viernes, 1 de febrero de 2019

1 febrero: Semilla que crece sola


Hoy es PRIMER VIERNES
Acto, 5’30.- Hora Santa, 7 (Málaga)
LITURGIA
                      Desembocamos en el Evangelio de Marcos en la parábola de semilla (4,26-34), que completa y amplía la otra parábola del sembrador. En ésta del sembrador se pone el acento en la respuesta de las personas, y ahí se desarrolla el discurso. En la de la semilla, la persona tiene poco que hacer por su cuenta. La fuerza está en la semilla, que es la que desarrolla sola, por la fuerza intrínseca que tiene la Gracia, que es la que hace fructificar.
          Plantea Jesús esta corta parábola como la del labrador que ha echado su semilla al surco y, una vez hecho eso, él ya no tiene acción directa sobre la semilla. Él duerme de noche y se levanta de mañana y la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
          Es el gran secreto de la Garcia de Dios. Al creyente sólo le toca que echar la semilla y cuidar el terreno para que no haya obstáculos que impidan el crecimiento de la semilla. Pero él no pueda hacer nada para que la semilla germine, ni –una vez que matea- puede él hacerle crecer más rápidamente. Sólo le toca que esperar que aquella semilla vaya creciendo y vaya produciendo la semilla ella sola. Al labrador le tocará regar a sus tiempos, abonar, escardar… Pero sobre la semilla no puede hacer otra cosa que verla crecer a sus pasos.
          La Gracia de Dios en nosotros no puede forzarse. Podemos tener muchos deseos de mejor oración, de más devoción, de conservar los efectos de un consuelo espiritual o de cortar con una desolación que se ha producido en el alma. Pero nada de eso está en la mano de la persona. Le toca que perseverar, que insistir, que poner los medios que pueden estar a su alcance para evitar los obstáculos. Le tocará fomentar más el silencio interior, evitar el estrés exterior, la ansiedad por avanzar. A la Gracia no se le puede forzar. Es pura GRACIA (gratis), puro regalo, y el regalo lo da Dios cuando Dios quiere y como Dios quiere. Hay que vivir con mucha humildad esta realidad de nuestro mundo espiritual.
          Y la tierra va produciendo la cosecha ella sola, primero los tallos, luego la espiga, después el grano…, paso a paso, a su ritmo, al ritmo de Dios. Y cuando llega el tiempo…, cuando Dios se manifiesta…, cuando el grano está a punto, es el momento de meter la hoz, porque ha llegado la siega.
          Lección magistral y lección consoladora. No son nuestros esfuerzos los que nos hacen crecer. No vale el nerviosismo de querer avanzar. Al alma le toca esperar que sea “el tiempo y esté a punto”, lo cual es “tiempo de Dios” (Kairós).
          Se completa la lectura con la otra pequeña parábola de la semilla pequeñita de la mostaza, que echada en tierra produce un arbolito capaz de recibir en sus ramas a los pájaros del cielo, que pueden cobijarse y anidar. Lo cual nos insiste en el tema de la semilla que es obra de Dios y que, por pequeña que sea, produce efectos profundos en el alma que la recibe. No es cuestión de “cantidad”. La Gracia de Dios es Gracia de Dios y eso basta. Eso produce los frutos abundantes.
          Y nos aclara aquí que Jesucristo hablaba en parábolas acomodándose al entender de las gentes. Luego les explicaba a sus discípulos el sentido de esas comparaciones para que ellos se fueran haciendo duchos en la comprensión y en la explicación.

          La lectura de la carta a los hebreos (10,32-39) nos lleva a valorar el sacrificio que nosotros hacemos cuando pasamos nuestros combates y sufrimientos. Y no sólo el padecer en primera persona sino en la solidaridad con otros que sufren, haciendo propio el padecer de los otros.
          Para ver el fruto de todo eso hay que tener paciencia. Volvemos al fondo de la cuestión: los tiempos de Dios no son nuestros tiempos cronológicos. Lo que hay es que perseverar en el bien y vivir la fe, sin desanimarse. Nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

          El PRIMER VIERNES es ocasión favorable para experimentar esa gratuidad de la Gracia de Dios, que se nos hace presente en el Corazón de Cristo, abierto a nosotros por amor, y en el derroche de gracias continuas por las que Dios realiza en nosotros su propia misericordia. El brazo extendido del Corazón de Jesús es un pararrayos de la divina misericordia.

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