LITURGIA
Continúa la narración del Génesis (1,20 a 2,4)
con la Creación. Lo que llama la atención es el orden en que se van produciendo
las cosas. Cada creación sustenta la siguiente: aires y mares antes de las
plantas y los frutales. Luego, los animales que ya tienen cómo alimentarse
(“día” 5º), lo que hace que Dios pueda decir en cada paso que estaba bien hecho, o que era bueno. Y ahora, cuando la tierra es
habitable, cuando ya se ha preparado el ‘hábitat’, surge la creación del
hombre.
Hasta ahora el mandato de Dios ha sido impersonal: “pululen
las aguas vivientes, y “vuelen” los pájaros sobre la tierra firme; “produzca” la tierra vivientes según sus
especies. Pero cuando llega el momento de poner al hombre en la existencia,
adquiere el lenguaje una forma personal y mayestática: Hagamos al hombre. Y no como las otras
creaciones, sino a nuestra imagen y semejanza. Por supuesto en lo espiritual, en
la dignidad que debe ser propia de la especie humana, en la riqueza de hombre y
mujer, abarcando así características de semejanza con Dios, que lo es todo: creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios
lo creó, hombre y mujer los creó.
Aquella era la filigrana de Dios. Por eso los bendijo Dios, y les dijo: creced y
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad las especies del mar, las
aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra, y todos los
árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento, y a todas las
aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la
hierba verde le servirá de alimento. Y así fue. Dios se está gozando en la
obra que ha hecho. Y como parándose en perspectiva, y ya con el hombre y la
mujer en escena, vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Y ahora, cuando está concluida la obra, Dios descansó.
Habría diversos detalles a comentar: alguien echará de
menos la descripción de la creación de la mujer. Es que hay en el Génesis dos
relatos, uno a continuación del otro: el sacerdotal y el yhavista. Y aquí hemos
tenido de momento uno de ellos. Ya vendrá el otro.
Otro detalle: el autor quiere reflejar en la obra de Dios
un modelo para el trabajo humano: y tras los “seis días” (de la semana), ha de
venir un día de descanso. Y eso está recogido ya en el relato que hemos tenido
entre manos.
Hemos llegado en el evangelio a Mc.7 (1-13), que con el
próximo, encierra una de las páginas más elocuentes en la enseñanza cristiana.
Los fariseos se escandalizan de que los discípulos de Jesús coman con “manos impuras” (aclara el
evangelista el término, según la mentalidad farisaica: es decir, sin lavarse las manos. Y no se trata de higiene, sino de
los lavatorios rituales, como nos explica el autor en los renglones siguientes:
Los fariseos, como los demás judíos no
comen sin lavarse antes las manos, restregando
bien (o “hasta el codo”), aferrándose
a las tradiciones de los mayores, y al volver de la plaza, no comen sin lavarse
antes, y se aferran a otras tradiciones de lavar vasos, jarras y ollas).
Nos ha dejado descrito muy intencionadamente el evangelista que aquí no se
trata de lavarse las manos sino de exageraciones rituales que se han ido
inflando de padres a hijos, Y concluye: según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: ¿Por qué tus
discípulos comen con manos impuras y no siguen las tradiciones de los mayores?
Jesús les contestó con indignación: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas: ‘Este pueblo me honra
con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición
de los mayores’.
Y les pone un caso concreto que ellos han inventado contra
la ley de Dios. La Ley de Dios dice: honrarás a tu padre y a tu madre, y el que
maldiga a su padre y a su madre tiene pena de muerte. Y vosotros habéis
inventado que si un hijo declara que sus bienes los ha consagrado al templo, ya
no puede hacer nada por sus padres.
Y abarcando tantos y tantos detalles como albergaban en sus
centenares de preceptos, concluye Jesús con una expresión que, al final, nos
debe hacer pensar y reflexionar a todos: Y como ésta, hacéis muchas cosas.
Y no estaría de más examinar determinados detalles de
devociones particulares, que más de una vez se quedan en lo superficial y
superfluo, con lo que se queda uno “tranquilizado”, pero han olvidado la
Confesión, la Comunión, la Misa, las vigilias de Cuaresma, los diez
mandamientos, el evangelio, la caridad con el prójimo, empezando por los mismos
familiares o cercanos.
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