIDA, ir a las raíces, tomárselo en serio para uno mismo, cambiar actitudes, dejar a un lado tantas cosas con las que nos hemos acostumbrado a vivir con una vela a Dios en la mano y otra al egoísmo propio en la otra mano.
             Porque ¿cuántos fieles cristianos practicantes y seriamente buenos, estamos viviendo a medias tintas, saltándonos aquellas partes del Evangelio que no nos resultan cómodas?  ¿Matrimonios…? ¿Hijos en el matrimonio? ¿”Medios” en el matrimonio?   En otros casos: el mal uso del Internet, con una adicción a páginas inadmisibles para una conciencia recta cristiana. No dejemos a un lado las injusticias sociales, los abusos de los más débiles económicamente, el fraude, el engaño, la “cultura del pelotazo”…, que se viven simultáneamente a las apariencias religiosas. O la mentira para salir adelante, la competitividad inmoral que pisa el derecho del otro…; el egoísmo que encierra en los propios intereses… Sin olvidar la facilidad con que “separados”, “divorciados”…, parejas…, dicen vivir su fe en Dios muy de verdad, mientras están al margen de los mandamientos de Dios.  Y los “pecados menores” del disimulo, las sensibilidades no dominadas, el orgullo de “la verdad poseída” y de n plantearse nunca la duda de si puedo estar errado… Y cada “etcétera” que podamos añadirle cada uno de nosotros.  Porque aquellos parientes de Jesús creían hacer una buena obra trayendo a María como coartada…, y pretendiendo llevarse a Jesús y quitarlo de la obra que llevaba a cabo.
             ¿Estará aquí la urgencia de nueva evangelización, a la luz de una lectura “muy humana” de realidades que están ahí en el Evangelio?

lunes, 29 de abril de 2013

Pecado sin perdón


Mc 3, 22-30
             Si “ayer” fueron los propios familiares de Jesús quienes pensaron de Él que no estaba en sus cabales, hoy son los fariseos quienes hacen su propio juicio sobre Jesús. Evidentemente mucho más pernicioso.  Jesús había liberado del demonio a un pobre sordo y mudo (este detalle lo sabemos por otros evangelistas). Y los fariseos ridiculizan ese hecho, diciendo que Jesús expulsó el demonio con la fuerza del demonio.  Pero para más ridículo, emplean el nombre –casi de burla que daban al demonio- de Beelcebul, cuyo sentido es despectivo: príncipe de las moscas.
             Jesús –que está muy en sus cabales- les razona el absurdo que acaban de cometer por tal de humillarlo o burlarse de Él. Y les dice: Si Satanás echa a Satanás, es que él está dividido. Y si está dividido, no puede subsistir.  Un hogar que está contra sí mismo, no puede quedar en pie; se destruye a sí mismo. Por eso si Satanás está dividido contra sí mismo, no podrá mantenerse.
             Pero si es que otro más fuerte que él, viene y lo vence, entrando en su casa y saqueando su ajuar, es que está por encima de él.
             El razonamiento era magnífico.  Y aunque no explicite, está mostrando a las claras que Él es más fuerte que Satanás y actúa con un poder mucho mayor que el de Satanás, cuando puede echar a Satanás de su casa.
             Podría haberse quedado ahí, y bastaba para mostrar que la realidad que ha sucedido ha sido la propia fuerza de Dios, que es el que es más fuerte que el demonio.  Pero quiere ahora entrar mucho más a fondo porque los fariseos han de recapacitar en lo que dicen y hacen porque lo contrario es muy arriesgado.
             Habla Jesús de la realidad posible a toda persona, que es pecar; aun el más diabólico pecado que es la blasfemia.  Pues bien: la misma blasfemia puede tener perdón en cuanto la persona entre dentro de sí y reconoce su pecado y se arrepiente y pide perdón a Dios. TODO PECADO TIENE PERDÓN y para eso precisamente vino Cristo “y expulsa los demonios esclavizadores”, y perdona.
             Pero hay una situación muy grave y sin salida: cuando el que ha pecado, cualquier pecado –habla Jesús de auténticos pecados- no reconoce haberse equivocado o haber obrado mal, sino que se reafirma en lo hecho, o lo justifica o pretende escaparse por la tangente. Le ofrecen muchas oportunidades para que recapacite y para que, reflexionando, acabe admitiendo que ha pecado…, y por tanto, pidiendo perdón y tratando de volver a empezar.  Mientras haya esa actitud, mientras haya esa nobleza, TODO PECADO TIENE PERDÓN.
             Judas pecó. Tan gravemente que fue traidor de un amigo, y lo puso en manos de los enemigos. Tiempo tuvo para no hacerlo.  Y una vez hecho, tiempo tuvo para llorar su pecado y buscar la solución. Pero Judas era demasiado soberbio para eso. Y aunque tuvo el arrepentimiento mortal de su propia humillación al verse tan sucio, no tuvo el valor de reconocer que su pecado necesitaba otro tipo de arrepentimiento humilde y rendido ante Dios.  No llegó hasta ahí. Si malo y grave había sido su traición, fue mucho peor su desesperación por verse tan ruin. Por eso no tuvo perdón. Y no era porque le faltara corazón a Jesús para perdonarlo, aunque ya fuera a la muerte.  Lo que le faltó a Judas fue la humilde actitud de pecador arrepentido.  Y “fue al lugar que le correspondía”, como declaró Pedro más tarde.  Judas se ahorcó y reventó por medio.  Es el retrato exacto de su final espantoso.
             Cualquier persona puede pecar. Y negar a Jesús, y BLASFEMAR CONTRA DIOS.  Ahora caben dos salidas: o llorar como Pedro, arrepentido en lo más hondo de su alma, y buscar ayuda y abrigo donde puede ser perdonado.  Y LO FUE.  O tomar la postura de Judas, que ni tiene arrepentimiento humilde, ni busca solución en quien puede perdonarlo. Y NO PUDO OBTENER EL PERDÓN.  No porque no tuviera Dios poder y amor para perdonar, sino porque no tuvo Judas actitud de pecador arrepentido que se vuelve hacia Dios.
             Pues bien: a ese pecado recalcitrante, a ese es al que Jesús le puso un nombre peculiar (que a veces altera la paz de algunos, o entran en la senda de los escrúpulos, por no entender lo que Jesús dijo).  Jesús expresa el gravísimo pecado que es NEGAR LA GRACIA DE DIOS. Si alguna palabra puede definir ese pecado directo contra Dios es la palabra BLASFEMIA. Y al ser contra la propia Gracia de Dios, le llama BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO, y afirma entonces rotundamente que esa blasfemia contra la gracia de dios,  no tiene perdón.  ¿Por negarse Dios a perdonar?  NO.  Sino por negarse la persona a reconocer que está en pecado. Por ser una persona que justifica su actitud, su postura, “su razón”, contra viento y marea…, contra toda advertencia que se le hace, contra toda ayuda que se le pretende prestar.  Y aun así, siempre ve la culpa de todo en el otro.  O se parapeta en que “el demonio le ha tentado”, en vez de afrontar su actitud y ver que no hace falta ni demonio para explicar su pecado repetido. Lo que sencillamente ocurre es que el orgullo le ciega y no está dispuesta a cambiar su actitud.  Por más que la Gracia de Dios quiere entrarle y abrirle el corazón, no puede.  Y entonces MUERE CON SU PECADO.  Por eso, por mucho que queramos dulcificar la cosa, esa persona NO HA TENIDO PERDÓN, porque no ha admitido ni ayuda, ni arrepentimiento, ni el mismo perdón que se le ofreció tantas veces y de tantas maneras.
             No se trata, repito, de ningún pecado concreto, por gravísimo que sea. Se trata de una actitud recalcitrante que no se baja del burro de su propia soberbia.

domingo, 28 de abril de 2013

LA IGLESIA


5º domingo de Pascua (C)
             He de confesar que no me es fácil enfocar el tema que nos quieren trasmitir las lecturas de hoy, y por tanto la intención pedagógica concebida para este domingo.  Por eso, forzando seguramente la construcción de la liturgia de este día, vendría a ser la 2ª lectura (que generalmente está al margen del argumento de cada domingo), la que puede abrirnos el cauce del tema que está en la base de hoy.
             En el Apocalipsis (21, 1-5), el evangelista Juan nos comunica una visión que ha tenido: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado.  San Juan está vislumbrando en su visión una realidad nueva que, sin embargo, se da en la tierra.  Y describe una ciudad santa, una Jerusalén que desciende del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su Esposo.  San Juan está describiendo a la Iglesia.  Dentro de la realidad humana, ya es una “ciudad santa”, una ciudad que –aunque terrena- desciende del cielo enviada por Dios, y cuya ilusión y posibilidades son como los de una novia que se engalana para presentarse ante su esposo.  Y el Esposo es Cristo.
             La Iglesia como morada de Dios con los hombres, un Dios que acampa entre nosotros (ellos serán mi pueblo y Yo estaré con ellos), y viene a enjugar las lágrimas de nuestros ojos, y así establece un lugar en el que no habrá llanto, ni luto, ni dolor.  Porque ahora HAGO NUEVO EL UNIVERSO.
             Todo lo cual se vive en una “glorificación” que no es puro gozo ni puro cielo todavía.  Las palabras que el Evangelio ha recogido está pronunciadas por Jesús en el mismo momento en que Judas sale del Cenáculo, llevado por los demonios, dispuesto a entregar a Jesús a los enemigos.  Y en ese instante, con doble sentido, Jesús se siente glorificado. De una parte, porque el lastre que suponía Judas en esa comunidad, dificultaba la espontaneidad y la alegría.  De otra, porque Jesús queda ya abocado a su definitiva glorificación, su muerte que da paso a la Vida sin fin en la Gloria del Padre.  Y aquí, y en ese mismo momento, da paso a la Eucaristía, la que –en el evangelio de San Juan- se define precisamente por el lavatorio de los pies y por el mandato nuevo de Jesús: que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO.  ¡Esa es la Iglesia!  Esa es la Iglesia santa que Jesús viene a crear.
             Y la Iglesia de aquellos cristianos a los que atienden Bernabé y Pablo, exhortándolos y animándolos a perseverar en la fe, a sabiendas de que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios (=la Iglesia).  Y aquellos primeros grupos de creyentes cristianos se van expandiendo, y formando comunidades en las que cuentan las maravillas que por medio de ellos ha hecho el Señor, abriendo a los gentiles las puertas de la fe.  Estamos claramente ante la IGLESIA, en su catolicidad universal, como tema de este domingo.
             Y la reacción instintiva que surge es muy fácil de captar: ¿realmente la Iglesia es esa ciudad santa? ¿Realmente estamos ante una Iglesia en la que todo es nuevo…, que desciende del cielo…, que está como novia adornada para su Esposo?   Y la tentación es descubrir los defectos de una Iglesia, tan hecha entre hombres, y donde queda demasiado ocultada su procedencia del Cielo.
             Y sin embargo es la misma Iglesia que eligió Jesús cuando soñó con sus Doce…, pero uno le salió malo. La misma Iglesia en la que Jesucristo padece tribulaciones…, y sin embargo se siente glorificado, y en la que instituye la EUCARISTÍA, y en la lava del polvo los pies de sus hijos…, y nos vuelve repetir ahora el mensaje de entonces: que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO…, y que como Yo os he lavado los pies, así lo hagáis entre vosotros.
             Una Iglesia con una llave esencial, LA EUCARISTÍA, la que existe aunque haya pecado en medio de la Iglesia, pero donde somos abocados a LA UNIÓN COMÚN, a no renunciar a ese día en que seamos capaces de ponernos a los pies de los otros, y vayamos llevando a realidad esa ciudad nueva en la que no haya ni llanto, ni luto, ni dolor…
             Una Iglesia que sigue haciéndose, que no hemos podido aún llevar a plenitud, y que –no obstante- camina hacia esa plenitud que va a unir los horizontes del Cielo y de la tierra…, de Dios y de la humanidad…, en la que verdaderamente vamos a ser novias enamoradas que se atavían con las mejores galas para ir al encuentro del ESPOSO.
             Estamos en ese estadio intermedio en el que todavía no se ha realizado la plenitud…, pero seguimos perseverando para alcanzarla.
             La pena son los creyentes de poca fe, o de fe desviada y errónea, que se escandalizan por la parte humana de la Iglesia, y han dejado de mirar la historia real, la que Cristo ha creado, y en la que Cristo sigue actuando. Y la que Cristo va conduciendo a plenitud.  En esa barca estamos todos: los que caminamos, la de los que aún no caminan y hasta viven alejados y hasta escandalizados; en la que estamos los que tengan la suerte de creer a pie juntillas, y los que siguen desbrozando muchas marañas interiores o exteriores pero caminan y mantienen su fe a trancas y barrancas. Estamos todos los que no hemos renunciado a aceptar que la Iglesia fue instituida entre humanos y constituida por ellos, bajo el cayado del BUEN PASTOR.

sábado, 27 de abril de 2013

Libertad frente a redes afectivas


ESTOY AQUÍ DE NUEVO. ESTAR TAN PRONTO NO ES MEJOR SEÑAL, PORQUE SIGNIFICA QUE –DE MOMENTO- NO HA HABIDO UNA SOLUCIÓN FAVORABLE.  PERO SIGAMO EN MANOS DE DIOS, PIDIENDO, PARA QUE LA SOLUCIÓN LLEGUE.

Mc 3, 20-21
             Un caso que bien pidiéramos decir que es de vida ordinaria, normal, frecuente… Los familiares de Jesús no han intervenido hasta aquí, al menos de una forma directa.  Han observado la actuación de Jesús y se han ido preocupando.  El pariente que se ha criado en el pueblo y que no era nadie, de pronto predica, se enfrenta a los fariseos, Todo eso, que podía ser a títulos más particular, llega a ser ocasión de preocupación pta la familia cuando Jesús –al estilo de los maestros de Israel, ha dado un paso tan significativo como el de buscarse discípulos y crear escuela.  Y por si fuera poco, las gentes se van entusiasmando con Él hasta el puntos de que vienen tanto en busca de Jesús que ya no le queda tiempo ni para comer. Para los familiares aquello ya es preocupante y optan por venirse por Él con intención de llevárselo y quitarlo del ojo el huracán.  No les interesaba ni les creaba deseos el hecho de aquella fama del pariente. Lo que pretenden es alejarlo del foco, llevárselo y quitarlo de aquella exaltación en la que había caído. Porque pensaban ellos que Jesús estaba fuera de sí, se la había ido el juicio y el equilibrio…  Apartarlo –pensaban- era la mejo solución.
                La realidad es que aquella historia se ha repetido múltiples veces…, y se seguirá repitiendo.  Las familias son más indiferentes a que los suyos escojan una carrera u otra, una pareja u otra.  Pero cuando se trata de un seguimiento en el plano religioso y sobrenatural, surgen –con facilidad- esos pensamientos sobre lo apto o no apto del “pariente” que ha pensado abrazar un determinado modo de  vida que se sale de “lo corriente”. Ahí surgen los recelos, las dudas, las aptitudes, la “necesidad” de que ese camino esté contrastado…, y tantas y tantas veces, pensando la parentela que debe conocer “otros mundos” antes que dar el paso hacia la vida de compromiso religioso.

El pariente que dio el paso y que mantiene su actitud comprometida en su vocación cristiana, ha de ir superando obstáculos y “pruebas” que demuestren con el paso del tiempo y la firmeza de actitud, que no tiene perdido el juicio…, que no está fuera de sí…, que sabe muy bien adónde va y qué quiere.
Jesús se dejó manejar por ellos, y no se fue con ellos.  Siguió haciendo su obra, fiel a su misión.  Y yo acentuaría que también fiel a sus seguidores que han creído.  Por eso las gentes sencillas aquellas lo buscan, se sienten seguros…, miran a sus obras, que dan testimonio del hombre bueno, ¡y más que eso!  Y se fueron con Jesús, aún más que antes.
Hay algo evidente: las obras son el gran aval que alguien lleva en sí. Las obras son el “pasaporte” que deja paso franco por a fronteras de la vida y de las mismas almas de los particulares.  Las masas que seguían a Jesus no eran mero contagio de masas. Las obras que Yo hago, dan testimonio de mí”. Y cuando hay uno que es de corazón libre, y ayuda a los otros a vivir así, liberados de los demonios de sus propias pequeñeces y esclavitudes de mil detalles que atrapan en la vida, el resultado es esa emoción e imantación que se experimenta para buscar ansiosamente al que se tiene como liberación que ensancha el alma.
Y Jesús echaba esos “demonios esclavizadores”, hablaba un lenguaje nuevo que dejaba seguridad en las almas. Y atraía tanto que no le quedará a Él tiempo ni para comer, pero que los demás lo experimentarán como el hombre que está para ellos.  Eso es lo que no entienden los parientes de Jesús que, al fin y al cabo, siguen las pautas “normales” de pensar en sí mismos y buscar las soluciones de sus propias cosas. Al pariente Jesús lo quisieron hacer “volver en sí”…  Pero Jesús sabía muy bien que nadie podía coartarle la misión que Él sentía dentro de sí.  Y decimos de parientes como podemos decirlo de otros…  Hay una tentación constante “en derredor” del “llamado” por los cauces del espíritu, de poseerlo…, de apropiarse de él;  de influirle, de levarlo al propio terreno…, de manipularlo… Unas veces por egoísmos propios; otras, por muy falsas y –hasta a veces- “inconfesables” afectividades;  otras porque es muy difícil de entender lo que ha venido “de arriba” y hasta dónde llega la fuerza de una llamada interior.  Jesús la había sentido, y por eso no se dejó “liberar” por su familia.  Él ya era muy libre haciendo lo que Él veía que debía hacer.  Y nada ni nadie, salvo Dios, podía cambiarle su camino.  Por eso los parientes fracasaron en su intento.  Por eso siguen fallando muchos de esos que quieren dominar y tener copado en su miope terreno al que es libre como un pájaro, y sólo cambia el paso cuando Dios se lo hace cambiar

jueves, 25 de abril de 2013

Elección de los apóstoles


Mc. 3, 13-20
             Una bella escena, con posibilidad de diversas connotaciones.
             Jesús sube a la montaña. Algo así como una rememoración de aquella subida de Moisés al Sinaí, en donde Dios se manifiesta y hace pacto con su pueblo. Lugar, pues, de la Antigua Alianza (Antiguo Testamento).
             Sin los hecho admirables y casi amedrentadores de aquella ocasión (zarza ardiente, rayos, nubarrones…) sino con la sencillez del Maestro que va a escoger unos discípulos de entre muchos que le siguen.
             Y nos dice el texto que llamó a sí a los que Él quiso.
             En castellano el verbo “querer” tiene dos acepciones muy utilizadas en el lenguaje corriente. “Querer” de voluntad: (“quiero comer”), y “querer” del corazón (“te quiero”).  Las dos acepciones encajan perfectamente en este relato.  Quiso Jesús elegir a esos y no a otros. Los eligió porque puso en ellos un signo de amistad (“tú sabes que te quiero”, que respondió Simón a la pregunta de si amaba. Y Simón no se contentó con “amar” genéricamente, sino “te quiero como Amigo” (por el que se da la vida, como ya había enseñado Jesús).  Pues Jesús llamó a los Él quiso. Cómo lo sintamos dentro, será interesante.
             Y se van con Jesús y los destina para que estuviesen con Él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen poder para echar demonios. Y nombra a Doce. Muy lógico en Israel, en donde las doce tribus de Israel tienen un sentido tan importante.
             Y el primero que va siempre en cualesquiera de las tres listas de los sinópticos, es Simón.  Y Simón al que le puso el nombre de Pedro.  Eso era ya de singular importancia, porque un nombre puesto en lugar del otro, estaba indicando misión. Y como “Pedro” es “piedra”, la misión era de cimiento, fundamento, base sobre la que…  Luego nombra a Andrés, hermano de Simón Pedro.  Que en realidad fue el primero en conocer a Jesús, si miráramos el evangelio de San Juan. Y es –junto a Simón- los dos primeros a los que llama Jesus en el Lago.
             Sigue Santiago, hijo de Zebedeo.  Es curioso que en las tres listas va Santiago delante de Juan.  Nosotros, que tenemos idealizado a Juan por aquello de haberlo identificado con las ternuras y finezas del 4º evangelio y “el discípulo amado”, nos debería extrañar –a simple vista- que aparezca así.  Pero es más: cuando nombra a Juan , el hermano de Santiago, dice que Jesús les puso el sobrenombre de Boanerges, que quiere decir “los hijos del trueno”.  Compagina poco ese “apodo” con el “tierno discípulo amado” que tenemos concebido, y que hasta la iconografía nos ha dibujado como un agradable joven.  Por otros pasajes sabemos que no eran tan suaves ni tan inocentes (por decirlo así). Juan pidió “que lloviera fuego del cielo” para castigar a los samaritanos; Juan y Santiago pretenden ganarle por la mano a los otros diez, pidiendo la derecha y la izquierda del reino.  Quiero dejar esas notas no por un sentido de menos aprecio sino porque lo hermoso de estas elecciones es que Jesús no buscó angelitos de chocolate para la obra inmensa que les encargaba, sino gentes del común, como cualquiera de nosotros. Y fue la acción de Jesús, su enseñanza, y el baño del Espíritu –al final- quien hizo de esos hombres los apóstoles que soñó Jesús.
             Siguen en la lista Felipe, Bartolomé (ya no sale como Natanael). Es el orden que San Juan da en su evangelio. Mateo el publicano (el otrora llamado Leví), Tomás, Santiago, hijo de Alfeo; Simón apellidado el Cananeo, Judas Alfeo (o hijo de un tal Santiago) al que el evangelio de San Mateo llama “Tadeo” (y que es el apóstol popular de las fotocopias). Y Judas Iscariote, que aparece siempre con una apostilla: el que le entregó; el que fue traidor.  Y la pregunta es: ¿también a él lo quiso el Señor? ¿lo quiso con amor de amigo?  No nos quepa la menor duda.  Esa falsa manera de pensar que Jesús lo elegía para ser traidor es ofensiva al amor del corazón de Cristo.  Como a los demás, y diríamos que bajo el mismo “epígrafe”, Judas fue elegido para estar con Jesús, para predicar, para echar demonios. Y elegido con la misma ilusión y el mismo amor. En Jesús, y en momento tan crucial no cabe otra cosa
                Hoy es, precisamente, el día de san Marcos. Y aunque su Evangelio puede identificarse desde varios ángulos (el primero sería su comienzo, al que dedicamos un espacio amplio), la liturgia de la Misa de hoy está marcada por otro distintivo especial.  En la despedida de Jesús, antes de irse al Cielo, Marcos pone esas características del verdadero creer. También le dedicamos amplia explicación al tratar la vida gloriosa. Hoy resumiré con breve pincelada. CREER es liberarse de esclavitudes (echar demonios); tener un modo nuevo de sentir, pensar, juzgar, querer y ser (hablar lenguas nuevas). No dejarse llevar de los vicios (veneno que no hará daño). Trasmitir bondad y bienestar alrededor (poner las manos sobre los enfermos, y curarán)

OS RUEGO A TODOS UNA ORACIÓN EN ESTE DÍA.  DENTRO DE TRES HORAS INGRESO EN EL HOSPITAL PARA SER INTERVENIDO EN MIS CORONARIAS. Por eso, faltaré a mi cita diaria por algún tiempo. Imagino que si es poco, pueda ser buena señal.

miércoles, 24 de abril de 2013

Sigue San Marcos


3, 7-12
             Es frecuente que Jesús “huya” de las situaciones de tensión. Cuando no está por medio la gloria de Dios, la defensa de la verdad, el servicio directo a una necesidad, Jesús no entra al trapo de las provocaciones. Y prefiere alejarse del foco de discusión o pelea. Y así, tras aquello de la sinagoga, donde había curado al paralítico de un brazo aun frente al silencio amenazante de los fariseos… (que concluyen que hay que acabar con Él), Jesús opta por la retirada.  Lo veremos muchas veces en ese modo de obrar. Pone tierra por medio, y hasta muchas veces intenta pasar de incógnito. Todo, menos caer en la trampa de la discusión inútil, las explicaciones que no van a ser nunca admitidas por más razones que dé. ¡Tierra por medio!, y esperar que amaine el temporal.
             Así lo vemos ahora que se retiró al mar en compañía de sus discípulos.  Y lo que también es cierto: lo que para los fariseos era motivo de escándalo y tensión, para la gente sencilla era nuevo motivo de atracción. Ese Jesús que se la había jugado en el reto de la sinagoga, había ganado muchos enteros ante la mayoría. Y fue esa mayoría de gente sencilla, de gente del pueblo, de los “simples”…, quienes se fueron tras Jesús.  Y no sólo de quienes habían presenciado la escena directamente. El evangelista nos describe una diversa procedencia de las gentes que le van buscando. Y dice expresamente que era porque habían oído decir cuanto Él hacía. Queda claro que no se trataba ahora de haberlo escuchado, de que Él haya llamado…  Son sus obras más que sus mismas palabras las que dan pie a que se vengan a Jesús de tantos sitios y con tanto deseo de escucharlo.
             Jesús tuvo que prevenir a sus discípulos que tuviesen preparada una barca por si tenía Él que subirse a ella y poder “defenderse” de aquella avalancha, “para que no le atropellasen”.  Y es que en sus obras (ahora no era por palabras que enseñaran y atrajeran) le ponían en el punto de atracción, hasta el paroxismo, de una muchedumbre que lo que veía y entendía eran las obras.  Y Jesús había curado a muchos que padecían el azote de la enfermedad; había echado demonios esclavizadores sin darles cuartelillo para defenderse, porque a los “demonios” internos no les valen razones ni explicaciones ni buenas voluntades. Y Jesús no entra en su terreno porque sabe que serían explicaciones sin fin y sin fruto. Echa esos “demonios”, libera esas esclavitudes, y los que estaban poseídos quedan sanados.  Y de eso se trata, en definitiva: en sanar. Y Jesús se lleva de calle a tantas personas sencillas, que han “leído” en las acciones de Jesús todo lo que les era necesario para sentir la acogida del hombre bueno que “habla” el lenguaje de la ayuda, de la presencia en el momento oportuno, del saber estar donde y cuando hay que estar, aun sin tener que pronunciar palabra.
             Los fariseos se han quedado rumiando. Allá estarán aliándose con los herodianos (y con el mismo demonio, si fuera necesario) para tramar quitar de en medio a Jesús.  No se llegan ni a plantear si la situación vivida en la sinagoga era tan monocorde como ellos la veían, o si cabría entrar en duda de sí mismos y de aquel silencio suyo ante una pregunta tan clara y de frente como la que había hecho Jesús. Los fariseos seguían adelante con su “soniquete” y no daban ni oportunidad a la posible verdad que encerraba la postura de Jesús.
             Ese es el gran problema que hay detrás de toda discusión, tensión,  incomprensión, vano sufrimiento ante estados de contrariedad.  Por lógica, nadie tiene en sus manos todas las cartas de la baraja cuando son varios los que participan en una ronda. Cada uno cree tener “sus cartas” como únicas, y lo difícil es conceder la posibilidad de que hay otras cartas que también entran en el mismo juego y con las que hay que contar a la hora de entender la jugada completa.  Y al final unas cartas ganan y otras pierden, pero sigue una nueva ronda en que pueden volverse las tornas y entonces será otro el que gane esa nueva partida.  Para ganarla hay que seguir en el grupo de los jugadores, y saber que cada cual juega su baza, y que –al final- gana el que permanece.  Y no siempre porque sea el mejor ni porque tenga mejores cartas, sino porque de pronto se ha quedado con toda la baraja porque se ha quedado solo.
             Los fariseos aquellos, los herodianos…, se quedaron en sus deseos de acabar con Jesús…  Desapareció el momento aquel y desaparecieron (hasta que un nuevo envite les ponga otra vez en ascuas).  Jesús siguió adelante. Las gentes lo siguieron encontrando y recibiendo sus acciones benéficas. Los “demonios” fueron expulsados. Los discípulos siguieron con Jesús… De seguro que Jesús se buscó largos ratos de encuentro con Dios porque sólo desde la oración y la búsqueda podría seguir adelante.  Y se planteada si aquella actuación había sido la mejor o si tendría que haber actuado de otra manera.  La oración no era para Jesús un tiempo de “seguridades de sí” sino un gozoso momento de “confrontación”: ¿Había quedado agradado el Padre?  ¿Había que cambiar alguna forma, porque un nuevo momento requeriría una novedad?  Ahí está el meollo de una oración, porque la vida ante Dios no es una posición que se toma “de una vez para siempre” sino una apertura del alma a esa novedad que va surgiendo en el día a día.  El secreto está en perseverar; en seguir ahí, en saber esperar.  Las oportunidades surgen para quienes siguieron estando. Y aquí no hay palabras. Los hechos son los que cantan.

martes, 23 de abril de 2013

Como íbamos diciendo...


Mc. 3, 1-6
                El día que presentó su renuncia Benedicto XVI dejé también cortado el tema que venía desarrollando de forma continuada: el Evangelio de Marcos.  Hoy reanudo por donde iba, recién acabado el capítulo 2.  En ese capítulo se narran una serie de actuaciones que bien podríamos llamar “persecutorias” o inquisitoriales contra Jesús, criticando y atacando todo lo que hacía, acosándolo permanentemente.

              En el capítulo 3 volvemos a encontrar a Jesús en un sábado. Y Jesús mantiene muy claro que “el sábado se ha hecho para beneficio del hombre, y no al hombre como esclavo del sábado”.  Y se encuentra en la sinagoga con un hombre que tenía una mano paralizada.  Que estuviera allí y que estuviera visible podía tener varias causas:  el hombre que venía buscando precisamente la compasión de Jesús…; el hombre que estaba allí en candelero como una trampa que ponían los fariseos a Jesús… O sencillamente estaba allí y Jesús lo ve.
             Sea como sea, lo que nos dice San Marcos es que los fariseos estaban allí acechándolo si en sábado curaba Jesús, porque así tenían ellos razón para acusarlo.  Jesús se sabe observado y con no buenas intenciones. En absoluto, cabría mirar para otro lado y no darle a los fariseos ese gusto de emprender otra causa de discusión.  Pero eso no cabía en Jesús, porque si Jesús se encuentra ante una necesidad, no mirará nunca a otro lado. Sin embargo no pretende provocar, y su forma de proceder es dialogante, pretendiendo el razonamiento de aquellos hombres a los que Él quisiera llevar el sentido auténtico de la RELIGIÓN, como relación de la perdona con Dios, y no del cumplimiento de normas descarnadas, como quien aplica una fórmula matemática de laboratorio.  Y Jesús se dirige a ellos y les hace un planteamiento que va mucho más allá que el de las “leyes”.
             Llama al hombre de la mano paralizada y le dice: Ponte ahí en medio. Y ahora se dirige a los fariseos y les pregunta:  ¿Es lícito en sábado hacer el bien, o es lícito hacer el mal?  [Hacer el mal es sencillamente la omisión cuando se tiene en la manos ls posibilidad de hacer el bien]. Y acentúa la pregunta con una segunda interrogación: ¿Es lícito salvar un alma, o –por el contrario- es lícito matar?  Si actuar supone salvar, no actuar equivale a matar. ¿Cuál de las dos cosas es lícita en sábado?
             Ellos no tenían respuesta a esa manera de presentar Jesús el tema. Ya no se trataba simplemente de curar en sábado…  Había detrás una realidad contraria que suponía hacer un daño positivamente… ¿Es eso lo que los fariseos admitirían: “en sábado se puede hacer el mal”?  Y como se ven con las manos cogidas…, como respondan lo que respondan quedan mal, optan por callar.  [Si decían que se puede hacer el bien, Jesús curará al hombre, y ellos quedan sin argumentos de ataque, porque ellos mismos han dado el visto bueno.  Si dicen que se puede hacer el mal, chirriaría en las mentes de los asistentes. Callando, no comprometen nada. No se ponen a favor de nada ni en contra de nada…, y quedan con su libertad para atacar a Jesús.  Pero hay que reconocer que salen malparados, humillados ante el propio Jesús y ante aquellas gentes de buena fe].
             Jesús esperó… Miró… Pasó la mirada en derredor… Responderían o no pero allí estaban tragando saliva porque la situación les era muy engorrosa.  En Jesús había indignación –nos dice el evangelista-, había pena profunda (“contristado por el encallecimiento del corazón de aquellos hombres”).  Y acabó dirigiéndose al enfermo…  Si nos metemos en el sentir de ese hombre, tuvo que pasar lo suyo.  Estaba colgado de la respuesta de unos fariseos sin corazón.  Eran capaces de negar la posibilidad de que hiciera Jesús el bien con él.  Los momentos se le hacían eternos.  También él miraba en derredor con ojos suplicantes, como quien dice: “Decid que sí se puede hacer el bien”…  Cuando Jesús se dirigió a él y le dijo que extendiese su mano, respiró gozosamente… Triunfaba la lógica, la compasión, la caridad con un pobre paralítico, y quedaba todo más allá que “las leyes”.
             Extendió la mano. No había habido violación alguna del sábado. No había habido “trabajo”. El gesto de extender la mano era idéntico al que los fariseos estaban gesticulando todo el tiempo, sin que por ello pensaran violar el sábado. Se sintió el enfermo un hombre normal, que podía hacer lo que cualquiera de los que estaban allí.  No les debía nada a sus mentores religiosos que, en realidad, eran unos esclavos más paralíticos de su alma que lo que había estado paralizado su brazo.
             Jesús no había hecho nada que pudiera considerarse contra el sábado.  Lo que había dejado muy claro es que Dios está mucho más allá que las normas, máxime cuando tantas de aquellas normas eran exageraciones y casuísticas añadidas por el mundo farisaico.  Y salió con las gentes que se marchaban satisfechas por lo que habían sentido como más propio de la acción de Dios.
             Pero los fariseos habían quedado mal. Mal a los ojos de sus gentes y mal ante ellos mismos porque sabían muy bien que habían hecho el ridículo.  Y eso pretendieron compensarlo –vengarlo- al estilo que les era propio. Saliendo de la sinagoga, y uniéndose a los enemigos naturales que eran los partidarios de Herodes, tomaron la determinación de acabar con Jesús.  Era la solución más rastrera que podían decidir. Pero cuando uno se obceca, ya es capaz de cualquier barrabasada. 

lunes, 22 de abril de 2013

Fiesta de los Jesuitas


MARÍA Y LA COMPAÑÍA DE JESÚS
             El 22 de abril de 1541, San Ignacio y cinco compañeros emitieron sus Votos solemnes en la Capilla de Nuestra Señora de San Pablo Extramuros. Y desde ese momento se consideró a la Virgen como el comienzo o NACIMIENTO de la Compañía de Jesús. Por eso los jesuitas celebramos hoy como FIESTA esta fecha del 22 de abril en honor de la Virgen, como Reina y Madre de la Compañía de Jesús.
             En la liturgia se ha elegido una primera lectura del libro de Judith. Judith aparece como heroína que vence al enemigo Holofernes, por la acción decidida de esa mujer, que salvó a su pueblo de un desastre. Y en consecuencia, cuando regresa a su Pueblo es agasajada por el sacerdote Joaquín como la gloria de Jerusalén, el orgullo de Israel, el honor de nuestro pueblo.  Lo has hecho todo con tu mano. Has devuelto la dicha a Israel, y Dios se ha complacido. La bendición del Señor todopoderoso te acompañe todos los siglos.
             La proeza de Judith se hace con la típica violencia del pueblo judío; pero en la alabanza de Joaquín hay una figura que no puede encerrarse en la persona de esa mujer. La bendición del Dios todopoderoso que ha de acompañarle por los siglos, da el salto hacia la figura de MARÍA, a la que llamarán dichosa todas las generaciones.  En María se cumple en plenitud espiritual cuanto en Judith fue una victoria material. En María, la MUJER del Génesis, está iniciada la victoria sobre la serpiente engañosa, diabólica, Ella será la que trae al mundo al Salvador, que aplastará la cabeza de la serpiente. Y su victoria trasciende ya todos los siglos, aunque es una mujer sencilla del pueblo, pero que ha recibido una misión extrema de Dios el día que el ángel le anunció.
             Ese es el Evangelio de la fiesta pero en la relación dura de San Mateo, en la que María hubiera sido abandonada por José, si Dios no le comunica en sueños que lo que hay en María es obra directa de Dios, y que la criatura que lleva en su seno es EL SALVADOR (=Jesús).

             La Compañía de Jesús sintió la fuerza de MARÍA y la experimentó como REINA Y como MADRE.  Puede no tener hoy buna prensa eso de “Reina”, pero no hay muchos otros modos de expresar el sentido de acogida poderosa que necesitamos los jesuitas por parte de María.
             A la Compañía de Jesús le han encomendado los Papas con mucha frecuencia lo que se llaman apostolados de frontera, que son aquellos en los que se dirime “por centímetros” la gloria de Dios en una obra de Iglesia. Y por lo mismo, tan fácil es llegar a esa “gloria de la Iglesia” como a llevarse los  riesgos del error.  Y por eso la Compañía ha sido tan ensalzada como vituperada, tan alabada como denostada, tan puesta en el candelero como llevarse los palos más fuertes, de dentro y de fuera, en lo político y en lo eclesial, de los de arriba y de los de abajo.
             Judith arriesgó su vida, llegó a poder estar casi en las manos de Holofernes que quería poseerla… Ella jugó esa baza “de frontera” y salió incólume y victoriosa.  Y se llevó las alabanzas, y honores. Un pequeño error le hubiera costado la vida, bien a manos del ejército de Holofernes, bien el desprecio de su propio Pueblo.
             María arriesgó mucho cuando dijo SÍ a la propuesta de Dios. Era persona ya prometida en matrimonio a José, y su concepción misteriosa podía costarle hasta la vida. También Ella arriesgó “en la frontera”. Y quedó incólume, inmaculada, virgen, y reconocida como bienaventurada sobre todas las mujeres, porque Dios había hecho cosas grandes por medio de Ella.
            
             La Compañía de Jesús lleva ese carisma desde San Ignacio, su fundador, tantas veces perseguido, encarcelado, acusado… Desde entonces sabemos los jesuitas que está ahí una parte de nuestra esencia. Y unas veces en cosas grandes (cuando se implica a la Compañía como tal), otras veces en niveles menos llamativos, pero donde se lleva el jesuita las bofetadas por la derecha y por la izquierda.  El jesuita lleva la marca de “la hipocresía”  hasta el punto de que fue la primera acepción que dio el diccionario de la Real Academia al definir el vocablo “Jesuita”. Y en cierto modo nos complace porque somos –como dice Pablo de sí- los despreciados pero no derrotados…, etc.  Hemos de llevar la sana hipocresía de ir bandeando situaciones más o menos fronterizas, que acaban por no ser reconocidas ni valoradas, en las que –pese a todo- se actúa con una rectitud derivada de esa parte del carisma ignaciano que es el discernimiento.  Hemos de actuar con estudio de oración, con horas de reflexión, sopesando pros y contras, llegando a conclusiones que pueden ser comprendidas o no, pero que han sido ponderadas y llevadas ante Dios y arriesgando siempre la posibilidad del error.  Pero partiendo de la mejor buena fe. “Hipócritas” que no sacamos a flote los porqués de determinadas actitudes, situaciones, soluciones, por el respeto que nos producen todos, y lo que hemos de guardar secreto sin que nadie pueda saber lo que tantas veces sufre uno por dentro. “Hipócritas” como Judith y como María, que en situaciones de frontera (mayor o menos; de importancia o menos), toca arrostrar. 

domingo, 21 de abril de 2013

Domingo del BUEN PASTOR


EL PASTOR BUENO
             Hoy llegamos al domingo que es clásicamente llamado del Buen Pastor.  En la secuencia de evangelios de San Juan que vamos a ir teniendo en este tiempo, hoy está ese momento en que Jesús se aplica a sí mismo el anuncio profético de Ezequiel.  Dios había querido que el pueblo suyo estuviese conducido por unos jefes que hicieran de pastores, una imagen completamente familiar a ese pueblo.  Y quedaba entonces la misión del pastor como ese oficio que iba más allá de un mero oficio y se constituía como misión de cercanía y hasta de cordialidad, con esa relación que se establecía entre el pastor y sus ovejas. El pastor se debía a sus ovejas y arriesgaba la vida por ellas;  las ovejas conocían a su pastor y respondían a su voz.  Eso estaba vivido día a día en aquel pueblo palestino.
             Dios toma pie en esa imagen y encarga a unos jefes a ser “pastores” de esas “ovejas” que pertenecen a Dios…, que son el pueblo de Dios. Y por tanto los pastores no tienen posesión de las ovejas sino misión de que esas ovejas vayan hacia su Dueño, que es Dios.
             Sin embargo son malos pastores que en vez de servir al bien de las ovejas, se aprovechan de ellas y las tienen para su ventaja personal. Y Dios entonces promete UN PASTOR BUENO, que cuide a las ovejas y las vaya dirigiendo hacia ese aprisco que son los brazos mismos de Dios. Dios quiere que esas ovejas sean bien apacentadas y pastoreadas y que encuentren su gozo en pertenecer a Dios.
             Y Jesús pone –en el Evangelio de hoy- un triple proceso en la misión que ha recibido: primero es que escuchan mi voz.  Mal podrían seguir al pastor unas ovejas que no conocen el sonido de su pastor. Y “escuchar la voz” de Jesús es bien fácil de comprender: mal podrá seguir a su Pastor Jesús quien no busque de primeras conocer lo que Jesús dice, hace, enseña, desea, siente…  Y para eso sólo hay un camino y ese camino es el Evangelio de Jesús, en donde está la VOZ DEL PASTOR BUENO, que ahí ha dejado plasmada su vida, pensamiento y sentimientos.
             El segundo paso que pone Jesús es que me siguen.  Un seguimiento que no es simplemente el seguimiento de rebaño, que cada oveja va donde las otras, pero careciendo de decisión personal para elegir ese seguimiento. Aquí las ovejas tienen que haber oído la voz de Jesús para que lo sigan con entero conocimiento de adónde van. Cierto que el Pastor ya conduce, pero en el caso de la persona humana no somos conducidos como rebaño sino como miembros que damos respuesta personal y voluntaria.  Seguimos porque queremos, porque la voz que hemos escuchado nos ha atraído.
             Y el tercer paso es tener vida eterna.  Porque este PASTOR BUENO no se queda en un dar bienes perecederos ni pastos que se acaban. La misión del Pastor bueno es conducir a las fuentes de aguas vivas, las que saltan hasta la vida eterna.  Ha sido Dios mismo quien ha encargado esa obra, y no se puede permitir el Pastor dejar de perecer a esas ovejas que se le han encomendado.

             Pablo y Bernabé ejercían su oficio de Pastores de una comunidad, y viajaban de un lugar a otro para proclamar la Palabra de Dios: dar a conocer (como primer paso) a Jesucristo.  Y desde ahí conducirlas a ser fieles a Dios (=seguimiento).  Pero eso provoca recelos y surge la persecución, y la huida. Y en la huida, el contagio de esa fe que predicaban, y que no sólo se va a quedar ahora en los judíos sino que se abre también a los no judíos, que sienten la alegría de que también a ellos les llega su oportunidad.
             Y será una inmensa multitud la que goce de ese don. El Cordero, con mayúscula, representando precisamente al PASTOR que camina delante y conduce al rebaño, lleva detrás a todos los que han escuchado su voz, y por ello le han seguido.  Y así caminan con sus trofeos de fidelidad hacia el trono de Dios, la vida eterna, ahí donde ya no les hará daño ni hambre ni sed, ni frío ni bochorno…, porque han llegado a las fuentes de aguas vivas.

             Nosotros hemos escuchado la Palabra de Dios en el comienzo de la Celebración eucarística (que tiene tanta importancia como la Consagración o la Comunión) [Todavía puede ocurrir que no se dé importancia a llegar tarde, o que –incluso- se esté leyendo o rezando otra cosa durante las lecturas. Es un fallo grande que se debe desterrar allí donde lo haya]. De esa “escucha” atenta y que crea compromiso en el alma del creyente, viene una actitud de seguimiento.  La Palabra escuchada no está para quedarse en la escucha sino para experimentar la llamada personal (=OÍR LA VOZ de Jesús; y ojalá la escuchéis HOY…, para vivirla ya HOY).  Y caminaremos finalmente en procesión para acercarnos a la Eucaristía, pasto supremo que nos ofrece Jesús, y que por fuerza de ese alimento, ya nos está sembrando la semilla que germina en la vida eterna.  Caminamos, pues, tras el Cordero, llevamos en nuestras manos las palmas de nuestras obras diarias, y las unimos a la obra misma de Jesús. Y seremos conducidos ante el mismo trono de Dios.

sábado, 20 de abril de 2013

El evangelio de cada día


FINAL DE LOS EVANGELIOS
                El que pudiéramos llamar “punto final” de los cuatro evangelios lo pone Juan y la comunidad cristiana pujante en la que se desenvuelve Juan o la que él ha dejado creada.  Hay, pues, un doble “epílogo” en este cuarto evangelio.  Uno lo puso el propio evangelista al final de su relato. Es el colofón del capítulo 20. Ahí dice Juan: Jesús hizo en presencia de sus discípulos otros muchos milagros [signos] que no están escritos en este libro. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por su nombre.
                Evidentemente Juan ha sido poco prolífico en contar hechos de Jesús. La intención del evangelista había ido mucho más por la enseñanza doctrinal que por la presentación de esos signos de Jesús. Pero Juan conoce ya lo que los otros evangelistas han dejado escrito y sabe que constan tantísimos milagros con lo que Jesús pasó por la vida haciendo el bien…, curando toda enfermedad y toda dolencia… Y aún así es muy conocedor que ni siquiera los otros evangelios habían abarcado todo el conjunto de hechos de Jesús. La verdad es que Jesús fue una fuente de salud corporal y espiritual…; que cuantas veces Jesús curó las enfermedades del cuerpo, en realidad estaba apuntando a la salud plena de la persona, y por consiguiente a la liberación del hombre total. (Ésta es la verdadera “teología de la liberación”, la que llevó adelante el propio Jesús, sin atisbo de violencia, pero buscando librar a la persona de esa doble esclavitud que padece en su parte social y humana, y en su gran vocación a la fe en el Hijo de Dios, en Cristo, el Enviado                                                                                                                                                                                                                                                                                                  del Padre).  Todo dirigido a que la humanidad llegue a reconocer que su salvación está en Cristo, y que tenemos vida en nosotros gracias a ese Cristo, que es quien nos trae la vida.
                Pero la comunidad ya creyente tiene el convencimiento de que ese evangelio sublime de Juan tiene que entrar como bálsamo por cada corazón y por cada alma… Más aún: tiene que “personalizarse” y sentirse cada creyente como protagonista directo de esta HISTORIA DE SALVACIÓN que ha quedado escrita.  Y al final del capítulo 21 –mucho más obra de esa Comunidad- vuelve a escribir su propio epílogo final como una anchura de horizonte que debe vivir en sus carnes cada uno de los que siguen a Jesús.
                Entonces “este discípulo” atestigua estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay otras muchas cosas que hizo Jesús.  Si se escribieran una por una, creo que el mundo entero no podría contener los libros escritos.  De una parte tenemos la hipérbole del escritor que está exaltado por la emoción y el amor a Jesucristo, y llega a decir lo que nosotros consideraríamos una “exageración andaluza”.  De otra parte está la visión hacia aquella comunidad –y hacia toda comunidad seguidora de Jesús, y a todo creyente…-, que toma el Evangelio en sus manos y va dejándose penetrar por la vida, los hechos, los sentimientos, las actitudes…, de Jesús. Y que en esa “comunidad de creyentes” de todos los tiempos, se sigue escribiendo evangelio, se sigue haciendo presente la BUENA NUEVA de Jesús liberador y salvador. En su contemplación y asimilación de su enseñanza y sus hechos, han crecido santos -y siguen creciendo- porque el Evangelio es una fragua activa de almas heroicas, nominadas o no.  De hecho ese discípulo anónimo –amado, que bebe acercándose al pecho de Jesús, y está al pie de la cruz- sigue existiendo hoy y seguirá existiendo porque Jesús vino para que tuviéramos vida eterna, y porque esa vida consiste en que conozcan al Enviado de Dios, Jesucristo.  ¿Y cómo tendremos esa vida, preguntaron los judíos a Jesús?  Haciendo las obras de Dios, que son las obras de Cristo…, que para eso vino, y dar así testimonio de la verdad.
                Por eso podemos tener la seguridad de que se nos ha dado la posibilidad de seguir llenando estanterías del mundo si somos capaces de tomar entre manos los textos evangélicos y vamos buscando en ellos ese néctar esencial que nos introduce en la esencia misma de Jesucristo. Pero como en todas las cosas, el que quiere llegar hasta lo más íntimo, tiene que empezar por lo más cercano y sencillo.  Y ese fue el signo supremo que nos dejó el Hijo de Dios, el día que entró en el mundo abajado, vaciado, hecho uno entre los hombres, para vivir los detalles de la vida de esa humanidad, y llegar hasta la muerte, que es el supremo testimonio de la fragilidad y la pequeñez. Pero es que era así como Jesús sacaría de la basura a la pobre humanidad, compartiendo su mismo mundo, su mismo dolor, su misma vida.
                Y ahora nosotros no tenemos que inventar ni que empezar por actos heroicos… Abajarse, irse vaciando del YO, ser “uno de tantos”, aceptar que las muertes diarias (y la muerte como tal) nos pone en nuestro sitio…  Y que así estamos escribiendo evangelio que no es otro distinto del que está escrito… Otro evangelio vivo que vuelve a poner signos por los que muchos puedan barruntar que hay un Salvador, un liberador de la injusticia, la bajeza, el abuso del más débil, etc.  Y que yendo cada uno de nosotros de un sitio para otro, vayamos dejando siempre un reguero de BUENA NUEVA Y ALEGRE, que repita aquellos efectos de los primeros seguidores de Jesús que tuvieron que ir huyendo de persecuciones por su fe…, y por donde iban, daban solemne testimonio de que Jesús es el SALVADOR.  Y mucho abrazaban así la fe.

viernes, 19 de abril de 2013

El gozo del amor


HOY HAY ESCUELA DE ORACIÓN,
A LAS 5'30 DE LA TARDE
en el SALÓN DE ACTOS
de la Casa de los Jesuitas (Plaza de san Ignacio; MÁLAGA.
El tema estará sobre el Capítulo 21 de San Juan

DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN
                San Lucas nos dice que los apóstoles, discípulos, y las mujeres, con María, la madre de Jesús, bajaron a Jerusalén con gozo. Y esto ya se me hace llamativo porque la realidad –de tejas abajo- es que se han quedado huérfanos.  Jesús se ha ido al Cielo y ellos han quedado en la tierra, sin tener ya la esperanza de volver a encontrar a Jesús en alguno de aquellos caminos.
                Es una buena prueba de que la historia sagrada tiene otra lectura desde la fe, y muy en concreto, en razón de la resurrección y definitivo triunfo final de Jesús, quien ha cerrado ya el “círculo” que había venido a realizar en la Tierra, y ahora vuelve triunfal al Padre, de donde salió.  Si todo eso se mira desde los ojos humanos, los gustos humanos, es evidente que no era para estar gozosos. Si eso lo miran unos ojos que ya han gustado de la fe en la Resurrección, y con una mirada ancha que hace propio el gozo de Jesús, entonces se entiende perfectamente que ellos estuvieran gozándose por tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor.  Es exactamente la petición que pone San Ignacio de Loyola en los Ejercicios, al contemplar los misterios gloriosos de Jesucristo. 
[Reconozco el mal efecto que me causa un Himno del Oficio litúrgico de la fiesta de la Ascensión, que parece estar lloroso porque Jesús se ha ido.  Y tengo que confesar que esa sensación de tristeza la viví yo a mis 17 años cuando hice por primera vez el MES de Ejercicios ignacianos, y hube de enfrentarme a esa “ida” de Jesús, con quien había “convivido” tantas horas de contemplación, y me dejaba la impresión de “quedarme sin Él”. Era lógico para un muchacho que había encontrado aquel filón impresionante de Jesús, y que ahora ese Jesús se iba…  Hoy, con 53 años de sacerdocio (que cumplí ayer), y tantas horas de evangelio en mi haber…, y con una muy diferente experiencia espiritual, me es completamente comprensible el gozo de aquellos que saben ya sentir la alegría y el gozo de Cristo nuestro Señor, porque lo miran más a Él, a su triunfo, que a uno mismo].

                Pero es que, con nada que se piense y se sienta en clave de fe, el gozo de Cristo triunfal, sentado ya a la derecha del trono de Dios, no es una visión hacia afuera solamente.  Es que en el triunfo de Jesucristo está ya nuestro triunfo, porque subiendo, llevó cautivos a los que estaban cautivos. Había una cautividad de tantas almas que aún tenían cerrado el Cielo porque la llave la llevaba Cristo. Y tenía Él que subir para liberar de una cautividad de ausencia y llevar a una muy distinta cautividad de presencia.  Los nuevos cautivos lo eran del AMOR DE JESÚS, quien llevaba consigo, como triunfal cortejo, a todos los que esperaban que se abrieran aquellas puertas que el pecado había cerrado. Y tras de ellos, y por su orden, estamos también nosotros. Por tanto el gozo de quienes asistieron al momento de la ascensión del Señor, era más que justificado.
                Pero aún tenemos un motivo de reflexión que se añade a ese. Y es que Jesús, mientras está en Palestina, queda supeditado geográficamente a un “lugar”, y lo gozarían sólo en ese lugar.  Jesucristo sube al Cielo y queda unido mucho más cercanamente a toda la humanidad.  Ya no hay que ir a Palestina. Ya lo tenemos al alcance de la mano.
                Por eso, en el libro de los Hechos nos dice San Lucas que todos se reunieron en el Cenáculo y perseveraron en la oración.  Y hay varias notas claves en esa oración: un mismo sentir entre todos, y constantemente alabando a Dios.  Allí aguardan a esa fuerza de lo alto a la que Jesús les había remitido tras abrirles el entendimiento para entender las Escrituras.

                San Marcos concluirá su evangelio adelantando acontecimientos, porque nos sitúa ya a los apóstoles marchando a predicar por todas partes. Y como lo inmediato anterior ha sido la exposición de Jesús sobre unos signos distintivos del que cree, ahora Marcos ratifica que El Señor cooperó y confirmó la predicación de los apóstoles con los signos que le acompañaron.

                Son textos que no se quedan en “contar hechos” sino que están mirando a tantos y tantos que venimos después. Porque el gozo aquel debe ser gozo en nosotros (“un cristiano triste es un triste cristiano”); porque hay que buscar tantos elementos que unen, para orar con un mismo sentir; porque la predicación tiene que tener unos signos con que queda avalada por Jesús, y tales signos que quedan patentes por todas partes.  Y porque la vida no se compone de compartimentos tan estancos que se pueda dividir o seccionar en partes opuestas diferenciadas. Todos nuestros signos van en una dirección; todas nuestras ideas y predicación van en una dirección. O quiero decir: tienen que ir. Y será ese el gozo final de quien realmente HA ASCENDIDO, y va siendo cautivo del amor, con ese Cristo que sube y que está sentado a la derecha de Dios, y allí mismo va situando a la humanidad.  Que todos seamos parte de esa humanidad gozosa, cautiva de amor, y unida a Jesús como el aglutinante que supera todas las diferencias.

jueves, 18 de abril de 2013

"Fue arrebatado al Cielo"


LA ASCENSIÓN
                El evangelio de San Mateo concluye con una referencia escueta a la ascensión: después de conversar con ellos, fue arrebatado al Cielo y se sentó a la derecha de Dios.  En muy pocas palabras ha cerrado el gran círculo. El que fue anunciado a José como el Salvador, que estaba engendrado en el seno de María, su esposa, por obra del Espíritu Santo, ha regresado a su lugar, y ha sentado a la humanidad misma a la derecha del trono de Dios Padre.
                San Marcos no hace mención.
                San Lucas desdobla su exposición entre el evangelio y el libro de los Hechos. En el Evangelio casi repite lo mismo que ha dicho San Mateo. En los “Hechos” expresa que en la famosa Cena del domingo de resurrección, alguno de los discípulos le preguntó a Jesús si era ahora cuando iba a restaurar el reino de Israel. Seguían sin entender… Jesús se salió un poco por la tangente y dejó el asunto en manos de Dios: no os toca a vosotros conocer el tiempo y la hora.  Vuelve a repetir que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y a hará testigos míos.
                Luego los saca fuera –al Monte de los Olivos (como puede verse en el relato de “Hechos” (v. 12)- y allí va a elevarse al Cielo ante la mirada de los suyos, apóstoles, discípulos y discípulas, y naturalmente de su propia Madre. No nos cuenta San Lucas cómo fueron aquellos instantes previos a su ida, pero yo no puedo concebirlos fríamente como si los que están allí fueran meros espectadores. Yo pienso que tanto el Corazón de Cristo como el de ellos todos, necesitaban sentir el calor humano y la emoción de la despedida. Y que Jesús fue dedicando a cada cual una palabra, una significativa y casi identificativa palabra, que venía a ser como el retrato de la relación personal que habían tenido entre tal persona y Jesús.  Y lo mismo hemos de pensar que cada uno de ellos quiso condensar en una palabra lo que Jesús había sido para él.  Por poner un ejemplo, tan reciente, Simón Pedro tenía esa palabra clave: Ti, Señor, sabes todas las cosas y Tú sabes que te quiero. Eso sintetizaba toda su vida.  Y a Jesús le bastó una palabra: Sígueme.
                Pues así pienso que podríamos incluirnos cada uno de nosotros en esta escena. Porque la mirada de Jesús sobre cada cual y la palabra que define la relación mutua de Jesús y de esa persona, deben saberse descubrir… Un poco de aquella pregunta de Jesús: ¿Y tú, quién dices que soy Yo? Y la correspondiente nuestra a Jesús: Y Tú, Jesús, ¿quién dices que soy yo?  Todo esto tiene que meditarse, rumiarse…, y tendrá que irse puliendo, concretando, enriqueciéndose…, en el día a día.  Jesús no se despide sin más.  Jesús está ahí al lado de cada persona y se tiene que establecer una relación muy personal e íntima entre los dos.  Cuando hablemos de Jesús, no podemos dar una simple respuesta de catecismo, casi memorizada.  Hace falta que cada uno pueda encontrar ese punto básico de contacto y relación personal, al que Jesús –por supuesto- tiene siempre una palabra muy suya, intransferible…, porque para Jesús cada uno es el que es, y es aceptado como es y amado como es…, y por tanto la palabra con que Jesús puede definirme, es solamente mía y para mí. Para su Madre, Jesús tiene una palabra esencial: Más dichosos los que escucharon la palabra de Dios y la vivieron. Respuesta inconfundible de María: Yo soy la esclava…; hágase en mí.
                Después Jesús elevó sus brazos, fue arrebatado al Cielo…, y todos nos quedamos boquiabiertos, pretendiendo seguir con la mirada el vuelo de Jesús, pero una oportuna nube se cruza en ese horizonte y nos oculta la figura humana de Jesús.  Porque lo que ahora toca es –como dicen aquellos misteriosos varones vestidos de blanco es volver la mirada a la tierra, porque ese mismo Jesús que se ha ido al Cielo, viene cada día y a cada instante y se plasma en realidades del día a día: en cosas, en personas, en situaciones…
                Que Jesús bajara a nuestro mundo fue para abrirnos mirada hacia este mismo mundo pero desde otra perspectiva.  Cuando Él se va, ha quedado abierto el horizonte diverso que tienen las cosas.  Ya no podemos embobarnos en espiritualismos que miran al cielo; ahora hay que vivir el momento presente y en las reales circunstancias presentes.
                Y por otra parte, al ascender al Cielo, a la derecha de Dios Padre, lo que supone es que su “ida” ha sido en realidad un acercamiento a cada persona, porque ya no hay que buscarlo en Palestina del siglo I.   Jesús está ahora vivo y activo en cada alma, en cada momento, para toda situación. Lo tenemos muy a la mano, y siempre a nuestro lado.  Y nosotros tenemos el gran regalo de tenerlo aquí mismo, en mi momento presente. El mismo que subió, y que ya ha bajado.  Siempre está aquí junto a cualquiera de nosotros. Que es un pensamiento “muy bonito” para un misticismo sin cuerpo. Y que es mucho más exigente y transcendental para quien se toma en serio esta presencia de Jesús, a la que sabe que hay que ir correspondiendo.

miércoles, 17 de abril de 2013

La clave en San Lucas 24, 44


Un final en San Lucas (24, 44-49)
                La realidad es que lo que hoy tomo como “final” está tocado en el evangelio de Lucas como continuación-sin separación- de lo que narra él como ocurrido en el Cenáculo la tarde –noche del domingo de Resurrección. Pero hay autores que hacen esta división y yo voy a seguirla.
                Jesús dice a los discípulos que sus palabras (podríamos añadir: “de despedida”) son las que ya anunció Él cuando estaba yendo y viniendo con ellos…, y que eran palabras que tenían que cumplirse, porque estaban escritas en los Profetas y en Moisés. Y les abrió el entendimiento para entender las Escrituras.  Había que entender –es el primer paso- que está escrito que el Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y predicarse en su nombre el perdón de los pecados;  vosotros sois testigos de esto. El primer paso de “entender”, de acoger, de aceptar, de no escandalizarse de esa realidad, tantas veces anunciada, es un paso previo. No suficiente.  Ya dice San Pablo que los demonios también saben y se condenan. Pero si no se sabe, no habrá manera de seguir adelante.  Si no se empieza por aceptar que el sacrificio es parte de la obra salvadora, y que Cristo pasa por ese sacrificio de muerte como algo que estaba escrito y previsto en los planes de la redención, no habrá manera de aceptar el camino cuando se trata de la realidad.  Porque detrás de ese sacrificio de Cristo viene la penitencia y el perdón de los pecados…, y malamente se va uno a someter a ese despojo de sí cuando no ha digerido siquiera el de Cristo, y le busca uno muchas sordinas y, en el fondo, está uno en pleno escándalo de lo que supone de despojo pertenecer a este Cristo y a esta forma de vida.
                Parecería que ya estaba todo hecho y que, entendidas las Escrituras, poco más hay que añadir.  Y sin embargo concluye este trozo de Evangelio con algo que es esencial y básico para toda auténtica experiencia interna: esperar en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto.  Aquí se pasa de “entender” a “ser revestidos”…; de “saber” a la acción misma del Espíritu Santo; o lo que es igual: del saber al orar y dejarle a Dios su espacio de acción, que superar todo conocimiento… Ahí donde ya no es lo que uno ve y comprende sino la Gracia de Dios que ilumina, supera,  y ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento humano alcanza a comprender.  Éste es el punto clave del final de san Lucas.  De aquí a narrar que Jesús subió al Cielo, es un paso. Con todo no entraremos hoy en ello, y donde tenemos que parar la atención es la urgencia de ese dejarnos revestir.  A sabiendas de que no ocurre de una vez para siempre, ni de forma tumultuosa, ni a veces perceptible. Dios tiene sus momentos y sus ritmos en cada alma y lo único que queda es que saber “poner la bandeja” para ese momento en que Dios quiere llegar. Y saber esperar más “de rodillas” que de “codos hincados”, y con más humildad que libros. ORAR es la única postura en que podemos ser revestidos generalmente

martes, 16 de abril de 2013

Otro final: San Marcos


OTRO FINAL: en San Marcos  (16, 15-18)
                Un punto coincidente con San Mateo: EL BAUTISMO como punto de novedad y pertenencia a ese MUNDO NUEVO.  Pero en vez de poner el acento en el bautismo en sí mismo, la fuerza en Marcos está en el CREER. Y lo que va a determinar la salud o la muerte está en CREER.  Y bien podemos comprender que no se trata de ese “creer” que simplemente acepta, sino un CREER que hace nuevo  el ser de la persona.
                Porque a los que creyeren, les van a acompañar unos signos. Unos “signos” que dan una personalidad nueva, distinta, diferente, que sobrepasa lo humano, porque llegan a ser del género de milagro.  En lo humano vamos a encontrar pasiones, esclavitudes, egoísmos, cerrazones, mundos oscuros impenetrables, muertes y mafias (que no necesitan ser “oficiales”, y que pueden darse dentro de una familia, un colectivo, una pequeña empresa…). En lo humano va a haber pisotones y zancadillas, celos y envidias, intentos de desprestigiar, y prejuicios excluyentes… Etc., etc., etc.
                El que CREE lleva el signo contrario.  Ya cuenta con que todo eso está ahí…, le rodea…, y hasta le infesta a él mismo.  Y sin embargo su CREER le saca de ese pozo y le sitúa en una línea “más arriba”, un horizonte más amplio, una superación de cada una de esas situaciones.  [Y estoy escribiendo con el dolor de los que lean esto como literatura y no se detengan a volver hacia sí estas consideraciones…; esos “trinchantes” que están mirando hacia afuera y catalogando a “los otros que son así”…, pero ellos se quedan –nos quedamos- fuera de tal panorama. Y sin embargo tendríamos que mirar muy bien si nuestro CREER está sobrevolando todo esto o está tan esclavizado nuestro yo que hasta ha metido entre barrotes el propio “creer”].
                Otro signo del que CREE es esa nuevo “idioma” que habla “palabras” que construyen, que ayudan, que aclaran, que hace posible entenderse aunque otros tengan distinto “idioma”.  Me pongo por caso esas concentraciones de jóvenes de todo el mundo ante el Papa…, que –hablando los idiomas que el otro no entiende- sin embargo saben entenderse y comunicarse.  Me pongo delante el movimiento de Taizé, con lenguas humanas tan diversas, y entendimiento tan fácil de otro “idioma” que hace posible la comunicación.  Sueño con ese respeto de uno hacia otro, de ese enjuiciamiento positivo que elimina los recelos, los menosprecios, y la facilidad con la que alguien tilda a otro porque está en un modo diverso de servicio de Dios.
                CREER es el mismo idioma del AMAR, y el que no ama –o está entre los barrotes de su amor propio –yo primero; yo segundo; yo tercero…, y los otros a la cola…- está castrado para el sincero CREER LIBERADOR que distingue al creyente que ha puesto por delante a Dios y las riquezas supremas a las que le lleva un Evangelio de Jesucristo.  El que CREE lleva unos signos que le distinguen a distancia…, que le separan de esa amalgama tan fácil del creer…, y luego vivir y actuar de modo muy diferente.
                Habrá otros signos que sirven de antídotos frente a tanta maldad como se cuece alrededor, y que inficiona e inocula los malos criterios, las malas prácticas…  Frente al veneno de los Medios de comunicación, de los docentes perversos, de las carencias de educación en valores por parte de los padres…  El que CREE está subido a otra altura; ve y observa desde una atalaya, vive de tejas arriba…  Pero no como para aislarse de la realidad sino para no dejarse morder por las serpientes venenosas.  Y porque encierra ese frasco salvador de la FE que sabe que entra por el oído, y en consecuencia aprovecha toda posible oportunidad para dejar una gota de su antídoto a favor de la salud de aquellos que quieran acogerle sus remedios.
                La FE no es una evasión. No es prescindir de la realidad de la vida que rodea y de los hombres y mujeres que hay en ese ámbito suyo en el que tal creyente puede influir.  Es precisamente el gran descubridor de otros mundos en donde cabe sobrevolar toda la suciedad de que encuentra a sus pies, pero no para dejarla pudrirse, sino para que no contagie a otros, ni a sí mismo.
                Y por eso, ante tantas enfermedades como dominan el mundo, incurables, peligrosas, mortales, el que CREE  va poniendo vacunas…, sentido de vida, esperanza, valor del sufrimiento…  No puede quitarlo, pero puede hacer que la gota de agua llegue al cáliz del dolor de ese “cristo” y se convierta en sacrificio de redención…: que su padecer no es inútil, y que lleva en sí el germen mismo de una nueva vida. Por eso sanan, y no porque logren eliminar un cáncer sino porque hasta un cáncer puede conducir a Dios. [Y no olo hablo como utopía sino recordando a aquella joven espléndida físicamente que se deshacía a sus 30 años,  y agradecía a Dios su enfermedad porque le había librado de tantas cosas…].
                Pienso que Marcos fue un inmenso trasmisor de la Resurrección de Jesucristo, y que acabó su evangelio con un verdadero regalo.  Si San Mateo nos dejó las palabras de Jesús: Y Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, San Marcos nos dejó exactamente lo mismo pero muy explicitado y concretado:  el que CREE está viviendo y trasmitiendo esa Presencia permanente de Cristo en el mundo, hasta el fin de los tiempos.

lunes, 15 de abril de 2013

San Mateo 28, 16-20


FINAL EN SAN MATEO
                Aunque ya anoche dejé un comentario curioso y enriquecedor sobre “la joya de la corona” que es el capítulo 21 del Evangelio de San Juan, hoy doy una pincelada nueva sobre lo que podríamos situar en un “después”, en toda esa “ciencia ficción” en que estamos intentando situar las narraciones de la Vida Gloriosa.
                Casi nos sale solo pensar que Jn 21 es el final del final.  [Y posiblemente lo sea, porque está muy posteriormente escrito y con una mano muy clara de la comunidad cristiana de casi finales el siglo I]. Pero en hay que tener en cuenta que Jesús aún no se ha ido…  Y los tres sinópticos tienen sus respectivas “despedidas”, ciertamente variadas, pero que dan más punto final a los relatos de esta etapa tan especial.
                San Mateo sitúa simbólicamente el relato en “Galilea”.  Galilea había sido el lugar, por decirlo así, más acogedor con Jesús, en donde Jesús desenvolvió la mayor parte de su obra, y los momentos más importantes de su vida pública. “Galilea” viene a hacerse así –en este texto de Mt 28, 16, 20- como un espacio favorable. Pero quitando a Mateo, nadie más hace esa referencia de “traslado” momentáneo de los discípulos a Galilea. Ni Marcos ni Lucas. Y sólo vendría a estar “en acuerdo” con ese cp. 21 de Juan, ya tratado.
                Mateo sitúa el momento en un monte de Galilea, donde Jesús aparece…, y aún hay discípulos que dudan. Todos adoran.
                Jesús comienza con unas palabras solemnes –semejantes a las de Jn 20, en la aparición a los Once-: Me ha sido dado todo poder en cielo y tierra. Y con ese poder omnímodo, Jesús envía ahora a sus apóstoles con in ID imperativo (que es el que debiera recoger con más decisión la última palabra del sacerdote en la Misa).  Han de IR a todas las gentes, a bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
                ID es ya un mandato. Un cristiano parado, apoltronado, cómodo, que no se quiere complicar ni tener problemas por razón de su fe, es una persona que empieza fallando en lo primero…
                Ir A TODAS LAS GENTES supone la universalidad del mensaje de Jesús: la catolicidad de la Iglesia.
                A BAUTIZAR.  El bautismo es un rito de iniciación y de entrada y de pertenencia. Muy común a otras diversas formas que emplean en otras religiones o en determinados grupos católicos. El BAUTISMO no es un “lavar” sino un consagrar, una expresión de pertenencia exclusiva a una forma de vida, a una Persona, que –en este caso- en la misma Trinidad: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, misterios supremo de la fe católica.  Y es –repito- una consagración en exclusiva, de modo que el que así es consagrado quedaría profanado por actos o situaciones contrarias a ese bautismo que recibe. El BAUTISMO que pone Jesús es una señal imborrable y distintiva por la que esa persona lleva ya en sí las marcas de Jesús, y debe vivir ya una vida que sea correspondiente a esa nueva realidad suya.
                Y entonces se hace verdadera realidad esa “despedida” de Jesús: “Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús está así presente en la realidad de esos cristianos consagrados a Dios, formando esa Iglesia con vocación de catolicidad, de evangelio que encierra todo lo que Yo os he enseñado.
                Tema que no es para dejar pasar por alto, porque la realidad que encontramos con frecuencia es el de esos que se quieren seguir llamando cristianos y adoradores de Dios…, y luego viven al margen de lo que os he mandado.  Ahí están esa pléyade de “creyentes” que “creen a su manera” y que, en realidad es que viven al margen de los mandatos de Dios y las enseñanzas de Cristo.  Tema que hoy día está en escaparate puesto que las enseñanzas espúreas de muchos medios de comunicación, han ido “adoctrinando” en contra de los principios cristianos, y han ido pulverizando valores hasta establecer la anarquía del pensamiento, el error hecho “ética”, y ese maremágnum que vamos encontrando a derecha e izquierda, y que tiene tan fácil entrada en tantas personas que no formaron, ni mínimamente, su sentido cristiano y católico desde la doctrina de la Iglesia.
                No eximiré de “culpa” a quienes no supimos o no fuimos formadores; pero también es cierto que mientras los papás/mamás/educadores…, fueron tan solícitos en que se formaran sus pupilos en las otras ramas del saber, no tomaron mucho interés en que hubieran “estudiado” (siquiera eso) lo que ellos mismos habían mamado.  O lo dieron por hecho, o no lo trasmitieron…, o no lo quisieron trasmitir.  Y el mandato de Jesús quedó en el aire… Y hoy nos quejamos de “no ver a Jesús” cuando quisiéramos encontrarlo. Pero es que Él quiere estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, pero nuestro mundo no parece muy interesado en que esté vivo en medio de nosotros.