sábado, 9 de febrero de 2019

9 febrero: La atracción de Jesús


LITURGIA
                 Heb.13,15-17.20-21: El mejor sacrificio de alabanza que podemos ofrecer a Dios son unos labios que profesan su nombre.  Pero eso va acompañado de hacer el bien y ayudarse mutuamente. Siempre basculando entre las dos riberas: Dios y el prójimo.
          Que el Dios de la paz que hizo subir de entre los muertos al gran pastor de la ovejas, nuestro Señor Jesús, os ponga a punto en todo para que cumpláis su voluntad. Para ello se ha dado una alianza eterna que Jesús ha firmado con su sangre. Nos queda que se realice en nosotros lo que es del agrado de Dios, por medio de Jesucristo.

          Mc.6,30-34: Regresan los Doce de su misión apostólica. Vienen eufóricos, queriendo contar lo que han hecho, y que para ellos era un verdadero misterio: habían echado demonios, ellos, los pobres pescadores o gentes del pueblo. Han enseñado y las gentes les han  escuchado. Han curado enfermos. Y todo ello para aquellos hombres es algo admirable, y vienen con grandes deseos de contar sus cosas, aunque fuera atropellándose unos a otros, en el ansia de contar lo que cada uno había hecho.
          Pero eran tantas las personas que venían en busca de Jesús que no les dejaban tiempo ni para comer. Y Jesús, comprendiendo que sus apóstoles necesitaban explayarse, les invita a pasar al otro lado del Lago y buscar un sitio tranquilo donde estén ellos solos con Jesús y puedan también descansar un poco. Y con las mismas se embarcaron.
          Pero la muchedumbre no se avenía a aquello y rodeando el Lago e intuyendo la dirección de la barca, vinieron a estar adonde iba Jesús con los suyos. Incluso más personas que las que estaban antes, porque conforme iban de camino, comunicaban a las gentes del lugar que Jesús iba seguramente a un descampado que había por allí. Y en efecto se adelantaron a la llegada de Jesús.
          No es extraño que aquellos llegaran antes, aun teniendo que rodear, pues los Doce estaban tan entusiasmados con su reciente misión, que a ratos dejaban de remar para contarle al Maestro todo lo que cada uno había hecho.
          Lo que sucedió es que, cuando desembarcaron, se toparon con la realidad: la muchedumbre esperaba y en más número de lo que habían dejado. Jesús no pudo resistirse a poner en práctica su compasión por aquellas gentes y, olvidándose del descanso, y por encima de lo que había pensado para sus discípulos, optó por irse a la gente. No es difícil imaginar la decepción de los apóstoles, para quienes se les había acabado el descanso y la tranquilidad. Pero para Jesús era más importante atender a aquella muchedumbre que venía a buscarlo a él.
          El punto que no puede pasar desapercibido es la fuerza de atracción que ejercía Jesús. Cierto que una persona que cura enfermos es ya suficiente para que se vayan tras él. Pero todos no tenían enfermos. Había algo más que la conveniencia de curaciones. Era la misma persona de Jesús que tenía una delicadeza, una bondad, unos modos exteriores de trato, que la gente lo captaba y se sentía movida a buscarlo.
          De hecho, en cualquier circunstancia, la persona amable atrae aunque no se lo proponga. Pero se agradece tanto la buena acogida, que sin pretenderlo se lleva de calle al que trata. Y puede ser que no haya ninguna otra ventaja o beneficio. Pero la dulzura, la comprensión, la sencillez…, son ya factores que atraen y gustan del favor de los atendidos.
          Los niños, que son tan primarios, se apegan fácilmente al que los trata con cariño, y huyen del que es adusto y no sabe acercarse a ellos con la ternura que el niño requiere.
          Con Jesús pasaba igual. Su presencia ya era un imán para la gente. Cuando llama a sus primeros discípulos, le basta un “venid y veis”, o un simple: “Sígueme”, y como atraídos por una fuerza superior, aquellos hombres se van tras él. Y con las muchedumbres le pasa igual: no le dejaban ni tiempo para comer porque él estaba siempre dispuesto a recibir con la sonrisa en los labios y el corazón abierto. Y eso, aunque no curara enfermos, ya es suficiente para ejercer una atracción singular. Si encima de eso, cura al enfermo, pone la mano sobre el leproso, sale a favor del hombre paralítico de una mano o da vista a un ciego de nacimiento, los efectos se multiplican exponencialmente. Luego pretendía él que no se supiese lo que hacía. Era algo imposible de cumplir, porque la gente se admiraba y proclamaba a los cuatro vientos los favores que de él había recibido.

2 comentarios:

  1. Gracias por acercarnos con tus magnificos comentarios a Jesús.Que nuestro Padre celestial te de salud y longevidad.Saludos Juan de Osuna

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  2. Gracias, Juan, por tu participación. Y gracias por tus palabras y peticiones

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