viernes, 31 de mayo de 2013

Día 2º de la Novena al Sagrado Corazón

NOVENA AL SAGRADO CORAZÓN.- Día 2º
             Fiesta litúrgica de la VISITACIÓN DE MARÍA A ISABEL
Textos litúrgicos de la Fiesta. 1ª.- Sof. 3,14-18:  Regocíjate, hija de Sión;  grita de júbilo…;  alégrate y gózate de todo corazón…
                                                            Salmo: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.
                                                            Evangelio: Lc 1, 39-56: Dichosa tú, que has creído;  la criatura saltó de alegría en mi vientre.. María dijo: mi alma proclama la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
             Homilía:  22 minutos. Tema: LA ALEGRÍA.  María tiene una idea alegre de Dios.  Los textos repiten ese sentimiento: en la 1ª lectura, en 4 expresiones consecutivas: regocijo, júbilo, alegría y gozo.
             En el Evangelio, alegría de Isabel, saltos de alegría del niño en su seno.  En María, expresando los sentimientos de su alma, que proclama la grandeza de Dios, que ha hecho maravillas en Ella… Y la felicitarán siempre. La felicitación responde siempre a un hecho alegre.
             Nuestra idea y nuestro sentir sobre Dios ha de ser siempre EN LA ALEGRÍA.  El Corazón de Jesús nos impulsa a la alegría. Porque Dios se manifiesta en sus obras, y su obra  es SU AMOR PARA CON NOSOTROS.  Eso es lo que explica precisamente el sentido del Corazón de Jesús: Corazón abierto por amor; Corazón signo de amor…, ¡y eso nos produce alegría!

             María TRADUCE su alegría en SERVICIO y así lo hizo marchando a ayudar a su pariente Isabel, encinta ya de seis meses.
DEBAJO DE ESTE RESEÑA ESTÁ LA DEL DÍA PRIMERO

Día 1º de la Novena. Día de San Fernando

NOVENA AL SAGRADO CORAZÓN.- Dia 1º
             DÍA DE SAN FERNANDO, REY.
Lecturas de San Fernando: 1ª.- Eclo. Cp 3, salteado.
             En tus asuntos procede con humildad y te querrán… Hazte pequeño en las grandezas humanas… Dios es grande en misericordia
                                         Evangelio: Jesús envió a setenta y dos…, con poder de echar demonios. No estéis alegres porque se os someten los espíritus sino porque vuestros nombres están escritos en el cielo.
HOMILÍA:  12 minutos.  Lo importante de San Fernando no fue ser rey (grandezas humanas) [ahí está esa 1ª lectura que nos presenta esa realidad].  La idea de Dios que tuvo el Santo es: Dios es el grande y es grande en misericordia.
                El Corazón de Jesús es manifestación de la misericordia de Dios…, el AMOR DE DIOS… El amor siempre se representa con un corazón.
                Nuestra idea de Dios, nuestra forma de relacionarnos con Él tiene que ser desde lo pequeño nuestro…, desde SU GRAN MISERICORDIA, desde su GRAN CORAZÓN.


             La pedagogía de la homilía estuvo en que una sola idea fue repetida para que más profundamente pueda entrar en las mentes de los fieles.

Lo cierto: COMPARTIR

HA COMENZADO
LA NOVENA
AL SAGRADO CORAZÓN
en la Iglesia
del CORAZÓN DE JESÚS.
Todos los días a las 6'45 pm., 
y MISA CON PREDICACIÓN a las 7'30.


Mc 8, 1-9
                ¿Otra multiplicación de panes y peces? ¿Un “duplicado” para acentuar algún determinado matiz?  No voy a tomar partido por una cosa u otra. He consultado varios comentarios antes de meterme en este tema, porque no quiero dar opiniones personales. Les pasa igual a los comentaristas: no toman partido.  Dejan insinuaciones que lo mismo  inclinan en un párrafo a una postura, como expresan lo contrario en el párrafo siguiente. Lo cual –podéis imaginar- a mí me obliga a la misma forma de exposición.
                El relato de una “segunda” multiplicación está solamente en Mateo y Marcos.  Marcos, a su estilo, muy sobrio, carente de detalles.  Mateo, con más adornos y concreciones.
                Hay datos muy comunes en los dos relatos de multiplicación, tanto en Mateo como en Marcos, tan comunes, que parecen copiados uno y otro. Y detalles que se separan: hay siete panes y no cinco. No se determina el número de peces (incluso en Marcos salen en un segundo plano). Varía el número de hombres…  Y las cestas o canastos que se recogen al final.
                ¿Expresa eso una evidencia de dos multiplicaciones?  ¿O puede ir en la línea de adaptación para ampliar el horizonte al que llega esa don eucarístico o mesiánico?  Porque las doce canastas de la primera redacción son una evidente referencia a las 12 tribus de Israel, que queda plasmada en los Doce discípulos.  Mientras que “siete” es una apertura a una totalidad. Y cuando esto viene tras el episodio de la cananea, en el que Jesús “ha salido del recinto de las ovejas de Israel”, no deja de tener un valor mayor que el que pareciera a primera vista.
                Hay una diferencia en la que se fijan los comentaristas: en Mateo son lo apóstoles quienes quieren que Jesús despida a la gente para que se busquen de comer. Aquí, ahora, es Jesús quien toma la iniciativa.
                Otra diferencia: la compasión de Jesús en la “primera” multiplicación es porque las gentes están como ovejas sin pastor.  En este “duplicado” o “segunda” multiplicación, la compasión es porque no tienen que comer.  Y los exegetas orientan esta “hambre” al hambre mesiánica.  No sería tanto el no tener para comer panes, sino la urgencia de que se abra el horizonte a una necesidad del reconocimiento del Mesías de Israel.  Y el término “saciar” que hay tras la comida, es un término de sentido futuro: la saciedad sólo se podrá tener en el Cielo…, o en el Reino de Dios que le precede aquí en la tierra.

                Hasta aquí, algo que no es mi estilo habitual.  Pero que consideraba conveniente para situar este relato tan paralelo al conocido de siempre.
                Se intenta buscar en una y otra multiplicación una incitación al compartir.  La gente come porque alguien da.  No hay un simple milagro de prestidigitación de panes sacados de la chistera.  Hay un dar y a partir de ahí viene lo demás.  Y si cada uno saca un mendrugo, o alguna otra cosa, podrán comer (aunque sea malcomer) el conjunto.
                Estuve en una comunidad en que se contaba, de tiempos anteriores, que un día el responsable reunió a los miembros y les dijo: hoy no se puede ir al mercado. No hay dinero para comprar nada. Si alguno conserváis alguna calderilla…  Y uno sacó unas pequeñas monedas; otro tenía para una compra de algo que necesitaba; otro había recibido un leve regalo de familia… (hay que tener en cuenta que el voto de pobreza se levaba con una rigidez muy fuerte, y que realmente nadie conservaba una cantidad medianamente decente). Pero con aquellas pequeñas aportaciones, se pudo comprar comida de pobres para cocer unas patatas con alguna hierba… Y comieron todos.
                Se cuenta de un emocionantísimo partido de fútbol americano en que se jugaban los últimos minutos, con marcador igualado y un título en juego. De pronto se funden las torretas de la luz.  Y como aquello no tiene arreglo fácil ni rápido y la emoción está en su punto máximo, se sugiere por la megafonía que cada espectador encienda su mechero o cerillas… Y el partido pudo acabarse.
               
                Algo así vendrían a ponernos delante estos relatos que, por otra parte, tienen una marcada orientación eucarística, Se ve fácilmente en los gestos de Jesús antes de multiplicar…  Y que desde luego en San Juan está recogido expresamente para esa finalidad de explicar la Eucaristía que dará un día.

                Volveríamos al eje central: la Eucaristía o nos lleva a compartir o no es Eucaristía.  Aquella comunidad que he referido, o aportaba el céntimo o nadie comía. Aquel partido, o cada uno gastaba su mechero, o el encuentro aquel no se concluía.  El Pan o se reparte o crea la “anti-eucaristía”, que es el egoísmo y el tirar cada uno de la manta.  Y compartir nos obliga a salir de nosotros mismos hasta arriesgarnos a quedar sin nada…, pero con la seguridad de haberlo entregado en las manos de Jesús, que siempre gana en generosidad.

jueves, 30 de mayo de 2013

OÍR Y HABLAR correctamente

Mc 8, 31-37
             Jesús regresa desde la frontera pagana por la Decápolis, que es la parte palestina oriental del río Jordán.  En su caminar viene a toparse con otra necesidad: un sordomudo que le vienen a traer, pidiéndole que ponga sus manos sobre él.  Es ese convencimiento de las gentes sencillas de que la mano de Jesús es vehículo de sanación… Porque su mano, puesta sobre la persona enferma, posee una fuerza sobrenatural que trasmite salud…  No se me pasa por alto que este pensamiento ya nos debería llevar a buscar esa mano de Jesús sobre nosotros, sobre tantas situaciones y estados nuestros, que necesitan perentoriamente una sanación…, una purificación. Y no sólo –por supuesto- de salud material…, e incluso ni siquiera de salud espiritual como tal.   Muchas veces de lo que estamos necesitados es de un equilibrio humano, afectivo…, de un dominio de la sensibilidad, del instinto primario.  Suplicar a Jesús que ponga su mano sobre nosotros es una urgencia que nos haga despertar de “somnolencias” y adormecimientos del sentido, que está necesitado de una fuerza sobrenatural que nos saque de ese mundo casi ridículo en que nos hemos metido.
             Y no lo digo eso en balde. Porque –de hecho- Jesús tomó al sordomudo y lo separó de la gente a un sitio aparte.  Por tanto, lo que Jesús va a hacer no es simplemente una curación, sino una sanación más integral. Y eso no se hace en medio del tumulto de muchas otras cosas. Una de las recomendaciones que más hago es la de interiorizar, analizar dentro de uno mismo, ser capaz de dudar…, porque es un verdadero “aparte” donde es posible que se produzca la intervención de Jesús.  Ya he hecho alusión alguna vez a la cómoda postura –e insincera- de quien no se mueve hacia ese interior suyo, ni analiza, ni se plantea, sino que acaba en un cómodo: ¡que Dios me quite ese defecto!  Se ha olvidado de que Dios no va a “hacer sin mí”…, sin mi parte, sin mi colaboración…, sin mi particular intervención. Y Jesús se lleva aparte al sordomudo porque una característica muy propia de las acciones de Dios es “el desierto”…, el lugar apartado en el que la persona ha de experimentar su impotencia…, la situación necesaria para que la persona viva la gran experiencia de que es Dios quien hace, pero es en ese desierto en que el ser humano ha tomado conciencia de que no puede…, de que no sabe…, de que no domina…, de que no es nada.
             ¡Difícil experiencia! Contra la que nos revolvemos siempre, porque por muchas palabras y expresiones de humildad que pronunciemos, en el fondo estamos todos aferrados al propio YO, a la propia “razón”, a la propia “verdad”, a toda clase de justificación para intentar salir indemnes, y seguir haciendo lo que hacíamos sin que se nos haya chamuscado ni un filo de nuestro “manto” personal.
             Allí, aparte, Jesús mete un dedo en las orejas del sordo… Moja su dedo en la propia saliva (la saliva fue siempre considerada elemento curativo, y más entonces en aquellas culturas), y toca con ella la lengua del mudo, a la par que pronuncia un mandato: ´¡Ábrete!  Y en ese momento el enfermo se pone a hablar correctamente.
             Obsérvese la realidad casi imposible de que un sordomudo, que no ha oído sonidos ni los ha articulado, hable correctamente.  Tenemos la experiencia ajena de tantos pacientes de esta carencia que, sus sonidos distan mucho del lenguaje normal.  Sin embargo aquí ocurre, y eso es lo que asombraba sobremanera a las gentes, que proclamaban una afirmación general que define perfectamente a Jesús: Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
             Si llevamos todo esto el terreno actual, estaríamos hablando de esa conversión del “mudo y sordo” que –por sí mismo- sería imposible que saliera de su carencia…, y menos aún con una novedad correcta. Estaríamos hablando de esa acción de Jesús que necesitamos para que actuemos correctamente los que procedemos de nuestras sorderas, a veces empedernidas, por las que no es que no oímos sino que no queremos oír. O por esa mudez que –como no ha captado el bien del oír de buena fe- acaba constituyéndose en “cuchillo de los demás”…, y no llega a “hablar correctamente”.  Quizás es por eso por lo que no creamos ese asombro admirado que demuestra al mundo que Jesús todo lo hizo bien…  Es mucha nuestra responsabilidad cuando tenemos una cierta expresión de vida ante el público, porque ya no son sólo nuestros defectos…, sino la negativa influencia que ejercemos sobre otros.
             La obra de de Jesús, que TODO LO HIZO BIEN, se concreta aquí , en este texto, en que había hecho oír a los sordos y hablar a los mudos

             Y el detalle final, es el propio paciente, ya curado, que se aficiona a Jesús y se va tras Él.  Que ésta es otra…: un seguimiento puede ser de mera admiración, emocional…, o puede ser un profundo entusiasmo, que no se reduciría al seguimiento material, sino a ese cambio profundo del corazón que es ahora  el que verdaderamente sigue a Jesús. Pero a Jesús. No a los caramelos de Jesús.  No a las “dulzuras” del que todo lo hizo bien, sino en una muy profunda respuesta en que también yo empiezo a ir por ese camino: oír la Buena Nueva…, hablar palabras laudatorias. Eso es lo que bendice el Señor.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Habló Dios de muchas maneras

Mc 8, 24-30
             Como solía hacer, tras aquella fuerte llamada de atención a la falsía farisaica, Jesús no se queda allí como quien busca camorra. Por el contrario se va lejos. Y tan lejos que no es solamente a “la otra orilla” sino a la frontera misma de Palestina, cerca de las ciudades de Tiro y Sidón. Y allí entra en una casa con intención de pasar desapercibido, porque no quería que nadie supiese dónde estaba.  Dice el evangelista: Pero no logró pasar desapercibido. ¿Por qué, Señor?  Si te has venido sin hacer visajes, si te has metido en esa casa y puede decirse que todo ha sido de incógnito, ¿cómo es que no puedes pasar inadvertido?
             Yo me tengo que responder desde mi sentimiento.  Es que el Sol, por mucho que quiera eclipsarse, siempre está y siempre se sabe que está. Es que rezumas algo de Ti y dejas un reguero, un halo, que por mucho que quieras esconderlo, siempre deja rastro.  Cómo se defina o se concrete eso no lo puedo explicar. Sé que Tú te escondes o que pasas por una camino y t salen al paso las criaturas buscando esa “fuerza que sale de Ti y abraza a todos”.
             El hecho fue que una mujer pagana vino a entrar en la casa y a decirle a Jesús ue una hija suya estaba llevada de los demonios, que se encontraba muy enferma, y que le rogaba que echase al demonio de su hija.  No había habido por medio ninguna manifestación de Jesús. Si algo le delataba, era el grupo de los Doce que estaba con Él.  Jesús tuvo dos sentimientos encontrados: de una parte, su Corazón. Y ese Corazón le pedía actuar, puesto que Él podía “echar esos demonios” (curar esas enfermedades), y tenía que contenerse –casi violentándose- para no salir al paso y atender la petición de aquella madre angustiada.
             De la otra parte, su misión mesiánica, reducida a Israel. De hecho hay otra redacción en otro evangelista que expresa esa situación ante la que Jesús no se ve movido a actuar fuera de los que son “hijos de Israel”.  Marcos se va a la siguiente respuesta, en la que Jesús –haciéndose violencia- tiene que explicarle a la mujer que no puede atenderla ahora. Que primero tienen que saciarse los hijos de la casa, y no se empieza por alimentar a los perrillos de la familia.
             Ella responde con una afirmación, que puede levar doble sentido. Responde un: Sí, Señor, que lo mismo puede significar que está de acuerdo como que “sí que se puede echar a los perrillos alguna migaja antes de que se pongan los hijos  a la mesa”.  La respuesta de la mujer es fina, delicada, humilde…, incisiva, lógica, insistente…  No está por marcharse de manos vacías. Y la mujer, tras ese ambiguo “Sí, Señor”, completa su aserto con una nueva comparación convincente: “También los perrillos se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.  Ahí se derrumba el muro que podía separar el deseo de Jesús de atender a esa pobre madre, y la “legalidad” de la misión mesiánica sobre Israel.  Vence el Corazón.  O yo prefiero interpretar que aquella mujer, con su actitud, ha sido un instrumento de Dios para abrir horizonte universal al mesianismo salvador que llevaba Jesús sobre sí.
             Por eso responde Jesús a la mujer: Por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija.  Apostilla el evangelista: Y marchándose a su casa, halló a la niña echada sobre la cama; había salido el demonio.  O sea: la misma actitud con que vino a pedir –humilde-, es la misma acogida con que sale convencida de que la palabra que Jesús le ha dicho responde a una realidad. Y no duda. No pide más. Se va segura a su casa.
             Algún otro evangelista que, como dije, expande más la narración, llega a situarla en el camino, con Jesús que no quiere oír (porque su Corazón no le permite oír sin atender) y camina; la mujer que les sigue gritando y pidiendo, los apóstoles incomodados por aquellos gritos, que piden a Jesús que “la despache”, y la mujer que le corta el paso a Jesús echándose materialmente a sus pies.
             Sea como sea, ¿no hay allí más que la insistente “molesta” actitud de esa mujer?  Yo traduzco de muy diversa manera.  Para mí que Dios está hablando, y como no lo hace con palabras directas, habla desde la boca y hechos de esa mujer pagana. “Dios habló muchas veces y de distintas maneras”, según nos expresa la carta a los Hebreos.  Y aquí tenemos una de esas “maneras”, que pueden resultar misteriosas, no fáciles de escuchar, pero en la que Dios habla.
             Como aquel hombre que se quejaba a  Dios de no hacerse escuchar. Y sonó un trueno que trepidó las rocas. No “escuchó” ese hombre… Pidió que ablandara y reblandeciera su fe endurecida. Y el trueno trajo una lluvia que mojó la tierra y empapó al hombre.  Tampoco “escuchó”.  Pidió a gritos que le diere luz.  Y tras la tormenta vino la calma y salió el sol que llegó a su piel húmeda y la secó con su calor reconfortante.  El hombre “o vio”. Quería una caricia de Dios. Y mientras tenía sus ojos cerrados, notó un leve roce en su brazo: una mariposa se había posado en él.  “No supo ver”…

             Esta es la tragedia humana: que Dios habla de mil modos y maneras, y estamos cerriles para descubrir sus presencias a través de los acontecimientos humanos. “Los signos de los tiempos” que Jesús mismo definió. Y que fue lo que Él sí supo descubrir en la actitud de aquella mujer pagana. ¡Quien hablaba era el mismo Dios!

martes, 28 de mayo de 2013

Algo más concreto

Reflexiones en personal
             Lo más cómodo ante el Evangelio es haberlo leído, tener por delante  una explicación genérica…, tragar el bolo que nos plantea…, y –una vez tragado- seguir el camino como si tal cosa, aunque a lo mejor nos “ha picado” un poquito…, o nos ha agradado mucho.  El hecho es que ¡tantos gustamos el Evangelio!..., y seguimos siendo iguales hoy que ayer… Ya pasó el “bolo”, y ahora vamos a tomarnos nuestro vaso de agua para que pase mejor. Yo lo comprendo y “me lo aplico”, porque lo que “tranquiliza” es saber que “aquello no va conmigo”…, o “¿yo qué voy a hacer?”.
             Eso me pasa en ese capítulo 7 de San Marcos.  Si ya lo he meditado, ¿para qué remover más?  Y sin embargo no me quedo a gusto. Esa expresión de Jesús que, tras haberle puesto delante a los fariseos un caso muy claro de fallo flagrante [anuláis el mandamiento de Dios por seguir las tradiciones de vuestros mayores”…, y eso muy concretado en la transgresión del 4º mandamiento, a base de un subterfugio de “declarar sagrados mis bienes para dedicarlos al Templo”], Jesús concluye con una afirmación escalofriante: Y de éstas, hacéis muchas, a mí no me deja tan al margen como para pensar que ya “he meditado”… Porque eso no es entrar en el Evangelio, mientras yo no me sienta compelido y “fajado” por ese mismo Evangelio.
             “Hacéis muchas”…  Por ejemplo: ¡cuántas veces EL YO sale por delante y por encima de los otros, de lo que es recto, y aún del mismo Dios! Para Dios, “no me da tiempo”. Para los otros, “los quiero modelar a mi manera”. Los otros son algo en la medida que me sirvo de ellos. A los otros los “uso” mientras me aúpan. Yo tengo que estar siempre por encima. La libertad la coarto por cuanto que yo me he constituido en “norma”, en “metro patrón”. Con los demás “juego” a mi conveniencia. “Uso y tiro” a discreción.  En cuanto a mí, “yo soy así” y no pienso cambiar.  Ha surgido el nuevo ídolo, y ese soy yo para mí mismo. Los demás deben cambiar. Yo me quedo en donde estoy y como soy.  Lo haré más de frente o más solapadamente…, pero “mi burro” está ahí no de él no me bajo.
             “Hacéis muchas”.  Con el YO SOBERANO ya hay bastante para que fuéramos bajando a la arena de la verdad sincera y humilde.  Pero detrás de ese YO, hay muchas otras formas sutiles.  “Yo sigo mi camino, hago las cosas a mi manera, intento atraer a mi ventaja, meto la cabeza bajo el ala cuando algo puede molestarme, rodeo el problema para acabar en lugar de arranque, aburro con mis dominios disimulados….
             Y todo eso va “eliminando” a quien se opone a mi cresta particular. Porque como el aceite, acabaré siempre encima.  Unas veces elimino en “activo” (el rechazo, la guerra fría o caliente, la aplicación de “mi norma” como la única…);  o voy picando aquí y allá hasta lograr situarme en cabeza (porque nunca me entró en el corazón eso de ocupar el último puesto).  Otras veces es la táctica “en pasiva”, opto por lo fácil de abandonar el campo, porque así –en ese campo- ya no existe problema de últimos-primeros.  Y como la serpiente, conservo la cabeza aunque me sienta herido en el resto.  Pero eso lo sobrellevo porque ahí no ha acabado la cosa…       Pagar el diezmo de la menta, el enebro y el comino complica menos. Es como ponerse la bufanda tranquilizadora. Vivir la misericordia, el amor, el juicio bueno, la comprensión, el nunca acusar ni cargar culpas sobre otras espaldas…, porque en realidad tendrá cada cual que mirar las suyas…, eso es mucho más difícil. Misericordia quiero y no sacrificios, densidad en la fe de Cristo y menos en “símbolos”, “normas”, “reglas”…, eso fue lo que Jesús puso ante los ojos de los fariseos.
             Me estoy haciendo mi propio examen, aunque lo ponga en impersonal.  Me preocupa la capacidad que tengo para hacer aquel famoso oficio de trinchante (que decía un famoso autor de libros de vida espiritual), que siempre oyen la Palabra de Dios pensando lo bien que le viene a Fulano…)  Me preocupa el velo que cubre mis ojos para no ver lo mío con claridad, y estar viendo las “muchas cosas” que pueden hacer “mal” los demás.  Y sin embargo os confieso que me queda el mal sabor de estar escribiendo como si predicara…, y no estoy aterrizando en lo mío personal… Pero cuando escribo todo esto, ya he hecho hora y media de oración personal, ante ese espejo de mi vida misma, y eso mismo me lleva a trasladar mi sentimientos de fracaso, porque sigo haciendo real aquello de Jesús: no veo la viga de mi ojo, y trato de quitar la paja que hay en el ojo ajeno”.  Por eso es por lo que siempre defiendo la posibilidad de que otro sea quien me haga ver la mancha de mi chaqueta, porque la llevo y no me he dado cuanta…; o porque no la llevo y no ha pasado nada.  Pero confieso que siempre acabaré pensando la mala idea del que me avisó, “que lo hizo por esto, por eso, por aquello”. Y simplemente me avisó que llevaba una mancha.  O él no tuvo confianza para decírmelo y se valió de un  tercero de mi círculo de amistad. Lo de menos es quién descubrió la mancha. Lo importante es que me la hizo descubrir.
             Ya sabéis el cuentecillo misionero de aquel que nunca hizo nada malo, que siempre fue el que lo hizo todo bien,  esperaban en el pueblo la llegada de una nueva imagen del Patrón. El Párroco hizo subir al hombre a la hornacina para algún arreglo y cuando estuvo dentro, le cerró la puerta. Tocaron las campanas y anunciaron que ya estaba allí en nuevo santo…  Acudieron en masa los del pueblo, y el Cura les dijo: ahí lo tenéis. Y empezó cada cual a decir lo que aquel hombre de la hornacina era y hacía…  Y el examen de conciencia que le vino de fuera, aclaró “su santidad”… Ni era tan bueno, ni había dejado de hacer sus abusos…

             Pues como éstas…, ¡muchas!

lunes, 27 de mayo de 2013

Un capítulo muy serio

Mc 7, 1.23
             Confieso que este tema es uno de los que más me apasionan de todo el Evangelio. Me lleva a ello el estilo directo que usa Jesús, que no deja lugar a “interpretaciones” (quiero decir, interpretaciones “a mi conveniencia”), de las que somos tan proclives cuando tomamos un texto evangélico. Para mí es un relato con una proyección tan larga, que quedarse  “fuera de él” como dicho al vecino, es una aberración de la conciencia.
             Se reúnen fariseos y escribas y se presentan ante Jesús, para criticarle que los discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos”.  El hecho es atacar, buscar la paja en el ojo ajeno.  El evangelista se apresura a explicar eso de “no lavarse las manos”.  No es que se las laven o no, sino que los puritanos religiosos aquellos llevan el ritualismo a sus exageraciones.  No se trata del mero lavarse las manos sino del lavatorio ritual.  Una cosa son las abluciones propias antes de comer; otras las formas con que las han fanatizado los fariseos: “lavar restregando fuerte” (“a fuerza de puños” traducen algunos; “lavar hasta el codo”, es otra versión). O sea: no se trata de que no se lavaran las manos como higiene propia antes de ir a la mesa, sino de ese “ritual” tan farisaico que lleva ya las cosas a los extremos. Y encima de todo, a criticar a quien no lo hace como ellos.
             Jesús no es de los que dejan pasar estas cosas, porque en el fondo lo que se está ridiculizando es la enseñanza verdadera.  Y les lleva el tema “a mayores” para intentar que se percaten del absurdo que han establecido: que sus costumbres, las de sus antepasados…, valen ya más que el mismo mandamiento de Dios.  Y por eso les cita a Isaías, uno de sus grandes profetas que ya anunció, en boca de Dios: Este pueblo me honra por fuera pero su corazón está lejos de mi; es vano el culto que me dan, enseñando doctrinas humanas, preceptos de hombres.   Y ahora le concreta: Vosotros habéis inventado que el que dice que “sus bienes los dedica al Templo”, ya no tiene obligación de atender a sus padres. Y anuláis el 4º mandamiento (que Moisés os dejó escrito de parte de Dios) por razón de vuestras costumbres o las de vuestros antepasados. Rescindís la Palabra de Dios con vuestra “tradición”, que os trasmitís de unos a otros… Y cosas así, hacéis muchas.
             La verdad es que aquí se detiene uno y algo nota que se eriza el cabello, porque el que esté sin pecado, que tire la primera piedra.  Jesucristo no ha dejado pasar una aberración como la de esa religiosidad falsa…, ¡que hasta está conculcando lo que enseña Dios!..., que la da más importancia a esas expresiones externas que a tomarse en serio alguna vez lo que dice Dios…, que se deja llevar de la llamativo, lo excepcional, lo que no tiene aval…, y deja a un lado lo verdaderamente serio y profundo de la ley de Dios y de la enseñanza de Jesús.
             Cuando concluye Jesús: Y de éstas, hacéis muchas, os confieso que me siento aludido de todas todas. Lo que comprendo es que siempre es más fácil verlo en los demás que ponerse uno ante el espejo y mirarse su propio rostro.  Es mucho más fácil ver la paja del ojo ajeno que admitir que lleva en el suyo una viga.  Y todo eso es lo que me coge el pellizco en el alma, no sea que esté viendo con malos ojos “aquello” que hace el otro, “cómo lo hace”…, y yo lo esté haciendo igual.
             Y donde ya está la “puntilla” de todo eso es cuando Jesús concreta a las gentes que la maldad no está en no lavarse las manos o en comer tal alimento…, sino en tener “las manos sucias” por malas obras, o “tragarse” los bolos envenenados que uno mismo ha regurgitado.  No está el mal “fuera”. Lo que viene de fuera, se expulsa.  Lo que envenena es lo que sale de dentro…, del corazón.
             Los apóstoles aún no entienden y Jesús se lo explica ya detalladamente, poniendo nombres a las cosas.  Lo que sale del corazón sucio son los malos pensamientos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaños, libertinaje, juicios, maledicencia, soberbia, carencia de sentido moral. Eso es lo que sale de dentro y lo que mancha a la persona.

             Hago una observación que a mí me llama mucho la atención. Jesús no ha ido haciendo una gradación de menos a más o de más a menos. Jesús no ha dado esas divisiones moralistas de “pecado mortal, venial, grave o leve…”. Ha puesto los malos pensamientos (de cualquier tipo, y no sólo de “impureza”, junto a la fornicación, y el hurto junto a homicidio y adulterio, La codicia junto al engaño y la crítica junto a la soberbia y la carencia de sentido moral. Es decir: los humanos nos entenderemos de una u otra forma, pero Jesús deja muy claro que el mal no está en “tal” o “cuál” suceso, sino en el corazón sucio y envenenado.  Por eso pudo decir que “como ésta, hacéis muchas”, porque ahí nos ha dejado un campo bien amplio en el que cada uno ha de arar.  Y donde es enormemente serio lo que debe sacarse en claro…, si es que somos capaces alguna vez, de poner los preceptos de Dios y la Palabra de Cristo por encima de nuestras “costumbres”, fanatismos, estilos propios, “yo soy así”…, que tan bien nos va para sacudirnos las pulgas personales.

domingo, 26 de mayo de 2013

El Misterio de los misterios

El próximo jueves, día 30
comienza LA NOVENA
al SAGRADO CORAZÓN,
en la Iglesia del Sagrado Corazón,
a las 6’45 de la tarde,
con Exposición, Rosario, Bendición,
y SANTA MISA con predicación

SANTÍSIMA TRINIDAD
             Realmente el misterio más alto de toda nuestra fe, al que podemos acercarnos de alguna manera pero nunca pretender comprenderlo. Podemos intentar explicaciones, figuras, comparaciones.  Pero el Misterio es el misterio, y no intentamos poseer su secreto último.  CREEMOS, porque así nos lo va mostrando la Sagrada Escritura, que Dios infinito y eterno se expresa en tres Personas, como una forma de ofrecernos más campo de expresión y conocimiento de su Divina Majestad. Pero que –en definitiva- estamos siempre hablando del DIOS ÚNICO, porque sólo puede haber UN DIOS.
             EL Ciclo litúrgico designado con la letra C no es el más explícito. Lo que expresa en la primera lectura es la eternidad de Dios. Porque al hablar de la Sabiduría, siempre va expresándola como anterior y pre-existente a cualquier otra realidad.  Cuando surge el globo de la Tierra, ya estaba antes la Sabiduría. Cuando se hizo la Creación, con sus montes, sus vegetales, sus animales, ya existía esa Sabiduría.  Lo que puede interpretarse de dos formas: ya existía Dios, que tiene esa Sabiduría, o llega a expresarse a Dios en esa SABIDURÍA que precede a todo, y que ha ido haciendo sabiamente el mundo entero.
             En la 2ª lectura San Pablo empieza diciendo que ya hemos recibido la gracia de poder estar en paz con Dios por medio de Jesucristo…, y acaba con la afirmación de que Dios ha derramado en nuestro corazones el Espíritu Santo, con lo cual nos está mostrando que Dios actúa en nosotros indistintamente desde una u otra de sus Divinas Personas.  Lo que con simplicidad puede decirse que Dios actúa en nosotros;  o que Cristo nos ha salvado, según el plan de Dios. O que el Espíritu Santo habita en nuestros corazones, como Dios que ha tomado posesión en nosotros y se ha establecido ahí, como en su propia casa.
             El Evangelio vuelve a esa misma realidad: Jesús, el Hijo, hace lo que le agrada al Padre. El Espíritu Santo no hace nada que no vea hacer al Hijo. Y al final queda que estamos bajo esa realidad trinitaria de Dios ÚNICO, que se expresa indistintamente por una u otra de sus divinas personas.

             ¿Cómo poner eso en lenguaje simple?  - Vivir en GRACIA DE DIOS es vivir en ese –ámbito en el que Dios es quien nos lleva. Cuanto podemos hablar de Dios, cuanto podemos intentar barruntar del Espíritu Santo, se nos ha puesto de manifiesto en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre y vivió entre la humanidad de su tiempo como un hombre cualquiera. Con eso podemos nosotros acercarnos mucho más a la verdad de Dios, porque Jesús nos lo pone delante en las propias obras, criterios, pensamientos, enseñanzas de Jesús.  Él ha estado aquí abajo, Él ha vivido el día a día de la vida humana. Él ha conocido nuestras debilidades y nuestras grandezas. Él ha podido poner ante nuestros ojos la grandeza del amor de Dios. Por eso la fe no tiene que complicarse pretendiendo comprender el misterio, sino centrarse en Jesús, en su Evangelio, que nos va desarrollando –en la propia vida de Jesús- todo el misterio de Dios, puesto a la altura de una realidad humana, como la que Él vivió.

             A la altura de una EUCARISTÍA en la que Él se viene a nosotros para ser dentro de nosotros una semilla que va desarrollando y desplegando nuestra fe.  Para ser un EVANGELIO vivo que nos va ampliando con gran pedagogía –adaptada a nuestras capacidades- quién y cómo es ese Dios Trinitario que vive en nosotros y va haciendo su obra en nosotros.  Al que hemos de ir respondiendo sin dejarnos anquilosar en modos y formas que ya se tienen, sino creciendo siempre porque Dios es SIEMPRE MÁS.

sábado, 25 de mayo de 2013

"Casual encuentro" con Jesús

Mc 6, 34-36
             Hace ya un tiempo que escribí un artículo que se titulaba: “Mi vicio por el Evangelio”, y tengo que reconocer que eso es verdad. Hoy he llegado a una página que –de primeras- se expondría aquí con dos palabras. Y sin embargo, ¡me ha llenado casi hora y media de oración personal
             Lo que cuentan los versículos citados es tan simple como que Jesús desembarca tras la tormenta y la gente lo reconoce y le traen sus enfermos, que curan con sólo rozarle el manto.
             Pero ¿por qué han desembarcado “allí”…, precisamente allí? Porque la tempestad los ha desviado de su ruta hacia “la orilla opuesta” y los ha dejado en una playa sin nombre, donde han atracado porque tenían que estar extenuados y maltrechos tras todo lo que había sucedido: inicial soledad (“culpable”) de los apóstoles, olas, vientos, barca que zozobra en medio de una tempestad, aparentes fantasmas que caminan por el agua, terrores…  Cuando pueden divisar la primera playa más cercana (o de hecho estaban “tocándola” sin saberlo –según el evangelio de San Juan-), ya no pretenden seguir adelante y ponen el timón hacia ese lugar. Una serie de factores imprevistos, “casuales”…
             No era una playa inhóspita como la de Gerasa o Gadara.  No era la primera vez que habían andado por allí, y la prueba es que apenas habían salido de la barca, reconocieron las gentes a Jesús. Y no sólo con ese “reconocer” que ve y pasa adelante, sino sabiendo que es ese hombre que vive en la cercanía del pueblo, y que no es capaz de pasar junto a un necesitado, enfermo, persona sufriente, sin que su fuerza interior le ponga en dinamismo de hacer el bien.
             Por eso al momento –corrida la voz- se encuentra Jesús que su paso por cortijos, aldeas, pueblo o ciudades, es un sembrado de personas que se hallan mal, que tienen que ser traídas en camillas…, que llegan a pedirle que les deje siquiera tocar el filo de su manto…, y que salen curadas de sus enfermedades. O que Él, en ese gesto tan suyo, va tocando a los enfermos, poniéndoles la mano sobre su cabeza…, y produciéndose una curación con la que se han encontrado sin esperarla. ¿Realmente fue “casual” aquel desembargo “allí”?  Y si nos vamos más lejos, ¿fue casual aquella tormenta? Aquí es donde una persona sin fe ve puras casualidades…, y hasta puede que dude de este relato.  Para quien cree, ve la mano de Dios. Habla, entonces, de providencia…, sabe que no cae la hoja del árbol sin el permiso de Dios.  Y aquel paso de Jesús por aquella comarca, va jalonado de esos “besos de Dios”, esos “roces” del Corazón de Dios, que dirigió los sucesos hacia una finalidad tan importante como la del bien repartido sobre aquellos muchos que se encontraron providencialmente con Jesús…, con gentes que muy bien podían estar al margen de una convicción religiosa que fuera más allá de “a mi manera”…, pero que acabaron encontrándose con LA PERSONA DE JESÚS.
             Y se me ha ido el pensamiento a aquella limpiadora, casi analfabeta, que sirvió en centro religioso de formación, y su fe no iba más allá que la de sus devociones… Hasta que un día cayó en un confesionario en el que le hablaron del Evangelio… Y se tomó en serio aquello…, y tomó el evangelio, casi deletreando –“rozando el filo del manto”, como si dijéramos- y vivió el resto de sus años con el evangelio en la mano…, y cuando sus allegados le bromeaban: ¿“Es que ese libro no se te acaba”?, ella, la “analfabeta”, les respondía: Este libro no se acaba nunca.
             También aquella “piadosa” señora que no podía dormirse sin haber dedicado dos horas a rezar y rezar y hacer novenas…, hasta que alguien le dijo que de esas dos horas tomara 15 minutos para el Evangelio…, y acabó por rezar lo suficiente y meditar el Evangelio…  Y vio el mundo que se le abría, tan distinto y de horizontes tan amplios.
             Se me viene a la mente ese conjunto de gentes que viven en sus vicios (y se arrepienten en un instante) y vuelven una y otra vez a ellos…, y nunca salen de su hontanar de pornografía, maltrato, soberbia, tiranía familiar, orgullos insoportables…, y luego se sienten compungidos y repiten su “arrepentimiento”…  Hasta que un día hacen caso de que no den más vueltas a esa situación incorregible por sí misma, y que pongan en el “otro platillo” leer y meditar “dos minutos” el Evangelio cada día… ¿Pero si mi problema no es ese! –protestan-. ¡”Tome el Evangelio  A DIARIO, y dedíquele siquiera dos minutos”!  Y quien hace caso, empieza a ver que algo distinto se está llenando en su interior…, y que ahora no vive como antes…, y que de dos minutos a pasado a 4 o a 10…, y que Jesús lleva dentro una fuerza que cambia a la persona.

             Y me quedo pensando en esas piedades de romerías, promesas, devociones particulares a tal o cual imagen, apariciones, portar imágenes, llevar velas y flores, rozar y rozar tales imágenes…  Y pienso siempre que Jesús está también detrás de eso…, permitiendo que “le rocen el filo del manto”…, pero invitando a tales personas a que un día se atrevan a poner su centro en LA PERSONA…, en el Corazón mismo de Cristo…, en mirar atentamente su modo de hacer, enseñar, decir…, y hasta detenerse y pararse a mirarlo en más hondura…  Y descubrir de pronto que había un tesoro que nunca habían sospechado…, y que rebasa todos los límites de los tronos, las asociaciones, las imágenes, los anuncios de supuestas apariciones y contagios de masas…  Ese día, que es un ESTRENO SINGULAR, porque de pronto se descubre el meollo auténtico de la vida cristiana.

viernes, 24 de mayo de 2013

Solos, aterrados y atónitos

Mc 6, 47-52
             Lo ocurrido allí había dejado perplejos a los apóstoles, directos protagonistas de aquel prodigio. Las gentes pudieron ser más o menos conscientes. Pero cuando los doce pasaron con sus canastos recogiendo la sobras, fueron comentando a la gente la realidad de lo sucedido. Y la gente se fue admirando, emocionando…, y reaccionando de la forma más propia que ellos podían concebir.  Un líder que llega a tener esa aceptación…, un poderoso en obras y palabras que los mantiene horas escuchando sus palabras, y que cura a sus enfermos…, y encima saca pan y comida de donde no la hay, en el “rey” que ellos necesitan. Jesús es ha hablado del “Reino”… Y –a lo humano- ellos pueden concebir que ha llegado la hora de que el pueblo tima la iniciativa y lo proclame “rey”. [que en realidad para ellos vendría a ser como un “alcalde” con fuerza para remover a un pueblo que estaba necesitado].  Los apóstoles no le hacen ascos a esa idea y suman su entusiasmo porque se pongan en movimiento en orden a ese nombramiento.  Que hay que pensar que no estaba lejos de las ambiciones de poder que ellos albergaban continuamente… Podía ser aquella la hora y la ocasión.
             Y cuando legaron a Jesús con sus canastas llenas, alguno más ambicioso u otro menos perspicaz, le adelantan a Jesús –con el mayor entusiasmo- que seguramente es ese el momento que tanto esperaba de “establecer el reino de Dios”.  A Jesús le entristeció sobremanera que los Doce entraran en esa falsa idea, ¡con tantas veces que Él les había hablado de un Reino tan distinto a lo que ahora a ellos les entusiasma.  Así se explica la expresión del evangelista: al punto les obligó apremiantemente que se embarcasen y se le adelantasen a la ribera opuesta.  ¡Totalmente A LA OPUESTA!..., y solos…, sin Él…  Diríamos en nuestro lenguaje que a Jesús “le habían dado un disgusto”.
             Se embarcaron, con ese profundo pesar de tal final del día.  Jesús se fue a las gentes y, con buenas dotes de persuasión y conociendo bien a psicología de la masa, los despidió.  San Juan nos dirá que se retiró al monte a orar a solas.  ¡Eran los grandes momentos de Jesús!  Y quizás en este momento, su gran necesidad…  Poner en orden –en clima de profunda oración- todo lo que había ido sucediendo, aquel día…; dejar el alma en manos de Dios y dejarse empapar por su Presencia… Buscar nuevas “rutas” que Dios quisiera marcar…  Y pasar horas en ese relajante diálogo de oración confiada y, juntamente, de desahogo, rendida obediencia, ilusiones de futuro del verdadero Reinado de Dios…
             Pero cuando hubo anochecido, estaba la barca en alta mar y él solo en tierra.  Oraba Jesús y su oración a Dios no despegaba sus ojos de aquellos hombres.  Y si ya había sido “tormenta” aquel embarque a solas y con el Maestro contrariado, otra tormenta del Lago, con vientos y olas amenazantes, se venía a sumar a la situación.  Y Jesús no está tan embebido y ajeno en su oración, que se haya descuidado de sus amigos.  Dice el evangelio que jadeaban bogando porque el viento les era contrario…
             Jesús no es que deje su oración sino que su oración se traslada ahora al lugar donde están sufriendo sus apóstoles…  Y se viene a ellos. Marcos y Mateo nos dicen que caminando sobre el mar Juan lo expresa de manera que lo mismo puede interpretarse que viene por la playa, porque la barca estaba tan cercana (sin que ellos lo advirtieran) que Jesús no tuvo ni que subir a ella.
             Si seguimos con nuestro evangelio de Marcos, tenemos a Jesús que viene a ellos caminando sobre el mar.  ¡Por si les faltaba algo, ahora se encuentran con un nuevo horror!: un fantasma… ¿Quién, si no, podía dibujar entre las olas aquella figura blanca que parece pasar de largo por donde está la barca? Y gritan más, más desaforadamente, más horrorizados, porque perdieron la serenidad… Están fuera de sí… Se les han acumulado muchas cosas y ya rompen estentóreamente.
             Entonces se oye la voz de Jesús: Tened ánimo, SOY YO; no temáis. Eran tres palabras más que suficientes para saber que no era un fantasma, sino Jesús mismo. Eran palabras que ellos habían escuchado de una u otra forma como expresiones muy frecuentes en Jesús.
             Otra vez se bifurcan los evangelistas. San Mateo imprime dramatismo con aquella salida de Simón Pedro que pide –en su terror contenido- una prueba de que es Jesús y no un fantasma: Si eres Tú, mándame ir a ti andando sobre el agua.
             Yo imagino la sonrisa amplia que se dibujó en el rostro de Jesús. Aquello era una chiquillada, pero era hermoso oír a aquel hombre que la decía…  Que seguramente la decía sin saber lo que estaba pidiendo.  Y con simpática respuesta, Jesús le dice:  VEN.  Ahora son los otros Once los que se quedan pasmados de ver que Simón echa los pies fuera de la barca y se deja descolgar en medio de los vientos y las olas… Pretendieron seguramente impedírselo…, pero antes ya estaba Simón caminando sobre el mar en dirección a Jesús, que estaba a escasa distancia. Sucedía todo según la fe que había mostrado.
             Pero vino un golpe de viento que lo tambaleó… Lo tambaleó  físicamente y en su misma fe… Ahora es cuando se mira a sí mismo, se asusta de ver lo que está haciendo…, y al apartar sus ojos de Jesús, empieza a hundirse… Un grito espantoso de angustia se le escapa suplicando; Señor, socórreme.  A Jesús le bastó alargar la mano, y asirlo para que se mantuviera a flote… Y con cariño y sorna le dijo: ¡Qué poca fe!  Por dentro sonreía Jesús.  O reía. Porque todo aquello no era para menos.
             Como la barca estaba allí mismo, Marcos nos dice que Jesús subió a ella y amainó el viento.  Ahora no preguntan, como la otra vez. Lo que nos dice el evangelista es que estaban desmesuradamente atónitos… No les salía el resuello. Y nos añade:  es que no se habían dado cuenta cabal  todavía de lo acaecido con los panes, sino que su corazón “estaba estúpido”.

             San Mateo lo concluye de otra manera: se postraron delante de Él, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.  

jueves, 23 de mayo de 2013

(continuación)

                Jesús, con la mayor naturalidad le dice a sus apóstoles que comuniquen a las gentes que se sienten sobre la hierba… Quiere decir que da por hecho que sus apóstoles van a dar de comer… [Yo me gozo con estas maneras de hacer Jesús las cosas; esas ironías finas y sorpresivas: primero con su “dadles vosotros de comer” que abre como platos los ojos de aquellos hombres perplejos… Y cuando ven que no tienen nada y que no pueden ni pensar qué solución es posible, Jesús les encarga tranquilamente que pongan a las gentes en grupos…  es de una belleza humana y hasta simpática, porque Jesús debía estarlo gozando por dentro…  Se ponía en la piel de aquellos hombres, y comprendía que no se explicaban absolutamente nada. Pero Él sigue adelante…, de sorpresa en sorpresa para ellos].
Y hacen escépticamente lo que Jesús les ha encargado… Y vienen a Jesús con “caras griegas” a decirles que está todo muy bien…, pero… (aquí podemos imaginarlos hasta compungidos).
                Jesús toma en sus manos los panes y los peces. De cinco panes no vale ni siquiera partirlos por la mitad… Va dando un trozo a cada apóstol, y les dice que repartan. Si estaban perplejos, ¿cómo quedaban ahora cuando lo que tienen es un trozo de pan y Jesús les dice que repartan entre toda la gente…?  Y con paso lento porque no saben qué van a hacer, se van encaminando hacia los diversos grupos… Cada apóstol toma su pedazo de pan y lo parte en dos…, y le queda otra mitad de la mitad que vuelven a partir…, y de dos salen cuatro, y de cuatro ocho…, y de pronto se les ilumina el rostro y aligeran la acción y siempre les queda un nuevo pedazo de pan para seguir repartiendo.  Aquello es algo que les deja más admirados que todo lo anterior… ¿Las gentes se apercibían del hecho? O tal como estaban ya a aquellas horas, bien avanzada la tarde, sólo se ocuparon de recibir su pan y su pescado y ponerse a comer?  Dice un refrán, un tanto sarcástico, que barriguitas llenas alaban a Dios. Y como aquellos miles de personas están comiendo y con hambre, ahora ni piensan, ni hablan, ni advierten.
                Pero los apóstoles son los que sí están más admirados, y no saben ni qué decir…  Se situaron junto a Jesús, y también comieron los trece.  Jesús no les quitaba ojo… Jesús gozaba. Ellos ni sabían qué decir… Y como Jesús tiene las cosas que tiene (que llenan el alma cuando se detiene uno a analizar sus detalles), aún les deja otra sorpresa encima:  que recojan lo que ha sobrado de los 5 panes y los dos peces, tras comer e ellos más de cinco mil personas…
                Y (no sé de dónde) sacan doce canastos y se van a recoger sobras…, y cada canasto (uno para cada apóstol) se llena…, lo que hace más patente –si cabe- la maravilla que ha ocurrido.

                Lo he contado alguna vez, lo que ocurrió en vida de San José Benito Cotolengo, fundador de la Pícola Casa de la Divina Providencia, en la ciudad de Turín, que atendía a 10,000 enfermos desahuciados de la vida, bajo la norma esencial de que todo quedara “administrado” por la Providencia de Dios, sin que pudiera quedar ni una moneda cuando llegara cada noche.  Del mundo entero llegaban a diario camiones de comidas, ropas, medicamentos…
                Hasta un día que no llegaba nada.  Y las monjitas encargadas de la cocina no tenían para dar el desayuno… Y acudieron al Padre José, que no se inmutó: “Ya llegarán; esto es cosa de Dios”. Pero no llegó… Y el Padre convoca a “retiro” a todas las personas, seglares y Religiosas, y les dice que alguien de ellos falla, porque quien no falla es Dios. Alguien ha guardado algo del día anterior, y entonces falla la confianza en la Providencia.
                Y en efecto apareció una ancianita que confesó haber guardado una onza de oro por si había por la noche alguna urgencia. El Padre se alegro mucho, porque con esa onza se solucionaría el problema. Se la entregaron…, ¡y la tiró por ventana con gesto alegre! Momentos después empezaron a llegar las ayudas de siempre.

             Exactamente lo de los panes y los peces.  Lo que sobraba para comer todos, eran los 5 panes y dos peces que alguien tenía para sí.  Había que entregarlos…, que darlos… El que podía ser “dueño” de tal tesoro en aquellas circunstancias, tenía que entregarlo en manos de Jesús. Lo que seguiría después está ya por descontado. Todos comieron y se saciaron y sobró.


             Nos quedan muchas interrogantes en el aire: ¿por qué no somos felices?  - Porque todos queremos tener “lo nuestro” y asegurarnos en “lo nuestro”.  Y lo nuestro es “mi modo de enjuiciar”, “mi verdad”, “mi yo”, “mi sentirme superior”, “mi menosprecio de lo ajeno”, “mis seguridades”, “mi falta de humildad para saber dudar de mis puntos de vista”, “mis interpretaciones”, mis complejos de que “lo mío es mejor que lo tuyo”, aunque sea en mis bondades espirituales…  Y así nos luce la vida, y así nunca llegamos a estar satisfechos y tranquilos del todo. Nos sobra la dichosa onza de oro, y mientras no la tiremos por la ventana, será el gran obstáculo para encontrar “el milagro liberador” de Jesús.

miércoles, 22 de mayo de 2013

¿Un día de descanso?


Mc 6, 30-46
                Pasando por alto un comentario expreso del martirio de Juan Bautista, voy derechamente al regreso de los apóstoles tras su misión por aldeas, pueblos y ciudades, a los que Jesús les había enviado. Y ya podemos imaginar con mucha viveza las ganas que traen todos de contarle a Jesús, admirados, todo lo que han hecho, las situaciones en que se han visto…, ¡los demonios que han expulsado! (¡¡que les obedecían a ellos y salían  de los enfermos!!), y las mil peripecias que habían podido vivir en aquellos días. [Los novicios jesuitas tenían una “prueba” durante su noviciado, en la que eran enviados en grupos de tres a diferentes itinerarios de pueblos para pedir limosna y luego repartirla a los necesitados; nunca admitiendo dinero, y muchas veces teniendo ellos mismos que comer de lo que habían recogido. Y cada día escribían a sus compañeros –que habían quedado en la Casa Noviciado- las peripecias, las anécdotas, las situaciones que habían vivido. Bien puede suponerse la cantidad de experiencias que contábamos y que los otros compañeros disfrutaban leyéndolas].
                Aquellos Doce las tienen todas acumuladas y cuando regresan adonde está Jesús y donde se van reuniendo todos, cada uno quiere contar sus admiraciones, sus momentos difíciles, sus alegrías, y si encontraron gentes que no recibieron en son de paz… Se entrecruzan las conversaciones, se atropellan en el afán de narrar algún punto concreto que para cada cual es el más importante…
                Pero he aquí que las gentes que se han apercibido de que está Jesús allí, empiezan a ir y venir y acaba Jesús y los suyos por no sacer ni un tiempo tranquilo para comentar y comer,  Y allí se hace patente la mucha humanidad de Jesús, que les dice a los apóstoles: Vamos a la barca y nos pasamos a la orilla opuesta, y allí tenéis ocasión de descansar un poco.
                Y dicho y hecho, se meten los trece en la barca y comienzan la travesía.  Y como van de descanso, no tienen ninguna prisa, pueden comer ahí mismo en la barca, y dejan de remar…, y hablan…, y cuentan… ¡Pocas veces habían tenido ese relax!, y lo están disfrutando, contando –además- con la tarde tan tranquila que esperan gozar en ese día de asueto que les ha ofrecido el Maestro.
                Las gentes que antes iban y venían ni se quedan paradas porque se hayan embarcado Jesús y los apóstoles.  Intuyen fácilmente el rumbo de la barca, y ellos corren por las zonas costeras, sin perderles ojo a los “navegantes”, y durante su marcha van comunicando por aldeas y pueblos que Jesús va en tal dirección…  Como, por otra parte, la barca está buenos ratos detenida, les favorece para poder rosear el Lago y llegar antes que ella. [Puede uno preguntarse si los embarcados estaban tan absortos en sus cosas que ni advirtieron aquello… Si Jesús, que mira siempre con cien ojos, no se estaba percatando…].
                El hecho fue que al desembarcar, las gentes, por miles, estaban esperando allí con un aire de victoria porque han conseguido su objetivo. No debió ser igual la impresión e los Doce, que veían chafada su tarde de descanso…, ¡que bien sabían ellos cómo era Jesús!, y que ante aquel espectáculo de gentes ansiosas de su palabra.., y conocedoras de su misericordia para con los enfermos, el Maestro iba hasta a olvidarse del descanso que buscaban. 
                Y así fue. Nos dice el evangelista que Jesús se compadeció entrañablemente de aquellas gentes. Por eso ahora deja a sus apóstoles y se va hacia la muchedumbre y, ¡primeramente hacia aquellos enfermos que le habían colocados estratégicamente como un recamo!  Y pasa entre ellos, les va imponiendo las manos en gesto personalizado de cercanía y misericordia, y los va curando. Y las gentes se van exaltando más cada vez, predispuesta a favor de la palabra que puede salir de la boca de Jesús.  Y a uno y otros se les va el santo al cielo; se sienten a gusto, sintonizan perfectamente. La misericordia se entiende muy bien con la miseria humana; la bondad con la carencia, el corazón rico en amor con lo que es esa pobreza innata que la humanidad lleva encima. Y se pasan las horas y los que están más impacientes son los apóstoles. No es ya sólo que se han quedado sin su descanso, sino que no están tan metidos en aquella situación que no se den cuenta del compromiso que es que la tarde declina y que miles de personas de muy diversas edades, están en descampado y no parece que hayan traído viandas para reponer fuerzas.
                Se fueron a Jesús para sacarlo de su “éxtasis de misericordia” y hacerle caer en la cuenta de la situación real: Despídelos que vayan a buscarse alimento, porque aquí pueden desfallecer de hambre.
                La sorpresa más grande se les vino encima cuando Jesús les dice con la mayor tranquilidad: Dadles vosotros de comer.  ¿Era broma o era verdad? ¿El Maestro hablaba en serio?  Y más que admirados, ellos mismos “siguen la broma” exponiéndole a Jesús el dinero que supondría…, y que el grupo no tiene, ni por asomos; y acarrear ¿cómo ese cargamento de comida? Y así, además, en esa cantidad industrial, ¿dónde podían encontrarlo…, y a aquella hora…?
                Jesús lo había dado por hecho, de modo que tienen que investigar, de primeras, qué comida traen las gentes…, para acabar con las orejas gachas porque lo único que han encontrado son 5 panes y dos peces…, no era precisamente para estar optimistas. 

martes, 21 de mayo de 2013

Misión de paz, echando demonios


Mc 6, 7-13
                Hoy nos toca un relato que, a simple vista, no daría mucho de sí para  profundizar en meditación que podamos traducir en realidad actual. Sería como un relato de un hecho pero que puede decirnos poco a nosotros. Y sin embargo hay que buscar con luz del Espíritu que nos quiere conducir a una verdad más amplia y completa.
                De entrada, ya hay una expresión íntima: Jesús llamó a sí a los Doce. No es una conversación al paso, un momento de “vida ordinaria”. Jesús hace de este instante un momento de intimidad: llamar a sí…, es como hacer sentir a aquellos hombres una especial cercanía…, una misión que se vive desde el propio Corazón de Jesucristo.
                Y cuando los tiene muy cerca, les da las pautas de la misión apostólica que han de desarrollar. Lo más característico, echar demonios. Y casi que se va explicando eso con las normas que les da. “Echar demonios” es precisamente situarse y ayudar a situarse en las antípodas de ese “reinado de la esclavitud”, a la que tan fácilmente se mete la persona, aun la más espiritual.  Porque “esclavitudes” las hay a montones, y pululan alrededor de esas mismas personas.
                Jesús va a empezar por decirles determinadas liberaciones que han de tener como punto de partida. Sólo deben llevar unas sandalias para sus caminatas y un bastón para apoyarse.  La túnica que llevan. No otra de repuesto. Ni calderilla, ni bolsa.  La bolsa es un elemento que tienta siempre a echar algo dentro…, a prever “por si acaso”.  Pues no lleven esa “bolsa” que da posibilidad a “guardar”.  Han de ir –por decirlo así- “de manos sueltas”, sin asideros, ni siquiera afectivos. Libres para poder proclamar el Reino sin que los demonios se aprovechen de algún resquicio.
                Y una actitud esencial: ir en son de paz; nunca entrar donde no la haya, e incluso salirse donde la paz se altera.  Habiendo paz, quédense allí todo el tiempo. Están en la mejor plataforma para extender el Reino. Y es evidente que esta preferencia por la paz, está dando la clave del desprendimiento que debe imperar siempre. Si algún lugar altera la paz o no la tiene, deben salirse y golpear el suelo bajo sus pies. Allí no tienen nada que hacer y por eso se van. Se van a otros lugares en donde exista esa paz.
                Hasta ahí afina Jesucristo ese “expulsar demonios”…, esa necesidad perentoria de un clima de paz…, de una paz que se tiene dentro y que se trasmite hacia afuera.  De una paz que –casi diríamos- “se venera” porque es el magma en el que puede desenvolverse el Espíritu de Jesús.
                Concluye exponiendo la labor que realizaron aquellos hombres, en nombre de Jesús, incitando a la penitencia, a esa salida de sí para dejar lugar a que entre el pensamiento de Jesús.  Por eso echaron muchos demonios y ungían enfermos y los curaban.
                El final es una bonita conclusión. Pero está dependiendo de todas esas condiciones previas que Jesús les ha señalado.

                Un claro contraste con todo eso es la narración siguiente: la del martirio de Juan Bautista. Pero caigamos en la cuenta que el evangelista se va intencionadamente a un tema ajeno a Jesús.  Primero: los apóstoles se han ido de misión… Ahora no se hablará de Jesús porque a Jesús se le entiende ya con ellos. Y ellos con Jesús.  Segundo: también el evangelista “ha sacudido” el suelo bajo sus pies, porque en la muerte del Bautista están dándose todas las más opuestas características a lo que Jesús ha explicado: hay esclavitudes flagrantes en Herodes –el zorro que sólo va a lo suyo y a divertirse…-; el ebrio que pierde los papeles, deslumbrado por la bailarina y por el vino; Herodías, la mujer celosa, diabólica, a la que le estorba el hombre santo que le está repitiendo a Herodes que no puede vivir con la mujer de su hermano…, ¡y hasta Herodes respeta a Juan!  El demonio de los celos, la venganza, la muerte de quien estorba…, tiene atrapada a Herodías, que acaba pidiendo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista, al que ella ve como su enemigo.
                ¡Esclavitudes del afecto o el desafecto! Esclavitudes que se solapan pero que están ahí.  Que se emborrizan y se envuelven en papel de celofán bajo apariencias de bondad, pero que van dirigiendo las cosas en la dirección que a uno le conviene. Porque atrapan más de lo que se cree, y van “llenando la alforja” casi imperceptiblemente.  El resultado es que LA PAZ no es la que domina el corazón, la que marca la pauta para hacer presente a Jesús.
                De ahí que San Marcos se desvíe hacia ese hecho vergonzoso y cuente la bajeza a la que se puede llegar cuando el YO es el que manipula las situaciones y las va orientando siempre hacia uno mismo. Por mucho que se camufle, la realidad fue la cabeza del Bautista sobre una bandeja de plata…

lunes, 20 de mayo de 2013

No ser profeta en su tierra


Mc 6, 1-6
                Me llegaba hace dos días un correo electrónico: una mamá está atendiendo muy cortésmente a alguien que ha llamado equivocadamente a su teléfono. Por detrás de ella, sin que lo hubiera advertido, su hijo pequeño la llama con cariño: ¡mamá…!  Y mamá responde bruscamente: ¡Quítate!  El niño se retira sin rechistar y se marcha a su habitación y se acuesta.
                La mamá piensa al cabo de un rato que ha sido brusca con su hijo, y siente tristeza. ¿Por qué he respondido así?  Y una voz no audible por los oídos le dice: vuelve a la cocina y verás para qué te llamó tu niño.
                Junto a la puerta había tres flores. Tres flores que el hijo le traía a su madre como el obsequio más grande que había podido hacerle, y que las había cogido al pie de un árbol en el jardín. La madre recogió las tres flores, una blanca, otra amarilla y otra azul, y con aquel ramillete se fue llorando a la habitación del hijo, al que ella creía dormido. Y allí dio paso a su pena y le decía al hijo “dormido”: Perdóname, hijito; he sido cruel contigo. Yo te quiero mucho, y me gustan mucho tus flores.  El niño sacó sus bracitos y se aferró al cuello de su mamá y la estrujaba a besos, y le decía: No tengo nada que perdonarte. Tú eres mi mamá.  Añado que el título del correo era: FAMILIA.
                Cuando hoy he ido a Mc, 6, 1 y he visto el relato de la llegada de Jesús a su pueblo, por primera vez, al cabo del tiempo, me he acordado de ese correo. Porque realmente, no es bien recibido un profeta en su propia tierra.
                Porque Jesús llegó a Nazaret con todas sus ilusiones. Venía a ofrecerle su mejor ramillete de flores, las que Él repartía con profusión por todas partes, y le seguían multitudes.
                Llegó el sábado a la sinagoga y se puso a hablar. Y sin pararse a ver si lo que enseñaba era útil o bueno…, la pregunta (de esa forma que no busca respuesta) fue: ¿De dónde le viene a éste estas cosas?; ¿y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?; ¿y tales milagros obrados por sus manos?  Quiere decir que está viendo y reconociendo que allí hay algo que no es lo que ellos pueden comprender.  Cabría haber preguntado de otra manera con ánimo de saber y conocer lo que no se sabían explicar. Podrían haberle preguntado a Él mismo.  No lo hicieron. Se fueron hacia la pregunta negativa, al “escándalo” (así lo dice el evangelista).  No saben pero no buscan. Parten ya de una postura negativa.  Ni se dieron cuenta de las flores que llevaba para obsequiarles.
                Por el contrario le fueron sacando el padrón…: ¿No es éste el hijo del carpintero?; ¿no es el hijo de María, y no viven aquí todos sus parientes? Y le escandalizaba todo aquello.  [Que es lo mismo que decir que estaban viendo lo que estaban viendo; que oían lo nunca oído y que se adentraba en el alma; que reconocían que hacía milagros (eso les había llegado desde todos los pueblos y aldeas cercanas), y que no podían acertar a explicárselo… Pero no buscaron soluciones que les explicaran. Lo fácil fue mirar a dos palmos y dejar de ver el horizonte].
                Jesús tuvo que expresar su dolorido sentimiento: “No hay profeta desprestigiado sino en su propia casa y entre sus conocidos y parientes”.  Y la consecuencia de ello fue que tuvo las manos atadas para hacer milagros. Si siempre Jesús se apoyaba en la fe de sus oyentes para que se haga como es tu fe, es muy claro que aquí le tenían atadas las manos porque no habían creído en Él.
                Curioso es lo que añade:  sólo curó a algunos enfermos enclenques imponiéndoles las manos. O sea: allí donde la sencillez y la humildad de los necesitados dejó paso a esa fuerza que sale de Él para sanar.  Los “sabios” y los “entendidos” se van por las ramas y se preguntan…, para no esperar respuesta.
                No se me pasa por alto la intención del evangelista cuando concluye el relato diciendo:  Y recorría las aldeas de alrededor enseñando.  Resulta que allí sí podía enseñar. Allí no me sacaban el padrón.  Allí Jesús podía ser el que era y hacer su obra.  ¡Había tenido que salirse de “su patria”!  Eso es lo que me ha suscitado el cuentecillo de la entrada.  Con el extraño que llama erróneamente al teléfono, todo es dulzura y buenas formas.  El hijo es al que no se le da ni respuesta.
                Y la historia se repite una y otra vez.  Siempre son “los de fuera” los que reciben palabras de acogida, de comprensión, de ayuda… Es como quien se siente “superior” y se aviene a “compadecerse” del extraño. Mientras que “la familia”, los que están en el mismo ámbito, quedan marcados por algún “pero”…, con el padrón por delante…, y tantas veces desfigurado desde el amor propio, el orgullo de estar por encima, la “propia verdad” como marca de lo único “bueno”.
                Por eso hacemos tan pocos milagros… Por eso no tenemos gancho. Por eso pasamos por la vida y es corto el rastro que dejamos.  Nazaret nos da hoy una clave muy buena como elemento de análisis de muchas cosas nuestras.

domingo, 19 de mayo de 2013

La invasión del ESPÍRITU


PENTECOSTÉS
             Hoy celebramos los católicos el acontecimiento constituyente de la Iglesia. El Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, Espíritu de Dios, se ha derramado sobre los apóstoles reunidos en oración y ha sacado a flote a aquellos hombres que acompañaron a Jesús durante su vida y los transforma de miedosos en apóstoles valientes que se lanzan al mundo para comunicar el gran don que ellos han recibido.
             Hay en el Nuevo Testamento dos versiones diferentes de esa venida del Espíritu. San Juan, en su Evangelio, la sitúa en el propio día de la Resurrección. Jesús se aparece en la tarde noche de ese gran domingo de la Resurrección. Y en tal aparición –narrada por Juan- Jesús sopla sobre sus apóstoles y les dice: recibid el Espíritu Santo  Y ese Espíritu va a realizar en aquellos hombres toscos, miedosos, encerrados con puertas cerradas, una transformación substancial. Porque Jesús los envía ahora a ellos con los mismos poderes que Jesús tuvo recibidos de su Padre. Por tanto, Jesús, que subirá al Cielo, no deja a la tierra huérfana de su Presencia. Los enviados que Él lanza al mundo, llevan la fuerza y la intrepidez del propio Jesucristo. Y para hacerlo todo mucho más concreto y visible, Jesús es otorga a ellos un poder divino: el de perdonar pecados, y realizar esa misión de tal manera que a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les perdonan.
             La otra versión es la que nos da San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Sucede a los 50 días de la Resurrección, 10 días después de haber subido Jesús al Cielo. Cumple su promesa de que –al irse Él- les enviará al Espíritu Santo.  Y San Lucas lo expresa en forma pública y mucho más visible. Los apóstoles estaban –como de costumbre- en oración, junto a María. Un ruido muy fuerte, como de vendaval, hace temblar el lugar en que se encuentran. Ya ese “fenómeno” atrae espontáneamente hasta allí a muchos habitantes de Jerusalén, incluso extranjeros de diversos países y lenguas.
             Sobre los apóstoles aparecen unas lenguas, como llamaradas, que se posan sobre cada uno. La forma de “lenguas” ya expresa un lenguaje nuevo, una catolicidad, por cuanto que cuando Pedro se dirige a hablar a la muchedumbre que ha acudido a ver qué pasa, todos oyen en su propio idioma.  El lenguaje del espíritu es universal en diversidad y en expansión por todo el mundo.  Y son como llamaradas, porque ya había anunciado Jesús sus ansias de traer fuego a la tierra y su deseo de que arda. El Espíritu Santo iluminará los entendimientos, inflamará los corazones, doblegará las durezas y pondrá dulzura en las almas.  Ha nacido la Iglesia que, por su universalidad, hablará todos los idiomas de la tierra. Ha susurrado el Espíritu la Verdad completa que nos vaya llevando a conocer a Jesús.
             Y aún quedan otras formas de actuación del Espíritu Santo: lo que San Pablo llama carismas (o manifestaciones de la Gracia de Dios…, del Espíritu Santo).  Los habrá tan trascendentales como los de San Agustín, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Benito, Santa Teresa de Jesús o de la madre Teresa de Calcuta…, que traen a la Iglesia FAMILIAS religiosas que ejercen una gran influencia en la vida de la Iglesia, con formas muy diversas…, con carismas muy diversos.
             Y hay carismas diarios, que se dan en la gente de a pie (por decirlo así), con los que el Espíritu de Dios va abriendo caminos, marcando hitos en las vidas de cada persona. Cada pensamiento bueno, cada acción caritativa, cada silencio a tiempo y cada palabra que hay que saber decir, cada heroísmo y cada sacrificio de la vida diaria y en la convivencia diaria…, cada oración y cada buena obra…, cada una de esas maravillas que hace la mano derecha sin que se entere la izquierda…, serán carismas o gracias particulares del Espíritu Santo.  Hay una piedra de contraste para discernir si lo son o no: el verdadero carisma nunca es para beneficio personal, para “guardarlo en mi pañuelo”.  El CARISMA verdadero repercute siempre y se proyecta en bien de un colectivo determinado y, en definitiva, de la Iglesia.
             Si alguna vez han caído en la cuenta, en cada Plegaria Eucarística (que empieza en el Prefacio), siempre hay una invocación al Espíritu Santo. Y es ese espíritu Santo quien realiza la transformación maravillosa del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre.  Es el que convierte lo que podría ser un ritual en un compromiso de amor común, de obra común, por la que los que comulgan, van marcados para desenvolver el día en clima de amor, de PAZ de Cristo, y de común unión entre nosotros, que se vaya desarrollando en cada momento del día.
             Por eso Pentecostés hace siempre como de fuente de esperanza renovada y de línea divisoria entre quienes reciben al Espíritu (porque tuvieron su “bandeja preparada”, y quienes no lo reciben porque su envase era como cesto de mimbre que deja derramarse y perderse al AGUA VIVA que ha recibido y que debería conducirle a la vida eterna.  Es la llamada de hoy.  Y tendrá una my fácil y comprobable manifestación: qué hablamos, cómo lo hablamos…, que lenguas nuevas salen de nuestra boca y corazones.

sábado, 18 de mayo de 2013

CREE; NO MÁS


Mc. 5, 35-43
                La mujer de las hemorragias se fue feliz. A la otra parte, Jairo está sufriendo porque esta demora puede ser fatal para llegar a tiempo a una situación que ya se había dejado tan “en las últimas”.  Y el corazón le dio un vuelco fatal cuando vio venir hacia el grupo a unos criados o amigos suyos, y se puso en lo peor.  No se equivocaba: la noticia que le traían era que su hija había muerto… ¿Para qué molestar más al Maestro?
                Yo sé muy bien lo que ocurre en esos casos. Bien podía razonarse que no habiendo ido directos y rápidos hubieran llegado a tiempo. Pero ¿quién le quita de la cabeza a Jairo que si no hubiera sido por aquellas paradas, podrían haber llegado?  La razón dice que no, pero el “sistema más de dentro” parece querer defenderse con una “culpa” hacia “otros”. Jairo se derrumbó. Y Jesús, que estaba aún despidiendo a la mujer curada, entreoyó el recado y vio a Jairo... Y lo miró. Y le dijo en pocas palabras que no se había acabado todo. Tú cree. Nada más.  Y pido cogerle del brazo como quien hace fluir un canal de confianza… ¡Tú cree!; nada más…, salido de la boca de Jesús es toda una declaración.  Y así, en esa perplejidad, casi como zombi, caminó Jairo.
                La gente que escuchó algo y que se lo fueron trasmitiendo de unos a otros, aumentan su curiosidad…, caminan más aprisa… A Jairo se le vienen y se le van los pensamientos…: “si esto se hubiera hecho antes”… Pero al mismo tiempo, la centellita de esa palabra breve de Jesús: Tú cree; nada más.
                Y así llegaron a la casa. En la puerta, las plañideras de turno, que se ganaban la vida con sus grandes lloros y alaridos…  Y Jesús que llega y que con una de sus curiosas ironías sanas, les dice: La niña no ha muerto. Duerme. Las lloronas hasta se molestan por esa broma de tan mal gusto y se mofan de Jesús. Jesús deja en el zaguán a los 9 restantes y entra con los tres apóstoles que suelen acompañar en los momentos grandes: Pedro, Juan y Santiago. Y los padres de la niña. Conducen ellos a Jesús hasta el lecho mortuorio. Jesús se acerca a la niña yacente…
                Y la toma de la mano. (Jairo y la esposa está aferrándose el uno al otro en su tremendo dolor; los tres apóstoles miran con los ojos muy abiertos). Jesús deja pasar un caudal de vida desde su mano a la de la niña y le dice: Niña: te lo digo, levántate. Las manos de aquellos padres se aprietan y tienen la respiración cortada. No pueden ni reír ni llorar…  La niña se incorpora.  Jesús –sin soltarla- le ayuda a levantarse. Ella se va hacia sus padres y los abraza. Es un momento inenarrable. Ahora mismo niña y padres  están centrados en ellos: la niña habla; los padres gritan de alegría.  Jesús se limita a esa delicada advertencia de que le den de comer (¡llevaba mucho tiempo sin comer, por causa de su grave enfermedad!, y Jesús presenta siempre el detalle humano tan tierno y de estar pisando tierra), y aprovecha el momento y se retira silenciosamente y sale.
                Las plañideras están calladas. No saben lo que ha pasado pero sí han escuchado aquel revuelo dentro de casa, y que han oído hablar a la niña. No le dicen nada a Jesús.  Le preguntan a Juan o a Pedro o Santiago qué ha ocurrido…, y ellos –testigos de las mofas de antes- optan por encogerse de hombros… En el fondo era una manera de decirles que Jesús había llevado razón…
                Y Jesús emprendió el camino con sus Doce.
                Y ahora me pregunto: ¿salió Jairo corriendo tras de Jesús para agradecerle e incluso para invitarle a celebrar la alegría en una comida de familia?  A cualquiera de nosotros nos gustaría que el evangelista nos hubiera referido ese “después”.  Nos gustaría poder callar ahora a las mujeres aquellas, o quedarnos mirándolas con cierto aire de victoria.  Pero el evangelista no ha escrito para llenar curiosidades, y ahí nos deja a nosotros para acabar la escena.

                Pero, por si acaso, nos sirve, digo yo: ¡tantos penitentes llegan al confesionario con sus almas muertas!  Jesús tiene la grandeza de expresarles que sólo estaban dormidas…, y les hace pasar un caudal de vida eterna. Y muchos penitentes se retiran diciendo: ¡Qué tranquilo/a me voy!   Y cabe peguntarse si ya han resuelto su problema y ahí “se quedan tranquilos”, o si hay algo más serio para adelante…  Si saben agradecer a Jesús…, y no sólo por el “pasado” (que ha quedado a los pies del confesor), sino porque ahora hay que afrontar muy seriamente un nuevo momento.  ¿Corremos a buscar a Jesús…, y el remedio más eficaz…, evitar “esas” ocasiones en las que evidentemente habrá “muerte del alma”?  Porque ahí podríamos nosotros concluir este evangelio   Llegar hasta la alegría de la niña que se pone en pie es lo más normal. Pero darle de comer es un detalle en el que sólo ha caído en la cuenta Jesús. Y bien podríamos pensar qué alimentos damos al alma para que se fortalezca y no se debilite de nuevo.  ¡A ver si escribimos nosotros ese final del capítulo…!