jueves, 11 de abril de 2013

CREER


APARICIÓN A TOMÁS
                Estaban cerradas las puertas. Como la primera vez. De hecho Jesús no tenía “carne y huesos” porque la carne y los huesos no pueden traspasar paredes ni puertas. Jesús está allí como Resucitado, como esa novedad absoluta que es una apariencia visible, propia del ser ya glorioso. Y que de momento Jesús conserva para poder ser visto y comprobado. Saludó como era su modo habitual: PAZ A VOSOTROS. Debió hacerse un silencio profundo. Ni Tomás tuvo resuello para más, ni los compañeros quisieron humillarlo. Fue Jesús quien se dirigió directamente a Tomás y lo llamó: Ven aquí Tomás. Mira mis manos. Trae tu dedo y mételo en mi mano. Trae tu mano y métela en mi costado…  Yo quiero imaginar a Tomás echado por los suelos, no sólo en su caer de rodillas ante Jesús, sino en ese sentimiento de hombre avergonzado por todo lo que ha dicho anteriormente. Tomás no querría ni mirar, ni levantar los ojos.  Tomás está ciertamente ante Jesús y lo estará tocando porque Jesús mismo le está llevando la mano… Pero Tomás no querría seguir…  Y lo que es más sublime, Tomás no se queda en reconocer que, en efecto, aquel es Jesús, su Maestro de siempre y luego crucificado. Tomás en este instante está de rodillas y está viendo a Dios en Jesús, y en Jesús al “Señor”, la expresión propia de Cristo resucitado.  Entonces lo que Tomás confiesa es un inmenso acto de fe, distinto todo de lo que toca y pala. Confiesa al SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO.
                Quiero romper una lanza a favor nuestro, los creyentes, cuando nos encontramos ante el Pan de la Eucaristía. Es Pan, sabe a pan, se muestra a los fieles…, y ven pan. Sin embargo decimos, llevados de la mano de la Iglesia, y mirando la Sagrada Forma, la Hostia consagrada: SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO. Confesamos lo que no vemos, estamos en un acto de fe igual al de Tomás. Estamos saltándonos lo visible y estamos viendo lo invisible…; estamos ante el ACTO DE FE.  Y somos dichosos porque creemos sin haber visto. Tal como lo anunció Jesús.  Jesús corrigió las palabras aquellas primeras –intempestivas- de Tomás, por las que exigió ver y tocar, y le dijo: Porque has visto, has creído  Y la fe no necesita, ni requiere ni se enriquece por ver ni por sentir más al fondo. La fe es un acto profundísimo del alma, y responde a un DON DE DIOS que nadie puede forzar.
                Yo veo a tantos que no pueden entender a los que no creen… No saben que ellos creen porque Dios les sembró la semilla de la fe, y que eso fue un puro regalo. Y que ese regalo llevó lazos y adornos de colores que uno no puede agradecer suficientemente: los padres que tuvimos, los colegios, los compañeros, los ambientes, la nación o el lugar donde nacimos; el Bautismo que recibimos por puro regalo que nos llegó sin ser siquiera conscientes de ello…  Y nunca sabremos agradecer suficientemente tantas circunstancias favorables que forman parte de ese DON SUPREMO de la fe que nos infundió Dios.
                He conocido personas muy honradas, que han buscado, preguntado, estudiado, con ahínco esa FE…  Y sin embargo no la han encontrado… El misterio de la Gracia, el misterio que no podemos más que constatar, pero que no podremos “comprender”.  ¿Por qué yo sí recibí ese don y otros no? Luego –caso aparte- es el de los que recibieron esa fe y hasta los medios para regar esa planta tan delicada…, pero no la cultivaron, no la cuidaron…, y se encontraron un día en el vacío de la fe…, en la impermeabilidad de la razón irracional, que creyó ser el máximo que tiene el ser humano. Y precisamente lo más hermoso de la razón es llegar a razonar que no puede llegar a todo por sus fuerzas, porque queda evidencia de las muchas cosas a las que la razón no llega ni puede alcanzar, y que sin embargo están ahí, y están delante en el día a día. No hay cosa más irracional que pretender hacer de la razón la suprema razón que todo lo abarca.  Y se echa uno las manos a la cabeza cuando los intelectuales se convierten en paladines de la incredulidad siendo así que son quienes más cerca tienen las pruebas para creer. Ya lo dice el libro de la sabiduría: Son vacuos los que teniendo la creación delante, no descubren al Artífice; y San Pablo en la carta a los fieles de Roma también se lo dice, porque teniendo delante las obras, son incapaces de descubrir al autor de ellas.  Un sabio pretendió mofarse de un labriego porque el hombre creía en Dios.  Le intentó convencer de la necedad que es la fe.  El labriego le pidió al sabio que le acompañara hasta la noche… Y a la noche lo sacó afuera de su choza y le hizo mirar al firmamento tachonado de millones de puntos brillantes, cada uno en su lugar…, y en esa extrema belleza: y le dijo al intelectual: eso es lo que me hace creer.
                A mí me hace creer también que unos pobres puedan ser felices, que unos ricos necesiten orar a Dios, que un enfermo siga esperanzado, que un sano amanezca agradeciendo a Dios…  Que un ser empiece a existir por la conjunción de otros dos; que un niño tenga la mirada limpia, que un anciano siga teniendo ilusiones…  Que una Eucaristía llegue a cambiar una actitud, y que una persona se arrodille ante un sacerdote para confesarse pecador, y salir de allí con la alegría –no simplemente natural- de saberse perdonado por Dios.  Creo cuando veo la florecilla silvestre que adorna unas horas…, pero que da color a la naturaleza, y cuando veo los álamos gigantes que parecen flechas hacia el cielo. Creo cuando pienso en la perfección del cuerpo humano, en que un mosquito tenga plena vida y todos los órganos necesarios…, y cuando una persona dona un riñón a otra, o da la vida por la persona que ama. Todo eso es lo que me hace caer de rodillas y pronunciar desde lo más íntimo de mi ser: Señor mío y Dios mío.
                 Me basta mirarme a mí, con tantas limitaciones, con gantas carencias, con juna decrepitud que me ponen los años…, y levantarme cada día con una ilusión inmensa, y seguir teniendo el deseo de sacarle partido a ese día, una parte por el bien que me es para mí mismo; y muchas veces porque vivo pensando en lo que puedo aportar a otros.  Y por eso me resulta tan difícil comprender el egoísmo de personas formadas y aun espirituales, que parecen estarse mirando su ombligo, como si nadie existiera a su vera.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad4:45 p. m.

    La fe nos da un criterio estable que orienta,y la firmeza de los Apóstoles para llevarlo a la práctica.Nos da una visión clara del mundo, del valor de las cosas y de las personas, de los verdaderos y falsos bienes...Sin Dios,el mundo deja de entenderse.El aspecto más siniestro de la época moderna consiste en la absurda tentación de querer construir un orden temporal y fecundo sin Dios, único fundamento en el que puede sostenerse.

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