lunes, 11 de febrero de 2019

11 febrero: Dios Creador


LITURGIA
                      Comienza esta semana la lectura del Génesis. Y en ella, por su orden, la narración de la Creación. Es un relato de una simplicidad atractiva por su ingenuidad, y que naturalmente es pura fantasía del hagiógrafo, puesto que nadie estaba allí para poder dar fe de ese proceso. Pero, por lo mismo, una descripción preciosa para comunicarnos una verdad incontrovertible: que cuanto existe fue hecho por Dios y que sin él no ha hecho nada de lo que existe.
          El comienzo es maravilloso para describirnos la NADA: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. “Al principio”: es decir, antes de esa primera afirmación, no había nada. La primera acción de Dios es crear esos dos mundos: el de arriba y el de abajo. La tierra era un caos informe. Maravillosa manera de decir la carencia de todo. La faz del abismo, tiniebla. En expresión sintética, sin verbo, está dicho todo. Una faz que no tenía figura alguna: ¡tiniebla!
          Sobre esa NADA se cernía el Aliento de Dios, para dar la vida. Y entonces es cuando dice Dios: Que exista la luz. Y la luz existió. Entonces, cuando Dios pronuncia la palabra que da vida, empieza a existir la primera manifestación de “algo”. Y ese algo es la luz, el resplandor. Y vio Dios que era bueno. Frase que se repetirá detrás de cada “día”, para que quede claro que de Dios no viene nada que esté mal. Cuanto hizo Dios, era BUENO. Y tenemos como primera creación la luz, a la que llama “día”, separada de la tiniebla, a la que llama  “noche.”
          El segundo “día” va a ser la descripción de la bóveda celeste, que es como el autor concibió el mundo, separado de “abajo”. Algo estático. Agua abajo y agua arriba. Cielo y Tierra, bajo el mandato directo de Dios.
          El tercer “día” manda Dios que se separen las aguas de abajo de la tierra firme, y surgen los continentes... Y vio Dios que era bueno. De la tierra firme manda Dios que haya vegetación: que verdee la tierra hierba verde, que engendre semilla, y árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra.
          Y el cuarto día es ya la creación del Sol, la Luna y las estrellas. Luminarias en la bóveda del cielo, que presidan el día y la noche. Dios manda y las luminarias son hechas bajo esa palabra creadora. Y vio que era bueno.
          Salta a la vista la simplicidad de la descripción que, por otra parte, es elocuente para decir lo que el autor quiere trasmitirnos. Fuera de Dios no había nada. No había energía. No había masa previa. Sin el mandato de Dios, no había nada en la existencia. Y cuanto después existió, salió virgen y bueno de las manos de Dios.

          Mc.6,53-56: ha omitido dos hechos: la multiplicación de los panes y peces y la tempestad en el Lago. Jesús ya ha subido a la barca y junto a sus discípulos atracan en la otra orilla, Apenas desembarcaron, algunos lo reconocieron. Jesús recorría la comarca y le salían al encuentro con las camillas de los enfermos, a los que Jesús curaba. Y le rogaban que siquiera dejase que le tocasen el filo del manto, y cuantos lo tocaban, se ponían sanos.
          Una narración muy breve que, en pocas palabras, nos repite lo que tenemos recientemente visto: la atracción que ejerce Jesús, y su poder de curación en virtud de la fe de aquellos, que quieren siquiera contactar con él aunque sólo sea rozando el vestido de Jesús.
          El hecho es tocar. Y TOCAR. No sólo tocar como un fanatismo exterior, sino tocar con la fe, con la confianza, con la certeza de que Jesús trasmite vida y salud.
          La fe popular es así. Lo tenemos más que visto. La gente necesita “tocar”. Le es como una seguridad de llegar a lo profundo y misterioso. Tocar por fuera pero en su fuero interno es tocar lo interior, tocar el alma, llegar a los sentimientos, crear una relación.
          Como en todas las cosas, puede haber fanatismos y crear una superstición sobre ese toque, sin que haya nada más dentro de la persona. Es como esa costumbre de encender velas para mostrar una solidaridad y “unión” con la persona que ha padecido. Para muchos la vela es una oración. Es un símbolo de algo –la llama- que mira como una flecha al cielo. Hay algo de trascendencia. Para otros es un ritual meramente humano, sin sentido de elevación a niveles trascendentes que hablen de algo espiritual.
          Por eso en todas las manifestaciones populares hay que ir al fondo del sentido que le da la persona. Y en el fondo, posiblemente, sin saberlo, están trascendiendo lo material y están expresando una forma primitiva de fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!