domingo, 10 de febrero de 2019

10 febrero: La vocación


LITURGIA
                      La 1ª lectura, con la vocación de Isaías (6,1-2.3-8) nos prepara el terreno para presentarnos la vocación expresa de los primeros discípulos del Señor. Isaías tiene la visión de los ángeles que están junto al trono de Dios y cantan el cántico de alabanza. Y él se siente muy pequeño y admirado de aquella visión, casi con el temor sagrado de haberlo presenciado. Entonces uno de los serafines toca sus labios con unas brasas, tomadas del fuego del altar, y le dice que ha quedado purificado de sus culpas. Una voz del Señor llega hasta el profeta preguntando: ¿A quién enviaré? A lo que Isaías responde decididamente: Aquí estoy; mándame. Nos expresa, pues, la disponibilidad ante la llamada de Dios.

          En el evangelio de Lucas (5,1-11) tenemos la vocación de los primeros discípulos. Lo primero que llama la atención es la sencillez de la escena. Aquí no hay visiones, ni ángeles, ni brasas encendidas. Es más: Jesús no pregunta. Todo se desarrolla en una sencillez y formas muy humanas, muy cercanas. Jesús va por la playa rodeado de gente que le busca para escucharlo. Jesús ve dos barcas junto a la playa, y se sube a una de ellas para desde allí hablar a la gente. La barca era de Andrés y Simón, quienes sienten que deben acudir allí por si quiere algo el predicador. En efecto Jesús quiere que aparten un poco de tierra la barca para desde allí dirigirse a los oyentes.
          Y cuando ha acabado sus enseñanzas, les pide a los dos pescadores que se adentren un poco en el mar…, y luego –ya apartado de tierra- les dice que echen las redes para pescar. Aquí Simón muestra sus conocimientos del mar y advierte a Jesús que no hay pesca ese día; que han estado bregando toda la noche y que no han pescado nada. Pero con todo, si es el gusto de Jesús ver cómo se echa la red, la echarán…
          La sorpresa y la admiración de aquellos hombres es que sí pescaron, y que la pesca fue tan abundante que tuvieron que pedir ayuda a los compañeros de la otra barca, para poder sacar la red y cargar aquella tan grande cantidad de peces. Mientras estuvo Simón en aquella faena, no hizo otra cosa que recoger la pesca. Pero cuando hubieron llenado las barcas, Simón se da cuenta de lo que ha ocurrido y reacciona echándose a los pies de Jesús y diciéndole: Apártate de mí, que soy un pobre pescador. Tú eres demasiado grande; yo soy muy pequeño. Déjame vivir con mi barca y mi pesca (o no pesca cuando no hay) pero apártate de mí.
          Ya era demasiado tarde: ya había entrado Jesús en la vida de aquellos hombres, y no se iba de allí sin más. Y con expresión de cercanía y bondadosamente, le responde: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Ahí estaba la llamada. Jesús había entrado en sus vidas y contaba con ellos. Y ellos, en un alarde de fe en el Maestro aquel, sacan la barca a tierra y dejándolo todo, le siguieron. Esa es la manera de respuesta que le gusta a Jesús; la forma que dice todo en lo que es una llamada del Señor: en ese momento ya no ponen ellos las condiciones sino que de primeras lo dejan todo y se lanzan a aquella aventura inmensa de emprender una nueva vida, con una labor que ni entienden de momento, pero que se la ha manifestado el Señor: serán pescadores hombres.

          En la 2ª lectura (1Cor.15,1-11) tenemos la base de toda enseñanza cristiana, en un documento de enorme importancia porque sintetiza en las menos palabras posibles el fondo de la fe. Lo que Pablo comunica a sus fieles es lo que él mismo ha recibido como base y fundamento: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que eso no es una fábula ni una invención fantástica sino  que se apareció a Cefas, más tarde a los Doce. Y para que quedara bien claro que no eran invenciones interesadas de los discípulos,  después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía y pueden testificarlo. Después se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me también apareció a mí. Pues bien: tanto ellos como yo esto es lo que predicamos, esto es en lo que habéis creído.
          Ésta es nuestra fe. No nos hemos ido detrás de una quimera. Estamos bien fundamentados. La misma Escritura que le llegó a Pablo, nos llega a nosotros.
          Cada uno de nosotros tiene una vocación o misión a la que le llama el Señor y a la que hemos de ir respondiendo en la vida. Lo que es menester es ser muy fiel y decidido en dar respuesta leal a esas llamadas. La EUCARISTÍA es la palanca para darle esa respuesta a Él.




          Con la palabra de Isaías te decimos: “Aquí estoy, mándame”.

-         Que sepamos corresponder con fidelidad a la vocación a la que el Señor nos llama. Roguemos al Señor.

-         Pidamos con insistencia por la vocación de los jóvenes al servicio de Dios. Roguemos al Señor

-         Porque los esposos sean fieles a su vocación de casados. Roguemos al Señor.

-         Para que nuestra vocación cristiana, adquirida en el Bautismo se consolide y ahonde con la participación en la Eucaristía. Roguemos al Señor


          Da, Señor, a cada uno la luz y la fuerza de decisión necesarias para vivir su vida de acuerdo a la vocación a que hemos sido llamados.
          Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!