lunes, 22 de abril de 2013

Fiesta de los Jesuitas


MARÍA Y LA COMPAÑÍA DE JESÚS
             El 22 de abril de 1541, San Ignacio y cinco compañeros emitieron sus Votos solemnes en la Capilla de Nuestra Señora de San Pablo Extramuros. Y desde ese momento se consideró a la Virgen como el comienzo o NACIMIENTO de la Compañía de Jesús. Por eso los jesuitas celebramos hoy como FIESTA esta fecha del 22 de abril en honor de la Virgen, como Reina y Madre de la Compañía de Jesús.
             En la liturgia se ha elegido una primera lectura del libro de Judith. Judith aparece como heroína que vence al enemigo Holofernes, por la acción decidida de esa mujer, que salvó a su pueblo de un desastre. Y en consecuencia, cuando regresa a su Pueblo es agasajada por el sacerdote Joaquín como la gloria de Jerusalén, el orgullo de Israel, el honor de nuestro pueblo.  Lo has hecho todo con tu mano. Has devuelto la dicha a Israel, y Dios se ha complacido. La bendición del Señor todopoderoso te acompañe todos los siglos.
             La proeza de Judith se hace con la típica violencia del pueblo judío; pero en la alabanza de Joaquín hay una figura que no puede encerrarse en la persona de esa mujer. La bendición del Dios todopoderoso que ha de acompañarle por los siglos, da el salto hacia la figura de MARÍA, a la que llamarán dichosa todas las generaciones.  En María se cumple en plenitud espiritual cuanto en Judith fue una victoria material. En María, la MUJER del Génesis, está iniciada la victoria sobre la serpiente engañosa, diabólica, Ella será la que trae al mundo al Salvador, que aplastará la cabeza de la serpiente. Y su victoria trasciende ya todos los siglos, aunque es una mujer sencilla del pueblo, pero que ha recibido una misión extrema de Dios el día que el ángel le anunció.
             Ese es el Evangelio de la fiesta pero en la relación dura de San Mateo, en la que María hubiera sido abandonada por José, si Dios no le comunica en sueños que lo que hay en María es obra directa de Dios, y que la criatura que lleva en su seno es EL SALVADOR (=Jesús).

             La Compañía de Jesús sintió la fuerza de MARÍA y la experimentó como REINA Y como MADRE.  Puede no tener hoy buna prensa eso de “Reina”, pero no hay muchos otros modos de expresar el sentido de acogida poderosa que necesitamos los jesuitas por parte de María.
             A la Compañía de Jesús le han encomendado los Papas con mucha frecuencia lo que se llaman apostolados de frontera, que son aquellos en los que se dirime “por centímetros” la gloria de Dios en una obra de Iglesia. Y por lo mismo, tan fácil es llegar a esa “gloria de la Iglesia” como a llevarse los  riesgos del error.  Y por eso la Compañía ha sido tan ensalzada como vituperada, tan alabada como denostada, tan puesta en el candelero como llevarse los palos más fuertes, de dentro y de fuera, en lo político y en lo eclesial, de los de arriba y de los de abajo.
             Judith arriesgó su vida, llegó a poder estar casi en las manos de Holofernes que quería poseerla… Ella jugó esa baza “de frontera” y salió incólume y victoriosa.  Y se llevó las alabanzas, y honores. Un pequeño error le hubiera costado la vida, bien a manos del ejército de Holofernes, bien el desprecio de su propio Pueblo.
             María arriesgó mucho cuando dijo SÍ a la propuesta de Dios. Era persona ya prometida en matrimonio a José, y su concepción misteriosa podía costarle hasta la vida. También Ella arriesgó “en la frontera”. Y quedó incólume, inmaculada, virgen, y reconocida como bienaventurada sobre todas las mujeres, porque Dios había hecho cosas grandes por medio de Ella.
            
             La Compañía de Jesús lleva ese carisma desde San Ignacio, su fundador, tantas veces perseguido, encarcelado, acusado… Desde entonces sabemos los jesuitas que está ahí una parte de nuestra esencia. Y unas veces en cosas grandes (cuando se implica a la Compañía como tal), otras veces en niveles menos llamativos, pero donde se lleva el jesuita las bofetadas por la derecha y por la izquierda.  El jesuita lleva la marca de “la hipocresía”  hasta el punto de que fue la primera acepción que dio el diccionario de la Real Academia al definir el vocablo “Jesuita”. Y en cierto modo nos complace porque somos –como dice Pablo de sí- los despreciados pero no derrotados…, etc.  Hemos de llevar la sana hipocresía de ir bandeando situaciones más o menos fronterizas, que acaban por no ser reconocidas ni valoradas, en las que –pese a todo- se actúa con una rectitud derivada de esa parte del carisma ignaciano que es el discernimiento.  Hemos de actuar con estudio de oración, con horas de reflexión, sopesando pros y contras, llegando a conclusiones que pueden ser comprendidas o no, pero que han sido ponderadas y llevadas ante Dios y arriesgando siempre la posibilidad del error.  Pero partiendo de la mejor buena fe. “Hipócritas” que no sacamos a flote los porqués de determinadas actitudes, situaciones, soluciones, por el respeto que nos producen todos, y lo que hemos de guardar secreto sin que nadie pueda saber lo que tantas veces sufre uno por dentro. “Hipócritas” como Judith y como María, que en situaciones de frontera (mayor o menos; de importancia o menos), toca arrostrar. 

1 comentario:

  1. Ana Ciudad2:17 p. m.

    Voy a basar mi comentario sobre el salmo correspondiente al lunes de la cuarta semana de Pascua.
    "MI ALMA TIENE SED DE DIOS,DEL DIOS VIVO".
    El ciervo que desea saciar su sed en la fuente,es la figura que emplea el salmista el deseo de Dios que anida en el corazón de un hombre recto.
    ¿Es compatible esa sed con la experiencia de nuestros defectos y nuestras caídas¿.Yo creo que sí,porque los santos no son santos por no haber pecado nunca,sino porque se han levantado siempre.
    Mantengamos vivo el deseo de Dios;encendamos cada día la hoguera de nuestra fe y nuestra esperanza con el fuego del amor a Dios,que aviva nuestras virtudes y quema nuestras miserias,y saciaremos nuestra fe de santidad,con el agua que salta hasta la vida eterna.

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