«Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de cuaresma, es tan lindo, a
mi me gusta tanto leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer
adúltera, poniendo en el centro el tema de la misericordia de Dios, que nunca
quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva.
La escena ocurre en la explanada
del Templo. Jesús está enseñando a la gente, y aquí llegan algunos
escribas y fariseos que arrastran delante de él a una mujer sorprendida en
adulterio. Aquella mujer se encuentra así en medio de Jesús y de la
multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia de sus
acusadores.
En realidad esos no fueron al Maestro para pedirle su
opinión, sino para tenderle una trampa. De hecno si Jesús seguirá la severidad
de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perderá su fama de mansedumbre
y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio querrá ser misericordioso,
deberá ir contra la ley, que Él mismo dijo no quería abolir sino cumplir.
Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean
a Jesús: “¿Tú que dices?”. Jesús no responde, se calla y cumple un gesto
misterioso: “se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra”. Quizás
hacía dibujos, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos,
vaya a saber, pero escribía, estaba en otro lado. De esta manera invita a
todos a la calma, a no actuar en la onda de la impulsividad, a buscar la
justicia de Dios.
Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta.
Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: “Quien de ustedes esté sin pecado,
tire primero la primera piedra contra ella”.
Esta respuesta desorienta a los acusadores, los desarma a todos
en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las armas, o sea las
piedras listas para ser arrojadas, sea aquellas visibles contra la mujer, sean
aquellas escondidas contra Jesús.
Y mientras el Señor sigue escribiendo sobre el piso, a hacer
dibujo, no lo sé, los acusadores de van uno después del otro, comenzando
por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado.
Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros
somos pecadores, cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos
nosotros conocemos bien.
Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las
piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar a nuestros pecados.
Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia,
una delante del otro. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros
delante del confesionario. Con vergüenza para hacer ver nuestra miseria y pedir
perdón.
“Mujer dónde están”, le dice Jesús. Y basta esta constatación, y
su mirada llena de misericordia y lleno de amor, para hacer sentir a aquella
persona –quizás por la primera vez– que tiene una dignidad, que ella no es su
pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar vida, puede
salir de sus esclavitudes y caminar en una vía nueva.
Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a
todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su
fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de
nosotros: no nuestra condena, sino nuesta salvación a través de Jesús.
Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha
escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la
sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”.
Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal
que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con un
pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y nosotros también
lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal
al bien, y esto es posible, es posible con su gracia.
La Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la
misericordia de Dios, para volvernos criaturas nuevas».
El papa reza la oración del ángelus y después dirige las
siguientes palabras:
« Queridos hermanos y hermanas,
saludo a todos, provenientes de Roma, de Italia y de diversos
países, en particular a los peregrinos de Sevilla, Friburgo (Alemania),
Innsbruck y del Ontario (Canadá).
Saludo a los numerosos grupos parroquiales, entre los cuales los
de fieles de Boiano, Potenza, Calenzano, Zevio y Agrópoli. Así como a los
jóvenes de tantas partes de Italia: no puedo nombrarlos a todos, pero recuerdo
a aquellos de Compiobbi e Mozzanica, a los de la Acción católica de la diócesis
de Latina-Terracina, Sezze- Priverno, a los recién confirmados de Scandicci y
de Milán y Lambrate.
Y ahora quiero renovar el gesto de donar a los presentes un
Evangelio de bolsillo. Se trata del Evangelio de Lucas que leemos en los domingos
de este año litúrgico. El librito lleva como título: “El Evangelio de la
Misericordia de San Lucas”; de hecho el evangelista reporta las palabras de
Jesús: “sean misericordiosos como es misericordioso el Padre vuestro”, del cual
fue tomado el tema de este año jubilar.
Será distribuido gratuitamente por los voluntarios del Dispensario
Pediátrico Santa Marta en el Vaticano, por algunos
ancianos y abuelos de Roma. Cuanto mérito tienen estos abuelos y abuelas que
transmiten la fe a los nietos. Invito a tomar este Evangelio y a leer un
párrafo cada día. Así la misericordia del Padre habitará en el corazón y podrán
llevarla a todos los que encuentran.
Y al final, en la página 123 están las siete obras de
misericordia corporales y las siete obras de misericordia espirituales. Sería
lindo que se las aprendieran de memoria, para que sea más fácil hacerlas. Les
invito a tomar este Evangelio, para que la misericordia del Padre se vuelva
obra en los aquí presentes. Y los voluntarios, abuelos y abuelas, piensen
también a la gente que se quedó afuera, en la plaza Pio XII, porque no lograron
entrar, para que ellos reciban este Evangelio.
Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no se olviden de
rezar por mi. Que tengan uen almuerzo y hasta la próxima».
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