domingo, 30 de abril de 2017

30 abril_ Quédate con nosotros

Liturgia
          El primer día de Pascua sigue teniendo eco en la liturgia de los domingos posteriores, y hoy en el TERCER DOMINGO nos trae uno de los sucesos que acaecieron el mismo domingo de resurrección, con lo cual quiere irnos aportando experiencias muy vivas que tuvieron aquellos discípulos del Señor tras la muerte acaecida el viernes anterior.
          Ninguno creyó en la resurrección que Jesús había anunciado. Las mujeres fueron al sepulcro a embalsamar el cadáver, Magdalena lloró porque no sabía dónde lo habían escondido. Y dos discípulos del grupo se desaniman porque, aunque llegan noticias esperanzadoras, sin embargo aún nadie ha visto a Jesús resucitado. (Lc 24, 13-35)
          Estamos con ellos. Son el prototipo de personas hundidas por la tristeza, que no saben ver más que lo negativo, a pesar de tener una serie de indicios para poder abrir una luz a la esperanza. Y como propio de hombres desanimados, optan por quitarse de en medio en vez de indagar y tratar de acercarse a la verdad.
          Tenemos a nuestros dos hombres que caminan hacia una aldea próxima a Jerusalén, como quien quiere poner tierra por medio y dejar de pensar en lo que ha sucedido. Porque si ya están en el tercer día desde que aquellas cosas sucedieron, es señal de que ya no hay nada que esperar.
          Y tiene que venir de fuera un enigmático caminante que le saque de sus pensamientos, y les haga vomitar todas aquellas ideas negativas que les hunden a los dos, les hacen discutir e ir tan tristes por el camino.
          El caminante aquel, con una psicología muy fina, no les interfiere en sus pensamientos. Pregunta, simplemente. Primero, el por qué de su tristeza. Luego, un “qué” indeterminado que les obligue a volcar fuera todo lo que llevan dentro. Y cuando ya han echado fuera su veneno interior, el caminante les zangarrea fuerte y les dice: necios y duros de corazón para entender lo que estaba  anunciado por los profetas.
          Y entonces él les va desmenuzando los anuncios que había  escritos desde antiguo para que se hicieran cargo de que ha ocurrido todo lo que estaba anunciado que iba a ocurrir. Y ellos notan –en medio del varapalo que les ha dado- que sus corazones ardían de esperanza y optimismo. La diferencia de los “hombres tristes” a los “hombres cuyo corazón arde” de emoción, es haber asimilado el misterio de la cruz y la esperanza que Jesús tantas veces les había abierto, anunciando que resucitaría al tercer día.
          Es el gran mensaje que necesitamos recibir nosotros todos en nuestros momentos difíciles. La primera reacción puede que sea de tristeza. Pero un creyente de verdad no se hunde ante la adversidad y acaba siempre viendo la luz. Tras la cruz que llega, tras la aparente ausencia de Jesús, queda siempre un anuncio de esperanza. Y no significa –en muchas ocasiones- que se resuelve el problema sino que hay otra visión diferente sobre el mismo problema. Y donde antes se ha padecido la cruz que aplasta, está escondida la esperanza de un Cristo resucitado, de una luz que aparece en el horizonte…, de un consuelo que nos hace desear que Jesús se quede con nosotros y de un descubrimiento de ese Jesús a través de la experiencia de la Eucaristía, como aquellos discípulos experimentaron.
          Lo importante es que en ese descubrimiento haya no sólo la satisfacción personal sino la necesidad de darlo a conocer, de comunicar a otros que verdaderamente Jesucristo ha resucitado y que siempre hay que seguir descubriendo que por encima de las nubes y de las tormentas de la vida, el sol sigue luciendo y el cielo permanece azul. Hacerse apóstoles de la alegría, trasmisores de la fe en el gozo de que Jesús sigue vivo aunque haya tenido que pasar por la muerte, porque, como dijo aquel peregrino era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria..
          Fue el mensaje que Pedro pudo dejar a aquellas gentes que se reunieron el día de Pentecostés, que nos ha dejado la 1ª lectura: Hech 2, 14-22-28), poniéndoles delante el misterio de la pascua del que surgía ese Pentecostés lleno de esperanza.
          Por Cristo, vosotros creéis en Dios que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra esperanza, con que concluye la 2ª lectura de la 1Pedro 1,17-21).
          Y que es el misterio que vivimos cada vez completo en la EUCARISTÍA, donde expresamos y alimentamos nuestra fe y donde hay que seguir descubriendo el misterio de la cruz y la luz.






          Con la petición sentida en el alma: “Quédate con nosotros”, nos acercamos hoy al Corazón de Dios.

-         Por los frutos evangélicos del viaje del Papa a Egipto y la unidad de los creyentes, Roguemos al Señor.

-         Para que experimentemos internamente el valor de padecer como camino para la alegría, Roguemos al Señor.

-         Para que Jesús se quede con nosotros y se nos manifieste en el Evangelio y en la Eucaristía, Roguemos al Señor.

-         Para que nos hagamos mensajeros de la alegría y comuniquemos así que Cristo es un resucitado, Roguemos al Señor.



No permitas, Señor, que nuestros desánimos hagan decaer nuestra fe y nuestra esperanza.

          Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de lo siglos.

sábado, 29 de abril de 2017

29 abril: SOY YO; NO TEMÁIS

Andando por el agua
          San Juan ha omitido un dato que nos consta por los otros evangelistas, y es que Jesús ordenó perentoriamente a sus discípulos a embarcarse mientras él se subió al monte a orar a solas. Esa despedida fuerte y exigente no es muy de extrañar si pensamos que en aquel emocionado revuelo de las gentes, queriendo hacer rey a Jesús, los Doce se implicaron a favor. No les iba mal a ellos aquella exaltación del Maestro, porque al fin y al cabo eran “de su grupo”. De otra manera no es fácil comprender que desaparezcan tan de pronto los apóstoles de la escena, mientras Jesús se sube a la montaña, y se recalque en el relato que estaba él solo. En cambio, si Jesús tuvo que tomar cartas en el asunto y apagar aquel fuego de emociones que en ellos se había creado, resulta comprensible que Jesús ha obligado a los discípulos a subir a la barca y marcharse solos, y que él se retire  en oración profunda al interior de la montaña.
          El evangelio de hoy –Jn 6, 16-21- comienza diciendo que al oscurecer (precisamente cuando Jesús ha despedido a las gentes), los discípulos  bajaron al  Lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Y el Lago les juega la mala pasada de un viento recio y el mar encrespado. ¡Y van sin Jesús! Tenían experiencia de otras borrascas pero Jesús iba con ellos y Jesús intervino favorablemente para amainar aquellas tempestades. Pero hoy van solos. Dice el texto que Jesús todavía no les había alcanzado. Es un decir. Porque si Jesús se ha ido a la montaña y ellos se han embarcado, no parece lógico que Jesús “los alcanzase”. Parece como que San Juan está previendo la situación y previniendo al lector a un hecho extraordinario que tiene que producirse.
          Y ese hecho, que Juan no da con demasiados detalles, consiste en Jesús viniendo hacia ellos sobre el mar. Jesús no se había subido a la montaña descuidándose de sus amigos. Si con el corazón oraba al Padre y le exponía la experiencia vivida, con un ojo estaba mirando a sus apóstoles y a todo ese problema que se les venía encima con la tempestad desatada sobre la barca. Y Jesús no deja de orar ni de estar con el Padre en su oración, pero lo hace ahora bajando de la montaña y viniendo al encuentro de los Doce, incluso andando sobre el agua.
          Ni que decir tiene que ellos se asustaron. No era lo normal ver una figura sobre el agua o reflejada sobre el agua. Pero Jesús pronto les apaciguó (en el relato de Juan) con esa palabra tan suya y tan profunda: Soy Yo; no temáis. Son dos frases que se pueden concentrar en una sola.
          ¿Por qué he dicho: “reflejada sobre el agua”? Porque tal como San Juan lo cuenta podría muy bien quedar la impresión de que Jesús ha caminado más por la playa, el rompeolas, que por medio del lago, puesto que querían recogerlo a bordo pero la barca tocó tierra en seguida en el sitio adonde iban. En medio de la noche, el reflejo de la figura sobre la playa mojada, puede dar mucho la impresión de que viene andando sobre el mar. Pero es que no dio tiempo de subirlo a bordo, porque la barca estaba prácticamente tocando tierra.
          El caso es igual, porque donde está el punto serio de la cosa es en esa llegada de Jesús a ellos, y que no se ha quedado “rezando” en las alturas de la montaña. Nos está llevando a algo tan importante como que la oración no aparta nunca de las necesidades humanas, ni lo humano le es ajeno a Dios. Se produce una muy buena relación de vida y oracion, oración y vida, y es lo verdaderamente importante en todo lo que supone una relación auténtica cristiana. Lo penoso es esa doble vida que se da más de una vez de personas que parecen muy espirituales y mantienen un ritmo fuerte “espiritual”, pero luego su vida está al margen de la necesidad ajena o de la falta de proyección concreta por la que el sentido religioso tiene que aterrizar en la verdad diaria. Y no me estoy refiriendo a quienes viven una vida doble, porque sus obras son pecaminosas. Hablo más bien de esas personas que viven angustiadas y amargadas, sumidas en una tristeza y hundimiento del alma, mientras que van cargadas de devociones y prácticas externas, que para nada alcanzan el nivel de la confianza, el abandono, el echarse totalmente en los brazos del Dios misericordioso. Voy a esa dicotomía que se da en las almas –con vida desordenada o no- por las que la religión no alcanza a ser vital, sino una especie de añadido que no influye verdaderamente en el vivir y actuar diarios.

          Creo que merece la pena hacer revisión personal para comprobar la eficacia de esa presencia de Jesús, que sube a nuestra barca y nos dice: Soy yo, no temáis.

viernes, 28 de abril de 2017

28 abril: Cinco panes y dos peces

La emoción de las gentes
          Desde el capítulo 3 de San Juan en que se ha hablado de la conversación nocturna de Jesús con Nicodemo, salta ahora el relato al capítulo 8 (1-15). No refiere San Juan el episodio de los panes y los peces a ningún suceso anterior, como lo hacen los otros evangelistas. San Juan va a tomar pie de ese suceso para contarnos muchas más “cosas”, más doctrina, más principios, que es a lo que generalmente dedica él su evangelio.
          Inicia el relato diciéndonos que se fue a otra parte del Lago de Galilea. En esto coincide con los otros relatos del mismo hecho, en lo que queda evidencia del deseo de quedar a solas y poder descansar de la tarea siempre abierta a las gentes. Lo que ellos, en su tranquila travesía por el Lago no advirtieron fue que lo seguía una gran multitud que ha ido recogiendo gente de la ribera, conforme ha ido viendo la trayectoria que llevaba la barca de Jesús.
          Jesús se sube a la montaña junto a los Doce, y se encuentra con el espectáculo de los miles de personas que le han seguido por tierra y que vienen a su encuentro, en lo que podían ser muy bien las horas que ya han avanzado respecto del mediodía.
          Cuando Jesús levanta los ojos y ve aquel panorama, hace una pregunta a sus apóstoles (que Juan –evangelista de la divinidad- pronto explica que “ya sabía él lo que iba a hacer”). Y la pregunta hecha a Felipe –casi una broma- es con qué se le puede dar de comer a toda aquella gente. Felipe se echa las manos a la barba, hace un cálculo aproximativo y responde que con doscientos  denarios no habría suficiente para dar un pedazo a cada uno.
          Los discípulos están viendo mal el panorama y Andrés se ha tomado la delantera en indagar las viandas de que se podrían disponer…, y sus pesquisas no dan para más que para saber que allí hay un muchacho precavido que lleva en su zurrón 5 panes de cebada y dos peces, Pero a la vez que es algo, la pregunta que se le ocurre es: ¿Qué es eso para aquella muchedumbre? Hay una intencionalidad clara en el evangelista de hacer patente que no hay prácticamente nada y que no hay solución para todo aquello.
          En efecto, NO HAY NADA. Lo que hay es como si no lo hubiera. La tarde va avanzando. Y Jesús, con toda su parsimonia les da orden a los apóstoles que hagan a la gente sentarse en la hierba, en un lugar que debía estar frondoso por la época de primavera.
          Tomó Jesús los 5 panes y los dos peces… No deja de ser elocuente el hecho. Mientras el muchacho pretendiera comerse sus panes y peces al margen de los demás, no habría nada que hacer. Cuando el muchacho se desprende de su “tesorillo” y lo entrega en manos de Jesús, Jesús lo toma, da gracias a Dios, y reparte aquellos panes y peces entre sus apóstoles para que a su vez ellos los fueran repartiendo entre los demás. Ya era llamativo que con medio pan cada uno había de dar y repartir… Y aquellos panes no se acababan y aquellos peces siempre seguían multiplicándose en la manos de los Doce. Y que cada medio pan se convertía en otro medio y así hasta que llegaron al último comensal, del que les sobró aún medio pan y algo del pescado, que era la ración que cada apóstol podría comer.
          Comieron todos. Jesús también comió, rodeado de los suyos y entremezclado otras veces de las gentes, entre las que iba pasando.   Se saciaron. Comentarían algunos con cierta extrañeza de dónde había salido aquella “merienda” improvisada… Y acabaron por no poder comer más y dejar allí las sobras, tras la comida de 5,000 varones. Jesús mandó a sus discípulos recoger las sobras…, surgieron 12 misteriosos cestos y cada apóstol fue llenando el suyo.
          Y las gentes se hacen ahora cargo de la maravilla sucedida y es cuando surge aquello de “barriguitas llenas alaban a Dios”. Y cuando sacan la conclusión de que tener un rey que resuelve así los problemas, es de lo más rentable que puede darse. Y vinieron tan dispuestos a nombrar rey a Jesús, porque “éste es el Profeta que tenía que venir”.

          Jesús ve el movimiento de la masa. Se adelanta y consigue deshacerlo con palabras convenientes, y se retira a la montaña él solo. No deja de ser un dato importante esa retirada en soledad. ¿Dónde están los Doce? ¿Qué ha ocurrido con ellos? Algo no ha  funcionado debidamente, y la solución la tendremos mañana…

jueves, 27 de abril de 2017

ZENIT 27: Ser cristianos es dar testimonio

Ser cristiano no es pertenecer a un estatus social; ser cristianos significa ser testigos de obediencia a Dios, como hizo Jesús, aunque la consecuencia sean las persecuciones.
Lo indicó este jueves el papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, invitando a pedir a Dios que el Espíritu Santo nos haga testigos.
Esta respuesta la da san Pedro cuando después de haber sido liberados de la cárcel por un ángel es llevado junto a los Apóstoles ante el sanedrín. Les había sido prohibido enseñar en el nombre de Jesús pero a pesar de ello llenaron a Jerusalén con su enseñanza.
El Pontífice partió del episodio narrado en la Primera Lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles y recordó los primeros meses de la Iglesia, cuando la comunidad aumentaba y había tantos milagros. Estaba la fe del pueblo y no faltaban los “pequeños astutos que querían hacer carrera” como Ananías y Safira.
Pedro, que por temor había traicionado a Jesús ahora en cambio responde que “es necesario obedecer a Dios en lugar de a los hombres”. Esta respuesta hace comprender que “el cristiano es testigo de obediencia”, como Jesús cuando se aniquiló y en el huerto de los olivos y dijo al Padre: “Que se haga tu voluntad, no la mía”.
“El cristiano es un testigo de obediencia y si nosotros no estamos por este camino de crecimiento en el testimonio de la obediencia, no somos cristianos. Al menos caminar por este camino: testigo de obediencia. Como Jesús. No es testigo de una idea, de una filosofía, de una empresa, de un banco, de un poder: es testigo de obediencia. Como Jesús”, dijo.
Además ser “testigos de obediencia” es “una gracia del Espíritu Santo”. Porque “solo el Espíritu puede hacernos testigos de obediencia. ‘No, yo voy a ver a aquel maestro espiritual, yo leo este libro…’. Todo está bien, pero sólo el Espíritu puede cambiarnos el corazón y puede hacernos a todos testigos de obediencia. Es una obra del Espíritu y debemos pedirlo, es una gracia que hay que pedir: ‘Padre, Señor Jesús, envíenme su Espíritu para que yo llegue a ser un testigo de obediencia’, es decir un cristiano”, dijo.
Como relata la Primera Lectura, ser testigos de obediencia tiene consecuencias, de hecho después de la respuesta de Pedro, querían matarlo.
“Las consecuencias del testigo de obediencia son las persecuciones. Cuando Jesús enumera las Bienaventuranzas termina diciendo: ‘Bienaventurados ustedes cuando son perseguidos, insultados’. La cruz no se puede quitar de la vida de un cristiano. La vida de un cristiano no es un estatus social, no es un modo de vivir una espiritualidad que me hace bueno, que me hace un poco mejor. Esto no basta. La vida de un cristiano es el testimonio de obediencia y la vida de un cristiano está llena de calumnias, habladurías y persecuciones”.
Para ser testigos de obediencia como Jesús hay que rezar, reconocerse pecadores, con tantas “mundanidades” en el corazón y por ello pedir a Dios “la gracia de llegar a ser testigo de obediencia” y no tener miedo cuando llegan las persecuciones, las calumnias, porque el Señor dijo que cuando estemos ante el Juez, será el Espíritu quien nos sugerirá qué responder”.

27 abril_Una síntesis doctrinal

Final de Nicodemo
          Las fiestas litúrgicas de San Marcos y San Isidoro nos han dejado sin el grueso de la explicación de Jesús a Nicodemo. Y por lo que respecta a tener que explicar todo ese cúmulo de doctrina que ahí se encierra, me ha sido más cómodo, porque la verdad es que –como suele ocurrir en los temas de San Juan- es mucho más para leer despacio, lento y reflexivamente, que para intentar dar un bosquejo en la página del blog.
          Pero hoy sigue aún ese discurso de Jesús a Nicodemo y podemos llegar al final de aquella amplia explicación, en la que hay dos ideas fundamentales de las que podemos sacar nuestra enseñanza, tratando de captar el secreto último que Jesús quiso dejarle allí al Rabino de Israel: una, es que las cosas de la tierra las entiende cualquiera que vive en la tierra; pero que las cosas del Cielo sólo la conoce el que ha venido del cielo. Con lo cual Jesús está dándole a Nicodemo una “identificación” de quién es realmente aquel “Maestro” que habla conforme a la verdad.
          La otra idea es que el Padre ha puesto en las  manos de ese nuevo Maestro los principios que conducen a la vida eterna, y no sólo los principios sino la fuerza para conducir a todo el que acepta esos principios. El que los acepta, tiene vida eterna; el que no los acepta, no puede tenerla. Nicodemo –desde su buena fe pero desde sus realidades farisaicas- necesita dar el salto de gigante que le saque de su mundo “de aquí abajo” y le haga acoger los principios que vienen ”de arriba”, los que ha dado a conocer el Padre Dios, y los que trasmite el verdadero Maestro de Israel, que habla conforme a la verdad.
          Yo me ha preguntado siempre qué entendió Nicodemo de todo esto, y qué escuchaba y cómo se quedaba perplejo ante esta catarata de enseñanzas sublimes que Jesús le soltó de una tacada. Y pienso que Nicodemo fue el hombre leal que quiso comprender, que quiso asimilar, que empezó a vislumbrar ahora por qué Jesús le había comenzado la conversación con aquel enigmático “nacer de nuevo”, que realmente le suponía a Nicodemo darse la vuelta como un calcetín para poder captar el nuevo mundo que Jesús le había puesto ante los ojos.
          Pudo medio entender aquello de “nacer del Espíritu Santo”, con poco que supiera comprender que Dios se manifiesta por un Espíritu nuevo del que ya había hablado Ezequiel. No sería tan fácil entender lo del nacimiento ·del agua”, pues  Nicodemo no entendía más que las aguas de sus abluciones rituales o a lo sumo las más recientes  del Bautista. Pero sabía que eso quedaba demasiado lejos de lo que debía significar Jesús con ese nacimiento del “agua”. Posiblemente Nicodemo tuvo que venir muchas noches a hablar con Jesús, a empaparse de muchos enigmas de aquellos, de buscarle las vueltas para que se expresara con más claridad “popular”. Y que el paso del tiempo y todo eso proceso interno de una conversión en el interior de su alma, fue el que un día le hizo soltar amarras y presentarse en el Calvario para hacer bajar de la cruz el cuerpo del crucificado.

          Pero más claro aún le quedó aquello el día que  Jesús habló ya de la necesidad de bautizarse con un agua que no sólo lavaba por fuera sino que CONSAGRABA AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO y que suponía una pertenencia nueva, un nacimiento real, una identificación con el Maestro. Ahora empezó a comprender aquello de nacer de nuevo, que iba mucho más lejos que la burda idea de un mayor que vuelve al seno de su madre. Precisamente ese “mayor” no debe volver al seno de su madre, porque se trataba de entrar en otro seno y en otra vida absolutamente diferente: la que viene de arriba, la que habla palabras de lo alto, la que cambia a la persona porque le lleva a CREER en otra nueva realidad.
              Yo pienso que el evangelista que querido dejar al comienzo de su evangelio todo este mundo tan denso de su enseñanza para marcar territorio, y que en adelante sepa el lector de qué va a ir la cosa. Porque en realidad ha sido un discurso casi de bombardeo de grandes principios doctrinales como para preparar al lector del cuarto evangelio a lo que se va a enfrentar a lo largo de su meditación.

miércoles, 26 de abril de 2017

ZENIT 26: Dios camina a nuestro lado

El papa Francisco prosiguió las catequesis de los miércoles en la audiencia general, con el tema de la esperanza cristiana. A continuación el texto completo de la audiencia.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo.
Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la criatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios “apasionado” por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él.
Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.
Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros.
La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.
En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.
¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros.
No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: “¿Qué cosa esta diciendo usted?”. Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de “Providencia”. Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también “Providencia de Dios”: Él provee nuestra vida”.
No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad.
La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un “Sígueme”, con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.
Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de  sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. “Homo viator, spe erectus”, decían los antiguos.
A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.
El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie – “homo viator” –  y camina, pero de pie, “erectus”, y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.

26 abril: SAN ISIDORO

San Isidoro
          España celebra hoy con aire de fiesta litúrgica a un gran santo, hermano de cuatro santos: SAN ISIDORO, arzobispo de Sevilla y de Toledo, y una de la lumbreras científicas más importantes de su tiempo y en su ámbito. Por eso la celebración litúrgica del día prevalece como FIESTA sobre el día normal que correspondería a la semana pascual.
          El leiv-motiv que pudiera definir a este Santo es LA LUZ. La LUZ sobrenatural y la misma luz de la ciencia humana, que prodigó expresamente y de la que dejó una obra muy meritoria: Las Etimologías.
          De ahí que el evangelio que se le ha aplicado a esta fiesta es el del Sermón del Monte, cuando Jesús define a sus discípulos como luz del mundo y sal de la tierra, con una luz que está puesta en el candelero y está destinada a alumbrar a todos los de la casa, porque esa es la razón de ser  de la luz. Nunca se enciende una luz para esconderla sino para que alumbre.
          Jesús se definirá a sí mismo como LUZ DEL MUNDO… De ahí, como en un espejo que proyecta esa luz y la refleja, da a sus discípulos y seguidores esa misma misión: vosotros sois la luz del mundo. No una luz diferente de la Luz que es Cristo sino la luz expresamente proyectiva que es la misma de Jesucristo, que ha de irse propagando y corriendo de unos a otros hasta que llegue al último rincón de la tierra. La luz de Isidoro será un haz concreto en un tiempo concreto, en un ámbito concreto…, pero su proyección ha de continuarse en la vida de la Iglesia y de los fieles cristianos, y de nosotros que bebemos también de la luz que él puso en el candelero.
          Luz que Jesús pone en circulación para que los demás se sientan contagiados de ella, y con esa luz den gloria al Padre que está en los Cielos. Porque la luz que viene de Jesús hace de vasos comunicantes y no es una “luz descendente” que va sólo a iluminar los caminos de la tierra. Se trata de esa luz que es como al agua de la samaritana –la que Jesús le ofrece- que salta hasta la vida eterna, y que, por tanto tiene la gran potencialidad de ser una luz que vuelve a Dios y se retroalimenta para seguir volviendo a la tierra con una nueva fuerza, y seguir dando claridad en el corazón de quienes la acogen.

          En la lectura continuada hubiéramos seguido con Nicodemo, en el largo discurso de Jesús: la “tesis” fundamental es el amor con el que Dios amó al mundo lo que va a quedar como definitivo porque fue un amor por el que entregó a su Hijo al mundo para que el mundo sea salvado por él y no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna.
          Es que Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para el mundo se salve por él. Y el que cree en él ya está salvado. Lo mismo que el que no se acoge a esa fe salvadora, a sí mismo se sitúa en el lado de la condena. Son dos orillas muy definidas. Situarse a la parte del Hijo del hombre es tener ya la salvación. Situarse a la pare contraria es encontrarse con la no-salvación. Y la no-salvación es la condena en la que el hombre es capaz de colocarse por no haber creído en el Hijo único de Dios.
          Esa es la causa de la condenación, explica Jesús a Nicodemo: no es Dios el que condena; es el hombre que se encontró de cara con la LUZ en el mundo y sin embargo le dio las espaldas a la luz: los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. ¡Esto es importante! No se hace uno malo por las ideas sino por las obras. Cuando las obras sitúan a la persona de espaldas a la luz, es cuando se cierra a su propia salvación. En cambio, el que se encuentra con la luz y la acoge, la sigue, la abraza, deja patente que sus obras están hechas según Dios. Esa es la salvación

          De San Juan sabemos que es muy repetitivo. Su conversación con Nicodemo nosotros la hubiéramos reducido a 3 ideas y en esas que se quedan fácilmente en la mente. Pero el diálogo con Nicodemo se va ampliando, va repitiendo y aun no se acaba hoy. Seguro que para aquel Maestro de la Ley aquello era delicioso y se hallaba en su propia salsa. Seguro que para Juan aquello era la forma de conservar mejor la verdad de Jesús frente a las disquisiciones de los maestros se Israel. Para nosotros nos resulta un tratado al que le damos vueltas y acabamos quedándonos con lo esencial sin necesidad de más. Pero habremos de agradecer que el evangelista nos haya metido en ese laberinto de ideas del que para salir hay que dar unas cuantas vueltas por el mismo evangelio, antes de haber concluido nuestro aprendizaje.

martes, 25 de abril de 2017

ZENIT 25: Evangelio se predica con humildad

El Evangelio se anuncia con humildad, venciendo la tentación de la soberbia. Esta es la exhortación del papa Francisco en la misa de este martes en la Casa Santa Marta, en la fiesta de San Marco Evangelista. A la celebración tomaron parte los cardenales consejeros del C9 reunidos hasta mañana miércoles.
“Hoy –dijo el Papa al inicio de la misa– es San Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría. Ofrezco esta misa por mi hermano papa Tawadros II, patriarca de Alejandría de los Coptos, pidiendo la gracia de que el Señor bendiga nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo”.
El Santo Padre reiteró que los cristianos tienen que “salir para anunciar” y que un predicador tiene que estar siempre en camino sin buscar “un seguro de vida” quedándose quieto.
Papa centró su homilía en el Evangelio de san Marcos que señala el mandato del Señor a los discípulos, precisando que “el Evangelio se proclama siempre en camino, nunca sentados”.
“Es necesario salir donde Jesús es desconocido, donde es perseguido, o donde es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio”, dijo.
Invitó así a “salir para anunciar” sea “en camino físico que espiritual, o en un camino de sufrimientos” como lo hacen “tantos enfermos que ofrecen su dolor por la Iglesia, por los cristianos, pero siempre salen de si mismos”.
Pero cuál es el estilo de este anuncio, se interroga el Papa. “San Pedro que justamente ha sido el maestro de Marcos -responde- es muy claro al describir este estilo”, o sea que “el Evangelio es anunciado con humildad, porque el Hijo de Dios se humilló y se rebajó. El estilo de Dios es este” y “no hay otro”. Porque “el anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta”.
“El Evangelio -indicó el Papa- no puede ser anunciado con el poder humano, no puede ser anunciado con el espíritu de trepar y subir”. Porque “Dios se resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”.
El Santo Padre advirtió de una tentación al anunciar el Evangelio: “la tentación del poder, de la soberbia, de la mundanidad, de tantas mundanidades que existen y que llevan a predicar o a fingir”.
Y reiteró que no es predicar el difundir “un Evangelio aguado, sin fuerza, sin Cristo crucificado y resucitado”.
Y si un cristiano asegura que anuncia el Evangelio, pero que ‘nunca es tentado’, significa que “el diablo no se preocupa” porque “estamos predicando un evangelio que no sirve”.

25 abril: Signos del que cree

Fiesta de SAN MARCOS
          La verdad es que san Marcos se había quedado poco citado en la semana de Pascua, con solo una referencia rápida –un índice somero- que recogía todo lo que habíamos conocido por los otros evangelistas a través de la semana pascual. Hoy, casualmente, a dos días de finalizar esa semana, nos trae el calendario la fiesta de san Marcos, que ha puesto toda su enseñanza en el tiempo posterior: en las consecuencias de la Resurrección, en la vida de aquella comunidad que ha surgido a raíz de la resurrección de Jesucristo.
          Se apareció a los Once y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la Creación. Ya no es que se avisen unos a otros sobre la resurrección de Jesús; ya no es que Jesús aparece para consolar y fortalecer… Ahora se trata de que todo el misterio que tienen entre manos es para DARLO, es para PROCLAMARLO, es para llevarlo al mundo, para darlo a conocer  a la Creación.
          Y en esa trasmisión del gran suceso de la Resurrección de Jesucristo, tras su muerte, el que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará. El que crea en la Resurrección y además haya sido consagrado por el hecho del bautismo, será criatura salvada. Pero pude haber quien cree pero no ha tenido oportunidad de ser bautizado. No por eso no se salva. Pero el que no cree, el que se cierra a la fe, en que no admite el hecho del Cristo Salvador, ese queda fuera de la historia de la salvación: el que no cree, se condenará.
          Y los signos del CREYENTE no son meras emociones espirituales: son signos que acompañan. Y el primero es que los que creyeren, echarán demonios en mi nombre. San Ignacio nos habla de demonios sutiles que echan “redes”, que cazan con engaño; que se cae en la red sin advertirlo, y que una vez caídos, ya está uno cogido. Son los demonios sutiles que no condenan pero que no dejan crecer; son los demonios que no llevan a pecar pero tampoco permiten dar pasos adelante. Son los demonios que dejan en candiles a los que éramos llamados a ser estrellas. Para mí no es despreciable esta consideración, y bien merece la pena tomarla en consideración, porque es un signo de CRER el estar liberados de esos “demonios” de la vida diaria. Y un signo de una fe menor es ir caminando por la vida sin dar la medida que hemos de dar y para la que estábamos llamados. San Marcos nos está llevando a esa reflexión, y a mí no se me pasa por alto cuando me descubro –y descubro- a tantas “buenas gentes” que no pasan de ser eso: “buenas gentes” que no han encontrado su sitio en la verdadera actitud de CREER: la que echa los demonios en el nombre de Jesús.
          No es nada distinto sino una clarificación de lo anterior el otro signo del que cree: hablarán lenguas nuevas. La lengua nueva fue la que vino en Pentecostés, lengua de Espíritu Santo para dar a los apóstoles una luz y una intrepidez y a las gentes un mensaje novísimo que alcanzó a 3,000 personas de una vez y las metió de lleno en el nuevo orden de cosas. Lenguas nuevas que hablaban palabra constructiva, esperanzadora, creativa, abierta a la luz. Lo contrario  de la palabra que va reptando a ras de tierra, cogiendo toda la suciedad y todo el polvo que hay en el camino. Palabras “aspiradoras” que van recogiendo toda la suciedad que hay a su paso y parecen alimentarse de ella. Hablar LENGUAS NUEVAS es otro estilo, otro fondo del alma, otra visión de las cosas, capaz de no ver lo sucio para quedarse solamente con el brillo que ha quedado en las personas y en sus hechos. Eso es una firma de CREER, de expresar que se cree de verdad en el brillo de la resurrección. Por eso San Marcos es tan rico y por eso merece la pena detenerse en él y meditarlo.
          Por eso el veneno que beben no les hace daño y las serpientes que pican no envenenan Mas claro, el agua. No es que no hay veneno y que no hay serpientes. No es que no  se ve y que no se lo encuentra uno a la vuelta de la esquina. Pero nada de eso hace daño. Se acaba por no ver, y acaban por no inocular su veneno. Existen. Pero están a distancia. Ni gustan ni se quieren. Ni se juzgan más allá que la impresión interna primera que produce en la persona. Pero como la paloma que no se mete en el barro, así se sobrepasa todo eso que ha quedado ahí al margen de la propia vida, para seguir uno mirando hacia arriba, donde el cielo sigue siendo azul.

          Por todo lo cual impondrán las manos en los enfermos y los curaran. Donde quepa poner la mano sanadora, allí se pone. Donde no quepa poner luz, no se entremezcla uno con la oscuridad. Somos llamados a iluminar, a sanar. Pero el enfermo tiene que querer sanar y la persona tiene que querer que le abran las ventanas para ver que hay fuera un sol radiante.

lunes, 24 de abril de 2017

ZENIT 24: El Espíritu nos vuelve libres

Nuestra fe es concreta y rechaza sea compromisos que idealizaciones. Lo indicó el papa Francisco este lunes al retomar las misas matutinas en la capilla de la Casa Santa Marta, a la cual participaron también los purpurados del Consejo de Cardenales que desde hoy se reúnen tres días con el Santo Padre.
La homilía parte del encuentro de Nicodemo con Jesús y del testimonio de Pedro y Juan después de la curación de un inválido, narrados en las lecturas del día.
Jesús, indica el Papa, le explica a Nicodemo con amor y paciencia que es necesario “nacer desde lo alto”, “nacer del Espíritu”, y por lo tanto cambiar de mentalidad.
Subrayó también la primera lectura de los Actos de los Apóstoles, donde Pedro y Juan después de sanar a un inválido “responden con simplicidad” cuando les intiman a no predicar más. Pedro responde: “No, no podemos callar lo que hemos visto y escuchado. Y proseguiremos así”.
Esto, aseguro el Pontífice, es “un hecho concreto” es lo “concreto de la fe “respecto a los doctores que “quieren entrar en negociados para llegar a compromisos”.
A veces nos olvidamos que nuestra fe es concreta: El Verbo se hizo carne y no idea. Lo concreto de la fe lleva a ser “francos”, al “testimonio hasta el martirio”.
Para estos Doctores de la Ley, el Verbo “no se ha hecho carne: se ha hecho ley y se debe hacer esto hasta acá y no más allá”. Y así se quedaban “enjaulados en esta mentalidad racionalista, que ha terminado con ellos, ¡eh!” Porque en la historia de la Iglesia ella ha condenado el racionalismo, el Iluminismo, aunque  tantas otras veces ha caído en una teología del ‘se puede y no se puede’, ‘hasta aquí, hasta allá’, y olvidando la fuerza, la libertad del Espíritu, este renacer del Espíritu que da la libertad, la franqueza de la predicación y el anuncio de que Jesucristo es el Señor”.
“Pidamos al Señor –concluyó el Papa en su homilía– tener esta experiencia del Espíritu que va y viene y nos lleva adelante, del Espíritu que nos da la unción de la fe, la unción de las cosas concretas de la fe”.
Porque, dijo al terminar su predicación: “‘el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es para quien ha nacido del Espíritu’: siente la voz, sigue el viento, sigue la voz del Espíritu sin saber dónde terminará. Porque ha hecho una opción por lo concreto de la fe y el renacimiento en el Espíritu”.
“Que el Señor nos dé a todos nosotros –concluyó el Sucesor de Pedro– este Espíritu pascual, de ir por los caminos del Espíritu sin compromisos, sin rigideces, con la libertad de anunciar a Jesucristo como Él ha venido: en la carne”.

24 abril: Nacer e agua y Espíritu

“Nacer de nuevo”
          Nicodemo era un buen hombre. Un fariseo honrado. Un individuo que quería conocer la verdad. Y en los mismos comienzos de la predicación de Jesus y de aquellas obras que iba viendo que Jesús hacía, ya comenzó a sospechar que allí había un sujeto distinto de los demás, un alguien con quien merecía la pena hablar. Y aunque Nicodemo tenía que guardar las apariencias y no podía venirse a Jesús ante los otros fariseos, aprovechó la noche para llegar a Jesús y presentarse a él para establecer un diálogo con aquel “Maestro de Israel”, aunque Nicodemo lo planteaba en un terreno propio  de conversación razonada. Y abordó aquella noche a Jesús con una alabanza y reconocimiento sincero de hombre leal: Sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro, porque nadie puede hacer las signos que tú haces si Dios no está con él.
          Cabía una respuesta llana en la que Jesús afirmara que realmente su fuerza y su obra venían de Dios. Pero Jesús se fue mucho más arriba. Lo que a él le interesaba no era la conversación “razonable”, la mera identificación de su persona y de sus obras. Le interesaba el propio Nicodemo y todo lo que podía haber detrás de aquellas preguntas y cuestiones que presentaba el Maestro rabínico judío. Y Jesús se fue por otras alturas y por otros derroteros que  dejaban absorto a Nicodemo: En verdad te digo: el que no nazca de nuevo, ni puede ver el reino de Dios. Aquello descolocaba al rabino. Aquello no respondía a su pregunta. Y sin embargo Jesús estaba yendo al meollo de la respuesta.
          Ya conocemos la otra respuesta de Jesús a otros fariseos a los que les habló del vino nuevo en odres nuevos. La respuesta ahora era los misma, pero a la altura de un doctor de la ley, avezado a las discusiones establecidas en los límites de lo razonable, como un procedimiento típico para hallar más claridad.
          Y Nicodemo acogió la respuesta y la llevó al absurdo para incitar más a Jesús y que se explicara más a fondo: ¿Cómo puede un hombre, siendo ya adulto volver al seno de su madre y nacer? Sabía muy bien Nicodemo que ese no era el caso que le había planteado Jesús, pero tenía que “picarle” para que el Maestro de Israel se fuera decantando.
          El tema era muy claro, dentro de todo ese planteamiento “por la nubes”: un fariseo, por noble que fuera, como Nicodemo, en realidad era un fariseo con ideas fariseas y modos de proceder fariseos. Ese es un “nacimiento “humano”, un planteamiento humano, doctrinal, de estilo que no deja de ser lo que se es: “ha nacido del vientre de su madre”. Y así siempre será fariseo, todo lo más bueno que se pueda pensar, pero dentro de sus moldes.
          Y Jesús lo quiere sacar a la otra realidad. Para el reino de Dios hay que “nacer de nuevo”, hay que abandonar los odres viejos, hay que empezar a ser al nuevo estilo. Y ese estilo es el que imprime el Espíritu Santo: nacer de agua y de Espíritu Santo, para poder entrar en el Reino de Dios.
          La explicación es bien sencilla. En lo humano todos planteamos el camino que vamos a seguir, y seguimos esa ruta para llegar a un destino. En el reino de Dios nunca puede haber una ruta trazada de antemano. El propio Jesús no tiene la ruta detallada. Sus pasos tienen muchas veces que cambiar de dirección porque el Espíritu e Dios es el que marca de nuevo la senda. El espíritu sopla y nadie sabe ese viento de donde viene y adónde va; sólo lo conoce el que ha nacido del Espíritu. Lo que le toca a Nicodemo, pues, es ese cambio radical del nacimiento del Espíritu, que no le lleva al vientre de su madre, pero sí al otro “vientre” del Espíritu que –con el agua de un Bautismo transformador- le tiene que hacer otra persona.

          Ese Nicodemo debió rumiar durante su vida aquella palabra que había recibido de Jesús. Siguió fariseo pero en su interior soplaba el viento misterioso del Espíritu. Y fue en el momento final, a la muerte de Jesús, cuando la fuerza de aquel aliento del Espíritu de Dios le llevó a ser el hombre nacido de nuevo, que dio la cara en el enterramiento del Maestro. Y uno –lo más seguro- de los que quedaron pendientes aquellos días del derrotero que tomaban los acontecimientos, no quedando tan lejos de aquellas mujeres del sepulcro y de aquellos testigos, para encontrarse finalmente tocado por la fuerza del Espíritu de la Resurrección, que le hizo comprender finalmente al rabino que había que nacer de nuevo.

domingo, 23 de abril de 2017

ZENIT 23: Misericordia es un modo de conocer

La misericordia es un “verdadero modo de conocimiento”, ha asegurado el papa Francisco en el Regina Coeli del 23 de abril de 2017, Domingo de la divina misericordia: abre “la puerta del espíritu” y la “puerta del corazón”.
“Sabemos que le conocemos a través de diferentes formas: los sentidos, la intuición, la razón… Lo podemos conocer también a través de la experiencia de la misericordia” ha declarado el papa en la introducción de la oración mariana en la plaza San Pedro, en el segundo domingo de Pascua.
“La misericordia, lo que persigue, es hacernos comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido”, y que la “primera víctima” es “aquel que vive de estos sentimientos”. La misericordia también permite “expresar la cercanía sobre todo hacía aquellos que están solos y marginados… Favorece el reconocimiento de aquellos que tienen necesidad de ser consolados y hace encontrar las palabras adaptadas para reconfortarles”.
Y el papa concluye: “No olvidemos nunca que la misericordia es la piedra clave en la vida de fe y la forma concreta a través de la cual hacemos visible la resurrección de Jesús”.
AK/RA
Palabras del papa antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Cada domingo, hacemos memoria de la resurrección del Señor Jesús, pero en este periodo de después de Pascua, el domingo reviste un significado más claro. En la tradición de la Iglesia, a este domingo después de Pascua, se le denomina “in albis”. Qué significa esto? La expresión intenta recordar el rito que cumplían aquellos que habían recibido el bautismo en la Vigilia pascual. A cada uno de ellos se les ponía una ropa blanca – “alba”, blanca – para indicar su nueva dignidad de hijos de Dios. Hoy aún se sigue haciendo lo mismo; se les ofrece a los recién nacidos una pequeña ropa simbólica, mientras que los adultos se ponen uno de verdad, como lo hemos visto en la Vigilia pascual. Esta ropa blanca, en el pasado, se llevaba durante una semana hasta el domingo in albis. Y de ahí deriva el nombre in albis deponendis, que significa el domingo en el cuál se quitan la ropa blanca. Y una vez quitada la ropa, los neófitos comenzaban su nueva vida en Cristo y en la Iglesia.
Hay otra cosa: en el Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II estableció que este domingo seria dedicado a la Divina Misericordia. Es verdad. Esto ha sido una bonita intuición, ha sido el Espíritu Santo quién le ha inspirado! Hace unos meses, hemos concluido el Jubileo extraordinario de la Misericordia y este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia de Dios.
El Evangelio de hoy es el relato de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Jn 20, 19-31). San Juan escribe que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dice: “Lo mismo que el Padre me ha enviado, así también os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (vv. 21-23). Es el sentido de la misericordia, presentada el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Es el primer deber: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia conlleva en él la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado en con el Señor.
La misericordia a la luz de la Pascua se deja percibir como una verdadera forma de conocimiento. Es importante: la misericordia es un modo verdadero de conocimiento. Sabemos que la conocemos a través de diferentes formas: el sentido, la intuición, la razón y otros. Se la puede conocer también a través de la experiencia de la misericordia, porque la misericordia abre la puerta del espíritu para comprender mejor el misterio de Dios y de nuestra existencia personal. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera víctima es aquel que vive de estos sentimientos, porque se priva de su dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados, porque les hace sentirse hermanos y hermanas de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de aquellos que tienen necesidad de consuelo y hace encontrar palabras que les reconforten.
Hermanos y hermanas, la misericordia calienta el corazón y le hace sensible a las necesidades de los hermanos, a través del compartir y la participación. La misericordia, en definitiva, compromete a todos a ser instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz. No olvidemos nunca que la misericordia es la piedra clave en la vida de fe y la forma concreta a través de la cuál hacemos visible la resurrección de Jesús.
Que María, la Madre de Misericordia, nos ayude a creer y a vivir con alegría esto.

23 abril: Señor mío y Dios mío

Liturgia del Domingo de la Misericordia
          S.S. Juan Pablo II cambió el nombre de este domingo por el de “Domingo de la Misericordia”. Y así viene denominándose desde hace unos años. El Papa Francisco ha acentuado el tema, primero con la proclamación de un año entero para insistir sobre ese aspecto de la vida eclesial, y finalmente dejando un talante en la labor pastoral que queda teñido de ese estilo tan peculiar. Se trata de dar a esta octava del día de Resurrección el pleno sentido de esa resurrección del Señor, que es para el mundo pura misericordia, porque la Resurrección de Jesucristo no es un hecho que sucede en la historia y que nosotros recordamos, sino que se continúa como la pura misericordia de Dios que ha renovado la vida entera.
            El evangelio tomado de San Juan (20, 19-31) parece repetir el que hace unos días leíamos en San Lucas, pero San Juan lo ha desglosado con unas características mucho más peculiares y teológicas. En San Juan sólo están los apóstoles, y en concreto 10, porque Tomás no está presente en el grupo en esa tarde del domingo de resurrección. Por eso el encargo de Jesús y la misión es únicamente para los apóstoles, los testigos de la cena pascual y los constituidos sacerdotes.
            Sobre ellos sopla Jesús el aliento vital del Espíritu Santo –un verdadero Pentecostés-, y les trasmite los poderes suyos: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. Hay, pues una continuidad entre la obra de Jesús y la que encarga a sus apóstoles.
            Pero con una concreción de suma trascendencia, les trasmite el poder de perdonar los pecados: “A quienes vosotros perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros se los retengáis, les quedan retenidos”, dejando así claramente cerrado el poder del perdón a la obra directa de aquellos primeros sacerdotes, que luego ellos irían comunicando a los  siguientes y así sucesivamente con el poder que otorgaba a aquellos sus representantes en la Iglesia, que llevaban en sus manos el poder que el Padre había dado a Jesús. [Todo ese otro invento de quienes pretenden ”confesarse con Dios”, o eliminar el sacramento de su vida, quedan fuera de este encargo de Jesús, que es precisamente encargo concreto de SU MISERICORDIA, que ha “inventado (instituido) un medio tan humano (a la vez que tan divino) de alcanzar la misericordia].
            Resultó que Tomás, uno de los Once, no había estado presente en aquella hora. Y resultó que, con su carácter fuerte, se enfadó cuando supo que Jesús se había aparecido a los compañeros, y optó por el resorte absurdo de la negación y de la exigencia: Si yo no lo veo, y si no meto mis dedos en sus manos y no meto mi malo en costado, no lo creo.
            Jesús era  más misericordioso y vino a recuperar al discípulo díscolo y a los 8 días de aquella primera aparición, otra vez con los apóstoles solos, Jesús se viene al grupo de los Once y se dirige a Tomas para que cumpla sus exigencias y crea. Pero Tomás ya se había bajado de su pedestal y cayó redondo a los pies del Maestro para pronunciar el acto de fe que queda patente en la historia y repetido en cada Celebración de la Eucaristía: Señor mío y Dios mío. Tomás ha encontrado también la misericordia de Jesús, y ha podido encontrar a su Señor y Dios…, más allá de tocar la llagas de manos, pies y costado, que hubieran quedado en la demostración del hombre que fue crucificado.
            Por eso Jesús mira ahora con una mirada larga hacia tantos que no vemos a Jesús con los ojos de la cara y sin embargo tenemos la plena seguridad de encontrarnos ante ese Señor mío y Dios mío de las misericordias.
            Así lo vivieron aquellos muchos hermanos (Hec 2, 42-47) que escucharon las predicaciones de los apóstoles, con los que oraban en común y con los que eran testigos de prodigios y curaciones que se hacían en el nombre del Señor Jesús.
            Así San Pedro escribe en su primera carta (1, 3-9): Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección e Jesucristo, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.

            Todo este espíritu lo tenemos al vivo en la Eucaristía, misterios de fe y de esperanza y amor, porque en él CREEMOS en la presencia de Jesús, ESPERAMOS su misericordia, y tenemos que vivir comprometidos en el AMOR RECÍPROCO donde se funden en uno solo el amor a Dios y el amor a los semejantes.




            Danos, Señor, entrañas de misericordia para vivir nuestra fe y experiencia cristianas.

-         Para que la Iglesia y sus ministros sean una manifestación de la misericordia de Dios, Roguemos al Señor.

-         Para que recibamos la visita de Jesús que nos haga patente su Resurrección, Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos esa resurrección de Jesús en nuestro talante de misericordia con nuestros semejantes, Roguemos al Señor.

-         Para que nuestra fe se exprese particularmente en la frecuentación de los Sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, Roguemos al Señor.

Danos, Señor, vivir nuestra vida cristiana en un permanente acto de fe, por el que siempre te descubramos en los acontecimientos como el “Señor mío y Dios mío”.

            Tu, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

sábado, 22 de abril de 2017

22 abril: Nuevo relato pacual

Hoy San Marcos
          Si los seguidores del blog (o de os textos evangélicos de esta semana) han sido observadores, habrán comprobado que San Marcos no ha salido en toda la semana. Vigilia Pascual y lunes fueron para San Mateo; domingo y martes fueron para San Juan. Miércoles y Jueves para San Lucas, y el viernes se volvió a Juan Evangelista. Marcos no ha aparecido hasta hoy. Y la razón es bien sencilla: Marcos es muy escueto; Marcos se limita a hacer un índice de los acontecimientos que explican los demás. Marcos se va a centrar más en el tiempo siguiente, en las consecuencias de la Resurrección, lo que deja hoy ya apuntado en la frase final del texto que nos ha dejado la liturgia del día: el encargo de Jesus a sus apóstoles: Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. Será la línea que seguirá en días sucesivos, preocupándole así mucho más lo que queda por delante que los hechos que ya han estado contados por los otros, o –aunque él pudiera desconocer esos relatos- al menos sabía los hechos que se había producido, y que a él no le interesa explicitar. Le basta citarlos como sucesos que avalan lo que le queda por decir. Y el mensaje clave que ahora mismo lanza es que la Resurrección de Jesucristo no es un hecho para gozarlo ellos y quedarse ellos en la alegría de lo sucedido, sino que es un mensaje clave con el que tienen que inundar el mundo: la Creación. Y ese mensaje no es sólo la Resurrección sino EL EVANGELIO, que incluye la Resurrección y que está apoyado en el hecho de la Resurrección. Ya ira apareciendo la amplitud de ese mensaje de Marcos.

          Por lo pronto hoy nos puede ser un dato concreto de esta misión el suceso que nos narra la 1ª lectura. Está de fondo casi toda la semana la curación del lisiado del templo. No tuvieron Pedro y Juan oro ni plata para dar limosna a aquel pedigüeño, pero tuvieron algo tan importante como EL NOMBRE DE JESÚS RESUCITADO, en cuyo poder mandan al paralítico ponerse en pie. Aquello es un bombazo en medio de las gentes, que ven al lisiado caminando y brincando de alegría sobre sus pies y tobillos fortificados.
          Lo sumos sacerdotes indagan, preguntan, inquieren de los mismos apóstoles, y ellos se remiten a los hechos: el lisiado camina y por ello no les pueden juzgar. Pero que sepan que camina porque EL NOMBRE DE JESÚS LES HA DADO LA SALUD. No pueden negar la salud del hombre que ha sido curado y pretenden que los apóstoles no hablen de Jesús. Silenciarlo. La verdad es que ya estaba en boca del pueblo y que aquello no podía acallarlo ya nadie. Y hay una razón más fuerte todavía, que plantean los apóstoles a los sacerdotes; Decidnos si es razón que os obedezcamos a vosotros antes que a Dios. Se quedaron sin palabras y sin razones y hubieron de dejar a los apóstoles salir sin castigo alguno. La verdad es que les vendrían esos castigos más tarde cuando aquellos hombres construyeran sus propias acusaciones y ataques contra los apóstoles. Pero en el momento actual, lo que se estaba haciendo realidad es que el evangelio de la Resurrección se iba extendiendo por el mundo, AQUEL MUNDO INMEDIATO que era testigo directo e los hechos que se estaban dando en Jerusalén.
 

          No puedo menos que dejar constancia de una fecha como la de hoy en la que los jesuitas celebramos a MARÍA COMO REINA Y MADRE de la Compañía de Jesús. Hay muchas representaciones de esa imagen, que han ido sintetizando el hecho central, como el de  María en el Centro alto del icono y a derecha e izquierda los Santos y Beatos de la Orden.

          Yo tuve la imagen que ya he dado a conocer en varias ocasiones, de una Virgen-Madre sentada, en posición de no tener prisa para acoger a quien llega a ella. Su Corazón visible es señalado por el Niño que ella lleva en su mano izquierda, también con el corazón fuera del pecho. Y en la mano derecha, ella pone sobre su rodilla el libro de las Constituciones de la Compañía. A mí se me representa como LA VIRGEN DE LOS TRES CORAZONES y constituye para mí una representación de cuidado peculiarmente maternal, que –en este su día festivo- me admitió a la Profesión Solemne como Jesuita en la Compañía de Jesús.

viernes, 21 de abril de 2017

21 abril: ES EL SEÑOR

ESCUELA DE ORACIÓN,
en el Grupo de Málaga,
de la Iglesia del Sagrado Corazón.
5’30 de la tarde. SALÓN DE ACTOS.

San Juan, capítulo 21
          La liturgia ha dejado para el domingo una parte substancial del evangelio de San Juan, y se ha pasado al capítulo 21 para ponernos delante el episodio de  la pesca milagrosa y el descubrimiento de un grupo de apóstoles que encuentran a Jesús. Es un episodio muy dramatizado y bellamente descrito por el evangelista.
          Por lo pronto surge de la manera más simple y casi crematística que puede surgir: Simón Pedro  está con 6 compañeros y decide irse a pescar sin más preguntar. Y con la mayor sencillez acceden y se suman a la idea los compañeros. Lo que ocurre es que no encuentran pesca y se encuentran con una noche sin más distracción que hablar, dormir y reintentar. Lo que no aparece para nada es un mal modo, una protesta, una queja. Y así pasa la noche entera, ¡que ya es un dato!
          De madrugada, por la orilla, camina un individuo que se acerca al agua a preguntar si tienen pescado.  Mal momento para unos pescadores fracasados, que responden con un seco: No, que bien expresa lo que llevan dentro. Pero he aquí que el personaje de la orilla les dice que echen las redes a la derecha de la barca y encontrarán pescado, fenómeno que dicen que es fácil que suceda porque desde la playa se vislumbra el banco de peces que no observan los que están en la barca. Y como poco había que perder, nuestros hombres echan el copo y hallan una pesca abundantísima y de peces grandes, que sacan llenos de alegría y sin pensar de momento en otra cosa que en aprovechar la pesca que han encontrado a última hora.
          Pero el discípulo avispado, que tiene de pronto el recuerdo de otro caso semejante que él ha vivido, levanta la voz y dice: ES EL SEÑOR. Nadie lo ha reconocido. Nadie lo ve con los ojos de la cara. Es una convicción total de la fe. Aquello que están viviendo aquella noche y aquella pesca así de pronto, no puede ser otra cosa que la presencia del Señor. Pedro se echa al agua para llegar antes y no descubre la figura de Jesús, pero está seguro que es él. Llegan los compañeros con la barca, sacan los peces, los cuentan y se llevan la sorpresa de que unos metros más allá, unos peces están asándose ya sobre unas brasas.
          Y llega lo a que es para mí una de las expresiones más enigmáticas de todo el relato; Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿tú, quién eres?’, porque sabían bien que era Jesús. Mi enigma está en que “ninguno se atrevía a preguntar”… ¿Para qué preguntar si sabían? Y si sabían, ¿a qué viene el “atrevimiento” o no atrevimiento?
          Yo digo que ninguno estaba en la evidencia de que aquel personaje era Jesús, pero todos están en la certeza de que lo que estaba ocurriendo no podía ser más que la presencia de Jesús. No deja de ser curioso que tanto en el evangelio de Lucas (en Emaús), como aquí con las brasas y el pescado (símbolo eucarístico antiquísimo), los descubrimientos de Jesús que nos han presentado hasta ahora está relacionados con la Eucaristía.

          Para mí, pues, ese “enigma” que he constatado no es una reflexión mía inútil Para mí es lo más exacto a nuestra experiencia de fe. “Sabemos que es el Señor” el que está detrás de tantos acontecimientos de nuestra vida. Y sin embargo no estamos viendo al Señor, y hasta se oscurece de alguna manera su presencia. “Sabemos” pero con la sabiduría de la fe. Y acertamos porque Jesús es el que viene a repartirnos ese pan y ese pescado y el que nos dice en el secreto de la fe: Vamos, comed. Sí, en efecto: Tomad y comed porque esto es mi cuerpo, mientras sólo la fe nos asegura que aquel Pan que recibimos es el Cuerpo del Señor. Y no tenemos que preguntar porque sabemos que es EL SEÑOR. Y sabemos también que está velado por las especies sacramentales. Pero allí ESTA EL SEÑOR, ¡ES EL SEÑOR!