viernes, 31 de marzo de 2017

31 marzo: LOS IMPÍOS

Liturgia
          Podríamos leer este párrafo del libro de la Sabiduría (2,1. 12-22) desde una perspectiva actual. Hoy existen evidentemente los poderes del mal, perfectamente tramados y organizados para destruir  los valores fundamentales sobre los que puede vivir una sociedad bien constituida. Repitiendo algo que dije hace unos días, hemos ido asistiendo a la demolición de la familia (el respeto a los padres), de la Escuela (la autoridad moral del Maestro), de la Patria, del Ejército como institución garante de la soberanía de un pueblo, de las Leyes (cada cual acepta las que le interesan y rechaza las que no les va a sus planes). Quedaba un bastión en el pueblo que era la Religión. Contra ese valor innato en la persona, que de una u otra manera rinde culto a algo o alguien, se han creado ídolos de muy diverso calibre y pelaje. Se ha dirigido toda la artillería contra la Iglesia Católica que era el centro visible de esa religión. Y finalmente se ha envenenado al pueblo mal formado contra la idea de Dios, que sistemáticamente se le ha ido arrebatando a la niñez para rematarlo en una Universidad tendenciosa donde se enseña menos lo que construye que lo que destruye, para dejar a Dios fuera de la vida de ese “pueblo culto”. Por el contrario se han fomentado ideologías que crean odios, basadas muchas veces sobre fundamentos falsos, manipulados, para arrasar todo vestigio de valor permanente. Así, esas mafias de la maldad pueden manejar como borreguitos a las masas carentes de ideas personales y de puntos de apoyo para defenderse de la manipulación política. A la cultura sucede la zafiedad, a las buenas formas la falta de educación, a la autoridad la violencia, a la Religión los múltiples rituales de las concentraciones populares, a Dios por cualquier personaje de la vida social que sea fácilmente defenestrable y cambiable por otro ídolo de turno.
          Dijeron los impíos. Así comienza el texto. Ya sabemos quienes protagonizan. Razonando equivocadamente: por lo mismo, no razonando sino dejándose llevar de sus pasiones e intereses. [Echemos una mirada al mundo que nos vienen presentando en los noticieros diversos, y veremos reflejado este versículo del texto de hoy]. Y observemos las malas intenciones de entrada: Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de ‘Hijo del Señor’. Es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima. Lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras. Declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por Padre a Dios. Motivación del ataque de los impíos: un complejo de inferioridad y de mala conciencia por el que se sienten ellos atacados donde los otros –los justos- no se han metido con nadie. Nos resulta incómodo…, sólo verlos da grima. Ellos se la guisan y ellos se la comen, pensando que los justos los consideran de mala ley. ¿Será por algo que llevan dentro y que realmente tienen mala conciencia?
          Reacción que tienen: Lo someteremos a la prueba de la afrenta y de la tortura, lo condenaremos a muerte ignominiosa. Así discurren y se engañan porque les ciega su maldad.
          Evidentemente el texto es un anticipo mesiánico y nos está adelantando los misterios de la Pasión (mera consecuencia de la persecución en vida). Todo lo que ahí está adelantado proféticamente, se cumple en Jesucristo. Pero ¿verdad que leído en clave de la vida actual y de la posición que sufrimos los creyentes católicos, nos toca bien directo? Y refleja bien el panorama de la sociedad en la que estamos.

          En San Juan 7, 1-2.10. 25-30 nos ha compuesto la liturgia una lectura en la que Jesús está padeciendo esa persecución. Por eso se presenta de incógnito en la fiesta, sin pretender otra cosa que vivir su sentido religioso, cuando es descubierto por algunos que ven que al que querían matar está allí sin aspavientos. Habla abiertamente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero de éste sabemos de dónde viene y cuando llegue el Mesías no sabremos de dónde viene.
          Ahí Jesús levanta la voz: sabéis de dónde vengo. Sin embargo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. Yo lo conozco porque procedo de él. Y ahí “los impíos” pretenden agarrarlo porque no quieren conocer la verdad y se aferran a sus ideas. Lo que pasa es no ha llegado su hora todavía y por eso las maquinaciones contra Jesús no dan resultado.

         Nos acercamos a la semana santa y se va preparando el terreno.

jueves, 30 de marzo de 2017

ZENIT 30: Señor, Tú me esperas

No dejarse esclavizar por los falsos ídolos y no vivir de idolatría, porque Dios nos ama como un padre y nos espera siempre. Lo subrayó el papa Francisco en su homilía de la misa la Casa de Santa Marta, centrada en el amor de Dios hacia su pueblo, a pesar de las tentaciones por fantasías y realidades ilusorias.
Al comentar la Primera Lectura, indicó que “nos hará bien preguntarnos si nos alejamos del Señor para seguir a los ídolos y la mundanidad”. El pueblo “no tuvo paciencia para esperar a Dios” durante tan sólo cuarenta días. Hicieron un becerro de oro. Un dios “para divertirse” y se “olvidaron de Dios, que los ha salvado”, indicó.
“Olvidar a Dios que nos ha creado, que nos hizo crecer, que nos ha acompañado en la vida: ésta es la desilusión de Dios. Y tantas veces en el Evangelio, Jesús en las Parábolas, habla de aquel hombre que prepara una viña y después fracasa, porque los obreros querían tomarla para ellos. En el corazón del hombre, ¡está siempre esta inquietud! No está satisfecho de Dios, del su amor fiel. El corazón del hombre está orientado siempre hacia la infidelidad. Y ésta es la tentación” dijo.
De modo que Dios, “por medio de un profeta, reprocha a este pueblo” que “no tiene constancia, no sabe esperar, se ha pervertido”, se aleja del Dios verdadero y busca a otro dios:
“También nosotros somos pueblo de Dios y conocemos bien cómo es nuestro corazón, y cada día debemos retomar el camino para no resbalar lentamente hacia los ídolos, hacia las fantasías, hacia la mundanidad, hacia la infidelidad.
En Cuaresma preguntémonos “¿Cuántos ídolos tengo que no soy capaz de quitarme de encima, que me esclavizan? Esa idolatría que tenemos dentro… Y Dios llora por mí”. “Pensemos hoy en esta decepción de Dios que nos ha hecho por amor, mientras nosotros vamos a buscar amor, bienestar, queremos pasarla bien en otras partes y no en el amor de Él. Nos alejamos de este Dios que nos ha creado. Y este es un pensamiento de Cuaresma. Nos hará bien”.
Invitó a hacer todos los días; un pequeño examen de conciencia: ‘Señor, tú que has tenido tantos sueños sobre mí, yo sé que me he alejado, pero dime dónde, cómo, para volver…’. Y la sorpresa será que Él siempre nos espera, como el padre del hijo pródigo, que lo vio llegar desde lejos, porque lo esperaba”.

30 marzo: Oración de intercesión

Liturgia
          Dos temas concentra hoy la lectura del Éxodo (32,7-14): de una parte Dios se ha disgustado con aquella actitud del pueblo que se ha pervertido en lo que más puede llegar al corazón de Dios: se ha hecho una imagen de Dios, cosa que expresamente Dios les había prohibido. Y están adorando a aquel toro tallado con el oro y demás metales preciosos que habían sacado de Egipto. Dios le dice a Moisés: Déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo. ¡Dios le dice a Moisés: “Déjame”…!, como si Dios necesitara el permiso de Moisés.
          Y es que Dios ha querido hacerlo así. Tiene tal fuerza la oración y la intercesión, y tiene tal fuerza la honradez de aquel hombre volcado siempre en el servicio de Dios y en hacer su voluntad, que Dios encuentra un obstáculo para realizar aquella obra de exterminio del pueblo idólatra. Hay quien ha llamado a la oración: la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Dios se ha hecho “débil” ante la súplica del hombre, con esa debilidad que demuestra precisamente su gran fortaleza, porque ha dejado todo en manos de la misericordia.
          Moisés, el hombre que hablaba cara a cara con Dios, lo sabe. Ha tenido ya muchas pruebas de ese “punto flaco” de Dios y se planta delante de él para razonarle intercediendo por aquel pueblo: ¿Por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con mano poderosa? Y con su picardía –estamos hablando todo esto al modo que podemos expresarlo los hombres en nuestro lenguaje- “tienta a Dios” y le pone delante que “va a quedar mal ante los egipcios” porque van a deducir que los sacó pero fue con mala intención de hacerlos perecer en las montañas hasta exterminarlos de la tierra. Aleja, pues, el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza, acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac, a quienes juraste: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo… Moisés “ha comprometido a Dios”. Lo ha puesto (seguimos en nuestro torpe lenguaje para expresar cosas sublimes) ante sí mismo, para que Dios siga siendo Dios y no reaccione al modo humano. Al final nos dice el texto sagrado: Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
          Para la pedagogía cuaresmal tenemos, pues, dos temas en esa lectura: Dios no es impasible ante la infidelidad humana y “se irrita” y “sufre” ante la actitud de la persona que no ha puesto a Dios sobre todas las cosas.
          Pero cuando ha sucedido esa penosa situación, ante Dios nos queda el resorte de la oración, la súplica en confianza, el poner a Dios ante sí mismo y “recordarle” su infinita misericordia y cómo la historia de Dios con su pueblo es un alarde de grandezas del corazón de Dios que se hace “débil” para expresar así su fuerza amorosa de su compasión por la pobre criatura humana.

          Seguimos hoy con San Juan (5,31-45) y empiezo como concluí ayer: esto no es para comentarlo sino para pensarlo, para ir desgranando las frases e ir buscando lo que en ellas me va resonando. Muchas veces una manera de oración es repetir  la misma frase y repetirla mientras dice algo y resuena en el alma de la persona orante: Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí. A aquellos oyentes, sordos a la palabra de Jesús, les llama él la atención de que no queréis venir a mí para tener vida. Pues que no sea esa la queja de Jesús con nosotros: vamos a su evangelio y queremos captar la vida que nos comunica la fuerza de la Palabra, que es la fuerza de Jesucristo que nos habla desde su misma persona.
          Y Jesús les hace caer en la cuenta de que él no va a ser quien eche en cara de ese pueblo su negativa a conocer la verdad que Jesús trae. Va a ser Moisés, el hombre recto y amigo de Dios, el que supo llegar al corazón de Dios para apartar el castigo, pero que si ahora apareciera en este momento de la vida en que Jesús ha venido con la plenitud de los tiempos, sería el mismo Moisés quien acusaría de dureza de pensamiento y de cerviz al pueblo que no lo quiere acoger.

          También nos toca pensar, porque han pasado 20 siglos desde entonces y el nuevo pueblo se ha desviado escandalosamente del camino de Jesús. La Cuaresma no es bastante para que un grupo de personas se abra a la gracia y mejore su conducta. Pero ¿y los demás? Los medios de comunicación nos hablan profusamente del Ramadán. ¿Han escuchado en esos mismos medios muchas alusiones a la Cuaresma cristiana?

miércoles, 29 de marzo de 2017

29 marzo: Protección de los civiles

La protección de los civiles en Irak es un “deber imperativo y urgente”. Este es el llamado del papa Francisco en la audiencia del 29 de marzo, el día después de la masacre de civiles en la ciudad de Mosul debido a los bombardeos, y en presencia en la Plaza de San Pedro, de una delegación iraquí interreligosa.
“Tengo la alegría de saludar a la delegación de responsables iraquíes compuesta por representantes de diversos grupos religiosos, acompañados por el cardenal Tauran, presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso”, dijo el papa Francisco en italiano al término de la audiencia.
Y realizó un llamado en favor de la población civil acorralada en Mosul, entre el frente de los terroristas y el de la armada iraquí.
“Mi pensamiento va a la población civil atrapadas en los barrios occidentales de Mosul y a los desplazados por causa de la guerra, a los quales me siento unido en el sufrimiento, a través de la oración y la proximidad espiritual. Expreso un profundo dolor por las víctimas del sangriento conflicto y renuevo a todos el llamado a empeñar a sus fuerzas en la protección de los civiles, un deber imperativo y urgente”.
El Papa ha pedido un futuro de reconciliación en Irak: “La riqueza de la querida nación iraquí tiene en este mosaico que representa la unidad en la diversidad, la fuerza en la unión, la prosperidad en la harmonía.
Queridos hermanos, les animo a proseguir vuestro camino y los invito a rezar para que Irak encuentre en la reconciliación y en la armonía entre sus diversos componentes étnicos y religiosos, la paz, la unidad y la responsabilidad.
Desde el Vaticano, la agencia Fides, se ha hecho eco de esta situación: “Las masacres de civiles inocentes que están marcando las operaciones militares en curso para liberar Mosul de la ocupación de los yihadistas del Estado Islámico (Daesh) han causado “profundo dolor y consternación” entre la Iglesia caldea”.
Y precisa que en “un comunicado difundido por los canales oficiales del Patriarcado caldeo, se hace mención de al menos 500 víctimas inocentes caídas en los últimos días a causa de los combates, y se recuerda a todas las fuerzas militares que participan en la ofensiva por la liberación de Mosul que al menos respeten las normas y procedimientos reconocidos internacionalmente para reducir al mínimo la pérdida de vidas humanas en los conflictos”.
El mensaje, firmado por el patriarca caldeo Louis Raphael I Sako, termina invocando a Dios Todopoderoso para que “custodie Iraq y acelerar el retorno de la seguridad, la paz y la estabilidad”.
Este domingo 26 de marzo, el Ejército de Estados Unidos reconoció su responsabilidad en el ataque aéreo contra Mosul que el pasado 17 de marzo, en lugar de golpear posiciones yihadistas, causó la muerte de 150 civiles inocentes y de activistas de los derechos humanos, incluidas mujeres y niños”.
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29 marzo: La ternura de Dios

Liturgia
          Hoy nos presenta la liturgia la bendición que es Dios para su pueblo. Lo hace con múltiples imágenes y expresiones con las que nos deja un sentimiento gozoso en este paso cuaresmal, que –junto a esa parte penitencial que nos corresponde a nosotros- lleva en sí otra realidad consoladora, que es la misericordia del Señor.
          Is 49,8-15 nos trae la Palabra del Señor: en el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo. Cuaresma como “tiempo de gracia y día de salvación”. Que es un momento para restaurar el país, para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en las tinieblas: “Venid a la luz”. ¡Qué bien suenan esas expresiones como una definición de este ciclo litúrgico, aplicado a la realidad de lo que debe ser de forma concreta para cada uno de nosotros! No se ha cerrado la Cuaresma en el tema de lo que a nosotros nos toca hacer. Ha abierto su sentido a la maravillosa obra de Dios en nosotros, en la que él toma la iniciativa para bendecir y para ofrecer: Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas, no pasarán hambre, ni frío, ni sed, no les hará daño el bochorno del sol. Porque los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua.
          De ahí se traslada el profeta a una visión como quien está viendo llegar a los que llegan de lejos, y le produce una emoción profunda: Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo.
          Para acabar con una de las expresiones más tiernas de la Sagrada Escritura. Frente a la queja de algunos de que los ha abandonado el Señor, Dios pone en su Palabra la dulzura de su corazón: ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
          ¡Cuanta falta haría que esta Palabra resonara en el corazón de aquellos que se quejan al Señor, pensando que les olvida o que no los atiende! Puede ocurrir (ya es una aberración) que una madre se olvide de su hijo… Puede ocurrir (ya es un anti-natura) que una madre mate a su hijo… Pues bien: lo que nunca ocurrirá es que Dios se olvide de sus hijos.

          Hoy caemos en el evangelio de San Juan (5,17-30). Comienza con una afirmación que tiene mucha aplicación a lo que acabamos de expresar. Dios no ha creado el mundo y se ha ausentado de él. Si fuera así, el mundo desaparecería. Dios sigue trabajando este mundo con esa conservación con que él la sostiene en la palma de su mano, y cuida de sus hijos y actúa en forma maravillosa y misteriosa. Jesús también trabaja. Su obra es permanente desde la eficacia de su Palabra, sus gestos, sus sentimientos. Jesús sigue activo como el Padre.
          Es realmente esa MADRE que no se puede olvidar del hijo sino que lo cuida junto a su pecho, lo alimenta, le ayuda a desarrollarse, y JAMÁS lo va a abandonar: Seguirá trabajando siempre con la ternura propia de Dios, que Jesús secundará a través de su vida y obra.
          Llevaron muy a mal los judíos que llamara a Dios “su Padre” y tenían ganas de matarlo porque no sólo violaba el sábado sino porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
          Sin embargo Jesús hace una clara distinción (estamos en el evangelio de San Juan) entre lo que son su poderes en la tierra, y afirma que yo no puedo hacer nada por mí mismo. Es igual al Padre en su divinidad; mira al Padre y le consulta y actúa en su humanidad. Y hace una afirmación que también conforta (y a la vez da un mentís a quienes tienen tanto miedo al juicio de Dios. Y es que el Padre no juzga a nadie, y le da el poder de juzgar al Hijo. El Hijo es hombre, sabe  lo que hay en el hombre, conoce las debilidades del hombre y se compadece de ellas, como aparece tantas veces a través de los relatos evangélicos. De lo que demos o no demos, de lo que esta Cuaresma salga o no salga, será Jesús quien juzgue.


Me voy a permitir dejar el resto a la meditación personal de cada lector. San Juan es “menos explicable” porque su evangelio es de una sublimidad excepcional, y más vale que cada cual lea, medite, rumie, saque sus consecuencias.

martes, 28 de marzo de 2017

ZENIT 28: La amargura paraliza

Echarle la culpa al otro y vivir amargado porque uno se ha olvidado de la alegría del primer encuentro. Este fue el centro de la homilía del papa Francisco en la misa de este martes en la residencia Santa Marta en el Vaticano.
El Santo Padre parte del Evangelio del día, que narra la curación del paralítico por Jesús. Un hombre enfermo desde hacía 38 años en el borde de una pileta en Jerusalén, llamada en hebreo Betzatá y donde se decía que un ángel agitaba las aguas y los primeros que se sumergían en ellas quedaban curados.
Jesús le pregunta ¿Quieres curarte? Una palabra ante la cual los enfermos, ciegos, cojos, paralíticos habrían dicho: sí, Señor, sí.
“Pero este es un hombre extraño que le responde a Jesús: ‘Señor no tengo a nadie que me sumerja en la pileta cuando el agua se agita y mientras estoy por ir otro baja antes que yo. Una respuesta que contiene una queja.
Un hombre, observa el Papa, que es como un árbol plantado a lo largo de los cursos de agua del que habla el primer salmo: “pero tenía las raíces secas” y “a esas raíces no llegaba el agua”. O sea, una actitud de lamentarse, de hecharle la culpa a los otros. “Este es un pecado feo, el de la amargura”.
Este hombre, explica el Papa, está enfermo no tanto por la parálisis pero porque está amargado, que es peor que tener el corazón tibio. Está vivo porque vive, pero no tiene la alegría de ir hacia adelante, no tener ganas de hacer nada en la vida, haber perdido la memoria de la alegría”. Se ve el “resentimiento y la amargura en el corazón”.
Pero Jesús no lo reprende, sino que le dice: “Levántate, toma tu camilla y camina”. El paralítico se cura, pero  los doctores de la Ley le dicen que no es lícito cargar la camilla porque era sábado y le preguntan quién lo ha curado en este día: ‘Va contra el código, ese hombre no es de Dios’.
El Papa señala que el paralítico ni siquiera le dio las gracias a Jesús, ni siquiera le preguntó el nombre. La amargura, explica el Papa, es un pecado que paraliza, nos vuelve paralíticos. No nos deja caminar.
Hoy el Señor nos dice a cada uno: “Levántate, toma tu vida como viene, sea linda, fea o como sea, tomarla e ve hacia adelante. No tengas miedo, ve hacia adelante con tu camilla”. – Pero Señor, no es el último modelo…’ ¡Pero ve adelante!, con aquella camilla quizás fea, pero anda.
“¿Quieres curarte?, es la primera pregunta que hoy el Señor nos hace? ‘¡Sí Señor!’. ‘¡Levántate!’ Y si nosotros le decimos al Señor, ‘sí’, quiero sanarme. Sí Señor quiero levantarme, sabremos lo que es la alegría de la salvación”.

28 marzo: Agua vivificante

Liturgia
          Hoy se retoma en la liturgia el tema del Bautismo, al que se estaban preparando los neófitos que habían de recibir las aguas liberadoras en la Vigilia Pascual. El simbolismo de la piscina bautismal para el bautismo primitivo era el de una sepultura –en el agua-, de cuya “muerte” es liberado el neófito por la palabra de consagración que el celebrante pronunciaba sobre él. Y la salida de aquella piscina era una verdadera resurrección que nos identifica con la vida de Cristo y nos orienta ya a la resurrección: vivir una vida en adelante una vida de justicia y santidad. Cosa que supone emprender ahora la trayectoria de la vida de Jesucristo para repetir el consagrado su realidad cristiana o de identificación con la vida del Jesús. Lo que acabará en la muerte de la persona pero con ese signo de Luz encendida que expresa su destino triunfal y su llegada a los brazos de Dios. A él estaba dedicado en exclusiva por el Bautismo, de manera que no puede ya renunciarse a él sino a vivir acorde con un estilo que va marcado a fuego por el carácter bautismal, que indica la pertenencia de esa persona a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
          Con un bello simbolismo está expresada esa maravilla en la 1ª lectura: Ez 47,1-9. 12. Un agua que corre hacia Levante (el “lugar” que representa a Dios) y que va aumentando su caudal cada espacio, de modo que lo que era una pequeña acequia, cuya agua llegaba a los tobillos, se va haciendo más caudalosa hasta llegar a las rodillas, a la cintura y llegar a ser un inmenso torrente que ya no se puede vadear. El agua ha ido ganando terreno y se ha adueñado de la situación, mostrándonos así la riqueza de esa agua que purifica y que origina vida donde desemboca, incluido el mar de las aguas pútridas. El Bautismo es purificador, y limpia lo que encuentra a su paso.
          Así, al regreso por la orilla de aquel torrente, todo tiene vida, y vida excelente que se saborea como de variados árboles frutales y cosechas nuevas cada mes. Y es que aquellas aguas ya consagradas manan ahora del Santuario donde está Dios: su fruto es comestibles y sus hojas son medicinales. A esa experiencia son conducidos los neófitos que alcanzarán su objetivo como una vivencia intimísima de lo que es el triunfo esencial de la Resurrección de Jesucristo en la Vigilia, madre de todas las vigilias y punto de partida de nuestra fe.

          El evangelio de Jn 5,1-3. 5-16 nos lleva también al tema del agua sanadora de aquella piscina de los 5 pórticos donde había la tradición del torbellino que removía las aguas y que el primer enfermo que entraba entonces era curado de su enfermedad.
          Ya tenía así su referente “sobrenatural” por aquel poder curativo del agua. Pero quien realmente viene a sanar es Jesús, quien aparece por allí y viene a fijarse en un hombre al que se le debía reflejar en el rostro el sentimiento de desánimo por sus múltiples ocasiones en las que había pretendido entrar el primero en aquel torbellino, pero su parálisis le impedía la rapidez necesaria de movimientos. Humanamente no tenía mucha solución. Ni había nadie que se le prestara a ayudarle lanzándolo al agua, porque en un sitio de esos prevalece el egoísmo de cada cual o de los mismos acompañantes de enfermos, que lo que les interesa es ser ellos o sus pupilos los que alcancen el agua antes que cualquier otro. Es la queja dolorida de aquel paralítico de 38 años: que no tengo a nadie.
          Allí aparece Jesús. Se fija en él. Le viene y le pregunta una de esas preguntas casi infantiles que gustaba hacer a Jesús: ¿Quieres sanar? Podría haber respondido un tanto molesto: ¿Para qué, si no, estoy aquí? Pero se limitó a expresar lo que llevaba más clavado en el alma: No tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando yo llego, otro se me ha adelantado.
          Es el momento de Jesús: aquel hombre va a tener a alguien, pero no ya para meterlo en el agua sino para darle la salud ahora mismo y “exprés”: Levántate, toma tu camilla y echa a andar. El hombre debió quedar pasmado. Al cabo de 38 años no sabría ni caminar. ¿Cómo puede levantarse y ponerse en pie y echar a andar? Pues podrá porque “ha tenido a Alguien”…

          Nuestro Bautismo nos pone en pie, nos pone en planta. No sabremos ni cómo pero la acción de Jesús podrá ponernos a caminar y a sentir nuestros pies consolidados, pese a la atrofia de nuestra realidad humana. Y no sólo nos pone en pie sino que nos echa a andar y avanzar por un camino nuevo, el de la vida de la Gracia que abre en nosotros vías sobrenaturales para seguir sendas más que humanas. Es el proceso que se nos pone delante en cuanto sepamos situarnos ante esa realidad sublime de nuestro Bautismo, aguas vivas y medicinales.

lunes, 27 de marzo de 2017

27 marzo: Hacer nuevas todas las cosas

Liturgia
          Avanzamos en el proceso de la Cuaresma. Y hoy se nos presenta como el momento de hacer un cielo nuevo y una tierra nueva (Is 65, 17-21), lo que –de nuestra parte- es ir haciendo nuevo el mundo concreto humano personal en el que nos desenvolvemos cada uno, porque es el camino para hacer que se vaya produciendo una nueva realidad de vida que prepara el cielo nuevo, el nuevo régimen de cosas por el que la vida que depende de uno mismo se hace un presagio o antesala del cielo. Un mundo que se prepara en el HOY, y que de lo antiguo ya no toma cuenta, salvo que sirva para mejorar y perfeccionar en el momento presente. Hacia adelante, en la esperanza, habrá gozo y alegría perpetuo por lo que voy a crear. Es la promesa en la que se implica el Señor: transformar Jerusalén, que viene a ser el símbolo de la ciudad futura mesiánica de salvación, y por tanto el símbolo de la vida personal de cada hombre y mujer, que debe ir buscando hacer nuevas en sí todas las cosas. Sencillamente, lo que lleva en sí el tema de la CONVERSIÓN, que debería resonar profundamente en el alma de cada persona, si no fiera una palabra que de tanto repetirla se ha hecho manida y ha perdido su intenso significado de ponerse el alma de cara a Dios, y ahí emprender ese camino nuevo en que se concretan realidades personales que deben ir a mejor.
          Gráficamente expresa Isaías que esa nueva Jerusalén va a ser algo que transforma la vida en alegría, y en donde no va a quedar nada a medias, ni niños malogrados, ni adultos que no cumplan sus muchos años. Hacia esa realidad, más allá del signo y de la presentación gráfica, es hacia donde debe moverse la vida de los cristianos que se toman en serio la Cuaresma como un momento de impulso para recuperar el tono. En el coro de los monjes en que se van cantando los Salmos, el que dirige tiene que ir elevando el tono al empezar cada salmo, porque se ha producido un cierto desafinamiento durante el canto del salmo. Hay que recuperar el tono original para que no se produzca un deterioro en esa salmodia. Pues eso es lo que se busca y se necesita en la Cuaresma cristiana. Lo normal de personas que habitualmente viven su vida cristiana no es que se hayan producido grandes fallos. Pero sí una cierta “bajada de tono”, fruto de la rutina del día a día. La CONVERSIÓN que se requiere no es tan llamativa que necesite de un cambio radical, pero evidentemente hace falta no dejarse llevar por esa monotonía diaria que hace su desgaste. Muchas veces es la atención que hay que tener para advertir que en algo se ha cedido, y que lo mejor es volver a recuperar ese tono vital que debe mantener el espíritu evangélico.

          Jn 4, 43-54 vendría a ser como un caso concreto y práctico en el que algo se hace nuevo. Y es Jesús quien lo hace, cuando le viene aquel funcionario del imperio con la angustia de un hijo suyo que se le muere, y pide a Jesús que baje para curarlo. Jesús le dice que su hijo ya está sanado y el funcionario cree y se va. Cuando sus criados vienen a avisarle de la mejoría del hijo, él pregunta a qué hora sucedió, y le dicen que a la una. ¡Precisamente la hora en que Jesús le había dicho que su hijo estaba sanado!

San Juan no le llama “milagro”. Le llama “signo” como apuntando el sentido simbólico o significativo que tenía aquella ocasión. Y encaja con el tema de este día en el que lo que se quiere señalar es la novedad que pide la Cuaresma en el alma de los fieles. Ya se sabe que lo normal no van a ser grandes cambios ni conversiones llamativas. De lo que se trata es de ese “detalle” en el que se pone el acento a la búsqueda del “tono” que hay que conservar y de vez en cuando elevar para que no se baje el buen sonido que debe dar cada alma en su intento de respuesta a Dios.

domingo, 26 de marzo de 2017

26 marzo: Luz y tinieblas

Liturgia
          El domingo 4ºA de Cuaresma está muy polarizado en el tema de la LUZ Y LAS TINIEBLAS. El ciego (Jn9, 1-41), el que físicamente está en la tiniebla enorme de no haber podido ver nunca, y que sin embargo es el agraciado que ve, mucho más allá de la visión de los ojos de la cara. Y los fariseos, que creen ver y que se atribuyen la verdad, y que sin embargo son los que están sumidos en la oscuridad de sus cortos pensamientos.
          En medio, como señalando el límite de la luz y la oscuridad, de la verdad y de la mentira, Jesús, que unta el barro en los ojos del ciego y que le manda ir a la piscina a lavarse los ojos. El ciego lo hace, sin prejuicios de ninguna clase porque se deja guiar por lo que le ha dicho Jesús. En frente, los fariseos, con sus prejuicios del sábado y sus juicios negativos sobre Jesús porque le ha mandado aquel trabajo en sábado. Para los fariseos Jesús está empecatado y el ciego también. Para  los fariseos sólo ellos llevan la razón. Pero el ciego les hace ver que quien le ha curado y ha hecho algo por él es quien verdaderamente merece las garantías de la verdad.
          Al ciego le cuesta aquello que lo echen de la Sinagoga, pero por otra parte se gana la visión del propio Jesús, que se le ha presentado y le ha preguntado si cree en el Hijo del hombre. El que estuvo ciego pregunta quién es ese Hijo del hombre, y Jesús se le declara: Soy yo, el que estás viendo, el que tus nuevos ojos pueden ver, y que expresa toda la visión más completa que se puede tener de la verdad y del bien. Y el que estuvo ciego tiene ahora el gran conocimiento que le salva: el conocimiento de Jesús, su salvador.
          La 2ª lectura (Ef 5,8-14) nos trae el efecto de la luz a nosotros. Pablo declara a los fieles de Éfeso que ellos ya no son tiniebla, como antes de llegar a la fe, sino que son luz en el Señor; que su fruto es la verdad, la justicia y la bondad, superando el mundo estéril de las tinieblas. Y como conclusión hace un llamamiento: “Despierta tú, que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
          Sería el mensaje concreto de la Cuaresma para nosotros, a los que se nos quiere tomar el pulso con la Cuaresma ya demediada, y para que nos sirva de parada y revisión. Porque algo debe ir quedando en los efectos de nuestra vida, a medida que hemos ido avanzando en esta experiencia cuaresmal.
          Queda ahí una 1ª lectura (1Sam 16, 1. 6-7. 10-13) que parece despegarse del argumento central. Pero tiene su concreción en esa gracia de Dios que llega cuando él quiere, y no cuando nosotros la planteamos. Samuel ha ido a ungir rey, aunque no sabe a quién. Se ha dirigido a casa de Jesé, quien le ha presentado a todos sus hijos. Y sin embargo Dios le va diciendo a Samuel que ninguno de ellos es el escogido. Samuel pregunta si no quedan más, y con cierta displicencia le contesta Jesé que queda el menor, que está guardando los rebaños. Samuel lo manda llamar y en cuanto se presenta David, Dios le dice a Samuel que ese es. Y Samuel lo unge.
          Quiere decir que el momento de Dios en cada uno de nosotros no es el que puede aparecer en los buenos deseos y buenos propósitos que nosotros podemos hacer, sino en ese momento clave en el que Dios dice: Ahora. Es el momento en que se producen en nosotros determinados cambios en el alma y en el proceder: el momento en el que Dios nos impulsa.
          Quiere decir que tenemos que tener siempre muy atenta el alma y muy disponible el corazón, porque Dios habla en el momento en que él quiere, y lo importante es aprovechar esos impulsos que nos vienen de Dios en el momento en que Dios pronuncia nuestro nombre.
          El momento básico de nuestro encuentro con Dios es la Eucaristía. Y es precisamente la Eucaristía dominical, que celebra comunitariamente el triunfo de Jesucristo y su presencia especial allí donde los fieles se han congregado en el nombre del Señor. De ahí el valor de esta presencia en el misterio de nuestra salvación, en el que se nos hace presente el Señor y, como a aquel ciego, se pone delante de nosotros y nos dice Jesus: Soy yo, y estoy hablando contigo.

          Escucha, Señor, nuestras peticiones:
-          Para que la Iglesia viva en la verdad y nos la comunique fielmente, Roguemos al Señor.

-          Para que nosotros busquemos la luz de la verdad y la hallemos en Jesucristo, Roguemos al Señor.

-          Para que los que están en tinieblas descubran a Jesús que quiere hacérseles presente.  Roguemos al Señor.

-          Para que la luz de la Eucaristía dominical nos apoye a todos como miembros de una comunidad que ora, Roguemos al Señor.


Danos, Padre, la luz y las fuerzas que necesitamos para ser fieles en la respuesta que nos inspires para esta Cuaresma. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

sábado, 25 de marzo de 2017

25 marzo: Encarnación y Vida

Liturgia de la ENCARNACIÓN del Señor
                 Y jornada por la Vida
          Celebra hoy la Iglesia la solemnidad de la ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR y el MISTERIO INCONMENSURABLE DE LA ENCARNACIÓN: Dios comunica a una muchacha de Nazaret su proyecto de que el Hijo de Dios sea hecho hombre, y que para ello cuenta con esa muchacha y sin intervención de varón. Porque lo que ha de hacerse en ella, en María, va a ser obra y gracia del Espíritu Santo de Dios.
          El mensaje es algo inaudito. Y María se turbó ante esas palabras. No era para menos. Era una muchacha muy joven. Se le pedía a ella la respuesta. Ella, desde sus pocos años, asumía la responsabilidad tremenda del asentimiento. Y María dijo que sí. Y lo dijo de la manera más completa que podía decirse, que era devolver todo el proyecto al mismo Dios para que haga en ella según su Palabra. Así de incondicional. Así de pleno. Así con todas sus consecuencias, que no eran pocas. Porque María tenía ahora que explicar mucho y en dos ámbitos: sus propios padres, que tendrían que asumir lo incomprensible, y a José, su esposo, que se encontraba de pronto con esta situación que alteraba todo proyecto humano. Era mucho misterio.
          Pero encerraba el otro aún mayor: Dios haciéndose hombre y, para rizar el rizo, haciéndose criatura en el seno de una mujer. Dios haciéndose hombre. Los dos extremos de Criador y criatura que difícilmente se pueden juntar por la distancia abismal que existe entre uno y otro. Pero Dios ha inventado la manera y para ello permaneciendo el Hijo siendo Hijo, no desdeñó hacerse igual hombre, vaciándose a sí mismo de su rango y entrando en el mundo, hecho hombre en el seno de una mujer, como todos los hombres, en realidad de siervo –uno de tantos-… Era un invento singular, que sólo Dios podía realizar.
          Aunque sea repitiendo la comparación que yo he difundido más de una vez, una figura que nos haría “comprensible” tamaño misterio sería el caso del Sol que quisiera un día venirse a la tierra para estarse en ella viviendo entre los hombres. Pero sabe el sol que con poco que se acerque, quema. Que acercarse más, abrasaría y se quedaba sin la tierra a la que quería visitar. Entonces el sol decide replegar sus rayos de fuego dentro de sí, hacia dentro, quedando como un foco de luz que iluminase sin dañar. Y así viniera a presentarse en alguna de nuestras calles o plazas. Grande sería el milagro… ¡Inconmensurablemente más grande es el que realizó Dios, para poder entrar en el mundo de los hombres! Ese es el MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN.
          La liturgia lo plasma en tres lecturas: una, como es lógico, el evangelio de Lucas (1, 26-38) que nos narra el caso. Viene precedido del anuncio de ese misterio, como Dios lo ofreció a Acaz (Is 7,10-14) como un signo en lo alto del cielo o en lo hondo del abismo, o sea, allí donde no puede intervenir el poder humano, y por tanto se trata de una señal que sólo está en el poder de Dios. Ese signo es una virgen que concibe y da a luz un hijo y le pone por nombre Enmanuel (Dios-con-nosotros). Cierra la liturgia la carta a los Hebreos dramatizando el momento en que el Hijo de Dios, ya en su eternidad, está viendo un mundo que pretende agradar a Dios con sus obras externas de holocaustos y sacrificios, pero de esas cosas Dios ya está harto y no se complace en ellas. Entonces se ofrece el Hijo a ser el glorificador del Padre, precisamente desde la realidad de Hijo con un cuerpo humano, que va a presentar ya no actos externos sino la propia vida: Me has dado un cuerpo y aquí estoy para hacer tu voluntad.
          Y conforme a esa voluntad del Padre –realizada por Cristo, el Hijo hecho hombre y en lugar de todos los hombres- quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.


          Estamos viviendo un momento histórico de mínimo respeto a la vida. Ni se concibe, ni tantas veces se le deja vivir después de concebida…, o empieza a cundir la idea de la vida inútil de los mayores achacosos. En el día en que SE CONCIBE LA VIDA DE JESÚS, su encarnación, la Iglesia española quiere rendir un homenaje a la vida y lo celebra solemnemente bajo el lema: «La luz de la fe ilumina el atardecer de la vida. La fe cristiana es de luz y no de tinieblas, de vida y no de muerte, de esperanza y no de depresión que destruye. Y valora la vida del recién concebido como la de cada persona y como la de cada anciano, que son tesoros que valen muchos quilates en las manos de Dios.

viernes, 24 de marzo de 2017

24 marzo: Conversión al amor

Liturgia
          Os. 14,2-10: Partiendo de la reiteración en el tema de la CONVERSIÓN –el volverse al Señor Dios tuyo, que formula el propio Dios a su pueblo- hay un recordatorio del pecado cometido pero no para condenar sino para mover a esa conversión que abandona toda iniquidad. El pueblo está seguro de que su salvación no va a venir desde la fuerza humana y se echa en brazos de Dios: En ti encuentra piedad el huérfano
          Y Dios se vuelca con ese pueblo: curaré sus extravíos, los amaré aunque no lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos y seré rocío para Israel. Siguen una serie de dones que Dios se compromete a dar y que son un dechado de favores de parte de Dios.
          Vivir, pues, el espíritu cuaresmal desde esa actitud de cambio interior que va tocando aspectos concretos de la vida de la persona, tiene unos frutos ciertos. Dios es quien se constituye en ciprés frondoso de donde proceden esos frutos, y el pueblo será sabio que lo entiende. Los justos andan por esos caminos; los pecadores tropiezan y caen. Es el discernimiento que distingue a unos de otros.

          Mc 12,28-34 nos lleva al núcleo mismo de la verdadera CONVERSIÓN: la que toma las dos direcciones esenciales: Dios y el prójimo. Para con Dios, el amor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser. El “corazón” como centro de lo más noble de la persona, según la concepción hebrea. El “alma” que representa la vida. La “mente” que es el querer y el obrar. Todo el ser, recopilando todo en una sola cosa. Para con Dios, pues, queda la persona depositada en sus manos, de manera que toda la vida de cada uno está puesta a disposición de Dios.
          La formulación breve de “amarás a Dios sobre todas las cosas” sintetiza perfectamente ese mandamiento que Jesús y el doctor de la ley recuerdan como el principal y primero. Jesús se lo sabía desde niño: era la gran herencia que unos padres dejaban a sus hijos, y a Jesús se lo habían inculcado desde pequeñito.
          El caso es que ese mandamiento primero lo hemos mamado también en nuestra historia personal. Que lo pensamos y que lo queremos. Luego interfieren muchas cosas y no acaba de ser una realidad tan verdadera como desearíamos. Siempre que llego a este punto tengo que descubrir el gran rival que Dios tiene en cada uno de nosotros, que es el “propio YO”, y que –al final- es el “dios” a quien amamos sobre todas las cosas. Un mínimo examen de conciencia nos descubre que cuantos fallos hay en nuestro vivir diario, están colgados de ese culto al YO por el que nos situamos por delante de todo y por delante, ¡tantas veces! del mismo Dios. Ya es fácil colegir cómo nos ponemos por delante de nuestros semejantes.
          Por eso Jesús, que había sido interrogado sobre “el principal y primero” de los mandamientos, añade luego “el segundo, semejante a ese: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y ahí se hace más evidente todavía esa pugna del YO y del TÚ, porque cada cual, en relación con el otro, acaba poniéndose delante por un instinto natural. Quiere decir que ya no ama “como a mí mismo” sino “detrás de mí”…: primero soy yo, y lo que queda será para ti. Es el egoísmo recalcitrante que llevamos inoculado.
          Cuando Jesús nos puso como condición de seguimiento el negarse a sí mismo, sabía muy bien lo que estaba diciendo. Y es que el vicio maligno que nos engulle los mejores deseos es el de reafirmarse cada uno a sí mismo por encima de todo y de todos. Esa “negación” que Jesús nos pide supone un “controlar” nuestros sentimientos hasta el punto de dejar espacios para que los otros sean acogidos con la misma manera en que queremos ser acogidos cada uno. Amar al prójimo como a mí mismo es un ejercicio de perfección del afecto para que no se encierre nadie en la cápsula de su propio egoísmo.
          Y todo eso -dirá Jesús- es lo que pone la verdadera distancia o cercanía en el Reino de Dios. El fariseo aquel no andaba lejos del reino de los cielos porque había respondido sensatamente a la pregunta que él mismo le había hecho a Jesús. Por lo pronto, en la respuesta. Otra cosa será –y es la hora de la verdad- lo que se vive en efecto en esas dos líneas básicas del reino: Dios sobre todas las cosas, y el prójimo como a uno mismo.

          “Israel: conviértete al Señor”, había sido el punto de arranque de esta liturgia. Hemos hecho un recorrido y ha dejado clarificada la línea de conversión concreta a la que apunta este día de Cuaresma.

jueves, 23 de marzo de 2017

ZENIT 23: "Católicos ateos"

Cuando nos alejamos de Dios nos volvemos sordos a su Palabra y llegamos a ser católicos infieles e incluso “católicos ateos”, porque si no escuchamos su palabra corremos en riesgo de que el corazón se endurezca.
Fue esta la idea central de la homilía del papa Francisco en la misa que ha celebrado este jueves en la capilla de la residencia Santa Marta, inspirándose en un pasaje tomado del Libro del Profeta Jeremías.
Y si no se escucha la voz del Señor, se escuchan otras voces”, dijo, y al final “nos volvemos sordos a la Palabra de Dios”. Añadió que “si hoy nos detenemos un poco y miramos dentro de nuestro corazón todos nosotros veremos cuántas veces nos hemos vuelto sordos”.
“Y cuando un pueblo, una comunidad, digamos también una comunidad cristiana, una parroquia, una diócesis, cierra los oídos y se vuelve sorda a la Palabra del Señor, busca otras voces, otros señores, y termina con los ídolos, los ídolos que el mundo, la mundanidad, la sociedad, le ofrecen. Se aleja del Dios vivo”. Se pasa a vivir entonces “en aquel mundo, en aquel clima que no hace bien y aleja cada día más de Dios”.
Reiteró que las dos cosas que hacen perder la fidelidad son: no escuchar la palabra de Dios y el corazón endurecido.
“Una infidelidad que se colma con la confusión. No se sabe dónde está Dios, dónde no está, se confunde a Dios con el diablo”, y al final “se acaba diciendo blasfemias”.
“Cada uno de nosotros hoy puede interrogarse: ‘¿Me detengo a escuchar la Palabra de Dios? ¿Tomo la Biblia en la mano,  que me está hablando? ¿Mi corazón se ha endurecido? ¿Me he alejado del Señor? ¿He perdido la fidelidad al Señor y vivo con los ídolos que me ofrece la mundanidad de cada día? ¿He perdido la alegría del estupor del primer encuentro con Jesús?’.
“Hoy es –concluyó el sucesor de Pedro– una jornada para escuchar. ‘Escuchar, hoy, la voz del Señor’, hemos rezado. ‘No endurezcan su corazón’. Pidamos esta gracia: la gracia de escuchar para que nuestro corazón no se endurezca”.

23 marzo: Un contra-Dios

Liturgia
          Una parada y una reflexión en medio de la Cuaresma, con un toque de atención muy fuerte: somos capaces de no escuchar la voz de Dios. El mundo está cerrando los oídos a la voz de Dios y el mundo se está destruyendo a sí mismo. Las tensiones, la violencia desmesurada, el odio que se alberga en los corazones –incluso en el de los niños-, la hostilidad que se genera a la primera de cambio, muchas veces irreductible y cerrada al olvido y al perdón de lo sufrido, dan una panorámica de espanto a la realidad presente.
          Lo advirtió Jeremías (7,23-28). Por una parte Dios se ofrece gratuitamente a ser el Dios de ese pueblo y a que ese pueblo lo acepte como su Dios. Lo que eso implica es una escucha de la voz de Dios para caminar según el pensamiento de Dios.
          Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, y daban la espalda a Dios. He ahí el panorama de un pueblo que llevaba a favor todas las papeletas y las ha dejado perder porque las ha vuelto contra sí mismo, no queriendo oír la voz de Dios, que era voz salvadora y benéfica.
          De ahí que una vez más el SALMO que acompaña a esa lectura venga a ser el 94, con esa llamada tan concreta  a escuchar HOY la voz de Dios, sin dejarlo para mañana ni siquiera para luego, porque la voz de Dios ha de ser escuchada en el momento en que se produce: entremos en su presencia dándole gracias.

          El evangelio de hoy (en Lc 11,14-23) es un claro exponente de los que se cierran en banda culpablemente a escuchar la voz de Dios. Jesús acaba de liberar a un poseso, del que sale un demonio dando gritos, y que deja en paz al poseído, a quien tenía mudo sin poder expresarse, y que ahora, de pronto, habla al ser liberado de esa traba que le impedía.
          No había mucho que inventar: estaba mudo y poseído. Interviene Jesús y expulsa al demonio. Habla el hombre que parecía o estaba mudo. La explicación se hace muy sencilla: Jesús ha intervenido en una curación y con su invención ha hecho patente el poder de Dios, que salva.
          Pero algunos de entre la gente (la realidad es que toca directamente a la manera de ser de los fariseos), dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios. Era una lógica absurda, porque supondría a Satanás contra sí mismo. Pero a la hora de no querer aceptar a Jesús, todo les es válido, aunque se estén echando tierra encima. No sólo es no aceptar lo que Jesús ha hecho (está hecho y eso hay) sino no aceptar a Jesús mismo. Es no sólo ignorarlo sino destruirlo. Y para ello, la calumnia, la negación…, la falsa interpretación… [Podemos comprender que el proceso al que estamos asistiendo en los momentos actuales no se diferencia mucho de lo que vivió en directo el propio Jesucristo. Es un burdo razonamiento, amparado y acogido al altavoz de los medios de comunicación, por el que se silencia todo lo bueno y se amplía todo lo que puede minar el terreno de un conocimiento objetivo de la obra de Cristo y de la Iglesia. Es evidente que esto no se fragua en una cabeza sino en una verdadera mafia perfectamente organizada para derruir los cimientos de los valores fundamentales: Patria, Ejército, familia, Iglesia, Cristo y Dios, que es la manera de poder manipular a un pueblo aborregado y sin principios ni puntos de referencia. Y de esos polvos, esos lodos, que son ese mundo absolutamente perdido y a la deriva al que estamos asistiendo como espectadores –desgraciadamente pasivos e impotentes-].
          Jesús leyó aquellos pensamientos y aquel intento de minarle el terreno y respondió con una frase lapidaria: Si Satanás está en guerra civil, ¿cómo se mantendrá su reino? Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que Dios ha llegado a vosotros.

          Lo que tenemos que pedir a Jesucristo, con inmensas ansias, es que sea ya la hora del fuerte bien armado que guarda sus bienes seguros, asalta al enemigo y lo vence y le quita las armas y reparte el botín. Que equivale a la petición del Padrenuestro: Venga tu Reino. Porque sólo Dios puede ya hacer en medio de este campo de ortigas y cadáveres vivientes en que se ha transformado la historia diaria.

ZENIT 22: La ESPERANZA

El papa Francisco retomó en la audiencia de este miércoles el tema de la esperanza cristiana. A continuación el texto completo.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está ayudando a comprender mejor en que cosa consiste la esperanza cristiana. Y hemos dicho que no era un optimismo, no: era otra cosa. Y el Apóstol nos ayuda a entender que cosa es esto. Hoy lo hace uniéndola a dos actitudes aún más importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la ‘perseverancia’ y la ‘consolación’. En el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado son citados dos veces: la primera en relación a las Escrituras y luego a Dios mismo. ¿Cuál es su significado más profundo, más verdadero? Y ¿En qué modo iluminan la realidad de la esperanza? Estas dos actitudes: la perseverancia y la consolación.
La perseverancia podríamos definirla también como paciencia: es la capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, soportar, de permanecer fieles, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado grande, insostenible, y estamos tentados de juzgar negativamente y de abandonar todo y a todos. La consolación, en cambio, es la gracia de saber acoger y mostrar en toda situación, incluso en aquellas marcadas por la desilusión y el sufrimiento, la presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, San Pablo nos recuerda que la perseverancia y la consolación nos son transmitidas de modo particular por las Escrituras (v. 4), es decir, por la Biblia. De hecho, la Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a dirigir la mirada a Jesús, a conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a asemejarnos siempre más a Él. En segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad ‘el Dios de la constancia y del consuelo’, que permanece siempre fiel a su amor por nosotros, es decir, que es perseverante en el amor con nosotros, no se cansa de amarnos, ¡no!, es perseverante: ¡siempre nos ama!, y también se preocupa por nosotros, curando nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su misericordia, es decir, nos consuela. Tampoco, se cansa de consolarnos.
En esta perspectiva, se comprende también la afirmación inicial del Apóstol: ‘Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos’.’Esta expresión «nosotros, los que somos fuertes’ podría parecer arrogante, pero en la lógica del Evangelio sabemos que no es así, es más, es justamente lo contrario porque nuestra fuerza no viene de nosotros, sino del Señor.
Quien experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación está en grado, es más, en el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y hacerse cargo de sus fragilidades. Si nosotros estamos cerca al Señor, tendremos esta fortaleza para estar cerca a los más débiles, a los más necesitados y consolarlos y darles fuerza. Esto es lo que significa.
Esto nosotros podemos hacerlo sin auto-complacencia, sino sintiéndose simplemente como un canal que transmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un sembrador de esperanza. Es esto lo que el Señor nos pide a nosotros, con esa fortaleza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de esperanza. Y hoy, se necesita sembrar esperanza, ¿Verdad? No es fácil.
El fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la cual algunos son de ‘serie A’, es decir, los fuertes, y otros de ‘serie B’, es decir, los débiles. El fruto en cambio es, como dice Pablo, “tener los mismos sentimientos unos hacia otros a ejemplo de Cristo Jesús”. La Palabra de Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en el compartir, en el servicio recíproco.
Porque incluso quien es ‘fuerte’ se encuentra antes o después con la experiencia de la fragilidad y de la necesidad de la consolación de los demás; y viceversa en la debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa o una mano al hermano en dificultad. Y así se vuelve una comunidad que “con un solo corazón y una sola voz, glorifica a Dios”.
Pero todo esto es posible si se pone al centro a Cristo, su Palabra, porque Él es el ‘fuerte’, Él es quien nos da la fortaleza, quien nos da la paciencia, quien nos da la esperanza, quien nos da la consolación. Él es el ‘hermano fuerte’ que cuida de cada uno de nosotros: todos de hecho tenemos necesidad de ser llevados en los hombros del Buen Pastor y de sentirnos acogidos en su mirada tierna y solícita.
Queridos amigos, jamás agradeceremos suficientemente a Dios por el don de su Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es allí que el Padre de nuestro Señor Jesucristo se revela como ‘Dios de la perseverancia y de la consolación’.
Y es ahí que nos hacemos conscientes de como nuestra esperanza no se funda en nuestras capacidades y en nuestras fuerzas, sino en el fundamento de Dios y en la fidelidad de su amor, es decir, en la fuerza de Dios y en la consolación de Dios. Gracias”.

miércoles, 22 de marzo de 2017

ZENIT del 21: Perdonar como Dios

Hay una maravilla que Dios realiza con su misericordia, y que nos permite de ejercerla después com los outros: ‘Ser perdonados y perdonar, un misterio difícil de entender”.
Lo indicó el santo padre Francisco em su homilía de este martes en la residencia Santa Marta, añadiendo que el primer paso para “entrar en este misterio” que es la gran obra de misericordia de Dios, es tener verguenza de los próprios pecados, una gracia que entretanto no podemos obtenerla por nosotros mismos”.
El protagonista del Evangelio de hoy –ha indicado el Pontífice– no logra hacerlo. Es el siervo que al que el patrón perdona su deuda grande, pero que a su vez es incapaz de perdonar a un deudor pequeño. “No entendió el misterio del perdón”.
“Si pregunto:
–‘¿Todos ustedes son pecadores?’.
–‘Sí, padre, todos’.
–¿Y para obtener el perdón de los pecados?
— ‘Nos confesamos’
— ‘¿Y cómo van a confesarse?’.
–‘Bueno, voy digo mis pecados, el cura me perdona y me da tres Ave María para rezar y después vuelvo en paz’.
“Tú no has entendido –indica el Papa– porque tú solo has ido al confesionario para hacer una operación bancaria, una gestión burocrática. No has ido avergonzado de lo que has hecho. Has visto algunas manchas en tu conciencia y te has equivocado porque has creído que el confesionario era una tintorería para limpiar las manchas. Porque has sido sido incapaz de avergonzarte de tus pecados”.
Sirve por lo tanto, precisa Francisco, la vergüenza y la conciencia del perdón. El perdón de Dios, es esa “maravilla que ha realizado en tu corazón”, pero si no se toma conciencia de esto, “uno sale, encuentra a un amigo e inicia a hablar mal de los otros y sigue pecando”.
O sea: “Solamente puedo perdonar si me siento perdonado”. Sino quedara siempre “esa actitud de querer hacersela pagar a los otros”. Contrariamente “somos incapaces de perdonar. Por esto el perdón es un misterio”.
Francisco explica así que el protagonista del Evangelio tiene la sensación: ‘me salvé’, de haber sido ‘vivo’, encambio “no entendió la generosidad del patrón”.
Y si “saliendo del confesionario setimos esto, que nos hemos zafado” esto no es recibir el perdón, pero es “la hipocresia de robar un perdón”.
El Santo Padre concluyó su homilía invitando a “pedir hoy al Señor la gracia de entender esto: ‘setenta veces siete’”. Y “pedir la gracia de la vergüenza delante de Dios. Es una gracia enorme avergonzarse de los propios pecados y así recibir el perdón y la gracia de la generosidad de dar el perdón a los otros. Porque si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?

22 marzo: Plenitud de la Ley

Liturgia
          Lo esencial de la Cuaresma es vivir acorde con la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios se conoce desde aquellos mandatos y preceptos que Dios da, y que nos han llegado a través de aquellos emisarios suyos que tuvieron su comunicación más directa con Dios: Moisés y los Profetas en el Antiguo Testamento y Jesucristo en el Nuevo. De Moisés se dice que hablaba cara a cara con Dios, y su labor para hacer llegar a los israelitas los mandamientos y decretos divinos es de una importancia decisiva en la constitución del Pueblo de Dios.
          Moisés habla al pueblo (Deut. 4,1.5-9): Ahora escucha los mandatos y decretos que yo te enseño a cumplir; así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el Señor os va a dar. Mirad: yo os enseño unos mandatos y decretos, como me ordenó el Señor mi Dios para que obréis según ellos… Guardadlos y cumplidlos porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos…
          No he querido cortar la secuencia, aunque la haya acotado para evitar desparramar ideas. Moisés exhorta a vivir los mandamientos y preceptos que le ordenó Dios, y ellos serán su aval de sabiduría superior sobre todos los otros pueblos limítrofes o adonde van a entrar ellos. Y esos pueblos van a confesar que “cierto es una nación sabia y prudente”, porque no hay ninguna otra que tenga unas leyes tan exactas como las que tiene este pueblo de Dios.
          Todo lo cual obliga mucho más a cumplir lo que Dios ha mandado y enseñado. Lo que ha llegado de parte de Dios, no sólo en los mandamientos, sino en las mismas normas de carácter concreto del “Código de la Alianza”, eran de una sabiduría que lo que toca es vivirlas. Y eso es lo que Moisés pone ante los ojos de aquel pueblo para no desdorar la imagen del mismo Dios que se las ha dado.

          Jesucristo (Mt 5. 17-19) rubrica la ley que ha sido dada por Dios y afirma que él no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud. Es evidente que una ley y preceptos dados al comienzo de la historia de aquel pueblo, han ido necesitando de concreción, puesta al día y preservación de añadidos que la religiosidad les va colgando. Jesucristo conserva la Ley de Dios y su misión es llevarla a una perfección.
          Por otra parte, la Ley que se había dado al pueblo primitivo insistía directa y expresamente en los actos, sin entrar en otros detalles (en muchas ocasiones). Y que a medida que aquel pueblo se ha “puesto de largo” y han pasado los siglos, las mismas normas han de tener otras finuras… La materialidad del cumplimiento debe dar paso al espíritu con el que se pretendía adornar el futuro reino de Dios. Y Jesús está realizando ahora esa misión, por la que “llevar a plenitud” es interiorizar la ley: que la Ley no está plenamente vivida con guardar sus términos meramente materiales (no matar, no odiar, no robar), sino que hay un largo recorrido por delante para perfeccionar (=llevar a plenitud) el sentido de la Ley. A eso es a lo que ha venido Jesucristo. Ya no consiste sólo en cumplir; ahora hace falta la ley interior del amor, la que el Espíritu de Dios escribe en el corazón, por la que ya no hay un punto cenit al que se llega y se ha acabado, sino un trayecto que nunca está recorrido del todo porque siempre puede un poco más.
          Para Jesús hay algo muy claro: que hay que vivir hasta la tilde de la última letra, y hay que enseñar a cumplirla, porque así es como se es importante en el Reino. Así se pertenece al Reino. Lo que pasa es que esa “tilde” encierra un mundo de posibilidades nuevas, que le toca descubrir al seguidor de Jesucristo, mirando ya más allá de lo establecido y fijándose en su Persona, en sus hechos, en sus palabras. Y eso llega hasta los últimos detalles, hasta los preceptos menos importantes.

          Así es como concibe San Pablo la vida del cristiano: Todas las cosas son vuestras; vosotros de Cristo y Cristo es de Dios. De modo que el hombre tiene a su disposición el mundo entero… Y sin embargo no puede disponer a su antojo del mundo entero ni de muchas de sus partes. Porque sois de Cristo y Cristo no se puso al mundo por montera sino que lo respetó y usó de él en forma que cada una de sus obras acabaran siendo gloria del Padre: Cristo es de Dios, y cuanto vivió, cuanto enseñó o cuanto padeció, siempre fue con la brújula puesta hacia la voluntad y el agrado del Padre. Y eso fue lo que le dio PLENITUD a su nueva ley…; nueva y antigua, nueva en la formulación y tan antigua como los mandamientos y preceptos del Señor.

martes, 21 de marzo de 2017

ZENIT del día 20: San José y la gracia de soñar

El día después de la fiesta de San José, que por caer este domingo de cuaresma vio postergada la celebración litúrgica a hoy lunes, el papa Francisco celebró la misa su honor en la capilla de la residencia Santa Marta, en el Vaticano.
El Pontíficie centró la homilía en san José y pidió que dé a los jóvenes “la capacidad de soñar, de arriesgar y realizar las tareas difíciles que han visto en sus sueños”. Porque san José es custodio de las debilidades y de los ‘sueños de Dios’.
“Este hombre, este soñador, es capaz de aceptar esta tarea, esta tarea gravosa, y tiene mucho que decirnos a nosotros en este tiempo de fuerte sentido de orfandad. Y así, este hombre toma la promesa de Dios y la lleva adelante en silencio con fortaleza, la lleva adelante para que lo que Dios quiere se cumpla”.
“San José –recuerda el Papa– le obedece al ángel que se presenta en su sueño. Y toma consigo a María, embarazada por obra del Espíritu Santo, como narra el Evangelio de Mateo.
“José es custodio de las debilidades para que se vuelvan sólidas en la fe. Pero esta tarea la recibió en un sueño. Es un hombre capaz de soñar. Y por tanto, también custodio del sueño de Dios. El sueño de Dios de salvarnos a todos, de la redención, le es confiado a él”, dijo.
“Hoy quiero pedir, que nos dé a todos la capacidad de soñar, porque cuando soñamos las cosas grandes, las cosas bellas, nos acercamos al sueño de Dios, a las cosas que Dios sueña para nosotros. Que a los jóvenes dé, porque él era jóven, la capacidad de soñar, de arriesgar y asumir tareas difíciles que han visto en los sueños. Y nos dé a todos nosotros la fidelidad que generalmente crece en la actitud del justo. Él era justo, crece en el silencio, con pocas palabras, y crece en la ternura que es capaz de custodiar las propias debilidades y las de los otros”.

21 marzo: Arrepentimientos distintos

Liturgia
          Tengo la impresión de que las dos lecturas de hoy nos presentan una misma realidad desde dos vertientes contrarias. La primera lectura, en un caso de humilde actitud de súplica de perdón y misericordia, y en el evangelio la postura contraria del que se muestra arrepentido para sacar su provecho, pero él no está en disposición de perdonar a su deudor.
          Vayamos por partes: Dan 3,25. 34-43, nos pone la oración de súplica de Azarías, que es toda una humillada actitud del hombre que ora a favor de su pueblo, con conciencia clara de un pueblo pecador. Clara conciencia de pertenecer a un pueblo con antepasados fieles a la ley de Dios, y de ser un pueblo favorecido por la promesa generosa de Dios. Pero un pueblo que ha abandonado a su Dios y hoy es un pueblo empequeñecido, humillado por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Un pueblo que hoy no tiene ni príncipes, ni profetas, ni jefes, ni holocausto, ni sacrificios ni ofrendas, ni un sitio para ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Es una descripción de fracaso profundo, que abaja y lastima y que hace gritar desde lo hondo del alma el perdón y la misericordia de Dios, único agarradero que le queda al que está orando desde su impotencia y dolor.

          En el evangelio de hoy (Mt 18,21-35) encontramos a un personaje que debe una gran suma de dinero, a quien se le pide ahora que pague su deuda. Como le atañe directamente, y por otra parte no la puede pagar porque es una deuda muy fuerte, suplica paciencia y tiempo y hasta llega a prometer que la pagará. Le acucia a él y ve posibilidades de salida, porque uno es siempre benévolo en el juicio de sí mismo.
          El amo le perdona la deuda porque sabe que ni con paciencia va a poder pagarla, y le vale más al amo usar de grandeza que de exigencia.
          Pero las tornas se vuelven cuando el hombre perdonado es el que encuentra a uno que le debe una pequeña suma a él, pues entonces se hace implacable y exigente: Págame lo que me debes. Y lo manda meter en la cárcel hasta que haya pagado la deuda total. Quiere decirse que hay dos baremos en el corazón de ese hombre. Uno es el que pide para sí y otro el que usa para el otro. Para sí es capaz de humillarse para alcanzar su fin: que no le castiguen a él. Pero para su compañero de fatigas usa la medida de la exigencia: págame lo que me debes, siendo así que la deuda es muy corta y que a él le han perdonado todo. Tendríamos aquí una falsa conciencia por la que el hombre no utiliza la misma medida cuando se trata de sus propios intereses. Aquí no hay actitud de arrepentimiento ni de agradecimiento por el perdón recibido. Muy lejos de la actitud que nos ha presentado la 1ª lectura, donde había una súplica humilde que se fundamentaba en el dolor de un pueblo aplastado por la desgracia y el pecado.
          El final de este evangelio es la denuncia de los otros compañeros que hacen saber al amo lo que ese súbdito egoísta ha hecho. Y Jesús concluye que se le retira el perdón recibido y ahora se le exige a él que pague hasta el último céntimo, porque él no supo perdonar a su deudor.
          Todo ha venido porque Simón Pedro ha preguntado a Jesús si el perdón que se debe otorgar debe llegar a siete veces…, lo que ya es una totalidad en la mente simbólica de los números, en la que se manejaban todos perfectamente, y entendían que “siete veces” es una plenitud. Pero Jesús quiere llevarlo –a su estilo- hasta  una exageración para hacerlo más patente, y le responde que no sólo “siete veces sino hasta setenta veces siete”: siempre, totalmente. El perdón es una condición esencial en el desarrollo del reino de Dios. Y Dios perdona precisamente en función del perdón que nosotros damos a quienes nos han hecho algo. Ya lo hace constar Jesucristo en la oración-base del discípulo, que entre las grandes peticiones incluye la del perdón de los que nos han ofendido, perdón que puedo pedir porque nosotros ya hemos perdonado a los que nos han ofendido.

          Entonces, desde esa posición de arrepentimiento de la propia falta y el otorgue del perdón a quien me ha dañado a mí en alguna cosa, yo puedo elevar a Dios mi corazón arrepentido y suplicar ser objeto de la misericordia divina. Que es seguro que no faltará, porque Dios es el primero en saber perdonar.