sábado, 23 de febrero de 2019

23 febrero: Vieron a Jesús solo


LITURGIA
                      Hoy sábado aprovecha la liturgia el día para hacer una síntesis de  personajes bíblicos que fueron importantes por su fe. (Hb. 11,1-7), entre los que cita a Abel, que agradó a Dios con su oblación, y a Noé, obediente, que se refugió en el arca durante el diluvio. Todo va orientado a exhortar a vivir colgados de la fe en la salvación que viene por Jesucristo, y que es la que salva. Y no por meritos humanos, que no justifican, porque no son las obras humanas las que pueden obtener la salvación ni las que hacen santos. Los santos son los que responden a la llamada de Jesucristo, y viven de acuerdo a la vida que mostró Jesucristo.

          En el evangelio (Mc.9,1-12) venimos de dos momentos difíciles: la reprensión de Jesús a Pedro: Apártate, Satanás; tus pensamientos no son los de Dios, y a continuación Jesucristo que aplica su propio padecer –anunciado a los apóstoles, que se han escandalizado- en los principios de vida que hemos de seguir los que queremos seguir a Jesucristo: negarse a sí mismo, tomar la cruz, perder la vida. Evidentemente todo esto se le hacía muy nuevo y muy duro a los Doce.
          Por eso ahora Jesús quiere presentar la visión completa de su vida, y toma a Pedro, Santiago y Juan y se los lleva consigo a una montaña alta, allí donde quedan separados del tumulto de los pensamientos. Y ante ellos se transfigura, quedando brillante y con los vestidos de un blanco deslumbrador.
          Junto a Jesús aparecen ahora a los ojos de los tres discípulos Moisés (el Patriarca que representa la Ley) y Elías, el Profeta que enseña la verdad de Dios. Ambos conversan con Jesús.
          Pedro se siente muy a gusto en aquella situación, y viene a proponerle a Jesús una salida muy airosa (es decir: sin cruz y sin pasión): Aquí se está divinamente. Vamos a hacer tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para ti. Está dispuesto a quedarse a la intemperie con los otros dos, pero al fin y al cabo sin el mensaje de un mesianismo que padece.
          En eso, una nube los cubre. Para un israelita ese fenómeno hablaba de la presencia de Dios. Y en efecto, Dios habla desde la nube a aquellos hombres asustados, y dice: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. Los tres cayeron de bruces al suelo, como cubriéndose de la presencia de Dios.
          Y pasó el momento y levantaron los ojos, todavía temerosos, y vinieron a encontrarse con la realidad de todos los días: ni está Moisés, ni está Elías, ni hay nube, ni Jesús está luminoso. Vieron a Jesús solo.
          Ya estaba dada la lección. El Mesías, el que va a padecer a manos de los enemigos, es el Hijo de Dios que aparece lleno de luz, y por otra parte es el Jesús de siempre: Jesús solo. La luz brillante vendrá más adelante, pero cuando haya resucitado de entre los muertos, que es cuando podrán los tres discípulos dar fe de este momento que han vivido, pues así se lo mandó el Maestro. Todavía no entienden lo que significa eso de “resucitar de entre los muertos”. Pese a todo, siguen sin tragarse la realidad que Jesús les ha anunciado.
          ¡Qué trabajo les costó comprender esa lección! De hecho cuando llega la Pasión, ellos siguen sin estar preparados para vivir ese trance, y se dispersan y tira cada uno por su sitio a refugiarse de la que estaba cayendo. Y llega la resurrección y no lo creen.
          Nosotros somos capaces de extrañarnos de aquella incredulidad… Pero ¿qué nos pasa a nosotros cuando nos toca alguna parte del cáliz de la pasión? Con dificultad nos resignamos a padecer. Y sin embargo es parte de esa cruz personal que nos ha tocado vivir, y a la que hemos de aceptar con esperanza y fe, porque sabemos perfectamente que el dolor no es la última palabra de la vida. Y sin embargo, luchamos contra la cruz los años enteros, y por el temor de ser desdichados, permanecemos siempre miserables.
          La transfiguración ha llegado para abrirnos a la visión completa de la vida en plano de fe, para no sufrir escándalo ante la cruz y para escuchar a Cristo, Hijo predilecto de Dios, cuando nos llega la contrariedad y a través de ella nos hace participes de su misma vida, pasión, muerte y resurrección. Ahora podemos comprender mejor la lección que nos dejaba ayer la lectura, en la que Jesús nos afirmaba la necesidad de negarnos a nosotros mismos, dejar a un lado el propio yo, y tomar la cruz, para poder seguir a Jesús, que es finalmente el objetivo. Como dice San Ignacio: para que sirviéndole en la pena, le sirvamos también en la gloria.

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