jueves, 31 de marzo de 2016

31 marzo: Dos discípulos de Emaús

Liturgia
          El relato del paralítico (Hech. 3, 11-26) no se queda en el hecho en sí. La gente ha quedado tan admirada de ver al tullido caminando, que acudieron a admirar a Pedro y a Juan. Lo que Pedro aprovecha para darles a entender que no eran ellos dos los que habían hecho una acción prodigiosa sino la fuerza de Jesús resucitado, ese Jesús al que las gentes habían rechazado y al que mataron por la orden de Pilato. ¡Pues ese Jesús ha resucitado y nosotros somos testigos!, y es el que ha dado la salud a este enfermo. CONSECUENCIA para aquellas gentes: arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados, y Dios envíe al Mesías que os estaba destinado.
          En el Evangelio, (24, 35-48) la narración que hace San Lucas de la aparición en el Cenáculo (que es distinta de la que nos hará San Juan). San Lucas recoge el regreso de los discípulos de Emaús, y con ellos y con los demás presentes, Jesús se pone en medio y les muestra sus manos y costado para que lo reconozcan, porque todavía dudaban. Incluso San Lucas nos pone a Jesús comiendo un pescado para mostrarles que él no es un fantasma. Y les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.

VIDA GLORIOSA
          Al Cenáculo han llegado noticias contradictorias: de una parte, María Magdalena ha afirmado el robo del cuerpo de Jesús. De otra parte, las mujeres han avisado que los ángeles les han comunicado que Jesús ha resucitado. Pedro ha subido al sepulcro y ha comprobado que el cuerpo no está allí, pero trae también una convicción: nadie se lo ha llevado, aunque él no ha visto nada más. Magdalena se ha vuelto al sepulcro pero aún no ha bajado.
          Con estas cartas dos discípulos se sienten aturdidos y deprimidos por la tristeza, y quizás temerosos de que todo esto puede tener malos efectos en las autoridades. Y optan por poner tierra por medio y marcharse a una aldea no lejana, Emaús, distante dos leguas de Jerusalén.
          Por el camino les gana terreno un caminante que se les pone a su par y que, observando sus rostros, les pregunta qué les pasa, que van tan tristes. Ellos responden con un recuerdo de Jesús, al que elogian y definen como profeta poderoso en palabras y obras ante Dios y ante el pueblo, al que entregaron los sumos sacerdotes a la muerte de cruz. Nosotros esperábamos que fuera el futuro libertador de Israel pero ya hace tres días que sucedieron estas cosas. A continuación describen toda la historia vivida esa mañana, para concluir: Pero a él no lo han visto.
          “Esperábamos”…, pero se les ha hundido la esperanza. “Hace 3 días”: tiempo que –una vez transcurrido completo- determinará la muerte oficial de la persona. Pero ellos no han esperado a finalizar esos tres días y ya se van.
          El caminante se muestra como persona entendida en el tema, y con fuerte autoridad, hasta el punto de decirles: necios y tardos de entendimiento, sin que ellos se incomodaran, les fue mostrando que todo aquello estaba escrito y que el Mesías tenía que padecer eso para entrar en su gloria. Y como lo que les fue exponiendo les iba llenando y les iba convenciendo, aceptaron lo que les decía y cómo se lo decía, hasta el punto de sentir ellos que les ardían sus corazones. Y que les resultaba tan gratificante la compañía de aquel hombre que cuando llegó el momento de separarse –el peregrino hizo además de seguir su camino cuando ellos tomaban la desviación hacia la aldea de Emaús-, le instaron a quedarse esa tarde con ellos, dándole un motivo para hacerlo: que la tarde está cayendo y atardece.
          Aceptó aquel compañero de camino y entró para estar con ellos. Le ofrecieron –deferentemente- que él repartiera el pan de aquella cena, y San Lucas nos dice entonces que en ese gesto lo reconocieron como Jesús. Pero cuando ellos hubieran querido echarse a sus pies, Jesús desapareció. Había hecho su obra. A aquellos discípulos que se quejaban de que no habían visto a Jesús resucitado, se les ha puesto delante y ya lo han visto. Y han podido reconocer que realmente era Jesús por todo ese camino que han hecho juntos, en el que el alma se les iba tras las explicaciones que les fue dando.

          Ahora no les pesan los pies; ahora pueden deshacer el camino a toda prisa y llegar a tiempo de entrar en el Cenáculo y comunicar que hemos visto al Señor y lo hemos reconocido al partir el pan. Se encontraron con una novedad: que también ya se había aparecido a Simón. Ya no había duda del hecho de la resurrección…, aunque tampoco en el Cenáculo las tenían todas consigo. (Evangelio de hoy)

miércoles, 30 de marzo de 2016

ZENIT 30: Catequesis de la misericordia.- Final

«Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando sobre el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial, en la cual el pedido de perdón está precedido por la confesión de la culpa y en el cual el orante, dejándose purificar pro el amor del Señor, se vuelve una nueva criatura, capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El título que la antigua tradición judía ha puesto a este salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la esposa de Urías el ittita. Conocemos la historia. El rey David, llamado por Dios para pastorear a su pueblo y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Ley divina, traiciona su misión y después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al esposo.
El profeta Natán le desvela su culpa y le ayuda a reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del propio pecado. Y aquí David fue humilde y grande.
Quien reza este salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se corrigió, y bien siendo rey se humillo sin tener temor de confesar su culpa y mostrar la propia miseria al Señor, convencido entretanto de la certeza de su misericordia; y no era una pequeña mentira la que había dicho, ¡sino un adulterio y un asesinato!
El salmo inicia con estas palabras de súplica:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un gran amor como el de un padre o de una madre, tenga piedad, o sea nos haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado del corazón a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, vuélveme puro.
Se manifiesta en esta oración la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la que tenemos necesidad verdadera en nuestra vida es la de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte.
Lamentablemente la vida nos hace sentir tantas veces estas situaciones, y sobre todo es esas tenemos que confiar en la misericordia. ¡Dios es más grande que nuestro pecado, no nos olvidemos esto, Dios es más grande que nuestro pecado!
– Pero padre no oso decirlo, las he hecho tan pesadas, tantas y grandes…
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado.
Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.
En este sentido, quien reza con este salmo busca el perdón, confiesa al propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y después aún pide gracia y misericordia.
El salmista se confía a la voluntad de Dios, sabe que el perdón divino es enormemente eficaz, porque crea lo que dice. No esconde el pecado, sino que lo destruye y lo borra, lo borra desde la raíz, no como sucede en la tintorería cuando llevamos un traje y borran la mancha, no, Dios borra justamente nuestro pecado desde la raíz, todo.
Por lo tanto el penitente se vuelve puro, y cada mancha es eliminada y el ahora está más blanco que la nieve incontaminada.
Todos nosotros somos pecadores, ¿es verdad ésto? Si alguno de los presentes no se siente pecador que levante la mando. Nadie, todos lo somos. Nosotros pecadores con el perdón nos volvemos criaturas nuevas, llenas por el Espíritu y llenas de alegría. Entonces una nueva realidad comienza para nosotros, un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los otros a no pecar más.
Pero padre soy débil, porque yo caigo, caigo, caigo. Pero si caes levántate, levántate. Cuando un niño se cae levanta la mano para que el papá o la mamá te levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes por debilidad en el pecado levanta tu mano y el Señor la toma y te levantará, ¡esta es la dignidad del perdón de Dios! Dios ha creado al hombre y a la mujer para que estén de pie. Dice el salmista:
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)

Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que cada pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermanos o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados pero es necesario para ser perdonados que antes perdones, perdona. Nos conceda el Señor por la intercesión de María Madre de Misericordia, ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias».

30 marzo: María Magdalena

El día 1 es Primer Viernes
Liturgia
          Los efectos de la resurrección quedan patentes en aquel milagro que obran Pedro y Juan con el tullido de la puerta del Templo (Hech. 3, 1-10), al que no pueden dar limosna material porque no tienen, pero pueden darle la salud en nombre de Jesucristo Nazareno. Admiró a la gente ver andar al tullido… Pero era el mensaje de la Resurrección lo que quedaba debajo de aquel hecho milagroso.
          En el evangelio de San Lucas (24, 13-35) otro caso semejante al de María Magdalena: tienen aquellos dos discípulos a Jesús a su lado y no lo reconocen. A diferencia del caso de María, ahora el “peregrino” se muestra fuerte con los dos huidos: “necios y duros de cabeza”, aunque la acción de Jesús es la misma: abrir los ojos a aquellos hombres para que puedan estar dispuestos a la fe: el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Y para eso, les explica las Escrituras. Porque todo estaba anunciado. Y acabarán reconociendo a Jesús, que les ha ganado el interés.

VIDA GLORIOSA
          La aparición a María Magdalena es una de las narraciones más curiosas de toda la vida gloriosa, por su dinamismo y el dramatismo con que San Juan ha construido el relato. María Magdalena llegó al Cenáculo con el alma en la boca y el corazón destrozado, tras su imaginación de que habían robado el cuerpo del Señor. Subió a comprobar Simón Pedro, que sólo pudo certificar que no estaba el cadáver en el sepulcro, aunque los datos comprobados mostraban que no había sido robado. Magdalena, apenas se repuso de su carrera, se volvió de nuevo al sepulcro. Extrañamente no se encuentra con Simón Pedro que baja. Y ella se sitúa frente al sepulcro abierto, llorando. Y mirando dentro. Y así mirando se encuentra con que unos ángeles estaban situados en la cabecera y a los pies de donde estuvo colocado el cuerpo de Jesus. No se inmuta Magdalena ante tal visión. Incluso establece conversación con ellos, que le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras? Y como la cosa más natural ella les responde con su idea fija: Porque se han llevado al Señor y no sé dónde lo han puesto. No sabía otra cosa y ni los ángeles allí le inmutan.
          Ahora oye pasos. Imagina –siempre pura imaginación- que es el jardinero u hortelano. Ni se vuelve a mirar. Pregunta también ese individuo la razón de aquel llanto, y hasta ofrece una pista para que Magdalena hubiera reaccionado: ¿A quién buscas? Era ya un dato: llora porque ha perdido a alguien… Ella sigue sin mirar ni razonar, sino que se dirige a él –el jardinero- muy respetuosamente: Señor, si tú te LO has llevado, dime dónde LO has puesto, y yo iré y LO tomaré. Con su obsesiva idea, habla como si todo el mundo estuviese pensando en lo que piensa ella. Te LO has llevado…, dónde LO has puesto…, LO tomaré. Pero ¿a quién?, podría preguntar el hortelano, si fuera realmente el encargado de aquel huerto. Aparte del absurdo de la mujer que piensa que el ladrón le va a decir dónde…, y la no menor locura de ella tomar el cadáver… ¡Es que no hay una palabra lógica!..., salvo esa otra lógica de la mujer obsesionada con una idea…, o más bien, con un sentimiento profundo de su alma.
          Jesús debía estar admirado y embelesado con aquella simplicidad de María Magdalena, y optó por lo más simple de todo: pronunciar su nombre, con tal riqueza de matices que lo dijo todo en una sola palabra: ¡MARÍA!..., María la loca, la encerrada en su pena, la que no ha creído en la resurrección…; la profunda amante del Maestro…, sencillamente MARÍA…
          Y María se giró sobre sí misma y tal como estaba llorando se tiró a los pies de Jesús, los cogió con toda su alma y pronunció su palabra más expresiva: RABBUNÍ (Maestro mío)…, y lloró compulsivamente; lloró ahora de gozo, y se aferró a los pies de Jesús como seguridad de que ya no se le escapaba.

          Jesús la dejó así hasta que se serenara. Y cuando ya estaba sosegada, Jesús le encargó la gran misión de ser misionera de sus mismos apóstoles: Ve y dile a mis hermanos… [expresión esta: “mis hermanos” que demuestra la concepción posterior del relato en medio de una comunidad, pues Jesús nunca llamó “hermanos” a los apóstoles]. Y ella fue y les comunicó dos grandes verdades: HE VISTO AL SEÑOR (primera visión del Señor resucitado). Y ME HA DICHO ESTO Y ESTO (primer mensaje de la resurrección).

ZENIT 28: Cristo nos da fuerza

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este lunes después de Pascua, llamado “Lunes del ángel”, nuestro corazones están todavía llenos de alegría pascual. Después del tiempo cuaresmal, tiempo de penitencia y de conversión, que la Iglesia ha vivido con particular intensidad en este Año Santo de la Misericordia; después de las sugerentes celebraciones del Triduo Santo; nos paramos también hoy delante de la tumba vacía de Jesús, y meditamos con estupor y reconocimiento el gran misterio de la resurrección del Señor.
La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido al pecado! Hay necesidad de fe y de esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: “¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡Lo necesitamos tanto!”. Dejémonos impregnar por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: “Sí, estamos seguros: Cristo ha resucitado realmente”. ¡El Señor ha resucitado en medio de nosotros! Esta verdad marcó de forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, advirtieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, recibido el Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y experimentado personalmente.
En este Año jubilar estamos llamados a redescubrir y a acoger con particular intensidad el confortante anuncio de la resurrección: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón nuevos a cada evento de nuestra vida, también a los más negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformarse y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para levantarnos de nuevo. ¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado y resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en la historia. Este es el mensaje pascual que resuena aún hoy y que resuena por todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.
Testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la resurrección de Jesús fue María. Ella estuvo de pie junto a la cruz: no se ha doblegado ante el dolor, sino que su fe permaneció fuerte. En su corazón roto de madre siempre quedó encendida la llama de la esperanza. Pidámosle a Ella que nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana.
Que la Virgen María nos done la certeza de fe, para que cada paso sufrido de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, sea bendición y alegría para nosotros y para los demás, en especial para los que sufren a causa del egoísmo  y de la indiferencia.
Invoquémosla, pues, con fe y devoción, con el Regina Coeli, la oración que sustituye el Ángelus durante todo el tiempo pascual.»

Regina Coeli….

Queridos hermanos y hermanas,
ayer, en Pakistán central, la Santa Pascua estuvo ensangrentada por un reprobable atentado, que se cobró la vida de muchas personas inocentes, en su mayor parte familias de minoría cristiana – especialmente mujeres y niños – reunidos en un parque público para pasar la alegría de la festividad pascual. Deseo manifestar mi cercanía a los que han sido golpeados por este crimen vil e insensato, e invito a rezar al Señor por las numerosas víctimas y por sus seres queridos.
Hago un llamamiento a las autoridades civiles y a todos los componentes sociales de esa nación, para que realicen todo esfuerzo para volver a dar seguridad y serenidad a la población y, en particular, a las minorías religiosas más vulnerables. Repito una vez más que la violencia y el odio homicida conducen solamente al dolor y a la destrucción; el respeto y la fraternidad son el único camino para llegar a la paz. La Pascua del Señor suscite en nosotros, de forma aún más fuerte, la oración a Dios para que se detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y en el mundo pueda reinar el amor, la justicia y la reconciliación. Rezamos todos por los muertos de este atentado, por los familiares, por las minorías cristianas y étnicas de esa nación: Dios te salve María….
En el clima pascual, os saludo cordialmente a todos, peregrinos venidos de Italia y de distintas partes del mundo para participar en este momento de oración. Y recordad siempre esa bonita expresión de la Liturgia: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. La decimos tres veces todos juntos: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”.
Os deseo a cada uno pasar en la alegría y en la serenidad esta Semana en la que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo. Para vivir más intensamente este periodo nos hará bien leer cada día un pasaje del Evangelio en el que se habla del evento de la Resurrección. Cinco minutos, no más, se puede leer un pasaje del Evangelio. ¡Recordad esto!

¡Feliz y Santa Pascua a todos! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

martes, 29 de marzo de 2016

29 marzo: Comprobación del sepulcro

El día 1 es Primer Viernes.
Reunión en Málaga a 5’30
Liturgia
          Hech 2, 36-41, sigue el discurso de Pedro en Pentecostés: A ese mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
          Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron: Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? –CONVERTIOS y bautizaos todos… Escapad de esta generación perversa.
          En el evangelio, Jn 20 narra la aparición a Magdalena, con todo el dramatismo de la mujer enloquecida que busca el cuerpo inerte de Jesús, y se lo encuentra vivo. Jesús pronunció su nombre y ahí comienza una nueva vida. Jesus es SU MAESTRO, su Señor. Y ella debe avisarlo a los apóstoles.

VIDA GLORIOSA
          María Magdalena ha levantado la alarma: el sepulcro está abierto. Y según ella –que no ha llegado hasta él- se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Dice el texto de San Juan que fue a avisar a Pedro y al “otro discípulo”. Y ellos se sienten en la obligación de ir a ver, y van corriendo. Pero Pedro corre menos y el “otro discípulo” corre más aprisa, con lo que llega antes al lugar, pero sin perderse de la vista de Pedro. Es un dato importante porque si él lo hace a su manera, podía haber cambiado la realidad de lo que hay allí dentro. Se limitó a inclinarse y mirar, y lo que ve son la sábana “tendida” (dice la traducción oficial española), corrigiendo la traducción habitual: “por el suelo”, y dando un sentido más coherente a lo que debieron ver. Llegó Pedro y entró sin detenerse, y vio lo que ya estaba descrito por el otro discípulo: los lienzos plegados y el sudario de la cabeza, aparte.
          “Plegados” o “tendidos” expresa el efecto de haberse esfumado el cuerpo que habían cubierto por arriba y por abajo. Al desaparecer el cadáver, la parte de encima se había plegado sobre la de debajo. Era evidente que nadie había robado el cuerpo y se lo iba a llevar sin la sábana que lo envolvía. Y se quedan perplejos los dos, y más Simón Pedro, más tardo en descubrir el misterio que había debajo de aquello. El “otro discípulo”, que entra después que Pedro representa a la comunidad cristiana, y está mejor dispuesta a la fe, y cree antes. VIO Y CREYO. Nos dice el texto que todavía no conocían la Escritura: “Convenía que resucitase de entre los muertos”. Pero –por decirlo en lenguaje coloquial- la fe del pueblo es más dada a creer y no ha necesitado conocer esa Escritura, y sin embargo se ha movido a la fe por el mismo hecho de ver lo que ha visto. Pedro, que representa “lo oficial”, necesita más tiempo.
          Cuando bajaban los dos, debió Pedro ir muy pensativo, mientras que “el otro” caminaba con el gozo de su fe. Y al cabo de algún rato no tuvieron más remedio que comentar, y que la fe del “otro” fue emocionando a Pedro, cada vez más necesitado de reencontrarse con Jesús, por el peso que le atenazaba desde aquella medianoche en casa de Caifás, cuando él negó al Maestro. Y en el fondo estaba creyendo ya pero le oprimía aún la losa de sus negaciones y aquella mirada dolorida de Jesús… ¡Necesitaba verlo!
          En el Cenáculo se encontraban en un mar de confusiones, en un ir y venir de noticias. Según Magdalena, habían robado el cadáver. Según las mujeres, había resucitado (aunque no las creyeron…, pero su gusanillo les quedó dentro). Ahora aguardaban el regreso de los que habían subido a comprobar. Y la noticia que reciben es que no está el cuerpo, pero que no hay trazas de robo, sino algo muy difícil de explicar, si no es por la fe y la palabra de la Escritura, que necesitan asimilar. Hay una alegría que quiere contagiarse y unas resistencias que parecen quedarse con el mensaje del pesimismo…
          Es una experiencia muy humana: no se acaba de creer pero tampoco queda cerrada a puerta a la fe. Una experiencia muy semejante a la nuestra, que vivimos ese “sí pero no” que sale de querer creer y toparnos con la materialidad de lo cotidiano. Una experiencia de vida gloriosa que aún no ha despuntado tan plena, aunque creemos en ella, pero estamos apegados al lastre del día a día.

          Magdalena se ha ido, sin encontrarse con los dos, aunque habían seguido el mismo camino de bajada y de subida. Ella se vuelve al sepulcro, único punto en el que puede encontrar un dolorido consuelo.

lunes, 28 de marzo de 2016

28 marzo: Lunes de Resurrección

El día 1 es el PRIMER VIERNES
Liturgia
          Esta semana es toda ella  DOMINGO DE RESURRECCIÓN. El acontecimiento que celebramos es de tal calibre que necesita expandirse a través de todos estos días.
          Hoy tenemos el primer testimonio público de la Resurrección, que es el que da Pedro el día de Pentecostés (Hech 2, 14. 22-32), anunciando que Jesús fue acreditado por Dios con signos y milagros. Sin embargo vosotros, por manos de paganos, lo matasteis. Pero Dios lo ha resucitado. Ya lo anunció David, aunque en él no se realizó porque él murió y lo enterraron. Pero se ha verificado en Jesucristo, resucitado de entre los muertos.
          El Evangelio está tomado de Mateo 28, 8-15): las mujeres han tenido visión de ángeles en el sepulcro y ya se van impresionadas y llenas de temor a anunciarlo a los apóstoles. Y Mateo, simplificando mucho, dice que Jesús se les apareció y les dijo: Alegraos. Mientras tanto los guardias, aterrados, van a comunicar a los sacerdotes lo que ha pasado, y ellos les ofrecen dinero en cantidad comprando su silencio. Que si llega a oídos de Pilato, ellos tienen que decir que los discípulos robaron el cuerpo, mientras dormían. ¡Vaya centinelas y testigos!

VIDA GLORIOSA
          Pretender poner un orden cronológico –y  aun lógico- en la narración de lo sucedido, es como querer componer un mosaico en el que las piezas no ensamblan naturalmente. Nosotros, con mentalidad occidental e “histórica” buscamos forzarlas de manera que encajen pero muchas veces no podemos conseguirlo.
          Las narraciones de este período de la Resurrección no están escritas para la historia sino para la fe, y no para los detalles sino para el hecho substancial. Ni pueden tomarse como sucesión de hechos sino como vivencias de unos primeros testigos que lo que menos toman en consideración es qué sucedió sino qué efectos produjo.
          Cada evangelista lleva la narración de una manera, a veces muy sintética, otras muy generalizada, otras muy dramatizada. Van a lo que van y no pretenden más.
          Para botón de muestra, Mateo pone a sólo dos mujeres: María Magdalena y “la otra María”, que Marcos identifica con María la de Santiago, “y Salomé”. (La misma “de Santiago” u otra más?). Lucas habla de “las mujeres”. Y Juan sólo de María Magdalena. Pero cuando ella se vuelve precipitadamente a avisar a los apóstoles, “las mujeres” siguen hasta el sepulcro (según los sinópticos) donde tienen visión de ángeles (o de varones con vestido resplandeciente).
          Coincide siempre el mensaje: No está aquí, HA RESUCITADO. No busquéis entre los muertos al que vive. Como lo dijo, como lo anunció mientras estaba con vosotros. “No está aquí”, “ha resucitado”, “como lo dijo” son tres constantes que quedan concretadas en los tres evangelistas sinópticos, porque constituyen el núcleo del mensaje.
          No coinciden en el efecto que tuvo en las mujeres el encargo de ir a los apóstoles a avisarles, porque mientras un evangelista dice que fueron, otro dice que no se atrevieron. No dijeron nada porque temían (Mc). Y es que un testimonio tan inaudito y –encima de todo- trasmitido por mujeres (que no tenían valor testifical) era para que las trataran de locas o visionarias. De hecho, Jucas nos dice que fueron y lo comunicaron y a los apóstoles les parecieron estas palabras delirio, y no las creyeron.
          Rizando el rizo ¿quién llegó antes: Magdalena o las mujeres? Porque el anuncio de Magdalena se lo tomaron en serio. Y por lógica había llegado antes que las mujeres, pues ella no llegó hasta el sepulcro mientras que las mujeres sí… ¿Tomaron como delirio la narración que hicieron de haber visto ángeles y haber recibido mensaje de ellos? Debe ser eso. Mientras que el anuncio trágico de Magdalena les encajaba mejor en su mente entristecida y deprimida.
          Resumiendo (en nuestra mentalidad), Subían las mujeres, con Magdalena; ésta se vuelve a distancia aún del sepulcro, y ellas siguen. Magdalena avisa mientras ellas reciben visiones. Ellas bajan y ya no está ni Magdalena ni los dos discípulos que han subido. Ellas avisan y no las creen… (o unas avisaron y otras no se atrevieron…) ¿Cuántas “Marías” hay en total? Deben ser 3, al menos (aunque sólo se identifiquen a dos), contando con Magdalena: ella se vuelve, las otras siguen.

          El hecho es incontrovertible: CRISTO HA RESUCITADO.

ZENIT 27 marzo: Bendición del Papa

Publicamos a continuación el texto completo del mensaje de Pascua del Santo Padre en la bendición Urbi et Orbi
«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho

domingo, 27 de marzo de 2016

27 marzo: RENOVADOS

Liturgia del DOMINGO DE RESURRECCIÓN
          Al amanecer de este “primer día de la semana” (Jn 20, 1-9) fue María Magdalena al sepulcro –sabemos por los otros evangelistas que con las otras mujeres-, cuando aún estaba oscuro con la intención de dejar bien sepultado el cadáver de Jesús, que había quedado (para el pensamiento de ellas) mal preparado con las prisas de la sepultura del viernes.
          El susto se lo llevan cuando a distancia todavía, advierten que la losa del sepulcro está descorrida. Y María Magdalena sin más comprobación, deja a las otras mujeres y se baja rápidamente al Cenáculo para advertir a Simón Pedro y al “otro discípulo” que se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Es evidente que en la mente de ella no cabe, ni de lejos, la idea de la resurrección. Pero ni en la mente de los dos discípulos tampoco.
          Entonces ellos salen corriendo para el sepulcro; Pedro –que es mayor- se retrasa. El “otro discípulo” corre más, y así llega antes al lugar, aunque se queda a la entrada y no entra, por deferencia hacia Pedro. Pero se asoma y ve las vendas (¿vendas o sábana?) que están plegadas. Luego llega Pedro y entra directamente. Se encuentran con las vendas en el suelo. [Otras traducciones dicen “plegadas”, lo que insinúa mucho mejor un sentido. Y es que “plegado” supondría que la parte de la sábana que había cubierto el cuerpo por encima, estaba ahora caída sobre la parte que había estado debajo. Lo que da mucho más sentido a un hecho de resurrección, por cuanto expresa que el Cuerpo ha desaparecido de allí, esfumándose…, RESUCITANDO]. Y en otro lugar aparte, el sudario o pañolón que había cubierto la cabeza, pasando por la mandíbula y recogiéndola: enrollado.
          Los dos discípulos quedan perplejos. No saben lo que ha pasado pero lo que sí les queda claro es que nadie se llevó el cadáver, porque se lo hubieran llevado como estaba y no quitándole los sudarios. Pedro quedó aturdido. El “otro discípulo” vio lo mismo que Pedro pero en su alma se encendió una luz de fe, y se alegraron sus entrañas: creyó, nos dice el evangelista. Y se interpreta por la fe de la Iglesia que nace allí en el sepulcro, aunque todavía los protagonistas no hayan tenido la capacidad de reacción, que requería digerir y asimilar la novedad impensable de los hechos. La Iglesia, ya conocedora de las palabras de Jesús que anunciaban su resurrección, sí cree ya, al borde del mismo sepulcro. Ahí se ha gestado la FE PLENA de una Iglesia que tiene su razón de existir en ese sepulcro vacío, y que está vacío no porque nadie se ha levado el cadáver sino porque el cadáver ya no es tal, sino la realidad impresionante de que JESÚS VIVE.
          Pedro, tras el hecho de Pentecostés, puede anunciar a todos los discípulos en general lo que sucedió en el país de los judíos (Hec. 10, 14. 37-43): que a Jesús, el que empezó predicando en Galilea y que pasó por el mundo haciendo el bien, lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a los testigos que él había designado. Y nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos…, para el perdón de los pecados.

          Éste es, pues, el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo, como reza el Salmo 117, porque la piedra que desecharon los constructores, ha venido a ser piedra angular.
         
          San Pablo, escribiendo a los Corintios (1ª, 5, 6-8) aplicará todo el sentido de RENOVACION  que se encierra en el hecho central de nuestra fe, exhortando a que se barra la vieja levadura para poner masa nueva, porque ha sido inmolada la víctima pascual: Cristo, y hay que celebrar la Pascua con sinceridad y verdad.

          Vuelve a resonar el ALELUYA que había quedado apagado durante el tiempo cuaresmal y Semana Santa, pero que ahora retumba con la alegría de CRISTO RESUCITADO, que ya no morirá. Y que lleva la fuerza incoercible de hacer que nosotros podamos RENOVARNOS con nueva levadura, la que procede de la fuerza del evangelio, donde somos invitados todos y cada uno a ser levadura nueva que hace fermentar la masa. Un cristiano no puede ser nunca un ser aislado en su fe y en su vida personal, porque la resurrección de Jesucristo no puede quedar en balde ni reducido a una piedad individual. Hemos de proclamar por donde vayamos que Cristo vive y que nosotros creemos en su vida y la queremos transfundir en la nuestra, de manera que quien nos vea en nuestro actuar y en nuestro vivir, deduzca fácilmente que algo muy grande nos ha tocado.




          Al Jesús triunfador sobre la muerte, dirigimos nuestra oración para que nos alcance del Padre las gracias que necesitamos.

-         Para que seamos parte de esa Iglesia que VIO Y CREYÓ, Roguemos al Señor.

-         Para que seamos testigos de la resurrección por nuestras obras y nuestros criterios cristianos, Roguemos al Señor.

-         Para que seamos levadura que influye positivamente en derredor nuestro, Roguemos al Señor.

-         Para que la resurrección de Jesucristo implique nuestra renovación interior, Roguemos al Señor



Te pedimos, Señor Jesús, que cada Eucaristía nos haga sentir actual los misterios que hemos celebrado, y en particular esta sublime realidad de tu Resurrección.
          A ti, que vives y reinas con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos.

          AMÉN

ZENIT: El Papa en la Vigilia Pascual

Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la celebración de la Vigilia Pascual
«Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12). ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión. Hay en cambio un detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla.
También las mujeres, que habían salido muy temprano por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).
Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, cada uno de nosotros los conoce, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida.
Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que «evangelizarlos». Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado» (v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.
Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39). El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.
¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria, hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). Hacer memoria de las palabras de Jesús, hacer memoria de todo lo que ha hecho en nuestra vida. No olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza y nos convertiremos en cristianos sin esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Y nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.

sábado, 26 de marzo de 2016

ZENIT: Del 25. El Papa en el Coliseo

«Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.

Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén».
Sigue la meditación del SÁBADO 26

26 marzo: Pésame a María

Liturgia
          Es la liturgia madre de todas las liturgias. Es la liturgia más solemne y completa, abarcando diversos aspectos: desde la “aparición de la LUZ”, como simbolismo profundo de Jesús que resucita de la oscuridad de la muerte, culminado con el canto solemne del PREGÓN PASCUAL. Los fieles mantienen sus velas encendidas, partícipes de la Luz de Cristo.
          Sigue una amplia serie de LECTURAS del Antiguo Testamento que presagian o se iluminan con el hecho de la Resurrección. Es como un remanso tras la emoción primera de la LUZ. Y desemboca en una lectura del Nuevo Testamento (Rom 6, 3-11: los que fuimos incorporados a Cristo en la muerte por el bautismo, renacemos a la vida con la resurrección de Cristo. Muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.  ALELUYA solemne y paso al Evangelio de la Resurrección (este año tomado de San Lucas, 24, 1-12).
          LITURGIA BAUTISMAL, importantísima en este día. O bien con bautizos o bien con la renovación de las promesas bautismales, que concluye con la ORACIÓN DE LOS FIELES.
          EUCARISTÍA, que pone actualidad presente a todo lo que ha sido recuerdo y evocación de los hechos celebrados.

PASIÓN DE JESÚS
          Propiamente ya no padece Jesús. El dolor y el luto se pasan a su madre y a las personas que le han acompañado, que están  maltrechas tras la profanación del cadáver de Jesús con la lanzada del soldado. Y porque ¿ahora qué espera? Sólo queda que vengan a bajarlo de la cruz para llevarlo a la fosa común donde son echados todos los ajusticiados.
          Pero la muerte de Jesús no ha sido en balde, y dos discípulos ocultos de Jesús se han encargado en este interregno de pedir a Pilato poder hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Pilato ha sido ya informado de que ha muerto y concede el permiso al senador José de Arimatea, quien, junto a Nicodemo, un rabino que había tratado ya con Jesús en otras ocasiones, salen de su ocultamiento y se disponen a dar sepultura a Jesús, con la ventaja de que allí cerca del Calvario posee José un sepulcro nuevo, nunca usado, en el que pueden depositar el cadáver. Han comprado perfumes, mirra, áloe, y con ello rendirán el culto propio que se tiene a los muertos.
          María sufría en el paso del tiempo sin poder hacer nada para evitar el desenlace temido cuando aparecieron subiendo al Calvario José de Arimatea y Nicodemo, con otros hombres que portaban una escalera, y lienzos necesarios para descender a Jesús de la cruz. José se dirigió a María y le dijo sus intenciones y le pidió el permiso para realizar la operación. María bendijo a aquellos hombres y dio gracias a Dios. Aquello era un milagro de su Hijo, in extremis, cuando ya no se podía vislumbrar salida.
          Nicodemo y José, ayudados de los hombres, extendieron unas sábanas sepulcrales, largas como para envolver el cuerpo por abajo y por encima, las pasaron por el pecho y bajo los brazos de Jesús, desclavaron aquellos toscos clavos (la operación era difícil y dura de realizar), y fueron bajando con sumo cuidado el cuerpo derrengado de Jesús hasta depositarlo en el seno de María, esa imagen inmensa de la “Virgen de las Angustias” o “Piedad”, que conmueve los corazones con ese hijo muerto en el regazo de la madre.
          Extendieron ahora la sábana en el suelo, pidieron permiso a María para tomar el cuerpo de Jesús, lo colocaron sobre la sábana, la misma con la que lo trasladaron hasta el sepulcro. Últimas despedidas, tan costosas, y depositaron a Jesús en el saliente de la segunda cámara (cámara mortuoria), echaron sobre su cuerpo los aromas, y taparon con la otra parte de la sábana. Última mirada y necesidad de bajarse pronto porque iban a dar las 6 de la tarde, a partir de cuya hora comenzaba la Parasceve y ya quedaba todo paralizado.
          Las mujeres quedaron con el mal sabor de boca de aquella sepultura precipitada y concibieron entre ellas un plan para después de la fiesta judía.

          El regreso, con cada rincón que evocaba un paso de la Pasión, fue muy doloroso. Pero ya no quedaba sino el marchar cada uno a su casa. María se fue al Cenáculo. El ambiente era penoso. Los apóstoles se habían refugiado allí y ninguno podía alzar la cabeza para decirle algo a María. Estaban avergonzados y destrozados. María pasó ante ellos y se retiró a lo que fuera su lugar de refugio en aquellas horas terribles de dolor y de luto. Expresémosle nuestro pesar.