jueves, 28 de febrero de 2019

Un nuevo Boletín


Boletín de Marzo

28 febrero: Actitudes claras


Mañana es PRIMER VIERNES.
Reunión, 5’30.- Hora Santa a las 7 (Málaga)
LITURGIA
                      Es para detenerse a fondo sobre la lectura del Ecclo (5,1-10), sobre todo en esa tendencia moderna de pensar que Dios es tan bueno que no va a dejar condenarse a nadie. Porque es confundir términos. Dios es bueno hasta el infinito. Pero no indiferente ante lo que es una postura contra su enseñanza y voluntad. Dios es bueno y eso nos obliga a ser nosotros buenos. Y ser buenos es mantenerse dentro de un orden moral, en una relación filial. Por eso podemos leer, con todas sus consecuencias, ese párrafo del texto de hoy, en que se nos dice: No te fíes del perdón de Dios para añadir culpas a culpas, pensando: ‘Es grande su compasión y perdonará mis muchas culpas’; porque tiene compasión y su ira recae sobre los malvados. Una cosa es la compasión de Dios, y otra la maldad que no se arrepiente.
          De ahí que va repitiendo un pensamiento: No confíes en tus riquezas, ni en tus fuerzas para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones.          
          No digas: ¿quién me podrá?: porque el Señor te exigirá cuentas; no digas: ‘He pecado y nada malo me ha sucedido’, porque Dios es un Dios paciente. No se puede abusar de la paciencia de Dios, ni quitar importancia a las propias culpas.
          Por eso, no tardes en volverte a él, ni des largas de un día para otro, porque el día de la venganza perecerás.
          Ahora se pretenderá dulcificar todo eso y acabar tomando a Dios sin respeto, como si se pudiera abusar impunemente de su bondad. Como decía antes, pongamos la bondad del Corazón de Dios en lo infinito, pero para dar el perdón una y otra vez a quien se vuelve a él con ánimo arrepentido y propósito de la enmienda. Pero no para pensar en un Dios del que puede hacerse burla, saltándose todos sus planes y enseñanzas y mandatos. ¡Porque Dios ha puesto mandatos!, porque a Dios no le da igual cualquier cosa.

          Precisamente el evangelio de hoy viene a corroborar, ya en palabras de Jesucristo, esa necesidad de plantear para adelante un cambio y mejoría respecto a lo que fue hasta aquí. Y Jesús, que le gusta poner las verdades en el límite para hacerse entender bien en lo que quiere decir, enseña la urgencia de propósitos drásticos allí donde hay un peligro de pecado.
          Mc.9,40-49 nos trae esa enseñanza que pide posturas claras de cambio. Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; que más te vale entrar cojo en el reino que con los dos pies ser echado al fuego. Y lo mismo remacha con la mano y hasta con el ojo: arráncatelo, porque más te vale entrar tuerto en el reino que con los dos ojos ser echado al abismo.
          No se dulcifica nada. Se pone delante una situación que es real, y que hoy día es mucho más real todavía porque pies, manos y ojos son fácilmente capaces de pecado buscado expresamente. Y no se puede abusar indefinidamente de la paciencia y la compasión de Dios. Los dos pies, las dos manos, los dos ojos, pueden conducir al abismo si no se ponen remedios a tiempo. Y así lo ha avisado Jesús, de cuya bondad no podemos dudar. Pero bueno no es igual que condescendiente con el pecado, que ya avisó él que puede hacerse crónico y acabar por no poderse volver atrás. Fue la situación de los fariseos, que cayeron en el pecado “contra el Espíritu Santo”, tan pagados de sí mismos, que creyeron que su verdad era la única que valía.
          Frente a esa realidad, de la que advierte Jesús para que no se caiga en ella, está la otra cara de la moneda. Ninguna obra buena, por pequeña que sea, pasará desapercibida a los ojos de Dios. Tan es así que dar a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa. La lucha del creyente para mantenerse en el camino de Dios y en la fidelidad a sus enseñanzas, será recompensada. A veces luchas titánicas para mantenerse en la gracia de Dios frente a los reclamos y para ser testigos de la fe que nos hace vivir con la mirada puesta en el Señor.
          También Jesús habla de la gravedad del escándalo, del mal ejemplo, de la inducción al pecado, y vuelve a sus comparaciones extremas para hacernos ver la gravedad de esas cosas: más le vale que le encajasen al cuello una rueda de molino y lo echasen al mar.
          La liturgia de hoy es muy seria y no podemos ponerle sordina, pese a los cantos de sirena de más de uno.

miércoles, 27 de febrero de 2019

27 febrero: Ser de Cristo


LITURGIA
                      Me viene el evangelio como anillo al dedo para explicarme actitudes que se observan en algunas personas celosas de sí mismas. Personas que quieren ser dueños y señores pero lo proyectan hacia otras que pretenden servir con humildad y sencillez, a las que se atreven a enjuiciar como manipuladoras. Y la realidad es totalmente distinta de esa visión; no sólo distinta sino contraria. Los que dominan y quieren dominar son los que no admiten que nadie se ingiera en lo que ellos consideran “sus dominios”, sin advertir que sólo se pretende colaborar y ofrecer soluciones.
          ¿Qué hay en el fondo de eso? –Un complejo que se arrastra, un no aceptar la propia situación –en si misma digna- pero que no ha llegado al máximo, mientras que otros sí. Y se ha producido un ataque de celos y enviduelas por las que no se acepta de buen grado que alguien pueda tener afecto a otra persona más que a ellos mismos los acomplejados.

          Leamos el evangelio (Mc.9,37-39): Juan viene a Jesús a quejarse de que hay uno que no es del grupo de los apóstoles que está echando demonios en nombre de Jesús. Y viene a decirle a Jesús que se lo han querido impedir: porque no es de los nuestros. ¡Ese es “el pecado”: no ser de “los nuestros”! Porque, por lo demás, lo que está haciendo, lo hace bien, y lo hace, además, en nombre de Jesús. Puros celos de Juan. Puro personalismo. Lo que no es “mío” o “nuestro”, no es bueno y hay que impedirlo. Es lo que comentaba yo en el párrafo anterior.
          Jesús tuvo que corregirlo: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. Esa es la actitud de un corazón grande. Más allá de “lo mío”, está el hecho bueno, venga de quien venga. El principio de Jesús es muy claro: el que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Eso es tener la mente clara y el corazón sencillo. Es lo que hoy me grita desde el fondo del alma y desde la experiencia concreta de situaciones vividas en las que la pequeñez de miras, la carencia de propios valores, se viene a proyectar impidiendo que otros puedan hacer el bien. En el fondo, el problema es “no ser de los nuestros” y ser “de otros”, porque las envidias comen mucho e impiden bienes más generales que podrían  hacerse y ser útiles para otros momentos en que el celoso no puede tener dominado el cotarro a su propia manera, y otros podrían echar una mano oportuna con su mejor voluntad.

          La 1ª lectura (Ecclo.4,12-22) es un nuevo elogio de la sabiduría, vista primero –diríamos- en “tercera persona”, con una descripción de sus efectos: estimula a los que la comprenden; los que la aman, aman la vida; los que la buscan, alcanzan el favor de Dios; los que la retienen consiguen gloria del Señor; los que la sirven, sirven al Santo y Dios ama a los que la aman. Una bella descripción de lo que lleva en sí esa sabiduría. Por supuesto no es nada de la sabiduría humana que se estudia en los libros y se aprende con el esfuerzo de hincar los codos. Esta otra sabiduría es la que hace posible entender las cosas de Dios, elevarse sobre lo meramente humano y viene dada por Dios.
          Luego pasa a hablar en “primera persona”: Quien me escucha juzgará rectamente; quien me hace caso habitará en mis atrios; disimulada caminaré con él. Es Dios que se hace así presente en las almas.
          Y ahora da un salto hacia una expresión de la sabiduría verdadera que viene a ser aquella de Pablo que no quería saber otra cosa que a Jesucristo crucificado, porque dice el texto que esa sabiduría prueba al alma con la tentación, precisamente para hacer más sensible la necesidad que tenemos de apegarnos a Dios, que quiere revelar sus secretos pero prueba la fidelidad de los corazones. También eso es sabiduría y a ella hay que responder en el día a día y en los momentos difíciles como en los fáciles. Vivir la sabiduría de Dios es libertad. Contradecir esa sabiduría es una prisión, una ruina.
          Ya se conoce la letrilla popular que decía: Al final, de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. La sabiduría de los sabios verdaderos es la que conduce a la salvación. Y la necedad es no seguir los caminos de Dios y tomar el camino equivocado.

martes, 26 de febrero de 2019

26 febrero: "Temor de Dios"


LITURGIA
                      La 1ª lectura, del libro del Eclesiástico (2,1-13) es de una riqueza de pensamientos muy notable. Lo que hace falta para entenderla en su justo sentido es entender lo que bíblicamente encierra la expresión “Temor de Dios”. No se trata de tenerle miedo a Dios y ser movido por el temor, sino precisamente el sentido de amor reverente, respetuoso, como corresponde a la relación de un hijo con su padre. Todo amor, sí. Pero el padre es el padre y no es “el colega”. Dios es Dios, y con él nos relacionamos desde el sentir del hijo que lo llama: Abbá (“papaíto mío”). Y eso encierra una dosis plena de amor y una dosis plena de respeto.
          Entonces, en el dolor, el hijo se mantiene con corazón firme, valiente, sin asustarse, porque Dios no abandona. Y confiados en él, aceptamos lo que va sucediendo. Y la pobreza (cualquier manifestación de carencia) es el oro que acrisola en el fuego. Por eso: Confía en Dios, que él te ayudará; espera en él, y te allanará el camino. Semejante a la expresión de Jesús: “Venid a mí, y yo os aliviaré”.
          “Temer al Señor” es esperar su misericordia…, confiad en él…, esperad bienes, gozo perpetuo y salvación. ¿Quién confió en el Señor y salió defraudado? ¿Quién gritó y no fue escuchado? Para concluir con la afirmación que lo condensa todo: Dios es clemente y misericordioso, perdona el pecado y salva del peligro.

          Jesús es un buen pedagogo. Va dejando espacios de tiempo que sean suficientes para digerir sus enseñanzas, sobre todo cuando lo que está de por medio es una asignatura tan difícil como la ciencia de la cruz.
          Había dado su primera lección en el momento oportuno, cuando Pedro lo había reconocido Mesías. Pero entonces los discípulos se escandalizaron. La cruz se les hacía una aberración: “No te ocurra tal cosa”.
          Deja Jesús pasar 8 días y se los lleva al Tabor y allí se transfigura y presenta su luminosidad, para que ellos comprendan que la cruz no es el desastre final. Aunque en medio de aquello, les habla de resucitar de entre los muertos (que ellos no entienden).
          Ahora pasan otros 8 días (Mc.9,29-36) y Jesús vuelve a la carga y conforme caminan, les vuelve a dar el toque: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, resucitará al tercer día.
          Lo curioso es que dice Marcos que ellos no entendían aquello y les daba miedo preguntarle. Es de una parte ese miedo a enterarse de algo que no se quieren enterar. Y lo mejor es no preguntar, porque así se queda todo en ese misterio que no quieren que se desvele. Porque temen conocer una verdad que ya se les va poniendo delante, pese a todo. Y procuran dejar a Jesús caminar solo, mientras ellos van discutiendo entre sí aquello que han escuchado.
          Llegan a la casa y Jesús los aborda: De qué discutíais por el camino? Y ellos optan por callarse, porque ya se sabe de qué discutían, y que no quieren saber más.
          Y Jesús tiene que sentarse nuevamente, con toda su paciencia y darles un rodeo para explicarles el fondo de la cuestión. El problema no es que no se enteran, sino que no tienen sencillez para admitir lo que han escuchado.
          Y entonces pone Jesús a un niño en medio y les compara con el niño: Quien quiera ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos. El secreto es acoger las cosas como las acoge un niño. Porque el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí y acoge a Dios que me envió. Y a ellos les falta para ser sencillos con la sencillez del niño, y por eso ni entienden, ni quieren entender, ni quieren preguntar, ni quieren responder.

lunes, 25 de febrero de 2019

25 febrero: Creo, pero aumenta mi fe


LITURGIA
                      La bajada del monte de la transfiguración resultó accidentada. Llegaba Jesús y los tres testigos del Monte y se encontraron con un revuelo de gentes alrededor de sus otros discípulos, y a unos escribas discutiendo con ellos. (Mc.9,13-28).
          Jesús les preguntó a las gentes: ¿De qué discutís? Y uno de entre la gente le responde: Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu malo que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Aunque para aquel tiempo, todo lo que caía fuera de la ciencia del momento era ya un “espíritu”, la verdad es que la descripción detallada que ha hecho el padre, está indicando claramente un enfermo epiléptico, con ataques agudos de epilepsia.
          El hombre angustiado le dice a Jesús que se lo ha traído a sus discípulos y los discípulos no han podido hacer nada.
          El párrafo que viene a continuación es dudosamente original porque resulta un tanto extraño en boca de Jesús. ¿A quién se dirige Jesús con su queja: ¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros?
¿Al padre del enfermo? –No es lógico porque precisamente el hombre ha venido con fe a buscar solución en los discípulos de Jesús. ¿Porqué ha dicho que tus discípulos no han podido? No es más que una constatación del hecho. Ni es una queja. ¿Y por qué iba Jesús a decirle a eso: “gente sin fe; ¿hasta cuándo os soportaré” ¿A quién no puede soportar? ¿A los apóstoles que no han podido? -La verdad es que parecen unas frases fuera de contexto, fruto de una interpolación de algún copista. Quizás a los escribas que discutían… Pero tampoco pega mucho ahí la indignación de Jesús hasta tal grado.
          Lo que queda en pie es la invitación de Jesús sobre el niño enfermo: -Traédmelo. Se lo llevaron y lo pusieron delante de Jesús. Y en ese preciso momento tuvo el ataque, atribuido al demonio que se encuentra ante Jesús y reacciona violentamente: cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. Mientras lo sujetaban para que no se golpeara contra el suelo, Jesús pregunta al padre: “desde cuando le sucede esto”. Y el padre responde que desde pequeño. Y muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Le llamó la atención a Jesús aquella forma de pedir, aunque comprendió la ofuscación del buen padre que veía a su hijo en tan malas condiciones.
          Jesús le pregunta con cierto grado de corrección: -¿Si puedes? La verdad es que Jesús atribuía siempre sus milagros a la fe de los que venían a él. Y entonces corrigió el modo de aquel padre, y le devolvió la razón de “poder”: Todo es posible al que cree. El padre responde con mucha humildad y sencillez: Yo creo, tengo fe. Pero dudo. ¡Ayúdame!
          Jesús vio que la gente se había ido arremolinando alrededor de aquella escena, y siguiendo el esquema de la gente, increpó al mal espíritu para que saliera: Vete y y no vuelvas a entrar en él. Y nos sigue el relato metiendo en esa mentalidad para seguir el juego de la creencia popular, y dice que gritando y sacudiéndolo violentamente, salió del niño. El niño quedó tieso, inmóvil, como un cadáver, de tal manera que le gente pensó que había muerto. Pero Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie. Estaba consumada la obra sanadora de Jesús. Del niño y de su  padre ya no dice más el texto.
          Sí dice de los apóstoles que estaban extrañados de no haber podido ellos echar ese demonio, cuando en otros momentos se les había dado la potestad. Posiblemente un poco heridos en su amor propio, cuando llegaron a la casa, preguntaron a Jesús: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?
          Jesús contestó: Hay un género que solo puede salir con oración. Algunos códices añaden: y ayuno. Pero las traducciones actuales han  suprimido ese final. Deja, pues, Jesús la fuerza en la oración, en el modo de esa oración, en la fuerza de la fe en esa oración. Prevalece la palabra de Jesús: todo es posible al que cree. Quizás nosotros tengamos también que orar con la humildad de aquel padre, que reconoce que su fe es débil y que necesita ser ayudado a creer.
                 
          La 1ª lectura está tomada del Eclesiastés (1,1-10) y es un canto a la sabiduría, esa sabiduría que está tratada en la Biblia de tal manera que unas veces es la Sabiduría increada (Dios), y otras la manera de pensar y sentir y vivir que acerca al modo de ser de Dios, es decir, la sabiduría creada e infundida en los hombres por la gracia de Dios.

domingo, 24 de febrero de 2019

24 febrero: Amor aún a los enemigos


LITURGIA
                      La 1ª lectura (1Sam.26,2.7-9.12-13) nos pone una parte de la historia de David. Perseguido por Saúl, David podría haberse defendido definitivamente en esa ocasión en que ha cogido profundamente dormidos a todos los que van acompañando a Saúl en su persecución a David. Pero David no quiere atentar contra el rey, que es un ungido del Señor. Lo que hace es una acción que demuestra su buen corazón y nobleza de espíritu: se lleva la prueba de que ha podido acabar con Saúl, y se la presenta al rey. Queda claro que le ha perdonado la vida, y que es hombre de buen corazón.

          Todo esto viene a prepararnos para el evangelio (Lc.6,27-38), que es un canto al amor y al perdón. Pertenece al Sermón del Llano, equivalente al Sermón del Monte de San Mateo, y contiene una serie de principios esenciales de las relaciones humanas, no sólo con los amigos sino incluso con los enemigos: Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os injurian. No está todo esto alejado de la realidad. No es infrecuente que se den animadversiones en las relaciones humanas, incluso en las familiares. Existen antipatías, recelos, actitudes encontradas, que no se solucionan con buenas intenciones ni palabras. ¿Qué hacer entonces, cuando algo nos separa anímicamente de otra persona? –Jesús da la pauta: orad por los os injurian; orar por esas personas contra las que tenemos algo o que ellas nos muestran animadversión. Y aunque de momento no se pueda salvar la distancia afectiva, al menos esa oración hecha de corazón por tal persona, irá predisponiendo favorablemente.
          Lo que Jesús expresamente enseña que no puede ser es devolver mal por mal, guardar rencor, tomar venganza. Por el contrario, con una imagen muy propia de Jesús, que le gusta irse a los extremos, nos dice: al que te pegue en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Que está queriendo enseñar que no se devuelva el golpe, sino todo lo contrario.
          Lo que se resume en un principio fundamental de convivencia: Tratad a los demás, como queréis que ellos os traten. Y según esa norma práctica de vida, se recibirá la respuesta de la otra persona. A la violencia se responde con la violencia. A la misericordia le corresponderá misericordia. Aunque lo bueno que uno da, debe darlo a fondo perdido, sin esperar correspondencia. Que al final, lo que nos importa es la mirada de Dios.
          Estos son los principios cristianos. Que para responder a los demás en su mismo lenguaje, eso ya lo hacen los paganos y los que no tienen fe. Si sólo se hace el bien a quien nos hace el bien, no hay mérito. En cambio en devolver el bien donde recibimos un mal, estamos siendo verdaderamente hijos de nuestros Padre del Cielo. Por eso: sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados: perdonad y seréis perdonados. La medida que uséis, la usaran con vosotros. Eso ya se da en el mismo plano humano, en que somos considerados al modo en que nosotros usamos de consideración con los demás.

          La 2ª lectura (1Cor.15,45-49) nos insiste en esa misma línea. Podemos ser hombres terrenos que respondemos al modo terreno, u hombres celestiales que respondemos al modo que nos enseña Jesús y que agrada a Dios. Estamos llamados a reproducir en nosotros la imagen de Jesús, el hombre celestial. Y eso se hace en las actitudes de la vida diaria, que es donde realmente nos retratamos cada uno. En lo espiritual podemos ser hasta sublimes. Pero si nuestra realidad cristiana no se demuestra en lo pequeño, quedarán dudas sobre nuestras espiritualidades.

          Es la experiencia que nos debe quedar de la participación en la EUCARISTÍA. Que realmente va más allá del momento de participarla aquí. Que nos mueve a vivir la enseñanza del evangelio, porque es el mismo Cristo el que dijo aquello y el que viene a nosotros, y sus palabras deben resonarnos hondamente al comulgar, como palabras del evangelio que ahora son dichas expresamente a cada uno en su interior.



          Elevamos al Señor nuestras peticiones y anhelos de este día.

-         Por la Iglesia, que se hace para nosotros sacramento de perdón. Roguemos al Señor.

-         Para que sepamos hacer oraciones por nuestros parientes y los amigos, o los enemigos, si los hay. Roguemos al Señor.

-         Para que seamos compasivos con la grandeza del corazón de Dios. Roguemos al Señor.

-         Para que la Eucaristía nos lleve a vivir nuestra fe en las cosas pequeñas de cada día. Roguemos al Señor.


          Abre, Señor, nuestro corazón para que siempre sea capaz de responder con el bien, aunque nos hicieran el mal.
          Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.

sábado, 23 de febrero de 2019

23 febrero: Vieron a Jesús solo


LITURGIA
                      Hoy sábado aprovecha la liturgia el día para hacer una síntesis de  personajes bíblicos que fueron importantes por su fe. (Hb. 11,1-7), entre los que cita a Abel, que agradó a Dios con su oblación, y a Noé, obediente, que se refugió en el arca durante el diluvio. Todo va orientado a exhortar a vivir colgados de la fe en la salvación que viene por Jesucristo, y que es la que salva. Y no por meritos humanos, que no justifican, porque no son las obras humanas las que pueden obtener la salvación ni las que hacen santos. Los santos son los que responden a la llamada de Jesucristo, y viven de acuerdo a la vida que mostró Jesucristo.

          En el evangelio (Mc.9,1-12) venimos de dos momentos difíciles: la reprensión de Jesús a Pedro: Apártate, Satanás; tus pensamientos no son los de Dios, y a continuación Jesucristo que aplica su propio padecer –anunciado a los apóstoles, que se han escandalizado- en los principios de vida que hemos de seguir los que queremos seguir a Jesucristo: negarse a sí mismo, tomar la cruz, perder la vida. Evidentemente todo esto se le hacía muy nuevo y muy duro a los Doce.
          Por eso ahora Jesús quiere presentar la visión completa de su vida, y toma a Pedro, Santiago y Juan y se los lleva consigo a una montaña alta, allí donde quedan separados del tumulto de los pensamientos. Y ante ellos se transfigura, quedando brillante y con los vestidos de un blanco deslumbrador.
          Junto a Jesús aparecen ahora a los ojos de los tres discípulos Moisés (el Patriarca que representa la Ley) y Elías, el Profeta que enseña la verdad de Dios. Ambos conversan con Jesús.
          Pedro se siente muy a gusto en aquella situación, y viene a proponerle a Jesús una salida muy airosa (es decir: sin cruz y sin pasión): Aquí se está divinamente. Vamos a hacer tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para ti. Está dispuesto a quedarse a la intemperie con los otros dos, pero al fin y al cabo sin el mensaje de un mesianismo que padece.
          En eso, una nube los cubre. Para un israelita ese fenómeno hablaba de la presencia de Dios. Y en efecto, Dios habla desde la nube a aquellos hombres asustados, y dice: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. Los tres cayeron de bruces al suelo, como cubriéndose de la presencia de Dios.
          Y pasó el momento y levantaron los ojos, todavía temerosos, y vinieron a encontrarse con la realidad de todos los días: ni está Moisés, ni está Elías, ni hay nube, ni Jesús está luminoso. Vieron a Jesús solo.
          Ya estaba dada la lección. El Mesías, el que va a padecer a manos de los enemigos, es el Hijo de Dios que aparece lleno de luz, y por otra parte es el Jesús de siempre: Jesús solo. La luz brillante vendrá más adelante, pero cuando haya resucitado de entre los muertos, que es cuando podrán los tres discípulos dar fe de este momento que han vivido, pues así se lo mandó el Maestro. Todavía no entienden lo que significa eso de “resucitar de entre los muertos”. Pese a todo, siguen sin tragarse la realidad que Jesús les ha anunciado.
          ¡Qué trabajo les costó comprender esa lección! De hecho cuando llega la Pasión, ellos siguen sin estar preparados para vivir ese trance, y se dispersan y tira cada uno por su sitio a refugiarse de la que estaba cayendo. Y llega la resurrección y no lo creen.
          Nosotros somos capaces de extrañarnos de aquella incredulidad… Pero ¿qué nos pasa a nosotros cuando nos toca alguna parte del cáliz de la pasión? Con dificultad nos resignamos a padecer. Y sin embargo es parte de esa cruz personal que nos ha tocado vivir, y a la que hemos de aceptar con esperanza y fe, porque sabemos perfectamente que el dolor no es la última palabra de la vida. Y sin embargo, luchamos contra la cruz los años enteros, y por el temor de ser desdichados, permanecemos siempre miserables.
          La transfiguración ha llegado para abrirnos a la visión completa de la vida en plano de fe, para no sufrir escándalo ante la cruz y para escuchar a Cristo, Hijo predilecto de Dios, cuando nos llega la contrariedad y a través de ella nos hace participes de su misma vida, pasión, muerte y resurrección. Ahora podemos comprender mejor la lección que nos dejaba ayer la lectura, en la que Jesús nos afirmaba la necesidad de negarnos a nosotros mismos, dejar a un lado el propio yo, y tomar la cruz, para poder seguir a Jesús, que es finalmente el objetivo. Como dice San Ignacio: para que sirviéndole en la pena, le sirvamos también en la gloria.

viernes, 22 de febrero de 2019

22 febrero: La cátedra de San Pedro


LITURGIA
                      Celebramos con rango de fiesta litúrgica la Cátedra de San Pedro. Estas celebraciones tenían su origen en una veneración especial hacia el primero de los apóstoles. En las reuniones litúrgicas se reservaba un asiento vacío en la presidencia, simbolizando la presencia del príncipe de los apóstoles y el primer vicario de Cristo en la tierra. Luego han quedado como recuerdo de la Iglesia hacia el primer Papa.
          La 1ª lectura nos trae una exhortación de Pedro en su primera carta (5,1-4) hacia los otros presbíteros de la Iglesia, testigos de los sufrimientos de Cristo y partícipes de su gloria. Les pide que sean pastores del rebaño que han recibido por misión, para orientarlo y gobernarlo como Dios quiere, con generosidad, convertidos en modelos de ese rebaño que se les ha encomendado. Y así recibirán la corona de gloria que no se marchita.
          Acompaña el SALMO 22: El Señor es mi Pastor, nada me falta, que es una oración de gran confianza en Dios, y en Jesucristo, que ha sido el buen Pastor que Dios ha puesto al frente de su rebaño, y el que conduce y acompaña a los mejores pastos. Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida.
          El evangelio es el mismo que tuvimos ayer pero en la versión de san Mateo (16,13-19), que es más completa. En ella tenemos la parte positiva de esa confesión de Pedro, en la que Jesús le declara que lo que ha dicho le hace hombre bienaventurado y dichoso porque lo que ha dicho le ha venido revelado por el mismo Dios. El Mesías que él ha confesado, no es lo que aparece a primera vista en la realidad que toca y palpa a diario. Sólo puede haberlo recibido por una revelación del mismo Dios.
          Y a esa afirmación de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le corresponde la alabanza de Jesús y la misión que le confía: Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. A ti te doy las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedara atado en el cielo y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo. Es decir: llevas mi propia autoridad, que es la voluntad de Dios. Tú, el representante mío en la tierra, tienes mi autoridad para desenvolver tu misión.

          En la lectura continua (Gn.11,1-9) tenemos otro episodio protagonizado por los hombres, que no han aprendido con la lección del diluvio, y vuelven a las andadas de querer ser como Dios y meterse por la fuerza en los terrenos de Dios, ya que habían sido echados del Paraíso.
          Y la idea que conciben es construir una torre que llegara hasta el cielo, ladrillo sobre ladrillo. Un absurdo que sólo cabe en la soberbia del hombre engreído. Dios vuelve a mirar al mundo y ve aquellas intenciones de los hombres y deja que se cree confusión entre ellos, de tal manera que no pueden entenderse y se les viene abajo el propósito. El hombre que actúa frente a Dios, no puede prosperar y acaba por vivir en pura confusión. Y sin Dios, lo que uno habla no lo entiende el otro. Y tuvieron que desistir de tal proyecto.
          Con ello la Biblia quiere explicar la diversidad de idiomas y lenguas del género humano.
          En el evangelio (Mc.8,34-39) continúa Jesús la enseñanza comenzada ayer a propósito de explicar en donde está el verdadero mesianismo. Ayer lo refería a la realidad misma de Él, el Mesías de Dios, y hoy saca las consecuencias para nosotros: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Ayer había reprendido severamente a Pedro porque lo pretendía apartar de su camino de lucha y padecimiento. Hoy les aplica a sus propios discípulos las consecuencias de querer estar con él. También ellos han de aceptar la cruz en sus vidas. Y la cruz tiene su traducción muy concreta en esa abnegación en la que deben vivir, ese negarse o controlarse a sí mismos para ser capaces de aceptar la propia cruz. Y entonces vendrá la parte triunfal, la victoria, el estar con él, en seguimiento personal.
          La misma idea está expresada en otras expresiones: quien quiera salvar su vida, la perderá. El que a toda costa quiera sacar su cabeza por encima, acaba perdiendo. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si arruina su vida?
          Para acabar con una máxima de suma importancia para aquellos apóstoles escandalizados (y para todo el que pretende evitar la cruz): Quien se avergüence de mí y de mis palabras, en esta época descreída y malvada, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria.

jueves, 21 de febrero de 2019

21 febrero: Tú eres el Mesías


LITURGIA
                      El evangelio de hoy (Mc.8,27-33) es uno de los que más se repiten en el transcurso del año litúrgico y es de una importancia grande, primero por la confesión de fe de Simón y después por la aclaración que Jesús hace de aquello que ha manifestado el discípulo. Son como dos etapas de una misma realidad.
          ¿Quién decís vosotros que soy yo? Y naturalmente cada uno de los Doce hubiera tenido su respuesta, según el grado de conocimiento que cada uno tuviera de Jesús y de su relación con Jesús. No podemos llegar a saber las respuestas diversas que hubieran dado, porque Simón se adelantó a responder por todos, con un acto de fe completo en el Maestro: Tú eres el Mesías. Si Pedro supiera todo lo que ha dicho, sería una maravilla, porque ahí se encerraban todas las promesas del tiempo anterior y todas las enseñanzas que habían trasmitido los profetas sobre la realidad del Mesías. Pedro no alcanzaba a tanto pero decía una verdad y hacía una confesión de mucha importancia. Lo que pasa es que en la trastienda de Simón estaba el mesianismo de caudillaje humano del que va a triunfar de sus enemigos y los va a aplastar con la fuerza de su palabra y de sus obras.
          Si hubieran respondido algunos de los otros discípulos, muy posiblemente estaban más influenciados por las creencias del pueblo, del que habían ellos dado ya una respuesta inicial. Lo más parecido a Juan Bautista, o un gran profeta. Cierto que un hombre singular, que hacía obras admirables y que tenía un poder por encima de lo humano.
          Jesús quiso clarificarles las ideas, y a la vez que les prohibía que ellos dijeran a nadie que lo reconocían Mesías, todavía les completaba el sentido de aquel mesianismo. Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho; tiene que ser condenado por los pecadores, sumos sacerdotes y doctores, ser ejecutado, y al tercer día resucitar de entre los muertos. Se lo explicaba con toda claridad. No obstante tengo para mí que se ofuscaron con lo primero y que no oyeron ya siquiera lo de la resurrección. Era un golpe tremendo aquel anuncio de Jesús. Sabían que los fariseos le hacían la guerra, y que los sacerdotes y doctores de la ley se habían situado frente y contra Jesús. Pero lo habían visto salir siempre airoso, y que no le ganaban en palabras y en razones. De ahí a una persecución de muerte, hasta ser ejecutado, había un abismo para ellos que no podían comprender que Jesús dijera ahora lo que estaba afirmando.
          Los demás se retrajeron, casi como quien no quiere escuchar. Pero Pedro se lanzó de frente y se llevó a Jesús aparte para corregirlo e increparlo. Pedro se había puesto bravo. No se tragaba aquello y quería que Jesús se desdijese de lo dicho.
          Jesús se volvió de cara a los discípulos e increpó a Pedro con palabras muy duras: Apártate de mí, Satanás ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
          Esa palabra: “Apártate, Satanás” es la misma que los evangelios nos trasmiten en las tentaciones del desierto como respuesta de Jesús al demonio. Y es que lo de las tentaciones aquellas no expresaban unos hechos sino una realidad vivida por Jesús a los largo de su vida. Y la tentación directa y abierta, que pretende apartar a Jesús de su misión, mesiánica, recibida de Dios, es la que le llega de parte de un amigo y precisamente en razón de ese amor que Pedro tenía a Jesús. La tentación más verdadera es la que no se presenta como tentación sino revestida con razones falsas y bajo capa de bien. ¿Qué quería Pedro para Jesús? –Lo mejor, sin duda. Interpreta que aquel anuncio que Jesús ha hecho no es lo mejor. Y pretende apartarlo de ello. Esa es la auténtica tentación. Por eso Jesús reacciona tan fuertemente, atribuyendo aquello al mismo Satanás, que ha venido a presentarse en la realidad del amigo.
          Lo que es curioso es que no hay en ninguno una referencia al anuncio de resurrección. ¡Es que, ofuscados por lo otro, ni le han prestado oídos! Esa parte siempre se queda oculta en los diferentes anuncios de pasión, que siempre concluyen –por parte de Cristo- en el anuncio del tercer día y la resurrección. Pero cuando llegaba esa parte, ya habían bloqueado la mente con el rechazo instintivo de la pasión.
          No nos extrañe. Esto es una realidad de la vida diaria. Nos asusta el sufrimiento  de tal manera que parece que se oscurece y eclipsa la esperanza. Sin embargo en el mensaje de Jesús hay un final triunfador que debe levantar el ánimo y las fuerzas, y abrirnos a una realidad superior que se da en la resurrección que nos espera, y que nos ganó Jesucristo con su pasión y muerte y su propia resurrección.

miércoles, 20 de febrero de 2019

20 febrero: Me parecen árboles


LITURGIA
                      Con una plasticidad admirable, el Génesis nos describe los tiempos inmediatamente siguientes al diluvio, cifrado en 40 días, un número bíblicamente simbólico para expresar un largo espacio de tiempo, o un tiempo de penitencia y preparación a una situación nueva. Gn.8,6-13.20-22 nos va mostrando diferentes etapas en los días posteriores a la inundación, y nos cuenta, con bella imagen, cómo Noé se vale de la paloma para saber si el agua ha bajado de nivel y se ha secado sobre la superficie. La primera vez que da suelta a la paloma, regresa el animal al arca porque no tiene dónde posarse. La segunda vez –a los siete días- regresa con una rama de olivo en el pico, lo que significa que ya está bajo el nivel del agua. Otros siete días y la paloma ya no regresa, lo que indica a Noé que puede salir del arca. Desde entonces la paloma es símbolo de la paz.
          Noé levantó un altar en honor de Dios para dar gracias, y Dios aceptó aquel sacrificio y prometió que en adelante nunca más sucedería algo semejante al diluvio. Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche.
          ¿Está hoy mejor el mundo que cuando sucedió el diluvio? La verdad es que el mundo está muy perdido y que los pensamientos y trazas del corazón de muchos son absolutamente malos, que es lo que vio Dios en aquel entonces y lo que provocó el diluvio. Sin embargo Dios ya no actúa como en aquella ocasión, fiel a su promesa de respetar la realidad de ese mundo, que parece estar pidiendo a voces una nueva purificación.

          La historia que nos cuenta hoy el evangelio es de sobra conocida: Jesús da la vista a un ciego poco a poco, dándonos a saber que la fe es algo que también se desarrolla y crece en nosotros por pasos diversos. La fe es un don de Dios, pero como algo vivo, hay que cuidarlo y cultivarlo para que no se duerma y se diluya entre el conjunto de “zarzas y abrojos” que se presentan en la vida, y que ya Jesús –en la parábola del Sembrador- nos describe como realidad que acaba ahogando la semilla de Dios.
          La fe necesita, como las plantas, su riego y su sol, el defenderla de los racionalismos y materialismos que amenazan en la vorágine de la vida. Yo recuerdo ahora a un joven al que de alguna manera yo acompañé en su vida espiritual, y que era muy artista en otras cosas, pero, por lo mismo, proclive a no profundizar en su fe y realidad religiosa. Hoy día está a leguas de aquella fe.
          Pero al cabo de muchos años me lo vine a encontrar inesperadamente, invitándome a participar en un blog que él administraba. Era difícil esa participación en medio de un conjunto de personas del mismo calibre, pero acepté el reto, con la intención de poner un poco de luz, en lo que me fuera posible. Y una de mis intervenciones fue parafraseando este hecho del evangelio de hoy, que transcribo a continuación.
                      Todos recordamos aquel Concierto de Paganini en que se le fueron rompiendo todas las cuerdas del violín, menos una, y con esa sola acabó triunfalmente su actuación.
          Me llega otra historia, del eminente oftalmólogo J de Shalom, que salió de excursión con unos amigos y vinieron a toparse con un invidente. Hubo curiosidad entre los acompañantes sobre qué reacción produciría aquello en el amigo.
          Sin aparatos, sin instrumental, salvo una bolsa de campaña que siempre llevaba consigo, examinó al hombre. Pensó. Los amigos observaron su gesto y lo jalearon.  En un improvisado quirófano bajo el potente foco del sol en su cenit, le extrajo las enormes cataratas que le impedían la visión.
          Dejó un espacio prudencial de tiempo.  Y luego le preguntó si veía.  El hombre dijo que veía unas vacas muy próximas pero como bloques que se movían.  J de Shalom se fue directo con sus dedos hacia los ojos del paciente y le aplicó sus pulgares a los párpados durante un rato, como quien hace pasar su propio calor a los ojos enfermos. Los amigos contenían el aliento.  Cuando retiró sus dedos, el hombre dijo que veía, y que aun a distancia distinguía bien.
          El oftalmólogo se limitó a recomendarle que no entrara al pueblo porque los polvos de los silos y los humos de las chimeneas le perjudicaban.
          Eso era verdad.  Pero en el fondo era también la sencillez del médico, que prefería pasar desapercibido y no quería el aplauso de la gente.  Y era también verdad que aquel que había sido invidente, se había entregado con fe en el hombre que se ofreció a intentar curarlo.
          Esta historia es más larga, pero el hecho concreto concluye aquí aparentemente.

martes, 19 de febrero de 2019

19 febrero: Todo era maldad en la tierra


LITURGIA
                      A mí me hace mucha impresión comparar el texto con que hoy comienza la lectura 1ª (Gn.6,5-8;7,1-5.10) con lo que se había repetido en la creación de Dios. En aquellas lecturas resaltaba el estribillo: Y vio que era bueno; vio Dios que era muy bueno. El comienzo de hoy es demoledor: Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todo su modo de pensar era siempre perverso… ¡Qué contraste! Allá era la acción de Dios. Aquí es la actitud del hombre. Allí era vida. Aquí es muerte. Se arrepintió Dios de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón. ¡Es espantoso! ¡Es lo peor que puede pasar!
          Y la consecuencia es que Dios decide borrar de la superficie de la tierra al hombre que él ha creado, y ya se lleva a la hipérbole de meter en el mismo saco a los reptiles y aves.
          Lo que pasa es que Dios, dentro de esa situación, es misericordioso y no llega al exterminio de la especie humana, sino que purifica el pecado pero mantiene en vida al hombre limpio, único justo que ha encontrado en aquella generación. Vuelve aquí a aparecer el Dios que no quiere la muerte sino la vida, lo mismo que había ocurrido en el Paraíso cuando maldijo a la serpiente pero mantuvo la esperanza de una MUJER y un descendiente que iban a restañar la herida de la desobediencia.
          Al hombre, único justo, Noé, le manda hacer un arca donde se resguarde él y su mujer e hijos, y parejas de animales, porque Dios va a enviar un diluvio sobre la tierra para acabar con la maldad del hombre.
          En el libro: Y la Biblia tenía razón se constata una zona que fue invadida por una espantosa inundación, que avala geológicamente que existió realmente este fenómeno. Lo que es cierto es que no fue universal. También es verdad que el arca, tal como se dice que tenía que albergar “de cada animal puro siete parejas…, y de los impuros una pareja”, hubiera sido de dimensiones descomunales, aparte de la convivencia entre ellos y con la familia de Noé.
          Noé, recomponiendo el sentido de la obediencia, que es el que fundamentalmente había sido conculcado por el primer pecado, hizo todo lo que le mandó el Señor.

          Una referencia a los fariseos es la que hace Jesús al advertirle a los apóstoles a tener cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes. Mc.8,14-21. Es la parte fundamental de este evangelio. Esa “levadura” eran todos esos principios exagerados y externos que ellos mantenían y que desfiguraban la misma Palabra de Dios. Eso era el verdadero peligro del que Jesús quería liberar a sus discípulos. Y no digamos de los modos de Herodes, no sólo asesino del Bautista por complacer a una bailarina, sino todo el sensualismo y oportunismo que vivía aquel hombre, y que se mantenía adulado por sus cortesanos, como manera de mantener el poder y de vivir la vida muelle de un hombre comodón y sin personalidad.
          Cuando Jesús les advierte aquello a los apóstoles, ellos se quedan a ras de tierra y se creen que la advertencia viene porque han olvidado comprar pan y no llevan pan en la barca. Y Jesús tiene que llamarles la atención porque están preocupándose de algo que no tiene sentido cuando estaban con Jesús, del que ya habían visto que podía sacar panes de dónde no los había. Por eso esa última pregunta de Jesús, mitad queja, mitad llamada de atención a la fe de aquellos hombres: ¿Y no acabáis de entender?
          Bien podía valer esa pregunta para tantos hombres y mujeres de hoy que no saben ponerse en contacto con la Palabra, o dicen que el Evangelio no les dice nada. Unas veces porque no levantan en sus pensamientos dos palmos del suelo, acostumbrados  e infestados por la superficialidad de la vida; o bien son personas que pretenden racionalizarlo todo y desde ese comento la Palabra no les dice nada porque la Palabra de Dios está en el plano de la fe y no en el de la mera racionalidad. Y no es que el Evangelio no sea también razonable sino porque no es puramente “razonable”. Hay cosas que contradicen abiertamente la mera visión humana y que sólo puede captarse desde la altura de la fe que se presta a Jesucristo. Y desde ahí tiene uno la gozosa sensación de que aquello es perfectamente asumible por la razón, porque Dios no presenta absurdos.

lunes, 18 de febrero de 2019

18 febrero: No les dio respuesta


LITURGIA
                      Empezamos a constatar las consecuencias del pecado. Había dicho el Señor que tronchar el árbol de la vida crearía muerte, y Adán y Eva lo sufren ahora en sus mismos hijos. Habían tenido un primer hijo, al que pusieron por nombre Caín. (Gen.4,1-15.25). Luego vino Abel. Caín y Abel ofrecieron en su momento ofrendas al Señor, pero mientras que Abel ofrecía lo mejor de su rebaño, Caín no había ofrecido lo mejor de su labranza del terreno. Y Dios bendijo a Abel y no a Caín.
          Esto levantó una reacción de envidia en Caín que andaba cabizbajo, pero con el veneno dentro del cuerpo. Y un día llama al campo a Abel y allí lo mata. Y donde la palabra de Dios había sido la de “creced y multiplicaos”, la realidad que se produce –consecuencia del pecado primero- es dividir en vez de multiplicar.
          La envidia mata. Pero no sólo la envidia. Más de una vez se oye aquello: “para mí esa persona ha muerto”. Porque entonces es que la ha matado en su corazón. El pecado siempre mata el amor.
          Dios salió al paso de Caín y le preguntó por su hermano. Caín pretendió no darse por aludido, y –despectivo- respondió a Dios: No lo sé; ¿acaso son yo el guardián de mi hermano? Y Dios le hace saber que será maldecido en sus empresas y desterrado.
          También aquí el pecador acaba culpando a Dios, porque ahora echa la responsabilidad sobre Dios, porque cualquiera que me encuentre, me matará. No deja de ser muy simple todo esto porque ¿quién lo iba a encontrar si sólo él y sus padres estaban sobre la tierra? Pero el autor nos lo quiere generalizar para advertir la queja de ese hombre de mal corazón.
          Y Dios le protege con una señal o salvoconducto para que nadie mate a Caín. Ni la muerte de Abel era querida por Dios, ni ninguna otra muerte. La muerte es fruto del pecado, y Dios no quiere el pecado de nadie.
          Adán se llegó a Eva y Eva dio a Luz a Set, nombre que expresaba que venía a llenar el hueco que había dejado Abel. Más adelante nos dirá que engendraron hijos e hijas.

          Evangelio breve y casi diríamos que ya nos lo sabemos: Mc.8,11-13. Los fariseos vienen a discutir con Jesús y a pedir un signo del cielo. Nada nuevo, pues. Para ellos no eran signos del cielo sus curaciones y expulsiones de malos espíritus. Por eso Jesús ya no les discute, y opta por no darles respuesta. Jesucristo opta por no hacerles mas caso. Y les asegura que no se les dará un signo a esta generación. A mí es de las respuestas que me causa más escalofrío porque terrible es cuando Jesús se enfrenta, pero al fin y al cabo es que tiene algo que decir o corregir. Cuando ya no responde ni aporta una explicación sino que sencillamente deja la cosa perdida, es algo espantoso.
          Dura es la reprensión, pero es que se espera algo del reprendido; se confía en que puede reaccionar; se le corrige. Cuando ya no hay nada que decir, es la cosa más tremenda que le puede pasar a un alma.
          Puede venir un pecador con todo el saco de pecados y los más grandes. Si admite palabras de corrección y aliento, incluso de reprensión, ese pecador puede quedar salvado. El que se  pertrecha en que él no ha hecho nada y no tiene que arrepentirse de nada, ese queda perdido en su pecado.
          Al que le remuerde la conciencia por un mal que ha hecho, se puede decir que esta salvado porque tiene conciencia. El que ya vive su vida al margen de todo principio moral, y se queda tan tranquilo, es una persona que ha perdido el recurso esencial de su comportamiento como ser racional.
          El pecado de los fariseos estaba ahí. No creen ni se plantean su error. No dudan de sí y de su verdad. Atacan todo lo que no coincide con su pensamiento. A Jesús lo rechazan porque no ha entrado por sus modos de concebir el mundo religioso. No tendrán por dónde entrarles. Es inútil todo lo que se les quiere abrir sobre su concepción de la vida. ¿Para qué, pues, darles explicaciones? Con razón Jesús les habló a ellos precisamente de lo que era el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, ese pecado sin redención, que no se podrá perdonar. Ellos acabarán por darle la muerte a Jesús, y pensaran que están dando gloria a Dios. Lo peor que puede pasar en la vida, que es pretender tener a Dios aliado en el mal, pues entonces no habrá razones algunas capaces de convencer de lo contrario.

domingo, 17 de febrero de 2019

17 febrero: Pobreza contra riqueza


LITURGIA
                      Estamos más acostumbrados a escuchar las bienaventuranzas en el evangelio de San Mateo, y nos suena más aquello de bienaventurados los pobres de espíritu. Y en cierto modo nos tranquiliza esa formulación porque parece atemperar el sentido profundo de esa bienaventuranza. En cambio en el texto de Lucas, que hoy tenemos (6,17.20-26) se dice escuetamente: Bienaventurados los pobres, y se contrapone con la mala ventura: Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo. Mateo dirige su evangelio a una comunidad extremadamente pobre y tiene que hacerles caer en la cuenta de que la felicidad del pobre está en la actitud de su espíritu. Pero Lucas se dirige a una comunidad donde había bastantes ricos, y entonces ha de poner el acento en la felicidad y paz que lleva consigo la pobreza, frente al ansia del rico de poseer cada vez más. La solución, pues, no está en poseer y sentirse desprendido, sino en ceder los bienes para que los pobres no sean tan pobres y no padezcan las penurias de la pobreza.
          Y ya en línea con esa bienaventuranza irán las restantes, que en Lucas son en total cuatro, en la misma línea, porque la pobreza se manifiesta de forma acuciante en los padres que no tienen cómo darle el pan a los hijos, el levantarse cada mañana sin saber qué podrán tener para alimentarse. Por eso se explicita la bienaventuranza con los que ahora tenéis hambre, porque quedareis saciados. Contrapuesto a la malaventura de los ricos que están saciados, porque tendréis hambre.
          También es una forma de pobreza la falta de alegría, los que no tienen motivos humanos para estar alegres. También a ellos les declara felices Jesús porque les anuncia que reiréis, mientras que los ricos que ríen ahora porque piensan que lo tienen todo, acabarán llorando.
          Y dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre: Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Puede parecernos exagerado y casi imposible, pero cuando se lee la vida de los santos y de los mártires, uno se admira de la alegría y fortaleza que tuvieron aquellas personas, que estaban viviendo al pie de la letra esas palabras de Jesús.
          Por el contrario, son desgraciados los que todo el mundo habla bien de ellos, porque significa que no se comprometen con ninguna verdad y van cambiando en sus expresiones según quien los escucha. No podrán nunca sentirse satisfechos en el alma porque no han mostrado personalidad para mantenerse en un criterio y en unas ideas. Cuando todo el mundo habla bien de alguien, mala señal, por lo general.

          Ya lo anunciaba Jeremías en la 1ª lectura (17,5-8), en que contrapone la maldición del que confía en los bienes humanos, y en definitiva pone su confianza en el hombre –esos son los ricos, centrados en su mundo de riqueza-, mientras que son felices y dichosos los que ponen su confianza en el Señor y viven colgados de su misericordia. Pues ellos serán como un árbol plantado junto a la corriente del río, que siempre estará frondoso y dará fruto. El pobre es el que vive siempre mirando las manos del Señor, esperando de él.

          En la 2ª lectura (1Cor15, 12.16-20) San Pablo arguye  contra aquellos que negaban la resurrección. Porque si la resurrección no existiera, Jesucristo no habría resucitado, siendo así que el núcleo de la fe cristiana se fundamente sobre la resurrección de Jesucristo. Y si no hubiera resurrección, Cristo no habría resucitado. Vacía quedaría toda nuestra fe y seríamos los más desgraciados por estar construyendo sobre un fundamento falso. ¡Pero Cristo ha resucitado! Y por eso nuestra fe es verdadera. Porque además no sólo es que él ha resucitado sino que lo ha hecho el primero de todos, lo que significa que luego iremos también nosotros.
          Ese es el fondo de nuestra celebración dominical: siendo la Misa la misma un domingo que un lunes, nuestra fuerza de cristianos está en la participación comunitaria del domingo por conmemorar el día de la resurrección del Señor y celebrarlo como asamblea de todos los que nos fundamentamos en que Cristo ha resucitado: Anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, y la vivimos como la mayor alegría de nuestra vida de seguidores de Jesucristo, que tenemos en él asegurada nuestra resurrección futura.


          Pedimos al Señor que nos conceda ser fieles al evangelio.

-         Para que la Iglesia nos enseñe a compartir bienes con los necesitados, Roguemos al Señor

-         Para que huyamos de toda forma de suficiencia que nos sitúa por encima de otros, Roguemos al Señor.

-         Para que seamos felices porque nuestra recompensa será en los cielos, Roguemos al Señor.

-         Para que vivamos nuestra fe en la resurrección, y la expresemos vivamente en la Eucaristía, Roguemos al Señor.

Concédenos, Señor, una sensibilidad especial para que sepamos descubrir y experimentar que no son los bienes terrenos los que pueden darnos felicidad.
          T-u, que vives y reinas, por los siglos de los siglos.