jueves, 4 de abril de 2013

Primera APARICIÓN


MARÍA MAGDALENA
         San Juan sitúa la primera aparición visible en la persona de Magdalena.  
Lo que San Mateo había englobado sin detalles en “las mujeres”, San Juan lo personaliza y lo explicita con muchos detalles en el caso de María Magdalena. También San Marcos la cita: se apareció primero a María la Magdalena.  Siguiendo a Juan que se detiene en una serie de detalles, María avisó el robo del Señor, que ella había inventado en su fantasía, casi paroxismo. Y dos discípulos suben a comprobar. Y Magdalena, apenas se sosiega, y antes de que regresen los dos discípulos, se sube al sepulcro. No se encuentra con ellos [¿…?].  Y allí, sentada ante el sepulcro, llora.
             Dos ángeles, sentados dentro del sepulcro, le preguntan por qué llora. Y ella no se inmuta por la presencia de seres celestiales, que tanto temor causaban siempre. Responde con la mayor naturalidad la razón de su llanto. Porque se han levado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Y sigue llorando y mirando hacia el interior del sepulcro.
             Alguien a sus espaldas le pregunta también, pero con un añadido: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?  Y como lo que menos entra ya en la mente de aquella mujer ofuscada por el dolor es que Jesús esté vivo, sin mirarlo siquiera imagina que es el jardinero. Y le responde con todo detalle lo que es su dolor y lo que es su deseo: quiere saber si el jardinero robó ese cuerpo…, quiere saber dónde lo ha puesto.  Y ella está dispuesta a ir y traérselo de nuevo al sepulcro. Una serie de despropósitos que bien expresan el paroxismo –locura de amor- de aquella mujer.
             Y como quien estaba allí a sus espaldas era Jesús, es evidente que Jesús tuvo que pensar hasta dónde llegaba el amor de quien mucho fue perdonada y por eso ama tanto que ha perdido la lógica y está diciendo disloques.  Y Jesús va a consolarla con una sola palabra, y esa palabra es la que expresa a la persona con toda su historia. Una palabra que es EL NOMBRE…, el nombre personal e inmensamente significativo para ella: ¡MARÍA!  Desde luego no era sólo un nombre. Era una historia. Historia de pecado apasionado, anteriormente.  Historia de mujer arrepentida que pas por encima de los respetos humanos y da la cara ante los comensales de un banquete de fariseos, y se mete en medio y llora a los pies de Jesús… Es el dolor de sus pecados. Es que algo de Jesús, de sus enseñanzas y predicaciones, de su delicadeza con los más desafortunados…, le ha ganado el alma. Y allí se presenta con su arrepentimiento total. Criticada por los fariseos y defendida por Jesús, porque ella amó mucho.
             Historia de discípula que ya no se separa de Jesús, con el grupo de mujeres que servían en lo que ellas podían hacer.  Historia de mujer que acompaña a la Madre de Jesús junto a la cruz. Historia de una persona cuyo agradecimiento se ha transformado en una unión a la obra de Jesús y a Jesús mismo, en verdadera novedad de amor puro hacia quien fue su benefactor, a quien no le pidió cuentas de su pasado, a quien contó con ella para un proyecto futuro.
             “MARÍA” es ahora mismo –en boca de Jesús- toda una afirmación de la locura de aquella mujer…, del mérito de su fidelidad, de la admiración por esa ristra de despropósitos con que ha mostrado su dolor…
             Y por si hubiera sido poca su locura, ahora escucha la voz de Jesús, y su paroxismo llega a lo más alto. Se tira a los pies de Jesús, se abraza a ellos como queriendo aferrarse y no permitir que nunca más se le vaya, y llora apasionadamente.  Aquí tendríamos plasmado aquel versículo del libro del Cantar de los Cantares: “He hallado al amor de mi alma; le tengo y no le dejaré”. Jesús deja que esa emocionalidad se apacigüe y cuando ya se ha sosegado suficientemente, y ha dejado de llorar, y ahora muestra un rostro tan gozoso, Jesús le hace ver que su puesto no es a sus pies, ni abrazados ni con el temor de una nueva desaparición.  Quien ha tenido el gozo y el consuelo de VER A JESÚS RESUCITADO, no puede quedarse en eso. Ahora tiene que hacerse mensajero de ese gozo.  Y los primeros que han de recibir son “sus hermanos” (los apóstoles).  [Para una persona avezada en la Sagrada Escritura, “mis hermanos” no fue nunca una expresión de Jesús en su modo de hablar de sus discípulos o apóstoles.  es ya una expresión acuñada por las primeras comunidades].
             Por eso Magdalena será la primera misionera de Jesús resucitado y la que siempre la alegría entre quienes estaban hundidos por el “fracaso” del Maestro muerto a manos de sus enemigos.  Aquella mujer que hace muy poco llegada al Cenáculo hecha polvo y con un mensaje atroz, es la misma que ahora llega reflejando en su rostro una alegría desbordante: porque HE VISTO AL SEÑOR, y me ha dicho esto y esto…

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