martes, 9 de abril de 2013

Simón. Los Once.


SE APARECIÓ A SIMÓN
             No soportaba Simón pasivamente el clima aquel.  Si ya Magdalena había visto al Señor, y el Señor le había dado el encargo expreso de anunciarlo a sus hermanos, era para Simón un reclamo muy fuerte para suplicar a ese su Amigo Jesús, y ahora Señor resucitado, la gracia de poder verlo él…, el Simón que no soporta la ausencia…, el Simón que juró no conocerlo…, y que tantas lágrimas le ha costado…, de cuyas negaciones está tan arrepentido…, él que se había considerado superior a los demás, a pesar de las advertencias del Maestro.  Simón no podía quedarse a la espera pasiva de lo que fuera a ocurrir. Simón necesitaba salirse de allí, del grupo  –como lo había hecho para negar-, y suplicar a Jesús que se mostrase.
             Adónde fue, qué hizo, cuántas vueltas dio…  ¡Lo grade es que la que debía haber sido –para nuestro entender- la más sonada aparición y más explicitada en los Evangelios, no tiene ninguna descripción. Tanto en San Lucas como en San Pablo, se reduce a afirmarlo: se apareció a Simón…; se apareció a Cefas…  Y ya no hay más. Cuanto queramos poner ahí, como queramos imaginarlo, con las emociones o devociones que lo adornemos, la verdad es que será siempre un añadido nuestro. Perfectamente encajable con una posible realidad del discípulo arrepentido de su pecado y el Jesús misericordioso que tanto le quería…  Imaginable como encuentro pleno de emoción y de lágrimas…, y de Corazón de Amigo y Señor que ya no quiere saber del pasado, y que lo que desea y gusta es mirar hacia adelante…, crear hacia adelante, y hacer pensar para adelante.
             Lo que nunca podríamos imaginar es a Jesús metiendo el dedo en la llaga del que sufre para hacerle mayor el sufrimiento…, ni hacer el masoquismo de meter el dedo en el ojo para hacer más clamoroso el llanto. Ha pasado lo que pasó. Pero Jesús viene a hacer nuevas todas las cosas. Y la aparición a Simón fue toda una efusión de amor misericordioso. Y si aquella parábola del padre bueno dibujó la maravilla del amor misericordioso, lo que bien podemos pensar es que aquí se cumplió paso a paso con el Simón que había llorado amargamente su pecado, y que había regresado esperanzado a esa “casa paterna”…  El resto son los besos del padre que sale al camino y se le adelanta…, y ni le deja decir todo lo que quiere humillarse ahora…, sino que –por el contrario- el banquete ya está preparado y la nueva túnica, sandalias y anillo colocados en la mano del hijo que ha vuelto.  Si Fue Jesús quien contó aquello, bien podemos pensar que es Jesús quien lo realiza ahora plenamente con su buen Simón…, el hombre que amó tanto, y que –a su vez- por su espontaneidad, también “se coló” tanto… Confió excesivamente en sí, en su amor al Maestro, en su firmeza de hombre de mar…, aunque luego era un chiquillo que tenía que echar marcha atrás de sus intemperancias.
             Lo conoce Jesús muy bien. Sabe que Simón necesita pulir, pero que tiene un corazón de oro. Y Jesús mira dentro, ahí donde está el fondo de la persona.  Y también supo –y se lo advirtió- que Satanás quiere cribaros como el trigo…, pero tú –cuando te repongas- fortalece a tus hermanos. Ha llegado esa hora.  Y los Hechos de los Apóstoles tendrán varios capítulos con Simón Pedro erigido en fortaleza de la fe en la naciente Iglesia.


APARICIÓN EN EL CENÁCULO
             De la aparición en el Cenáculo hay tres versiones: una de Marcos que no añade nada especial. Otra de Lucas, de claro formato apologético, y otra de Juan con visión futura de Iglesia.
             La narración de Lucas es muy llamativa por la cantidad de detalles, y que algunos son muy especiales, como de quien escribe a una comunidad que no tiene bases cristianas, Entonces arranca desde el regreso de los dos discípulos que habían huido, y que vienen proclamando que han visto al Señor. Para los que estaban allí ya no es novedad porque ya se ha aparecido a Simón.
             No obstante, los presentes dudan, creen ver un fantasma, están alterados, apenas les cala el saludo de paz que les ha hecho Jesús… San Lucas los presenta a aquellos discípulos variados “sobrecogidos y llenos de espanto” y que –por tanto- no dan crédito a lo que ven… Y Lucas se explaya en signos: les muestra las manos y los pies… Les hace tocar… Les afirma que “tiene carne y huesos (¿?)”, lo cual significa que no es fantasma. Y come pescado (¿?) ante ellos para mostrarles su realidad: que era el mismo.  
[El mismo, pero RESUCITADO, lo que ya hace variar mucho de lo que esos “signos” manifestarían. Por eso he dicho que Lucas lleva una marcada intención apologética, y así muestra “datos” que vayan conduciendo a la fe en que el que está allí no es un ser distinto ni extraño].

                El texto de san Lucas se prolongará en detalles mucho más profundos, pero que vienen a redondear ya todo el resto de los cuarenta días que Lucas ha puesto hasta la ascensión, o los cincuenta hasta pentecostés. Pero antes que seguir, lo que haremos es dedicar un nuevo rato a esa “misma” aparición, en la distinta narración que hace San Juan.

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