martes, 2 de abril de 2013

Mujeres en el sepulcro

NOTA:  Estamos en nueva instalación de línea ADSL.  Llevo hora y media con el texto escrito pero sin poder darle  salida.  Una idea luminosa me ha llevado a hacerlo posible ahora.

Las 3 narraciones sobre las mujeres en el sepulcro
             San Mateo nos habla genéricamente de una aparición a “las mujeres” y “un ángel del Señor se dirige a ellas y les dice: No temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. NO ESTÁ AQUÍ. RESUCITÓ. Venid y ved dónde estuvo. Y en seguida id a los discípulos y anunciadles que ha resucitado”.
             San Marcos dice que entraron en el sepulcro y vieron sentado un ángel  vestido de una túnica blanca, y se asustaron, Pero él les dijo: No temáis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado: HA RESUCITADO, no está aquí. Mirad el lugar donde le pusieron. Id, pues, a sus discípulos y a Pedro…”
             San Lucas, más amplio, cuenta: “Estaban desconcertadas; se le presentaron dos varones con vestido resplandeciente. Como estaban desconcertadas y mirando al suelo, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que HA RESUCITADO. Recordad que os lo había dicho.
                San Juan diversifica ya en esta aparición:  Cuando de lejos ven quitada la piedra de la entrada del sepulcro, María Magdalena no llega hasta él, sino que deja solas a las otras y ella echa a correr hacia el Cenáculo a buscar a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y les dice: Han robado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto.  Evidentemente ella no ha llegado al sepulcro y no ha visto si está o no está el cadáver de Jesús. Pero, impetuosa como es, se crea su propia imaginación y con ella va a los apóstoles para comunicarle su presagio, como afirmación rotunda y “comprobada”.
                Para este evangelista, Simón Pedro y el discípulo amado salen del cenáculo y se van hacia el sepulcro a comprobar la terrible noticia.  Y se presupone que Magdalena se queda un rato en el Cenáculo, sin reaccionar.

                Las mujeres –mientras tanto- bajan con la ilusión de anunciar a los apóstoles el encargo que les han dado.  Pero ni se topan con los dos que suben…, pero ni encuentran ya a Magdalena con los otros que estaban encerrados y miedosos.
                Otra vez se diversifican los evangelistas en su narración:  Mateo y Lucas dicen que partieron del sepulcro con temor y alegría grande y corrieron a decirlo a los apóstoles.  Y San Lucas explicita más:  anuncian estas cosas a los Once María Magdalena, Juana y todas las demás.  Y sus palabras le parecieron delirio a los apóstoles y no las creyeron.
                Marcos dice que huyeron del sepulcro porque estaban poseídas de temor y espanto, y no dijeron nada a nadie, porque temían.

                Fácilmente se colige que hay diferencias notorias, y que bajo esas narraciones hay un mensaje más que unos hechos. ¿Dijeron o no dijeron a los apóstoles?  ¿Magdalena estaba con ellas o se había separado de ellas? ¿Magdalena había recibido los primeros mensajes, o su anuncio a los apóstoles desconocía por completo aquellas afirmaciones de los ángeles o de “los jóvenes de vestido resplandeciente”?

                Es evidente que estamos ante otra forma de narrar y, en definitiva, de trasmitir. Cada evangelista lleva su forma y estas diversidades expresan la confusión de aquellas personas, sus dudas, incertidumbres, sus sorpresas y sus temores. Están ante algo insólito, y en realidad están en un difícil paso de su fe, desde la búsqueda del cadáver a las afirmaciones de que “ha resucitado”;  desde el creerlo al ni siquiera vislumbrarlo;  de la alegría que quieren comunicar al estar poseídas de temor y espanto y preferir no comunicar nada a nadie, porque saben de antemano que nadie las va a creer.

                Lo verdaderamente hermoso de estas narraciones es que representan la realidad misma de la vida, y por tanto están mucho más cerca de nuestras experiencias personales, con sus gozos y miedos, su “ver” y “no ver”, su dar por hecho que aquel misterio es realidad, o a partir del supuesto de que no puede haber misterio, sino que “han robado a Jesús y no sabemos dónde lo han puesto”.  ¿No encaja esto de pleno con la experiencia del mundo actual, con unas personas que vivimos la alegría del mensaje que recibimos, y que creemos porque así lo había anunciado Jesús, y el conjunto de personas que dan ya por “robado” a Jesús, y ya no saben dónde lo han puesto?  Ni lo saben, ni saben buscarlo por sí. O lo dan por perdido y sin merecer la pena perder el tiempo en buscarlo. ¿Cuántos, muy cercanos a nosotros, que ya no tienen a Jesús…, que ya no lo necesitan, que ya no lo buscan?  Y ¡cuantos que viven lamentándose de que “han robado su fe”, y prefieren  lamentarse, contarlo a los otros…, pero ellos no se mueven en búsqueda?  Se quedan en que “no saben donde lo han puesto”…, y ellos viven al margen. Casi diríamos que se han quitado de delante una “preocupación”…, una exigencia a seguir buscando.
                Si aquellas mujeres fueron dirigidas a los apóstoles para dar testimonio de la verdad de la resurrección, nosotros tenemos que sentirnos llamados también a dar ese testimonio de que creemos en un Cristo vivo, en un Dios en medio del mundo, y que por mucho que ese mundo se empeñe en darlo por muerto, nosotros nos esforzaremos por ser signos de vida y de esperanza…; de saber que a Jesús no lo puede dejar enterrado el mundo de hoy, porque JESÚS HA RESUCITADO y va delante de nosotros. Que esto supone en nosotros esa novedad de vida que nos haga efectivos en nuestra fe, sacándola de nuestra vida piadosa y privada, y proyectándola en hechos de conducta nueva.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:17 p. m.

    Jesús nos llama muchas veces por nuestro nombre,con su acento inconfundible.Está muy cerca de cada uno.Que las circunstancias externas´quizá las lágrimas,como a María Magdalena,por el dolor,el fracaso,la decepción,las penas,el desconsuelo,no nos impidan ver a JESÜS que nos llama.Que sepamos purificar todo aquello que puede hacer turbia nuestra mirada.

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