viernes, 30 de junio de 2017

30 junio: Abrahán y Sara

Liturgia
          El texto del Génesis que tenemos delante (17,1.9-10.15-22) es digno de encomio para manifestar “los caprichos” de Dios: cómo Dios sale por encima de las leyes naturales el día que quiere mostrar que una obra es suya y solamente suya. Viene prometiéndole a Abrán una descendencia más amplia que las constelaciones e incontable como el polvo… Y tenía entonces Abrán 75 años. Pues Dios aguarda más, lleva la situación al extremo hasta que parezca ya absurda la promesa. Empieza por cambiar el nombre a Abrán, que en adelante se llamará ABRAHÁN, lo que ya es una señal clara de que ha tomado Dios el caso por su cuenta. Abrahán tiene ya 99 años. Saray, su esposa 90. También le cambia el nombre por SARA. Y el matrimonio no tiene hijos. Ahora viene Dios y le dice que un hijo nacido de ellos, va a ser el descendiente, y que eso lo toma Dios tan en serio que va a ser un pacto perpetuo.
          Abrahán llega a preguntarle a Dios si es posible que un centenario pueda dar un hijo de una mujer de 90, y Dios se ratifica. Le da el nombre de ese vástago, que se llamará ISAAC, y con él y sus descendientes haré un pacto perpetuo. Quiere decir que todo va en la línea de lo sobrenatural, de la iniciativa de Dios, y que –por tanto- sale adelante no por las fuerzas y leyes naturales. Es Dios el autor de eso que va a suceder. Abrahán y Sara son los instrumentos de los que Dios se vale, precisamente cuando los “instrumentos” no serían válidos sin una directa y especial acción de Dios.
          Paralelo a eso, que es el argumento principal, corre el caso de Ismael, el hijo que Abrán tuvo con la esclava Agar, al que Dios no va a dejar de bendecir también, pero en otra línea diferente. Isaac es origen del pueblo que Dios se elige como propio. Ismael y sus descendientes, será bendecido y multiplicado en un pueblo numeroso. Pero los ismaelitas irán por otra historia diferente, mientras que Isaac será el comienzo del pueblo hebreo, y origen de esa historia sagrada que desembocará en Jesucristo.

          En el evangelio tenemos el caso más que conocido del leproso que fue a Jesús y le hizo esa humilde y bella oración: Señor, si quieres, puedes curarme (8, 1-4). El leproso se atrevió a acercarse a Jesús, aunque a cierta distancia, consciente de que él no podía tomar contacto con nadie. Además Jesús caminaba rodeado de mucha gente, y el leproso no podía osar acercarse más de lo que necesitaba para hacerse escuchar en su petición.
          La gente se retrajo. Los apóstoles rodearon a Jesús como buscando protegerse. Y Jesús, contra todo pronóstico, dio unos pasos al frente entre la admiración de los circundantes. Y Jesús extendió la mano y tocó al leproso, y repitió en afirmativo la misma oración que había hecho el enfermo: Quiero; queda limpio. Había alrededor admiración y repulsa instintiva. Había tocado al leproso y con ello él mismo se había hecho leproso (“impuro”), pensaba la gente.
          Pero lo admirable fue que el leproso quedaba curado, y que Jesús era fuente de sanación y no quedaba contagiado. Un murmullo de admiración y extrañeza se corrió por entre el grupo de los seguidores, y un relax invadió a los Doce.
          El leproso estaba curado. Su piel había quedado sana. Pero Jesús no se conforma con eso, ni el leproso debe conformarse con eso, pues sigue constando en los libros como enfermo de lepra. Por eso Jesús le dice que vaya a los sacerdotes para que ellos testifiquen la curación y pueda hacer vida normal entre la gente.
          Curiosamente –y como un estribillo que se repite varias veces a lo largo de los evangelios- Jesús le indica: No se lo digas a nadie (sólo a los sacerdotes, para que conste la curación), ¡Como si fuera posible que un hombre que estaba desahuciado de la sociedad, pudiera callarse cuando se encuentra vuelto a la vida! Cuando ese hombre se marchara de allí, no podía menos que ir publicando que estaba curado y que Jesús lo había curado.


          La enfermedad de la lepra es la que se ha comparado mucho con el pecado, en parte porque es “una costra” sobre el alma del pecador, y en parte porque la limpieza de esa “costra” tiene que realizarse a través del sacerdote, el que Jesús ha puesto ahí para testificar el perdón. Si el penitente fuera consciente del don que recibe, no podría callarse e iría comunicando el gozo recibido de su perdón. Y a vivir la alegría de haber vuelto a formar parte de la “sociedad” de los hijos de Dios, de la que tiene que tener mucho cuidado de no volver a salir.

jueves, 29 de junio de 2017

ZENIT 29: El Papa sobre la fiesta de hoy

El papa Francisco presidió hoy jueves en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, la santa misa en la plaza de San Pedro. Después de la bendición de los palios para los arzobispos metropolitanos, predicó la homilía que reproducimos a continuación:
«La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración. La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13).
Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15).
A este punto, responde sólo Pedro: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’ (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ‘¿Quién soy yo para ti?’. Es como si dijera: ‘¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?’.
Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo.
Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de ‘ser –como escribe– derramado en libación’ (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida.
Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, ‘es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males’ (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús.
Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados’ (2 Co 4,8-9). Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo.
Por eso Pablo –lo hemos oímos– se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas.
Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre.
Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros.
El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

29 junio: Santos Pedro y Pablo

Liturgia
          Hoy la Iglesia está de fiesta. Celebramos la solemnidad de los Santos PEDRO Y PABLO, los dos apóstoles puntales de fe cristiana, Pedro en la parte más centralizada en el mundo judío, y Pablo en el gentil. Pedro, como Piedra fundamental (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia), y Pablo recorriendo otros lugares y siendo “el evangelizador”, el incansable comunicador de la doctrina de Jesús, que va explicando y concretando mucho de lo enseñado por el Maestro.
          La liturgia de la solemnidad divide la materia entre los dos, aunque llevándose Pedro la primacía. En Hech.12,1-11 se nos describe la liberación milagrosa de Pedro, encerrado en la cárcel por Herodes. Ni el propio Pedro llegaba a creerse aquella liberación, y pensó que se trataba de una visión. Pero el hecho fue real: Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.
          Luego en el Evangelio (Mt 16,13-19) encontramos el texto base en el que Jesús declara a Simón que es PEDRO (=Piedra) sobre quien edificará Jesús su Iglesia, declarándole que la confesión que ha hecho Simón sobre Jesús, como “Mesías, el Hijo de Dios vivo”, era mucho más que lo que Simón podía ver, tocar y palpar: en realidad era una revelación que había venido de Dios, por lo que Simón dejaba de ser simplemente Simón para ser el dichoso Simón, hijo de Juan, que quedaba convertido en Pedro, que recibía las llaves del Reino de los Cielos, con las que ataba y quedaba atado en el cielo; desataba y quedaba desatado en el cielo, es decir, recibía plenos poderes como continuador y vicario de la obra de Cristo, la Iglesia de Cristo.
          Con la particularidad de que no era sólo la persona de Simón Pedro la que recibía aquella autoridad, sino todos sus sucesores que habían de ocupar el lugar de Pedro.
          Por su parte, Pablo es el inseparable en la construcción de esa Iglesia, aunque no caminara al lado de Pedro, porque sus trabajos apostólicos se habían ido dirigiendo por caminos muy distintos, aunque acordes en la doctrina y en el amor a Jesucristo. Que allí donde surgieron iniciales diferencias en una obra tan ingente que estaba haciéndose, dos hombres de Dios dialogaron y estudiaron el espíritu imbuido por el Maestro, para acabar confluyendo en unos puntos comunes esenciales.
          Escribiendo a su discípulo Timoteo (2ª, 4,6-8.15-18), define Pablo lo esencial de su personalidad: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente, He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor me premiará en aquel día. Pablo mira ya hacia atrás. Hace su examen de conciencia y tiene la satisfacción del deber cumplido. Puede esperar con confianza la corona definitiva, que Jesús le va a entregar.
          ¿Por qué puede cantar victoria? Porque el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Ese fue su título. El que sacó de una de sus conversaciones con Pedro: que él se dedicaría a los gentiles. Ahora esa es su honra y su corona. Puede esperar el premio merecido.

          La Iglesia de Jesucristo está asentada sobre esas dos columnas. Lo que quiere decir que nosotros nos alimentamos de esos dos cimientos. Las cartas de Pablo son prácticamente alimento constante en la liturgia y en la enseñanza. Y en cuanto a Pedro, sus cartas son menos conocidas y menos usadas, pero “PEDRO” sigue alentando la Iglesia cada día desde la acción del magisterio papal.

          Y hoy día sería muy a tener en cuenta porque el PEDRO ACTUAL está dando una ingente catequesis diaria, desde sus cortas intervenciones diarias en Santa Marta, a sus más amplias catequesis de miércoles y domingos. Y lo que es inadmisible es que haya católicos en “guerra” mental (y a veces no tan mental) contra las enseñanzas del Papa, precisamente porque este PEDRO se ha tomado en serio el Evangelio de Jesucristo y está buscando conducir las actuaciones eclesiales por la línea de la misericordia, la comprensión, la compasión, el respeto a las otras formas. Lo que hizo Jesucristo frente a los ancianos de las piedras contra la adúltera, o con la prostituta en casa del fariseo, o de cada sábado saliéndose de la “norma” para presentar a las gentes la grandeza del Corazón de Dios. ¡Pero todavía hay “más papistas que el Papa”, y más falsos profetas con piel de oveja!

miércoles, 28 de junio de 2017

ZENIT 28: Esperanza, fuerza de mártires

La esperanza cristiana es la fuerza de los mártires. Este fue punto central de la catequesis de hoy miércoles en la Plaza de San Pedro, donde varios miles de fieles le esperaban para la última audiencia de esta primera mitad del año, con el entusiasmo que caracteriza a este evento. El Santo Padre entró en el jeep abierto por los corredores de la plaza, y así en este día nublado del verano europeo bendijo a varios niños y ancianos durante el trayecto.
“Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Jesús advierte a sus discípulos que serán odiados por seguirle”, señaló el Papa en el resumen de la catequesis hecho en español.
“Los cristianos son hombres y mujeres ‘contracorriente’, que siguen la lógica del Evangelio, que es la lógica de la esperanza”, dijo, y explicó que “esto se traduce en un estilo de vida concreto: deben vivir la pobreza, recorriendo su camino con lo esencial, y con el corazón lleno de amor; deben ser prudentes y a la vez astutos; pero jamás violentos”.
Explicó que “el mal no se puede combatir con el mal. La única fuerza del cristiano es el Evangelio”. Precisó que “en el momento de la prueba el cristiano no puede perder la esperanza, porque Jesús está con nosotros; él ha vencido el mal y nos acompaña en todas las circunstancias que nos toca vivir”.
El Santo Padre recordó también que “desde los primeros cristianos, se ha denominado la fidelidad a Jesús con la palabra ‘martirio’, es decir, testimonio. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, sino que aceptan morir solo por la fidelidad al Evangelio”.
Indicó que “no se puede utilizar la palabra mártir para referirse a los que cometen atentados suicidas, porque en su conducta no se halla esa manifestación de amor a Dios y al prójimo que es propia del testigo de Cristo”.
El sucesor de Pedro concluyó sus palabras saludando “a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica”.
Recordó que mañana jueves “celebraremos la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, que dieron su vida por amor a Cristo. Pidamos a Dios por su intercesión que nos conceda el don de la fortaleza para seguirle y ser sus testigos viviendo la esperanza cristiana, sobre todo en ese martirio continuo y escondido de hacer bien y con amor nuestras obligaciones de cada día”.

28 junio: Los frutos buenos

Liturgia
          Gn 15,1-12.17-18 es una bella página de la revelación y de la liturgia de este día. Nos muestra a Abrán en diálogo con Dios, y a Dios sobresaliendo con su promesa por encima de lo humanamente imposible.
          Abrán recibe una visión de Dios que le dice: No temas, Abrán; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante. Pero Abrán entra en el realismo de  su situación y le presenta a Dios su gran dificultad: ¿De qué sirven tus dones, si soy estéril y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa? Está prometida una descendencia, pero lo que ya veo es que un criado mío es el que va a salir ventajoso. No me has dado hijos y un criado me heredará.
          El Señor le respondió: No te heredará ese, sino uno salido de tus entrañas. Abrán debió quedar perplejo. Y el Señor, en uno de esos gestos tan propios suyos, saca a Abrán fuera de la tienda, a pleno campo, de noche, y le hace mirar las estrellas: Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas, ¡Pues así será tu descendencia!
          Y sigue el texto con una bella afirmación Y Abrán creyó al Señor. El Señor por su parte le hace un juramento: Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra.
          Abrán pidió a Dios una señal. Y viene una de las páginas más bellas, que reproducen lo que pudiéramos llamar “el acta notarial” de Dios con Abrán. Al estilo de cómo se firmaban los pactos civiles, Dios pidió a Abrán que trajese unos animales y los dividiera en dos partes, dejando un paso por medio. En el mundo civil los que contrataban algo, ratificaban su compromiso pasando por entre las dos filas de animales descuartizados. Y cuando Abrán hubo hecho lo que Dios le decía, se hizo de noche y entró en sopor, mientras una antorcha de fuego, como un torbellino se pasó entre las dos hileras de los animales. En este “contrato” Abrán sólo había puesto la materia. Pero quien afirma y se ratifica y se compromete pasando entre las mitades de aquellos animales es Dios, bajo la imagen de aquella humareda de horno y antorcha ardiendo. En aquel día Dios hizo alianza con Abrán en estos términos: A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al gran Río.
          Dios había ratificado su compromiso. Abrán aceptaba sin dudar y quedaba el pacto hecho con la iniciativa de Dios.

          En Mt 7,15-20 Jesús advierte a los  discípulos que se cuiden de los falsos profetas. Profeta es el que habla en nombre de Dios, Falso profeta es el que habla sus propias palabras y las quiere hacer pasar como mensaje de Dios. Es lo más peligroso. Hace muy pocos días se me acercaba una persona un tanto angustiada porque “la Virgen de Fátima había condenado a los que comulgan de pie y en la mano”. Y como esto, tan simple, pululan por ahí mensajeros engañosos, profetas de calamidades, que ponen en boca de Dios o de la Virgen todas esas falsas profecías que nada tienen que ver con la enseñanza de Jesús y de la Iglesia. Jesús se lo advierte a los discípulos. Sabe Jesús que tienen muy cerca esa lacra de los fariseos, que por fuera visten piel de oveja pero son lobos rapaces.
          Jesús nos da un criterio de discernimiento: LOS FRUTOS: por sus frutos los conoceréis. Y los frutos de la verdadera profecía son la esperanza, la fe en Dios, la alegría interior, el sentido optimista de la vida, el olvido de sí mismo para ir al encuentro del que me necesita, el sacrificio del Yo para ayudarle al Tú, la paz, la limpieza de los pensamientos y de las actitudes, la fidelidad a la palabra de Dios. Sencillamente el corazón bueno, que como tal árbol bueno da frutos buenos y no es capaz de dar malos frutos.
          Todo lo contrario del árbol malo –el corazón empequeñecido y sucio-, que sólo puede dar malos frutos porque es la raíz que encierra dentro de sí mismo.

          Por eso Jesús concluye: Por sus frutos los conoceréis. Una regla esencial del discernimiento es que deja paz y gozo en el alma. Cuando los mensajes que nos llegan desde los “profetas” crean angustia y desazón y achican el espíritu, podemos tener la clara convicción de que son FALSOS PROFETAS. No les hagamos caso. Rompamos abiertamente todas esas propagandas que nos dan por la calle, anunciadoras de desgracias. Ciertamente no es el estilo de Dios. ¡Pero tomemos en serio a Dios y sus anuncios evangélicos!, que no significa que sean siempre agradables al oído!, pero anuncian las características del Reino de Dios, para llevarnos a la esperanza a la que somos llamados: aunque el camino y la puerta sean estrechas, conducen a la SALVACIÓN.

martes, 27 de junio de 2017

27 junio: Puerta estrecha

Liturgia
          El evangelio de Mateo (7,6. 12-14) es muy variado. De hecho en la lectura de hoy se ha escogido por separado el v.6, del núcleo de 12 a 14. Y dentro de esos últimos versículos, hay una variedad de temas.
          El 6 es una advertencia de Jesús que es muy realista: no echéis lo santo a los perros. Nos está advirtiendo de lo inútil que es pretender que comprendan y acepten las cosas sobrenaturales los que no tienen más inteligencia ni disposición personal para acoger, siquiera en plano de hipótesis- enseñanzas espirituales. La experiencia da que cuando la persona hace de frontón, es inútil pretender llevarla a un terreno de fe. Jesús lo expresa con esa forma abierta con la que él quiere hacerse entender: No echéis lo santo a los perros. Un perro no podrá nunca aprender. Pero “los perrillos” (lo sabemos de otra ocasión” eran también los no judíos, los que no tienen las bases de fe del pueblo de Dios. Por mucho que se les quiera explicar, están en otra onda. Y como digo es experiencia muy fácil de comprobar en los momentos actuales, ante esas personas  que carecen de la capacidad de captar un valor espiritual.
          Después pasa Jesús a dar un consejo de orden humano y práctico: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Un principio tan de orden natural, Jesús lo llega a expresar como concreción de lo que enseñan la ley y los profetas. De hecho Dios no dio unos mandamientos que se escaparan de la lógica humana. No enseñó unas actitudes que supusieran vivir un mundo aparte de la realidad. El que vive los mandamientos de la Ley de Dios, acaba tratando a los demás como desea ser tratado él.
          Lo que pasa es que unos principios tan “humanos”, tan al alcance de cualquier buen entendimiento, en la realidad presuponen que “lo santo” cae en corazones abiertos a acoger la bondad. Y para eso hay que estar dispuestos a entrar por la puerta estrecha, pues la tendencia humana es a ir siempre por lo más cómodo, lo que implica menos esfuerzo, lo que está mirando a la ventaja de sí mismo antes que a lo que requiere esfuerzo, dominio, mirar las necesidades de los demás, ceder de sí. Y la puerta estrecha es la que conduce a la salvación, porque es la que hace a la persona adulta y exigente consigo misma. Reconoce Jesús que esa puerta es muy estrecha. No tanto que no se pueda pasar, cuanto que un poco tiene uno que “desmochar” de sí mismo para poder entrar por ella.
          La otra puerta, la ancha, la de los que no valen más que para sí mismos, es muy amplia…, pero lleva a la perdición. Hoy no es hablar en lenguaje extraño. Yo tengo que repetir muchas veces las otras palabras de Jesús: sácate el ojo, córtate la mano o la pierna…, para advertir que Jesús no nos quiere ni tuertos, ni mancos, ni cojos, pero nos quiere drásticos…, nos quiere de puerta estrecha. ¡Y hay mucho que tomar en serio de esa llamada de Jesús, porque los tiempos que corren son los de todo fácil, todo muelle, todo vale…!, y entonces la vida se concibe de placeres y goces, de dineros y caprichos, de libertinajes a toda costa. ¡Y acabas con la sensación de estar echando lo santo a los perros! El evangelio, una vez más, está diciendo verdades nítidas, aunque guste más el evangelio de mantequilla.

          Gn 13,2.5-18 nos ha puesto de relieve a un hombre de Dios, Abrán, que cede el terreno liberalmente a Lot para que Lot elija la parte que más le guste para sí y para sus enormes rebaños. Pretende Abrán que no discutan los pastores de Lot con los suyos, y ofrece a Lot la elección. Lot elige la parte más fértil, y Abrán se queda con la otra. En “la otra” le esperaba Dios, y allí le hace nueva promesa de descendencia, y le dice que será más numerosa  que el polvo (y el polvo no se puede contar). Abrán se estableció junto a la encina de Mambré, y allí levantó un altar  en honor del Señor.

          Abrán es de los que tratan a los demás (a Lot y los suyos) como le gustaría a él que le tratasen. Abrán ha entrado por la puerta estrecha, cediendo lo suyo a favor de Lot. Y a Abrán le viene todo a concluir en la bendición de Dios y en ese camino que a él le conduce a su salvación. No necesitó Abrán ni de leyes ni de mandatos. Le bastó tener un corazón abierto a Dios desde el principio, con aquella generosidad extrema con la que salió de su casa, de su tierra, de la casa de su padre, bajo la llamada de Dios que así se lo pedía, y marchar a “la aventura” de lo que quisiera hacer Dios de él.

lunes, 26 de junio de 2017

ZENIT 26: Abiertos a las sorpresas de Dios

El papa Francisco en la homilía de la misa que celebró este lunes en la capilla de la Casa de Santa Marta, aseguró que el verdadero cristiano no permanece quieto, se fía de Dios y se deja guiar por un camino abierto a las sorpresas del Señor.
No permanecer estáticos, ni instalarse demasiado, indicó el Pontífice partiendo de la Primera Lectura del día, tomada del libro del Génesis. Y sobre la figura de Abraham a quien el Señor exhortó a irse de su país, de su patria, indicó que “existe el estilo de la vida cristiana, nuestro estilo como pueblo”, basado en tres dimensiones: el “despojo”, la “promesa” y la “bendición”.
“Ser cristiano lleva siempre esta dimensión de despojo que encuentra su plenitud en el despojo de Jesús en la Cruz. Siempre hay un ‘vete’, ‘deja’, para dar el primer paso: ‘Deja y vete de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre’. Si hacemos un poco de memoria veríamos que en los Evangelios la vocación de los discípulos es un ‘vete’, ‘deja’ y ‘ven’. También en los profetas, ¿no? Pensemos en Eliseo, trabajando la tierra: ‘Deja y ven’.
— ‘Pero al menos, permíteme saludar a mis padres’.
— ‘Pero, ve y vuelve’. ‘Deja y ven’”.
Los cristianos deben tener la capacidad de dejarse “despojar y crucificar con Jesús”. Abraham obedeció por la fe, partiendo hacia una tierra que iba a recibir en herencia, pero sin conocer un destino preciso:
“El cristiano no tiene un horóscopo para ver el futuro; no va a ver al nigromante que tiene una esfera de cristal, ni a quien le lea la mano… No, no. No sabe a dónde va. Va guiado. Y esto es como una primera dimensión de nuestra vida cristiana: despojarse. Pero, despojarse ¿para qué? ¿Para una penitencia dura? ¡No, no! Para ir hacia una promesa.
Y ésta es la segunda. Nosotros somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa, hacia un encuentro, hacia algo, una tierra, dice a Abraham, que debemos recibir en herencia”. Señaló como simbólico el hecho de que Abraham “no construye una casa, sino que planta una tienda, para indicar que está en camino y que se fía de Dios”, construye un altar para adorar al Señor.
“El camino comienza todos los días por la mañana; el camino de encomendarse al Señor, el camino abierto a las sorpresas del Señor, tantas veces que no son buenas, tantas veces graves –pensemos en una enfermedad, en una muerte– pero abierto, porque yo sé que Tú me llevarás a un lugar seguro, a una tierra que Tú has preparado para mí: es decir, el hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual.
Nuestra alma, cuando se acomoda demasiado, se instala demasiado, pierde esta dimensión de ir hacia la promesa y en lugar de caminar hacia la promesa, lleva la promesa y posee la promesa. Y esto no va, no es propiamente cristiano”.
El Sucesor de Pedro señala también la bendición, como inicio de nuestra familia cristiana. Bendice, o sea: “dice bien de Dios y dice bien de los demás” y “se hace bendecir por Dios y por los demás” lo que vale también para los laicos.

Novena y fervorín final

Tanto lo novena como el fervorín -al encerrarse la procesión- han corrido a cargo del P. Fernando Motas S.I., Superior de esta Comunidad nuestra de Málaga.
Los reseñas de los diferentes días de la novena, han sido resúmenes del P. Cantero.
El fervorín es original del P. Motas.

26: FERVORÍN tras la Procesión

¡Corazón de Jesús!

Cuando andabas por los caminos de Galilea y buscabas colaboradores en tu misión de anunciar el Evangelio los llamabas diciéndoles: “Sígueme”. Esa es la vida entera de un cristiano, seguirte. Lo hemos cantado varias veces esta tarde: “Tan solo quieres que yo te siga”, es todo cuanto quieres y esperas de nosotros.

Y esta tarde, por las calles de nuestra ciudad hemos expresado simbólicamente, a través de tu imagen, nuestro deseo y voluntad de seguirte. Hemos dicho a la ciudad que somos seguidores de Jesús, de su corazón. Hemos dicho que entendemos toda nuestra vida como un camino en el que Tú vas el primero como guía, como maestro, enseñándonos a caminar como Tú caminas.

Las mujeres y hombres de trono no te han llevado a Ti. Eres Tú quien los ha llevado y guiado a ellos; Tú les has marcado el paso llevándolos por la vida a donde Tú quieres. Y ellos, sin saber a dónde van, se han fiado de Ti y te siguen.  Por donde Tú quieras llevarlos. Puesto el corazón en Ti, te seguirán.

Tampoco la banda de música ha marcado el paso de nuestro caminar. Eres Tú quien pone la melodía y el ritmo de nuestra vida, de nuestro camino. Tú escribes la partitura y nos das el aliento para crear alegría y belleza a nuestro alrededor.

Las velas encendidas no han iluminado tu paso por nuestras calles, eres Tú la única luz que nos ilumina. Tú eres la luz y quieres que nosotros, como reflejos tuyos, seamos también luz del mundo.

Corazón de Jesús te pedimos que nos bendigas a todos. Que bendigas a las personas que han puesto tiempo, energía y creatividad en la organización de este acto que ahora concluimos, a todos los que han participado en este gesto que expresa nuestra voluntad de seguirte, de dejarnos guiar por Ti, porque nos fiamos de Ti.


¡¡¡ Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío !!!

ZENIT 25: La fidelidad (Ángelus)

DEBAJO ESTÁ EL TEMA DEL DÍA 26

“En el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros”: en estos términos ha comentado el Papa Francisco el evangelio de este domingo 25 de junio de 2017, antes de la oración del ángelus del mediodía en la plaza San Pedro.
“Partir en misión, no es hacer turismo” ha observado el Papa en una de estas fórmulas de las que él tiene el don, más aún: “No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad”.
Sino que en toda dificultad, afirma el Papa: “Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él.”
El Papa invita a orar por los cristianos perseguidos y a dar gracias a Dios por su fidelidad.
Y en un tweet, @Pontifex_es, el Papa escribe: “Cada uno de nosotros es precioso, cada uno de nosotros es insustituible a los ojos de Dios.”
Esta es nuestra traducción de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en italiano antes de la oración mariana.
AB
Palabras del Papa Francisco antes de la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de hoy  (cf. Mt 10, 26-33), después de haber llamado y enviado a sus discípulos en misión, el Señor les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que ellos encontrarán.
Partir en misión, no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: “encontraréis persecuciones”. Les exhorta así: “No tengáis miedo de los hombres, porque no hay nada oculto que no será revelado… Lo que os digo en las tinieblas decídlo vosotros a la luz… y no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, porque no tienen el poder de matar el alma” (vv. 26-28). Ellos pueden matar el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma: no tengáis miedo de ellos.
El envío en misión por Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, lo mismo que no les pone al abrigo de los fracasos ni de los sufrimientos. Tienen que tener en cuenta la posibilidad de rechazo lo mismo que de la persecución. Esto da un poco de miedo, pero es la verdad. El discípulo está llamado a conformar su vida a la de Cristo que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en cruz. No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de la evangelización, y estamos llamados a encontrar la ocasión de verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad de ser todavía más misioneros y de crecer en esta confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos a la hora de la tempestad.
En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados jamás, sino asistidos siempre por la solícita atención del Padre.Por eso en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza a sus discípulos por tres veces diciendo: “No temáis “!
En nuestros días también, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabamos a Dios, porque a pesar de esto continúan dando testimonio de su fe con valentía y con fidelidad.
Que su ejemplo nos ayude a no dudar a tomar posición por Cristo, dando testimonio con valentía en las situaciones de cada día incluso en el contexto de aparente tranquilidad.
La ausencia de hostilidad o de tribulaciones puede ser una forma de prueba. El Señor nos envía también en nuestra época no solamente como “ovejas en medio de lobos” sino como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada de su torpeza mundana, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos o si vivimos en estos contextos  y si decimos Palabras del Evangelio, esto molesta y nos miran de reojo.
Pero en todo esto, el Señor sigue diciéndonos, como les decía a sus discípulos en su tiempo: “No tengáis miedo”! No olvidemos esta palabra: cuando estamos atribulados por algo, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchemos siempre la voz de Jesús en nuestro corazón: “No tengas miedo! No tengas miedo, avanza! Yo estoy contigo!”
No tengáis miedo a que os ridiculicen y os maltraten, y no tengáis miedo de que os ignoren o “delante” os honoren pero “detrás” combaten el Evangelio. Hay tantos que, delante, nos sonríen y detrás combaten el Evangelio. Conocemos todos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él. Por eso él no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y él nos acompaña.
Que la Virgen María, modelo de adhesión humilde y valiente a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.

26 junio: NO JUZGUÉIS

Liturgia
          La historia de Abrán (Gn 12, 1-9) es una de las más dignas de tomar en consideración, porque es un paradigma de la historia de cada mortal. Dios llama a Abrán a salir de su patria, de su tierra, de la casa de su padre, hacia la tierra que yo te mostraré. La salida es clara. La llegada, un misterio. Y yo digo que ésta es nuestra historia de cada día. El Señor nos pone delante una “salida” que nos deja colgados: “de tu casa, de tu tierra, de tu familia”…, y eso es sin saber adónde vamos en concreto. Cada mañana es una “salida”. ¿Hacia dónde caminaremos? ¿Hacia dónde nos mostrará el Señor? Es la “salida en pura fe, sin tener conocimiento de adónde vamos a llegar ese día.
          Y cuando Abrán hubo recorrido una buena parte del camino, así a la “aventura”, con toda su familia cercana y el ganado, llegaron –tras pasar por buena parte del territorio “a ciegas”- a la encina de Moré donde se le aparece el Señor, y allí viene a prometerle una descendencia a la que dará aquella tierra. Contemos con que Abrán tenía 75 años, y su mujer Saray no debía ser mucho más joven. A él le promete Dios la descendencia. No es la primera vez que Dios “juega” con el misterio y con lo imponderable. Precisamente de dos ancianos saldrá esa descendencia que promete Dios.
          Vuelvo al comienzo: inicia uno cada día. Sabe que va dejando atrás los minutos y las horas. Camina sin saber adónde, a ciencia cierta. Ahí, de pronto, le espera el misterio de lo que Dios quiere. Y lo que digo de “hoy” queda mucho más misterioso si miramos “a la descendencia”, a ese mañana completamente incierto. Y ahí Dios está haciendo su obra, aunque uno no pueda ni imaginarla. Pero Dios tiene sus planes hechos. Lo que queda es el abandono completo, la fe incondicional de Abrán, la decisión de SALIR, de abandonar todo lo que ataba y unía a un pasado. En adelante queda el presente y el futuro, que sólo Dios conoce, y hacia el que caminamos y debemos caminar con la honradez de aquel hombre de Dios.

          Y no separo mucho de ese tema el que nos trae el evangelio de Mateo (7,1-5) porque en él se nos advierte de un algo MUY DE HOY y que quiero insistir en medio de un mundo agresivo en juicios, palabras y obras. Hay muchas cosas de esas que nosotros no podemos solucionar. Pero hay un ámbito en que sí tenemos nuestra parcela para intentar hacer un mundo más habitable. Jesucristo nos dice claramente y sin metáforas: No juzguéis y no os juzgarán. Yo entiendo y siento dentro de mí que no se refiere a un juicio que vaya a hacer Dios, según el juicio que nosotros hacemos. Jesús lo expresa en un plural que nos está diciendo que los hombres nos van a juzgar con la misma forma en que nosotros juzguemos. Se forma una tertulia y se dicen cosas de los ausentes. Nos despedimos, y los que quedan allí van a juzgarnos con la misma medida que nosotros habíamos juzgado antes.
          Y Jesús pregunta, con su gracejo profundo y sus exageraciones andaluzas: ¿Por qué te fijas en la paja del ojo ajeno y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo? Y concluye, con una lógica aplastante: Hipócrita: quita primero la viga que tienes en el tuyo y entonces verás claro y podrás sacar la paja del ojo de tu hermano.
          Hay palabras en el evangelio que no necesitan mucha explicación, ni necesitan de mucha ciencia para poder llevarlas a cabo. Y aquí tenemos una de ellas. Es penoso que hay quienes siempre están poniendo el “pero” a las otras personas. Se empieza por una alabanza que parece cubrir las apariencias; luego –con una sibilina añadidura- se dice: “No es por juzgar”…, pero ahí caen ya los juicios negativos sobre aquello mismo que se ha alabado antes. Y hay personas que parecen tener un radar para captar aspectos “negativos” donde en realidad no los hay, y son más bien venenos personales del propio pensamiento. Y es que aunque hubiera alguna parte menos laudable en la otra persona, la caridad cristiana extiende un tupido velo sobre el tal “defecto”. Y si no hay nada que alabar, se calla uno prudentemente. Y si hay cosas laudatorias, se fija uno en ellas y las saca a relucir con un juicio caritativo y bondadoso. Hemos cumplido con la palabra del evangelio, en algo que no es tan difícil de llevar a cabo.

          No sé si es el vicio de hablar mucho o si en el fondo hace aguas la vida interior, el problema de los juicios es digno de hacerlo entrar en nuestro examen de conciencia diario, para que en el poco a poco de los días, vayamos evitando esa tendencia a enjuiciar, que es tan corriente como perniciosa.

domingo, 25 de junio de 2017

25 junio: No tengáis miedo

HOY SALE LA PROCESIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN (Málaga)


Liturgia
          Nos han lavado la mente de tal manera que hoy apenas se pueden tocar temas de total actualidad (y que aplastan valores esencialmente religiosos) sin que contra el osado que lo haga no recaiga una acusación de “hablar de política”, atacar la “libertad de expresión”, “no respetar las ideas del prójimo”, “tener ideas antiguas”, “ser un extremista”…, etc. Y el hecho real es que han conseguido su objetivo de mantenernos callados por ese temor de ser tildados y menospreciados. Y ahí estamos sufriendo el aplastamiento de nuestros valores cristianos, sin poder levantar la voz.
          En una tertulia de televisión, todos opinan a su manera pero en cuanto surge la persona que pretende poner un valor sobre la mesa, no se le deja hablar y se le echan encima para que no pueda expresar su tesis.
          Y somos conscientes de que ese fenómeno nos está sucediendo incluso en la familia, sobre todo con las generaciones más nuevas (pero no sólo con ellas), y ahí tenemos silenciados a quienes mantienen unos principios y tienen la cabeza muy sobre los hombros.
          Pues bien: el evangelio de hoy (Mt 10, 26-33) es muy claro. Jesucristo avisa a sus apóstoles: No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche, decidlo a pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde las azoteas. No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma. ¡Difícil, Jesús mío, en los momentos en que estamos! ¿A ver quién puede hoy opinar y expresar algo sobre el hiperbólico “orgullo”, sobre el aborto, sobre las provocaciones carnavalescas,  sobre profanaciones de lugares sagrados, sobre tantos temas humanos que están sobre el tapete de la vida, y que por tanto lo mismo pertenecen al ámbito de lo cívico como al de lo moral, al de la vida privada como a los principios de la religión católica?
          Nos queda la palabra de Jesús de que todo eso saldrá a la luz y pregonado desde las azoteas, pero mientras tanto, vivimos atemorizados y acallados, con el cuerpo intacto pero con el alma partida.
          Dice Jesús que no tengamos miedo a los que no pueden matar el alma, pero la realidad es que vivimos como zombis sin voz ni voto, y que hasta el alma nos la están cociendo a fuego lento y que muchas personas –de las que quieren mantenerse fieles- ya no saben siquiera qué es verdad y qué es mentira.
          Tenéis que temer a quien puede destruir con el fuego alma y cuerpo. Yo he defendido siempre que eso no se refiere a Dios, porque no encaja en absoluto con el contexto que sigue. Mientras somos acosados por las redes del mal –que sí pueden ir destruyendo alma y cuerpo (conforme a lo dicho)-, queda una seguridad en la fe del verdadero creyente, y es que no cae un cabello de la cabeza sin que lo disponga Dios. Y Dios, por su parte, es el que cuida hasta de los gorriones ¡Cuánto más de nosotros! Lo que se está pidiendo es una fe que traslade montañas, porque lo que estamos experimentando va en el sentido contrario.
          Y afirma Jesús –y ahí está la clave- que si uno se pone de su parte ante los hombres, también él se pondrá de parte de ellos ante el Padre del Cielo. Nos pone entre la espada y la pared. No tenemos que entrar en pelea con los que piensan y actúan al revés, pero nosotros tenemos que conservar y mantener la verdad evangélica. No discutimos pero no aceptamos comulgar con ruedas de molino, ni ante los particulares ni ante los políticos, ni ante los familiares que nos tildan de ignorantes. Sigan ellos su camino, pero nosotros nos ponemos de parte de Jesucristo y de su evangelio, sin temores ni achicamientos.
          Es muy expresiva la 1ª lectura (Jer 20,10-13) en que se pone a las claras el procedimiento de los malvados en su intento de apabullar al justo. Pero es muy clara la postura del profeta que recurre en oración a Dios –que examina al justo y sondea lo íntimo del corazón- para poder ver finalmente la victoria de la verdad sobre la mentira, de la bondad sobre la malicia. Para acabar con un canto de victoria y de alabanza a Dios porque libró la vida del pobre de las manos del impío.




          Dios Padre, que cuidas de nuestros cabellos y de los mismos gorriones, sal con tu poder a favor de tu Iglesia.

-         Que no temamos a tantos que intentan silenciarnos. Roguemos al Señor.

-         Que tengamos valor para mantener firmes los principios cristianos. Roguemos al Señor.

-         Que sobrellevemos con valor y firmeza a quienes pretenden anularnos el alma. Roguemos al Señor.

-         Que des tus fuerzas a tantos hermanos nuestros a quienes le están quitando la vida del cuerpo. Roguemos al Señor.


Señor, Dios nuestro, que conoces lo íntimo de nuestro corazón: ayúdanos frente a los enemigos y haz que podamos alabar tu Nombre, que se cuida de los pequeños.

          Por Jesucristo N.S.

sábado, 24 de junio de 2017

De la Novena en la Iglesia (9º día)

CORAZÓN MANSO Y HUMILDE, HAZ NUESTRO CORAZÓN SEMEJANTE AL TUYO.
          ¿Cómo será nuestro corazón semejante al de Jesús? “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” [Corazón no como nosotros lo entendemos como centro de los afectos, sino su intimidad, su pensamiento, lo más hondo del arraigo de la vida del hombre] .
          ¿Cuál es el tesoro del Corazón de Cristo, donde ponía su Corazón, lo absolutamente valioso para él? -En los hombres. Ahí estaba su corazón. Ahí debemos poner el nuestro.
          Enseña Jesús dos parábolas: la del tesoro escondido y la perla preciosa, donde expresa la alegría del hallazgo. En esa “perla” –dicen comentaristas- expresaba Jesús su propia vida, descubrió a Dios como Padre (“Papaíto), sintió su relación de Hijo comonadie la ha sentido, y emprendió el proyecto –el sueño- de Dios sobre él: establecer el Reino.
          A su proyecto por llevar adelante el Reino de Dios entregó su vida entera por el Padre, y por el sueño de Dios que era construir una comunidad de hermanos. A eso dedicó Jesús su predicación, y fue lo que le llenó de alegría, y “por lo que lo vendió todo”. Jesús polarizó y centró todo en el Reino, y quiso trasmitir esa experiencia.
          Dios “enamorado de Israel) 1ª lectura] donde está sintetizado todo. Losa hombres, “hijos” de DIOS AMOR [2ª lectura], y por tanto, hermanos.  Es la PERLA que se hace amar.
          Por esa filiación/fraternidad luchó Jesús con una cercanía fiel y misericordiosa hasta entregar la vida. Y para que tengamos “un corazón semejante el suyo” (como pide la jaculatoria), deberemos tener el mismo tesón y luchar con él por establecer la dignidad del ser humano, y pugnemos por asentar la fraternidad de todos los seres hermanos, hijos de un mismo Padre. Y por eso dijo a ss discípulos que “os amo como el Padre me ha amado”. Pero por eso hay que amar como el discípulo que recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús en la última cena, para sentir y sintió los latidos de su Corazón.
          Él nos dice: VENID A MÍ…, acudir a él y hacerlo con un corazón sencillo, pues sólo un niño sabe acercarse así a un padre y comprender así la dinámica del Reino. Y hay que entrar en ese Corazón, sintonizar con él, aunque nos cueste poner a tono nuestro corazón, tantas veces agobiado por muchas cosas.
Él es buen Maestro, paciente y humilde, y nos anima a seguir, a pesar de las dificultades, y no muestra superioridad. Requiere hacer camino con nosotros como lo hizo con los de Emaús. Su Corazón pondrá en ascuas el nuestro, y en esa cercanía , hará nuestro camino  ligero y corto.

          CORAZÓN DE JESÚS, MANSO Y HUMILDE, HAZ NUESTRO CORAZÓN SEMEJANTE AL TUYO.

24 junio: San Juan Bautista

Liturgia.- San Juan Bautista
          San Juan Bautista es el único santo del que se celebra su nacimiento. Se celebran el de la Virgen y el de Jesús. El de la Virgen, porque fue concebida y nació sin pecado original. El de Jesús, porque era Hijo de Dios y no podía tener pecado. Y el de Juan Bautista porque el llegar María a la casa de Zacarías en la montaña de Judea y saludar a Isabel, ella fue llena del Espíritu Santo y el niño fue santificado en el seno de la madre y nació ya sin pecado. Los demás santos celebran el día de la muerte porque su santidad es el resultado de una vida, mientras que Juan Bautista ya nació libre del pecado.
          En la 2ª lectura de su fiesta (Hech 13,22-26), Pablo habla de la descendencia de David (Jesucristo), Salvador de Israel. Pero antes de que él llegara, dice Pablo, Juan predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión. El papel de Juan fue el de preparar la venida de Jesús, tratando de que aquel pueblo y aquellos dirigentes se dispusieran a aceptar un  nuevo camino. Y eso necesitaba de una penitencia, un cambio muy radical. De ahí que el propio Juan Bautista fuera un hombre muy extremoso en sus modos de vivir y en su comer (se alimentaba de saltamontes y miel silvestre y vestía piel de camello), exigiéndose a sí mismo un cambio muy fuerte que se expresaba en esa austeridad.
          Bien podía exigir a los demás que ellos también fueran más austeros y vivieran una penitencia. Todo para preparar el camino al Señor, enderezando lo torcido, allanando los valles y terraplenando los montes… [Es lo que se hace aun hoy cuando un personaje llega a un lugar: que primero le han preparado el terreno de la mejor manera posible]. Juan Bautista quería dejar al futuro e inmediato Mesías un pueblo bien dispuesto. Ese Mesías venía detrás de él, y Juan no se ve digno ni de ser su criado para desatarle las correas de sus sandalias.
          Jesús tuvo en mucha estima al Bautista, y les hizo ver a los propios discípulos de éste que Juan no era una caña agitada por el viento, ni un cortesano que viste de sedas. Para Jesús es un Profeta y más que profeta. Tan es más que cualquier profeta de Israel, que Jesús lo define como el mayor de los nacidos de mujer. Y fue el hombre que acabó su vida degollado por defender ante Herodes una situación moral, que Herodes tenía conculcada por vivir adúlteramente con su cuñada.
          Por algo Juan fue uno de esos personajes bíblicos a los que Dios mismo asignó un nombre propio, que fue el de Juan, tal como el ángel le anunció a Zacarías en el templo, mientras el anciano sacerdote oficiaba el incienso de la tarde. Y Zacarías no se lo llegó a creer porque él era anciano y su esposa estéril y lo que menos podían esperar ahora era descendencia.  El ángel le dio la señal de una mudez hasta que llegara el día en que él pondría a su hijo el nombre de Juan, contra toda la costumbre existente de llamar al hijo con el mismo nombre del padre.
          El evangelio de la fiesta (Lc 1, 57-66. 80) nos aporta ese momento especial, con ocasión de la circuncisión del niño, ritual de incorporación al pueblo judío. Los parientes y conocidos llamaban al niño “Zacarías” (como su padre), e Isabel se planta delante para decir que no; que se va a llamar Juan.  Testimonio de una mujer y tan contrario a la costumbre, no le dieron crédito, y le preguntaron a Zacarías, quien pidió una tablilla y escribió una frase lapidaria, porque no dijo que “se iba a llamar Juan” sino JUAN ES SU NOMBRE. Ya lo traía puesto, porque venía a realizar la misión a la que Dios le había destinado. Y el nombre de Juan es “misericordia de Dios”, y Dios lo tenía destinado a ser el anunciador de Jesús, que traía la misericordia definitiva de Dios a la humanidad.

          No me resisto a una consideración que hizo el propio Jesús al elogiar a Juan y considerarlo “el mayor de los nacidos de mujer”, que era una alabanza sin precedentes. Y es que Jesús añadió entonces, que el que sigue ya a Cristo en el Nuevo Testamento, es ya más importante que Juan. Es que Juan es el hombre que está a caballo entre la antigua etapa sin Cristo y la nueva etapa cuando Cristo ya ha nacido. Y entonces el discípulo de Jesús está en ventaja porque pertenece a una “nueva generación”, el Testamento de la Gracia, cuando Jesús ya ha redimido y salvado a la humanidad. Y en esa situación tan superior estamos nosotros. Ojalá que sepamos seguir aquellas huellas del gran Bautista, en lo que se refiere a fortaleza, seriedad de sus compromisos, fidelidad a su misión, y perseverancia aun cuando las cosas se vuelvan difíciles.

viernes, 23 de junio de 2017

ZENIT 23: Hacerse pequeños para escuchar a Dios

NOTA AL MARGEN: La reseña de la Novena en la Iglesia la pondré mañana, D.m.
El papa Francisco en su homilía de la misa celebrada este viernes por la mañana en la capilla de la casa Santa Marta, señaló que para escuchar la voz del Señor es necesario volverse pequeños.
En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, partiendo de la Primera Lectura, en que Moisés dice que ‘Dios nos ha elegido para ser su pueblo de entre todos los pueblos de la tierra’, el Papa explica que debemos celebrar con alegría, los grandes misterios de nuestra fe, de la salvación, de su amor por nosotros.
Y se detuvo en dos palabras: ‘elegir’ y ‘pequeñez’. Precisó así la primera: “No hemos sido nosotros quienes lo elegimos a Él, sino que es Dios quien se ha hecho nuestro prisionero”.
“Se ha ligado a nuestra vida, no puede separarse. ¡Ha apostado fuertemente!, y permanece fiel en esta actitud. Hemos sido elegidos por amor y ésta es nuestra identidad”.
Alguien podría decir: ‘Yo he elegido esta religión, he elegido…’, “No, tú no has elegido. Es Él quien te ha elegido a ti, te ha llamado y se ha unido. Y ésta es nuestra fe. Si nosotros no creemos esto, no entendemos lo que es el mensaje de Cristo, no comprendemos el Evangelio”.
En cuanto a la segunda palabra, ‘pequeñez’ Francisco recordó que “Moisés especifica que el Señor ha elegido al pueblo de Israel porque es el más pequeño de todos los pueblos”.
“Se ha enamorado de nuestra pequeñez y por esto nos ha elegido. Él elige a los pequeños: no a los grandes, a los pequeños. Y Él se revela a los pequeños: ‘Has escondido estas cosas a los sabios y a los doctos y las has revelado a los pequeños’. Él se revela a los pequeños: si uno quiere comprender algo del misterio de Jesús, que se disminuya, que se vuelva pequeño. Reconozca que no es  nada. Y no sólo elige y se revela a los pequeños, sino que llama a los pequeños: ‘Vengan a mí, todos ustedes que están cansados y oprimidos: yo les daré descanso’. Ustedes que son los más pequeños, por los sufrimientos, por el cansancio… Él elige a los pequeños, se revela a los pequeños y llama a los pequeños”.
E interroga: “Pero, ¿a los grandes no los llama? Su corazón está abierto, pero los grandes no logran oír su voz porque están llenos de sí mismo. Para escuchar la voz del Señor, es necesario volverse pequeños”.
Llegamos así al misterio del corazón de Cristo, que no es una iimagencita’ para los devotos. Sino “el corazón de la revelación, el corazón de nuestra fe porque Él se ha hecho pequeño, ha elegido este camino”.
“Creemos en Dios, sí; sí, también en Jesús, sí… ¿Jesús es Dios?’, ‘Sí’. Y el misterio es éste. Ésta es la manifestación, ésta es la gloria de Dios. Fidelidad al elegir, al unirse y pequeñez también para sí mismo: llegar a ser pequeño, anonadarse. El problema de la fe es el núcleo de nuestra vida: podemos ser tan, tan virtuosos, pero con nada o poca fe; debemos comenzar desde aquí, del misterio de Jesucristo que nos ha salvado con su fidelidad”.
El Pontífice concluyó pidiendo al Señor que nos conceda la gracia de celebrar en el corazón de Jesucristo “las grandes gestas, las grandes obras de la salvación, las grandes obras de la redención”.

23 junio: SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN

NOVENA al Sagrado Corazón
          Día del Sagrado Corazón de Jesús
          Sin metáforas, San Pablo escribe a los Romanos (5, 5-11) que “el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones”. Y se ha manifestado en la muerte de Cristo que murió cuando todavía éramos pecadores”. En su Resurrección somos salvados por su vida.  Ese Jesús resucitado se aparecerá a sus apóstoles siempre con su paz y amor: Paz a vosotros, saludo con el que sigue ayudándonos desde el Cielo.
          Sigamos las lecturas de la fiesta de hoy en el Ciclo A.
          La verdad es que la 1ª lectura (Deut 7, 6-11) es más para leerla que para comentarla. Viene del Antiguo Testamento pero ya expresa el AMOR DE DIOS. Dice así: Tú eres un pueblo santo para el Señor tu Dios: él te eligió para que fueras entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos –pues sois el pueblo más pequeño- sino que por puro amor vuestro, por mantener el juramento hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto y os rescató de la esclavitud. Merecía la pena detenerse en el texto porque expresa ese amor de enamoramiento que se expresa en hechos. Amor gratuito de pura elección, y no porque hubiera unos méritos o títulos anteriores. Sólo que su amor primero de la liberación de Egipto, permanece fiel al cabo de los tiempos. Así sabrás –concluye-  que el Señor tu Dios es Dios: el Dios que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos.
          Y si pasamos a la 2ª lectura (1Jn 4, 7-16) tenemos ya todo “traducido” a Jesucristo: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
          San Juan saca la conclusión de ese amor inmenso de Dios, manifestado en Cristo, y es que también nosotros debemos amarnos unos a otros. Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
          No expresa la Sagrada Escritura que todo eso sea el Corazón de Jesús, pero el amor se simboliza en el Corazón, y el lenguaje normal hace decir que alguien ama “con todo su corazón”. Y el Corazón de Dios se ha hecho patente en el Corazón de Jesucristo. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
          El Evangelio (Mt 11,25-30) encierra uno de los párrafos más hermosos que pronunció Jesús desde el fondo de su corazón: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. ¡Ahí ha salido directamente el Corazón de Jesús!, MANSO y HUMILDE…, pacífico y acogedor, tierno y amplio. Que no niega que su seguimiento lleva el yugo del dolor, pero que sabe hacerlo suave con el ejemplo de su vida y de su propia muerte por amor. Sobre todo POR AMOR, porque su obra está movida siempre por el amor
          En la fiesta del Sagrado Corazón, hemos de agradecerlo y alabarlo, y formular deseos y propósitos de que este amor se haga realidad en nuestra vida. Que tengamos la experiencia personal de sentirnos objeto particular del amor de Jesús, y que esa experiencia nos arranque amor afectivo hacia él. Como decía del amor de Dios la 1ª lectura: porque se ha enamorado de ti, así sea nuestra respuesta al Corazón de Jesucristo: respuesta de enamorados que nos sentimos envueltos en ese caudal de afecto hacia quien lo merece todo.

          Comenzábamos la novena pidiendo CONOCER A JESÚS para SEGUIRLO. Y ya entonces desembocábamos –con la petición de San Ignacio de Loyola- en que todo eso era PARA AMARLO. Y es que Jesús, una vez conocido, bien conocido, conocido al modo que se nos presenta él mismo, no puede dejar de ser amado, por ser la Persona que en todo es buena, que en todo actúa como tal persona buena y que pasa por la vida haciendo el bien. Eso lleva consigo una necesaria respuesta de amor. Y ahí confluyen los dos amores y ahí se polariza el culto verdadero del Corazón de Jesús. El elemento del amor extendido hacia el prójimo va inmerso en el amor a Jesucristo, porque no podría entenderse ni una letra del evangelio si no estuviera nuestro corazón abierto al otro, al hermano, al “otro cristo” que queda ante nosotros. Y ahondando en su verdadera dimensión, sobre todo cuando ese hermano es el débil, el necesitado, el que tiende su mano hacia nosotros porque espera de nosotros lo que aquellos leprosos, ciegos, cojos, paralíticos…, esperaron de Jesús.