lunes, 25 de febrero de 2019

25 febrero: Creo, pero aumenta mi fe


LITURGIA
                      La bajada del monte de la transfiguración resultó accidentada. Llegaba Jesús y los tres testigos del Monte y se encontraron con un revuelo de gentes alrededor de sus otros discípulos, y a unos escribas discutiendo con ellos. (Mc.9,13-28).
          Jesús les preguntó a las gentes: ¿De qué discutís? Y uno de entre la gente le responde: Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu malo que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Aunque para aquel tiempo, todo lo que caía fuera de la ciencia del momento era ya un “espíritu”, la verdad es que la descripción detallada que ha hecho el padre, está indicando claramente un enfermo epiléptico, con ataques agudos de epilepsia.
          El hombre angustiado le dice a Jesús que se lo ha traído a sus discípulos y los discípulos no han podido hacer nada.
          El párrafo que viene a continuación es dudosamente original porque resulta un tanto extraño en boca de Jesús. ¿A quién se dirige Jesús con su queja: ¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros?
¿Al padre del enfermo? –No es lógico porque precisamente el hombre ha venido con fe a buscar solución en los discípulos de Jesús. ¿Porqué ha dicho que tus discípulos no han podido? No es más que una constatación del hecho. Ni es una queja. ¿Y por qué iba Jesús a decirle a eso: “gente sin fe; ¿hasta cuándo os soportaré” ¿A quién no puede soportar? ¿A los apóstoles que no han podido? -La verdad es que parecen unas frases fuera de contexto, fruto de una interpolación de algún copista. Quizás a los escribas que discutían… Pero tampoco pega mucho ahí la indignación de Jesús hasta tal grado.
          Lo que queda en pie es la invitación de Jesús sobre el niño enfermo: -Traédmelo. Se lo llevaron y lo pusieron delante de Jesús. Y en ese preciso momento tuvo el ataque, atribuido al demonio que se encuentra ante Jesús y reacciona violentamente: cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. Mientras lo sujetaban para que no se golpeara contra el suelo, Jesús pregunta al padre: “desde cuando le sucede esto”. Y el padre responde que desde pequeño. Y muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Le llamó la atención a Jesús aquella forma de pedir, aunque comprendió la ofuscación del buen padre que veía a su hijo en tan malas condiciones.
          Jesús le pregunta con cierto grado de corrección: -¿Si puedes? La verdad es que Jesús atribuía siempre sus milagros a la fe de los que venían a él. Y entonces corrigió el modo de aquel padre, y le devolvió la razón de “poder”: Todo es posible al que cree. El padre responde con mucha humildad y sencillez: Yo creo, tengo fe. Pero dudo. ¡Ayúdame!
          Jesús vio que la gente se había ido arremolinando alrededor de aquella escena, y siguiendo el esquema de la gente, increpó al mal espíritu para que saliera: Vete y y no vuelvas a entrar en él. Y nos sigue el relato metiendo en esa mentalidad para seguir el juego de la creencia popular, y dice que gritando y sacudiéndolo violentamente, salió del niño. El niño quedó tieso, inmóvil, como un cadáver, de tal manera que le gente pensó que había muerto. Pero Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie. Estaba consumada la obra sanadora de Jesús. Del niño y de su  padre ya no dice más el texto.
          Sí dice de los apóstoles que estaban extrañados de no haber podido ellos echar ese demonio, cuando en otros momentos se les había dado la potestad. Posiblemente un poco heridos en su amor propio, cuando llegaron a la casa, preguntaron a Jesús: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?
          Jesús contestó: Hay un género que solo puede salir con oración. Algunos códices añaden: y ayuno. Pero las traducciones actuales han  suprimido ese final. Deja, pues, Jesús la fuerza en la oración, en el modo de esa oración, en la fuerza de la fe en esa oración. Prevalece la palabra de Jesús: todo es posible al que cree. Quizás nosotros tengamos también que orar con la humildad de aquel padre, que reconoce que su fe es débil y que necesita ser ayudado a creer.
                 
          La 1ª lectura está tomada del Eclesiastés (1,1-10) y es un canto a la sabiduría, esa sabiduría que está tratada en la Biblia de tal manera que unas veces es la Sabiduría increada (Dios), y otras la manera de pensar y sentir y vivir que acerca al modo de ser de Dios, es decir, la sabiduría creada e infundida en los hombres por la gracia de Dios.

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