jueves, 18 de abril de 2013

"Fue arrebatado al Cielo"


LA ASCENSIÓN
                El evangelio de San Mateo concluye con una referencia escueta a la ascensión: después de conversar con ellos, fue arrebatado al Cielo y se sentó a la derecha de Dios.  En muy pocas palabras ha cerrado el gran círculo. El que fue anunciado a José como el Salvador, que estaba engendrado en el seno de María, su esposa, por obra del Espíritu Santo, ha regresado a su lugar, y ha sentado a la humanidad misma a la derecha del trono de Dios Padre.
                San Marcos no hace mención.
                San Lucas desdobla su exposición entre el evangelio y el libro de los Hechos. En el Evangelio casi repite lo mismo que ha dicho San Mateo. En los “Hechos” expresa que en la famosa Cena del domingo de resurrección, alguno de los discípulos le preguntó a Jesús si era ahora cuando iba a restaurar el reino de Israel. Seguían sin entender… Jesús se salió un poco por la tangente y dejó el asunto en manos de Dios: no os toca a vosotros conocer el tiempo y la hora.  Vuelve a repetir que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y a hará testigos míos.
                Luego los saca fuera –al Monte de los Olivos (como puede verse en el relato de “Hechos” (v. 12)- y allí va a elevarse al Cielo ante la mirada de los suyos, apóstoles, discípulos y discípulas, y naturalmente de su propia Madre. No nos cuenta San Lucas cómo fueron aquellos instantes previos a su ida, pero yo no puedo concebirlos fríamente como si los que están allí fueran meros espectadores. Yo pienso que tanto el Corazón de Cristo como el de ellos todos, necesitaban sentir el calor humano y la emoción de la despedida. Y que Jesús fue dedicando a cada cual una palabra, una significativa y casi identificativa palabra, que venía a ser como el retrato de la relación personal que habían tenido entre tal persona y Jesús.  Y lo mismo hemos de pensar que cada uno de ellos quiso condensar en una palabra lo que Jesús había sido para él.  Por poner un ejemplo, tan reciente, Simón Pedro tenía esa palabra clave: Ti, Señor, sabes todas las cosas y Tú sabes que te quiero. Eso sintetizaba toda su vida.  Y a Jesús le bastó una palabra: Sígueme.
                Pues así pienso que podríamos incluirnos cada uno de nosotros en esta escena. Porque la mirada de Jesús sobre cada cual y la palabra que define la relación mutua de Jesús y de esa persona, deben saberse descubrir… Un poco de aquella pregunta de Jesús: ¿Y tú, quién dices que soy Yo? Y la correspondiente nuestra a Jesús: Y Tú, Jesús, ¿quién dices que soy yo?  Todo esto tiene que meditarse, rumiarse…, y tendrá que irse puliendo, concretando, enriqueciéndose…, en el día a día.  Jesús no se despide sin más.  Jesús está ahí al lado de cada persona y se tiene que establecer una relación muy personal e íntima entre los dos.  Cuando hablemos de Jesús, no podemos dar una simple respuesta de catecismo, casi memorizada.  Hace falta que cada uno pueda encontrar ese punto básico de contacto y relación personal, al que Jesús –por supuesto- tiene siempre una palabra muy suya, intransferible…, porque para Jesús cada uno es el que es, y es aceptado como es y amado como es…, y por tanto la palabra con que Jesús puede definirme, es solamente mía y para mí. Para su Madre, Jesús tiene una palabra esencial: Más dichosos los que escucharon la palabra de Dios y la vivieron. Respuesta inconfundible de María: Yo soy la esclava…; hágase en mí.
                Después Jesús elevó sus brazos, fue arrebatado al Cielo…, y todos nos quedamos boquiabiertos, pretendiendo seguir con la mirada el vuelo de Jesús, pero una oportuna nube se cruza en ese horizonte y nos oculta la figura humana de Jesús.  Porque lo que ahora toca es –como dicen aquellos misteriosos varones vestidos de blanco es volver la mirada a la tierra, porque ese mismo Jesús que se ha ido al Cielo, viene cada día y a cada instante y se plasma en realidades del día a día: en cosas, en personas, en situaciones…
                Que Jesús bajara a nuestro mundo fue para abrirnos mirada hacia este mismo mundo pero desde otra perspectiva.  Cuando Él se va, ha quedado abierto el horizonte diverso que tienen las cosas.  Ya no podemos embobarnos en espiritualismos que miran al cielo; ahora hay que vivir el momento presente y en las reales circunstancias presentes.
                Y por otra parte, al ascender al Cielo, a la derecha de Dios Padre, lo que supone es que su “ida” ha sido en realidad un acercamiento a cada persona, porque ya no hay que buscarlo en Palestina del siglo I.   Jesús está ahora vivo y activo en cada alma, en cada momento, para toda situación. Lo tenemos muy a la mano, y siempre a nuestro lado.  Y nosotros tenemos el gran regalo de tenerlo aquí mismo, en mi momento presente. El mismo que subió, y que ya ha bajado.  Siempre está aquí junto a cualquiera de nosotros. Que es un pensamiento “muy bonito” para un misticismo sin cuerpo. Y que es mucho más exigente y transcendental para quien se toma en serio esta presencia de Jesús, a la que sabe que hay que ir correspondiendo.

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