miércoles, 10 de abril de 2013

San Juan 20, 19


EN EL CENÁCULO, según San Juan

                San Juan está mucho más pendiente de dar a la Iglesia el legado de Jesús. Por eso en la narración suya no hay nadie más que los propios apóstoles, los consagrados como sacerdotes la tarde del Jueves Santo: Haced esto en memoria mías; y cuantas veces lo hicierais revivís mi muerte hasta que yo vuelva. Son ellos como sacerdotes los que reciben al Resucitado en las últimas horas del primer día de la semana.  Jesús llega con su connatural saludo: Paz a vosotros.  Muestra sus “credenciales”, sus llagas, y pasa a comunicarles todo su poder. Como el Padre me envió, así os envío Yo. Doble posible sentido;  el más simple: sigue la rueda: el padre me envía a mí…; yo os envío a vosotros; vosotros seguiréis enviando a otros.  Sentido mucho más esencial y constituyente: Con el mismo poder que a mí me envió el Padre, así os envío yo con tales poderes.  Y este sentido adquiere su gran valor cuando a renglón seguido exhala su aliento sobre ellos y les dice: recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes no se los perdonéis, no se les perdonan.  Punto crucial. Porque lo primero es ese Pentecostés que Juan identifica con el momento de su Resurrección. Un mismo vocablo hebreo es repetido 3 veces en la misma frase: “exhala”, “aliento”, “Espíritu”. Porque la lengua hebrea, en su carencia de vocablos, incluye todo eso que es inmaterial, etéreo, espiritual…, en una misma voz.
                Y el Espíritu Santo –el que el Padre puso sobre Jesús, es el que Jesús trasmite –en gesto visible de un “soplo”- a sus apóstoles, que en ese momento ya no son meramente los hombres que eran, sino la Iglesia primera. Y el poder de perdonar pecados, que únicamente puede tenerlo Dios (así lo pensaron aquellos fariseos de Mc. 2, y con razón, y que había sido pasado a Jesús), ahora Jesús lo pone como la prueba fehaciente de la novedad para aquellos hombres, fundamentos de la Iglesia.  Y con poco que se piense, sólo ellos, y en cuanto sacerdotes, pueden perdonar los pecados. Y por consiguiente no existe otro modo de recibir el perdón de los pecados sino a través de los sacerdotes: a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les perdonan.  Las inventadas “confesiones directas con Dios” no existen, no fueron instituidas ni reconocidas por Jesús.

                Tenemos constituida la Iglesia, y en ella, los poderes de Jesús. Cabría una pregunta: no estaba Tomás… ¿Recibió Tomás –en su ausencia esos mismos poderes?  Evidentemente sí, porque no habían sido otorgados a título personal, sino como colegio apostólico.

                Tomás, en efecto, no estaba cuando vino Jesús. Tomás –según los rasgos que se sacan de los evangelios, era atrevido, indómito, arriesgado… ¿Por qué se había salido del cenáculo?  No lo sabemos. ¿Quizás aquel miedo a los judíos que los tenía apestillados con las puertas cerradas, le provocó el desafío de salir se la calle y no dejarse copar por el miedo? ¿Quizás porque ya le constaban dos apariciones que habían hecho visible a Jesús (Magdalena y Simón) le hacía insoportable quedarse enclaustrado allí?  Solo sabemos que no estaba cuando vino Jesús.
                Al regresar (y posiblemente no muy feliz, porque él no había tenido ninguna visita de Jesús), es recibido por los compañeros que –pletóricos de alegría- le saludan con una gran noticia: HEMOS VISTO AL SEÑOR. No pudo caerle peor. Y cuando uno mismo puede ser el causante de haber perdido una oportunidad, es muy fácil esa reacción absurda de volcar sobre otro el propio disgusto.  Y con ese carácter de Tomás, con esa falta de prudencia e incluso de respeto, reacciona de la forma más inesperada y molesta que podía hacerlo: Si yo no lo veo, lo creo. Y si no meto mis dedos en sus manos y no meto mi mano en su costado, no creo.
                Debieron quedarse de piedra los compañeros. No solo era el desprecio a lo que llos habían comunicad y con tanta alegría, sino el daño que se hacía a sí mismo el compañero.  Y es hermoso advertir que aquellos apóstoles (que han recibido el Espíritu Santo y el poder y estilo de Jesús), no responden, no se inquietan, no descargan sus iras contra la falta de respeto del compañero.  Hay un silencio. Un dejar a Tomás que rumie a solas lo que ha dicho y hecho.
                Y pasaron días y no se movió una hoja… De seguro que algún compañero supo acercarse a Tomás y esperar que él hablara, porque debía estar deshecho.  Tomás tenía que estar pensando su Jesús no había vuelto por su postura tan extrema… Tomás tuvo que pensar que tenía cohibidos a los otros, aunque la vida  se desarrollara  por fuera como si nada. Pero dentro de cada uno había un dolor… Y ese compañero dio pie a que Tomás se desahogara, se destensara.  Lo propio de una comunidad donde una mano tiene que ser siempre de terciopelo para ayudar a suavizar.
               
                Cuando a los 8 días Jesús se apareció de nuevo…
                Lo dejamos para otro día, porque lo que no se puede es despachar en uns renglones un momento tan importante para LA IGLESIA.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad4:14 p. m.

    Cuanto el Señor ha hecho y hace por nosotros,es un derroche de atenciones y de gracias:su Encarnación,su Pasión y Muerte en la Cruz que hemos contemplado en estos días,el perdón de de nuestras faltas y pecados,su presencia continua en el Sagrario..Considerando todo lo que ha hecho y hace por nosotros,nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondecia a tanto amor.

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