lunes, 1 de abril de 2013

El primer día de la semana


El primer día de la semana”
             Aunque sea cambiando el orden de los versículos, San Mateo, 28, 2-4, sería el punto por el que habría que comenzar el relato de esta parte del Evangelio. Aunque también reconozco que es pedir peras al olmo, porque aquí cambia el estilo “histórico” por otro completamente distinto, en el que cada evangelista va por su sitio y sigue un esquema muy diferente.  En el versículo 3 nos quiere “exponer” un hecho que si alguien pudiera contarlo eran los soldados guardianes. Nos dice que hubo un terremoto, y que con el terremoto bajó del Cielo un ángel del Señor y apartó la piedra y se sentó sobre ella. Su rostro era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Por el miedo, los guardias se desplomaron y quedaron como muertos”. Más allá de eso, así contado por el evangelista -¡y “contado” por soldados desvanecidos!-, no hay más testigo, ni hubo más testimonio que viera a Jesús que salía del sepulcro.  Y no es en vano que nada cuente ni pueda contar, porque sería ir a una fantasía. Porque los evangelistas quieren dejar todos muy claro que la fe en la resurrección no se fundamenta en “haber visto” sino en ir después descubriendo que todo estaba escrito y todo anunciado anteriormente por Jesús.  Y eso es lo que da base a la fe en la Resurrección, y no que los ojos humanos hubieran visto el hecho. Así lo declarará San Juan al hablar de “la aparición a Tomás”: “dichosos los que creen sin haber visto”, después de reprocharle que “porque me han visto has creído”.

La semana judía acababa el sábado. Nuestro domingo era “el primer día de la semana”. El Sábado recién pasado era además el “Gran Sábado”, la fiesta judía por excelencia. De todas formas, el hecho de ser sábado suponía el día de descanso prescrito por Moisés, que ya les impedía la actividad. Y en la mente farisaica aquello había subido hasta la casuística del ridículo, que fue lo que creó la animadversión más frecuente de aquella gente hacia Jesús.

             Quiere decir que cuando el viernes enterraron a Jesús, y hubieron de hacerlo a toda prisa, ya no cabía mejorarlo al día siguiente. Lo más que pudieron hacer aquellas mujeres que acompañaron al pie de la cruz, fue comprar antes de las 6 de la tarde los aromas y los elementos necesarios para hacer su obra de sepultura digna del Maestro.  Claro que todo eso es pensando con mentalidad de mujer que vive el sentimiento como arma básica de su actuación. Porque, si pensaban –es más, lo pensaron- ellas sabían perfectamente que el sepulcro estaba cerrado con la gran losa rodada sobre la entrada, y que ellas no podrían abrirlo por mucho que quisieran.  Y todavía más difícil: lo que no sabían era que Pilato había puesto guardias y había sellado la losa, a instancias de los judíos que temieron que el anuncio hecho por Jesús de su resurrección, se convirtiera en el engaño peor de sus discípulos que –llevándose el cadáver- pretendieran convencer a la gente que Jesús había resucitado.  Demasiadas cosas para lo que las mujeres se lanzaron a ojos ciegas en la madrugada misma del “domingo”.
             San Mateo dice que “al alborear vino María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro”. San Marcos dice: “muy de mamana, al salir el sol, van al sepulcro y decían entre ellas: ¿quién nos rodará piedra?”. San Lucas explicita que ”muy de mañana van con aromas que habían preparado”.  San Juan reduce la ida a María Magdalena, “cuando todavía había tinieblas”.
             Hay algo muy claro: todas van a la búsqueda del cadáver de Jesús. No hay fe alguna en la resurrección. Ni lo piensan. No inventaron la resurrección aquellos amigos, aquellas mujeres que lo habían seguido hasta la cruz.  De hecho en el simbolismo propio de Juan, María Magdalena va en tinieblas…, que están más mirando hacia la oscuridad interior de aquella mujer, que lo único que se le ocurrirá cuando ve la piedra corrida, es que se han llevado al Señor y no sabemos donde lo han puesto. ¡Ni sospecha de otra posibilidad! ¡Ni recuerdo del anuncio repetido tantas veces por Jesús! Y si así es en María Magdalena, no lo es menos en las otras mujeres, como ya iremos viendo en días sucesivos.  Y ellas son –en los tres evangelistas primeros- las que verdaderamente llegan al sepulcro (y no Magdalena, porque Magdalena, con solo ver de lejos la losa quitada) ya no siguió su camino.

             Mucho nos equivocaríamos los creyentes si pretendiéramos basar nuestra fe en “hechos” palmarios o datos concretos históricos de este período de la vida gloriosa.  La resurrección de Jesús es una experiencia sentida, palpada y vivida muchísimo más adentro, y experimentada en una realidad inexplicable e inexpresable de un puñado de hombres y mujeres que se sintieron transformados por algo muy real y muy interno, que les hizo ser otros sin dejar de ser ellos.  Pero haciendo realidad lo que Pablo expresa de si: ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí..  O como dirá Tertuliano: mirad como se aman.  O el libro de los Hechos: Todos pensaban y sentían lo mismo, y entre ellos no había necesitados porque quien tenía, ponía lo suyo a disposición de quien carecía. Eran verdaderamente CREYENTES.

4 comentarios:

  1. Anónimo2:51 p. m.

    Si verdaderamente creemos en la resurrección de Jesús podemos considerarnos bienaventurados.
    Si somos realmente creyentes, ésto supone la caridad al uso de los primeros cristianos.

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  2. Ana Ciudad3:25 p. m.

    La liturgia del tiempo pascual nos repite con mil textos diferentes estas mismas palabras:ALEGRAOS,no perdáis la paz y la alegría jamás:servid al Señor con alegría,pues no existe otra forma de servirle.Cuando se busca al SEÑOR,el corazón rebosa de alegría.

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  3. En una de las apariciones de Jesus a Santa Teresa de Avila ;La
    dice que todo el mal que existe en el mundo proviene que no
    acabar de creer lo dicho en las sagradas escrituras .

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  4. Tambien la expresa en otra aparicion que ni una tilde faltara a la
    verdad de lo dicho en los evangelios ;antes de que no se cumpla
    una tilde de lo dicho por Jesus en los evangelios faltaran el cielo
    y la tierra .

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