miércoles, 27 de febrero de 2019

27 febrero: Ser de Cristo


LITURGIA
                      Me viene el evangelio como anillo al dedo para explicarme actitudes que se observan en algunas personas celosas de sí mismas. Personas que quieren ser dueños y señores pero lo proyectan hacia otras que pretenden servir con humildad y sencillez, a las que se atreven a enjuiciar como manipuladoras. Y la realidad es totalmente distinta de esa visión; no sólo distinta sino contraria. Los que dominan y quieren dominar son los que no admiten que nadie se ingiera en lo que ellos consideran “sus dominios”, sin advertir que sólo se pretende colaborar y ofrecer soluciones.
          ¿Qué hay en el fondo de eso? –Un complejo que se arrastra, un no aceptar la propia situación –en si misma digna- pero que no ha llegado al máximo, mientras que otros sí. Y se ha producido un ataque de celos y enviduelas por las que no se acepta de buen grado que alguien pueda tener afecto a otra persona más que a ellos mismos los acomplejados.

          Leamos el evangelio (Mc.9,37-39): Juan viene a Jesús a quejarse de que hay uno que no es del grupo de los apóstoles que está echando demonios en nombre de Jesús. Y viene a decirle a Jesús que se lo han querido impedir: porque no es de los nuestros. ¡Ese es “el pecado”: no ser de “los nuestros”! Porque, por lo demás, lo que está haciendo, lo hace bien, y lo hace, además, en nombre de Jesús. Puros celos de Juan. Puro personalismo. Lo que no es “mío” o “nuestro”, no es bueno y hay que impedirlo. Es lo que comentaba yo en el párrafo anterior.
          Jesús tuvo que corregirlo: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. Esa es la actitud de un corazón grande. Más allá de “lo mío”, está el hecho bueno, venga de quien venga. El principio de Jesús es muy claro: el que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Eso es tener la mente clara y el corazón sencillo. Es lo que hoy me grita desde el fondo del alma y desde la experiencia concreta de situaciones vividas en las que la pequeñez de miras, la carencia de propios valores, se viene a proyectar impidiendo que otros puedan hacer el bien. En el fondo, el problema es “no ser de los nuestros” y ser “de otros”, porque las envidias comen mucho e impiden bienes más generales que podrían  hacerse y ser útiles para otros momentos en que el celoso no puede tener dominado el cotarro a su propia manera, y otros podrían echar una mano oportuna con su mejor voluntad.

          La 1ª lectura (Ecclo.4,12-22) es un nuevo elogio de la sabiduría, vista primero –diríamos- en “tercera persona”, con una descripción de sus efectos: estimula a los que la comprenden; los que la aman, aman la vida; los que la buscan, alcanzan el favor de Dios; los que la retienen consiguen gloria del Señor; los que la sirven, sirven al Santo y Dios ama a los que la aman. Una bella descripción de lo que lleva en sí esa sabiduría. Por supuesto no es nada de la sabiduría humana que se estudia en los libros y se aprende con el esfuerzo de hincar los codos. Esta otra sabiduría es la que hace posible entender las cosas de Dios, elevarse sobre lo meramente humano y viene dada por Dios.
          Luego pasa a hablar en “primera persona”: Quien me escucha juzgará rectamente; quien me hace caso habitará en mis atrios; disimulada caminaré con él. Es Dios que se hace así presente en las almas.
          Y ahora da un salto hacia una expresión de la sabiduría verdadera que viene a ser aquella de Pablo que no quería saber otra cosa que a Jesucristo crucificado, porque dice el texto que esa sabiduría prueba al alma con la tentación, precisamente para hacer más sensible la necesidad que tenemos de apegarnos a Dios, que quiere revelar sus secretos pero prueba la fidelidad de los corazones. También eso es sabiduría y a ella hay que responder en el día a día y en los momentos difíciles como en los fáciles. Vivir la sabiduría de Dios es libertad. Contradecir esa sabiduría es una prisión, una ruina.
          Ya se conoce la letrilla popular que decía: Al final, de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. La sabiduría de los sabios verdaderos es la que conduce a la salvación. Y la necedad es no seguir los caminos de Dios y tomar el camino equivocado.

1 comentario:

  1. Pues si. Eso coincide con un pensamiento que tuve esta mañana acerca de que muchas veces las personas se ofuscan o nos ofuscamos con prejuicios sobre otras, y decimos tener razón o razones, pero realmente no se razona ni se busca el bien común (el bien del otro), sino el nuestro propio. La verdad es verdad venga de donde venga. Como dice Jesús con otras palabras. (Javier Madueño)

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