jueves, 21 de febrero de 2019

21 febrero: Tú eres el Mesías


LITURGIA
                      El evangelio de hoy (Mc.8,27-33) es uno de los que más se repiten en el transcurso del año litúrgico y es de una importancia grande, primero por la confesión de fe de Simón y después por la aclaración que Jesús hace de aquello que ha manifestado el discípulo. Son como dos etapas de una misma realidad.
          ¿Quién decís vosotros que soy yo? Y naturalmente cada uno de los Doce hubiera tenido su respuesta, según el grado de conocimiento que cada uno tuviera de Jesús y de su relación con Jesús. No podemos llegar a saber las respuestas diversas que hubieran dado, porque Simón se adelantó a responder por todos, con un acto de fe completo en el Maestro: Tú eres el Mesías. Si Pedro supiera todo lo que ha dicho, sería una maravilla, porque ahí se encerraban todas las promesas del tiempo anterior y todas las enseñanzas que habían trasmitido los profetas sobre la realidad del Mesías. Pedro no alcanzaba a tanto pero decía una verdad y hacía una confesión de mucha importancia. Lo que pasa es que en la trastienda de Simón estaba el mesianismo de caudillaje humano del que va a triunfar de sus enemigos y los va a aplastar con la fuerza de su palabra y de sus obras.
          Si hubieran respondido algunos de los otros discípulos, muy posiblemente estaban más influenciados por las creencias del pueblo, del que habían ellos dado ya una respuesta inicial. Lo más parecido a Juan Bautista, o un gran profeta. Cierto que un hombre singular, que hacía obras admirables y que tenía un poder por encima de lo humano.
          Jesús quiso clarificarles las ideas, y a la vez que les prohibía que ellos dijeran a nadie que lo reconocían Mesías, todavía les completaba el sentido de aquel mesianismo. Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho; tiene que ser condenado por los pecadores, sumos sacerdotes y doctores, ser ejecutado, y al tercer día resucitar de entre los muertos. Se lo explicaba con toda claridad. No obstante tengo para mí que se ofuscaron con lo primero y que no oyeron ya siquiera lo de la resurrección. Era un golpe tremendo aquel anuncio de Jesús. Sabían que los fariseos le hacían la guerra, y que los sacerdotes y doctores de la ley se habían situado frente y contra Jesús. Pero lo habían visto salir siempre airoso, y que no le ganaban en palabras y en razones. De ahí a una persecución de muerte, hasta ser ejecutado, había un abismo para ellos que no podían comprender que Jesús dijera ahora lo que estaba afirmando.
          Los demás se retrajeron, casi como quien no quiere escuchar. Pero Pedro se lanzó de frente y se llevó a Jesús aparte para corregirlo e increparlo. Pedro se había puesto bravo. No se tragaba aquello y quería que Jesús se desdijese de lo dicho.
          Jesús se volvió de cara a los discípulos e increpó a Pedro con palabras muy duras: Apártate de mí, Satanás ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
          Esa palabra: “Apártate, Satanás” es la misma que los evangelios nos trasmiten en las tentaciones del desierto como respuesta de Jesús al demonio. Y es que lo de las tentaciones aquellas no expresaban unos hechos sino una realidad vivida por Jesús a los largo de su vida. Y la tentación directa y abierta, que pretende apartar a Jesús de su misión, mesiánica, recibida de Dios, es la que le llega de parte de un amigo y precisamente en razón de ese amor que Pedro tenía a Jesús. La tentación más verdadera es la que no se presenta como tentación sino revestida con razones falsas y bajo capa de bien. ¿Qué quería Pedro para Jesús? –Lo mejor, sin duda. Interpreta que aquel anuncio que Jesús ha hecho no es lo mejor. Y pretende apartarlo de ello. Esa es la auténtica tentación. Por eso Jesús reacciona tan fuertemente, atribuyendo aquello al mismo Satanás, que ha venido a presentarse en la realidad del amigo.
          Lo que es curioso es que no hay en ninguno una referencia al anuncio de resurrección. ¡Es que, ofuscados por lo otro, ni le han prestado oídos! Esa parte siempre se queda oculta en los diferentes anuncios de pasión, que siempre concluyen –por parte de Cristo- en el anuncio del tercer día y la resurrección. Pero cuando llegaba esa parte, ya habían bloqueado la mente con el rechazo instintivo de la pasión.
          No nos extrañe. Esto es una realidad de la vida diaria. Nos asusta el sufrimiento  de tal manera que parece que se oscurece y eclipsa la esperanza. Sin embargo en el mensaje de Jesús hay un final triunfador que debe levantar el ánimo y las fuerzas, y abrirnos a una realidad superior que se da en la resurrección que nos espera, y que nos ganó Jesucristo con su pasión y muerte y su propia resurrección.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por su comentario tan acertado que nos anima y llena de esperanza con subrayar la parte final de la resurrección.

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