miércoles, 31 de diciembre de 2014

31 dic.: TE DEUM del Papa por 2014

31 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco ha concluido el año 2014 en la Basílica de San Pedro, pronunciando la siguiente homilía:
"Queridos hermanos y hermanas,
La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.
La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: "Hijos míos, ha llegado la última hora" (1 Jn 2,18), y la de san Pablo, que nos habla de "la plenitud del tiempo" (Ga 4, 4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido --por decir así-- "tocado" por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha convertido en "el tiempo salvífico", es decir, en el tiempo definitivo de salvación y de gracia.
Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, "un tiempo para nacer y un tiempo para morir", (Eclesiastés 3, 2). Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados. Agradecer y pedir perdón.
Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.
El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor! Alguien podría decir: "¿Pero no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?". Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por eso Dios ha enviado a su Hijo para rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y ha muerto en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La liturgia de hoy recuerda también que "en el principio (antes del tiempo) era la Palabra... y la Palabra se hizo hombre" y por eso afirma san Ireneo: "Este es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" ( Adversus haereses, 3, 19-1: PG 7,939; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 460).
Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, de preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres?  O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a un "momento" y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.
Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados ‘materialmente’ de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando "comían... cebollas y ajo" (cfr. Num 11, 5); pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud. En nuestro corazón anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente bellos, pero que en realidad duran sólo unos pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!
De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.
Por este motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello damos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús ha dicho: "Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más" (Lc 12, 48). Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda, los graves hechos de corrupción, surgidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener la valentía de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!
La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a san Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.
Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a "mafiarse", esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere "el ajo y las cebollas" de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.
Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una "última hora" y que existe "la plenitud del tiempo". Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, defendernos de no "añorar" la esclavitud.

La Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios, cuando la Palabra --que era en el principio-- se ha hecho uno de nosotros en el tiempo; Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios. Así sea".

31 diciembre: Hijos, es la hora final

Llegó el final
                La liturgia nos mete hoy en una reflexión de “final”, siguiendo precisamente la 1ª carta de San Juan. Sea cual sea la idea del apóstol cuando escribió estas palabras, tienen siempre una realidad: es un hecho que “ha llegado la última hora”. Porque –supuesto que Jesús nace en la plenitud de los tiempos, ya se ha cubierto en Él el punto culminante de la historia. Lo que resta son ya “últimos tiempos” y estamos abocados a un final que será más o menos lejano pero que ya es realidad.
                Es realidad porque Cristi ha venido, el Esperado. Ya está aquí. Ya no es “esperanza” sino realidad, aunque nosotros estemos en ese período del “ya, pero todavía no”, y eso nos mete en una segunda espera, que corresponde a nuestra fe del momento actual, que es una fe que tiene sus obstáculos y sus combates.
                De ahí que Juan haga ya referencia a los “anticristos” que hacen la guerra al mensaje y la acción de Cristo, y que son –para Juan-la señal de que estamos en los últimos tiempos.
                Afirma Juan que no eran de los nuestros…, que no han salido de la comunidad cristiana, porque si fueran de los nuestros habrían permanecido con nosotros. Hay dos posibilidades de interpretación a nivel reflexivo. “No fueron nunca de los nuestros”, sino que vinieron de fuera, atacaron desde fuera y desde otra visión de las cosas.
                Perlo cabe también otra interpretación, si miramos ls realidades presentes: estuvieron entre nosotros pero se escandalizaron de que la nueva fe no les daba lo que ellos querían y optaron por situarse enfrente, en contra, Estuvieron formando parte de nosotros pero “la sociedad”, “el deseo de que la religión se adaptase a sus ideas o preferencias (o comodidades), les acabaron haciendo cuñas de la misma madera, conociendo las bases de la fe e intentando minarla desde dentro.
                Porque San Juan habrá querido decirlo así, o no. Pero so lo estamos viendo, y ha tenido sus momentos álgidos en la reciente historia de la Iglesia.
                Pero es que yo no tengo “vocación” de mirar tan hacia afuera, y prefiero mirar con prismáticos de cerca, y ahí encontramos esas batallitas internas por la que somos capaces de malinterpetar al que tiene la misma fe, camina en la misma dirección, está en la Iglesia con las mismas razones que los otros…, pero no es de los nuestros…, ese “nosotros” de mirada miope que sólo sabe ver la cuarta que le une a un grupito, y critica o minusvalora o trata de prescindir del otro grupo que busca las mismas realidades y persigue los mismos objetivos. Claro: no son anticristos en el sentido grave de esa palabra, pero lo son en cuanto que dividen la unidad el ÚNICO CRISTO Y SEÑOR, LA ÚNICA EUCARISTÍA, EL ÚNICO PAN.
                San Juan concluye con una alabanza a los nuestros porque están ungidos por el Espíritu. Quiere decir que a todos los que –aun estando en “otros nuestros”, también están ungidos por ese mismo Espíritu. Y los exhorta no porque no lo conozcan, sino para que en ellos no haya mentira. ¡Tiene mucha tela ese final! Y nos ayuda a pensar y repasar o repensar, porque hemos de ser en todo muy VERDADEROS. Y eso comienza por la mirada interior a uno mismo, que es donde caben los sentimientos de Cristo y los de “anticristos”.

                También el el sublime evangelio del Prólogo, que hoy se vuelve a leer, vamos a escuchar la acción de Dios y la presencia de LA PALABRA HECHA CARNE, uno de nosotros. Que nos da gracia tras gracia para que por medio de Jesucristo nos llegue la gracia de la verdad.

                Para acabar el año, bien puede servirnos de resumen. Mientras todos los medios de comunicación y los políticos se afanan por hacer un balance final del año, no sería mala ocasión para hacer nosotros nuestro propio balance personal: ¿estilo de Cristo o de “anticristo” (que esta palabra tiene mucho recorrido).

martes, 30 de diciembre de 2014

30 diciembre: A los 40 días...

Voy a viajar.
No debe –por ello- faltar la meditación diaria.
Pero si faltare, ya sabéis…

PRESENTACIÓN DE JESÚS
          La vida de Belén transcurrió sin novedades especiales y aquella familia se acomodó a costumbres y estilos, sabiendo –además- que su estancia allí era ya más por conveniencia de ellos antes de presentar al niño en el Templo de Jerusalén.
A los 40 días, “purificada María” (salida de su cuarentena) según las costumbres, Ella, con el niño en sus brazos, y José llevando la borriquilla, marcharon a Jerusalén donde cumplirían la ley de Moisés con la presentación y ofrecimiento del varón, y el rescate correspondiente con unas tórtolas o pichones.
          Pero conforme entraban en el Tempo se encontraron con la sorpresa de un anciano que se dirigió a ellos resueltamente, como quien viene a tiro hecho. Era Simeón, que había pedido al Señor no morir hasta que sus ojos pudieran ver al Mesías. Y Dios se lo concedió. Y aquel día el Espíritu le señaló al buen hombre que aquel niño, en brazos de una muchacha joven, era el Mesías de Dios.
          Bien podemos imaginar lo sorprendidos que quedaron María Y José, que se creían unos desconocidos totales y sin embargo Dios les había señalado como los portadores del gran acontecimiento mesiánico. María depositó al Niño en brazos del anciano, que dio gracias a Dios y ya ofreció su vida puesto que se habían cumplido sus deseos.
          Pero profetizó dos cosas: que ese niño sería bandera discutida ante la que situarían los seres humanos. Otra: que eso mismo supondría para la madre una espada de dolor que le atravesaría el alma. Dos profecías muy duras y a la vez muy reales. De la primera, la historia ha sido buen testigo. Y nosotros seguimos siéndolo porque no ha habido persona ni más querida ni más rechazada que Jesús.
          La segunda profecía no necesita explicación, porque la madre fue ya testigo de aquellos sufrimientos de su hijo en diferentes ocasiones, que culminaron en la Pasión y la muerte de Jesús.          
Luego María y José, con el niño, se dirigieron a los patios correspondientes. María quedó en el atrio de las mujeres; José avanzó hasta el patio de los hombres y se acercó al lugar del sacerdote para cumplir con el ritual. Luego volvió José con el niño en sus brazos y lo volvió a depositar en los brazos de María, que sentía el gozo del deber cumplido, y aquel primer pinchazo de la “espada” que había anunciado Simeón.
Hoy el evangelio nos relata la existencia de otra mujer anciana que se hace presente acercándose y dando gracias a Dios por el niño aquel, y trasmitiendo su alegría a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Observo el detalle evangélico de haber reseñado a un hombre y a una mujer en un momento como éste, y en una cultura en la que la mujer poco pintaba.
          Y aquella sagrada familia regresó a Belén, con la idea –seguramente- de recoger las cosas y reemprender el regreso a Nazaret. Si seguimos a San Lucas es así.

La 1ª lectura de hoy  es una llamada de atención a todos para que estén atentos a la acción de Dios y para prevenirse del “mundo” de las pasiones -dinero, carne y soberbia-, que pasan de largo. El que se queda en eso no está en él el amor del Padre, porque ese mundo es la antítesis de Dios.

Escrito todo eso hace 2000 años, podría “fotocopiarse” para la situación que vivimos. Y por tanto deja mucha tarea de reflexión por delante.

lunes, 29 de diciembre de 2014

29 diciembre. CUARENTENA EN BELÉN

Después del nacimiento
          Los evangelios no dejan más datos tras la venida de los pastores. Y los que siguen después corresponden a los 40 días tras el nacimiento de Jesús, dato que recoge el evangelio del día.
          ¿Cómo fueron esos 40 días? Evidentemente no lo sabemos. Podemos imaginar aunque con lógica y mero imaginar.
          Un “dato” (tendría su estudio profundo) es que la estrella de los magos se posó “sobre la casa en la que estaba el niño”. ¿Una casa en que nació (con pesebre incluido? ¿Una casa que pudo alquilar José en el pueblo a costa de ofrecerse para trabajos que le dieran algún dinero? Porque es normal que el primer “hospedaje” de aquel matrimonio (y lugar del nacimiento) en la ciudad de Belén, no eran precisamente de recibo. Y en cualquier caso aquella familia necesitaba algún dinero para los gastos normales de cada día. José podía trabajar y sabía. Y pronto se veía que era hombre de fiar y competente. Con que tenemos a la Sagrada Familia en una casa, a la que se trasladaron lo más pronto que les fue posible.
          La vida de la madre era la de cualquier madre con un niño de pecho. Con faenas de diario, lavados de ropa, guiso de los alimentos… Y a lo que se puede pensar (aunque habría que adentrarse en las costumbres del tiempo), María no salía a la calle porque estaba –a los ojos de cualquiera- en plena cuarentena. Seguramente José había de alternar sus trabajos con una presencia necesaria en la casa: tenía que atender a su esposa y dedicar atenciones al niño. [Podrán decirme que estoy imaginando con mentalidad de siglo XXI, y llevarán razón; pero es que no me resigno a imaginar a José al modo de cualquier varón judío del momento, que dejara a la esposa sin una ayuda y en tierra desconocida, sin vecindario conocido –al menos al principio-).
          Como también doy por supuesto que María hizo pronto buenas relaciones con las mujeres del entorno. La finura de María, su saber ofrecerse y estar dispuesta a una ayuda, la sencillez para acercarse a una vecina a pedirle algo de última hora para el guiso, y la confianza que generaba para que pudieran acudir a ella, me parecen fáciles de imaginar y de dar por hechos reales. De este modo, aunque viviendo tan “de prestado” y tan de paso, no constituyó un encerramiento del matrimonio sobre ellos mismos y el niño.
          José, por su parte, en sus trabajos, sus idas y venidas, también se granjeó la aceptación de unos y otros, y esa misma bondad y actitud de servicio le fue un arma favorable para ser llamado de diversos sitios para esas chapuzas que puede hacer alguien que está de paso y que no dispone de las herramientas necesarias para mejores colocaciones.


          Cuando me encuentro con los “creyentes-no practicantes me acuerdo siempre de ese primer renglón de la 1ª lectura: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo le conozco” y no guarda sus mandamientos, se miente y la verdad no está en él. Lo que no reduzco a los “oficialmente” no-practicantes. Creo que puede cada uno ayudarse de esa expresión de Juan para hacer su examen profundo de conciencia. Y a lo que es “cumplir los mandamientos” añadir el “debe vivir como vivió Él”. Y aquí hablamos “palabras mayores”. Luego Juan baja al muy concreto “mandamiento antiguo que tenéis desde el principio”. Concretará en el amor al hermano para permanecer en la luz.

domingo, 28 de diciembre de 2014

ZENIT 28: Ángelus. El calor humano de la familia

'La Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano'
Texto completo. Francisco reza un Ave Marí­a por las familias en dificultad y saluda con un aplauso a todos los abuelos del mundo
28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y san José en el momento en el que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2, 22-24).
Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes atrios del templo. No resalta a la vista, no se distingue… ¡Y sin embargo no pasa inadvertida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2, 22-38). Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los reúne? Jesús. Jesús los reúne: los jóvenes y los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡Cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su rol en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos --Simeón y Ana-- saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo.
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios es verdaderamente el centro, y lo es en la persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.
Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en el acontecimiento dramático de la huida en Egipto. Una dura prueba...
El Niño Jesús con su Madre María y con san José son un icono familiar sencillo pero muy luminoso. La luz que ella irradia es una luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón. Nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a la familia que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…
Que nuestra solidaridad concreta no falle, en especial a las familias que están pasando por las situaciones más difíciles, por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, tengan dificultades por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar, tengan dificultades de entendimiento e incluso de desunión. En silencio oramos por todas estas familias... (Ave María).
Encomendamos a María, Reina y Madre de la familia, todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda recíproca, y para eso invoco sobre ellas la materna protección de Aquella que fue madre e hija de su Hijo". 
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó en la oración a los pasajeros del avión malasio desaparecido y a los pasajeros de los barcos accidentados en el mar Adriático:
"Queridos hermanos y hermanas,
Mi pensamiento se dirige, en este momento, a los pasajeros del avión malasio desaparecido durante el viaje entre Indonesia y Singapur, así como a los pasajeros de los barcos --en tránsito en las últimas horas en las aguas del mar Adriático-- involucrados en algunos accidentes. Mi cercanía --con el afecto y la oración-- a los familiares, a los que viven con aprensión y sufrimiento estas situaciones difíciles y a los que participan en las operaciones de rescate".
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
"¡Hoy el primer saludo lo dirijo a todas las familias presentes! La Sagrada Familia os bendiga y os guíe en vuestro camino.
Os saludo a todos, romanos y peregrinos; en particular, a los numerosos chicos de la diócesis de Bérgamo y Vicenza que han recibido o están a punto de recibir la Confirmación. Saludo a las familias del Oratorio de la Catedral de Sarzana, a los fieles de San Lorenzo in Banale (Trento), a los monaguillos de Sambruson (Venecia), a los scouts de Villamassargia y a los empleados de la Fraterna Domus".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Os deseo a todos un buen domingo. Os doy las gracias de nuevo por vuestras felicitaciones y por vuestras oraciones. Seguid rezando por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!"

SIGUE UN TEXTO DEL PAPA EN EL AULA PABLO VI

ZENIT 28: El Papa a las familias

'Un hijo es un milagro que cambia la vida'
Texto completo. El Santo Padre destaca que la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia. La presencia de estas familias es una esperanza para la sociedad
28 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco se ha reunido este domingo con miles de familias europeas, que han querido celebrar con el Pontífice argentino la fiesta de la Sagrada Familia, en el Aula Pablo VI. En un clima acogedor y alegre, el encuentro con el Santo Padre ha tenido lugar con motivo del décimo aniversario de la Asociación de Familias Numerosas de Italia.
Después de escuchar a dos matrimonios, uno joven y otro más mayor, el Papa se ha dirigido a los niños para preguntarles: "¿A qué hora os habéis levantado hoy? ¿A las 6? ¿A las 5? ¿Y no tenéis sueño?". Con una enorme sonrisa, Francisco ha enseñado a los presentes los cuatro folios que llevaba preparados y ha dicho: «¡Pues con este discurso os haré dormir!». La broma ha desatado las risas y los aplausos de todos.
Durante su intervención, el Pontífice ha recordado que "cada uno de vuestros hijos es una criatura única, que no se repetirá jamás en la historia de la humanidad. ¡Cuando se comprende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, uno se sorprende ante el gran milagro que es un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos hemos visto --hombres, mujeres-- que, cuando llega un hijo, cambia la vida, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia la vida".
"Vosotros, niños y niñas, sois precisamente eso: cada uno de vosotros es un fruto único del amor, venís del amor y crecéis en el amor. ¡Sois únicos, pero no estáis solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas os hace bien", ha añadido.
El Santo Padre ha proseguido su discurso explicando que "los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera infancia. En un mundo marcado a menudo por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego van en beneficio de toda la sociedad". "La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad", ha subrayado.
En un homenaje a las personas mayores, que también eran muy numerosas, ha señalado que los abuelos no solo proporcionan "ayuda práctica", sino también "apoyo educativo". Así, ha enfatizado que "los abuelos conservan los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos". "En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos los que han transmitido la fe", ha insistido.
Por último, el papa Francisco se ha referido con preocupación a "las familias afectadas por la crisis económica, en las que el padre o la madre han perdido el trabajo, y donde los hijos no lo encuentran". Tras subrayar las dificultades que afrontan las familias, ha deseado que las instituciones públicas y la política les dediquen mayor atención y apoyo. Y ha finalizado sus palabras realizando una petición: "Por favor, seguid rezando por mí, que soy un poco como el abuelo de todos".
Texto completo del discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Antes que nada una pregunta y una curiosidad. Díganme: ¿a qué hora se han despertado hoy? ¿a las seis? ¿a las cinco? ¿y no tienen sueño? ¡Pero yo con este discurso los hare dormir!
Estoy contento de encontrarlos en ocasión de los diez años de la Asociación que reúne en Italia a las familias numerosas. ¡Se ve que ustedes aman a la familia y aman la vida! Y es bello agradecer al Señor por esto en el día en el cual celebramos la Sagrada Familia.
El Evangelio de hoy nos muestra a María y José que llevan al Niño Jesús al templo, allí encuentran a dos ancianos, Simeón y Ana, que profetizan sobre el Niño. Es la imagen de una familia “alargada”, un poco como son sus familias, donde las diversas generaciones se encuentran y se ayudan. Agradezco a Mons. Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, - especialista en hacer estas cosas – que ha deseado tanto este momento, y a Mons. Beschi, que ha fuertemente colaborado en hacer nacer y crecer su Asociación, surgida en la ciudad del beato Pablo VI, Brescia.
Han venido con los frutos más bellos de su amor. La maternidad y la paternidad son dones de Dios, pero recibir este don, maravillarse de su belleza y hacerlo resplandecer en la sociedad, esto es su tarea. Cada uno de sus hijos es una creatura única que no se repetir nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se entiende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, ¡nos quedamos sorprendidos de cuanto grande es el milagro de un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos nosotros hemos visto – hombres, mujeres – que cuando llega un hijo la vida cambia, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia una vida. Ustedes, niños y niñas, son propio esto: cada uno de ustedes es un fruto único del amor, vienen del amor y crecen en el amor. ¡Son únicos, pero no solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas les hace bien: los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera fase de la infancia. En un mundo marcado frecuentemente por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego son un beneficio para toda la sociedad.
Ustedes, niños y jóvenes, son los frutos del árbol que es la familia: serán frutos buenos cuando el árbol tiene buenas raíces – que son sus abuelos – y un buen tronco – que son sus padres – Decía Jesús que todo árbol bueno da frutos buenos y que todo árbol malo da frutos malos (cfr. Mt 7,17). La gran familia humana es como un bosque, donde los arboles buenos traen solidaridad, comunión, confianza, ayuda, seguridad, sobriedad feliz, amistad. La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad. Y por esto es muy importante la presencia de los abuelos: una presencia preciosa sea por la ayuda práctica, sea sobre todo por el aporte educativo. Los abuelos cuidan en sí los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos. En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos a transmitir la fe: ellos llevaban a escondidas al niño a recibir el bautismo y transmitían la fe.
Queridos padres, les estoy agradecido por el ejemplo de amor a la vida, que ustedes cuidan desde el concebimiento hasta el fin natural, a pesar de todas las dificultades y lo pesado de la vida, y que lamentablemente las instituciones públicas no siempre los ayudan a llevar adelante. Justamente ustedes recuerdan que la Constitución Italiana, en el artículo 31, exige una atención especial a las familias numerosas; pero esto no encuentra un adecuado reflejo en los hechos. Se queda en las palabras. Deseo pues, pensando también a la baja natalidad que de hace tiempo se registra en Italia, una mayor atención de la política y de los administradores públicos, a todo nivel, con el fin de dar la ayuda prevista para estas familias. Cada familia es célula de la sociedad, pero la familia numerosa es una célula más rica, más vital, y el ¡Estado tiene todo el interés de invertir en ella!
Sean bienvenidas las familias reunidas en Asociaciones – como esta italiana y como aquellas de otros países europeos, aquí representados – y sea bienvenida la red de asociaciones familiares capaces de estar presentes y visibles en la sociedad y en la política. San Juan Pablo II, en este sentido, escribía: «las familias deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y deben asumir la responsabilidad de transformar la sociedad: diversamente las familias serán las víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia» (Exh. Ap. Familiaris consortio, 44). El compromiso que las asociaciones familiares desarrollan en los diversos “foros”, nacionales y locales, es propio aquel de promover en la sociedad y en las leyes del estado los valores y las necesidades de la familia.
Bienvenidos también los movimientos eclesiales, en los cuales ustedes miembros de las familias numerosas están particularmente presentes y activos. Siempre agradezco al Señor al ver a papás y mamás de las familias numerosas, juntos a sus hijos, comprometidos en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por mi parte les acompaño con mis oraciones, y les encomiendo bajo la protección de la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Y una bella noticia es que propio en Nazaret se está realizando una casa para las familias del mundo que van en peregrinación allá donde Jesús creció en edad, sabiduría y gracia. (cfr. Lc 2,40).
Rezo en especial por las familias más afectadas por la crisis económica, aquellas donde el papá o la mamá han perdido el trabajo, - y esto es duro – donde los jóvenes no logran encontrarlo; las familias heridas en sus sentimientos y aquellas tentadas a rendirse a la soledad y la división.

¡Queridos amigos, queridos padres, queridos jóvenes, queridos niños, queridos abuelos, buena fiesta a todos ustedes! Cada una de sus familias sea siempre rice de ternura y de la consolación de Dios. Con afecto los bendigo. Y ustedes, por favor, continúen a rezar por mí, que yo soy un poco el abuelo de todos ustedes. ¡Recen por mí! Gracias.

28 diciembre: La Sagrada Familia

LA FAMILIA
          La familia es la primera institución por excelencia, Dios constituyó la familia como base de todo. Creó al hombre y a la mujer y les dio el multiplicarse y llenar la tierra. En cualquier cultura, en cualquier religión, la familia es el comienzo de todo. El hombre y la mujer se aman y en función de ello tienen unos hijos que polarizan la vida de ese hogar. Y en función de la familia se vive, se trabaja, se crece juntos y se mira al futuro.
          La diferencia de la familia real concreta empezará en el modo de unión de los padres y de la educación y la formación de los hijos; así como en el modo en que un día esos hijos han de ser los cuidadores de sus padres. En el fondo último va estar la familia bien estructurada o no. Y más en la raíz, los principios y convicciones en que se estructura esa familia, y los puntos de referencia en que se basa el desarrollo de la misma.
          La 1ª lectura ha empezado por poner el acento en el primer mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre, haciendo hincapié en un aspecto que casi se hace hoy muy necesario y de un realismo atroz: el trato de los hijos hacia los padres mayores.
          En la 2ª lectura habrá una referencia a esos padres que no deben exacerbar a sus hijos, y a las propias relaciones de los padres entre sí. Pero sobre todo, es un lectura de una gran riqueza a la hora de expresar el amor familiar.
          Arranca de unas actitudes generales a las que Pablo llama: uniforme; algo así como aspectos básicos distintivos: la humildad, la dulzura, la comprensión, la misericordia que nace del corazón. Puntos que ya –de por sí- lo dicen todo y lo abarcan todo. Pero Pablo quiere descender de modo realista a lo que constituye el día a día: la necesidad de sobrellevarse, puesto que cada persona es cada persona y no siempre se puede pensar y querer lo mismo. En esas diferencias normales, ¡sobrellevarse! Un paso más, que puede ser necesario: perdonarse cuando uno tiene queja del otro. ¡Que puede tenerla! Pero que se sobrepasa por el perdón. Y todo ello porque HAY AMOR que ciñe la vida de la familia, y está por encima de todo.
          Pero Pablo enseña un aspecto más: tener un referente de orden superior, que no se queda en lo humano: que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazones; que recéis juntos, que viváis juntos la Eucaristía. Ahí están las bases que garantizan todo lo demás. Porque las meras buenas voluntades humanas no son suficientes, y sólo se superan las dificultades cuando hay ALGUIEN mayor en el horizonte de la familia. De ahí la enorme trascendencia de la educación de los hijos en los valores cristianos, en los principios morales, en el molde de una fe que está más allá que todas las normas pedagógicas y psicológicas.

          La Sagrada Familia de José, María y Jesús tienen todo el mutuo cariño de una familia, todas las delicadezas del amor más fino. Pero tienen sobre todo la fidelidad a la ley de Dios, como José y María realizan a los 40 días del nacimiento del Niño, y cuando ese niño crece en una familia en la que no sólo se pretende que el niño aprenda y sepa para vivir como persona, sino cuando con el mismo interés –o más- se le ayuda a crecer en gracia y valores religiosos. No se les hubiera ocurrido a José y María dejar que el Niño aprendiera “de mayor” sus relaciones con el Dios de Israel. Ese aspecto lo recibe Jesús –como debe ser-con la leche materna y con las enseñanzas y los hechos de  vida de sus padres.

sábado, 27 de diciembre de 2014

ABECEDARIO DE LA NAVIDAD


Agradecer a Dios las personas con quienes convivimos.
Buscar el bien común antes que intereses personales.
Corregir con cariño a quien se equivoca.
Dar lo mejor de uno mismo, siempre al servicio.
Estimar a otros reconociendo sus capacidades
Facilitar las cosas dando soluciones y no problemas.
Ganar la confianza de otros compartiendo propias preocupaciones.
Heredar  de los que saben ser sinceros y r4espetuosos.
Interceder por otros antes que hablar de nuestras cosas.
Juzgar sólo por lo que son otros; no por apariencias o prejuicios.
Limitar ansias personales ante necesidades del grupo.
Llenarse con lo mejor que uno encuentra en la vida.
Mediar entre personas que no se entienden entre sí.
Necesitar de los otros sin anteponer prejuicios,
Olvidar el miedo al qué dirán y las opiniones de los demás.
Preocuparse por los más débiles y necesitados.
Querer siempre el bien de las personas.
Respetar las opiniones de los demás
Salir al encuentro y no esperar que otro dé el primer paso.
Tolerar los defectos y límites propios o ajenos con sentido del humor.
Unirnos todos para vivir en paz y armonía.
Valorarse con realismo sin creerse superior a los demás.
X es una incógnita que invita a buscar la verdad.
Yuxtaponer ilusiones, esperanzas, trabajo y esfuerzo por crear fraternidad.
Zambullirse sin miedo en el nuevo día que Dios regala cada mañana.

          (Tomado de Francisco R Vilches, de Peñaranda)

27 dic.: Evangelista del origen eterno

San Juan Evangelista  
          San Juan, entre que es el evangelista del amor y que Él  nos trasmitió en el Prólogo el origen eterno del Verbo (Palabra) del Padre –que se lee dos veces en el ciclo de Navidad-, encuentra su lugar de celebración en este día, dos fechas después del acontecimiento natalicio de Jesús.
          La tercera Misa de Navidad, o “Misa del día” tiene como Evangelio ese Prólogo. Pasado el estallido de las Misas de Nochebuena y “de la aurora” con el nacimiento de Jesús y el anuncio de Dios a los pastores, se sublima la fiesta de la Navidad con ese inmenso Prólogo: En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios. Es decir: ese Niño, Jesús, nacido de María cuando llegó la plenitud de los tiempos –el tiempo designado por Dios-, es el mismo Hijo de Dios, Verbo o Palabra ya existente en la eternidad. El que existía como Dios –eterno, sin principio- se ha venido a hacer hombre, uno de tantos. Naciendo de María Virgen comienza a vivir en la historia humana hace unos 2014 años.
          En la Palabra había VIDA; ¡era la Vida misma!, dador de vida, “por quien todo fue hecho”…, y a la vez se abaja para poder llegar a la muerte, porque –desde la eternidad- y previendo ya el pecado del hombre, Dios hizo concejo y decidió hacer redención. O sea: el ser humano que había sido creado para ser siempre feliz, se arrancó de Dios… Y Dios decide comprarlo a precio de sangre. ¡Eso es la redención! Porque al venir al mundo y plantar su tienda en medio de la humanidad, los suyos, esos “suyos” no le recibieron, el mundo no le conoció
          Los que le recibieron se hallaron elevados a la dignidad de hijos de Dios, hijos por la donación del Espíritu Santo que Jesús nos envió tras su pasión, muerte y resurrección. Y así nosotros hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de Gracia y de Verdad.
          De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia…, un amor que está por encima de todo amor. El Hijo, el Verbo, la Palabra, Jesús, nos lo ha dado a conocer. Y Juan evangelista –en las alturas sublimes de la revelación- nos lo ha trasmitido en ese comienzo grandioso de su Evangelio.
          Y en sus cartas, y bien a sabiendas de que podían decirle “repetido” y “pesado”, vuelve una y otra vez a trasmitir el núcleo de la vida y enseñanza de Jesús: EL AMOR, y amor de unos hacia otros como Jesús ha amado. ¡Porque así lo hizo Jesús! Y Juan confiesa que así lo contemplamos con nuestros ojos y palpamos con nuestras manos la PALABRA DE LA VIDA, pues LA VIDA SE HIZO VISIBLE, y eso es lo que OS ANUNCIAMOS para que estéis unidos en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Y que así tengáis alegría completa.
          Por lo demás, la identificación de Juan, el hijo de Zebedeo, con “el discípulo amado”, ha sido tradicional, y de ahí el Evangelio escogido para esta Misa.

          Yo confieso, sin embargo, que me gusta extender muchísimo más ese calificativo y no reducirlo a Juan. Porque sabiendo todo el sentido profundo, múltiple, y muchas veces “simbólico” de este cuarto evangelio, me produce mucha mayor impresión leer esas experiencias de modo muy personal y comunitario, donde todos los que hemos sido hechos HIJOS DE DIOS, somos discípulos amados, que revivimos las mismísimas experiencias que se encierran en las descripciones de Juan y su comunidad primera. ¡Hasta ser quienes recostamos nuestra cabeza en el pecho de Jesús!

viernes, 26 de diciembre de 2014

ZENIT 26.- Ángelus.- Coherencia, una gracia

'La coherencia es una gracia que hay que pedir al Señor'
Texto completo. Francisco advierte de quienes se dicen cristianos y viven como paganos
26 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - En la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad --es decir, para asistir a los pobres, los huerfanos, las viudas-- en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de reyes, da testimonio de Él, ofreciéndole el don de su propia vida al servicio de los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir plenamente el misterio de la Navidad.
El Evangelio de esta fiesta muestra una parte del discurso de Jesús a sus discípulos cuando los envían a la misión. Dice, entre otras cosas: "Seréis odiados por todos a causa de  mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mt 10, 22). Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida. Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Noche Santa, el camino es precisamente el que indica este Evangelio. Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona. Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide, sin embargo, que sea coherente en cada circunstancia con la fe que profesa.Es la coherencia cristiana. Es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir 'soy cristiano' y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.
Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente --pero bello, ¡bellísimo!-- y el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz! Esta paz donada por Dios es capaz de serenar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final (cfr. Mt 10, 22).
Hoy, hermanos y hermanas, rezamos de manera particular por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si lleváis esta cruz con amor, habéis entrado en el misterio de la Navidad, estáis en el corazón de Cristo y de la Iglesia.
Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy --son muchos, muchísimos-- se fortalezca en cada parte del mundo el compromiso para reconocer y garantizar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.
Queridos hermanos y hermanas, os deseo que paséis serenamente las fiestas navideñas. Que san Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la asamblea festiva de los santos en el Paraíso.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
os saludo en la alegría de la Navidad y renuevo a todos mi deseo de paz: paz en las familias, paz en las parroquias y comunidades religiosas, paz en los movimientos y en las asociaciones. 
Saludo a todas las personas que se llaman Esteban o Estefanía. ¡Muchas felicidades!
En estas semanas he recibido muchos mensajes de felicitación de Roma, y de otros lugares. No siéndome posible responder a cada uno, expreso hoy a todos mi sentido agradecimiento, especialmente por las oraciones. ¡Gracias de corazón! ¡El Señor os recompense con su generosidad!".
A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Y no os olvidéis: coherencia cristiana, es decir, pensar, sentir y vivir como cristiano, y no pensar como cristiano y vivir como pagano. ¡Eso no! Hoy, pedimos a Esteban la gracia de la coherencia cristiana. ¡Coherencia cristiana! Y, por favor, seguid rezando por mí. No lo olvidéis.
¡Buena fiesta y buen almuerzo! Hasta pronto".

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana

26 dicbre.:Moviola al canto

En la Nochebuena  
          Tengo que reconocer que mi inercia interior me tiene reñido con San Esteban, San Juan Evangelista y los Santos inocentes. Y eso no es de ahora. Siempre los he “sentido” como “intrusos” en un momento en que el alma rezuma NAVIDAD y quisiera quedarse saboreando, ahondando, gozando, reflexionando la riqueza y la emoción de aquella noche.
          Pero la Liturgia nos mete hoy en San Esteban, primer mártir cristiano. Quiero recordarlo como un hombre de espíritu simple –acorde a la simplicidad de Belén- que en medio de su apedreamiento vio los cielos abiertos y al Hijo del hombre a la derecha de Dios. Y como lo vio lo expresó, y le costó más piedras sobre su cuerpo. El Evangelio es el anuncio de Jesús adulto que advierte que la persecución por su nombre es parte integrante de la vida de un creyente en Él, y que los hermanos serán los mismos que entreguen a sus hermanos. Algo que parece tan despegado de las dulzuras del Niño del pesebre, y que –sin embargo- ya estaban anunciándose en él.

          No me resigno a dar marcha atrás a la moviola de aquella noche, en la que dejamos a María descansando y a José poniendo un poco de orden en el lugar. Momento en que todos podemos echar una mano porque allí (y en cada “mansión personal” nuestra) hay muchas cosas que poner en orden para cuando llegue el parto. Que llegará cuando sea, y que la liturgia nos lo sitúa a medianoche, cuando un silencio profundo lo llenaba todo y la noche llegaba a la mitad. Entonces vino tu Palabra del Cielo a la tierra (texto que tiene otro sentido y origen, pero que la liturgia ha centrado en este instante, y la verdad es que no puede describir mejor el modo de ser y proceder de Dios: en un silencio profundo; en el momento en que el mundo duerme; en hora de misterios que parecen encontrar ahí su punto de realización en diversos hechos bíblicos).
          Algún comentarista pone a José que quiere avisar a las comadronas el pueblo. Otros nos enseñaron con preciosa descripción que Jesús salió del claustro materno como pasa el cristal el rayo del sol, sin romperlo ni mancharlo. En medio de una constelación de hechos sublimes de Dios: María, preservada del pecado original (única persona así en la historia), la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo, es evidente que ese “paso del rayo del sol por el cristal” es tan válido que no se me ocurre otra cosa. Cuando es Dios quien lleva las cosas a su manera, sólo nos queda que mirar a Dios, adorar sus modos y besar su mano.

          Y en ese rizar el rizo que se le ocurre a Dios, se presentaron unos pastores que venían a tiro hecho a buscar al Niño que ha nacido, el Mesías, el Señor. ¿Podían venir a una estancia de huéspedes de una casa particular? ¿A cuál? ¿A dónde? El hecho es que dieron con aquella familia y que entraron como por su casa, y que encontraron lo que les habían anunciado. Extrañados José y María, o más bien admirados, y descubriendo un eslabón nuevo en aquella cadena de maravillas. Los pastores contaron y más admiración provocaba: luces, cantos, ángeles, mensaje concreto… Toda esa “historia” que el evangelista-catequista nos trasmite y que llena tanto y da tanta oportunidad a la oración fervorosa, delicada, absorta… Ese momento en que se funde el piececito de alabastro del Niño y las manos rugosas de los pastores que quieren besar al Mesías, al Señor, traspasando la apariencia de un niño recién nacido, y dejándose llevar de la fe en lo que habíen visto y oído. Y todavía nos dice el texto que “se admiraban todos los que lo oían”. ¿Y quiénes eran esos “todos” si no había más que aquellos en esta escena. Pienso que la visión se amplía a nosotros. Estamos también asistiendo a este misterio y, sinceramente, admirados, absortos…

jueves, 25 de diciembre de 2014

ZENIT, 25.- Bendición papal: alocución

Francisco: 'Que la indiferencia se transforme en cercaní­a'
Bendición Urbi et Orbi en el dí­a de Navidad. Texto completo. El Papa desea que la Navidad traiga esperanza a los desplazados, prófugos, refugiados y los que sufren
 25 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - El santo padre Francisco, en la Solemnidad de la Natividad del Señor, desde la Loggia Central de la Basílica Vaticana, ha impartido la bendición "Urbi et Orbi" y ha dirigido el tradicional mensaje navideño a los fieles presentes en la plaza de San Pedro, y a todos aquellos que lo han seguido a través de la radio, la televisión.
Estas son las palabras del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guió a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.
Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.
Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.
Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados. Niño, tantos niños abusados. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.
Jesús Niño. Mi pensamiento va a todos los niños hoy asesinados y maltratados. Tanto a los que antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y enterrados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; como los niños desplazados por causa de la guerra y las persecuciones, abusados y explotados bajo nuestros ojos y nuestro silencio cómplice. Y a los niños masacrados bajo los bombardeos, también allí donde el Hijo de Dios ha nacido. Aún hoy su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre acampa hoy la sombra de los Herodes actuales. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpela dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».
Con estos pensamientos, Feliz Navidad a todos.

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana (Añadidos del Papa transcritos del audio por ZENIT)

ZENIT: Homilía del Papa en la Misa "del Gallo"

papa Francisco en la misa de gallo
Es la segunda Navidad que el Santo Padre pasa en el Vaticano. 'Lo más importante es dejar que el Señor me encuentre y me acaricie con cariño'.
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 24 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.
El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros. 
A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.
Con paciencia, la paciencia de Dios. 
La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?
Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios. 
La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús». 

25 diciembre: VIVIR LO QUE CELEBRAMOS

En medio de la Navidad  
          Imagino las experiencias que podrían contar hoy cada familia, cada persona de la Nochebuena, de la reunión de la familia para crear un clima de acercamiento y de gozo por la venida de Jesús. De quienes simplemente se reunieron para comer, no tengo nada que decir, porque yo SÓLO CON JESÚS Y DESDE JESÚS entiendo la Navidad.
          En esas experiencias que pudiéramos contar cada uno, las habrá gozosas, cercanas, calientes los corazones. Fue realmente una Nochebuena, una celebración del Nacimiento de Jesús.
          Habrá otras cenas que no se desenvolvieron en clima de serenidad, ni de alegría. Algunas cenas donde el vino no alegró el corazón del hombre sino que amargó o tensó la reunión familiar, rompió la armonía y resultó peleón. ¡Qué pena debió producir en los otros, que tenían el corazón blando para pasar esa noche en la unión gozosa, en la comprensión de todos, en la mano tendida, en el alma esponjada!
          No puede entenderse la NAVIDAD auténtica sino desde la pequeñez humilde y silenciosa de un Niño. Desde la ternura que provoca ese niño recién nacido; desde el corazón de unos padres que ya no ven sino por los ojos de tal Niño que, resulta que es el HIJO DE DIOS abajado a la pequeñez de nuestra tierra, de lo humano, de lo abyecto: con un pesebre por cuna, y unos pañales que envuelven al que ha hecho el Cielo y la tierra.
          No se pueden entender unos pastores que vienen enfadados, que vienen con gana de camorra, o discutiendo. Entendemos a unos pastores absortos, extrañados, tímidos y admirados porque se les ha anunciado UN NIÑO, RECOSTADO EN UN PESEBRE, aunque es nada menos que EL MESÍAS, EL SEÑOR. Entiendo a unos hombres humildes que en su sencillez han creído, y en su corazón se han rendido. Y son capaces de adorar y ofrecer…, y contar las maravillas que han visto aquella noche.
          Con razón se le llama y se le canta: NOCHE DE PAZ. ¿Cómo pueden entenderse a los que no la viven así, a los que –creyentes o no- hicieron de ese momento un momento desagradable. ¡Y cómo nos reclama a todos un esfuerzo para seguir creando Navidad con buenas formas, buenas palabras, afectos expresados, pelillos a la mar…!

          Es que la MISA DEL DÍA, aunque parezca que no habla de Navidad, en realidad nos está llevando a lo más sublime de la Navidad: a hacernos más conscientes de que ese Niño del pesebre es LA PALABRA DE DIOS que hizo el mundo, QUE ES DIOS, y que Dios ha tenido la ocurrencia de venirse al mundo nuestro…, y PLANTAR SU TIENDA entre nosotros. Y ahora se plantea nada menos que la acogida nuestra a ese Dios del Cielo. VINO A LOS SUYOS… Y sigue diciendo el Evangelio, dolorosamente, Y LOS SUYOS NO LE RECIBIERON. Pero como una necesidad que supere esa ignorancia o maldad humana, nos dice; a los que lo recibieron, les dio el poder ser HIJOS DE DIOS, por el Espíritu que infunde en nuestro corazones. Y porque a partir de esa acogida que le hacemos, Él derrama sobre nosotros gracia sobre gracia, que quiere decir que pone en nosotros un amor que sobrepasa todo amor. Y concluye este gran pensamiento de la Navidad, diciéndonos que DE SU PLENITUD TODOS HEMOS RECIBIDO. Y precisamente hemos recibido mesa nueva capacidad de pensar, sentir, hablar, reaccionar con AMOR QUE SOBREPASE TODO AMOR, con amor que CUBRA LA MULTITUD DE LOS DEFECTOS o limitaciones que viéramos en los demás.