Hoy
es PRIMER VIERNES
Acto, 5’30.-
Hora Santa, 7 (Málaga)
LITURGIA
Desembocamos en el Evangelio de Marcos en la parábola de semilla
(4,26-34), que completa y amplía la otra parábola del sembrador. En ésta del
sembrador se pone el acento en la respuesta de las personas, y ahí se
desarrolla el discurso. En la de la semilla, la persona tiene poco que hacer
por su cuenta. La fuerza está en la semilla, que es la que desarrolla sola, por
la fuerza intrínseca que tiene la Gracia, que es la que hace fructificar.
Plantea Jesús esta corta parábola como la del labrador que
ha echado su semilla al surco y, una vez hecho eso, él ya no tiene acción
directa sobre la semilla. Él duerme de
noche y se levanta de mañana y la semilla germina y va creciendo, sin que él
sepa cómo.
Es el gran secreto de la Garcia de Dios. Al creyente sólo
le toca que echar la semilla y cuidar el terreno para que no haya obstáculos
que impidan el crecimiento de la semilla. Pero él no pueda hacer nada para que
la semilla germine, ni –una vez que matea- puede él hacerle crecer más
rápidamente. Sólo le toca que esperar que aquella semilla vaya creciendo y vaya
produciendo la semilla ella sola. Al labrador le tocará regar a sus tiempos,
abonar, escardar… Pero sobre la semilla no puede hacer otra cosa que verla
crecer a sus pasos.
La Gracia de Dios en nosotros no puede forzarse. Podemos
tener muchos deseos de mejor oración, de más devoción, de conservar los efectos
de un consuelo espiritual o de cortar con una desolación que se ha producido en
el alma. Pero nada de eso está en la mano de la persona. Le toca que
perseverar, que insistir, que poner los medios que pueden estar a su alcance
para evitar los obstáculos. Le tocará fomentar más el silencio interior, evitar
el estrés exterior, la ansiedad por avanzar. A la Gracia no se le puede forzar.
Es pura GRACIA (gratis), puro regalo, y el regalo lo da Dios cuando Dios quiere
y como Dios quiere. Hay que vivir con mucha humildad esta realidad de nuestro
mundo espiritual.
Y la tierra va
produciendo la cosecha ella sola, primero los tallos, luego la espiga, después
el grano…, paso a paso, a su ritmo, al ritmo de Dios. Y cuando llega el
tiempo…, cuando Dios se manifiesta…, cuando
el grano está a punto, es el momento de meter
la hoz, porque ha llegado la siega.
Lección magistral y lección consoladora. No son nuestros
esfuerzos los que nos hacen crecer. No vale el nerviosismo de querer avanzar.
Al alma le toca esperar que sea “el tiempo y esté a punto”, lo cual es “tiempo
de Dios” (Kairós).
Se completa la lectura con la otra pequeña parábola de la
semilla pequeñita de la mostaza, que echada en tierra produce un arbolito capaz
de recibir en sus ramas a los pájaros del cielo, que pueden cobijarse y anidar.
Lo cual nos insiste en el tema de la semilla que es obra de Dios y que, por
pequeña que sea, produce efectos profundos en el alma que la recibe. No es
cuestión de “cantidad”. La Gracia de Dios es Gracia de Dios y eso basta. Eso
produce los frutos abundantes.
Y nos aclara aquí que Jesucristo hablaba en parábolas acomodándose al entender de las gentes.
Luego les explicaba a sus discípulos el sentido de esas comparaciones para que
ellos se fueran haciendo duchos en la comprensión y en la explicación.
La lectura de la carta a los hebreos (10,32-39) nos lleva a
valorar el sacrificio que nosotros hacemos cuando pasamos nuestros combates y
sufrimientos. Y no sólo el padecer en primera persona sino en la solidaridad
con otros que sufren, haciendo propio el padecer de los otros.
Para ver el fruto de todo eso hay que tener paciencia.
Volvemos al fondo de la cuestión: los tiempos de Dios no son nuestros tiempos
cronológicos. Lo que hay es que perseverar en el bien y vivir la fe, sin
desanimarse. Nosotros no somos gente que
se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
El PRIMER VIERNES es ocasión favorable para experimentar
esa gratuidad de la Gracia de Dios, que se nos hace presente en el Corazón de
Cristo, abierto a nosotros por amor, y en el derroche de gracias continuas por
las que Dios realiza en nosotros su propia misericordia. El brazo extendido del
Corazón de Jesús es un pararrayos de la divina misericordia.
Estupenda meditación. Un saludo de Javier.
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